Por Jesús Palacios
DICK TRACY,
BOOK ONE:
BIG CITY BLUES»
John Moore & Kyle Baker. Walt Disney Publications. 48 págs., color, 3.95 $.
El lema de esta primera parte de tres aventuras, inspiradas en el film de Warren Beatty sobre el clásico personaje de Chester Gould, podría ser: ¡Olvidad la nostalgia! Porque, realmente, de las opciones más evidentes de que disponía Baker —una: fagocitar y recuperar el estilo de Gould; dos: realizar una adaptación realista y con flou de época de la película— no ha elegido ninguna, sino que se ha atrevido a componer un desmitificador ejercicio de autor, poniendo en evidencia los absurdos de la nostalgia gratuita, y demostrando como, aún partiendo de personajes y situaciones creados por otros, se puede conseguir una obra totalmente personal.
De hecho, el tratamiento del personaje desde el punto de vista gráfico acumula intencionadas ironías:
reproduce el rostro de Beatty con bastante verosimilitud, junto, por ejemplo, al de un Pat fiel a su imagen primitiva de las tiras de Gould. Pero, bromas aparte, el mejor homenaje de Baker a Gould es el hecho evidente —ahí están sus The Shadow, Justice Inc. o Through the Looking Glass— de que su estilo es tan personal hoy día, como en su tiempo lo fue el del creador del original Dick Tracy, compartiendo con éste la inclinación a la caricatura expresionista y a lo grotesco. Inclinación que se complementa perfectamente con el guión de John Moore, que, como los dibujos, no se queda en el mero reciclaje, sino que se adapta a la evolución actual del género de Serie Negra: cínico, divertido, siniestro y abundante en un clima de corrupción que, a diferencia de las tiras primitivas, alcanza plenamente a los propios estamentos policiales. Esta combinación de humor negro, tremendismo y thriller, más los expresivos seres surgidos de la pluma de Baker, dan como resultado una ciudad americana de los 30 que más bien recuerda al Berlín de George Grosz, contemporáneo en el tiempo, que a los revivales al uso, estilo Adios, muñeca, El Hombre de Chinatown y otros parecidos.
Así, este nuevo Dick Tracy, que combina en sus páginas una planificación clásicamente americana, aplicando el principio de montaje felizmente llevado ya a cabo por maestros como Will Eisner, y consistente en que casi cada página —o a lo sumo cada tres— desarrolla una acción autoconclusiva en tiempo y espacio, ágilmente compuesta y que dota de ritmo y velocidad a la narración; con influencias estilísticas europeas —al menos no estrictamente americanas— que recurdan, aparte de al ya citado Grosz, a autores como Ralph Steadman, Breccia, Muñoz y Sam- payo y otros, junto a la gran tradición caricaturista USA. Este nuevo Dick Tracy, como decía, abre una puerta hasta ahora prácticamente cerrada, que no es otra que la de conseguir que la adaptación al comic de un film —agravada en este caso por el propio origen gráfico de la película— se convierta en una obra plenamente autónoma e independiente de aquél.
Puede que Dick Tracy, the Movie, sea un completo bodrio. Pero eso ya no podrá alterar nunca el hecho de que esta trilogía de Kyle Baker promete ser ya uno de los mejores comics de los primeros 90.
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