CLANDESTINE
Alan Davis
El primer número de Clandestine apareció en EE UU con fecha de portada de octubre de 1994, tras una historieta corta introductoria en Marvel Comics Presents (nº 158, jul. 94) y un especial promocional (Clandestine Preview, oct. 94). Y, pese a la habitual estilización hiperbólica típica del género superheroico, pronto se hizo evidente que no estábamos ante "más de lo mismo."
Aunque la mecánica del supergrupo como unidad familiar remite a la célula familiar por excelencia, los Cuatro Fantásticos, quizá el clan de los Destine, por su disfuncionalidad y su clandestinidad, se aproximara más a la proscrita Patrulla-X, con su quintaesencial premisa de "temidos y odiados por un mundo al que han jurado proteger"; pero con la salvedad de que ni el mundo teme a los Destine, porque, de hecho, ni siquiera conoce su existencia, ni tampoco ellos sienten impulso alguno de defenderlo. Frente al rara vez justificado estereotipo del superhéroe "bienhechor," las aventuras de Clandestine derivan del mero instinto de supervivencia y preservación del colectivo. Y, en ese marco, Davis hace buen uso del elemento que más marca las relaciones de familia: la fricción. La necesidad de hacer viable un vínculo forzoso con individuos que no hemos elegido, a los que a menudo nos unen tantas cosas como las que nos separan.
Davis, que ya demostró maneras de narrador nato en su paso por Excalibur, decidió aquí con acierto poner en marcha el relato en un momento en el que una cadena de acontecimientos viene a alterar el status quo de sus protagonistas; y es un testimonio de su capacidad como narrador el que consiga transmitirnos la sensación de
relevancia de ese cambio para unos personajes a los que acabamos de descubrir y, por tanto, no nos une ningún lazo emocional. El éxito de la empresa radica en la construcción de esos personajes, tanto por la forma verosímil y cercana en que les dota de personalidad singular, como por el equilibrado reparto de funciones narrativas que les asigna en virtud la misma, propiciando la interacción dramática. Así, por ejemplo, la pareja formada por
los pequeños Rory y Pandora le sirve para introducir al lector de manera vicaria en su mundo, asistiendo con la misma sorpresa que ellos a la novedad y a las explicaciones de los adultos, al tiempo que aportan la levedad precisa para contrarrestar el tono general de drama familiar, de culebrón de misterio y tragedia.
No por consabida y palpable es menos loable la labor gráfica de Davis, cuyas limitaciones estilísticas se ven compensadas con creces por su siempre portentoso dominio del dibujo, en especial de la figura humana; sus personajes actúan con el histrionismo propio del género, pero con suficiente capacidad expresiva para no perder nunca la sintonía emocional con lo narrado, tanto en la acción trepidante como en la construcción de climas emotivos más sutiles.
La implacable injerencia editorial para integrar la colección en el ámbito mutante motivó la deserción de Davis tras sólo ocho entregas, convirtiendo en frustrante absoluto el elemento de misterio. Continuada inútilmente durante cuatro números más por otros autores, la colección se desvirtuó por completo; y el breve reencuentro del creador con sus personajes, años después, para hacerles vivir una aventura con -qué ironía-
Ocho números, pues, testimonio de lo mucho y bueno que se puede conseguir dentro del cómic de superhéroes, sin necesidad de revivals naif ni de deconstrucciones revisionistas. Simplemente, haciendo un buen tebeo.
JOSE MARÍA MÉNDEZ
Revista U #20 Junio de 2000
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