jueves, 9 de diciembre de 2010

El puerto de Roma: Ostia (y 2)

Una ciudad animada y muy meticulosa

Un caballero romano, un patricio nombrado por Ro­ma, un hombre de edad y experiencia dotado de gran autoridad, asume en Ostia las funciones de capitán del puerto. Él lo administra, organiza el atraque y la salida de los barcos, asegura su aprovisionamiento y sus repa­raciones, se encarga de comprobar los cargamentos en el momento de su descarga, supervisa el mantenimiento de las grandes estibas. ¡Menuda labor tan pesada!

Y es que el marino de la Antigüedad no gozaba de buena reputación. Condenado a una vida austera e incómoda durante las travesías, mal alimentado, se veía obligado a afrontar tanto las tempestades como los piratas. Desde el momento en que pisaba tierra, trata de olvidarse bebiendo desmesuradamente y peleán­dose... De escasa cualificación frecuentemente, en seguida queda desenrolado; entonces vagabundea por los muelles en busca de un empleo, viviendo de la caridad pública, como el desdichado náufrago que lo hubiera perdido todo.

Para realizar correctamente su tarea, el capitán del puerto se rodea de diferentes empleados, de contables, de medidores, de verificadores ¡Cuidado! Los patro­nes de las cofradías que trabajan aquí tiemblan en cuanto ven golpear su puño cotra la mesa. 600 solda­dos se ocupan de mantener el orden, así como una se­rie de vigías (bomberos) que están igualmente a su ser­vicio. Bien es verdad que la impresionante cantidad de mercaderes que transitan por Ostia justifica tan riguro­sas medidas de seguridad: 800000 toneladas, de las que 400000 son de trigo, desembarcan en 8 meses. Ca­da año, de marzo a noviembre, se registran unos 12000 movimientos de barcos.

Grandes horrea (almacenes)

Roma devora...

El trigo de Egipto y de Africa en cantidades masivas. El aceite de España.

La madera, los tejidos de lana, la carne de venado de la Galia.

Los salazones de la Bética (Andalucía).

Los dátiles de los oasis. Los mármoles de Toscana (región de Florencia) y de la Grecia númida (Argelia). Los pórfidos (granitos) de Arabia.

El plomo, la plata, el cobre de la península Ibérica (España y Portugal)

El marfil de los Syrtes (golfo de Sidra-Libia).

El oro de Dalmacia (Yugoslavia) y de Dacia (Rumanía)

El estaño de las islas Casitérides (al sudoeste de Inglaterra)

El ámbar gris de las ballenas del Báltico.

Los papiros del valle del Nilo. Los cristales de Fenicia (cos­tas del Líbano) y de Siria. Las telas de Oriente y los tejidos de Tiro teñidos de púrpura.

La seda de China.

El incienso de Arabia

Las especias, los corales y las piedras preciosas de las Indias.

Las cañas de Egipto para las flechas y la arena para el ruedo del anfiteatro...




La cofradía de estibadores

A la exclamación de esfuerzo de los esclavos tirando de sus remos para dirigir el barco al muelle, le suceden los gritos de los que los amarran a las piedras salientes perforadas con un agujero. Resuenan los juramentos del capitán: acaba de prohibir a unos estibadores el acceso al barco.

Vestidos la mayoría de las veces de un simple taparra­bos, los estibadores (embaeritarii) descargan sacos, cajones o ánforas y los transportan hacia los depósitos. Transportan los fardos más pesados sobre troncos de madera redondos. Se les paga a destajo. Reclutados de entre los esclavos traídos del Sudán, la Galia, Egipto o Dacia, no saben expresarse más que por gestos y no respetan más que la fuerza.

Si el barco puede remontar el Tíber, entonces entra en acción otra cofradía, la de los remolcadores a la sirga. Tirada por esclavos o yuntas de bueyes, la nave aún tardará tres días en llegar hasta Roma.

Bajo el reinado de Trajano y Adriano, los almacenes se multiplicaron en Ostia por una razón muy simple: por­que los emperadores siempre temen que se revuelva la población de la ciudad y la saqueen. Asi es que más vale poner a buen recaudo en Ostia el trigo de la Urbs.

¡El trigo de Roma, toda una historia!

Hacia el año 125 a.C., Caius Sempronius Gracchus promulgó una ley que asegurara a los más desfavoreci­dos una provisión de trigo a bajo precio. De aquel mo­do entró a funcionar poco a poco una especie de caja de previsión. Por lo pronto, los emperadores garan­tizaban hasta la distribución gratuita de trigo. Por con­siguiente hacía falta disponer de recursos y almace­namiento suficientes.

En lo sucesivo, el trigo llegaba en grandes cantidades desde Egipto y Africa, que eran los "graneros" de Ro­ma. Esta es la situación que explica el nombre de al­macén que se le atribuye a Ostia: cuatro conjuntos de tres grandes depósitos públicos y otros cinco o seis pri­vados, a los que hay que añadir los de los puertos de Claudio y de Trajano. Normalmente se componen de recintos o lonjas dispuestas alrededor de un patio cen­tral porticado, pavimentado de ladrillos y del que par­ten largas vías destinadas a los carros. Estos almacenes se ponían bajo la protección de los dioses. Por eso, los almacenes de Epagathiana han elegido a Agathetyché (la Buena Fortuna) y Venus.

Dioses y diosas velan por la traquilidad de Roma y por la suerte de Ostia, cuyas reservas escaparon a todo ata­que durante la época del Imperio. ¡Cómo habían acer­tado los emperadores!



Los animales salvajes para los juegos (según un mosaico hallado en la ciudad de casale, en Sicilia)

Copias de antiguas escultu­ras griegas (aquí,

una amazona herida, obra del escultor Fidias)

Y hasta nodrizas griegas, muy apreciedas entre los romanos, gracias a que enseñan su lengua a los niños.


Lejos de los ruidos del puerto y de sus ajetreos, apar­tada del Tíber, adosada al teatro, he aquí la hermosa plaza rectangular de las Corporaciones, rodeada de un pórtico.

En estas 54 "agencias", despachos marítimos y de ar­madores, se tramitan todas las transacciones comercia­les del puerto de Ostia. Cada cual comercia con un país, con una región o con un puerto en particular. Frente a cada agencia en el suelo, un mosaico informa al cliente de las regiones a las que sirven.

Cada agencia tiene su responsable, ayudado de su secre­tario. En ella se dispone de los registros y las órdenes se tramitan por escrito y se firman. Posee asimismo sus propios buques, sus capitanes, sus tripulaciones, agluti­nando el papel de armador con el de agente de importa­ción-exportación. La agencia gestiona los trámites adua­neros y asegura el transporte hasta su destino.

Así es como nos hemos enterado de que el capitán "La­pidus cargará trigo en Africa, que él será el respon­sable de la cantidad establecida así como del estado de la carga dede el punto de partida y que le está pro­hibido hacer escalas bajo pena de prisión. Además de­berá vigilar el desembarco del trigo, asistir a su veri­ficación y no estará libre de sus responabilidades hasta no tener en sus manos el recibo de su cargamento correctamente verificado y firmado".

El capitán Lapidus se gana bien la vida, goza de cier­tos privilegios y no paga impuestos. Como contrapar­tida, le está prohibido cambiar de oficio. Responsable absoluto de su cargamento, será procesado en el mo­mento en que falte la mínima mercancía.

Cuando llega noviembre, la vida del puerto se tranqui­liza. Mane clausum, "la mar está cerrada", decreta el capitán del puerto. Hasta marzo, los barcos permane­cerán amarrados en los muelles, a excepción de algu­nos pequeños de cabotaje si el tiempo lo permite.

Vista del foro de las Corporaciones cons­truido bajo el imperio de Claudio. En el cen­tro de la plaza se halla el templo de Ceres –diosa latina de las cosechas y de la agricu­ltura– y en el plano trasero, el teatro. Las ofi­cinas están instaladas bajo el pórtico donde se agrupan las de los armadores y las de importación y exportación, así como las de los importadores de aceite, madera o vino, las de los patronos de barcos o las de los fabricantes de efectos navales y las cofra­días directamente relacionadas con la vida del puerto.



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