martes, 26 de febrero de 2013

HERNÁNDEZ, SAMPAYO Y SASTURAIN



EL BUENO, EL FEO Y EL MALO

EL BUENO

Me preguntaba, no hace mucho, un amigo si habíamos avanzado algo, si de verdad no hacía falta ya marcharse al extranjero, para, tras no pocas vicisitudes, alcanzar la fama en otro país y, posteriormente, ser reconocido en el propio. Ciertamente, pienso que no; tal vez hayamos avanzado en la forma: se puede vivir en España, tener éxito en Francia, y ser redescubierto a los pocos premios. Pero en el fondo, el peregrinaje se sigue sucediendo, aunque enmascarado, de mil y una formas. Todo lo anterior guarda una cierta relación con BETO HERNÁNDEZ, autor, junto a su hermano JAIME y el irregular MARIO, de la encumbrada Love and Rockets.

Beto Hernández es, hoy en día, puesto como ejemplo de realismo mágico y de algunas de las técnicas narrativas de García Márquez en determinadas universidades del sur de E.E.U.U., al tiempo que es tratado en Europa como uno de los autores de mayor peso literario, en la medida en que el término se pueda ajustar al campo de los cómics contemporáneos. No voy a hablar aquí ni del Premio Nobel ni de su Macondo, ni de telefilmes y culebrones, y su influencia en los Hernández, cosa que ya fue hecha en esta misma revista en sendos artículos firmados por J. Rom y J. Costa, y a mí entender con gran acierto, allá por el mes de octubre hace dos años. Voy a tratar de centrar este somero repaso a la obra como guionista de Hernández en la utilización que de ciertos mecanismos literarios hace el autor en su aplicación a la historieta, y en tratar de entender a qué obedece esa pasión del público por el californiano de ancestros hispanos. En los últimos tiempos se ha puesto de moda entre un nutri-




do grupo de autores, la utilización de los textos de apoyo como elemento fundamental de la parte literaria de las obras. Esta proliferación obedece, a mi entender, a tres propósitos principales, a saber: la incapacidad manifiesta de algunos autores de explicar decentemente, mediante secuencias dialogadas, una determinada escena; la potenciación de la figura del narrador, personificado o no en la historia, y la recuperación del monólogo como contrapunto principal a la acción, generalmente rodeado de un halo de misterio y adornado con todo tipo de frases entrecortadas que las más de las veces producen la sensación de que el recitante balbucea más que habla. Sin embargo, la opción tomada por Hernández en la utilización de los textos de apoyo, conlleva una concepción clásica en la forma, al tiempo que es utilizada de forma contrapuntual a los diálogos. Me explico: los diálogos de Hernández son disparatados, estridentes e histriónicos, en comparación con los monólogos, que constituyen verdaderos puntos de inflexión en la narración, encargándose además de introducir los flash-backs, casi siempre subjetivos, aunque la peculiar forma de hacer de Hernández los dote de una apariencia neutra. En resumen: los monólogos de Hernández son de carácter evocador y tono realista, nada teatralizador. En lo que respecta a la arquitectura de la serie, además de la archicomentada narración global, que hace de Palomar una verdadera gestald, en la más pura tradición de La Colmena, la forma de intercalar los saltos en el tiempo y de alternar el peso de las historias sobre los distintos personajes con una aparente arbitrariedad, le acerca a obras como Rayuela o a las tantas veces citadas, de García Márquez. Esto último parece haber surgido de forma algo fortuita, para ser posteriormente asumido de forma consciente por el autor, haciendo de la historia de Palomar y sus habitantes, un enorme rompecabezas al que todavía le faltan muchas piezas para completarse. Resumiendo: esta novela río, entrecortado folletín o como quiera llamársela, conecta en varios aspectos con la tradición literaria hispana, rodeándose de un cierto envoltorio de novela con ene mayúscula. Desde aspectos puramente narrativos es bastante pedestre, lo cual no es convencional, y en cuanto al dibujo, bueno, no es el fuerte de Beto aunque cumple más que de sobra. Así que volviendo al principio, la pregunta es la siguiente: si no hubiese sido americano, ¿se le había hecho tanto caso y se le había alabado como se ha hecho? Que cada cual conteste lo que crea conveniente, yo lo tengo bastante claro.

EL FEO

Sé que el epígrafe que ha correspondido a Carlos Sampayo puede parecer típico, tópico y hasta, si me apuran, facilón; pero parte del juego que acarrea el título de este artículo y la clara referencia a su obra con José Muñoz, el trabajo de este guionista resulta incómodo a ambos lados del Atlántico, lo que no es óbice, por otra parte, para que en determinados círculos, más de crítica que de público, se le valore en su justa medida. Y afirmo que es incómodo por varias razones: Carlos Sampayo bebe de la novela negra, además de otras muchas cosas, y ha sabido tamizar de manera muy inteligente sus referencias, creando un tapiz de personajes que, a pesar de proceder de distintas obras, se integran a la perfección en un mismo mundo. Da igual que Alack Sinner viva en Nueva York y Roby en Sitges, ambos podrían coincidir en el México de Sophie y a nadie extrañaría. Los personajes de Sampayo son más personas que personajes, por eso sus historias, más que historias son retazos de vidas. En E.E.U.U. no acaban de calar porque sus personajes son demasiado reales: son perdedores, son gente normal, en su mayor parte, sin ningún componente heroico, y los pocos que pudieran haberlo tenido, terminan por equivocar su camino; y esto, en Norteamérica no agrada. Bien es cierto que se admite, aunque de manera controlada, que existe otra América, la América del fracaso, pero siempre de un modo anecdótico o con una clara intención didáctica; pero precisamente, por la particular manera de relatar y encadenar las   historias  que  tiene  ese



guionista, estas quedan aisladas y a salvo de cualquier intento de interpretación moralizadora; lo cual, como dijimos se hace difícil de digerir para el americano medio, acostumbrado a otros enfoques. En cuanto a Europa, la barrera es curiosamente la inversa: el conocimiento de los modos y maneras del género negro. En Europa existe una cierta tradición de antihéroes, es más, hay un cierto gusto por los perdedores, lo que en principio facilita la aproximación y la identificación del lector con los personajes de Sampayo, así que el problema que se planteaba al otro lado del Atlántico no se da en Europa. Aquí, en cambio, la dificultad surge de lo enraizadas que están las historias de Sampayo, especialmente las de Alack Sinner, en el género negro. No se trata de las típicas historias de detectives, fácilmente digeribles y sin mayor dificultad aparente que la de conocer las cuatro claves del género que la fábrica de sueños se ha encargado de marcar a juego en el subconsciente colectivo, ni siquiera partiendo de unos presupuestos más o menos estandarizados, su evolución ha corrido parejo a la del género; si la novela negra avanzaba hacia el realismo sucio, un modelo desliteralizado, las historias de Alack Sinner, y más aún, las posteriores de este autor con otros protagonistas, acentuaban la carga literaria en sus estructuras y, obviamente también, en las formas de resolución de sus textos, siguiendo un proceso de normalización de personajes e historias que llegó a hacer prescindible al propio Sinner, hasta entonces motor A de las historias, en favor de personajes más anónimos y sin un pasado tan marcado como el del primero policía, después detective y finalmente taxista, que condicionaba en gran medida el tono de las narraciones, creándose al tiempo una mayor separación entre la obra de este aventajado guionista y sus lectores; abriendo un abismo a nivel conceptual entre lo que el público entiende por género negro y lo que este autor y su compañero en las labores creativas, José Muñoz, han desarrollado. De todas formas, este ir por delante de los propios lectores está siendo frenado últimamente en aras de una mayor accesibilidad. En otras palabras: las últimas obras del tándem Muñoz-Sampayo están creando un puente entre los lectores y su obra a fin de que la ruptura no llegue a ser determinante. Estos son algunos de los problemas que muchas veces se les plantean a autores que van muy por delante del mercado y tirando del medio, porque supongo que a estas alturas nadie tendrá la menor duda de la ingente capacidad creadora de los dos autores, ¿o sí?

EL MALO

Estaba más o menos claro a quien le iba a corresponder el apelativo de "malo" en este artículo. Si Hernández era el bueno por famoso y por acaparador de los parabienes de la crítica y Sampayo era el feo, además de por la deliciosa estética teísta que puebla sus historias, por lo poco convencional que resulta al gran público, Sasturain tenía que ser el malo, más por el título que por otra cosa. Si a uno le interesa entrar en el mundo de la historieta, el estar vinculado a una familia como la de los Breccia por lazos de matrimonio, le abre unas posibilidades, que como poco, se podrían calificar de idóneas, por no decir inmejorables. No falto a la verdad si digo que estrenarse en álbum de la mano de Alberto Breccia es tener de antemano a los lectores y a la crítica a favor, aunque eso sí,











también el nivel de exigencia que se espera del guionista debutante será mayor que el que cabría esperar en otras condiciones, lo que en principio llevará a este a intentar una pirueta, en este caso literaria, a la altura de las circunstancias. Llegados a este punto, analicemos la receta: se cogen cuatro o cinco referencias cultistas: la tradición cuentística del realismo mágico, la denuncia social típicamente sudamericana, un par de elementos cabalísticos muy del gusto de la crítica y un toque de literatura autóctona-Santa María, la ciudad onettiana por excelencia, aunque de esta sólo se conserve el nombre-, se razona todo con la aparición de un personaje carismático como Borges-al que incluso se permite reinterpretar- y, ¿qué se obtiene? Pues nada más y nada menos que un cúmulo de intenciones que están bien como argumento, aunque algo suenan, y eso sí, unas personificaciones excesivamente maniqueas, tópicas y faltas de fuerza -baste recordar la manera de presentar a los dictadores, difícil encontrar una forma de hacerlo más fácil-. Por no hablar de la primera parte de Perramus, tres presonajes en busca de una historia; aunque bien es cierto que mejor llevada que la segunda. Y con todo esto no quiero decir que Perramus sea una mala historieta, que no lo es, sólo por el trabajo del dibujante ya vale la pena, sino que Sasturain pretende demasiado y la historia, en todos los sentidos que se te quiera dar a la palabra, se le va de las manos a pesar de tener aciertos puntuales, que también los tiene. No acierto a entender el porqué de esa manía que parece tener Sasturain de justificar sus influencias en los guiones. Me resulta muy grato que beba de Borges, Onetti, Bioy Casares, Cortázar, etc., pero él no es ninguno de ellos, y nadie le pide que lo sea. He de decir que me tomé la molestia de leer Manual de perdedores, una de sus novelas, para tener una mayor perspectiva a la hora de escribir este artículo, y he de confesar que me agradó mucho, y que encontré un Sasturain más suelto, menos constreñido por las influencias, en resumen un Sasturain más Sasturain, lo que me satisfizo mucho, por lo que creo que tal vez sea cuestión de tiempo encontrar al verdadero Sasturain en las historietas. Es cierto que apunta mejores maneras en obras posteriores, basta leer el no muy lejano Crónicas de la Pampa Vasca, pero le sigue ocurriendo lo mismo en algunas historias: buenas ideas mal desarrolladas. El fondo es bueno, es la forma lo que le pierde, y le pierde, aunque cada vez menos, por su afán literario, y espero no tener que recordarle a nadie a estas alturas que si la historieta está compuesta de palabras y dibujos, aunque no sólo de ellas, no es ni literatura ni cine, ni la suma de las dos. En todo caso habría que aplicar un principio de sinergia para acercarnos al resultado real de la cuestión. En resumen, que las obras de Sasturain por querer ser precisamente las más literarias, son las más letradas de las de los tres autores tratados aquí, y si bien le ha tocado el papel de malo en este artículo, no lo es en el amplio sentido del término, sino habría que decir más correctamente, el menos bueno de los tres; que no es poco. Y como digo esto, también me atrevería a afirmar que con el tiempo llegará a hacer trabajos realmente interesantes, pues ideas no le faltan, lo que le falta es, simplemente, rodaje y soltarse, y esto no es algo que no tenga solución, espero.
■ Carlos Portela

Krazy Comics nº extra oct/nov/dic 1993 (ultimo número)

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