martes, 25 de octubre de 2016

El "Prestigio" americano

Esto se acaba.

La década, claro. La de los 80.

Y, ¿qué es lo más importante que ha ocurrido en EE.UU., durante esta década?

¿La aparición de nuevos autores?... Sí, claro, tenemos un puñado de esos que nos ponen los ojos en blanco y nos abultan convulsivamente la bragueta... y todos tenemos los nombres en la cabeza. Pero también en los 70 salió otro puñado... ¡y no digamos en los 60!

¿La evolución de los personajes?... Pues también: subieron los mutados y bajaron los hombres de acero, o bajaron los vengativos y subieron los murciélagos. Pura y puntual anécdota. Mañana, puede subir Mocoman y bajar todos los demás.

¿Un cambio de temática?... Bueeeeno, algo de eso hay. Pero, aunque los personajes hablen-piensen a trompicones y se echen las culpas de todas las desdichas del Universo —el de verdad, no «ése» que todos estáis pensando—, o parezcan tanguistas de los años 50, preguntándose el quiénes somos, a dónde vamos y de dónde venimos, siempre terminan resolviendo sus angustias vitales soltando guantadas a destajo al primer ingenuo que se les cruza por delante.

Entonces, ¿qué diablos han hecho estos chicos yanquis durante los 80?... Pues según la personal e intransferible opinión personal de uno —vaya por delante—, y mal que escandalice a muchos —que de eso se trata—, lo más destacado que se les ha ocurrido ha sido imitar a los europeos.

Porque, si algo había diferenciado la historieta norteamericana, hasta hace bien poco, era un aspecto y una edición bastante particulares: el papel infame; el color chillón, pero funcional; y el ejército de manos que intervenían en su creación... con el guionista y el dibujante a lápiz destacándose del pelotón por una nariz.


Los comic-books eran, por tradición y mercado, un producto para niños. La realidad era bien distinta, por supuesto, pero como los yanquis, nosotros y los de Pernambuco nos parecemos más de lo que quisiéramos todos, se veía de lo más cutre que alguien, con un coeficiente de inteligencia superior al de un pobre mongólico, llevase un tebeucho debajo del brazo.

Y llegó la revolución. Primero, los autores más vanguardistas se dieron cuenta de que en Europa — sería más correcto decir «en Francia»— las cosas se hacían de otra forma: con más páginas, lo que permitía a desarrollar mejor una historia, con mejor color, mejor impresión, y una «dignidad cultural» reconocida, que los yanquis no olían ni por el forro.

Así que imitaron todo eso y «crearon» la Novela Gráfica. O sea, el álbum de historietas. Aunque con tapa blanda, el formato resultaba incómodo, por grandes, y el precio era caro. Y al público, por muy yanqui que sea, le costaba rascarse el bolsillo.

Se redujo el formato tradicional del comic-book conservando las demás características, y «crearon» el Prestigio, Estante, Cinco Estrellas, etc., etc. O sea, el álbum «broché» europeo.

Y lo más divertido es que, creyendo hacer la revolución, sin hacerla de verdad, resultó que sí la hicieron. Porque, con la «nueva» fórmula, la historieta entró en un mercado inexplorado hasta entonces: el de las grandes cadenas de librerías generales, «serias». No es lo mismo acercarse furtivamente a un vergonzante quisoco, a comprarse un subproducto hecho con pulpa de madera, que entrar en un templo cultural como una librería... ya se sabe que en una librería se vende Cultura —con mayúsculas—, no subcultura. Y viceversa: un establecimiento «prestigioso» nunca venderia cuadernitos de señores en pijama, pero algo que se parece remotamente a un libro... ¡ah, la cosa cambia!

Pero estamos hablando de los EE.UU., y lo que fue un intento de ampliar el estrecho marco de la historieta estadounidense, de dignificación del género, entró dentro de la máquina trituradora de la industria... ¡ahí había dinero! Y lo que fueron esfuerzos puntuales, y serios, de diversos autores, se ha convertido en explotación de la fórmula.

Y ahora tenemos Prestigios únicos, Limited Series en Prestigio, Noveles Gráficas en tapa blanda, Novelas Gráficas en tapa dura, y mil reediciones de teóricos «clásicos»: desde las 50 historias más ridículas del Hombre-Vampiro a los 50 monstruos más infames de La Pareja Chiflada. No importa lo que se cuenta, quién lo cuenta o cómo se cuenta, sólo importa lo gordo, lujoso y caro que sea el tocho. Cuanto más, mejor.

Lo que pudo ser un revolución temática y artística, de fondo y forma, ha quedado convertida en una carrera desenfrenada, por parte de las editoriales, por vender lo mismo de siempre a un público más o menos nuevo. Y es que, cuando se ¡mita algo, siempre se copia lo peor del producto imitado... ¡ni los yanquis se libran de las maldiciones gitanas!

Claro, que durante los 80, también ha sido fundamental la aparición, proliferación y consolidación de las librerías «especializadas», porque...

Pero eso ya es otra historia. ■ Francisco Pérez Navarro


Publicado en la revista Krazy Comics nº4. Enero 1990

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