miércoles, 4 de mayo de 2011

Duelo de pintores en Nueva York



 (izquierda) GOYA "Majas en el balcón" (1812-1835, de Goya , una de las pinturas que más impresionaron a Manet. En sus cartas, el pintor hacía referencia a las "majas" como obras maestras de Goya. 

(derecha) MANET "El balcon" (1868-1869) durante unas vacaciones en B0ulogne. Se inspiró claramente en las "majas" de Goya, un tema del que hizo varios esbozos.

Manet y Velazquez, Picasso y Matisse. La ciudad de Nueva York vive esta temporada un combate apasionante entre los más grandes de la historia de la pintura. Dos exposiciones, que atraen a millones de visitantes, muestran la influencia del arte español en los pintores franceses. Por Barbara Probst Solomon

Últimamente. Nueva York vive suspendida en una especie de parén­tesis en el tiempo: a pesar de los perjuicios económicos derivados del 11-S y el desa­rrollo de una guerra que muchos neoyor­quinos no desean (en los sondeos de opi­nión pública. el Estado de Nueva York es el que se muestra más contrario al conflicto), también ocurren cosas maravillosas. En estos tiempos sombríos. de pronto tenemos la suerte de disfrutar de una de las mayo­res inyecciones de arte que jamás ha visto la ciudad, y que incluye una enorme can­tidad de valiosas obras prestadas por Eu­ropa. Nueva York se considera un islote en el Atlántico que sirve de lugar de encuen­tro entre lo mejor de Europa y lo mejor de Estados Unidos, y semejante confluencia de obras de arte en préstamo sirve para re­afirmar nuestra identidad. Estas extraor­dinarias exposiciones -Matisse Picasso, en la sede provisional del Museo de Arte Mo­derno en Queens; Manet /Velázquez. El gusto francés por la pintura española, en el Metropolitan, y los dibujos de Leonardo Da Vinci. también en el Metropolitan- son acontecimientos poco frecuentes. Estamos disfrutando de un año de especial protago­nismo español, ya que la catedral de San Juan ha contado con el préstamo de magní­ficos tapices medievales de León y Castilla y en el Museo de Historia Natural se han expuesto los restos más antiguos del hom­bre europeo (hallados en las excavaciones arqueológicas de Burgos).

Ahora bien, tengo que empezar por expresar ciertas objeciones a Matisse Pi­casso y Manet / Velázquez. Los comisarios de exposiciones tienen una tendencia cada vez mayor a manipular al público y hacer que vea las muestras a través de la gruesa lente de las palabras de una narración que necesariamente depende de las obras dis­ponibles y, por tanto. puede no ser muy apropiada.

Picasso y Matisse sabían que eran los máximos rivales en la disputa por ser el número uno del siglo XX. Picasso decía: "Una vez visto todo. sólo existe Matisse", y éste afirmaba que Picasso era el único que tenía derecho a criticarle; ambos pensaban que eran los únicos en "comprender" ver­daderamente la ola artística de su siglo. No obstante, eso no quiere decir que se copia­ran o se influyeran mutuamente en todos los momentos de su carrera (como sugiere la exposición por la forma de agrupar sus obras). La mayor parte del tiempo, cada uno intentaba huir de la influencia del otro. En la muestra falta el reconocimien­to de la influencia acumulada que tuvieron el modernismo y la revolución en todas las artes; se siente la ausencia de Courbet, Cé­zanne. Braque o Van Dongen, para no nom­brar más que a unos cuantos.

Los primeros modernos (Signac, Seu­rat, los pioneros de la fotografía) estaban influidos por el asombroso descubrimien­to matemático del siglo XIX de que no exis­tían los números enteros: siempre existe un espacio (llamado el "corte Dedekind") entre los números que puede llenarse con un número nuevo, y esos "números dis­continuos" progresan hasta el infinito. En 1905. la teoría de la relatividad de Albert Einstein hizo que desapareciera para siempre la idea de la certeza, puesto que el universo, al parecer, era un lugar incone­xo, y en ese nuevo y extraño estado de co­sas hubo que incluir el primer vuelo de avión, realizado por Wilbur Wright en 1908 y que Picasso consideró fascinante.


VELAZQUEZ El retrato de Esopo pintado por Velazquez hacia 1638 y que se conserva en el Museo del Prado, inspiró a Manet para sus cuadros de "filosofos" mendigos.


A pesar del punto de vista vagamen­te hermético de la exposición, resulta morboso y emocionante ver esta extraor­dinaria colección de arte en un gran alma­cén de Queens Boulevard. con sus bares y tiendas horteras y el viejo metro elevado que traquetea al pasar. La contundencia de Las señoritas de Aviñón, de Picasso (que quiso titularlo El burdel), está a la altura del reto de este local temporal; figura en un lugar aislado y rechaza la comparación con otros cuadros. Tal vez a Picasso le ha­bría agradado verlo en esta fábrica fea y abandonada, más próxima que el elegante MOMA al espíritu de sus días en Bateau Lavoir.

Matisse se adelantó a Picasso, más jo­ven, a la hora de llamar la atención de sus mecenas. Gertrude. Leo y Michael Stein. Los Stein compraron su Mujer con som­brero (ausente de la exposición, que, por desgracia, pasa por alto a los primeros fauves). El cuadro causó un escándalo en 1905, en la progresista exhibición de arte del Salon de Automne, porque lo conside­raron demasiado salvaje. En su excelente libro recién publicado sobre Matisse y Pi­casso, Jack Flam, el gran experto interna­cional en Matisse, destaca que en aquella época el artista "...usaba el color de una forma nueva y significativa, como un equivalente de la sensación de luz". Aun­que Picasso muy pronto adoptó una vida bohemia entre el grupo barcelonés de Els Quatre Gats y la bande á Picasso de París, su obra seguía siendo más bien académi­ca. Mientras que la actitud externa de Ma­tisse era burguesa, pero su obra, en aque­lla etapa, era espectacularmente revolu­cionaria. La conmoción de ver la escandalosa Mujer con sombrero en el sitio de ho­nor del estudio de Stein impulsó al joven Picasso a ser más audaz y estirar su ta­lento hasta el límite, pero su trayectoria se inclinaba hacia el cubismo, no los experi­mentos con el color y la luz.

Los autorretratos realizados en 1906 por los dos artistas muestran a las claras el empeño de Picasso en su investigación de la materia especial y la forma humana. que culminaría en 1907 con el cubismo de Las señoritas: el autorretrato de Matisse resulta intenso y asombroso por su nueva forma de usar la luz y el color.

Manet visitó el Prado y se quedó maravillado por el "Esopo" de Velazquez. La figura del griego fue el origen de su serie "Los filósofos" (1864-1867)

Manet sucumbió ante la belleza de las obras de Velazquez: "He visto las obras de Velazquez", escribió, "y es el artista más grande que ha habido". "Torero muerto" (1863-1864), pintado por Manet (a la izquierda), está basado en "Soldado muerto" de Velazquez.

Lo más gratificante de la exposición no son las estrellas conocidas. sino todos los cuadros que no se ven con frecuencia. Resulta curioso cómo la Mujer en un sillón de Picasso, de 1927, anuncia la pesadilla de su visión de Guernica. Al mismo tiempo, es un ataque y, en cierto modo, una usur­pación del lugar de los surrealistas. Ellos podían tener sus sombríos manifiestos, pero él tomó la delantera; la mujer de su cuadro, irregular y con la cabeza arquea­da hacia atrás, grita en un espasmo de te­rror. Dado que es muy anterior a la Gue­rra Civil española, cuando estaba con la más politizada de todas sus amantes, Dora Maar, y cuando estaba comenzando una intensa relación erótica con Marie-Théré­se Walter, la obra indica que los experi­mentos y las soluciones artísticas de Pi­casso no siempre tenían correspondencia con los acontecimientos mundiales o la es­posa o amante con la que estuviera vi­viendo en ese momento.

En 1917, el cubismo se había converti­do en la forma artística dominante, y Ma­tisse, que había abandonado ya hacía tiempo a los fauves, incorporó inevitable­mente algunos elementos a su obra. Sus magníficos Retrato de la señora Matisse, de 1913, y Retrato de Auguste Pellerin II, de 1917, reflejan su interés tardío en el cubis­mo, si bien el rostro de la señora Matisse, casi borrado y cadavérico. es señal de otra cosa más: la pérdida del interés erótico del artista por su mujer.

Hay otras joyas raramente vistas, como Mujeres con un abanico, de 1908, y Mujer con un abanico, de 1909, ambas de Picasso y procedentes, respectivamente. del Ermitage y del Museo Pushkin; sólo por ellas vale la pena pagar la entrada. Gertrude Stein dijo: "Si uno no resuelve su problema pictórico pintando a seres hu­manos, es que no lo va a resolver". En los dos retratos (la amante de Picasso, Fer­nande Olivier, y su amiga Benedetta Ca­nals se divertían disfrazándose de señori­tas españolas, con mantilla y abanico), Pi­casso combina su fidelidad a la forma hu­mana y sus experimentos de acuerdo con las ideas de Cézanne. Al destacar el rostro de la mujer y el abanico en unas variacio­nes sobre un tema cubista, Picasso funde esta tendencia con su irónica parodia del romanticismo kitsch, un subtexto antibur­gués y antiespañol.

A propósito de lo 'kitsch', estaría bien que borráramos de nuestras mentes el seductor título Matisse en Marruecos, co­rrespondiente a la exposición de Matisse reunida hace unos años en el MONTA y que hacía unas afirmaciones absurdas sobre la importancia de Marruecos y lo marroquí en la obra de Matisse, porque sacaba las co­sas de quicio. En una época anterior y más seria, Alfred H. Marr, hijo, antiguo conser­vador del Museo de Arte Moderno. escri­bió acertadamente en su Matisse. His art and his public, que el periodo 1910-1913 de­bía considerarse la etapa de Matisse en Issy, Colliure. España y Marruecos.

Se trata del periodo posfauvista de Ma­tisse, una fase llena de incertidumbre: su matrimonio iba muy mal; tuvo que aban­donar a Olga Merson, la artista rusa que era su amante y por la que estaba loco; yano vendía tanto a los coleccionistas rusos y, de los artistas importantes, parecía ser el único que seguía resistiéndose al cubismo. Pero para superar el empuje del movi­miento necesitaba reaccionar con algo pro­pio que tuviera tanta fuerza como él. Re­sulta extraño que en esa situación tan de­primente decidiera irse en 1910 -un año antes de partir para Tánger- a Sevilla, Cór­doba, Granada y Toledo, todas ellas cerca­nas a la ciudad natal de Picasso, Málaga. ¿Cuál era el propósito de Matisse?

Pintó su asombroso 'Pez de colores y paleta' en 1914, más o menos al mismo tiempo que el gigantesco Café de Marrue­cos, que no figura en la exposición, pero que nos ofrece algunas pistas necesarias sobre las inseguridades personales que es­taba experimentando Matisse (Picasso triunfaba en todas partes). La primera vez que lo vi me dio la impresión de ver la mezquita de Córdoba, con sus numerosos arcos y su gran patio cuadrado. Barr, en su libro sobre Matisse, cuenta que en el lien­zo originalmente había unos montones de zapatillas que Matisse tapó después, si bien todavía pueden vislumbrarse. Es de­cir, se trata de una mezquita, y no un café.

¿Por qué se empeñó Matisse en dar un título tan específico como Café de Marrue­cos a una obra que seguramente empezó a pintar en Córdoba, prosiguió en Francia y tenía elementos, como el pez de colores (a Matisse le gustaban los peces de colores por su luz translúcida y porque simboliza­ban la tranquilidad islámica), de Issy-les­Molineaux? El hecho de que la exposición del MOMA en Queens haya emparejado Los marroquíes, de ese mismo periodo, con Los tres músicos, de Picasso -dos cuadros maravillosos-, resulta desconcertante.

En su exposición sobre Matisse en Ma­rruecos, el MOMA aseguraba que la estan­cia del pintor en Tánger había sido funda­mental para todo su trabajo posterior, algotambién extraño, y en el catálogo actual los comisarios intentan exponer otra ver­sión discutible: califican su excursión ma­rroquí de "francamente escapista".

¿Qué ocurrió en aquel periodo? En mi juventud pasé algunos veranos en Co­lliure, con su maravillosa luminosidad, así que comparto el escepticismo de Picasso acerca de que Matisse necesitara viajar en busca de la luz: "Los elementos esenciales de luz y paisaje los podía encontrar en las orillas del Marne". En realidad, Matisse pasó casi todo el tiempo encerrado en su hotel de Tánger debido a los huracanes y la violencia -al día siguiente de que aban­donara el país, murió asesinada toda una colonia europea-, y consiguió ver poco de Marruecos. Escribió a su casa: "Mientras te escribo, llueve con más fuerza que nun­ca... ¡Ah, Tánger, Tánger! ¡Me gustaría te­ner el valor de largarme!".

Creo que el cuadro fundamental del pe­riodo de Tánger es Naturaleza muerta con cesto de naranjas (que figura en el catálo­go, pero no en la exposición); es el que me­jor explica a Matisse en esa época y el que mejor explica la relación entre los dos ar­tistas. Matisse pintó las Naranjas en su abarrotada habitación / estudio del hotel de Tánger en 1912, con un mantel de flores que es tan español como marroquí. En las Naranjas, Matisse consigue unir los des­cubrimientos de Cézanne con sus avances sobre la luz y el cubismo de Picasso. En 1942, Picasso luchó hasta comprar las Na­ranjas y nunca lo cedió a nadie. Su afir­mación de que el cuadro de las Naranjas era, en el sentido más profundo, suyo se debía seguramente a que sabía, instintiva­mente, que Matisse, en sus dos años de errar por Andalucía y Tánger. no había de­jado de pensar en él. Tal vez nunca sepa­mos por qué, a una edad más avanzada, es­tos dos poderosos personajes se emociona­ban tanto con las naranjas que Matisse re­galaba cada Año Nuevo a Picasso. O si don­de Matisse vio por primera vez patios de naranjos fue en Andalucía, delante de la mezquita, o por qué tenían tanta impor­tancia las naranjas; lo que importa es que tanto Picasso como Matisse consideraban que Naturaleza muerta con cesto de naran­jas les representaba a los dos.


Santa Catalina en dos versiones: a la izquierda, la del francés Delacroix (1824); a la derecha, el cuadro pintado por Alonso Cano (1601).


"El enano don Diego de Acedo, el primo" (1636), de Velazquez, y "Retratro de un niño", pintado por Manet hacia 1861.


El retrato ecuestre del Conde-Duque de Olivares, pintado por Velazquez hacia 1622, una de las joyas del Prado, inspiró una de las pinturas más conocidas de Napoleón. El francés Jacques-Louis David le representó cruzando los Alpes en este óleo de 1800-1805.

Al reunir Manet / Velázquez. El gusto francés por la pintura española, el Metro­politan Museum se enfrentaba a un pro­blema delicado. La exposición procedía de Francia. donde el hecho de que los artistas franceses del siglo XIX descubrieran con retraso a los artistas españoles resulta lógico, aunque no sea una idea muy nueva. La convicción francesa de que su nación, mejor dicho. París, era el centro de la cul­tura, y España era una cosa "exótica" -de ahí "Europa acaba en los Pirineos"-, desde luego, fue un obstáculo para que cono­cieran a los artistas españoles. Pero Esta­dos Unidos era un país nuevo, y la idea de que Europa acababa en los Pirineos no era una idea americana. En el siglo XIX, no­sotros no poseíamos grandes obras de arte propias que tuviéramos que proteger, y los estadounidenses cultivados y con la suer­te de poder viajar a Europa hacían un grand tour exhaustivo en el que devoraban todo: el mejor arte flamenco, holandés, ita­liano, español y francés. Con todo esto pre­sente, el Metropolitan tomó la decisión in­teligente de omitir a los segundones fran­ceses que imitaban el arte español y que habían estado incluidos en la exposición de París (de todas formas, la muestra es in­mensa), y concentrarse en magníficas obras de primera categoría. Y el resultado es asombroso, con un catálogo espectacu­lar que va mucho más allá de los cuadros presentes. En total hay 90 cuadros españo­les, de Ribera, Murillo, uno de El Greco. Velázquez, Zurbarán, Goya, uno atribuido a Claudio Coello y varias pinturas del ta­ller de Velázquez.

A comienzos del siglo XVIII, sor­prendentemente. no existían casi cuadros españoles en Francia. En su tratado de pintura de 1688, André Felibien escribía: "No recuerdo haber oído hablar de ellos [los artistas españoles]: ¿es porque no ha habido grandes pintores en su país?". (Ca­lificaba a Velázquez de desconocido). En 1861. los hermanos Goncourt sólo nom­braban a dos grandes pintores. Rembrandt y Tintoretto; sin embargo. en 1889 se había producido un tremendo cambio de gustos, y la lista de los mejores de Edmond Gon­court incluía a Rembrandt, Rubens y Ve­lázquez (en 1857, Théophile Thoré ya ha­bía reconocido a Velázquez como "el pin­tor de los pintores").

La valoración de Murillo y el alto pre­cio asignado a su obra, al principio, se de­bió a los coleccionistas ingleses, que iban directamente a España a comprar sus cua­dros: su obra influyó enormemente en Gainsborough y Reynolds. La reina Catali­na de Rusia también recorrió toda Europa para construir su gran colección. Los fran­ceses empezaron a coleccionar arte espa­ñol en la primera mitad del siglo XIX (el Louvre pagó el precio más elevado hasta entonces por La Inmaculada Concepción de Murillo). Hubo muchas razones para que los franceses permanecieran durante tan­to tiempo en la ignorancia respecto al arte español pero de pronto decidieran aficio­narse a él; entre otras cosas, que las gue­rras habían vaciado las arcas francesas y por tanto, su posibilidad de comprar arte era limitada. En Francia no podía verse mucho arte español. Los franceses, al prin­cipio, habían despreciado el realismo, pero el Renacimiento, el gran periodo del arte italiano. había terminado, y los artistas franceses del siglo XIX estaban decididos a encontrar una nueva ruta para el futuro. El realismo español, con sus enérgicas pin­celadas y sus pintores geniales, había sus­tituido a las superficies de porcelana tan populares en Italia durante el periodo renacentista y, con ello, abría de pronto nue­vas posibilidades llenas de dinamismo.

Las primeras salas de la exposición consisten en una muestra maravillosa de arte español: El mendigo, de Ribera; Esopo, de Velázquez (que inspiró El mendigo de la capa, de Manet); Ecce Homo, de Murillo. y Majas en un balcón, de Goya, son cuadros muy alejados del Renacimiento. Los astu­tos y extraordinarios ojos del chico son­riente y habilidoso en el Chico con perro, de Murillo (prestado por el Ermitage), poseen la sensibilidad de pícaro del Lazarillo de Tormes. no el idealismo abstracto de la es­cultura griega. No estamos en el mundo de Corneille y Racine, con sus raíces helenís­ticas. sino en el de Cervantes y Lope. en el que el hombre. con su rudeza, sus verru­gas, sus miserias. esperanzas y astucias, constituye el centro de gravedad. A la son­risa astuta del murillo le sucede la extraña mueca del Demócrito de Velázquez. con la mano que indica el globo terráqueo. En el magnífico Retrato ecuestre del Conde-Duque de Olivares (posteriormente imitado por Jacques-Louis David en Napoléon en el paso de los Alpes, que figura en el catálogo, pero no en la muestra). España es dueña del mundo. España tenía las dos cosas: los pícaros y el Sacro Imperio Romano.

La maravillosa exposición que hace unos años reunió en el Metropolitan obras de Zurbarán poco vistas, bajo los auspicios del Banco de Bilbao. tuvo la mayor afluen­cia de periodistas en la historia del museo y contribuyó enormemente a poner de moda al pintor, al que los surrealistas ya habían reivindicado como precursor por sus superficies planas. Ahora vuelven a verse sus estudios íntimos de Santa Lucía y Santa Casilda: dos obras maravillosas que es preciso contemplar con la misma serenidad con la que se ve un vermeer. Goya siempre ha sido un Dios para los ar­tistas estadounidenses; me pareció contar 34 goyas en la exposición, incluidos mu­chos Caprichos. Ahora bien, el verdadero milagro. para los neoyorquinos, es que el Prado haya prestado La pradera de San Isidro. Y el provocador Las viejas está en el catálogo, pero no en la exposición.

Luego llegamos al soberbio 'Los ca­balleritos', de Manet (una copia de Reunión de caballeros, de Velázquez). La ma­yoría de los cuadros son de tema español: Mademoiselle Victorine vestida de torero, La plaza de toros de Madrid, Un torero, Baila­rina y majo, Emilie Ambre vestida de Car­men, El guitarrista, Prado II. La infanta Margarita (copia de Velázquez) y Lola de Valencia: Serenata. Ahora bien, más im­portante que la evidente "españolidad" de Manet es el hecho de que el siglo XIX fue el periodo crucial en el que, para dar un ver­dadero avance. Manet, Delacroix, Géri­cault, Courbet y Degas (todos bien repre­sentados en la muestra) tuvieron que re­currir a las técnicas, la sensibilidad y la maestría de los artistas españoles.

El Metropolitan ha creado además un excelente e innovador sitio web (www.met­museum.org) que sigue el recorrido de ar­tistas estadounidenses presentes también en la exposición. como Mary Cassatt, Tho­mas Easkins, John Singer Sargent y Wi­lliam Merritt. La página web cuenta con una cronología histórica y cultural de los años 1790-1898, una interesante reproduc­ción del Prado tal como lo vio Manet y una galería comparativa en la que se incluyen cinco galerías interactivas que nos permi­ten cotejar uno a uno los cuadros france­ses y estadounidenses con las grandes obras españolas. •

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

'Manet Velázquez' puede verse hasta el 8 de junio en el Metropolitan de Nueva York. `Matisse Picasso' estará en el MOMA de Queens, Nueva York. hasta el 19 de mayo.

El Pais Semanal número 1385 Domingo 13 de abril de 2003

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