miércoles, 14 de marzo de 2012

La exposición 'Panóptica' del dibujante Max ofrece una visión de tres décadas de su obra.

El autor publicará este año la novela gráfica 'Vapor'
FOTOGALERÍA Del 'underground' al Premio Nacional de Cómic
AURORA INTXAUSTI Madrid 24 FEB 2012 
periodico El Pais






'Díptico', portada de NSLM (2004).
©MAX / VEGAP



"Buscar la verdad de las cosas desde una vertiente fantástica y nada realista. Me gusta ambientar mis dibujos en un mundo extraño, exótico, pero muy pegado a la realidad social que nos rodea". Con estas palabras define Max su trabajo como ilustrador, dibujante  y creador de novelas gráficas. Es uno de los artistas españoles más prestigiosos de su género al que el Instituto Cervantes, de Madrid, abre sus puertas a través de la exposición Max. Panóptica (1973-2011), un recorrido en el que muestra desde la osadía de sus primeros dibujos al trabajo reposado con el que ha llegado al punto que deseaba.

El director del Cervantes, Víctor García de la Concha, considera esta muestra como un homenaje al trabajo "intensivo y renovador" del autor y "un reconocimiento a la literatura gráfica que se produce en España". La trayectoria de Max comienza en la década de los setenta, en la que su obra se vería influenciada por el underground norteamericano, especialmente por Robert Crumb. En 2007 fue el primer autor galardonado con el Premio Nacional de Cómic. Asimismo, ha publicado trabajos en periódicos como The New York Times y colabora semanalmente en Babelia, de EL PAÍS.

La obra de Max se exhibe hasta el 13 de mayo en la sede madrileña del Instituto Cervantes. Un trabajo que "se ilumina desde un punto inesperado y muestra los lados que se encuentran más ensombrecidos”. La exposición Max. Panóptica 1973-2011 aborda en cuatro bloques las distintas décadas de trabajo del dibujante catalán, y recoge más de 200 obras del autor, entre los que encontraremos dibujos, bocetos, libros, fotografías, carátulas, entre otros objetos. "El mundo del coleccionista en el universo de la ilustración no está bien pagado. Como sé que no me van a dar lo que vale mi trabajo prefiero quedarme yo con mi propia obra". Max posee dibujos desde sus inicios: "Cuando uno es joven es más insolente. No te importa tanto que los dibujos no sean perfectos. Cada mes publicaba en la revista El Víbora". La desaparición de las revistas mensuales de cómics en la década de los ochenta y principios de los noventa obliga a muchos dibujantes de cómics a dedicarse a la ilustración y otros como Capdevila lo hacen por placer. "Yo hago cómics cuando tengo una buena historia que contar, sino me dedico a otras actividades". En el Instituto Cervantes están expuestas las portadas de discos para grupos como Radio Futura, Los Planetas o Kiko Veneno & Juan Perro, personajes como Peter Pank, Gustavo o el más reciente Bardín.

Ahora está trabajando en una novela gráfica, Vapor, que será editada por La Cúpula este año. En ella, dice Max "cuento la historia de un tipo que está harto del mundo y decide retirarse al desierto, pero ni siquiera allí puede vivir alejado de lo que aborrece". El libro descubre "cómo el mundo que nos ha tocado vivir se ha convertido en un circo que te hace estar constantemente distraído para no reflexionar".

Al contrario que otros dibujantes, Max reivindica su faceta de ilustrador porque "algunos encargos son muy chulos, lúcidos y en ellos te puedes explayar. Por ejemplo, el que aparece en la exposición de la Feria y Fiestas de Sevilla en el que hay una atmósfera más acorde a la ciudad y otra parte más abstracta más próxima a como yo la imagino. Figura una parte en negro y otra muy colorista; un choque entre una yegua y un toro, entre lo masculino y femenino. Representa una dinámica de principios opuestos, un punto conceptual común en mis trabajos". Max está muy satisfecho de algunas de sus obras, como la portada de Navidad de la revista New Yorker, de la portada del disco con Pascal Comelade, y del libro ilustrado El caballero, la muerte y el diablo, editado por Media Vaca con texto de Marco Venedi.




Cartel de la gira "Vienen dando el cante", de Kiko Veneno y Juan Perro (1993).
©MAX / VEGAP



'Pesadilla de una noche de verano' (1997).
©MAX / VEGAP


Los Planetas. 'Una ópera egipcia' (2010).
©MAX / VEGAP


'Esplasueños' (2003).
©MAX / VEGAP



Ilustración 'Vampizombi' (2010), para el suplemento Babelia.
©MAX / VEGAP




'Bardín. El Superrealista' (1997).
©MAX



'Peter Pank' (1984).
©MAX




'El prolongado sueño del señor T' (1997).
©MAX


'Algo grotesco' (1983).
©MAX




MATASELLOS DESDE... JAPÓN


Inoue, maestro del manga se rinde a Gaudí
El cómic 'Pepita' es un homenaje a la mujer que rechazó en matrimonio al arquitecto de la Sagrada Familia
GONZALO ROBLEDO Tokio 22 FEB 2012 
periodico El Pais






Las estanterías de las librerías japonesas han hecho hueco recientemente a un libro sobre la singular obra y la no menos peculiar vida de Antoni Gaudí titulado Pepita. La diferencia con cualquier otro trabajo de referencia de cualquier otro lugar del mundo es que, en esta ocasión, el legado del arquitecto catalán ha sido revisitado y filtrado por el maestro del manga Takehiko Inoue, conocido por la serie de anime sobre baloncesto Slam Dunk, y que entró en contacto por primera vez con la figura de Gaudí cuando viajó a Barcelona para ver el Dream Team de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de 1992.

El título, Pepita, es un homenaje a la única mujer que se nombra en la vida de Gaudí, y es el resultado de un segundo viaje a Barcelona que realizó en mayo pasado tras recibir la sugerencia de una editorial japonesa de explorar sus afinidades con España y con la obra del genio modernista. “Viajé a Barcelona sin una idea clara. Con mi editor hablamos de que iría a buscar una semilla que germinara”, señala el autor, nacido hace 45 años en Kagoshima, un puerto sureño que figura en los textos de historia por ser allí donde a mediados del siglo XVI desembarcó el primer español que conocieron los japoneses, el jesuita navarro Francisco Javier.


La portada de 'Pepita'
En su estudio de Tokio, situado en una céntrica avenida vecina al barrio cultural de Shimo-kitazawa, Inoue arranca con un comentario que justifica su actitud distendida pese a tener en su mesa decenas de dibujos esperando cierres de edición: “De Gaudí aprendí a no apresurarme. En el mundo del manga estamos siempre corriendo y buscando buenos resultados continuamente. La prisa me ha dejado rendido y en general me ha traído consecuencias negativas. Darme cuenta de eso fue para mí la principal lección de Gaudí.”

Autores como Inoue publican sus historias semanalmente en revistas y las recopilan varias veces por año en tomos que se venden por millones y contribuyen a que el manga sea un género decisivo para la industria editorial nipona. En 2011 se vendieron más de 500 millones de tomos de manga, casi un 40 por ciento del total de libros facturados ese año. Pepita, con una tirada modesta para Japón de solo 25.000 ejemplares, puede ser un diario de viaje o un reportaje con fotos intervenidas con dibujos y comentarios. Inoue lo califica simplemente de “cuaderno de apuntes”.





Los bocetos y las leyendas escritas a mano por el autor permiten vislumbrar un proceso creativo que, según explica, dominan sus personajes. “No fabrico tramas en las que inserto los personajes. Hago historias guiado por el personaje y por la autenticidad de sus reacciones ante una situación” dice, para añadir que su viaje a Barcelona para conocer y explicar la vida de Gaudí incluyó encuentros con estudiosos, arquitectos, maquetistas y hasta una descendiente del maestro modernista.

En Reus y Poblet, Inoue evocó la infancia de Gaudí visitando sus calles, escuelas y parques. Escuchó relatos, miró fotografías, esbozó caras y llenó su libreta con una amplia colección de retratos del pequeño Tonet, de su padre, de sus amigos, de obreros actuales de la Sagrada Familia y de un artesano de 95 años llamado Joaquim que, como muchas personas que conoció, le cayó en gracia. “El carácter amistoso de la gente me hizo sentir muy a gusto desde un comienzo”, anota confirmando la familiaridad habitual que siente el japonés que visita España y que alcanza una de sus cotas más altas cuando descubre que el arquitecto más famoso de ese lejano país tenía una percepción de la naturaleza similar a la que rige desde hace siglos la religión panteísta de Japón.

En Pepita aparecen exquisitos dibujos de árboles sinuosos, hojas arrugadas, tortugas, salamandras y peces dibujados con la técnica de colores fragmentados del trencadís. Una gran mancha de tinta que chorrea sobre un papel invertido, forma una Sagrada Familia fantasmagórica por la que transita el anciano Gaudí. Sin llegar a desarrollar secuencias de manga, Inoue describe con gráficos detalles poco divulgados de la vida de Gaudí, como la influencia del oficio de calderero de su padre a la hora de concebir volúmenes considerados imposibles para las técnicas arquitectónicas de su época.


La Sagrada Familia de Gaudí vista por Takehiko Inoue
En el libro, Inoue dedica un sitio de honor a los encuentros con Pepita, la única mujer fuera de la familia que se conoce en la vida del venerado arquitecto y quien, pese a simpatizar con él durante varios años, declina su propuesta de matrimonio. Uno de los episodios centrales del libro es la visita de Inoue al taller de la Sagrada Familia donde el escultor Bruno Gallart lo invita a escribir una frase en japonés para tallarla en una de las fachadas del templo en la que figuran las peticiones del Padre Nuestro en varios idiomas. Consciente de las implicaciones de que un artista no creyente deje su huella en el monumento religioso más visitado de España, Inoue titubea y luego se convence a sí mismo con una reflexión que a su manera le permite acercase más a la filosofía de Gaudí.

“Al no ser creyente y no conocer los evangelios dudé si era yo la persona más apropiada. Pero luego me di cuenta de que, al igual que Gaudí, yo creo en algo que está fuera de las religiones y dentro de la naturaleza. En las divinidades que están en los seres vivos, como los árboles y los animales”. Tras estudiar la frase que le asignan (“Líbranos del mal”) y confirmar que el significado es afín a su visión amplia de los credos del mundo, moja sus pinceles en tinta y se pone manos a la obra. La frase, en caracteres japoneses, adornará el pórtico de la Gloria.

Pepita es una inusual publicación que en las librerías de Tokio se puede encontrar en las secciones de manga, arte y arquitectura y tiene visos de convertirse en un raro ejemplar de colección. Los lectores que esperaban de Inoue un manga convencional sobre Gaudí pueden quedar sorprendidos con el formato, pero sus seguidores, que incluyen personas maduras que lo leen desde sus primeras entregas de Slam Dunk, consideran la obra coherente con la trayectoria de un autor que trabaja fuera de las pautas establecidas y que más que romper moldes prefiere inventarse los propios.


Slam Dunk, la historia de un indómito e inadaptado joven que se enrola en un equipo escolar de baloncesto para dejar atrás una larga racha de 50 rechazos amorosos, fue ambientada por Inoue en un deporte menor en un país que desde inicios del siglo veinte asiste en masa al béisbol y más recientemente llena estadios de fútbol. Con Vagabond, Inoue dio otra muestra de singularidad cuando se trasladó a la época juvenil de Miyamoto Musashi, la más borrosa para los estudiosos del renombrado guerrero samurái del siglo XVI, y creó un personaje áspero, vulnerable y menos heroico que el personaje reverenciado repetidas veces en películas, obras literarias, telenovelas y series de manga.

A modo de despedida, Inoue cuenta que decidió llamar al libro Pepita cuando supo que en español la palabra puede ser interpretada como “semilla”: la que finalmente germinó en un viaje sin pretensiones y que casi por azar concluyó con su vinculación permanente al legado de un genio de la arquitectura mundial.




lunes, 12 de marzo de 2012

Jean Giraud (Moebius)-1938-2012










Parece obligado, y lo es. Hablar de Jean Giraud, o de Moebius.
No soy el único, ayer conocí la noticia a través de la edición digital de el periodico el Pais , hoy le dedican un largo articulo  , también otras páginas que acostumbro a transitar, así en Drawn nos muestran un video suyo dibujando en una pantalla cintiq  ,en Cartoon Brew le dedican un articulo, videos y unos cuantos twitters de pésame de autores actuales  , en lines and colors se implica de forma espectacular y articulos aparte añade muchos enlaces dedicados a un Genio de la Historieta.

Mi conocimiento, no así mi amor por la Historieta, fue creciendo de forma progresiva, nunca de una forma regular y desde luego en muchos aspectos errática, de hecho aún estoy en ello y es más que probable que no acabe nunca mi educación, como espero que la Historieta crezca siempre para mejor.

Divago. 

Conocí las historietas del Teniente Blueberry, y las mejores de estas: Chihuahua Pearl, El hombre que valía 500.000 dólares y Balada por un ataud. De hecho este último título me parecía particularmente escalofriante, no es que omita o no me gusten el resto de obras de Blueberry, ni la Mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro que marcan un singular punto de partida, sino que Charlier brillaba especialmente uniendo tramas de la obra del Teniente Blueberry en la trilogía mexicana. Eso fue el principio, despues apareció Moebius y El Incal, ilustraciones increibles, y una huella indeleble. La trayectoria de Giraud/Moebius parecia tornarse una leyenda: soryboard y proyectos cinematográficos,  parques de atracciones, películas de animación.
Me marcó para la Historieta como ningún otro, de hecho, frente a mí y a pesar de tener bastantes cosas para enmarcar tan solo tengo un cuadro dedicado a la Historieta y es un poster de una ilustración dedicada a Blueberry de Edition AEDENA de 1984.  Como curiosidad, en una ocasión, permanecí mudo, literalmente, completamente incapaz de articular palabra en su presencia, en una fiesta dedicada al artista en el Salón del Comic de Barcelona, La Mutación Azúl de los 70´s al 2000 en la sala OTTO ZUTZ, tengo un garabato suyo,  no creí que fuese a acudir pero allí estaba y bueno, ahora ya no está, que descanse en paz.




viernes, 24 de febrero de 2012

La mirada del actor





 Michelle Pfeiffer encandila a la audiencia como la cantante Susie Diamond en "Los fabulosos Baker Boys", rodada en 1989 junto a los hermanos Jeff y Beau Bridges.



Hay quien aprovecha las pausas de los rodajes para hacer punto. Yo hago fotos". Así, por un motivo tan prosaico y tan poco misterioso como evitar el aburrimiento, Jeff Bridges descu­brió el otro lado del objetivo y, de paso, su mira­da oculta. Susan, su esposa desde hace 18años, fue quien le dio la excusa: le regaló una Wi­delux, una curiosa cámara panorámica que alum­bra fotografías en blanco y negro en el formato ci­nemascope que se utilizaba en los años cincuen­ta. Divertido, Bridges adoptó la cámara como mascota. "Empecé a llevármela a los rodajes. como un simple hobby. Y si veía algo que me lla­maba la atención, disparaba". Durante años, Bridges ni siquiera utilizó fotómetro: medía la luz
a ojo, por las bravas, y no se rompía la cabeza en cuestión de composición. Así capturó rodajes como A la mañana siguiente, Tucker, Los fabulo­sos Baker Boys, Texasville, El rey pescador, Sin miedo a la vida o Tormenta blanca, y así adoptó su nueva personalidad de mirón, tan respetuoso como indiscreto. Y resultó que Bridges no es un fotógrafo al uso, ni siquiera un aficionado como Dios manda. Resultó que Bridges, que ahora be‑











 Arriba, los hermanos Bridges retocan su maquillaje en un descanso de los fabulosos Baker Boys'. Abajo, Gil Combes, doble de Jeff Bridges, se enfrenta a Nueva York en 'Sin miedo a la vida', de Peter Weir


ne 46 años, no se limitaba a retratar el resplandor de Micheile Pfeiffer, la sonrisa de Cybill Shepherd o el glamour del star-system. No, en la cámara de Bridges, como por arte de birlibirloque, se cuelan también las trastiendas de los platós, los cables enredados en el suelo, las conversaciones ca­suales de los eléctricos, los reflectores arrincona­dos, la mirada perdida de una maquilladora can­sada, una script tomando café, los gritos del equipo de producción y hasta los cinturones con herramientas que llevan los de efectos especia­les. Bridges se infiltra en el rodaje como un duen­de silencioso y espía cuidadosamente lo que se cuece y cómo se cuece. Y al final de la película, a modo de disculpa, regala a cada miembro del equipo un libro con todas sus fotografías. Les ha robado el alma sin que se dieran cuenta, es cier­to, pero tiene el detalle de devolvérsela envuelta en papel satinado. Su primera exposición profe sional se celebró en 1993, en una galería de San ta Mónica. Se titulaba Perdiendo la luz: foto grafías en e/ set y destinaba todos los beneficio: de sus ventas a End Hunger Network, una orga nización destinada a erradicar el hambre en E mundo sirviéndose de agresivas campañas di publicidad de la que Bridges es cofundador "Hace unos 15 años comprendí la gravedad de



Arriba, el director Peter Bodganovich prepara una toma de Texasville'. Abajo, Francis Ford Coppola recibe un relajante masaje durante el rodaje de Tucker, un hombre y su sueño'.




problema del hambre en el cundo", afirma. "La estadística que me abrió los ojos fue que cada tres días muere tanta gente de hambre como la que mató la bomba de Hiroshima. Hay que hacer algo: hay suficiente comida en el mundo, hay su­ficiente dinero y sabemos cómo acabar con el problema". La fotografía, sin embargo, no es la única vertiente artística de Bridges: también pinta -ha realizado varias exposiciones- y canta, compone y toca el piano, como demostró en Los fa­bulosos Baker Boys o en la banda sonora de John and Mary. Bridges ha recorrido un largo ca­mino desde que saltó definitivamente a los bra­zos del gran público con 27 años, gracias al pe­ludo King Kong y a una recién estrenada Jessica Lange. Desde entonces, más de 40 películas completan su currículo, adornado con nombres de grandes directores como Bodganovich, Huston, Coppola o Peter Weir, y con tres candidatu­ras al Oscar. Bridges, sin embargo, sigue sin al­canzar la categoría de megaestrella. "Gracias a. Dios", suspira complacido. "Nada me molestaría' más que eso". Criado a la sombra de dos instituciones de Hollywood -sus padres son Lloyd Dorothy Bridges-, el pequeño Jeff debutó en la pantalla grande con sólo ocho meses. Corría el año 1950, él llevaba pañales y Jane Greer le sostenía en brazos en The company she keeps. Lue­go vendrían varios episodios de la teleserie Sea Hunt junto a papá Lloyd, capítulos de Lassie y de The FBI, clases familiares de interpretación sen­tado en la cama después de cenar y muchos. muchos ensayos con su hermano Beau. "Mis pa­dres son mis héroes", afirma Bridges. "Puedo ha­blar sobre ellos durante horas. Uno de sus con­sejos es: 'Haz una superproducción y engorda tu cuenta corriente de manera que luego puedas hacer lo que quieras'. Y he comprobado que tie­nen razón. Ahora puedo hacer lo que quiero". Lo que quiere, de momento, es estrenar cuanto an­tes El espejo tiene dos caras, película en la que ha podido retratar con su Widelux a su protago­nista, directora y productora Barbra Streisand y la mítica Lauren Bacall, y pasar el mayor tiempo posible en su rancho de Montana, junto a sus tres hijas –de 14, 12 y 10 años– antes de enfren­tarse con un nuevo reto: su debut como director con The giver, basada en un premiadísimo relato infantil. El equipo de The giver ya sabe lo que ocurrirá: durante el rodaje, sus almas les serán robadas, pero justo el último día Bridges se las devolverá impresas en blanco y negro, para lue­go publicarlas, exponerlas y venderlas para paliar el hambre en el mundo. / Texto: Koro Castellano



El Pais Semanal año 1996

Ricardo Sanfeliz

El Arte como reposo del guerrero






Un hombre que es una extraña simbiosis: militar y artista, duro y blando, un algo arisco y un mucho cordial. Depende de cómo se le conozca, y depen­de de cuánto tiempo haga y en qué circunstancias. Para mí personalmente, como vieja pieza del de­corado de Selecciones Ilustradas que soy, Sanféliz es un personaje entrañablemente extraño y desen­cajado del ambiente que era aquella S. I. de los años 60. Un militar cuarentón entre un grupo de chavales de lo más desmelenado e indisciplinado es realmente un contraste que ahora, con el paso de los años, se hace aún más acusado. Y, veinte años más tarde, cuando uno tiene la edad que Sanféliz tenía en aquella época y cuando él es un hombre retirado que vive una existencia tranquila y apaci­ble, en su casa, rodeado por su esposa y sus hijos, el reencuentro es una especie de análisis y de exa­men de conciencia con respecto a los cambios que los años pueden obrar en nosotros. Antes que nada, entremos en materia con unos datos biográficos que nos evitarán que la conversación discurra por otros cauces que no sean los de un agradable reen­cuentro con un amigo que se nos perdió de vista casi veinte años atrás.





— ¿Qué fue antes, el huevo o la galli­na? ¿Fuiste antes dibujante o militar? —Pues no fue ni el huevo ni, la gallina, fue la vaca. Yo, ya de muy pequeño, dibujaba vacas, unas vacas con las tetas muy gordas. Pero, en realidad, las dos vocaciones fueron muy simultáneas. Cuando ingresé en la Academia Mi­litar, en Zaragoza, seguí dibujando. Pero la verdad es que el dibujo lo lle­vaba dentro y la vocación militar tam­bién, porque en mi familia, desde siem­pre, ha habido militares.
—Entonces, ¿fue a causa de tu entrada en la Academia Militar cuando se pro­dujo el, nacimiento de tu interés por el tema del soldado y el caballo?
—Lo de los caballos fue posterior a mi salida de la Academia. Estuve tanto tiempo viéndolos a diario que acumulé muchas imágenes que luego desarrolla­ría en mis cuadros.
Lo que parece evidente es que, si entraste en la Academia Militar muy joven, no tuviste ningún tipo de estu­dios artísticos.
-No, en absoluto. He sido siempre ab­solutamente autodidacta. Mis cuadros y mis dibujos han nacido de la obser­vación diaria, de la vida real. Muchas veces me han hecho la observación de que mis jinetes y sus monturas están siempre en unas posturas muy natura­les, y es que el que piensa que los caba­llos y los jinetes tienen que estar siem­pre en posturas triunfalistas, por decir­lo así, es que no saben nada de jinetes ni de caballos.
—Claro, porque eso sólo está en monu­mentos como el del Espartero y su fa­moso caballo, lo cual no es muy co­rriente.
—Exactamente. Lo más bonito de la postura de jinete y caballo es cuando se han pegado una marcha larga y están hartos de andar. Esa es una pos­tura completamente relajada, opuesta a la triunfalista. Cuando el jinete saca los pies de los estribos, cuando acari­cia el cuello del caballo. Esas no son posturas triunfalistas, sino muy autén­ticas.
—Ya me has dicho que el antecedente militar ha estado siempre en tu familia. Pero ¿hubo también antecedentes ar­tisticos?
Sí, un tío abuelo mío, hermano de la madre de mi madre, Federico Xaudaró, un dibujante que hacía el chiste diario en el periódico ABC. Mi padre le pre­guntó si había que dejarme seguir di­bujando, yo tenía entonces unos once o doce años, y él le respondió qu ha­bía que dejarme un par de años más a
ver por dónde tiraba yo. Pero estalló la guerra, mataron a mi padre y regresé en la Academia Militar, que era lo que en realidad a mí me gustaba.
-Y eso, ¿te descubrió también poco un cierto universo plástico? 
—Pues sí, me descubrió el universo del desierto, muy interesante para pintar. Estuve en la Policia Indígena del Sahara.
En ese tiempo hice dos exposiciones en Madrid y tuve mucha suerte, por­que lo vendí prácticamente todo. Aparte de eso, posteriormente, comen­cé a dibujar soldados de a pie, y tam­bién carros de combate, camiones y material bélico, y con eso me pasé dos o tres años. A mí, en la cuestión de encargos, siempre me han encasillado mucho.
-¿No has sentido nunca el deseo de moverte en otros campos y pintar otros temas más libres, como retratos, bodegones o paisajes?
—Paisajes he hecho bastantes, y tam­bién por encargo. Cosas para amigos y particulares. He hecho un poco de todo.
- Pero si por un momento hicieras abs­tracción y te olvidaras de las cosas que has pintado porque tu carrera te pre­disponía a ello o tus amigos te lo encargaban, ¿qué es lo que realmente te hubiera gustado pintar?




-Pintar señoras estupendas.
–Eso es porque pintabas vacas con te­tas gordas. (Risas)
–Te contaré por qué. Un día, visitando el estudio de Petronius, que es muy amigo mío, estaba pintando un cuadro de una señora, desnuda, y en un mo­mento dado me dijo: "Es que tú dis­frutas pintando aviones". Y yo le con­testé: "Sí, pero no tanto como tú pintando señoras en pelotas", porque en aquel momento tenía a la modelo en el estudio. Yo, entretanto, pintaba caba­llos.
– ¿Cómo te sentían tú en Selecciones Ilustradas, en los años 60 y siendo ya todo un militar de carrera, en un am­biente como aquel, lleno de gente muy joven y muy loca?
Bueno, pues al principio me sentí un poco incómodo. Pero luego, como siempre me ha gustado hablar con todo el mundo y nunca me he sentido al margen, pues empecé a charlar con unos y con otros.
--Pero, ¿llegaste a sentirte integrado con aquella gente?
–Pues sí, con unos más y con otros menos. Con quien más hablaba era con Fernando.
- ¿Cómo llegaste a conectar con Selec­ciones Ilustradas?
–Al destinarme a Barcelona, trabajé para Ediciones Toray. En esta última empresa, en la que hacía portadas para las novelas de Hazañas Bélicas y Rela­tos de Guerra, me aconsejaron que me pusiera en contacto con una agencia que acababa de inaugurarse, y que era precisamente SI Recuerdo que el pri­mer día que llamé a la puerta me reci­bió Toutain, con una escoba entre las manos, barriendo, porque aquello se acababa de reformar y pintar. Me dijo que volviera un par de semanas des­pués, y empezamos a colaborar. Pri­mero fue en historieta, que se me daba muy mal, y un día Toutain vio unas cosas a color que yo llevaba en una carpeta. Me dijo: " ¡Haber empezado por ahí!", y comencé a hacer portadas. Primero para España, luego para Arti­ma, en Francia, luego para Checkley y Fleetway, en Gran Bretaña, algunas cosas para Italia, en el Corriere dei Pic­coli... Luego el flujo de trabaio fue aflojando y, sin ningún problema por parte de S.I. ni por la mía, la colabora­ción se cortó. Yo seguí haciendo mis cuadros de jinetes y caballos y algunas otras cosas.
-Entre ellas, según me consta, dos co­lecciones de sellos que te dieron mu­chas satisfacciones.
–Sí, es cierto. Una fue la de deportes olímpicos que me encargó Samaranch, entonces Delegado Nacional de Depor­tes, para la Olimpiada de Méjico de 1968, por uno de cuyos sellos me, die­ron el premio el segundo sello más bo­nito del año, y la otra colección fue una serie de 45 ilustraciones sobre uniformes militares.
- Y a continuación, ¿qué vino?
–Un poco de todo. Colecciones de postales, encargos de particulares, li­bros como el de Caballería... eran los temas que más: conocía y por los que más se interesaba la gente.
–En resumen, siempre temas ligados a tu carrera de militar. Ahora, una vez retirado, ¿en qué términos te planteas la continuidad de tu faceta artística?
Pues mira, de momento me lo he to­mado con mucha tranquilidad. Por motivos de salud, descanso mucho, me gusta la cama y la pintura me la tomo un poco como un ejercicio de descanso y de relajación. Seguiré trabajando con calma, prepararé otra exposición, para la que ya tengo algún material, y espe­ro que tenga tanto éxito como la últi­ma que presenté recientemente en Grifé & Escoda, en Barcelona, y en la que vendí prácticamente todo lo que expuse.
–Aparte de la tendencia en la que te has encasillado, o quizá mejor en la que te han encasillado tus clientes pro­fesionales o particulares, ¿a qué ilus­tradores o pintores admiras, qué tipo de pintura no has hecho y quizá te hu­biera gustado hacer?
-Me es muy difícil apartar mis prefe­rencias de lo que yo mismo he hecho. Me gustan los especialistas franceses en temas militares, como Detaille, y en segundo lugar muchos de los ilustradores que tú conoces muy bien, como Josep M. Miralles, Longarón, Petro­nius...
¿Por qué has seguido fiel al gouache y no has intentado otras cosas, otras técnicas puras o mixtas, como ahora se estila: óleo, acrílicos, cera...?
—Pues porque el gouache lo domino muy bien y el óleo y todo lo demás me cuesta mucho. No me planteo la técni­ca de la pintura como una conquista y como un desafío, sino como algo tran­quilo, que me gusta hacer y me relaja.
- Viviendo tantos años en un ambien­te tan rígido y estricto como lo es el mundo militar, ¿has encontrado faci­lidades o dificultades para desarrollar tu carrera artística?
—Siempre facilidades y ánimos. Tanto la temática de mi obra como los clien­tes que la han, adquirido pertenecían muchas veces a ése mundo, y creo que sería muy difícil desligar una cosa de la otra.
Entrevista y fotos:
Manel Domínguez Navarro






Ilustracion Comix Internacional nº28 



jueves, 23 de febrero de 2012

La ciudad de cristal Paul Karasik/David Mazzuchelli




 NADA ES LO QUE PARECE

¿Tiene demasiado sentido ilustrar una narración en la que la sugerencia de la imaginación ya ha determinado las imágenes? ¿Hay algo que aña­dir a las palabras de Paul Auster, para que con las ilustraciones de David Mazzucchelli, el rela­to "La ciudad de cristal" nos ofrezca nuevas lectu­ras? No, la verdad es que no. La primera de las novelas de la trilogía de Nueva York de Paul Auster sigue siendo la misma y su adaptación al comic una buena historieta más, que intenta ser fiel al relato original.
Entonces, ¿dónde radica el encanto de esta adap­tación al comic? Lo interesante de este juego es establecer lazos de complicidad cultural en los diferentes medios. Quizás, algunos lectores habituales de Auster piquen el anzuelo y com­pren este comic gracias a un acto reflejo que les obliga a hacer un seguimiento de todo aquello que haga referencia a este autor. Puede, enton­ces, que recuerden que desde pequeños que no habían comprado un tebeo.
Los seguidores de David Mazzucchelli, dibujan­te que supo dar un toque underground al comic de superhéroes, quizás sientan curiosidad por conocer la obra de Auster y se enganchen a ella
gracias a este comic. Dentro de las hipótesis, esta historieta contribuye a ensanchar las miras culturales.
Pero sean cuales sean las motivaciones que lleven al lector a comprar la adaptación de "La ciudad de cristal", lo cierto es que nos hallamos ante una interesante reflexión de una de las sensaciones más trascendentales del ser humano: la soledad. Tanto da que ignoremos la novela original, como que los prejuicios culturales impidan leer un tebeo. El camino, aunque sea diferente, nos lleva a un lugar común: una historia que contar. Y en este espacio común es en el que se encuentran juntos el relato literario y el gráfico. Los dos medios están al servicio de contar una historia y ninguno de los dos, aunque usen artificios dife­rentes, desmerece del otro.   
El protagonista de la obra lo ha perdido todo. Su mujer, su hijo y casi su propia identidad. Daniel Quinn es un escritor, antaño de culto, que se refugia, tras el desastre de su historia personal, en el anonimato que le proporciona el escribir novelas policíacas. El narrador de sus obras es a la vez otro personaje. La inconsciente confusión que le provoca su trabajo se traduce a su vida. Nada es lo que es. Quinn se cree protagonista de sus novelas en un deseo total de huir de sí mismo, acercándose de esta manera a la pérdida de la noción de la realidad, que es equivalente a la pérdida de la razón.
Mazzucchelli ha reflejado la sintonía áspera del relato. Su trazo nervioso, aunque no exento de cierta candidez, se ajusta perfectamente al tono de la novela de Auster. Mazzucchelli se encuen­tra bien con este trabajo. Está habituado a dibu­jar personajes de características similares a la de Daniel Quinn. El Batman de "Año 1" o el Daredevil de "Born Again", creados ambos por Frank Miller, son un claro ejemplo de cómo la esquizofrenia puede desequilibrar a un indivi­duo.
La labor de Mazzucchelli ha sido allanada por el guionista Paul Karasik, que ha marcado exacta­mente el tempo de la acción tal como se encuen­tra en el libro. Karasik tampoco ha tenido pro­blema con los pasajes más oníricos del libro, que también están muy definidos en el trabajo de Auster.
Aunque con el comic de "La ciudad de cristal" no se ha intentado hacer un trabajo de creación en el sentido de aportar nuevos giros al relato, la adaptación, que no versión, ha atrapado la atmósfera inquietante y en ciertos momentos angustiosa del libro de Auster.
La dificultad de la existencia, lo fácil que es cru­zar la frontera de la cordura, la injusticia de la propia vida quedan reflejadas en estas páginas. Que las disfruten.
Jaume Vidal  

Articulo incluido en el número uno de la trilogía de comics "La ciudad de cristal"











Un número de teléfono equivocado, una llamada que suena en mitad de la noche, desencadena una historia que cambiará la vida de un hombre y lo transformará en otro distinto. El hombre es Daniel Quinn, antaño escritor de prestigio, que tras perder lo que más quería en el mundo -su mujer y su hijo- ha ido renunciando a su propia identidad refugiándose bajo un seudónimo para escri­bir novelas policiacas. Un día, el error insistente de una persona que llama bus­cando al detective Paul Auster hace que Quinn decida asumir ese nombre y esa nueva personalidad. Recibe el encargo de proteger a Peter Stillmann de su padre, que lo mantuvo encerrado durante nueve años en una habitación oscura, totalmen­te aislado del mundo. Ahora el padre sale de la cárcel y Stillmann y su mujer temen por su propia vida.
Éste es el punto de arranque de La ciudad de cristal, la novela de Paul Auster adap­tada al cómic por Mazzucchelli y Karasik. Un proyecto de enorme comple­jidad dadas las características del material original y del universo literario de Auster: un laberinto metalingüístico, un conti­nuo juego de espejos entre el autor y el lector, entre el mundo interior de la novela y el mundo exterior, que ilustran la complejidad de entender el mundo mediante el lenguaje, la dificultad de la comunicación humana y la imposibili­dad de conocernos a nosotros mismos y asumir las distintas personalidades que
todos llevamos dentro. Sólo por la dificultad del empeño y, sobre todo, por la manera de afrontarlo, este tebeo merece figurar entre lo más importante que se ha hecho en la década: Mazzucchelli y Karasik han conseguido algo tan difícil como mantenerse fieles al espíritu de la novela exprimiendo al máximo las virtudes propias de otro lenguaje, el de la historieta; lo que allí son recursos literarios y discursivos, con continuas digresiones verbales, aquí se convierte en pura imagen, en pura gramática visual. A pesar de tratarse de una obra de encargo que podía haberse quedado en una mera operación de "prestigio" cultural o de maquillaje literario, aprovechando el recla­mo de Auster para conquistar otros terrenos, los autores han sabido hacer suyas las propuestas intelectuales de la novela y convertirlas en material de exploración e investigación gráfica. En definitiva: una adaptación abordada sin ningún complejo de inferioridad, que obvia el camino más fácil -es decir, quedarse solamente con la pura trama detectivesca y hacer un tebeo de género con tintes intelectualoides- y que asume de lleno el enorme reto que supone contar las ideas, transmitir los complejos pensamientos y discursos presentes en la novela mediante una arriesgada exploración de las amplias posibilidades de la narrativa gráfica.
ENRIQUE BONET

Articulo de la revista U#20 junio 2000






miércoles, 22 de febrero de 2012

La fotógrafa más cotizada del mundo


Convencida de que su trabajo le ha otorgado una posición de privilegio y de gran responsabilidad, Annie Leibovitz, de 42 años, confiesa tener otros intereses además de captar la imagen de los triun­fadores y de la "beutiful people' norteamericana. Empezó hace 20 años en la revista 'Rolling Stone', sabe captar en un instante, en una postura o en una mueca las psicologías más complicadas, y se ha he­cho tan famosa como los personajes que retrata.


Texto: Albert Montagut Fotografía: Annie Leibovitz



A. Leibovitz. Esta foto no es suya -no tiene autorretratos-, sino de David Rose.


Su estudio es un enorme loft que representa y refleja Manhattan en todo su esplendor. Tulipa­nes amarillos, sofás cubiertos con sábanas blancas, un Apple Macin­tosh, una bolsa de Barney's, tazas re­pletas de café que nadie beberá, venti­ladores gigantes, enormes cubos de ba­sura, espacio, luz, un The New York Times deshojado y las torres gemelas del World Trade Center asomando por una de las ventanas. Los lapiceros amarillos con goma, las latas de Coca-Cola Light, los teléfonos AT&T Mer­lin de seis lineas, el ascensor montacar­gas, las paredes blancas y los ciclistas-mensajeros entrando y saliendo com­ponen el resto del escenario. También hay fotografías. Hay fotos en las pare­des, sobre las sillas, en los cajones, en las mesas, en el interior de carpetas, en sobres...
El estudio de la fotógrafa norte­americana Annie Leibovitz está situa­do al oeste del Greenwich Village, y desde sus ventanales uno cree poder zambullirse en el río Hudson y tocar la orilla de Nueva Jersey con la mano. Hace unas pocas horas el bailarín Mijaíl Baryshnikov ha posado en la enor­me tarima blanca que domina el cuer­po central del estudio. Sus fotos, en blanco y negro, están desperdigadas por el suelo y Leibovitz las está obser­vando y clasificando con un colabo­rador.
Alta, rubia, con el pelo muy largo, vestida con un suéter azul grueso y unos tejanos desgastados, con la per­sonalidad que caracteriza a las judías famosas y con un parecido asombroso a la actriz Barbra Streissand —"ella es más bajita", puntualiza—, Leibovitz reconoce que necesita unas vacaciones, "aunque sea para no hacer nada por unos días".
Una exposición itinerante, un libro de reciente aparición —Photographs Annie Leibovitz 1970-1990 (Harper Collins Publishers)—, que se ha agota­do en unos pocos días, y una larguísi­ma lista de encargos configuran el per­fil profesional reciente de la fotógrafa más cotizada del mundo. Ella tiene una idea exacta sobre el significado de su trabajo: "La fotografía es natural­mente un arte, es un medio de expre­sión y, por tanto, de arte; una forma de comunicar; tú utilizas herramientas, pero las controlas con tu mente para crear e interpretar diferentes formas, estilos y aproximaciones. Creo que la fotografía es más arte ahora que nun­ca, y, sí, me considero una artista".
Insistiendo en su opinión, Leibovitz se alegra de que fuera un artista-fotó­grafo, Robert Mapplethorpe, fallecido por el sida en marzo de 1989, quien disparara la polémica del arte obsceno con unas fotografías homo-eróticas. "Admiro a Mapplethorpe porque su trabajo fue contemporáneo. Él hizo la contraportada para mi libro de 1980. Su trabajo es el resultado del derecho de cada uno a expresarse como quiera y la demostración de que es un proble­ma del público decidir lo que quiere o no quiere ver". Sobre la polémica, Lei­bovitz declaró que es "bueno pelear en el lado de quien tiene la razón". Sobre el sida, señala: "Mi única opinión es que deberíamos hacer algo para vencer esta enfermedad. Deberíamos luchar, por ejemplo, por que otras ciudades es­tén tan dotadas como Nueva York para atender a los enfermos de sida".
Para cualquiera que hable con ella sobre su trabajo resulta evidente que existe un punto en donde la Leibovitz artista da paso a la profesional. Se tra­ta de un detalle que a ella le puede pa­sar inadvertido, pero que es el ejemplo del conflicto intelectual que se está li­brando en su mente. Sólo así se explica que poco después de hablar de arte de­clare que está muy interesada en "foto­grafiar a la gente que quiere posar para mi; éste es un trabajo que siempre he puesto en la cola, pero que ahora quie­ro llevar adelante. Si hay gente que quiere hacerse fotos, no veo nada malo en hacerlo; también hago publicidad, porque, al fin y al cabo, soy una profe­sional".
No cae, sin embargo, en el error de llevar su mensaje de que la fotografía es un arte a lo universal. Hay miles de reporteros gráficos que no se conside­ran artistas. "Todos / 





Keith Haring.
El dibujante callejero que convirtió el grafismo urbano en una forma ultramoderna de expresión artística, llegó a pintar su cuerpo desnudo para posar ante ella El resultado de aquel trabajo, dos años antes de que Haring muriera de sida, fue la serie de fotografías más increíble que se han hecho
jamás de este artista norteamericano.






Clint Eastwood.
Nadie, absolutamente nadie, ha logrado reflejar una imagen tan ajustada de América y de sus
héroes durante los últimos 20 años como lo ha hecho Leibovitz. Con ella, los personajes se
convierten en iconos. Este retrato del actor Clint Eastwood, el duro de las películas, fue
tomado en 1980.



tienen que hablar por sí mismos; yo supe muy pronto que no quería ser periodista y que esta­ba mucho más cómoda haciendo re­tratos, porque sólo así podía ser inter­pretativa y libre".
Su relación con el periodismo, o su ruptura con el medio, se produjo en Lí­bano. "Fui allí para cubrir la guerra para Rolling Stone en 1982 y vi a mu­chos reporteros montando sus fotos, obligando a cambiar a los soldados de sitio y poniendo los fusiles aquí y allí, estaba claro que eso no era periodis­mo; a mí me interesa ver algo y mos­trarlo de una determinada forma. De hecho, mi trabajo siempre ha estado relacionado con fotografías que refle­jan un punto de Vista personal".
Nadie, absolutamente nadie, ha lo­grado reflejar una imagen tan ajustada de América durante los últimos 20 años como lo ha hecho Leibovitz. Des­de las páginas de la innovadora revista
Rolling Stone, en los años setenta, has ta las actuales, lujosas, satinadas y per fumadas páginas de Vanity Fair, est mujer ha conseguido captar y conver tir en iconos a las personas que han configurado la historia más reciente de Estados Unidos.
Actores, músicos, atletas, políticos cantantes, bailarines y artistas han po sado ante la cámara de Leibovitz dón de y en la forma en la que ella ha queri do. El resultado ha sido una serie






  Whoopi Goldberg.
"Utilizas herramientas, pero las controlas con tu mente para crear diferentes formas y
estilos", afirma Leibovitz. "Creo que la fotografía es más arte ahora que nunca y, sí, me considero una artista". La imagen aquí reproducida pertenece a la actriz de El
color púrpura y Ghost, Whoopi Goldberg.

retratos de gran belleza y oportunidad que contienen tal carga de originalidad que han servido de pauta para miles de profesionales en todo el mundo.
"Las últimas fotos que he tomado han sido del bailarín Mijail Baryshni­kov y un reportaje para una portada de Vanity Fair que no estoy autorizada a revelar, la revista no me autoriza a hablar de los trabajos que estoy ha­ciendo. Pero sí puedo decir que uno de los próximos encargos es fotografiar a
Sigourney Weaver con motivo del es­treno de Alien 3", comenta, mientras uno de sus ayudantes abre una caja con el vestuario que utilizará Weaver para esa sesión.
Su relato sobre el retrato de la ac­triz Demi Moore embarazada de ocho meses explica con claridad su forma de trabajar y de entender el trabajo. "La foto de Demi Moore tardó en hacerse tres años, el tiempo que tardamos en conocernos. Me explico. Primero le hice las fotos de su primer hijo; después, una foto publicitaria para The Gap; más tarde, un reportaje con su es poso, Bruce [Bruce Willis]. Cuando vino al estudio, habíamos trabaja& juntas varias veces e hicimos las foto; en un solo día. Ambas nos sentimos cómodas, la sesión fue el resultado de una larga colaboración. Aquel día tiré 20 rollos, la cantidad dé película siem pre va en relación al tiempo que tengas: si crees que te





 Pelé.
Una de sus mejores fotos es la de Pelé. Admirada por las leyendas deportivas del futbolista brasileño, Leibovitz, austera como nunca,se limitó a fotografiar sus pies. Era en Nueva York, en 1981. Entre sus
últimos trabajos destaca el realizado con otro mito del deporte, el jugador de baloncesto Magic Johnson.





John Lennon,
la foto
No se atreve a decir cuál es su mejor fotografía.Pero existe una que ha marcado su carrera como ninguna: John Lennon desnudo abrazando a su mujer, Yoko Ono.
La foto se tomó en uno de los salones de la casa del ex Beatle, en Manhattan, el 8 de di­ciembre de 1981. Unas horas después de la toma, Lennon fue asesinado. "Le admiraba por la forma en que me trató la prime­ra vez, cuando yo tenía 19 años-,me dio confianza y trató de ayu­darme", comenta Leibovitz. "En los años setenta coloqué dos portadas en Rolling Stone con su imagen, y durante aquellos años llevé a cabo algunos en­cargos que me pidió Yoko para una pelicula".
Tras un largo paréntesis, Leibovitz contactó de nuevo con Lennon a finales de noviembre de 1981. Rolling Stone quería una portada del ex beatle con motivo de un nuevo álbum. Todo se preparó para el 8 de diciem­bre en la casa del compositor. Allí se hizo la foto de Lennon desnudo, en el suelo de su apar­tamento, abrazando a Yoko, vestida con unos tejanos y un suéter negro.
"Me enteré de su muerte po­cas horas después. Me llamó a casa mi jefe de Rolling Stone, John Winner, el editor, y me dijo que alguien con la descripción de Lennon había sido trasladado al Roosevelt Hospital herido de bala. Fui al hospital y estaba lle­no de periodistas y de gente. A las seis de la madrugada salió un médico anunciando que ha­bía muerto. Sólo pude hacer las fotos del médico confirmando la defunción".
La foto en cuestión es una obra de arte. Hace unas sema­nas, a raíz de una exposición de Leibovitz, se puso a la venta en una limitadísima serie de copias firmadas. Se vendieron a 200.000 pesetas y se agotaron.





Michael Jackson.
Para la fotógrafa, "el blanco y negro es muy dramático, muy documental, muy real,
pero el color tiene la cualidad de captar. Yo lo utilizo de una forma muy natural; el color
intimida, pero tiene fuerza". El cantante Michael Jackson, retratado aquí en 1989,
ha dicho de ella: "Annie, eres realmente mágica".



faltará tiempo, faltará‑ paras más por miedo a no captar lo que quieres".
Photographs Annie Leibovitz 1970­1990, su libro más reciente, es un gran éxito. La obra reúne una a una las fo­tografias de la exposición del mismo nombre que está recorriendo Estados Unidos con una gran aceptación y que también se podrá ver en Europa este mismo año.
Las fotos-retrato de personajes como John Lennon, Whoopi Gold­berg, Mijaíl Baryshnikov, Sammy Da-vis, Ella Fitzgerald, Tennessee Wil­liams y Mick Jagger, entre tantos otros, representan, a juicio de Alan Fenr, director de la National Portrait Gallery, de Washington, el "más claro ejemplo de la vitalidad de la cultura ac­tual y, al mismo tiempo, la muestra de uno de los trabajos fotográficos más importantes de este siglo".
"Algunas de sus fotografías, como la de John Belushi y Dan Aykroyd —The Blues Brothers—, contienen tal cantidad de información visual que se han convertido en marcados ejemplos de una época, a la vez que consiguen perpetuar un personaje en la mente del público", ha explicado William Stapp, uno de los responsables de la exposi­ción itinerante sobre el trabajo de la fotógrafa.
Desde el periodo underground desa­rrollado en sus primeras colaboracio­nes en Rolling Stone hasta el suntuoso trabajo desplegado en Vanity Fair, Leibovitz ha forjado un estilo propio, que combina la teatralidad con la inti­midad del personaje de tal forma que consigue presentarlo ante el público tal y como es, sin tapujos ni engaños. Sus fotos son inteligentes y audaces, y su nivel de popularidad es tal que en estos momentos pocos se resistirían a posar para ella con las ropas








Una guerra con apellidos
Uno de los últimos y más alabados trabajos publicados por Leibovitz en Vanity Fair es un extenso
reportaje sobre los protagonistas de la guerra del Golfo, y en el que aparecían, entre otros, los
generales Norman Schwarzkopf y Colin Powell, el portavoz del Pentágono Pete Williams, el
periodista de la CNN Peter Arnett, el ex secretario general de las Naciones Unidas Javier Pérez
de Cuéllar y el bombardero invisible F 117-A. Faltaba el presidente iraquí, Sadam Husein.
"Fue un reportaje muy difícil porque el conflicto había terminado y era necesario explicar
gráficamente quién había estado implicado en la guerra; bueno, en aquella masacre. Mostré a los
personajes uno por uno, tal y como yo los veía".




y la postura que la fotógrafa decidiera. La carrera de Lei­bovitz es fácilmente reconocible si uno hace el esfuerzo de recordar determi­nadas fotografías. Por ejemplo, la ima­gen de Bruce Springsteen saltando so­bre una bandera norteamericana.
Pero la de Springsteen no es la úni­ca. Hay otras muchas instantáneas que los españoles reconocerían de inmedia­to. Fotografías que han ocupado por­tadas de revistas semanales y suple­mentos de periódicos que han servido para captar la atención del público. Muchas de esas fotos se han publicado en El País Semanal y también en Life, Esquire, Vogue, Paris Match, Elle y Stern.
Leibovitz rechaza por completo que esté dedicada única y exclusiva­mente a retratar a la beautiful people o a la América con glamour. Declara con firmeza que no se olvida de la cara os­cura de su país, la imagen de la Améri­ca de los vagabundos, el sida, las mino­rías, la pobreza y la violencia. "Natu­ralmente que me interesa esa otra América, vivo en este país. Trabajo las 24 horas del día, y quiza sí que debería fotografiar más a la gente de la calle. Reconozco que seria más interesante hacer las fotos que me gustan en lugar de las que me encargan; pero éste es mi trabajo y, además, después de 20 años, creo que estoy en una posición privile­giada, pero también de gran responsabi­lidad".







Greg Louganis.
Desde el periodo underground de sus primeras colaboraciones en Rolling Stone hasta el suntuoso trabajo de Vanity Fair, Leibovitz ha forjado un estilo propio que combina la teatralidad con la intimidad del personaje para presentarlo ante el público sin tapujos ni engaños. En este caso, el retratado es el nadador Louganis.



La fotógrafa nació en Connecticut hace 42 años. El trabajo de su padre, coronel de las Fuerzas Aéreas norte­americanas, le permitió visitar desde niña diferentes zonas de Estados Uni­dos e intuir que la diferencia de carac­teres y paisajes configuran un entorno globalmente común que sólo puede ser captado con una cámara.
Su carrera comenzó en los años se­
tenta, cuando inició cursos de pintura y fotografía en el San Francisco Art Institute, poco después de pasar unos meses en un kibutz israelí. "No me gus­ta hablar de política, pero estoy con­tenta de que árabes e israelíes estén tra­tando de arreglar sus diferencias, aun­que sé que es difícil porque se trata de un problema tan antiguo como la his­toria".
Con sólo 19 años de edad y con unos pocos ejemplos impresos de su in­
terés por la fotografía, Leibovitz envió su currículo a Rolling Stone. El editor, Jann Wenner, recibió el material poco antes de abandonar Nueva York para entrevistar a John Lennon y quedó tan impresionado que le pidió que le acompañara para que se encargara de las fotos. Su primer trabajo no pudo ser mejor: portada de la revista. Leibo­vitz explica que "nunca podré olvidar la sensación que representó ver una de mi fotografías en la portada de un Ro­lling Stone colgado en un quiosco de San Francisco". Tres años después, en 1973, era ya la responsable del depar­tamento de fotografía de la publi­cación.
Su asociación con Rolling Stone duró casi una década. Es memorable su exclusiva visión de la gira del con­junto The Rolling Stones por Estados Unidos en 1975. Sus imágenes de Jag­ger, Keith Richards y las demás pie­dras rodantes en moteles, camerinos y on the road configuran, sin duda, unas de las páginas más geniales de su por­tafolio. Elton John, Michael Jackson, Ronald Reagan, Bob Dylan, Joan Báez, David Lynch, Diane Keaton, Miles Davis, Jodie Foster y Magic Johnson son otros ejemplos de la va­riedad de personajes que han pasado a través de sus lentes.
Sus retratos se han convertido tam­bién en las imágenes de carteles y cam­pañas publicitarias, como la desarro­llada para American Express, en la que incluyó a Luciano Pavarotti y Ray Charles.
Todo ello ha hecho que la propia Leibovitz sea tan o más famosa que muchos personajes que posan para ella. La fotógrafa justifica su éxito con su primera experiencia profesional. "Rolling Stone me enseñó", dice, antes de reconocer que sigue evolucionando. "Me gusta mucho lo que estoy hacien­do y quiero seguir adelante, pero me gustaría mucho más elegir lo qué quie­ro hacer. Después de tantos años tra­bajando para revistas de noticias, quie­ras o no, estás tan influenciada por el medio en el que trabajas que los quie­res complacer. Ahora me siento un poco dando vueltas en círculos y por eso quiero volver a complacerme a mí misma".
La famosa retratista inició su carre­ra trabajando con cámaras de 35 milí­metros, pero hoy sus teorías acerca del material que utiliza son sorprendentes. "El blanco y negro es muy dramático, muy documental, muy real, pero el co­lor tiene la cualidad de captar. Yo lo




Paul McCartney.
Basta forzar un poco la memoria para que acudan varias imágenes que han fijado la personalidad de
los retratados. Entre ellas, muchas son del mundo de la música: las célebres de los Rolling Stone, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Joan Báez, Michael Jackson y ex beatles como John Lennon y Paul
McCartney.




utilizo de una forma muy natural, el color intimida, pero tiene fuerza. Utilizo toda clase de herramientas, y si tengo que cambiarlas, las cambio. Para mí las cámaras son como computadoras, sirven o no sirven. No tienen nombres ni las idolatro. Uso Cannon, Nikon, Polaroid, Has­selblad, y en cuanto a la película, uti­lizo la que necesito en cada momen­to, dependiendo de la foto que quiero hacer, Kodak, Fuji o Agfa".
Después de haber fotografiado a miles de personas y de haber inmorta­lizado a las caras más famosas de Es­tados Unidos, Leibovitz tiene pen­diente una fotografía: su autorretrato. Ella confiesa que piensa muchas veces en esa foto. "Es un trabajo difícil, na­die más debería estar presente, pero es dificil colocarme al otro lado de la cá­mara para captar mi propia imagen, y si eso ocurre será como hacer una foto en la oscuridad". 



El Pais Semanal año 1991