martes, 15 de marzo de 2011

La fotógrafa más seductora

Musa de los surrealistas, modelo y fotógrafa, feminista y amante libertina, Lee Miller, bella e indomable, retrató a grandes artistas del siglo XX. Como reportera de guerra fue de las primeras en captar todo el horror de los campos nazis. Una exposición en Londres descubre sus obras. Por Lourdes Gómez. Fotografía de Lee Miller.


Autorretrato, 1932.


Alec Guinness, en Londres en 1947.


Man Ray y Roland Penrose, en Los Angeles en 1946. Man Ray (a la derecha) fue su amigo y amante, y Roland Penrose, su marido.

La personalidad de Lee Miller en­cierra cientos de secretos, y su biografía permite reconstruir un singular capítulo de la historia social, política y artística del siglo XX. Nacida en 1907 en una granja de Poughkeepsie, en el Estado de Nue­va York (Estados Unidos), Miller hizo de Europa su principal hogar. También la razón de su existencia a partir de su en­cuentro, forzado por ella, con el fotógrafo y artista surrealista Man Ray en su estu­dio de París.

Al morir en Londres, a los 70 años, aba­tida por un cáncer incurable. Miller dejó un legado artístico en torno a los 40.000 negativos fotográficos. Fue su único hijo, Anthony Penrose, quien los descubrió abandonados en el ático de la finca cam­pestre familiar, al sur de Inglaterra, reuniéndolos con el tiempo en el fondo de los Archivos Lee Miller.

Una exposición en la National Portrait Gallery, de Londres, recupera, a partir del próximo 3 de febrero, algunos de los mejo­res retratos fotográficos de la colección particular de la independiente e indoma­ble artista. Se exhiben alrededor de 120 imágenes en blanco y negro, tomadas en­tre 1930 y 1970, que iluminan los cinco grandes apartados sobre los que giró el trabajo de Minen retratos de estudio de celebridades; retratos informales de artistas; retratos íntimos de amigos; mujeres cola­borando en Inglaterra en tareas de guerra, y víctimas civiles de la II Guerra Mundial, incluidos supervivientes de los campos de concentración nazis.

El comisario de la muestra es Richard Calvocoressi, actual director de la Galería Nacional de Arte Moderno de Escocia y experto en la obra de la fotógrafa estado­unidense. "Cuanto más me sumerjo en el trabajo de Minen más convencido estoy de que, esencialmente, ella era una retratis­ta. El retrato fue una parte integral de su vida. y las fotografías de hombres, muje­res y niños conforman cerca de dos tercios del total de sus imágenes", señala en la in­troducción a su monográfico Lee Miller: re­tratos de una vida, punto de partida de la presente exposición antológica.

"La Lee Miller que ahora he descu­bierto es muy diferente de la mujer con la que me pelee durante tantos años, y me pesa mucho no haberla conocido mejor. Este pesar lo compartirán muchos, pues Lee sólo desveló una pequeña parte de sí


Picasso, en Mougins (Francia), en 1937.


El pintor Oskar Kokoschka, en Londres, en 1950.

misma a cada persona". Con esta reflexión cierra Anthony Penrose una reveladora biografía de su madre, profesional de alma inquieta, famosa por sus trabajos delante y detrás de la cámara. El dramaturgo inglés David Hare establece, por su parte, una relación entre talento y talante: "Miller descubrió su identidad como artista en la experiencia de su propia adversidad. Estaba acostumbrada a provocar histeria en los demás, mientras ella permanecía, esencialmente, tranquila en su interior", escribe en el catálogo de la exposición.

Fotografiada por los grandes profe­sionales de las revistas de moda y retrata­da por maestros como Pablo Picasso, ella, a su vez, enmarcó con su cámara a la elite social y artística del siglo XX. En su lega­do abundan imágenes de pintores como el propio Picasso, Max Ernst, Joan Miró y muchos más; escritores como T. S. Elliot y Dylan Thomas; actores, compositores, cantantes, aristócratas e innumerables amigos y amantes. Entre estos últimos, Man Ray, con quien Miller aprendió el len­guaje surrealista tras presentarse en su es­tudio, en 1929, reclamando el puesto de asistente.

La relación entre ambos fue turbulen­ta -de acoso por parte de Man Ray, según el dramaturgo Hare-, pero la amistad en­tre ambos perduró, a pesar de las vicisitu­des. "Formaba parte del manifiesto su­rrealista el que los artistas podían acos­tarse con quien ellos escogieran. Los hom­bres eran libres; las mujeres, musas. Pero cuando Lee, en su relación con Man Ray, reclamó su libertad correspondiente, Man Ray estuvo a punto de enloquecer de celos. Lee se fue de París, retornando a Estados Unidos y asentándose más tarde en Egip­to, para escapar de lo que ahora llamaría­mos el acoso de Man Ray", señala Hare en el catálogo de la muestra.

Man Ray nunca se distanció del círcu­lo de Miller. En 1937 aparece con amigos comunes en una atrevida escena campes­tre en el jardín de la residencia de Picasso, en el sur de Francia. Nueve años más tar­de, Picasso posa para Miller con Roland Penrose, un artista británico y rico colec­cionista de arte contemporáneo que por entonces era amante de Lee, y que se con­vertiría en su segundo marido tras divor­ciarse ella del industrial egipcio Aziz Eloui Bey En 1976, Man Ray pidió a la estado­unidense que presidiera un homenaje or­ganizado para él en reconocimiento de su trayectoria artística. Para entonces, Miller había abandonado la fotografía tras acep­tar poco antes uno de sus últimos encargos periodísticos: una serie fotográfica de An­toni Tapies en su estudio de Barcelona.

"Sus más imperecederos retratos son probablemente los de artistas. Se mezcló socialmente con ellos durante toda su vida adulta, tuvo relaciones sentimentales, se casó con un artista, escribió sobre artistas y vivió rodeada de magníficos ejemplos de sus trabajos. Le gustaba fotografiar a los artistas junto a sus obras o mientras las realizaban. Se aprecia una empatía en mu­chos de estos retratos que es casi tangi­ble", comenta Calvocoressi.

Hay capítulos oscuros en la vida de Lee Miller. A los siete años, el hijo de un amigo de la familia abusó sexualmente de ella, transmitiéndole una enfermedad ve­nérea. "Sus padres pidieron consejo a un psiquiatra para prevenir el inevitable trauma emocional. Su consejo fue conven­cer a Lee de la disociación del sexo y el amor: el sexo era un acto físico sin ningu­na conexión positiva con el amor", cuenta Anthony Penrose.

A los 14 años, su primer amor se aho­gó al caerse de un bote en el que ambos re­maban en un lago próximo a la granja fa­miliar. Y desde la adolescencia acostum­braba a posar desnuda, a veces junto a varias amigas, a petición de su padre, Theodore, un gran aficionado a la foto­grafía. Padre e hija mantuvieron siempre una estrecha relación. "Lee estaba ya de­sarrollando las estrategias de superviven­cia que le servirían tan bien -y tan mal­para el resto de su vida", escribe Hare.

Pocos meses después de ser madre, en septiembre de 1947, otro tipo de nubarro­nes atormentaron el espíritu de Miller. La paz se extendía por Europa al tiempo que ella perdía la ilusión y el entusiasmo que antaño le habían ayudado a reemprender



el escritor Jean Cocteau, en Paris, en 1944.

Fred Astaire, en su actuación ante las tropas estadounidenses en Paris, en 1944.

el vuelo. Cayó en una fase depresiva agu­dizada por un alto consumo de alcohol. Sin ganas de experimentar con la cámara, sólo descubrió un ligero alivio a la apatía cultivando una última disciplina artística: la alta cocina.

La desgana de Miller estaba directa­mente relacionada con el síndrome que afecta a los más apasionados corresponsa­les de guerra. Sin la adrenalina de la ac­ción urgente, ya no vio sentido alguno en la fotografía profesional. Porque fue du­rante la II Guerra Mundial cuando se sin­tió plenamente realizada. Pudo haber re­gresado a Estados Unidos, pero prefirió quedarse en Londres para marchar, a la primera oportunidad, al frente europeo. En la capital británica documentó gráfi­camente el esfuerzo de decenas de muje­res, los refugios subterráneos contra los continuos bombardeos alemanes o la con­tribución en tareas civiles de artistas como Henry Moore. La revista Vogue pu­blicó sus fotografías de la guerra, aunque las más impactantes de esa época se edita­ron en el libro Grim Glory: pictures of Bri­tain under fire, publicado en 1940.

Miller tuvo que librar una dura batalla personal para ir a la guerra. El ejército británico no concedía entonces acredita­ciones a mujeres fotógrafas, y la frustra­ción crecía en su interior con encargos para reportajes de prensa que ella consi­deraba triviales. En el ejército de Estados Unidos encontraría su salvación al obte­ner el pertinente salvoconducto para acu­dir al frente. La ya corresponsal de guerra desembarcó en Normandía al mes de la in­vasión aliada y según sus biógrafos, fue la única periodista testigo del bombardeo y sitio de Saint-Malo. Los censores británi­cos revisaron los carretes que ella envió a revelar a la Redacción de Vogue en Lon­dres y eliminaron todas las imágenes con rastros de la entonces nueva munición se­creta: napalm.

Probablemente, Miller fue la primera fotógrafa en entrar en París con los alia­dos, el 25 de agosto de 1944. Allí se reen­contró y retrató a sus viejos amigos, Pi­casso y Jean Cocteau entre ellos; captó imágenes de la actuación de Fred Astaire para las tropas estadounidenses y otras es­cenas de las primeras jornadas de la libe­ración. Por encargo de sus editores, foto­grafió a la escritora Colette. Por entonces acompañaba sus reportajes gráficos con textos redactados por ella. Sufría en su fa­ceta de escritora, pero describía con mu­cha personalidad lo que veía en las pasa­relas, en los estudios de sus amistades o en el campo de batalla.

Nueva York y Londres demandaban más novedades sobre los altos modistas parisienses, pero Miller estaba obsesiona­da por avanzar con las tropas norteameri­canas hacia el centro de Europa. Acom­pañada por su compatriota el periodista Dave Scherman, asistió a la liberación de los campos de concentración nazis en Dachau y posteriormente, en Buchenwald. Los crematorios del primero llevaban cin­co días sin operar y las pruebas del geno­cidio eran evidentes. Miller envió a Vogue una serie de fotografías de los horrores de la guerra con una instrucción muy clara: "Os suplico que creáis que esto es cierto".

Esa noche. Scherman fotografió a Mi­ller bañándose en el cuarto de baño que Hitler utilizaba en sus estancias en Mú­nich. De la cercana residencia de su aman­te, Eva Braun, Miller escribió en julio de 1945: "Eché una siesta en su cama. Fue cómodo, pero macabro, quedarse dormida sobre la almohada de una joven y un hom­bre muertos y estar contenta de que estu­vieran muertos".

Alemania se rendía poco después. Pa­radójicamente, ahí comenzó el declive de Lee Miller Expresó su estado de ánimo en una carta que nunca llegó a enviar a su es­poso, Roland Penrose: "Éste es un mundo nuevo y desilusionador. Paz con un mun­do de canallas que no tienen honor, ni in­tegridad, ni vergüenza no es por lo que to­dos luchamos". •

`Lee Miller. Retratos' podrá verse en la National Portrait Gallery; de Londres, desde el 3 de febrero hasta el 30 de mayo.

El Pais Semanal Número 1477. Domingo 16 de enero de 2005

No hay comentarios: