lunes, 11 de noviembre de 2024

Los innombrables / Yann y Conrad



Si preguntáramos espontáneamente por un título de bande desinée —un tebeo franco-belga— probablemente los nombres más cita- dos serían Las aventuras de Tintin y Astérix. Si pidiéramos alguno más, asumiendo que el cuestionado haya progresado algo más allá de esas obras universales, probablemente oiríamos títulos como Spirou y Fantasio, Lucky Luke, Los pitufos o Gil Pupila, entre otros. La gran mayoría contienen una fórmula esencial bastante sencilla: personajes icónicos situados en un género mixto entre aventuras y humor. Algún lector estará ya arrugando la nariz al obviar de salida toda la rama de la historieta gala producida ya para un público adulto. Nada más lejos de mi intención olvidar las obras de autores como Moebius, Tardi, Forest o Bilal entre otros, que también son de producción franco belga y que también han conquistado a una cantidad de público nada desdeñable.

Patentes ya estos dos grupos, tomando en cuenta el público al que idealmente van dirigidos, preguntemos cuál sería la principal diferencia reseñable. Muy posiblemente se señalaría el estilo gráfico. En la bande desinée infantil-juvenil el tipo de dibujo habitual sería uno limpio y distinguido, yendo desde la recta línea clara de Hergé al trazo curvo y caricaturesco de dibujantes como Franquin o Uderzo. Por el contrario, en los géneros «para adultos» seguramente se constataría la presencia de un mayor realismo en el dibujo, desde estilos más clásicos y naturalistas a desarrollos de la línea, del color y de las sombras más revolucionarios (véanse, de nuevo, maestros, como Moebius o Tardi). Así, hasta hace apenas un par o tres de décadas, las temáticas y los estilos parecían ir emparejadas férreamente, como si cruzar unos y otros no fuera posible. O más concretamente, como si un grafismo «de revista juvenil» no pudiera usarse para temas y aventuras para adultos.



Evidentemente, se podía. El underground lo hizo numerosas veces. Sin salir de Europa, Joost Swarte usaba la línea clara hergiana con un estilo perfecto y pulcro en ácidas sátiras. Pero la pregunta que queda por hacer es si podía haber un cruce entre ambos mundos, sin pasar por la voluntad de «contra». Esto es, si se podía intentar hacer un tebeo comercial con el grafismo de la clásica bande desinée infantil y juvenil y con ellas narrar historias, ficciones no necesariamente satíricas, para adultos.

Con esa intención, a principios de los ochenta, Yann y Conrad estrenaron la serie Los innombrables. Su herencia gráfica podría emparentarse fácilmente con lo que se conoce como la Escuela de Marcinelle —paradigma de historieta humorística desarrollado a finales de los treinta entre los autores de la revista Le journal de Spirou— por su estilo dinámico y por la frescura de sus historias. Gráficamente, estaban distanciados de la escuela de la estirada línea clara de Hergé, pero sí que mantenían algunas de sus claves esenciales en tanto al diseño de los personajes (iconicidad), la ambientación (parajes exóticos) y las temáticas (aventuras y humor). La primera historia de Los innombrables se recogió en el álbum titulado Shukumeï y se situaba cronológicamente en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aunque en cuanto al tono queda lejos de lo que realmente llegaría a ser la serie, sí fue una especie de precalentamiento que ya apuntaba maneras. Los protagonistas eran un grupo de tres soldados americanos bastante atípicos —entre otras cosas porque ninguno de los tres pasaría a simple vista por un soldado— enviados a una misión en la jungla. Eran la vuelta de tuerca adulta de los arquetipos aventureros infantiles: Mac era los músculos del equipo, encarnados estos en una especie de Sancho Panza fumador de puros particularmente manso; Tony se podría decir que era el cerebro del grupo con unas cotas de amargura y sarcasmo que se adelantaba en décadas al Dr. House; y Tim... bueno, Tim era algo así como la mascota del grupo, un comodín, a la vez que un factor azaroso. Por si fuera poco, su presentación en viñetas —en la segunda página del citado álbum— era también un canto a su gamberrismo: aparecían los tres orinando juntos de cara al lector, jugando a cruzar los chorros en el aire. Al margen de sus personajes, otro de los detalles que diferenciaban a esta bd de otras eran sus páginas de fondo negro sobre las que descansaban las viñetas. Y también algunos momentos de la acción peculiarmente tenebrosos. Pero más allá de eso, Shukumeï, aventura y humor con un punto canalla, no se distanciaba de los patrones genéricos clásicos: lanzarse a una aventura, trasladarse a una localización exótica, resolver el caso, volver a casa. Lo habitual.

El verdadero choque para el lector llegó con la segunda historia, Aventura en amarillo. Entre otras cosas por su principal revelación: Los innombrables no era oscura en su grafismo porque sí, con intención de romper visualmente y rocanrolear. Los innombrables era oscura porque su mundo era oscuro. La acción, trasladada a Hong Kong —con un contexto histórico más afinado que en Shukumeï— presentaba a los personajes ya desvinculados del ejército americano, como contrabandistas-mercenarios, unos adorables fuera de la ley. Hong Kong, con sus puertos, callejuelas y garitos era nocturna a perpetuidad. Los protagonistas eran conocidos tanto en burdeles como en casas de juego. No existía ningún personaje impoluto moralmente. Había desnudez, sexo, violencia... La parte de «aventuras» del tebeo había virado importantemente hacia la serie negra... ¿y el humor? ¿Podía salvarse de la fórmula alquímica de la bande desinée clásica el componente humorístico al entrar como un intruso, el género negro, con toda la violencia, el cinismo y el pesimismo que son su firma? Los autores lo tenían claro. El humor podía salvarse si se este se pintaba del mismo color que el género intruso. Es decir, si se usaba un humor negro. O humor noir, si se permite el juego de palabras.

Por poner un ejemplo, Aventura en amarillo prácticamente abría el álbum con la escena de una tortura. Yann y Conrad jugaban con las escenas fuera de plano y la actitud de los torturadores para sacarle humor a un hecho de bastante difícil comicidad. A efectos prácticos se adelantaban diez años al Sr. Rubio de Tarantino en Reservoir Dogs.

Los autores empezaron así el auténtico periplo por el tipo de historieta que querían contar, algo que casi se iban inventando por el camino. Desgraciadamente, esta se vio tempranamente truncada. Publicada en Le Journal de Spirou tuvo que enfrentarse constantemente a la censura del editor, que no veía que esas salidas de humor bestia, sexo y violencia tuvieran cabida en una revista juvenil. El episodio Cloacas fue rechazado al completo y la serie quedó en suspenso. No sería hasta principios de los noventa, casi diez años después, cuando Dargaud se interesó por el título y se continuaron las andanzas de aquel extravagante grupo en el álbum El cráneo del Padre Zé. Curiosamente, a principios de los ochenta, cuando empezaron las historias de Los innombrables hubo otros repuntes importantes de humor negro en la historieta europea. En particular, las Ideas negras de Franquin y el Torpedo, 1936 de Abulí y Bernet. Ambas obras tuvieron también su cuarto y mitad de polémica y/o censura; Alex Toth no pudo con los duros guiones de Abulí, lo que supuso la llegada de Bernet a Torpedo; y el dominical Le Trombone Illustré donde se publicaban las Ideas negras de Franquin se vio clausurado. Será en parte cierto el dicho de que la miseria adora la compañía.

Quizás el tiempo de espera sirvió para espolear a los lectores a los que el planteamiento les pareció interesante. Quizás los casos que sí consiguieron superar la censura permitían preguntarse por qué no continuar Los Innombrables. Quizás los lectores de bande desinée que habían crecido leyendo Le Journal de Spirou ya tenían una edad y podían encajar el estilo de dibujo con la temática adulta sin problemas. El caso es que Los innombrables volvió a la carga una década después. En Francia llegaron a publicarse un total de doce álbumes estructurados en tres ciclos (Hong Kong, Corea y USA). El dibujo de Conrad se volvió más pulcro y preciso, también, valiéndole para convertirse en el nuevo dibujante de Astérix. Más allá, el personaje femenino principal —presentado en Aventura en amarillo— Alix Yin Fu, recibía su propia serie, La tigresa blanca también de serie negra, con algo menos de humor y más drama e intriga.

Aunque bastante más tarde del momento en que se publicaron en Francia, aquí estos álbumes nos llegaron gracias a Dibbuks que publicó los tres primeros tanto de Los innombrables como de La tigresa blanca. Costaba entender qué tenía de malo todo aquello. Porque seguía siendo bande desinée, en el fondo. Había sentido de la justicia; aunque a veces los protagonistas buscaran alguna parte de lucro por el camino. Habían fuertes lazos de amistad; aunque los protagonistas se hicieran la puya constantemente. Y había espacio para el amor; pero eso no impedía que también se pudiera echar un casquete que otro.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)


Los otros por Paco Roca

 


El Pais Semanal número 1.991

Domingo 23 de diciembre de 2014

¡Hey, tú, atrapa esa bola!

Llega a las librerías ‘Bola Ocho’, un tomo integral con toda la trayectoria de esta singular revista creada por el genial Daniel Clowes



José Luis Vidal

10 de noviembre 2024

Por si no os suena su nombre, cosa que dudo a estas alturas de la película, Clowes es, junto Robert Crumb, los Hernández Bros o Peter Bagge (entre otros), uno de los grandes nombres del comic independiente norteamericano, el underground.

Y al igual que ellos, su talento comenzó a llamar la atención de los lectores cuando comenzó a publicar una revista, Eigthball, donde volcó todo ese personal universo que le caracteriza como uno de los autores de cómic más personales del panorama mundial.

Aquí en España, la verdad es que hemos sido muy afortunados, ya que su obra ha sido publicada casi en su totalidad. Pero ese ‘casi’ ha sido completado gracias a la labor de la editorial Fulgencio Pimentel, que nos hace un tremendo regalo a todos los seguidores del autor nacido en Chicago. Nada más y nada menos que una edición integral, tremendo volumen, que contiene toda la trayectoria de la publicación Bola Ocho, del número 1 al 18.

Sí, para los listillos, los completistas que alcen la voz diciendo que la revista llegó hasta la entrega 23, el propio Clowes explica que esos números ya no pueden considerarse ‘revista’, ya que recopilaban historias completas.

Así que, ya una vez aclarado esto, ponte tu mejor batín, siéntate en un mullido butacón y con tus gafas 3D puestas lánzate a la experiencia que es sumergirse en el Universo Clowes.

Pero una advertencia, si eres de aquellos que se ofende por todo, que debajo del jersey llevas una camiseta donde pone “Amo la corrección”, más vale que lo dejes, ya que la mayoría del material, por no decir todo, que te vas a encontrar dentro de este tomo lleva una gruesa capa de ironía, ya que con esos planos frontales tan característico de los personajes de Clowes, o de él mismo convertido en protagonista de la historia, el autor nos va a explicar por qué odia a la mayoría de la gente que se cruza con él, ya sea en el metro, o hablando de su ciudad de origen, sin dejar títere con cabeza.

Como servicio público, Bola Ocho es un vehículo en el que vamos a conocer cómo será el futuro pasado por la vitriólica túrmix del autor, que nos deja con una media sonrisa en los labios, y preso de irrefrenables escalofríos.

Aunque, una de mis historias cortas favoritas incluidas en este volumen es la que nos lleva de la mano al peculiar mundo de las escuetas de arte, por la que el mismo Clowes pasó en su momento. Art School Confidential retrata a la perfección a la fauna que te vas a encontrar en estos lugares en los que, por desgracia, no abunda demasiado el talento, más bien todo lo contrario…

Clowes es un auténtico genio a la hora de crear esa pequeñas píldoras rellenas de bilis donde vuelca toda su mala baba, metiendo el dedo en ojo del lector, como por ejemplo las tituladas Materia prima, donde hace un repaso por un divertido catálogo de especímenes con los que se cruzaba en su momento.

Otra de sus habilidades como creador es la de dar a la luz personajes únicos, cuyos nombres se nos van a quedar grabados en la memoria y su aspecto en la retina. Tipos como Lloyd Llewellyn, Pollafina el Follabichos, Zubrick y Pogeybait, Grip Glutz, Octomorfo, Hippypants y Peace Bear o Rey Ego son algunos de los peculiares tipos que van a pasearse por estas páginas.

Pero como decía aquel, “¡Nos se vayan todavía, aún hay más!”. Y es que junto a este puñado de relatos cortos, Daniel Clowes serializó obras que lo alzaron al Olimpo de los grandes del Noveno Arte, como esa surreal y bizarra maravilla titulada Como un guante de seda forjado en hierro, donde seguiremos las pesadillescas peripecias de su protagonista, Clay Loudermilk.

Por no hablar de Pussey, cuyo protagonista, un tipo tan inexpresivo como talentoso, se va a ver metido de cabeza en la peculiar industria de los comic-books, de la mano de personajes tan pintorescos como el Doctor Infinity o Gummo Bubbleman… ¿Qué puede salir mal?

Y tal vez la que sea una de sus obras más famosas y exitosas, tanto que hasta tuvo una versión para la gran pantalla. Ghost World, en la que conoceremos a sus dos protagonistas, Enid y Rebecca Doppelmeyer, dos chicas, grandes amigas, que viven el día a día con una fuerte carga de cinismo y junto a ellas vamos a recorrer el inevitable camino que conduce de la juventud a la madurez, con todo lo que esta experiencia vital conlleva.

Una auténtica maravilla esta aventura que se inició en el ya lejano año 1985 y que, recorriendo sus coloridas páginas, no ha perdido nada de frescura, convirtiéndose en un bálsamo contra el aburrimiento. Tan solo hay que pasearse por la sección de correo para leer las divertidas, alguna veces, y ofendidas, en otras ocasiones, opiniones de los lectores. Entre ellas vais a reconocer algún que otro apellido…

Sin pensarlo dos veces lanzaos a esta experiencia única, os aseguro que merece la pena y al terminar, gritareis a los cuatro vientos ¡¡Gracias, Daniel Clowes; gracias, Fulgencio Pimentel!!


Diario de Cadiz

domingo, 10 de noviembre de 2024

La carta esperada

El color rojo de su vehículo anunciaba la llegada del amable cartero, cargado de misivas

José Luis Vidal

07 de noviembre 2024 


Cerremos los ojos y, haciendo uso de la imaginación, trasladémonos a un lejano lugar, sito en Corea. Su nombre es Yahwari, y es una villa en medio del campo donde a todos nos gustaría vivir, ya que la placidez, la tranquilidad más absoluta, rodeada de naturaleza, es una de sus cartas de presentación.




La bicicleta roja 1

Autor: Kim Dong-Hwa

Tapa blanda

Color

360 págs.

25 euros

Planeta Cómic


Este punto del mapa tiene una muy especial característica, y es que está muy diferenciado por dos zonas: Sedong, donde urbanitas han huido del bullicio y las aglomeraciones de las grandes ciudades para vivir tranquilos.

Y Yetdong, donde tan solo vamos a encontrarnos con ancianos, gente mayor que pasan sus últimos días, la mayoría en soledad, ya que sus descendientes se han trasladado a otros lugares.

¿Y cuál es el nexo de unión entre estos dos lugares?

Pues nada más y nada menos que el cartero, aquel que subido a su bicicleta recorre kilómetros y kilómetros para entregar el correo a sus destinatarios. Llueva, haga sol, él siempre va a cumplir con su labor, sin que una sincera sonrisa abandone su rostro que, aunque bastante joven, ya cuenta con una larga experiencia y se ha ganado la confianza, y hasta el cariño, de los habitantes del lugar, que lo aprecian como a uno más, debido sobre todo a su extrema amabilidad.

Pero es que este empleado de Correos no lleva solamente cartas, sino que, como podremos ver en más de una de las historias incluidas en este volumen, la cestilla de su vehículo se va a llenar de vegetales, frutas y demás artículos que el voluntarioso joven se ofrecerá a trasladar y entregar en diferentes puntos de la geografía del lugar.

Son tantos, y tan largos, los recorridos que el protagonista realiza a diario que no es para nada inusual que se encuentre con más de una caminante a las que ofrecerá gustoso el poder compartir la bicicleta, para así poder llevarlas a su destino.

Y así, a lo largo de un buen puñado de breves relatos, que no suelen extenderse más allá de las cuatro páginas, el autor de este manhwa, el maestro Kim Dong-Hwa, nos demuestra con una narrativa sencilla, que roza por momentos lo naif, como todas esas pequeñas historias van formando un enorme tapiz que, visto en retrospectiva, nos traslada a un lugar, y a una manera de comportarse, alejados del hormigón, el cemento, el ruido y las prisas, en un paraje en el que a muchos de nosotros no nos importaría vivir.

Todos los habitantes de Yahwari forman, tal vez sin que ellos se percaten, una gran familia que, unidos por la presencia del cartero y su bicicleta roja, nos va a permitir colarnos en sus vidas, a veces con anécdotas divertidas, otras muy poéticas y, como no podía ser de otra manera, algunas tristes, que harán que la casi eterna sonrisa del protagonista se borre de sus labios.

Pero así es la vida en este lugar.


Diario de Cadiz


Cómo vestir para viajar en avión

 Vestidos para la aventura / Jacinto Antón

El actor George Peppard en una escena de la película Las águilas azules (1966)


Soy de las pocas personas, imagino, que viajan en avión llevando consigo la famosa Blue Max, la condecoración de los pilotos alemanes de la I Guerra Mundial. La mía no es original (valen una pasta), sino una estupenda copia de la tienda barcelonesa Veteran Militia. Pero me hace sentir allá arriba como el mismísimo Barón Rojo. La medalla no me libró el otro día de acabar el vuelo Berlín- Barcelona cubierto de sangre, igual que Richthofen en su vuelo postrero en 1918 sobre las trincheras. En mi caso no fue una rezagada bala del as canadiense Browne, sino el tremendo maletazo que me arreó un desconsiderado pasajero con prisas.

Habíamos aterrizado ya, el individuo se levantó como un resorte, abrió el compartimento encima de mí y tiró brutalmente de su pesada maleta, que me cayó directamente en la cara rompiéndome un labio. Le afeé su acción escupiendo sangre, pero el tío me miró como si pensara en rematarme y espetó: "Es que si no os apartáis para dejar salir...". Me quedé tan estupefacto  que no alcancé a enfangarme en una guerra de maletazos. El violento pasajero se marchó muy deprisa y yo me quedé disfrutando de la solidaridad que despertó mi herida.

El episodio me ha hecho reflexionar sobre las aventuras que vivimos a bordo y, de manera más prosaica, en qué nos ponemos para volar. Es evidente que a mí me hubiera ido bien viajar con el casco de vuelo, lo que hubiera añadido parecido con el Von Richthofen interpretado por Carl Schell en, precisamente, Blue Max (1966), titulada aquí Las águilas azules, aunque me asemejo más al John Philip Law de Von Richthofen y Brown (1971). Yo, la verdad, siempre me equivoco en la ropa que elijo para el avión. Cuando hace calor en el aparato voy excesivamente abrigado y al contrario cuando hace frío. Es cierto que el asiento que ocupas es fundamental:  tanto da lo que te pongas si te toca en medio de dos jugadores griegos de básquet como me pasó el otro día en un viaje a Atenas, donde quedé laminado y arrugado como el queso de un sandwich.

A veces veo a pasajeros que visten admirablemente para el trayecto. Ropa cómoda y a la vez elegante: ese milagro. Y además son guapos. Hay esa categoría de hombres viriles y atractivos, evidentemente muy viajados, que hasta te sonríen compasivos al verte: "Pero qué te has puesto, tío", parecen decirte. Nunca cargan más de lo necesario e invariablemente visten americanas que no se arrugan, tres cuartos entallado perfecto, abrigos progres tipo Olivier Martínez en Infiel, gabardinas que les quedan como un guante. Nunca llevan bolsas de plástico. Y jamás  piden Pringles cuando pasa el carrito. Estan también esas mujeres jovenes que saben viajar solas por el mundo, a Londres, por ejemplo, y que aciertan siempre con lo que llevan, el abrigo al brazo o dispuesto con gracia infinita sobre la maleta de ruedas, bellas y seguras de sí mismas, y además se quedan fritas a los cinco minutos de despegar.

¡Qué arte saber vestir para volar! Llevo millares de aviones y sigo sin acertar, y mira que me fijo. Al menos ahora volaré con cicatrices en la boca, que ni me hacen más elegante ni viajar más cómodo, pero bueno, me dan un punto. Y algún día volveré a encontrarme al tipo de la maleta, y para eso sí que voy a estar preparado.


Revista ICON nº 124 Noviembre 2024



sábado, 9 de noviembre de 2024

¡Oh, diabólica ficción! por Max

 



El Pais Semanal número 2.005
Domingo 1 de marzo de 2015

EL INCAL /Alejandro Jorodowsky y Moebius



Dibujo del maestro Moebius y guion del polifacético Alejandro Jodorowsky. El Incal se publicó entre 1980 y 1989. Inicialmente, fue concebido como el storyboard de Dune, la obra de Frank Herbert, una de las sagas de ciencia ficción más aclamadas de todos los tiempos, pero el proyecto de la película al final no salió adelante por desgracia o por fortuna y solo quedó el cómic.

En aquellos tiempos la que sí que se rodó fue la trilogía de la Guerra de las Galaxias de George Lucas, Robert Wise también llevó a la gran pantalla por primera vez la serie de Star Trek. 007 fue al espacio en Moonraker, Ridley Scott filmó Alien y a continuación Blade Runner. La adaptación británica de Flash Gordon, de 1980, generaría sus dudas pero luego fue una estrella del videoclub. Y en televisión apareció Galáctica, estrella de combate, los dibujos animados de Ulises 31... En el cambio de década el espacio era el gran referente de la ficción y eso tuvo su reflejo en los tebeos. En España su máximo exponente fueron las revistas 1984, CIMOC, donde Moebius publicó sus trabajos, o la Metal Hurlant española, en la que apareció El Incal.

Dicho todo esto, El Incal fue la madre de todas las space opera. Las habrá más trepidantes, las habrá más detallistas, pero ninguna tan ambiciosa. Hay quien ve aquí el mayor de sus problemas, al considerar que hace un tratamiento superficial de todos sus ricos hallazgos, y para quien, sin embargo, es una sucesión maravillosa de sorpresas. Queda a juicio de cada uno.

El protagonista de la historia es John Difool, un detective «clase R». Un día, cuando acompaña a una anciana que por medio de un holograma que la rejuvenece quiere pasarse una noche de sexo salvaje en los bajos fondos, se ve inmerso en una persecución y, por casualidad, le entregan el Incal, una luz misteriosa.




Con esa premisa, parecida a la de El Señor de Anillos de Tolkien, un individuo de bajas pasiones, chistoso, débil, egoísta, pero también capaz de hacer cualquier cosa por amor, un humano, en definitiva, se enfrentará ni más ni menos que al orden establecido del universo y su demiurgo. Al principio, es una trama futurista de género negro, con sus intrigas políticas, pero a continuación va in crescendo hasta terminar siendo toda una odisea de matices seudofilosóficos y religiosos.

Las obsesiones de Alejandro Jodorowsky son bien conocidas. El tarot, las religiones orientales, la mitología, todo lo que a uno se le pueda venir a la cabeza ajeno al pensamiento racional tiene cabida en El Incal. Sumado a que la acción es incesante y no hay un solo momento de respiro, difícilmente podremos encontrar en otro tebeo un viaje tan pasado de vueltas como este.

Y si bien la gran historia es ambiciosa y permite múltiples interpretaciones y discusiones sobre su significado, no son menos interesantes los detalles. El protagonista está deseando buscar «homeoputas» allá donde va. La televisión basura está omnipresente, es el método de control de toda una galaxia, es significativo que cuando al presidente del planeta le clonan a un cuerpo más joven y fuerte, se retransmita en directo para todos los planetas. Y cuando acaba la conexión, el locutor dice: «volvemos a nuestro programa de evasión “Pipí, cacá, popó”».

En cada página aparecen nuevos personajes cada vez más delirantes y fruto de una imaginación hiperactiva: las psicorratas, que cuanto más se las teme más se multiplican; los troglosocialisk, que irrumpen en el Congreso estelar en plan Tejero; la endoguardia con sus armaduras que luego fueron imitadas hasta la saciedad en el cine de ciencia ficción. O escenarios fantásticos como la selva de cristal que hay en las profundidades de un subsuelo relleno de basuras y excrementos. Hay dibujos a página entera fascinantes. Unas escenas a las que podría haberse referido el replicante de Blade Runner al final de su vida. En El Incal Jodorowsky escribe: «Qué espectáculo, más de cien mil medusas mutantes al asalto de los diez mil huevo sombra devoradores de soles». Y Moebius lo dibuja.

Los momentos de máxima acción son un circo de tres pistas del que no se puede levantar la vista. Los desenlaces no son menos apasionantes, como cuando Difool tiene sexo con la protorreina Barbarah y engendra a una nueva raza a su imagen y semejanza, todo un delirio seudorreligioso y sobre todo freudiano. No en vano, el protagonista acaba enfrentado cara a cara al padre creador de todo.

El final de la historia es bastante discutido, pero termina en círculo donde empezó, lo que ha permitido que sigan las secuelas y precuelas, Antes del Incal, Después del Incal o El final del Incal. Además, a partir de uno de los personajes de este universo surgió otra obra maestra como es La casta de los Metabarones. La ampliación del universo continuó posteriormente con Los tecnopadres.

A mucha gente joven que se acerca ahora a El Incal le cuesta sumergirse en la historia. Es un universo excesivamente surrealista, tal vez, u onírico, pero esa era la imaginación desbordante que imperaba en los cómics de ciencia ficción de aquella época, no solo en los de Jodorowsky. No obstante, los suyos fueron los que dejaron una huella más profunda en un par de generaciones de lectores.


Jot Down - Los 100 Tebeos Imprescindibles (2014)