lunes, 25 de septiembre de 2017

Schultheiss EL SUEÑO DEL TIBURÓN


Ediciones Glénat




 Jordi Sánchez

El hecho de haber nacido en una ciudad en ruinas no debe ser del todo ajeno a la torturada personalidad (a juzgar por su obra, en público es un interlocutor estupendo) de Matthias Schultheiss. La obra de un esteta de la violencia extrema, un demiurgo del vértigo y la suciedad, no podría haber tenido otro lugar de origen que los escombros de Nuremberg.

Un caso raro, este Schultheiss: una obra de tal solidez sólo podría haberla diseñado el más americano de los alemanes; tanta independencia y rigor sólo existe en los más europeos de los autores americanos. Claro ejemplo, por tanto, de un modelo extrañamente transnacional de historietista (como Andreas Martens, otro alemán), Matthias Schultheiss ha gestado en doce años una bibliografía heterogénea y valiente (también ampliamente controvertible) de la cual El Sueño del Tiburón /El Hormigero de Lagos es la cota más alta. El álbum narra la historia de Patrick Lambert, «un cerdo blanco en plena decadencia», como lo define un policía nigeriano, un pirata psicópata en Lagos, Nigeria, un infierno de muerte y delirio venéreo. Lambert, que al comienzo de la obra ya es un criminal atroz, convierte su mente, después de sufrir una terrible sesión de tortura genital, en un pestilente cenagal. Con unos pocos trucos y la credulidad de un puñado de desarraigados nigerianos, Lambert, al que muchos creen un poderoso mago, se torna leyenda viva y capitanea una feroz tripulación pirata.

El demente marino, un verdadero personaje, no un monigote, se envilece progresivamente mientras, en admirable desarrollo, la trama va crispándose, endureciéndose, con la irrupción de nuevos personajes. Traficantes de alta tecnología militar, máximos dirigentes de parodias de estados, y hasta insaciables esposas de diplomáticos, inundan un argumento en el que la degradación moral de los actores corre pareja al incremento del vigor de la acción. Diálogos sucios, afilados como navajas, litros de sangre, humedad, moscas, miseria, basura, mucha basura, y sexo, jalonan una historia, desfile de traiciones y trampas mortales, que desemboca en uno de los finales más alucinados de la historia del medio. Ese tiburón que emerge violentamente, partiendo de una dentellada al desgraciado Shagari, es una imagen especialmente acertada. Ese último, hórrido cuadro, se erige en estremecedor anuncio: por muy tremenda que nos haya parecido la historia de Lambert, lo peor todavía esta por llegar. El horror no es finito.






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