domingo, 24 de agosto de 2008

viernes, 22 de agosto de 2008

miércoles, 20 de agosto de 2008

Fotografias varias




Dave McKean





Dave McKean


Estos dibujos pertenecen al episodio de Hellblazer nº27 (marzo de 1990), de la edición americana. Yo lo compré en un tomo retapado de Ediciones Zinco, cinco números que vendían como una “obra completa”. Obviamente con el episodio de Dave McKean y Neil Gaiman, titulado “Abrázame” daba por bueno el gasto.
Dave Mckean al considerarlo inabarcable, fuera de los límites de la razón y la lógica me centré en leer su obra y olvidarme de aprender de él, me superaba. Lean “Cages”.



En el prólogo del primero de los artículos dedicados a este autor en la revista “U” nº11 (julio 1998) se resumen perfectamente los motivos para asustarse de este autor:
“Dave McKean es un volcán. El habitual símil, tan empleado en el ámbito artístico para referirse a autores de marcado carácter explosivo, parece inventado para él. Leyendo datos de su biografía, siguiendo la sucesión de sus obras, uno casi puede imaginarse las placas tectónicas desplazándose lentamente, golpeándose con una violencia aparentemente tranquila superficie, sin nada que haga presagiar el estallido desatado de magma creativo que se avecina, que se desbordará en todas direcciones. Música, cine, teatro, pintura, fotografía, diseño, historieta o publicidad, ningún medio de expresión le es ajeno a este verdadero renacentista del siglo XX, y en todos ellos es capaz de encontrar un resquicio que le permita plasmar un estilo personal, inquieto y preñado de ideas.” Por José María Méndez

lunes, 18 de agosto de 2008

Mike Mignola, o como la mesura es una gran virtud.























Mike Mignola




Este autor, uno de mis favoritos (se habrán dado cuenta de que tengo muchos, pero este realmente es uno de mis favoritos) contiene inquietudes gráficas muy interesantes: síntesis casi geométrica, esa extraña elegancia de línea estilizada y volúmenes masivos, ominosas y melancólicas atmósferas, un radical tenebrismo. Ecléctico en su reciclaje de mitologías, deudor de Lovecraft, minimalismo gótico y una lúgubre decadencia, todo ello bañado por el mórbido cromatismo de Matthew Hollingsworth.









Como decía antes, uno de mis autores favoritos.

Fragmentos
















Siempre inmerso en aprender a dibujar, o en algo que se le pareciese. Lapiz, tinta, rotuladores, boligrafos, lo que sea que pudiese utilizar para intentar emular a una lista de "heroes" que llenaban mi cabeza con fantasias e historias magnificas. Barry Windsord-Smith, Sergio Garcia, Kyle Baker, Ramon F. Bachs... una lista tan larga, como eclectica. También es cuestión de gustos, dificil elección, que no siempre convence a todos. Garabatos con años, siempre que los veo, no parece que sean algo antiguo.

domingo, 17 de agosto de 2008

Bob Deler por Cava & Keko







Hace un par de años (o puede que tres) un amigo fue a ARCO, esa magnifica fiesta del dinero, perdón, del ARTE, así con mayúsculas, y en una de las revistas que me trajo (EXIT) venía esta tira, inmensa, de dos de los autores más grandes que tenemos, así de sencillo. La acabo de encontrar ahora, al hacer un poco de limpieza.

He buscado en la red y me encuentro un comentario en la Carcel de Papel, aqui: http://www.lacarceldepapel.com/2008/02/23/%c2%bfarte-contemporaneo/ y los datos tecnicos, aquí: Título: BOB DELER Autores: Cava & Keko Edita: EXIT Publicaciones Año: 2008 Idioma: Español Dimensiones: 28,5 x 23, 5 cm Formato: 57 páginas en color / Tapa dura ISBN: 978-84-934639-4-6 Precio: 20 € + Gastos de envío Pedidos: CATACLISMO. Tel. 91 404 97 40. E-mail: circulacion@exitmedia.net

La de cosas que se pierde uno a poco que te descuides.

El nacimiento de una revista






Páginas aparecidas en la revista Krazy comics nº9, junio 1990. Obra de Jordi Sempere y F. Perez Navarro. Las páginas tienen historia, pero a mi me encantan como construyen en tan poco espacio historias enormes. Humor del bueno.

sábado, 16 de agosto de 2008

El sueño de la Atlántida

El sueño de la Atlántida

CARLOS GARCÍA GUAL

El País Sabado 16/08/2008


La soberbia de un imperio despótico frente a la valentía de una ciudad heroica. Platón no imaginó la fascinación que su ficción suscitaría en la edad moderna. Varios libros rastrean este maravilloso espejismo
Hubo una vez hace mucho (hace casi diez mil años) una gran isla, próspera y bien poblada, que los griegos llamaron Atlántida, porque estaba en el océano occidental, más allá de las Columnas de Hércules, frente al Atlas africano. Y también porque su primer rey se llamó Atlas, primogénito del dios Poseidón y de la bella Clito. De la estirpe del prolífico dios marino fueron sus diez primeros reyes, cinco pares de gemelos. Ellos y sus descendientes afirmaron el poder monárquico y dieron leyes a un extenso imperio. En el llano central de la gran isla -más extensa que Libia y Asia Menor unidas- se alzaba una colina y en ella la espléndida ciudad de los atlantes. Estaba rodeada de varios anillos de tierra y mar -tres canales acuáticos y dos anillos terrestres- , que en un principio sirvieron de defensa a la población, pero luego se enlazaron mediante pasajes subterráneos y puentes. Y en sus puertos y astilleros albergaron una magnífica flota para su formidable talasocracia. Pues pronto los atlantes lograron grandes progresos técnicos y crearon un numeroso ejército.

El esplendor urbano y la riqueza de la ciudad de los atlantes evoca las maravillas de ciudades como Babilonia y Susa

Con apoyo divino la estirpe de los atlantes se multiplicó y logró inmenso poderío. Nunca una dinastía regia dispuso de tantas riquezas. La isla era extraordinariamente rica en metales: oro, plata, hierro, además del fabuloso oricalco, y en su flora y fauna. Con su variedad inagotable de plantas, fértiles cosechas y animales de todo tipo, incluidos los elefantes, ofrecía recursos y maravillas en cantidad ilimitada. La arquitectura y la ingeniería rivalizaban en mostrar su esplendor: las murallas refulgían recubiertas de hierro, plata y oro; marfil y oricalco se añadían al oro en los templos, rodeados de estatuas espléndidas; las animadas dársenas y amplios puertos, el gran hipódromo, los verdes parques y las piscinas completaban un espectáculo magnífico. Pero ese esplendor impulsaba también la ambición imperial de los atlantes que, embriagados de lujo y soberbia, se lanzaron con sus muchos miles de guerreros y navíos a someter a todos los países del Mediterráneo. Y casi lo habían conseguido ya cuando chocaron con los atenienses de entonces, dispuestos a luchar en defensa de la libertad.

La antigua Atenas, protegida por Atenea y Hefesto, era entonces una ciudad austera y organizada según severas leyes cívicas como las que Platón describió en sus proyectos de la ciudad ideal. Y sucedió que en una sola batalla, su ejército ciudadano derrotó al muchísimo más numeroso de los invasores atlánticos, con el mismo coraje heroico que empleó muchos siglos después contra el inmenso ejército de los persas de Jerjes. La derrota puso fin al afán imperial de la orgullosa Atlántida. Y poco después la isla entera desapareció. En un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche, Atlántida acabó sumergida bajo las aguas del océano. La inmensa catástrofe fue, al parecer, un castigo de los dioses, un golpe del justiciero Zeus, a su soberbio esplendor y desmedida arrogancia.

Todo el relato mítico sobre la Atlántida es una fantasía del viejo Platón, que nos lo cuenta en dos diálogos tardíos: el Timeo y en el Critias. La intención del filósofo era oponer la desmedida soberbia de un imperio despótico a la valentía de su ciudad ideal, sencilla y heroica combatiente por la libertad. El esplendor urbano y la riqueza de la ciudad de los atlantes evoca las maravillas de ciudades orientales como Babilonia y Susa; la talasocracia atlántica, el legendario poderío naval de la minoica Creta. La arcaica Atenas que Platón describe tiene, como la ciudad de sus Leyes, reflejos espartanos. Por lo demás, el desmedido imperialismo atlántico evoca el empeño imperial de la Atenas demagógica, que se lanzó un día a la conquista de Sicilia de trágico final. Platón opone a la Atenas democrática y ambiciosa de su tiempo esa primitiva y virtuosa Atenas, educada según sus diseños utópicos. Para su lección juega con la trama mítica. La introduce, con hábil ironía, como una narración que un sacerdote egipcio (pues los egipcios conservan memoria de un pasado milenario frente a los griegos que, para los sabios egipcios, suelen ser como niños) refirió a Solón, el sagaz viajero, quien lo contó luego a Critias, el abuelo del Critias que, a su vez, lo relata en el Timeo. Al viejo Platón, un tanto melancólico, le encantaban los mitos, y en el Critias, que dejó inacabado, se deleita contando las maravillas de la Atlántida, un espejismo que él mismo creó y destruyó. (Esa destrucción mediante una catástrofe natural pudo inspirarse en diluvios de relatos míticos. Algún arqueólogo moderno sospecha que el cataclismo es un eco del gran terremoto que casi hundió en el Egeo la isla de Tera, en Santorini, y destruyó los palacios de Creta en el segundo milenio antes de Cristo).

Ni en sueños imaginó Platón la fascinación perdurable que su ejemplar ficción suscitaría desde el comienzo de la edad moderna, unos dos mil años más tarde de su invención. La Nueva Atlántida, de Roger Bacon (publicada tras su muerte, en 1627), y la famosa novela La Atlántida, de Pierre Benoit (1919), son sólo los dos ejemplos literarios más conocidos de los cientos y cientos de escritos sobre la isla fantasmal. En esos textos se han prodigado los mensajes exotéricos y las novelas utópicas y la ciencia-ficción. Incontables son los mapas que tiene la Atlántida dibujada en medio del océano entre Europa y América, desde el siglo XVII, y los ecos del mito y las sombras de los atlantes resurgen en las discusiones y fantasías sobre el Nuevo Mundo ya en el anterior. Desde luego, al mito no le faltaban ingredientes de enorme seducción: la Edad de Oro, la isla del paraíso (que combina la más pródiga naturaleza con la más refinada arquitectura), el fulgor de su perfecta geometría urbana, una monarquía de origen divino y el dominio de los mares, y, para culminar su fantasmagoría, la sorprendente y misteriosa catástrofe final. Sobre esa prodigiosa deriva imaginaria de la isla oceánica tenemos ahora el reciente libro de Pierre. Vidal-Naquet, La Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico (Akal), que rastrea su estela inagotable y analiza la bibliografía de los últimos siglos. Es, sin duda, el mejor estudio crítico sobre el tema, y une su clara amenidad a su admirable erudición. -






La atracción del pasado




El País Sabado 16/08/2008



TRIBUNA: ROBERT HARRIS
En el verano de 2000 leí un artículo que me cambió la vida. Apareció en The Daily Telegraph, se titulaba ?Nuevas investigaciones sobre la destrucción de Pompeya? y contaba que la erupción del Vesubio en el año 79 después de Cristo estuvo precedida durante varios días por terremotos y por la interrupción del suministro de agua, y que la erupción en sí duró casi 24 horas y no terminó hasta que un viento huracanado de gas ardiente barrió una ciudad enterrada casi por completo bajo la piedra pómez y las cenizas.
Hasta ese momento, nunca se me había ocurrido escribir una novela situada en el mundo antiguo. Al contrario: había pasado más de un año intentando, sin éxito, escribir una novela situada en Estados Unidos en un futuro cercano. Pero entonces me pregunté si podía trasladar mi idea ?sobre una comunidad estadounidense utópica que se ve amenazada? a la bahía de Nápoles y utilizar Roma como alegoría de Washington.
Pocas semanas después de leer el artículo del Telegraph, me encontraba en Pompeya, en una sofocante tarde de agosto, mirando hacia el perfil gris azulado del Vesubio, con el calor del sol en la espalda y un olor a humedad en la piedra polvorienta. Vi que el olor de agua procedía de un pequeño edificio junto a la puerta norte de la ciudad. Era el punto por el que el acueducto entraba en Pompeya; desde allí, se repartía el agua a través de tuberías a los 10.000 habitantes. Sabía que debió de secarse un poco antes de la erupción e imaginé a un hombre ?un hombre práctico, algún tipo de ingeniero? subiendo al Vesubio a averiguar por qué?
Escribo sobre el mundo antiguo, no para destacar sus diferencias, sino lo que tiene de familiar. Pompeya es una novela sobre las cosas que, como el romano corriente de la antigüedad, damos por descontadas: soportales, túneles, tuberías, grifos, baños, duchas, retretes con cadena, piscinas, cemento impermeable. Igual que nosotros ignoramos alegremente las advertencias sobre el cambio climático y seguimos viviendo nuestras vidas, los ciudadanos de Pompeya ignoraron las señales en el verano de 79 después de Cristo. Mis personajes son, en su mayor parte, modernos y reconocibles: un ingeniero hidráulico, la cuadrilla de operarios que trabaja para él, un promotor inmobiliario, los cargos electos que gobiernan la ciudad. No me interesan los gladiadores, los sacerdotes ni los emperadores: lo que me fascina es lo que hacía que funcionara Roma.
Normalmente, cuando acabo un libro, estoy deseando pasar a un tema distinto. Pero los romanos me cautivaron de tal forma que me embarqué en un inmenso proyecto de ficción: describir la destrucción de la república romana a través de la política cotidiana de la ciudad y utilizando como hilo narrativo la ascensión y caída de Cicerón. Mi principal interés, una vez más, son los detalles prácticos. ¿Cómo funcionaban las elecciones romanas? ¿Cuántos hombres había en el Senado? ¿Cómo se recogían los votos? ¿Cómo conseguía un orador que le oyese un público de miles de personas sin la ventaja de la amplificación electrónica?
Cuando uno empieza a estudiar Roma de esa forma, las diferencias entre nosotros y los antiguos se desvanecen y nos da la impresión de haber atravesado un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. La novela histórica tiene la capacidad de ir donde no pueden llegar los estudios especializados ?por muy brillantes que sean? y de dar al lector, mediante la invención de personajes, una empatía imaginativa con el pasado. ?Desconocer lo que ocurrió antes de nuestro nacimiento?, escribió Cicerón en Orator, ?es seguir siendo siempre un niño. Porque ¿cuál es el valor de la vida humana si no se relaciona con las vidas de nuestros antepasados a través de lo que nos cuenta la historia??. Ése es el atractivo del mundo antiguo. O


Robert Harris (Reino Unido, 1957) es autor de Pompeya e Imperium (ambas en Grijalbo). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.