Hace algún tiempo, un conocido mío observaba las revistas de un quiosco mientras esperaba nuestra cita. Cuando me incorporé a su lado. Me soltó: “Fíjate cuanto bombo le han dado a la muerte de Superman que ¡hasta han hecho un cómic de eso!”
Asentí entre divertido y desorientado para, más tarde, meditar sobre aquella manera de entender a los tebeos: como un campo desligado del resto de los medios de comunicación, merced a verlo sometido a ellos.
Rebusqué en mi archivo de recortes de prensa y, canastos, era cierto, Superman no era un personaje de cómic, se trataba de un personaje de película, tal y como afirmaban algunos de los más emblemáticos del país. Que duro golpe, ¡habíamos sido engañados todos los lectores del personaje durante décadas!
La explicación no es fácil darla. La estandarización del cómic como medio de comunicación de importancia menor no es que se haya producido, es que la masa no lo ha aceptado aún como tal medio, pese a la influencia que viene ejerciendo sobre los usos sociales y las artes, ante todo desde los años 70. Hoy en día, la no cesión de importancia al mundo de la historieta es copartícipe con la crisis de intelectualidad por la que navegan la narrativa, la pintura y el cine, atrapados todos en una estructura de mercado que los ahoga, los disuelve, en un caldo de cultivo listo para consumir por la nueva raza social y urbana, llamada por algunos sociólogos “el proletario de la psique”, los cuales no esperan nada y llevan una vida condicionada, rendida voluntariamente a la imagen efímera de los medios de comunicación.
Por estar el público acostumbrado a un tipo de estética fácil (conocen aquello que se anuncia a su lado, no aquello a lo que deben desplazarse para conocer), los tebeos se sumen en el pozo de la ignorancia, del producto basura para comprar y tirar que no deja rastro, deleble en la Historia y en la vida.
Los cómics que se dedican a obtener beneficios de los grandes acontecimientos cinematográficos son en parte culpables del olvido de su oriundez. Los Star Wars, Predator, Terminator y similares condicionan a la generalidad a considerar que cualquier tebeo de importancia socializante puede estar ligado, en su origen, al cine o a la TV por esa carestía que, desgraciadamente, se le da a la historieta como medio generador de ideas y cultura.
El caso de Conan es proverbial. Todo el mundo lo conoce, pocos saben que es un personaje de procedencia literaria y, a partir de 1980, un gran porcentaje de personas lo tienen asociado a la figura de cierto actor de cine. El producto que, entendido como tebeo, no alcanzaba por completo su difusión masiva, consigue su gran apapsis a raíz de convertirse en producto cinematográfico, hecho este que satisfizo todos los objetivos de su popularidad, sepultando bajo el olvido el esfuerzo del medio de la historieta (por no mencionar el de la literatura) de aupar al personaje en el conocimiento popular. Con la prostitución de medio a medio. Conan ganó puntos de aceptación, pero perdió pureza, como la sonata que retumba en la discoteca entre estertores de pretendida neo-renovación.
Y es curioso que, al igual que el anterior, Superman sea un personaje que haya naufragado en su propia puerilidad, el cine terminó por retratar el estilo del personaje añejo, el que caducó en los 80, no pudiendo luego renovarlo. Matarlo fue, pues, obligado; resucitarlo, sin embargo, no tiene visos de revolución sino de sumisión al mercado.
Manuel Barrero
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