El dibujante retrata la Gran Guerra, en la que trabaja desde hace 40 años, con terrorífica precisión
Sus tebeos, el último 'Puta guerra', son una referencia para entender lo que ocurrió
GUILLERMO ALTARES Madrid 23 MAY 2014
Se ha impuesto como la gran referencia para entender lo que ocurrió en las trincheras de la I Guerra Mundial. No es un historiador, ni un autor de documentales, ni un novelista. Se trata de Jacques Tardi (Valence, 1946), un dibujante de tebeos que, desde su casa del este de París, a unas zancadas del cementerio de Père-Lachaise, ha logrado recrear como nadie el horror y el absurdo del conflicto a través de historias de poilus —"peludos", el nombre que recibían los soldados franceses, que podría traducirse como "machotes"—. El último Festival del cómic de Angulema le dedicó una exposición y acaba de inaugurarse otra muestra en París en la que pueden verse las planchas originales de Puta guerra (2014), su obra magna sobre el conflicto junto a La guerra de las trincheras (1993), ambas editadas por Norma, que ha publicado la mayor parte de su obra. El 1 de enero de 2013 se enteró de que había recibido la máxima condecoración que otorga el Estado francés, la Legión de Honor. Dentro de una antigua tradición de la que participan grandes santones como Jean-Paul Sartre, Albert Camus o Simone de Beauvoir —Jacques Prévert dijo: "Rechazar la Legión de Honor está muy bien, pero es mejor no haberla merecido"—, declinó la medalla y se ha negado a participar en la conmemoración del centenario del principio del conflicto, el acontecimiento del año en Francia, pese a que recibió el encargo de elaborar un fresco.
En un reciente viaje a Madrid, el dibujante estadounidense Joe Sacco, que acaba de publicar un original panorama de la batalla del Somme, aseguraba que nadie había trabajado como él ese tema. "Unánimemente saludados por los historiadores por la precisión y el rigor de su testimonio, sus álbumes son una referencia", señalaba el catálogo de la exposición de Angulema, titulada Tardi y la Gran Guerra. "Este trabajo de auténtico archivero se centra en la vida cotidiana de los soldados y el horror de la realidad de las trincheras", agrega el texto del catálogo. Junto a su esposa, la cantante Dominique Grange, ha montado un espectáculo que mezcla la música con la presentación de imágenes y la lectura de textos con el que viajará por Canadá, Alemania y Reino Unido.
"Cada detalle es muy importante porque los objetos nos cuentan la guerra", asegura en su estudio y vivienda, una antigua fábrica con amplios espacios llenos hasta los topes de libros, objetos, archivos, colecciones de fotografías, películas, documentales. Hasta tiene un poilu —un maniquí, se entiende— perfectamente uniformado, con casco y fusil. Su cuidado del detalle es obsesivo, y junto a su colaborador, el investigador Jean-Pierre Verney, con el que cofirma Puta guerra, han hecho avanzar la comprensión de lo que ocurrió en el Frente Occidental entre 1914-1918 y de los sufrimientos que padecieron los soldados. "Muy poca gente sabe que en el equipo que se entregaba a los uniformados franceses al principio de la guerra no había calcetines. No es difícil imaginar lo que unas botas de cuero duro nuevas hacían con sus pies en pleno verano. No entraron en el uniforme reglamentario hasta 1915. Es criminal", explicaba Tardi en París el jueves de la semana pasada, un día después de la inauguración de su exposición en la sede del Partido Comunista Francés, un icónico edificio de Oscar Niemeyer.
Tardi lleva 40 años trabajando sobre el tema, desde que, hace 40 años, le ofreció una historieta a Goscinny para la revista Pilote que el creador de Astérix y Obélix le rechazó. "Hablar entonces de esta guerra era como poner en duda a los veteranos que habíamos visto cada año el 11 de noviembre", explica este dibujante de barba y pelo blancos, fumador empedernido, con una merecida fama de huraño, aunque, rodeado de sus objetos y sus gatos, en su lugar de trabajo, se muestra abierto y casi encantador. Nunca ha dejado de dibujar sobre la Gran Guerra, pero, dado que son episodios cortos e independientes, lo alterna con sus series más famosas, como Adèle Blanc-Sec o la adaptación de las novelas negras de Léo Malet protagonizadas por Nestor Bruma.
"Hay que verificarlo todo; si no, no se puede dibujar, y en eso es esencial Verney. Primero tengo que decir que no es historiador y a los historiadores oficiales no les gusta que sea citado como historiador. Es documentalista, un tipo que desde niño recorría los campos de batalla. Empezó a coleccionar cosas. Y desde la salida de La guerra de las trincheras, se puso en contacto conmigo para decirme que había detalles que estaban mal y que podía ayudarme. Me hablaba de una colección con mucho material. Al principio tuve bastantes recelos porque imaginaba a un loco de las armas, pero me pudo la curiosidad. No caí sobre un obseso de las armas, sino sobre alguien que abordaba la guerra como yo", explica Tardi, quien vuelve a insistir sobre la importancia que concede a cada detalle. "Los pantalones rojos de los uniformes franceses al principio de la guerra nos cuentan una historia: enviábamos a esos jóvenes al frente con un color que se veía perfectamente. Teníamos un ejército con el que queríamos ganar una guerra, pero no empezamos muy bien que se diga. Hay que denunciar todo esto y por eso hay que estudiar los objetos. Si se mira, por ejemplo, el equipo para comer, se descubre que es mucho peor que el de los alemanes. Otro objeto importante era el limpiaculos, una pala de madera que utilizaban los soldados porque, naturalmente, no había papel en las trincheras".
"Si tengo una secuencia con una ametralladora, Verney la trae y la ponemos sobre la mesa. Mucho mejor que una fotografía. Pero no se para ahí, porque hay que saber cómo funcionaba, cómo se sujetaba, que hacía falta agua para enfriarla, dónde tenía las municiones. Entonces me trae el manual de mantenimiento", señala antes de lanzar una nueva diatriba a favor del trabajo de documentación a cuenta de Senderos de gloria. "Estoy de acuerdo con el fondo, claro, pero la película está llena de errores: las trincheras no eran así, son demasiado anchas. El castillo donde se celebra el consejo de guerra es de estilo barroco bávaro porque el filme está rodado en Alemania. Y los fusiles son rusos. Me dicen que son cosas de las que solo me doy cuenta yo, pero son importantes. No veo en qué la documentación sería mala para la película".
Su obra y su conversación son una mina de información sobre el conflicto. "Empezaron durante aquella guerra los bombardeos contra civiles, gracias a los zepelines, pero también a la artillería", explica antes de dibujar una de las armas alemanas más potentes: un cañón gigantesco que 100 hombres operaban sobre raíles. Disparaban contra objetivos situados a 100 kilómetros y el proyectil casi entraba en órbita. "Llegaron a alcanzar l'Île de la Cité", señala. Los planos fueron destruidos y nunca se encontraron, como tampoco aparecieron restos del cañón. Un ingeniero canadiense llegó a reconstruirlos. "Pero apareció muerto en un hotel de Oriente Próximo. Una de las hipótesis es que fue asesinado por el Mosad porque pretendía vender los planos a Sadam Husein", señala.
La I Guerra Mundial es infinita, pero sobre todo es infinito el dolor que causó uno de los momentos más absurdos y sangrientos de la historia de la humanidad. Al final de La guerra de las trincheras recuerda las cifras: 35 países contendientes, 10 millones de muertos, 70 millones de combatientes. "¿Cuántos heridos? ¿Cuántas viudas? ¿Cuántos huérfanos?". Entre las tumbas de Edith Piaf, Yves Montand o Jim Morrison del Père-Lachaise, siempre con flores y mensajes, el visitante se encuentra con un pequeño mausoleo, mucho más discreto, en el que puede leerse: "Doctor Ponroy. Médico des gueules cassées", las "caras rotas", que Tardi ha dibujado con un realismo estremecedor en una serie de planchas de Puta guerra. Simbolizan los dos aspectos opuestos del progreso en la I Guerra Mundial: por un lado, nuevas armas, nuevos gases capaces de provocar más muertos, heridas más profundas y dolorosas (no hay que olvidar que el objetivo de un arma de guerra es herir más que matar, porque un muerto se deja atrás y un herido ralentiza un Ejército), y por otro lado, extraordinarios avances en la medicina (es algo que ocurre en todos los grandes conflictos), que permitieron salvar a muchos hombres que quedaron horriblemente desfigurados. Se calcula que volvieron a Francia entre 10.000 y 15.000 gueules cassées, que retrató el pintor alemán Otto Dix y que protagonizan la novela de Marc Dugain El pabellón de los oficiales (1998), llevada al cine por François Dupeyron. La lotería nacional francesa fue creada para tratar de ayudarles en 1933. "Representan el ejemplo máximo de los que no volvieron indemnes. No murieron, pero regresaron con un aspecto terrorífico. Los escondieron, sentíamos vergüenza de esa gente a la que, sin embargo, habíamos enviado al frente. En la mayoría de los casos, sus mujeres les abandonaron. Estaban en instituciones, muchos acabaron en la calle", explica Tardi.
Un asunto que estudia a fondo en su obra son los fusilados para dar ejemplo. Francia fue el país que más soldados envió al paredón por negarse a luchar ante el enemigo durante la Gran Guerra: 740, que todavía no han sido rehabilitados de forma colectiva. Con motivo del centenario, el historiador Antoine Prost recibió el encargo oficial de elaborar un informe sobre el asunto que presentó al Gobierno, y el Partido Comunista Francés tiene la intención de presentar en junio un proyecto de ley para que se apruebe una rehabilitación colectiva. La polémica en torno a los fusilados demuestra hasta qué punto la I Guerra Mundial sigue siendo un asunto abierto. "Entre los fusilados había muchos que se habían negado a combatir, acusados de amotinarse, aunque no es un término exacto. Creo que la palabra correcta es huelga porque no rechazaban combatir. Lo que rechazaban era combatir en las circunstancias en las que estaban, a las órdenes de oficiales inútiles".
Tardi relata en Puta guerra las rebeliones que estallaron tras la desastrosa ofensiva que planificó el general Nivelle conocida como la Batalla del Camino de las Damas (Kubrick se inspiró de este episodio en Senderos de gloria). "Nivelle era un incapaz y la única idea que se le ocurre es lanzar oleadas de ataques sin ningún resultado. Si uno va sobre el terreno, se constata que era imposible: los franceses tenían que subir una cuesta muy elevada, cuando tiraban granadas caían sobre ellos. Tenemos entonces a los soldados que se negaban a combatir, pero también se fusilaron asesinos, violadores, criminales. Lo que dice el Gobierno es que están dispuestos a rehabilitarlos, pero caso por caso. Pero los archivos han desaparecido".
Si llegó a la Gran Guerra por los relatos que le contó su abuela paterna sobre los sufrimientos de su abuelo en las trincheras, ahora está trabajando en la II Guerra Mundial para narrar la historia de su padre, militar francés y prisionero de guerra de los alemanes. Ya ha publicado el primer volumen, Yo, René Tardi, prisionero de guerra en Stalag IIB. "Es la misma guerra que ha continuado", asegura. "Por eso, si queremos comprender el mundo en el que vivimos, hay que entender la I Guerra Mundial". Cuando termina la conversación, Tardi se detiene ante la estantería para mostrar algunas joyas de su colección, como dos libros alemanes con fotos muy poco conocidas de la vida en las trincheras. Entonces surge una pregunta que se había quedado en la libreta: la influencia de Goya, sobre todo por la imagen de un cuerpo destrozado sobre un árbol que recuerda al empalado de los Desastres de la guerra. "Cualquiera que dibuje la guerra está influido por Goya. Pero la imagen a la que usted se refiere la tomé de una fotografía". La realidad imita al verdadero arte.
Puta guerra. Jacques Tardi / Verney. Norma Editorial. Barcelona, 2014. 144 páginas. 29,95 euros.
La guerra de las trincheras. Jacques Tardi. Traducción de Gabriel Roura y Enrique S. Abulí. Norma Editorial. Barcelona, 1993. 128 páginas. 18 euros.
Yo, René Tardi, prisionero de guerra en Stalag IIB.Norma Editorial.Barcelona 192 páginas. 24 euros.
Putain de guerre. Exposición en el Espace Niemeyer (2 Place du Colonel Fabien, 75019 París). Hasta el 28 de junio.
El Pais Babelia 24.05.14