miércoles, 1 de enero de 2025

DOMINGOS CON WALT & SKEEZIX

Un lugar para soñar

Ivan Pintor Iranzo



Domingos con Walt & Skeezix

Frank King

Diábolo Ediciones

EE. UU.

Cartoné

120 págs.

Color

Traducción: Francisco Sáez de Adana Herrero

Obras relacionadas

Tiras diarias y planchas dominicales

Al Capp y Li’l Abner

(Diábolo Ediciones)

Polly and Her Pals. Vol. 1

Cliff Sterrett

(Diabolo Ediciones)

Terry y los piratas. Daily strips

Milton Caniff

(Dolmen Editorial)

Los niños Kin-der

Lyonel Feyninger

(Libri Impressi)

Richard McGuire

Richard McGuire 

(Salamandra Graphic)


Quizá porque vivimos sobreexpuestos a ser encontrados e interpelados, un álbum como Domingos con Walt & Skeezix se propone como un enclave vivo para soñar. «Aquí no pueden molestarnos. No pueden localizarnos ni por correo, ni por teléfono, ni por telégrafo ¡Dulces sueños, pequeño scout!», susurra Walt al oído del pequeño Skeezix al final de la página dominical de Gasoline Alley del 1 de junio de 1924, después de una larga excusión por el bosque. Cada una de las planchas dominicales que Frank King creó para esta serie nacida en 1918 es un lugar en el que no ser encontrado, desde el cual soñar y aprender a contemplar la naturaleza y el curso del tiempo. Si bien la serie había nacido como una tira cotidiana en las páginas del Chicago Tribune con el propósito de narrar el día a día de un grupo de hombres que compartían un garaje, pronto se convirtió en un retrato de los Estados Unidos que destacó por envejecer a sus personajes siguiendo el ritmo real del tiempo cronológico, hasta el día de hoy en que la serie sigue publicándose después de más de un siglo, con muchos de sus personajes originales ya fallecidos.

Sin embargo, en las páginas dominicales, King encontró un espacio para la experimentación que quedó marcado por la entrada del pequeño Skeezix en la serie. A petición de Joseph Patterson, el mítico editor que estuvo también detrás de una obra como Terry y los piratas, de Milton Caniff, el 20 de febrero de 1921 apareció Skeezix, en aquel momento un bebé abandonado delante de la puerta de tío Walt, entre mantillas. Con la inicial reacción de desasosiego de Walt, intentando entregar al bebé a cualquiera de las parejas del barrio que acuden a verlo, comienza este extraordinario volumen cuyas páginas han tardado más de cien años en ser vertidas al castellano, de la mano de Kiko Sáez de Adana, que traslitera con precisión el habla natural de los personajes. Después de Li’l Abner, de Al Capp y Polly and her pals, de Cliff Sterrett, Diabolo Ediciones vuelve a dar la más bella forma posible a una de las obras centrales de la historia del cómic y de la cultura universal.

Con la sensibilidad hacia el paisaje de Whitman o Thoureau, las estaciones desfilan ante Walt y Skeezix mudando los colores de unas páginas, que, en manos de King, como en las de su maestro, Lyonel Feininger, son formas vivas. A los gags iniciales, surgidos del slapstick, le sucede un período de formación, en el que la figura monumental y vibrante de Walt se convierte en un padre atento y protector, y enseña a mirar el mundo tanto a Skeezix como a los lectores. El perfil caprichoso y cambiante de las nubes, los tonos rojizos de las hojas de arces, robles y zumaques en otoño o el borboteo de un arroyuelo se vuelven los verdaderos protagonistas de unas viñetas que invitan al recreo y a la ensoñación poética. No es inusual que los dos personajes protagonistas, siguiendo la estela del Pequeño Nemo en Slumberland, de Winsor McCay, emprendan aventuras oníricas antes de volver a una realidad tanto o más hermosa que sus sueños, la vida apacible del interior estadounidense.

Travesías polares, viajes aéreos en pos de Santa Claus o excavaciones hasta las antípodas que permiten a King convertir la página en un juego invertido de simetrías coexisten con la delicada atención hacia las inflexiones del paisaje, como si cada viñeta pudiese convertirse en un haiku. Cabría imaginar un montaje entre algunas de las viñetas de Gasoline Alley y los pillow-shots del cineasta Yasuhiro Ozu, donde aparentemente no sucede nada porque sucede el tiempo mismo. La capacidad de King para experimentar con la página culmina, sin duda, en aquellas planchas en las que la visión general de una escena coexiste con la secuenciación que cada viñeta proporciona a un relato que puede ser contemplado de manera panóptica. Asimismo, Walt y Skeezix pueden saltar al interior de lienzos expresionistas o cubistas o viajar a través de los sellos de todo el mundo, y en cada caso King logra transformar la puesta en página y el estilo de su dibujo.

Así como King integró los logros de sus predecesores, de Wilhelm Busch y Rudolph Dirks a las formas vibrantes de Heinrich Kley, su obra también ha dejado una estela extraordinaria. La atención melancólica hacia el tiempo pasado en un álbum como Aquí, de Richard McGuire, las composiciones de acción suspendida de Frank Miller, la habilidad de Matt Groening para llevar a los Simpson al interior de infinidad de mundos o el influjo sobre la literatura de autores como Paul Auster o Richard Ford emergen de entre estas páginas como si acabasen de ser dibujadas, como si toda la cultura norteamericana habitase en ellas. De igual modo que en esa página en la que Walt y Skeezix viajan al origen de un arcoíris en busca de un caldero de oro, no sabemos que encontraremos al final de esa maravilla polícroma, pero el viaje habrá valido la pena y, entre las guardas de este libro, nadie podrá encontrarnos.




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