martes, 15 de julio de 2008

La romanización. I

El impacto en Roma

De Hispania dice Livio: “Habiendo sido la primera de las provincias del continente en recibir a los romanos, ha sido la última de todas en ser dominada, cosa que hasta nuestros días no ha tenido lugar, bajo el mando y los auspicios de Cesar Augusto”. Esta conquista coincide con la formación y desarrollo del capitalismo romano, con la etapa de expansión en que las viejas formas de gobierno se tornan inservibles y con el periodo en que principia a desaparecer la antigua clase media y nace una oligarquía del dinero. Intentaremos examinar brevemente ahora que causas movieron al Senado a comenzar la conquista del Península; cómo la vieron el ejército, la aristocracia y los historiadores romanos que trataron de ella, y el impacto que tuvo en el origen y crecimiento del capitalismo romano y en las instituciones militares y civiles contemporáneas.
Inmediatamente después de la batalla de Ilipa (año 206 a. de C.), Roma piensa ya en permanecer en la Península, como se deduce claramente del hecho de que el Senado confiara a Escipión el encargo de arreglar los asuntos de Hispania y de que se enviaran a partir de ese momento, magistrados anuales a los pueblos de la Península para gobernarlos y mantenerlos en paz; Cornelio Léntulo y Manlio Acidino aparecen ya como tales desde ese año. El historiador griego Appiano puntualiza que la costumbre de enviar estos gobernantes comenzó entonces. La Península se convierte, pues, en una colonia de explotación; así lo prueba el hecho de que el año 206 principia la conquista de Andalucía, cuyo principal objetivo eran las ricas minas de Castulum, y que al volver a Roma triunfante P. Escipión aportó al erario 14.342 libras (más de 4.000 kg. ) de plata sin acuñar, junto con gran cantidad de metal acuñado. Appiano, a su vez, afirma que llevó gran número de cautivos, armas, dinero y despojos.
El Senado romano nunca pensó en abandonar el territorio conquistado en la Península, como se deduce de la presencia continua de varias legiones. Cuando hubo una reducción de efectivos, se interpreta en el sentido de que su intención, por el momento, era mantener lo adquirido. El mismo año de la entrega de Gades, al finalizar 206, las legiones fueron reducidas de cuatro a dos; en el año siguiente (205), quedó reducida a una, con refuerzos de quince cohortes de socios. En el año 198, cada pretor sólo contaba con 8.000 infantes y 400 aliados, exclusivamente socios. Pero ni siquiera en los momentos de más angustia en Italia, durante la Segunda Guerra Púnica, pensó el Senado en replegarse de la Península; así, después del desastre de Cannas, envía inmediatamente refuerzos hacia aquí. Esta voluntad continúa idéntica cuanto, pasado el peligro cartaginés, la lucha contra los indígenas alcanzaba una duración y una ferocidad desconocidas hasta la fecha. Continuamente llegaban tropas de Italia. Este envío sistemático de refuerzos prueba que el imperialismo de conquista dominaba los planes del Senado; lo mismo se desprende de la decisión adoptada ante los informes enviados a Roma por el pretor de la Citerior, Q. Fulvio Flaco, de licenciar a las tropas, una vez que la Celtiberia estaba pacificada, y de enviar a T. Sempronio Graco con 12.950 hombres para completar las dos legiones, licenciando a los soldados más veteranos y reduciendo los efectivos de la Citerior a 22.000 hombres.
Pero las fuerzas de ocupación pronto comprendieron la dureza de la guerra; ya en el año 206, al conocer el ejército de 8.000 hombres la noticia de la enfermedad de Escipión y con pretexto de que se les difería el pago de los estipendios, se sublevó y expulsó a los tribunos. Después de llevar unos treinta y cinco años en continuas luchas, las tropas comenzaban a dar señales de fatiga en el año 184 Livio cuenta los deseos de los soldados de abandonar la Península; y cuatro años más tarde se repite la resistencia de la tropa, cansada por tantas guerras, a permanecer en Hispania, a pesar de que los ingresos que se obtenían del saqueo de los campamentos eran elevados. Catón, al llegar a la Península lo primero que hizo fue un reparto: “Sus soldados obtuvieron un gran botín en esta campaña y él les dio a cada uno una libra de plata además, diciendo que era mejor tener muchos romanos regresando a casa con plata en sus bolsillos que unos pocos con oro”. Para esas fechas, se conocía perfectamente lo que significaba el mando en Hispania, y el venir aquí a gobernar lo esquivaban por todos los medios las clases dirigentes de Roma, como sucedió en el año 176, cuando M. Cornelio y P. Licinio Craso se excusaron alegando que los sacrificios solemnes se lo impedían. Ya a la muerte de los Escipiones, si se cree a Livio, no se presentó ningún candidato a sustituir a los generales muertos, hasta que, finalmente, solicitó el mando P. Cornelio.
Es fundamental para nuestro intento conocer el juicio que los historiadores romanos emitieron sobre las guerras hispanas de este período. Basten unos pocos testimonios. Livio consideraba a Hispania mejor preparada para renovar la guerra que Italia y que el resto del mundo por el carácter de sus hombres y de su suelo; Floro da a la Península el calificativo de belicosa, y la juzga famosa por sus armas y maestra de Aníbal. Los habitantes de Roma se habían hecho a la idea de que las guerras hispanas eran endémicas; así lo asegura Livio en un párrafo referente al año 196; Orosio califica las luchas que sostuvieron los pretores Flaminio y Fulvio en el año 193 como muy duras y crueles para ambos pueblos. Según el testimonio de Catón, transmitido por Livio, las guerras hispanas, después de la retirada de los cartagineses, resultaban más feroces que antes, pues los indígenas luchaban por su libertad.
Esta voluntad firme del Senado de mantener y ampliar el territorio adquirido en la Península obedecía no sólo al imperialismo de conquista que dominaba ya a Roma en este período, sino principalmente al hecho de que Hispania estaba contribuyendo de una manera callada, pero eficaz, a la formación y desarrollo del capitalismo romano, no sólo con grandes aportaciones en metálico, sino también en material humano. Roma contaba con el ejemplo de lo que había significado la Península Ibérica en este aspecto, para los bárquidas, aparte de que, desde las primeras campañas, directamente experimentó, en beneficio propio, las fabulosas posibilidades de enriquecimiento que ofrecían estas tierras.
Con la toma de Carthago Nova. Escipión se apoderó de 276 páteras de oro, casi todas de una libra de peso; 18.300 libras de plata acuñada; vasos del mismo metal en gran número; 40.000 modios de trigo y 270 de cebada; naves con su cargamento, trigo y armas, además de cobre, hierro, telas, esparto y otros materiales. Es de suponer que los romanos no dejarían de mantener en explotación las ricas minas de plata de las cercanías de Carthago Nova que, en la época en que Polibio las visitó, rentaban al pueblo romano 25.000 dracmas diarias y en las cuales trabajaban 40.000 obreros, y también la mina de Baebelo, que había producido a Aníbal trescientas libras de plata diarias. Esta aportación monetaria y de víveres debió de ser extraordinariamente estimada en Roma, porque precisamente este último año, que es el de la toma de Tarento, se agotaron las últimas reservas del tesoro. Este se encontraba desde tiempo atrás muy mermado puesto que los prisioneros de la batalla de Cannas no habían podido ser rescatados por falta de dinero. Un año antes de capturar Escipión en Carthago Nova los víveres citados, Roma se había visto obligada a solicitarlos de Tolomeo IV Filopator. Escipión, al volver a Roma llevando consigo las riquezas arriba expresadas, sin duda excitaría la codicia de los romanos y afianzaría al Senado en su decisión de permanecer en la Península. A partir de esta fecha, continuamente llegan ya a Roma nuevas cantidades elevadas que fomentan el capitalismo romano. Estas cantidades son las que explican que, a pesar de la continua sangría de hombres que la ocupación significaba, el Senado no dudara en retener la Península; las riquezas eran las que le movían a enviar continuos refuerzos de Italia. Además, prueban que la Península constituía una autentica colonia de explotación y la veracidad de lo que sobre ese período histórico afirma L. Homo: que “Hispania fue la tierra de promisión del capitalismo romano”.





Del libro "Ciclos y temas de la Historia de España: La Romanización" de José María Blázquez

No hay comentarios: