jueves, 9 de enero de 2025

¿Qué harías si fueses la última persona sobre La Tierra?

'Kamandi. el último chico de la Tierra (1972)', de Jack Kirby, narra las vivencias que suceden al único ser humano que sobrevive en un posible futuro pos apocalíptico del Universo DC



Kamandi

Gerardo Macías

29 de diciembre 2024 

Jack Kirby es uno de los creadores más influyentes en la historia del cómic. Su paso por Marvel Comics, donde dio forma a iconos como Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores y X-Men, es la base sobre la que se cimentó el Universo Marvel. En 1970, decidió dar un salto a la competencia, DC Comics. Lo que vino después fue una de las etapas más fascinantes de su carrera: mundos pos apocalípticos, jóvenes dioses, alienígenas ancestrales y, por supuesto, el que durante muchos años parecía el destino final.

El principal interés de Kirby era El Cuarto Mundo, pero su contrato le obligaba a entregar una cantidad de páginas al mes, por lo que obedecía las demandas del redactor jefe, Carmine Infantino, que fue su principal valedor. Infantino estaba preocupado por el implacable ascenso de Marvel Comics con la inclusión de géneros ajenos a los superhéroes, además de licencias varias. Una de ellas, El Planeta de los Simios, traslación al cómic de la célebre película, estaba cosechando un importante éxito en ventas. Carmine pidió a Jack Kirby que creara una serie que rivalizara con la propuesta de Marvel.

Kirby guardaba las historias que no había logrado publicar como tiras de prensa. Entre ellas, Kamandi, el último superviviente, que podía convencer a Infantino como contrapunto a El Planeta de los Simios, y así mantener su integridad creativa. A Infantino le gustó, tras matizar que nos encontramos en el Universo DC, después del llamado Gran Desastre, que ha provocado que la civilización haya quedado en ruinas.

La serie tuvo gran acogida, llegando a contar con 59 números en su primer volumen, aunque Jack Kirby se desentendió desde el n.º 40. Kirby, entintado por Mike Royer, muestra al lector las consecuencias del Gran Desastre, un fenómeno natural cuya verdadera esencia ha quedado enterrada con el paso del tiempo a pesar de los intentos infructuosos de Superman para evitarlo.

Las aventuras de Kamandi se acompañan de reflexiones propias de Kirby, que introduce cuestiones en torno a la bioingeniería, evolución y la física más avanzada. Todo sin perder de vista que, para Jack Kirby, el cómic tiene que ser, por encima de cualquier cualidad, pura diversión.

Kamandi puede parecer una obra anclada en los años setenta, pero su influencia ha trascendido las décadas y sigue siendo fuente de inspiración para muchos creadores. Está impregnado de una profunda influencia de la ficción científica y las teorías de Erich Von Däniken, quien popularizó la idea de que civilizaciones alienígenas ancestrales habían influido en el desarrollo humano. Kirby se adentra en un terreno donde los mitos antiguos y las leyendas modernas se fusionan con una mezcla de tecnología avanzada y conceptos futuristas. Las referencias a la cultura pop se entrelazan con la crítica social y la forma que Kirby entiende la narración visual.

Kirby introduce en la serie uno de los momentos más inquietantes del Universo DC: el destino final de Superman. En una de las secuencias más escalofriantes, el traje de Superman aparece destruido, arrugado y desechado en un rincón, como un símbolo de la decadencia de los héroes y el fin de una era. Este tipo de ideas revelan la capacidad de Kirby para proyectar un futuro alternativo para los iconos del cómic. Y también hablan de las esperanzas de Kirby para que el medio trascendiera los conceptos clásicos de los superhéroes que él mismo había asentado.

Que el traje de Superman aparezca en Kamandi no es solamente un guiño a los fans, sino reflejo de la visión de Kirby de un mundo que había ido más allá de los héroes tradicionales. Superman no tiene cabida en el nuevo orden, y su legado es un simple vestigio de lo que alguna vez fue una era dorada.

El cómic está plagado de escenas vertiginosas, batallas épicas y criaturas desmesuradas, todo ello dibujado con los famosos Kirby Dots (puntos de Kirby), convención artística de los cómics de superhéroes y ficción científica, que usan un campo negro para representar el espacio negativo alrededor de la energía. Los Kirby Dots suelen usarse en ilustraciones de explosiones, humo, disparos de pistolas de rayos, y fenómenos del espacio exterior.


Huelva Información


martes, 7 de enero de 2025

Entrevista a Albert Monteys Autor de cómics

Una década después de su salida de "El jueves", el historietista es uno de los grandes nombres del cómic en España con "¡Universo!"


Eneko Ruiz Jiménez

Barcelona

Albert Monteys, guionista y dibujante de cómic, fotografiado en su estudio compartido con otros ilustradores en Barcelona.

Albert Garcia




Hace 10 años, El jueves se enfrentó a una hecatombe muy pública. Después de que el editor retirara de distribución 60.000 ejemplares con una portada de Manel Fontdevila en la que el rey Juan Carlos ponía una corona de mierda a su hijo por la abdicación (y que fue sustituida por otra con Pablo Iglesias), una plétora de artistas decidió dar carpetazo a la revista. Albert Monteys (Barcelona, 53 años) que la llegó a dirigir, calificó entonces la retirada de "censura". Cerró un capítulo de 18 años. Pero ese golpe de timón iba a traer un vuelco a su carrera y a su vida. Su futuro expandía los límites a todo el ¡Universo! (con las tan españolas exclamaciones dobles). Así tituló la colección de comics con la que ilustra la ciencia ficción más costumbrista, y hasta colorista: "Es optimista ya por el hecho de pensar que siga habiendo seres humanos dentro de 1.000 años".

La decisión editorial les trajo mucha desazón, pero, con la perspectiva de esta década y las oportunidades posteriores, Monteys recuerda aquel gesto con cierta gratitud: "Mi decisión no fue tan valiente como la de muchos de mis compañeros, porque mentalmente estaba fuera. Cargaba a mis amigos, me aburría a mi mismo, estaba quemado de la actualidad... Fue lo mejor que me ha pasado a nivel creativo. La mejor cosa en mi vida laboral fue entrar en El jueves, y la segunda fue irme, porque pude destapar un armario cerrado durante décadas y hacer cosas que me hacen feliz. Me reinventé y me enamoré otra vez de los tebeos. Fue retomar lo que hacía antes", cuenta en la terraza de un bar de Barcelona cercano al estudio que hoy comparte con otros cinco artistas.

Allí, frente a la mesa de dibujo (sigue pintando de manera clásica) dice que se obliga a "abrir la persiana" cada día a eso de las ocho: "El jueves te absorbía, con el consejo de Redacción, actualidad... El estar dibujando hasta las tres de la madrugada era habitual. Pero hace 15 años escuché a Nick Cave contar que él entraba al estudio a las nueve y media y salía a las cinco, pese a trabajar en lo artístico. Yo, que intentaba salir del desorden, decidí disciplinarme. Me levanto temprano, y voy a un lugar que es como una oficina, pero sin jerarquía y con calor humano. Y en casa no tengo ni mesa ni equipo, no hago nada. Me parece una manera sana de relacionarse con el trabajo y tu obra. En el trabajo vocacional, cuando eres tu propio jefe, eres tu peor jefe. Así que con este orden, hoy hago mejores tebeos, y además de manera más rápida y ordenada".

Estas reflexiones las traslada a ¡Para tí, que eres joven! junto a Fontdevila (reeditadas por Astiberri), pero las sigue haciendo ahora incluso a galaxias de distancia. ¡Universo!, que fue nominada al premio Eisner en 2017 y del que Astiberri acaba de publicar el segundo volumen, no es el comentario contemporáneo que hizo durante años. Los temas sociales se ven reflejados en sus relatos de ciencia ficción llenos de humor, cercanos a Cronicas marcianas. Ahí se habla de la voracidad del capitalismo, "el elonmuskismo neoliberal" (como lo describe), las relaciones de pareja dependientes de la tecnología, y las dificultades para comunicarse entre los humanos y los alienígenas. "Lo que define nuestra época es que hemos llegado al futuro. Y era esto. Se nos ha quedado cara de tontos, mirando pantallitas. La vida cada vez se parece más a ciencia ficción, pero menos emocionante", dice.

Una página de ¡Universo! 2


Siempre tuvo claro que con ¡Universo! no buscaba aventurar qué pasará", sino hablar de cosas que le preocupan e interesan: "Hoy el género habla del presente. Mi tono es humanista, como hizo Ray Bradbury". "Tendríamos que dejar de narrar distopías, porque ya vivimos en una, y hablar de optimismo. El mal utilizando la tecnología para distorsionar la realidad está aquí. Vamos a un mundo donde a la mitad la otra mitad le cae como el culo. El enfrentamiento genera viralidad y dinero".

Su visión del futuro también se adhiere a la cultura patria: "Mis influencias de ciencia ficción son anglosajonas, pero mi influencia del humor es española, principalmente la de Superlópez, el primero que me marcó. Es el humor de un país que no cree en la épica.

Esa mentalidad de perdedores le lleva a reflexionar sobre la mal llamada industria patria del cómic: "Quizás vivamos de los tebeos unos 100 dibujantes. Es verdad que cuando entré en esto se acababa, era el apocalipsis. Ahora hay sensación de vidilla, pero en el fondo con una precariedad loquísima. Los autores venden lo que venden, y las distribuidoras dicen: lo español solo es un 15% del negocio. Por esa falta de industria, no hay una identidad autóctona", dice Monteys, que se financia combinando un cómic personal con otro en EE UU. Como hizo en adaptaciones literarias como Matadero cinco de Kurt Vonnegut o La conjura de los necios, cuyas páginas tiene sobre su mesa: "Pero aquí, cuando creas un libro ganas para vivir de uno a tres meses, y yo tardo un año en hacerlo".

No se recuerda sin dibujar. Con siete años ya quería dedicarse a ello: "Somos rehenes de la decisión de un niño, y de la incapacidad de cambiar. No me veo haciendo otra cosa. Entré en Bellas Artes, pensando que siempre podría dar clases. El cómic se despreciaba. Me trataban como a un niño de tres años. Salí odiando el arte con mayúscula, por sentirme rechazado. La única revista que te podía dar una vida normal era El jueves", explica el autor, que también ha probado la animación con Robot Dreams e incluso ha colaborado con Marvel en historias cortas de Spiderman y Los cuatro fantásticos.

Monteys habla de censura con conocimiento de causa. Era el director de El jueves cuando en 2007 decidieron poner en portada al entonces príncipe Felipe copulando con Letizia, imagen que fue secuestrada judicialmente de los kioskos: "Fue un momento de hacernos fuertes, pero pensamos que era una anomalía del sistema. En realidad, fue el pistoletazo de salida a denunciar a tirititeros y raperos. Inaugurábamos un estatus donde meterse con la corona ya no era gratis. A veces mi sensación es que se hiciera un ejemplo público para que ni se nos ocurriera". Y siete años después llegó la autocensura: "Absolutamente de acuerdo con el Monteys que se fue cuando un editor le quiso imponer su discurso. Pensaban que los colaboradores, ante el pánico económico, mentiríamos a la gente. Y tu credibilidad es lo único que tienes como autor. Fue la satisfacción de decir que no a los de arriba e irte. Vino un vacío económico, pero fue emocionante. Era el lugar correcto de la historia". Y ahora tiene todo el futuro por delante.


El Pais, sábado 28 de diciembre de 2024





lunes, 6 de enero de 2025

EL GRAN VACÍO Mi nombre en boca de todos

Quim Pérez




El gran vacío

Léa Murawiec

Salamandra Graphic/Finestres 

Francia

Cartoné

207 págs.

Tricomía

Traducción: Regina López Muñoz/Marta Marfany

Obras relacionadas

Philémon

Fred

(ECC Cómics)

Jolgorio

Brecht Evens

(Astiberri Ediciones)

Mujer salvaje

Tom Tirabosco

(Nuevo Nueve)

Buda

Osamu Tezuka

(Planeta Cómic)

El viaje

Edmond Baudoin

(Astiberri Ediciones)

Entender el cómic

Scott McCloud 

(Astiberri Ediciones)


Con su debut en la novela gráfica, Le grand vide (Editions 2024, 2021), la joven Léa Murawiec (París, 1994) dio la campanada y se alzó con el prestigioso Gran Premio del Público del Festival de Angoulême. Murawiec no era una desconocida, pues ya había publicado en diversos fanzines y revistas y, además, había desarrollado este proyecto gracias a una residencia de dos años en la Cité de la Bande Dessinée en Angoulême.

Manel Naher es una chica que vive en un mundo que se parece mucho al nuestro y que está muy cerca de la distopía. Este mundo está regido por el principio de Presencia, ya que tu existencia depende de que otra persona pronuncie tu nombre, pues caer en el olvido implica la muerte. Manel Naher comparte nombre con una famosísima cantante, lo que está dificultando su presencia y la conduce a una situación angustiosa, pues no tiene relevancia alguna. Deberá tomar medidas drásticas y urgentes para ser popular. Este es el arranque de El gran vacío, al que sigue una narración vertiginosa.

Murawiec nos muestra cómo la identidad está atravesada por completo por lo social. La popularidad no es solo un plus a nuestra identidad, sino que es una condición de posibilidad. La fama es buena por sí misma, incluso podemos decir que es necesaria, y eso es independiente de los motivos que la provocan. La fama no nos hace más o mejores personas, la fama nos hace personas, pero es legítimo preguntarnos si las secuelas que provoca merecen o no la pena. La filosofía política de John Locke, con su distinción entre estado de naturaleza y sociedad civil, es el marco teórico en el que La era del vacío moja sus pies.

En este mundo tan fagocitado por el culto al ego, hay un espacio oculto y campestre donde dicha ley de la Presencia no rige: el gran vacío. Es un lugar apartado de la gran urbe, incierto, alimentado por rumores y al cual sueñan con ir aquellos que viven agobiados por la imperiosa necesidad del reconocimiento social.

La diana de esta distopía son las redes sociales y la tiranía que Instagram, Facebook o Tik Tok ejercen sobre los ciudadanos, especial- mente sobre los más jóvenes. Esta novela gráfica puede ponerse en paralelo con la serie Black Mirror, de Charlie Brooker, concretamente con el primer episodio de la tercera temporada: Caída en picado. Ambos comparten una misma preocupación por la sumisión de las personas a las redes sociales. El gran vacío en apariencia es un cómic juvenil, pero tiene varios niveles de lectura.

Murawiec ha declarado que en su cómic hay otros temas más allá de una crítica a las redes sociales: «también va sobre la existencia y el miedo a la muerte, el deseo de la inmortalidad y de trascender, y de la intimidad que muestras a los otros». Y, aunque es cierto que estos temas aparecen en el cómic, quedan desleídos por el peso y la fuerza que la crítica a las redes sociales ejerce sobre el argumento.

Gráficamente, nos encontramos ante una potentísima tricromía de rojo, azul, y negro enmarcada en un volumen de gran formato. Murawiec es mejor compositora de páginas que narradora. Esto se percibe en sus splash-pages y en el largo desenlace dónde ilustración y narrativa están muy bien ligadas.

Detectamos muchas influencias gráficas y argumentales en esta ópera prima. Si nos ponemos taxonómicos podemos colgarle a Murawiec la etiqueta de «una fan del manga que dibuja como Edmond Baudoin». En ocasiones, sus resoluciones gráficas parecen descuidadas o, directamente, fanzineras, como por ejemplo en las orejas modelo asa de taza que gastan los personajes. La propia historietista ha declarado que el paisaje urbano repleto de rótulos y de hormigón se inspira la ciudad de Shangai, donde pasó un cuatrimestre becada. El ritmo narrativo es muy vivo, las emociones de los personajes son muy extremas y poco moduladas, abunda el escorzo entre los encuadres de las viñetas y las figuras parecen estirarse como si fuesen de goma; con lo que la influencia del manga está muy clara y es notable. Por supuesto, relatos distópicos canónicos como 1984, de Orwell, o Nosotros, de Zamiatin, también aparecen como referencias.

A Murawiec se le pueden echar en cara algunas insuficiencias: un final demasiado precipitado, abierto, e idílico hasta lo empalagoso; un argumento algo estirado y en ocasiones simple; o un dibujo por momentos insuficiente. Y aunque todo ello es cierto, más aún lo es que por méritos propios Léa Murawiec se ha marcado un debut interesante, visualmente seductor y muy prometedor antes de cumplir los treinta años. Lo que ahora le puede faltar ya se lo dará próximamente la experiencia artística y la madurez.





Jot Down Comics 2024



Los recuerdos de los últimos días

'Notre-Dame de París' (2023), de Georges Bess, es una fidedigna adaptación al cómic de la conocida novela que fue publicada originalmente en el año 1831, escrita por Victor Hugo


Gerardo Macías

10 de noviembre 2024 




Notre Dame de París es la catedral gótica más importante del mundo, y en ella se han celebrado acontecimientos como la coronación de Napoleón Bonaparte, la beatificación de Juana de Arco y la coronación de Enrique VI de Inglaterra. Sin duda, ocupa un lugar preferente en el corazón de los parisinos, que se volcaron cuando hubo que restaurarla con motivo del incendio acaecido en 2019.

No en vano, la catedral parisina es la protagonista de numerosas manifestaciones culturales, destacando entre todas ellas la novela de Victor Hugo, publicada en 1831 y compuesta por once libros, que cuenta la desdichada historia de Quasimodo, la gitana Esmeralda y el archidiácono Claude Frollo en el París del siglo XV.

La novela de Victor Hugo dio lugar a numerosas adaptaciones, entre las que ocupa un lugar especial el largometraje de animación El jorobado de Notre Dame, dirigido por Gary Trousdale y Kirk Wise (Walt Disney Pictures, 1996), en cuya banda sonora encontramos la canción versionada en España así: "Un tipo así ella jamás vio,/un tipo así todos los días no se ve/Tú tienes un aspecto especial,/no hay nadie igual".

En el medio del cómic destaca la versión de Georges Bess, más cercana a Hugo que a Disney. Bess ofrece un Quasimodo salvaje y una Esmeralda que encarna a la perfección la lujuria. París no es aquí la ciudad del amor. Puede ser la de las maravillas, pero también la del absolutismo; la de esperanza, pero a la vez la de la opresión. Es un lugar en el que los héroes no triunfan y los villanos son aterradoramente realistas, con un abuso de poder rotundo y muy duro de asimilar.

Aunque adaptar una novela de peso en la historia de la Literatura Universal acarrea una gran responsabilidad, a Bess no parece preocuparle, porque encara estos proyectos con una tranquilidad pasmosa. No se atisba el riesgo de que adaptar suponga alterar el espíritu de la obra que escoge. Sigue al pie de la letra la novela elegida, pero sin que el resultado sea una fotocopia de un relato que ya conocemos. Georges Bess no se limita a dibujar el texto de un libro, sino que sabe llevarlo todo a su terreno, al del cómic, al de una narrativa hermana pero que no es idéntica, y sabe jugar con los cartuchos de texto que remitan de una forma clara a la prosa de Víctor Hugo, pero también darles importancia a los diálogos y a lo que se tiene que transmitir sin ellos, dejándose a sí mismo el espacio necesario para que lo podamos apreciar gráficamente.



Sus dibujos añaden un efecto tan sobrenatural como el que la catedral ejercía sobre el París que aparece reflejado en el cómic. Bess es detallista, y eso se puede vislumbrar en en el retrato arquitectónico de la ciudad en torno a su gigante de dos torres, en unos personajes que tienen que ir desde la innegable fealdad de Quasimodo hasta el deseo sexual que despierta Esmeralda, pasando por la maldad de Frollo, y el porte heroico de Phoebus. El autor tiene un enorme sentido narrativo, y la manera en la que coloca figuras sobre fondos blancos contrasta con el minucioso detalle que tienen aquellas páginas en las que sí se maneja entre un meticuloso pormenorizado en los escenarios, con Notre Dame, por supuesto, como estrella indiscutible de la función, eso sí, casi siempre por sus rincones más que por una vista general.

Georges Bess (Kenia, 1947), conocido también bajo los seudónimos artísticos de Nisseman Tideli y de G. Bess, ha trabajado en diversos géneros en el campo de la ilustración. Es especialmente conocido por sus colaboraciones con Milo Manara. Georges Bess comenzó su carrera de dibujante profesional en Suecia desde 1971 hasta 1986, participando en una serie de cómics escandinavos y también como colaborador de revistas como Mad. Posteriormente, trabajaría con el guionista Lee Falk en la serie The Phantom en DC Comics, trabajo que se extendió durante cincuenta números. Sin embargo, el trabajo que lo llevó a ser reconocido a nivel mundial fue cuando colaboró junto al guionista Alejandro Jodorowsky en la creación de El Lama blanco. En sintonia con su magistral adaptación de la celebre novela de Victor Hugo, Georges Bess ha recreado otros grandes clásicos de la Literatura como Drácula y Frankenstein, interpretados por su espectacular arte.


Huelva Información



miércoles, 1 de enero de 2025

DOMINGOS CON WALT & SKEEZIX

Un lugar para soñar

Ivan Pintor Iranzo



Domingos con Walt & Skeezix

Frank King

Diábolo Ediciones

EE. UU.

Cartoné

120 págs.

Color

Traducción: Francisco Sáez de Adana Herrero

Obras relacionadas

Tiras diarias y planchas dominicales

Al Capp y Li’l Abner

(Diábolo Ediciones)

Polly and Her Pals. Vol. 1

Cliff Sterrett

(Diabolo Ediciones)

Terry y los piratas. Daily strips

Milton Caniff

(Dolmen Editorial)

Los niños Kin-der

Lyonel Feyninger

(Libri Impressi)

Richard McGuire

Richard McGuire 

(Salamandra Graphic)


Quizá porque vivimos sobreexpuestos a ser encontrados e interpelados, un álbum como Domingos con Walt & Skeezix se propone como un enclave vivo para soñar. «Aquí no pueden molestarnos. No pueden localizarnos ni por correo, ni por teléfono, ni por telégrafo ¡Dulces sueños, pequeño scout!», susurra Walt al oído del pequeño Skeezix al final de la página dominical de Gasoline Alley del 1 de junio de 1924, después de una larga excusión por el bosque. Cada una de las planchas dominicales que Frank King creó para esta serie nacida en 1918 es un lugar en el que no ser encontrado, desde el cual soñar y aprender a contemplar la naturaleza y el curso del tiempo. Si bien la serie había nacido como una tira cotidiana en las páginas del Chicago Tribune con el propósito de narrar el día a día de un grupo de hombres que compartían un garaje, pronto se convirtió en un retrato de los Estados Unidos que destacó por envejecer a sus personajes siguiendo el ritmo real del tiempo cronológico, hasta el día de hoy en que la serie sigue publicándose después de más de un siglo, con muchos de sus personajes originales ya fallecidos.

Sin embargo, en las páginas dominicales, King encontró un espacio para la experimentación que quedó marcado por la entrada del pequeño Skeezix en la serie. A petición de Joseph Patterson, el mítico editor que estuvo también detrás de una obra como Terry y los piratas, de Milton Caniff, el 20 de febrero de 1921 apareció Skeezix, en aquel momento un bebé abandonado delante de la puerta de tío Walt, entre mantillas. Con la inicial reacción de desasosiego de Walt, intentando entregar al bebé a cualquiera de las parejas del barrio que acuden a verlo, comienza este extraordinario volumen cuyas páginas han tardado más de cien años en ser vertidas al castellano, de la mano de Kiko Sáez de Adana, que traslitera con precisión el habla natural de los personajes. Después de Li’l Abner, de Al Capp y Polly and her pals, de Cliff Sterrett, Diabolo Ediciones vuelve a dar la más bella forma posible a una de las obras centrales de la historia del cómic y de la cultura universal.

Con la sensibilidad hacia el paisaje de Whitman o Thoureau, las estaciones desfilan ante Walt y Skeezix mudando los colores de unas páginas, que, en manos de King, como en las de su maestro, Lyonel Feininger, son formas vivas. A los gags iniciales, surgidos del slapstick, le sucede un período de formación, en el que la figura monumental y vibrante de Walt se convierte en un padre atento y protector, y enseña a mirar el mundo tanto a Skeezix como a los lectores. El perfil caprichoso y cambiante de las nubes, los tonos rojizos de las hojas de arces, robles y zumaques en otoño o el borboteo de un arroyuelo se vuelven los verdaderos protagonistas de unas viñetas que invitan al recreo y a la ensoñación poética. No es inusual que los dos personajes protagonistas, siguiendo la estela del Pequeño Nemo en Slumberland, de Winsor McCay, emprendan aventuras oníricas antes de volver a una realidad tanto o más hermosa que sus sueños, la vida apacible del interior estadounidense.

Travesías polares, viajes aéreos en pos de Santa Claus o excavaciones hasta las antípodas que permiten a King convertir la página en un juego invertido de simetrías coexisten con la delicada atención hacia las inflexiones del paisaje, como si cada viñeta pudiese convertirse en un haiku. Cabría imaginar un montaje entre algunas de las viñetas de Gasoline Alley y los pillow-shots del cineasta Yasuhiro Ozu, donde aparentemente no sucede nada porque sucede el tiempo mismo. La capacidad de King para experimentar con la página culmina, sin duda, en aquellas planchas en las que la visión general de una escena coexiste con la secuenciación que cada viñeta proporciona a un relato que puede ser contemplado de manera panóptica. Asimismo, Walt y Skeezix pueden saltar al interior de lienzos expresionistas o cubistas o viajar a través de los sellos de todo el mundo, y en cada caso King logra transformar la puesta en página y el estilo de su dibujo.

Así como King integró los logros de sus predecesores, de Wilhelm Busch y Rudolph Dirks a las formas vibrantes de Heinrich Kley, su obra también ha dejado una estela extraordinaria. La atención melancólica hacia el tiempo pasado en un álbum como Aquí, de Richard McGuire, las composiciones de acción suspendida de Frank Miller, la habilidad de Matt Groening para llevar a los Simpson al interior de infinidad de mundos o el influjo sobre la literatura de autores como Paul Auster o Richard Ford emergen de entre estas páginas como si acabasen de ser dibujadas, como si toda la cultura norteamericana habitase en ellas. De igual modo que en esa página en la que Walt y Skeezix viajan al origen de un arcoíris en busca de un caldero de oro, no sabemos que encontraremos al final de esa maravilla polícroma, pero el viaje habrá valido la pena y, entre las guardas de este libro, nadie podrá encontrarnos.




Jot Down Comics 2024


Cannibal World: Trailer (Juego de cartas Solo Comics)

 




A continuación se muestra un breve adelanto animado del futuro juego de cartas " Cannibal World ", basado en la tira cómica " Solo " de Oscar Martín (un artista español que también dibuja los cómics oficiales de "Tom & Jerry" desde hace más de 30 años).

El juego es publicado por Witty Games , el teaser fue animado por Toni Mortero (usando Blender), y conocer este cómic (y poseer varios libros de arte de Oscar Martin), todo esto me hace querer ver algún día una adaptación animada real de "Solo".

Via Catsuka




Batman: El regreso del caballero oscuro / Frank Miller

Frank Miller se acaloró en su trigésimo cumpleaños al descubrir que el murciélago que velaba por el bienestar de Gotham había permanecido congelado en unos eternos veintinueve años durante décadas. El vértigo lo producía la extraña sensación de saberse más vetusto que su héroe, de haber envejecido mientras el papel criogenizaba a Bruce Wayne. Y decidió arreglarlo mediante un suicidio artístico, algo que parecía que nadie era capaz de atreverse a publicar: acelerar la vejez del heroico protagonista, dotarle de fragilidad humana, marchitarlo, abrazar su etapa crepuscular y encauzarla hasta su posterior colapso. Miller proponía un caballero oscuro retirado que decidía volver a la acción masticando en cada página el clásico «estoy demasiado viejo para esta mierda». Y quizá los tebeos están demasiado viejos para esto, para continuar confiando en la naturaleza inmortal del héroe, en su divinidad entintada y en sus peroratas filosóficas introspectivas, para seguir apoyando tanto peso en aquellos monólogos interiores que suceden mientras dos colosos, vestidos con pijamas que algunos payasos dudarían en ponerse a oscuras, se encuentran muy ocupados en la tarea de reubicarse mutuamente el espinazo a hostias.

Por eso mismo El regreso del caballero oscuro resultó tan rompedor en 1986 y lo sigue resultando ahora, porque sin renunciar al conflicto interno del justiciero al margen de la ley y a las convenciones del género lo encarriló todo hacia la más absoluta demolición de lo establecido. Bruce Wayne era un quincuagenario retirado y autodestructivo tras la muerte de Robin, el comisario Gordon afrontaba la jubilación de las fuerzas del orden en su setenta cumpleaños respirando la vida a través de cigarrillos, Catwoman reaparecía como una señora que ya no vestía pieles de gata ni saltaba por los tejados y Superman dejaba de ser aquella idealización del bien para convertirse en una marioneta del gobierno limitada a recibir y acatar órdenes. Gotham City se desvelaba como un nido de ratas y la televisión como un extraño bálsamo, Miller quería construir una urbe más cercana a su realidad, una que eliminara lo blanco y puro del cuerpo de policía y lo impoluto de la clase política, una que desafiara lo cimentado por la ficción de viñetas durante generaciones. Y también prefería que la contemplásemos a través de un televisor: gran parte de las viñetas tienen un marco catódico por el que desfilan tertulianos encerrados en programas rastreros analizando las repercusiones sociales de un vengador enmascarado, un Ronald Reagan (cuyo nombre no se pronuncia en toda la obra) sonriente y encharcado hasta el cuello en la guerra fría o unos presentadores casi inhumanos en su dedicación a las audiencias. Incluso las entrañas de la propia televisión adquirieron protagonismo: un plató televisivo era utilizado como escenario de una cruel masacre, silenciosa y sonriente. El lector se asomaba a las calles de Gotham, pero también a sus pantallas y lo que presenciaba en ambas le aterraba por igual, en ese ecosistema malsano la figura de un caballero fuera de la ley resultaba necesaria. Pero el propio héroe ejercía al mismo tiempo de detonador de catástrofes: el Joker despertaría de un estado catatónico al descubrir el retorno de su pareja de baile preferida y los imitadores de Batman decidirían que ellos también tenían derecho para ponerse la máscara y patrullar la noche ajusticiando salvajemente lo reprobable.




Lo que mejor hacía El regreso del caballero oscuro era orquestar y amartillar de manera minuciosa esa sensación constante y opresiva de que todo se estaba yendo a la mierda de manera irremediable y en valores absolutos, de que el universo de este Batman era en realidad como aquel bólido que abría la narración estallando en llamas por culpa de un piloto al que ya no le importa la integridad de sí mismo ni de todo lo que le rodea. Miller agarra un mundo de superhéroe previamente establecido, lo retuerce y lo pervierte a su antojo a golpe de los trazos más toscos y rotundos de un pincel feísta, nos deja claro que ahora vale todo y que no tiene pensado respetar nada. El retorno de Joker es tan exquisitamente salvaje y excesivo como una manada de boy scouts masticando azúcar de feria envenenado y viene acompañado de una bodycount glorificada por los periodistas, el nuevo Robin no comparte género con el anterior ocupante del puesto ni respeto por su maestro, el otrora indomable Green Arrow reaparece con extremidades de menos y culpando a una capa ilustre de sus dificultades obvias para sostener el arco, la sociedad se divide entre los que condenan los métodos fascistas del enmascarado y los que se consideran hijos de, un Superman gubernamental es consciente de que el enfrentamiento con el murciélago será solo una cuestión de tiempo y que el mismo no se dará por finalizado hasta que uno de los contendientes regrese empaquetado en una cama de pino.

Sergio Leone creaba a sus personajes con la autoconsciencia hereda- da de que ninguno de ellos llegaría al final de la película. Miller crea a un Batman que intuye que antes de llegar al final de su historia deberá morir, un Batman que desde el principio de la narración quiere morir. Y realmente ese Bruce Wayne no andaría demasiado errado, con El regreso del caballero oscuro murieron todos los Batman posteriores (al menos los situados en la misma línea temporal, y te señalamos a ti Batman: Año uno como la excepción honorable que aún tendrá algo que decir). Ni siquiera la secuela que llegaría años después firmada por el propio Miller, El señor de la noche contraataca, se acercaría a intuir en el horizonte la grandeza de su predecesor. La épica del héroe es una pelea en un lodazal contra una bestia, un cadáver calcinado que nos sonríe desde el infierno, un avión cayendo en picado hacía un abismo mortal de llamas, una ciudad ciega latiendo sangre en el más absoluto caos.

Y en el corazón de todo, la aparición entre las cenizas de la figura de un vengador a caballo. Un caballero oscuro.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)