miércoles, 4 de mayo de 2011

El genio del color



Tiziano sedujo a reyes y emperadores en el siglo XVI. Sus sensuales Venus, los retratos y las eróticas escenas mitológicas fueron un referente estético para los monarcas españoles. El Museo del Prado inaugura ahora una gran exposición que muestra los mejores lienzos del gran maestro veneciano. Por Fernando Marías.


"Ofrenda a la diosa de los amores". Este cuadro formaba parte de un conjunto de tres pintados por Tiziano por encargo de Alfonso d´Este, duque de Ferrara, para decorar su palacio. Llegó a España como un regalo para Felipe IV y hoy es una de las joyas del Museo del Prado. Venus está representada en la estatua que aparece a la derecha.

El color siempre ha sido sospechoso, poco de fiar. Como la luz, de la que se deriva y depende, y como las som­bras, el color es mutable. Cambia a lo lar­go del día, y de la noche, y El Greco –que había estudiado en Venecia las obras de Tiziano– nos recordó que siempre había algo que contemplar aun en la "mediocre oscuridad", en la que incluso se podía go­zar con la vista y que se tenía algo que imi­tar en la pintura. Cambia el color con las estaciones del año y con las latitudes geo­gráficas; cambia con el tiempo, con el sol o las nubes, con el fuego o las luces artifi­ciales de cualquier tipo de lámpara, en el pasado siempre móviles; cambia también a causa de la realidad circundante, que puede sólo teñir un color de otro, o inva­dirlo a través de la reflexión de unos obje­tos en otros.

Siempre se ha tenido el color, en la realidad o en las imágenes de la pintura, como sinónimo de la propia naturaleza, de la materialidad del mundo, de su carácter contingente y efímero, de los accidentes de la circunstancialidad más que de la esen­cia de las formas ideales, constantes, in­mutables y eternas trazadas con la línea firme del dibujo.

El arte, el estilo, la estilización estaría –¿todavía no pensamos así?– en la foto­grafía en blanco y negro, en la ilumina­ción artificial del foco teatral, en los dibu­jos y las pinturas de Rafael y Miguel Án­gel..., al margen del color del cine ameri­cano y de Tiziano da Cadore.

Mas el color, como la luz y las sombras, todo lo impregna; estamos tan habituados a movernos en un mundo tan colorido como tridimensional que se nos dificulta muchas veces la propia comprensión del color, o quizá sólo se trate de que hemos perdido ciertas habilidades en el trato con el color, pues no sólo tenemos problemas para designarlo verbalmente, sino para identificar su propia naturaleza. Fijémo­nos en la ventana abierta de la Venus de Urbino, una de las joyas de la gran exposi­ción antológica que sobre Tiziano Vecellio se inaugura el próximo martes en el Mu­seo del Prado, de Madrid, y en los objetos y los celajes de color que se representan tanto a sí mismos como a una hora espe­cífica del día. ¿Es el amanecer? ¿Es el atar­decer? De esa discriminación dependerá una lectura correcta de lo que acontece. o de lo que ha sucedido en esa habitación. No sólo se requería a algunos pintores, y a su arte de la pintura, que Venus pareciera verdaderamente de carne, piel y hueso más que una mera imagen de mujer bella, sino que quedara clara la historia que se narraba ante unos ojos abiertos de par en par a una nueva realidad que se desplega­ba sobre un lienzo. ¿Irían a cantar los rui­señores? ¿O serían las alondras? Estaría esta Venus de claras carnes a la espera del amante o lo despedía tras una noche de lu­cha entre las sábanas blancas.

La distinción no tenía sólo que afec­tar, para un espectador del cuadro de Ti­ziano de 1538, quizá el duque de Urbino, Guidobaldo della Royere, que le reclama­ba su donna nuda, a un aspecto meramen­te accidental de la narración de esta fábu­la mitológica; la invención formal, compo­sitiva, sólo podía completarse con la ex­plicitud del desenlace emocional, y senti­mental, de la escena, aunque pudiera ser ambiguo. Y nuevamente tenía que ser el modo, como en la música o en la poesía, el que permitiera su comprensión en su ver­tiente afectiva a través de la coloración del ambiente. Eso es lo que el pintor portugués Francisco de Holanda, que había estado en Venecia en 1540 y declaraba a Tiziano el mejor pintor del natural, llamó decoro; por él, hasta las piedras, los árboles, el pai­saje y el cielo (nublado y cubierto si la imagen tenía que ser llorosa y triste) de­bieran acompañar la emoción de la histo­ria humana, y, con sus colores empáticos, convertir en tristes o alegres los paisajes los caminos, el aire. Los cuadros reclamaban un trato distinto al que les conferimos hoy día, en los asépticos ambientes de los museos o las exposiciones, donde parecer excluidas las risas, los sollozos o las lágrimas que podemos, sin embargo, compartir con las imágenes de ficción y los personajes de las historias ajenas en el espacio más íntimo de las salas de cine.


"Venus de Urbino"

1538, Florencia, Galería de los Uffizi.

01 Representa la mo­dernidad frente a las Venus dormidas o sor­prendidas en un estado de ensimismamiento (como su 'Dánae'). La mirada, directa y soste­nida de la Venus, se di­rige desafiante hacia un espectador masculino.

02 Tiziano muestra una localización extraordi­nariamente baja respec­to a la composición y a la figura de Venus, que nos incluye en un contacto íntimo y reverencialmente subordinado.

03 Controla a la perfec­ción la distancia del se­gundo plano, a través de la disminución del tamaño de las figuras femeninas del fondo y de la perspectiva lineal del pavimento, que re­salta la proximidad del primer plano horizontal.

04 Destaca el preciosis­mo lumínico de la ven­tana, con su marco, su columna y su tiesto a contraluz, a través de la que se vislumbran las luces del amanecer.

05 La idea de placidez lánguida e intimidad se logra al cerrar verti­calmente el espacio, y al incluir a las sirvien­tas atareadas y al perro dormido a los pies de la cama.



Retrato de mujer, "La Schiavona" (hacia 1510)

Es más que probable que Tiziano hubiera aprendido la importancia psicológica, y no sólo naturalista, del color de sus maestros y condiscípulos, del más tardío Giovanni Bellini y del fugaz y casi coetáneo Giorgione; pero también de las tablas de los pintores flamencos, desde Roger var der Weyden hasta El Bosco -y sus trípticos llegaban hasta el mar Adriático-, o de otros pintores naturalistas que hablar acudido a Venecia a comienzos del siglo Leonardo da Vinci. Jacopo de Barbari o Alberto Durero. Y eran precisamente los flamencos y los nórdicos a quienes Miguel Ángel acusaba de no saber pintar, de satisfacer y hacer llorar a los devotos y a las mujeres, "principalmente a las muy viejas y muy mozas, y ensimismo a frailes y monjas, y a algunos caballeros desmúsicos de la verdadera armonía".

"Federico de Gonzaga, primer duque de Mantua", uno de los protectores que tuvo Tiziano
"El martillo de Marsias", uno de los últimos lienzos que pintó Tiziano y en el que él mismo se autorretrató. Con manto y corona, medita sobre la suerte del condenado.

"Salomé. Tiziano pinta esta belleza sensual y delicada con contrastes cromáticos hacia 1511-1515. Se conserva en Roma.

Hoy reverenciamos a Tiziano junto otros de los llamados genios de esa época altomoderna que hemos llamado Renaci miento, y de la que todavía somos herede ros. Como tales, debiéramos ser conscien tes de que la unanimidad en el aplauso de presente no significaba lo mismo en el pa sado. Y podríamos decir que Tiziano disfrutaba de mala prensa entre los tratadistas, si exceptuamos la del amigo Pietro Aretino y la del veneciano Ludovico Dolce. Tendía a la pintura moderna más que a reverenciar la antigüedad, y aunque se apropiara de algunos de sus modelos, los dejaba con su tratamiento del color y las texturas demasiado próximos y contingentes, demasiado verdaderos; troppo veri, como se diría también en Roma de algunos retratos de Velázquez. Nunca recibió las coronas de laureles que otorgaban los florentinos y romanos que reverenciaban a Rafael y a Miguel Ángel, relegado hasta el siglo XIX a la categoría de gran artista del natural y el color, dos categorías secundarias desde las jerarquías académicas, rescatado aquí y allá en momentos puntuales por fanáticos del color y del natural, y de la vida, como Rubens Velázquez o Delacroix. Más que para papas, Medicis y verdaderos entendidos de arte antiguo y del anticamente moderno Tiziano había trabajado para una clientela provinciana como la veneciana, desmúsita, y para una aristocracia que se dejaba retratar por él de forma altamente halagadora. y unos príncipes de gustos septentrionales, como los Habsburgo, que lo reclamaban desde Milán, Bruse­las o Augsburgo, más que desde Ma­drid, elevándolo Carlos V a la por otra parte envidiada categoría de caballero cesáreo.

Si Leonardo había conferido nueva vida a las imágenes con el claroscuro y la expresión, y Miguel Ángel y Rafael, con sus composiciones de figuras ais­ladas o en grupo, los tres habían tam­bién sido capaces de crear un mundo paralelo de nuevas invenciones pictóricas, que procedían de sus portentosas capacidades imaginativas. A Tiziano, el más joven y el más longevo de todos ellos, le cupo la misión de llevar adelante, por más de medio siglo, hasta el año 1576, esa imaginación al reino plural y complejo, no siempre bien quisto, del color, esbozada por el pasajero Giorgione, desaparecido ya en 1510.

Tiziano creó, en primer lugar, un nuevo tipo de re­trato, en el que la inmedia­tez física, la elegancia de la pose y la dignidad del for­mato, incluso del cuerpo entero que tanto distancia, se conjugaban para halagar al retratado como miembro de una clase y como individuo, rodeado de cortinajes y co­lumnas o acompañado por un perrillo faldero. Consi­guió dar una nueva presen­cia a la pintura religiosa, creando las condiciones necesarias para ilusionar al espectador fiel con una apoteósica Asunción de la Virgen, entre rompimientos de gloria vistos desde el suelo; con una sensual y escotada Mag­dalena penitente ante un atardecer; con una estremecida y demudada Dolorosa; con un dramático, pesado y pesaroso Santo Entierro; con un nocturno y des­piadado martirio de san Lorenzo. Fue capaz de transformar la mitología, unas veces, en bellísima aunque enig­mática alegoría; otras, en una poética narración de subidos tintes eróticos, que muchos veían, con las manos en­treabiertas sobre los ojos, como imáge­nes de lujuria; otras veces, como re­construcción de un mundo salvaje y primitivo, en el que los pecados -mu­chos de la carne, pero también los de la mirada o los del arte- se pagaban de forma inexorable y cruel, como Calisto, Acteón o Marsias.

En uno de sus últimos lienzos, El martirio de Marsias (hacia 1570-1576), un autorretratado Tiziano, disfrazado a la antigua, medita sobre el suplicio del artista derrotado por los dioses; el más autorretratado de los pintores del Re­nacimiento, el más genial de los viejos de la pintura, dejaba un cuadro de bo­rrones, que muchos de sus contem­poráneos lamentaban como productode un octogenario en el ocaso de su vida y de su obra; otros ojos, más tarde, podrían verlo como una obra maestra de su estilo tardío de manchas de color distantes, y un ejemplar de la nueva ca­tegoría del arte de lo no acabado, del non finito.

Tales serían, desde el siglo XVI, los legados variados de este imaginativo pintor valiente, príncipe del colorido. Carlos V y Felipe II, y tras ellos muchos nobles, comenzaron a encargar cuadros -primero retratos, después obras de de­voción- a Tiziano desde 1532; desde 1556 se convirtió prácticamente en un pin­tor monopolizado por un solo cliente, Felipe II, a quien había empezado a en­viar por iniciativa personal, poco antes, como a un joven viudo, pintura mitológica. La mayor parte de la pintura de historia que atesora el Museo del Prado y otras colecciones españolas es, en consecuencia, tardía. Por ello, esta ex­posición se ha organizado conjunta­mente con la National Gallery, de Lon­dres, que inauguró una versión más re­ducida en febrero de 2003, y se basan en la complementariedad de ambas colec­ciones, lo que permitirá ofrecer al pú­blico una espléndida selección de más de 60 cuadros, tanto de obras tempranas, mejor representadas en el museo inglés, como tardías, de las que el Prado posee el conjunto más importante del mundo.

La exposición combinará el orden cronológico de una antológica, donde se analizará el desarrollo for­mal del pintor y el empleo de nuevas estrategias na­rrativas, con dos secciones monográficas; una está de­dicada a la pintura de des­nudos y sobre todo a la evo­lución del tema de la mujer desnuda yacente, de gran trascendencia en la pintura occidental, creado por Giorgione en la Venus dormida, de Dresde, y desarrollado en la Venus de Urbino, las dosversiones de Dánae y las diferentes aproximaciones a Venus y la música; esta sección se completará con dos poesías más: Venus y Ado­nis, del Prado, y Venus ven­dando a Cupido, de la Gallería Borghese de Roma. La segunda sección tratará sobre la manera en que Tiziano replicaba sus propias composiciones, a fin de mos­trar que, pese a su prestigio y recono­cimiento social, Tiziano nunca des­cuidó la vertiente comercial de su acti­vidad; de hecho, fue uno de los prime­ros artistas en ocuparse en paralelo de la difusión de su propia obra a través del grabado, un medio que permitía el acceso a una versión, aunque fuera mo­nocroma, de sus invenciones a un pú­blico mucho más amplio, y, al mismo tiempo, adelantarse en la edición de es­tampas a los comerciantes piratas de las invenciones ajenas. •

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La exposición de Tiziano puede verse en el Museo del Prado de Madrid del 10 de junio al 7 de septiembre. Está orga­nizada en colaboración con la National Gallery de Londres. que presentó en febre­ro pasado una muestra más reducida.

El Pais Semanal Número 1393 Domingo 8 de junio de 2003

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