La pintura del catalán Mariano Fortuny (1838-1874) estuvo prendida entre el encargo y la libertad creadora. Fue el joven maestro de lienzos orientales . Ahora, una exposición en Barcelona recuerda su obra.
Texto: Erika Bornay
Jinete árabe. Patio de una casa de Tánger. Óleo sobre lienzo, 1867.
Cuando un día del año 1850 Mariá de les figuretes decide conducir a su nieto de Reus a Barcelona, a Die, con unos documentos de presentación para el escultor Doménech Talarn, a fin de hacer de él "un pintor", poco podía imaginarse que aquel niño de sólo 12 años iba a convertirse en el artista catalán más internacional y adulado de su siglo. Pero es en la intuición y en la decidida actitud de su abuelo, conocido con aquel sobrenombre por ganarse la vida representando escenas históricas en un teatro ambulante de figuras de cera, de donde arranca la fulgurante carrera artística de Mariano Fortuny (Reus, 1838- Roma, 1874).
Sin embargo, en, la actualidad se desconoce, o casi nadie recuerda, la enorme repercusión y el impacto que produjo su obra, no sólo en el ámbito europeo, sino incluso en el de Estados Unidos, donde, como señala E. J. Sullivan en el catálogo de la exposición que se inaugura el próximo día 18 en la Caixa de Pensions de Barcelona, Fortuny fue una de las fuentes de inspiración de muchos artistas norteamericanos, cuyo interés por la obra del pintor catalán no decaerá hasta el segundo decenio del presente siglo, muy en particular después de la inauguración en Nueva York, en 1913, de la célebre exposición del Armory Show, que introducirá en aquel país las últimas tendencias de la vanguardia europea.
La respuesta a este desasimiento por la obra creacional de Fortuny hemos de hallarla probablemente en el hecho de que su prematura muerte (como Rafael, Giorgione o Watteau, todos fallecidos alrededor de los 35 años) le impidió desarrollar unas inquietudes artísticas que no lograron, salvo excepciones, traspasar el muro que el romanticismo fatigado de la época había cimentado en muchos ambientes artísticos europeos, y desde luego el de Italia, primer país extranjero en el que Fortuny residirá y continuará el período de formación iniciado en Barcelona. El joven pintor llegará a aquella nación a principios de 1858, cuando Courbet ya había realizado sus obras realistas más combativas. Pero Italia, ignorando el mensaje vivificador del pintor francés y los otros realistas, seguía practicando la pintura de historia, con excepción de Florencia, donde precisamente por aquellos años se estaba desarrollando el movimiento de los macchiaioli, cuya orientación realista se oponía al de la desfalleciente poética romántica, con la que dificultosamente luchaba un reducido número de artistas más inquietos y receptivos a nuevas formulaciones plásticas que oponer a las conservadoras de su entorno.
Pero Fortuny, después de su aprendizaje en la Academia de Bellas Artes de Barcelona, dominada por la doctrina nazarena que impartían Claudi Lorenzale y Pau Milá i Fontanals, noirá a Florencia, sino a Roma, con una beca de ampliación de estudios creada por la Diputación Provincial de Barcelona y Bellas Artes, que ganará por unanimidad a los 19 años de edad.
El pintor, que llega a Italia lleno de entusiasmo y de ansias de aprender, copia cuadros de los maestros y acude a visitar las exposiciones de las academias de Francia y de San Lucas, donde triunfaban los pintores de temas de historia Francesco Hayez y Giovanni Carnevali, conocido como 11 Piccio. Sin embargo, Fortuny se da cuenta pronto de que las exigencias artísticas que derivande su tipo de beca de estudios le impiden experimentar con nuevos lenguajes. A impulsos de su inquietud decide matricularse en la academia Giggi, donde trabajará diariamente unas cinco horas con modelos al natural, y por su cuenta, en su domicilio, pintará acuarelas con temas de la vida cotidiana. Esta intensa dedicación al trabajo la interrumpe en ocasiones para acudir a las tertulias del café Greco, donde, junto con otros pensionados españoles —Vicente Palmaroli, Eduardo Rosales, Lorenzo Vallés ...—, se reúne con artistas y pintores residentes en Roma.
La libélula. Óleo sobre lienzo, 1866-1867.
Adelaida del Moral d´Agrassot. Acuarela sobre papel, 1874
A punto ya de finalizar su beca de estudios en Italia, un nuevo e inesperado acontecimiento hallará un trascendental eco en su expresión artística. El 10 de enero de 1860, la Diputación Provincial de Barcelona le encarga la realización de cuatro cuadros grandes y seis medianos sobre "los acontecimientos más memorables de la gigantesca lucha" que tiene lugar, en África del Norte entre el Ejército español y el marroquí. A tal fin, la diputación le ofrece un crédito y cartas de recomendación para los generales O'Donnell, Ros de Olano y Prim. Fortuny acepta, regresa a España y, junto con Jaume Escriu, se embarca a las pocas semanas en el puerto de Barcelona rumbo a Marruecos.
La experiencia africana se revelaría altamente estimulante para sus inquietudes plásticas. La luz y la gran riqueza cromática de aquellas tierras impresionaron el ojo sensible de Fortuny como en 1832 deslumbraron la mirada de Delacroix. Aunque por las exigencias del encargo se veía obligado a tomar notas y a ejecutar dibujos de los acontecimientos bélicos, su verdadero interés se dirigía hacia las escenas de la vida a su alrededor, con las calles abigarradas de gente, luz y exotismo. Los apuntes de los viajes que Fortuny realizó en África seránla clave de toda su obra orientalista.
El cuadro más famoso de su estancia en Marruecos es el titulado La batalla de Tetuán (1863), que hace referencia a la expugnación de un campamento marroquí, el 4 de febrero de 1860, por las tropas españolas, entre las que aparecen las figuras de los generales O'Donnell y Prim. Este enorme lienzo, para el que Fortuny se inspiró en la famosa obra La batalla de Smalah d´Abd-el-Kader, del pintor francés Horace Vernet, destaca por su vibrante dinamismo y el rico cromatismo de la composición. Otra obra muy conocida en aquel período, y también, como la anterior, en el Museo de Arte Moderno de Barcelona, es La odalisca (1861), un tema muy recurrente desde el primer Ingres y uno de los que, bajo su apariencia exótica, canaliza el erotismo de la doble moral burguesa del siglo XIX.
Posteriormente, en un viaje a París, Fortuny admiró no sólo la obra de los grandes orientalistas, sino también la pintura de los tableutin, pequeños cuadros de gabinete con escenas costumbristas, tratadas con gran minuciosidad y muy en boga en aquella época. Meissonier, un artista francés que, como Fortuny,
Odelisca. Óleo sobre lienzo, 1862 (Cuadro incompleto)
conoció en vida un éxito triunfal que le ha sido negado por la posteridad, era uno de los grandes virtuosos de este género que entusiasmaba a los coleccionistas.
Mariano Fortuny, impulsado tal vez por motivos económicos o por esa personalidad artística contradictoria que le caracterizó, se dejó seducir por las exigencias —y gratificaciones— del gusto de los compradores y marchantes, y en 1863, influenciado por los temas de Meissonier, y posiblemente por los de II Piccio, que con pinceladas ligeras y veloces evocaba escenas y ambientes del rococó, iniciará su pintura de casacóncon el cuadro El coleccionista de estampas, de la que existen tres versiones, la primera de 1863. Este tipo de obras, junto con las de temática oriental, le otorgaron gran renombre, que se consolidaría a nivel internacional con la célebre exposición de 1870 en la más importante galería de París.
La década de los sesenta fue para Fortuny un período de importantes acontecimientos y de gran actividad profesional. En una carta a su amigo el pintor Tomás Moragas escribe: "Tengo un frenesí, un furor para producir, y ¡quién sabe lo que seré...! ¡¡¡Paciencia!!!".
En aquellos años investigaen el campo de la acuarela y en el del grabado al aguafuerte, técnicas en las que asimismo se revela con unas dotes excepcionales. En 1866 cierra un importante contrato con Adolphe Goupil, un reputado marchante parisiense. Fortuny se compromete en este contrato a enviarle durante un año un determinado número de obras, recibiendo como contrapartida económica la cantidad de 24.000 francos oro. (La desazón y el disgusto que más adelante le producirán los compromisos adquiridos con Goupil son paralelos a los de Goya en relación con su contrato para ejecutar cartones para tapices. Como éste, Fortuny se quejará: "Ya estoy harto de pintar moros y de tanta casaca. Quiero pintar como me dé la realísima gana".)
En 1867, el pintor contrae matrimonio con Cecilia, la hija mayor de Federico de Madrazo, máximo pintor oficial de España, quien tiempo atrás, y movido por su admiración, le había abierto su estudio madrileño. Durante su estancia en la capital, Fortuny ejecutó en el Museo del Prado copias de Velázquez y Ribera (véase la influencia de este último en Viejo desnudo al sol, 1173), pero sobre todo le impresionó Goya, y de nuevo escribe a Moragas:
La carrera de la pólvora. Óleo sobre lienzo. 1863.
Mercader de tapices. Acuarela sobre papel, 1869
"¡Hoy, con lo que he visto de Goya, estoy nervioso! ¡Si vieras qué cosas...! Cada día voy conociendo más que hay mucha afinidad entre lo que él buscaba y yo busco".
Esta admiración por el que bien se puede considerar iniciador de la pintura moderna se refleja en la famosa pintura sobre tabla La vicaría (1870; existe otra versión anterior, realizada en 1867). Escena goyesca dentro del género de tableautin, el cuadro es un prodigio de ejecución y muestra la variedad y riqueza de recursos del artista. La idea le surgió a Fortuny cuando realizaba las gestiones de papeleo previo a su boda.
Para su realización utilizó a su esposa, a varios familiares e incluso a Meissonier. La escena representa el interior de la vicaría de una vieja iglesia española, donde los componentes de una boda popular acuden a la firma del compromiso de matrimonio. En esta obra asombra la unión del detalle preciso y justo en figuras y objetos con la frescura y ligereza de ejecución en un tamaño tan pequeño (60 por 94 centímetros).
La admiración del público y un elogiosísimo artículo que Théophile Gautier escribió sobre la obra contribuyeron a aumentar el prestigio de Fortuny, que empezó a ser conocido internacionalmente simplemente como el maestro.
Otra etapa importante para la carrera del artista fue su viaje y estancia en Granada en 1870, donde pinta paisajes llenos de luz en busca de esa modernidad que anhela reflejar en sus obras, pero su pincel, que desea liberarse, tiene que someterse a los compromisos previamente adquiridos con Goupil y el norteamericano W. H. Stewart, que siente ahora como barreras a sus inquietudes plásticas que progresivamente, se le van imponiendo con más y más fuerza.
Finalmente, pero sobre todo el último año de su vida, Fortunyempieza a sentirse artísticamente liberado. En Porticí, en el golfo de Nápoles, donde se instala con su familia, aparece exultante. Allí pinta con plena libertad la vida a su alrededor, el mar, la playa. Será su época más fecunda. El 5 de septiembre de 1874, dos meses antes de morir, escribe a un amigo: "Había cosas buenas en mis cuadros, pero como estaban destinadas a la venta, no tenían el cachet de mi individualidad (pequeña o grande), forzado como estaba en transigir por el gusto de la época. Pero ahora, heme aquí ya lanzado; puedo pintar para mí, a mi gusto, todo lo que me plazca. Esto me da esperanzas de progresar y mostrarme en mi propia fisonomía...".
Precisamente un tiempo antes había tenido oportunidad de contemplar en una exposición la pintura de Renoir, uno de los maestros del impresionismo, y resulta altamente significativo que, entre los grandes nombres que allí exponían, sólo éste le interesó realmente. En sus últimas obras, Fortuny rehúsa, ya sin titubeos, pintar temas neorrománticos y de casacón, y rechaza el preciosismo y la brillantez miniaturista. Busca el predominio de lo pictórico sobre lo narrativo, y pone el acento en los valores plásticos y en expresar aquella luz que descubrió en Marruecos, con pinceladas lumínicas, de mancha, atenta sobre todo a captar sintéticamente las masas cromáticas.
Su obra gráfica fue muy apreciada por sus contemporáneos y pasó rápidamente a formar parte de importantes colecciones particulares, así como de bibliotecas y museos tanto de Europa como de Estados Unidos. Ciertamente, y como pone de relieve Rosa Vives en un artículo aparecido en la revista Serra d'Or con el epigramático título Fortuny gravador. Un avantguardista del vuit-cents, después de Goya, a quien mucho le debe en este campo, y antes que Picasso, Mariano Fortuny destaca como un artista paradigmático del grabado original en España, no sólo por la maestría, espontaneidad y libertad de su trazo, sino por el carácter experimental en su tratamiento del aguafuerte, por su afán investigador en los aspectos formales y de textura de muchos de sus grabados, que parecen intuir el trabajo de los norteamericanos Mark Tobey y Jasper Johns.
Fragmento de Fantasía árabe. Óleo sobre lienzo, 1866
El Pais Semanal
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