viernes, 16 de mayo de 2014

ANALISIS DE UNA MUERTE IMPOSIBLE por Miguelanxo Prado

«Dicen los comunicólogos que a la historieta no le queda mucha vida, que esto se acaba.» Alguien me transmitió la predicción así de inconcreta, así de contundente. Y es cierto que he oído más de una opinión en ese sentido. Eso sí, no sé cuántos de los que la sustentan pueden ser llamados comunicólogos. Yo, que debo ser un poco corto de miras y, desde luego, no soy comunicólogo, no acabo de verlo claro.



Milton Caniff


Uno de los hechos que se resaltan como signo inequívoco para apoyar esta tesis de extinción es la caída de las revistas especializadas que, sobre todo en el mercado francés, vienen desapareciendo en los últimos años una tras otra. Ésta, como casi todas las generalizaciones, no es del todo cierta. La mayoría de esas publicaciones que hoy parecen haber entrado en una definitiva crisis es la de aquellas que, de forma tímida, han pretendido seguir una línea distinta de la «tradicional»: las que llamamos de historieta para adultos. Y entiendo aquí por tradicional esa limitada concepción de la historieta que la ve única y exclusivamente como un medio de evasión.

Podríamos englobar este hecho en una dinámica general en la que la «diversión» (se habla de lo «lúdico» para darle un tinte de importancia) prima sobre la «emoción». Entre otras cosas quizá porque es mucho más fácil de controlar una masa divertida que una masa emocionada. Los romanos ya lo sabían, y lo enunciaban en aquel pragmático principio político de «al pueblo, pan y circo».

Resumiendo, las revistas para adultos, efectivamente, parecen llamadas a desaparecer (al menos en Francia); en eso puedo estar de acuerdo con los «extincionistas». Pero es fundamental diferenciar la historieta como forma creativa de sus posibles soportes (tiras de prensa, libros, revistas especializadas, magazines, etc.). De modo que esta crisis de revistas lo único que evidencia es que como vía de comercialización han dejado de ser validas y, en una lectura más general, la necesidad de revisar y, tal vez, replantear mejor los demás soportes para adecuarlos al tipo de público al que se desea llegar. Precisamente tenemos el ejemplo opuesto en la revista de superhéroes, que han llegado a entrar incluso en el mercado francés, tradicionalmente cerrado a este tipo de productos, y que evidentemente sí ofrecen aquello que el público al que van dirigidas espera.

Creo detectar también un cierto cansancio en muchos editores, autores y críticos. Cansancio y desencanto. No sé bien si el uno es consecuencia del otro o a la inversa. Esto conlleva una cierta sensación de haber agotado posibilidades y se manifiesta en una fuerte tendencia a la nostalgia. Raymond... Cannif... ¡quedan ya tan lejos! Lo mismo parece suceder con el cine: después de John Ford... Ambos medios vistos desde la entrada del fin de siglo parecen haber envejecido irremediablemente: un argumento más a favor de la extinción.

Acaso lo que falta al analizar ambos medios sea la perspectiva de la tradición. No podemos olvidar que ambos son (al menos en su desarrollo) hijos de la sociedad norteamericana, de un pueblo que se ha tenido que inventar una Historia, llenando sus escasos 200 años de existencia con una épica tan dudosa como los superhéroes de sus historietas y de sus películas. Esa artificial dilatación del tiempo da profundidades allí donde aún no las hay, como un objetivo fotográfico de gran angular, a través del cual un cuartucho puede parecer un salón de baile.

Si midiésemos cine e historieta con raseros temporales aplicables a otras actividades artísticas nos encontraríamos con que John Ford, Ridley Scott o Peter Greenaway son prácticamente contemporáneos, como lo serían Alex Raymond y Lorenzo Mattotti. Sorprende un poco, lo sé, pero 50 años son apenas un instante en la historia de la pintura, la literatura o la música, pero para un americano el mes pasado es ya Historia, y por tanto, a sus ojos, la distancia que separa a Ford de R. Scott vendrá siendo la misma que la que separa a Cervantes de García Márquez.

Los europeos hemos llegado a asimilar tan profundamente ese sistema de valoración norteamericano que perdemos a menudo nuestra propia capacidad de perspectiva, y muchas veces olvidamos que la vida del arte se mide en siglos.

El cine y la historieta son, vistos así, meros adolescentes. Apenas hemos empezado a conocer el medio, a entrever sus posibilidades, a salir de sus rudimentos y, sin embargo, desde esa otra perspectiva de lo efímero, ya nos pronostican su fin. Más o menos como si al acabar el Siglo de oro español, pasado el auge de las novelas de caballería, muertos Shakespeare y Cervantes, se hubiese anunciado el fin de la literatura. O si después de Velázquez y Rembrandt se hubiese proclamado la desaparición de la pintura. Y soy generoso en los márgenes de tiempo que doy a las comparaciones.

Pero no es esta perversión temporal la única que el sistema norteamericano nos ha vendido. También ha impuesto un zafio y basto predominio de la cantidad sobre la calidad. Es, en el fondo, una perversión del mismísimo concepto democrático: no se trata de hacer llegar a todo el mundo la Cultura, que por su multiplicidad hace al ser humano más libre y más independiente, aportándole capacidad de criterio, sino de llamar «cultura» a los gustos uniformados de una mayoría con una formación precaria y tremendamente parcelada y limitada. Es la consagración del inmovilismo que facilita buenos beneficios económicos (a menor variedad de oferta, menores riesgos, menor coste de producción y mayor beneficio) y un potente control ideológico y, por tanto, político. Esto es aplicable a cualquier medio de comunicación y manifestación artística.
La historieta para adultos, desde este punto de vista, pierde su potencialidad como medio de comunicación. Pero es que los comunicólogos parecen considerar que para que exista comunicación, en el clásico dúo emisor/receptor, el último ha de ser masivo y multitudinario. Pero eso es más falso que la pluma que dibuja sola: con uno de cada llega, aunque, por supuesto, no sea ésa una situación deseable para ninguno de los que estamos metidos en esto. Tal vez esta forma de valoración se deba también a que los comunicólogos, como tantas ocupaciones de estos dos últimos tercios de siglo, sean un invento norteamericano y lleven en su médula esencial esa deformación admirativa de lo grande y lo muy numeroso, característica del «modo de vida americano».

Acaso lo que esté en crisis sea esta vocación de «medio de masas» como panacea universal. Tal vez el futuro esté en escoger mejor la minoría a la que dirigirse. De cualquier manera todas éstas son cuestiones derivadas, de las que habrán de ocuparse los editores pero que en nada afectan a la historieta como hecho creativo.

La cantidad mayor o menor de público influirá en el número de personas que puedan dedicarse «profesionalmente» a este tinglado, en los dineros que puedan llegar o cobrar por hacerlo o en lo rentables que puedan llegar a ser los negocios que se monten a su alrededor. Pero el medio como tal (la historieta, al igual que la literatura, el cine, la pintura, la música...), no depende para existir de ese favor popular. Porque el arte, en cualquiera de sus formas, es la consecuencia de una incurable, devoradora e incontenible necesidad de expresarse. Y aunque se llegase a tener que pagar por ello, como bien saben tantos poetas que han tenido que hacerlo para poder su obra impresa, aún así, perviviría.

Ahí está la mayor equivocación de los comunicólogos y los editores que vaticinan muertes inminentes.

Y es lógico, porque seguramente ellos estén libres de esa pasión enfermiza que empuja al ser humano a perder parte o la totalidad de su tiempo jugando a creador. Se equivocan porque de aquí a que desaparezca (de modo no violento, claro) el último tarado que se desahogue emborronando papeles y el último bobo que disfrute leyendo o contemplando esos borrones, ha de pasar mucho, muchísimo tiempo. Y se harán muchas, muchísimas nuevas obras en todos los medios. Entre ellas, con toda seguridad, unas cuentas historietas que resultarán tan Imprescindibles como «La Gioconda» o «El Quijote» para comprender el Arte y el Pensamiento humanos.

Miguelanxo Prado


Krazy Comics Anuario Extra nº1 Enero 1990

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