La España Inmortal
Cartier-Bresson visitó varias veces España. La primera vez, a comienzos de la República. Esta imagen fue tomada en Castilla en 1953.
A partir de 1990 nos reunimos en una docena de ocasiones con Henri Cartier-Bresson en su apartamento de la calle Rivoli de París. Unas veces le entrevistaba para Le Monde; otras, por el simple placer de hablar. Algunas conversaciones fueron grabadas. Otras veces rechazaba el magnetófono. "Es bueno hacer trabajar la memoria", decía. Algunas de estas palabras pertenecen a declaraciones antiguas. Pero todas son inéditas.
Los periódicos y la época. Se dice que, en los años cincuenta, los periódicos gozaban de mejor salud que hoy. Era el mundo el que gozaba de mejor salud. Ahora se nos pide que vivamos al segundo. Hace unos días estaba en el TGV [tren de alta velocidad]. Frente a mí, una mujer leía una revista de psicología. Le dije que en mis tiempos la gente hablaba en los trenes y de esta forma aprendía psicología. Se rió. Me dijo que estaba de acuerdo. Tomarme mi tiempo ha sido el único lujo de mi vida. La gente que tiene prisa es miserable.
Lo que me alimentaba, y me sigue alimentando, es la prensa escrita, el punto de vista de los redactores, el comentario. Leo Le Monde. Le Monde Diplomatique. Quizá leo los diarios para estar en contacto con la vida cotidiana. No leo revistas en las que aparecen jóvenes que no apetece besar. En la prensa, la gente que me ha marcado y que me viene a la memoria es gente que escribía: Robert Guillain, el especialista en Asia de Le Monde; Ed Spow, de Red Star of China; Truman Capote. Es muy peligroso trabajar con escritores: necesitan tres horas cuando un fotógrafo necesita tres segundos. Nos molestamos.
Un modo de sustento. Para mí, la prensa no era más que un apoyo. Eso me permitió vivir. He vivido muy bien con la prensa. Durante mis reportajes, antes de la guerra y durante la posguerra, hacía fotografías todos los días, no tenía ni tiempo ni ganas de interesarme por la publicación. Antes de la guerra, la agencia Alliance Photo y Maria Eisner se encargaban de vender estas imágenes.
Yo estaba de viaje las tres cuartas partes del tiempo. Viajé tres años por Asia y no veía las publicaciones. A menudo no las descubría hasta mucho después de realizar las fotografías. El periódico que me interesaba era el que yo estaba construyendo con mis imágenes. Mis tesoros de guerra no son la prensa; son la exposición y el libro, el aspecto visual.
Cuando estaba en París, la mayoría de las veces no iba a los periódicos, no defendía mis imágenes, al contrario de lo que se ha dicho. A veces, por necesidad, me quedaba hasta las cuatro de la madrugada para controlar la compaginación, pero me gustaba acostarme pronto.
'Ce Soir' de Aragon. En los años treinta trabajé algunos meses para el diario comunista Ce Soir, de Louis Aragon. Allí conocí a Robert Capa y a Chim Seymour, con quienes fundé la agencia Magnum después de la guerra. Para empezar, recuerdo el bar de la esquina de la calle 4 Septembre, donde nos reuníamos los tres. Éramos los fotógrafos titulares del periódico. Aragon nos dejaba en paz. Hacíamos lo que queríamos. Nos mandaban allí, a ese sitio... Teníamos las mismas curiosidades, con diferentes puntos de vista. Nos pagaban al mes. Vivíamos al margen, el dinero de uno era el dinero del otro. Junto a nosotros había otros fotógrafos; estaba también Maria Eisner, a la que dábamos fotografías que negociaba con otros periódicos.
Ce Soir me envió a Londres junto a Paul Nizan para seguir la coronación del rey Eduardo VIII. Fue en ese momento cuando hice esa fotografía de gente que dormía en un parque. No trabajábamos para un cliente, aceptábamos o rechazábamos encargos, como un pintor o un músico. Éramos todo lo contrario a unos asalariados. Ce Soir nos sirvió un poco de modelo cuando tuvimos que imaginar el funcionamiento de Magnum.
Me sentía cercano a un ideal comunista, un poco como los primeros cristianos. Después me enfrió la lectura del libro de Gide sobre la URSS. Pero no soy un tipo de partido, soy un rebelde. Así pues, no conocía realmente a Aragon, que estaba enemistado con los surrealistas.
En cuanto a André Breton. la última vez que nos vimos las cosas se echaron a perder. Cenamos juntos y me dijo: "¡A usted qué le gusta, Cézanne!", a la vez que hacía un movimiento como para golpearme la barbilla. Respondí: "Sí. ¿Y qué?". Breton añadió: "Ese señor nunca ha tenido el valor de decirle a su mujer que para pintar a las bañistas necesitaba verdaderos cuerpos femeninos...". Breton tenía un punto de vista tan moral... Después echó pestes de Alberto Giacometti. Entonces se acabó. Alberto era mi maestro de pensamiento.'Life' y 'Queen'. Si hoy se me conoce es gracias a mis compañeros estadounidenses. En primer lugar, el galerista Julien Levy, que era surrealista. Tenía mi acento americano incomprensible. Debo mucho también a Beaumont, Newhall, Lincoln, Kirstein, al Museo de Arte Moderno de Nueva York [MOMA]... Cuando llegué a Estados Unidos en 1935 dejé de hacer fotografías. Creía haber acabado con "ese chisme". Allí, además, hicieron mi exposición en el MOMA en 1947. En su análisis sobre mis fotografías anteriores a la guerra, Peter Galassi cometió un solo error al decir que yo pasé del surrealismo al reportaje con Magnum, porque el surrealismo se había acabado. En realidad, después de la guerra las preocupaciones cambiaron. El reportaje era un nuevo medio de discernir el mundo, pero con la misma actitud de antes de la guerra.
Trabajé para Life porque necesitaban un fotógrafo no estadounidense para ir a los lugares que a ellos les estaban prohibidos tras la guerra: Cuba, China... También trabajé para Holliday Europe gracias a Capa. Siempre me pedían "fotos vivas", todo lo contrario a una ilustración.
También trabajé para la revista británica Queen, de Jocelyne Steven. Recuerdo una bonita historia: salí de Nueva York en un transatlántico para ir a Londres y trabajar para Queen. A la salida del puerto, la tripulación sacó las lanchas salvavidas. Yo me metí dentro. El paquebote tenía un problema. Vi a una maravillosa mujer junto a mí y le dije: "Señora, ¿es posible elegir a la persona con la que ahogarse?". Ella volvió la cara con disgusto.
La volví a ver algo más tarde en el barco, que había podido seguir adelante. Se encontraba en la sala de juego, sentada delante de la ruleta. Llegué por detrás suyo, ella dudaba dónde colocar sus fichas. Leindiqué, por encima de su hombro, un número. Sin darse la vuelta, colocó encima sus fichas. Ganó. Después se volvió y me reconoció. "Usted ha hecho que gane, venga conmigo". me dijo. Me regaló una bufanda que aún conservo. Empezamos a hablar. Le dije que iba a Londres a trabajar para la revista Queen, que no conocía a nadie excepto el nombre del escritor con el que iba a trabajar. Me dijo que era su ex marido. Nos hicimos muy amigos.
Eso es la fotografía, una serie de coincidencias maravillosas que hay que aprovechar. Si no hubiera llevado conmigo mi primer libro, el de la exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, no se lo habría podido mostrar a Gandhi, que no habría podido volver las páginas suavemente -no lo ojeaba. lo miraba- sin decir nada. Se detuvo en una fotografía de un coche fúnebre que se cruzó con Claudel, en 1944. Yo estaba con Claudel y le había precedido para hacer esa imagen. Gandhi me
preguntó cuál era el sentido de la imagen. Después me dijo: "Death, death, death" [muerte, muerte, muerte]. Eso fue todo. Tres cuartos de hora más tarde fue asesinado. De nuevo una coincidencia. Yo no juego con estas coincidencias, me son dadas. Se dice que soy frío y distante: en realidad, estoy abierto a las coincidencias. |
Manipulación de las revistas. Para mí. las imágenes deben ser mudas. Deben hablar al corazón y a los ojos. no estar relacionadas con un texto. En la prensa se puede hacer que una imagen diga cualquier cosa. Le mostré mi fotografía del Papa a mi madre. que era una mujer piadosa que leía a los presocráticos: me dijo que mi fotografía era la más religiosa. Un amigo afirmó lo contrario, que era la más antirreligiosa que existía. Así que...
La prensa ilustrada juega con esta ambigüedad de las imágenes para manipular. A menudo se trata más de comunicación que de periodismo. En la prensa ilustrada lo terrible son los pequeños textos que cambian el sentido de la imagen. Con Paris Match, siempre había una sorpresa. Con los estadounidenses era más serio. Nos poníamos de acuerdo sobre un proyecto y lo manteníamos. Sólo una vez quise poner una denuncia: Jours de France había reducido mi reportaje a la mitad. Para limitar los problemas yo había creado un sello que decía: "Se ruega respetar los encuadres y los pies de foto". No era dogmático, eso me horroriza, pero me anticipaba a la cultura, digamos muy variable, de los compaginadores. Porque mis fotografías se mantenían con el encuadre; si no, caían por sí mismas. Sólo he tenido este problema con los periódicos.
Visión profunda.
Durante su carrera, Cartier-Bresson retrato la República, la Guerra Civil, la posguerra y el desarrollismo. Esta imagen fue tomada en Aragon en 1953.
Con los demás fotógrafos. Las relaciones entre fotógrafos eran diferentes en los años cincuenta. También porque éramos mucho menos numerosos. Recuerdo los funerales de Gandhi. Yo estaba situado tan cerca que podía tocar la pira funeraria. Estaba con un fotógrafo de Associated Press que se había subido a lo alto de un poste. Me pidió mi Leica, se la dejé y tomó una imagen que se publicó en Life. Entre nosotros había emulación, no competencia. Lo mismo ocurría con René Burri. En 1963, estábamos juntos en Cuba para un reportaje; él para Look, yo para Life. René hizo ese célebre retrato del Ché con su cigarro y yo le fotografié sonriendo.
Pienso a menudo en Robert Frank. Somos seres muy diferentes, gracias a Dios. A él le gusta Kerouak, a mí no; él está exiliado, yo no. La primera vez que le vi en el MOMA le dije: "Me gustan sus fotografías". Él me miró y no contestó. Desde entonces nos vemos algunas veces.
La agencia Magnum. Cuando creamos Magnum, Chim Seymour y yo nos preguntábamos cómo íbamos a conseguir que viviera Capa, que vivía a todo tren. Éramos unos ingenuos. En realidad, fue él quien consiguió sacarnos adelante. Chim imaginó el estatus y la organización de Magnum, pero Capa negociaba los contratos con los periódicos. Y lo hacía bien. ;Vaya que sí! Me dejó boquiabierto su labia. Capa no era un negociante, sino un jugador de póquer. Hay que decir que era otro mundo, no había televisión.
Cuando viajé a la URSS en 1954 no fue para Paris Match, sino para Magnum. Sólo después se publicó el reportaje en la revista. Le debo muchísimo a Magnum. Sobre todo por los archivos, que son la riqueza de esta agencia. Sabíamos que nuestros archivos eran nuestro colchón.
Evidentemente. en Magnum no teníamos un sueldo que nos caía todos los meses, como ocurría con los fotógrafos de Life, pero si pude realizar exposiciones fue porque era dueño de mis negativos, al igual que los compañeros de Magnum. Espero que el lado aventurero de Magnum siga existiendo. Hay que seguir siendo aventureros en un pequeño negocio. Yo creo que todos los fotógrafos, a pesar de las diferencias, tienen el mismo espíritu.
Un trabajo político. Nunca he puesto mi trabajo al servicio de una idea. Me horrorizan las imágenes de tesis. Lo que importa es el subconsciente y hay que respetarlo. Querer pensar algo, no, no y no. La gente está podrida de ideas. Como si hubiera una prima por ser inteligente. Yo he realizado dos documentales sobre California y el Misisipí. El productor decía: "Sea duro". Yo sólo puedo ser yo mismo. Aprendí eso con Jean Renoir; no tengo que demostrar nada, he visto esto, he visto lo otro. Confío en el hombre. mientras que la sociedad me parece espantosa. En cambio, sin duda veo lo que otros no ven. Entonces miro, miro... Me cuesta escuchar, pero siempre miro.
Corremos, sudamos y hacemos fotografías. Están los fotógrafos como yo, que han sufrido dos enfermedades profesionales: la rodilla y la columna vertebral. Y están los fotógrafos conceptuales que piensan. Se dice que yo soy surrealista. Sin duda, pero pocos comprenden que soy el surrealista de la realidad. La gente cree que para ser surrealista hay que ponerse un cubo de basura en la cabeza. El surrealismo no es un sombrero extravagante. Es algo más que eso.
"Jesuita protestante". Hablar de mí no interesa a nadie. Yo leo muchísimo, es una forma de vivir. Pero soy reservado. Cuando se habla de mujeres me pongo colorado. Jean Lacouture me dedicó su libro sobre los jesuitas: "A mi jesuita protestante". ¡Eso es mucho! Lincoln Kirstein -un hombre maravilloso que financió el ballet de Balanchine en Nueva York, y para mí Balanchine es lo máximo- fue el primero que me llamó jesuita protestante. ¡Es lo peor!
¿Miedo a la muerte? A la muerte no, al sufrimiento sí, pienso en ello continuamente. Es normal. En EE UU no me encuentro a gusto, porque no hablan de la muerte. Prefiero México o España, donde hay una continuidad natural entre la vida y la muerte. En una exposición de Magnum en Londres, respondí a una persona que no me reconocía y que me preguntaba por Henri Cartier-Bresson. Respondí:"¡Oh! Murió hace mucho tiempo y es un cabrón. Pregunte a los fotógrafos, ellos le dirán por qué".
Me horroriza esta segregación entre jóvenes y viejos. Cuando piden el abono de la tercera edad, yo lo llamo el abono de los viejos. Pregunté en el bazar de la plaza del Ayuntamiento hasta cuándo valía una manguera que acababa de comprar. "Hasta 1995". Le respondí que tenía 82 años y que la manguera iba a durar aún mucho tiempo. Un negro alto me miró asombrado: "82 años". Yo le miré y le dije que estuve a punto de morir en su país a los 21 años, de un ataque de bilis. Como se quedó sorprendido, añadí: "Usted debe de ser de Costa de Marfil". Me respondió: "Sí, cuéntemelo en el café, porque para nosotros, los viejos son la memoria". Y le hablé del África que yo conocía y que se encuentra en el Viaje al fin de la noche de Céline, palabra por palabra. Espero poder comunicar una alegría y una esperanza de vivir. Porque aunque soy un ladrón -me habría gustado ser Arsenio Lupin, pero no estoy dotado- soy un ladrón que da.
La música, el arte y el cine. Cuando trabajo, oigo música continuamente: jazz, música clásica. En la escuela daba clases de flauta para evitar tener que jugar al fútbol. Mi profesor, un tipo del Conservatorio, me dijo un día que tenía buen oído. Y fue él quien me animó a hacer otra cosa: dibujo, pintura...
Toda mi vida, cuando hacía fotografías e iba a un país, mi propina era ir al museo. Allí comprendí que hacer un retrato es representarse a sí mismo. En los retratos de Avedon, le veo a él. Con Balthus, el otro día, hicimos una especie de composición de lugar. Debemos conocernos desde hace casi 40 años. Tenemos amigos comunes. Él me anima.
Coco Chanel. Chanel me invitó a comer un día a solas con ella, en la calle Cambon. Charlamos, le hice una fotografía y le hablé de Marie-Louise Bousquet, que tenía su famoso salón. Ella gritó: "¡La cabrona, esa basura!". Se acabó. Afortunadamente, las fotografías estaban hechas. Marie-Louise Bousquet era una mujer admirable. En su casa, en un pequeño chalet de la Boissiére se decidían los nombramientos de los embajadores y los ministros. Yo era un chiquillo y me llamaba "mi amor, querido". Al final de su vida decía: "No consigo morirme". Una vez fui con un pintor griego y nos presentaron a una dama de aspecto extranjero. Era Gloria Swanson. Mi amigo dijo: "Cuando tenía 20 años estaba enamorado de usted". Ella le respondió: "Vamos a hacer algo al respecto enseguida". •
e Le Monde.
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