Philippe Halsman fue el fotógrafo de cabecera de Dalí. En la década de los cuarenta le hizo infinidad de retratos, el más famoso fue éste: "Dalí Atomicus".
Vi una sola vez a Salvador Dalí, en su casa de Port Lligat, a finales de los setenta, para entrevistarle por encargo de un periódico que ya ha pasado a mejor vida. Me acompañaban mi amigo y colega Pedro Secorún y su atractiva novia. Probablemente gracias a la presencia de ésta, por la que Dalí preguntaba de vez en cuando. "i la nena, qué fa?" (¿y la nena, a qué se dedica?), nos dedicó toda la tarde. Nosotros éramos jóvenes de izquierdas, mientras que en el vestíbulo de la laberíntica casa, en lugar conspicuo, sobre un oso blanco disecado, colgaba la foto de José Antonio Primo de Rivera. Pero a Dalí nuestras opiniones políticas le importaban un rábano, y a nosotros, como a casi todo el mundo, las suyas nos importaban un pepino, comparadas con los buenos ratos que nos había hecho pasar con sus excentricidades, la desenvoltura con que se ponía el mundo por montera, y sus libros, especialmente Vida secreta, Sí a Rumania, El mito trágico del Angelus de Millet, etcétera.
–Usted –le dijimos con mucho aplomo–es mejor escritor que pintor.
–Ah, quizá es verdad... mi padre siempre me lo decía... I la nena, qué fa?
Atendía a las visitas en una sala redonda, con un banco corrido a todo lo largo de la pared, sobre el que descansaban, en un estante. una colección de botellitas de cristal de colores y otros bibelots y figuritas de un kitsch sin paliativos. Un camarero trajo una bandeja en la que había una botella de champagne rosado y cuatro copas. Al rato de empezar la charla entró la esposa de Dalí, la temible Gala, de la que se decía que te echaba a cajas destempladas si a la primera mirada le caías mal. Vestía, como él, una túnica dorada y llevaba un moño al estilo de Minnie Mouse. Pero no era tan fiera la leona rusa como la pintaban. Nos preguntó si queríamos a Dalí y si nos gustaba su pintura, y enseguida fuése y no hubo nada.
Según hablábamos con Dalí fui refrescándome con ese espumoso rosado, hasta que ya no me fue posible ignorar que yo era el único que bebía, lo cual no me parecía decoroso. Así que le dije: "¿Y usted no bebe. Dalí, ni un sorbito de champagne?". A lo que respondió, con su mejor voz campanuda: "No, pero lo tocaré sim-bóóólicamente". Y en efecto. con cierta solemnidad –era un maestro en el arte de solemnizar cada momento, para hacerlo más interesante y significativo-, se inclinó sobre su copa, mojó el índice y se tocó con él la frente.
"Figura asomada a una ventana" (1925). Una obra maestra en la que revela su amor por su hermana Ana María y por Cadaqués.
Lo interpreté como la venia para que me acabase yo solito la botella, lo que hice de buen grado, aunque a los gastrónomos de hoy les daría un vahído si probasen aquel cava dulzón que Dalí ofrecía a todas sus visitas, y que evidentemente él sólo escogía por su bonito color. Cargó contra Francis Bacon, entonces en la cresta de la ola, acusándole de usar colores "muy bonitos", de "hacerlo todo muy bonito", y de ser "en definitiva, un costurero, como Balenciaga". Dalí ponía "voz de Dalí" cuando se acordaba de que estaba en representación, y recuperaba la voz normal cuando el diálogo le parecía interesante. Por ejemplo, en un momento determinado le preguntamos por su icono más famoso y más difundido aún que las jirafas ardiendo o las mujeres con cajones "de mesita de noche" en el torso, o los elefantes de patas finísimas: los relojes blandos, que aparecen por primera vez en La persistencia de la memoria (1931) y que hicieron su fortuna en América. Y Dalí nos dijo que se le había ocurrido esa imagen inolvidable pensando en el mito del vellocino de oro, que Jasón y los Argonautas buscan y encuentran en
En ese momento de la agradable conversación. Gala volvió a entrar en la sala redonda, esta vez acompañada nada menos que de Miró, Picasso, Duchamp y Balthus, todos de esmoquin. Esos grandes artistas traían caras de pocos amigos. Nosotros, sentados en el banco, no salíamos de nuestro asombro. Con el brazo izquierdo al frente, Duchamp le apuntó con el índice y dijo: ";Paparruchas, Dalí, paparruchas! ¡Lo que tienes que hacer es devolverme mi tablero de ajedrez!...".
Lo admito, el párrafo precedente es pura fantasía, pero ¿por qué, al evocar a Dalí en el centenario de su nacimiento, no podría yo mentir y fabular y retorcer sus hechos a mi antojo, cuando él había repetido, hasta la saciedad y con dudoso buen gusto, que su objetivo vital consistía en "cretinizar al máximo" a la sociedad, en la que -de momento y hasta nueva orden- me incluyo, y faltó tanto a la mínima veracidad exigible a un pintor que se respete que llegó a firmar cientos o miles de páginas en blanco para que colaboradores indeseables y oscuros plagiadores las llenasen con lo que se les antojare? Sólo el respeto a los lectores de esta revista me impele a atenerme escrupulosamente a los hechos.
A los 15 años Dalí ya escribía con una desenvoltura y madurez admirables; ya adoraba los paisajes de sus veranos infantiles en
La mayor aportación intelectual de Dalí, apasionado lector de Freud, fue el Método paranoico crítico, que expuso en su ensayo La mujer visible, de 1930. El pontífice del grupo surrealista, André Breton, la celebró como una formidable herramienta en beneficio de la intrusión del mundo irracional entre las convenciones de la odiosa "realidad". En esa estructura teórica, Dalí coagula su actividad plástica, autorreferencial y mitologizante de sus propios, paralizantes complejos, obsesiones y experiencias. Para recibir el impacto de sus telas de los años veinte y treinta basta con prestarles la debida atención, pero para interpretarlos, o descodificarlos, Dalí reclamaba que consideremos los asuntos de su propia vida física y psíquica como un mito -que él se ocupó de contar, y muy bien contado, por cierto-, de la misma forma que buena parte del mensaje simbólico en la obra de los maestros antiguos es ininteligible para quienes no conocen la mitología grecorromana y la cristiana.
Ese "método" nunca sistematizado como tal, y que sería más propio definir como "actitud", Dalí lo definía como "método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones delirantes". Consiste, de hecho, en potenciar a voluntad una paranoia de baja intensidad o controlada, y considerar todo fenómeno externo o interno, observado o sufrido por el paranoico-crítico, en relación privilegiada con uno mismo. O sea, también, elevar a acontecimiento significativo cualquier nimiedad, casualidad, alucinación inducida o no, experiencia, que el paranoico-crítico decida arbitrariamente. Una variante del solipsismo, que aplicada a las actividades creativas acaso pueda generar cosas interesantes, pero Dalí insistía en aplicarla también como norma de vida, lo que ponía la suya bajo el imperio del capricho, reducía a los demás a la condición de polichinelas y le liberaba de todo imperativo moral o pacto social. En el caso que nos ocupa, la estación de Perpiñán, en la que tomaba el tren a París, se convierte en el centro del mundo;
Nació en 1904, en la localidad de Figueres, en la provincia de Girona, donde tiene su museo, el más visitado en España después de El Prado, y donde está enterrado. Era hijo de un respetable notario, de mucho carácter, de mucha autoridad, de personalidad imponente, como se ve en los retratos que le hizo. Dalí creció en el seno familiar, sobreprotegido, como un niño mimado, lleno de fobias extravagantes -los saltamontes, por ejemplo, le daban un pánico que sus condiscípulos en el colegio de los maristas explotaban con las clásicas bromas pesadas-, y paralizadora timidez que combatía haciendo de tripas corazón, prodigando desplantes y alborotos académicos. Eran los años de la revolución rusa, a la que se adhería muy convencido el hijo del notario de Figueres. Desde allí se mantenía perfectamente informado de la dinámica de las vanguardias artísticas en la capital mundial del arte, y desde allí pasó por sus etapas de fauvista, de futurista, de puntillista…
Consciente del talento de su hijo y de su determinación de convertirse en pintor, cuando éste cumplió los 18 años el notario le mandó a estudiar en
Respaldado por Miró. Dalí se instaló en París. A los 25 años todavía pregonaba con satisfacción su virginidad, tomaba taxis para carreras de cien metros y pagaba sin mirar los billetes arrugados; vestía como un dandi, con siete u ocho moscas artificiales en las solapas de la chaqueta del mejor paño, y era un perfecto incompetente en las cosas prácticas. El grupo surrealista, en el que militaban los pintores Yves Tanguy, Max Ernst, el fotógrafo Man Ray, el poeta Paul Éluard, etcétera, postulaba la liberación del hombre mediante una revolución de la conciencia que se había de operar incorporando a la actividad artística las fuerzas del subconsciente, la escritura automática, las asociaciones delirantes, el onirismo y otras potencialidades de la mente usualmente reprimidas por el control de la razón: "Un paseo perpetuo por plena zona prohibida", como lo definió Breton. Hoy, el papel del grupo surrealista parece decisivo para la historia del arte del siglo XX, pero hasta la incorporación de Dalí y Buñuel debió ser una presencia escandalosa, pero poco más que testimonial en el ebullente París de entreguerras.
Los surrealistas estaban constituidos como una secta alrededor de la figura de André Breton, que cuando se ponía estupendo postulaba el asesinato gratuito como acción artística, y ello sin la ironía de De Quincey. Sus postulados estéticos habían tenido traducción en campos como la poesía, la pintura, la fotografía, pero El perro andaluz -una historia de amour fou cuya primera escena mostraba una hoja de afeitar cortando el ojo de una niña. para seguir luego con burros podridos tumbados sobre pianos de cola, manos cortadas con hormigas, etcétera-, y su secue
En pocos años el movimiento fue satelizado y luego dividido por el partido comunista, y la iconoclasta "Revolución surrealista" se vio reducida a "El surrealismo al servicio de la revolución". Por entonces Dalí iba alejándose de sus devaneos bolcheviques. Agregó al movimiento valiosas aportaciones: entusiasmo, ideas, ensayos, ocurrencias, parentescos insólitos, objetos. y sobre todo, pinturas como Vaca espectral, El asno podrido. El juego lúgubre, El gran masturbador, Los primeros días de la primavera o La vejez de Guillermo Tell, donde sus fantasmas se plasmaban con una claridad de transparencia, con una calidad fotográfica de la que carecían los compañeros Tanguy, Ernst y De Chirico, cuyos hallazgos plásticos succionó provechosamente. Pero su obsesión escatológica, sus ambiguos elogios a Hitler —en cuya espalda le hubiera gustado hundir una cuchara, pues le parecía sumamente comestible. "suculenta"-; su supuesta ridiculización de Lenin en El enigma de Guillermo Tell —donde el líder soviético aparece con una nalga inmensa, sostenida por una muleta—; su elogio de la crueldad, y su cada vez más exaltada vindicación del arte académico, entre otros desvaríos menos simpáticos, resultaban demasiado comprometedores. Fue expulsado solemnemente del grupo en 1934 durante una ceremonia que él recrea, esa es la palabra, en las páginas más hilarantes de Mi vida secreta.
Breton ejercía en todas partes y también entre los suyos de Gran Inquisidor de desviacionistas y filisteos, pero no podía imponer moderación o sometimiento a Dalí, que ya había afrontado una ruptura harto más dolorosa con su padre. El notario, ya viudo, tardaría años en perdonarle un dibujo brutal: sobre la silueta del Corazón de Jesús. Dalí había escrito: "Parfois je crache par plaisir sur le portrait de ma mére", o sea: 'A veces, para divertirme, escupo sobre el retrato de mi madre", en una tela expuesta en 1929 en París, de la que la prensa barcelonesa se hizo eco que llegó a Figueres. La unión de Dalí con una mujer casada, diez años mayor que él, y de costumbres más liberales que las propias de la sociedad provinciana de Figueres, era muy penosa para el padre, pero nada comparable con el ultraje a su difunta esposa. Le prohibió que volviera a poner los pies en Cadaqués, y Dalí tuvo que comprar una cabaña de pescador., que con los años iría ampliando, en Port Lligat, una cala muy cercana., algo melancólica, donde la vista del mar queda cerrada por una isla.
A lo largo de los años treinta, un galerista neoyorquino había ido organizando exposiciones de Dalí en Nueva York., con éxito creciente. Cuando estalló
En adelante caminaría solo, con su mujer, que se ocupaba de buscarle tiempo, espacio y paz para trabajar, de curar o paliar sus complejos, de perfilar el personaje estrafalario que llevaría como una máscara y de enseñarle a ganar grandes sumas de dinero, convirtiéndose en una figura pública siempre dispuesta al espectáculo, a la boutade, a la declaración intempestiva e ingeniosa, lo que le valió la atención permanente de los medios de comunicación de masas y el descrédito de las élites culturales. Breton, desde París, le rebautizó con el venenoso anagrama de Avida Dollars, al que él replicaría con el aforismo "Que hablen de mí, aunque sea bien" y con el óleo La apoteosis del dólar. En América, banalizando hasta lo patético el estilo surrealista, retrató a infinidad de adineradas damas y caballeros. Quizá, como sugieren algunos, en su fuero interno era consciente del agotamiento de su estética, y por eso probó a iniciar, con sus memorias y su novela Rostros ocultos, una carrera paralela de escritor, guadianesca y progresivamente perezosa, pero a menudo interesante.
Los padecimientos de su familia durante
En invierno vendía los cuadros y mantenía en funcionamiento el circo Dalí anunciando nuevas epifanías cada dos por tres. Así vivió felizmente, hasta la muerte de la imprescindible Gala en 1982, que marcó el principio de una agonía larga y atroz, entre enfermeros y equipos de colaboradores siempre cambiantes, siempre bajo sospecha pública. No tenía muchos amigos, y a los que tenía no los quiso ver, avergonzado de su propia decrepitud. Tumbado en la cama, entubado porque se negaba a tragar alimentos, escuchaba sin parar los tangos Noche de farra y Adiós muchachos, que le recordaban sus años con Lorca y Buñuel, y la ópera Tristán e Isolda, en la que veía reflejada su historia de amor con Gala. Murió en 1989.
Ahora, además del museo, que cada año incorpora alguna obra importante a sus colecciones, se puede visitar el castillo de Púbol que le regaló a su esposa para que se aislase de la fanfarria del circo cuando le viniese en gana, y también está abierta al público la casa de Port Lligat. Hay que pedir turno. Paseando por sus habitaciones entre turistas, subiendo y bajando inesperados escalones, entre su mobiliario de resonancias imperiales y gaudinianas, junto a los libros que nadie lee, deambulando por la sala redonda donde nos recibió, con su colección de bibelots kitsch en la repisa, el lugar parece no una, sino cien veces vacío, y uno se siente profanador de tumbas.
En el taller, los pinceles, ordenados sobre la paleta, junto al caballete vacío, aguardan inútilmente la mano que los anime. El oso disecado parece desteñido y apolillado: los mazos de retama en las esquinas, los cambien o no, parecen cargados de polvo, y tapices, cortinas y colgaduras: todo nos parece desarbolado, ajado, hecho jirones y desencantado, como alguno de sus cuadros que hubiera perdido la magia. •
Por Ignacio Vidal-Folch
El Año Dalí se abre con una gran exposición: Dalí, cultura de masas. Organizado por
Fotografías: Exposición de fotografías de Joan Vehí en el Museo de Cadaqués. De enero a mayo de 2004.
Residencia de Estudiantes: Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luis Buñuel y Pepín Bello, un cuarteto insólito. Seminario sobre las relaciones que todos ellos mantuvieron en
Dalí, Lorca, Buñuel: Madrid, París, Nueva York (1917-1936). Exposición itinerante que se presentará a partir del otoño de 2004 y que se clausurará en
Rostros ocultos. Edición de la editorial Destino de la novela que escribió Salvador Dalí en 1943 y que incluye los fragmentos que fueron censurados cuando el pintor la publicó en España.
El Quijote. Una edición de lujo con reproducciones de las 38 ilustraciones que Salvador Dalí realizó en el año1945 para una edición de bolsillo publicada en inglés. Anotaciones de Martí de Riquer sobre El Quijote y acerca de la obra de Dalí a cargo de Monserrat Aguer, comisaria del Año Dalí. Coedición de
SALVADOR DALÍ. FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ. VEDAR MADRID. 2004
Catálogo razonado de la obra de Dalí. Se publicará a lo largo de 2004 y hasta el 2006.
Rafael Santos Torroella. El primer Salvador Dalí (1914-1936). Libro editado en colaboración con el IVAM y
Universo Dalí. Treinta recorridos por la vida y la obra de Salvador Dali. De Ricard Mas Peinado. Lunwerg editores.
Más información sobre el Año Dalí en la página oficial: www.salvador-dali.orgiesp/2004. •
El Pais Semanal Número 1423. Domingo 4 de enero de 2004