Soñador con actitud, radical con sentido del espectaculo, visionario al que el cine parece quedarsele pequeño. Terry Gilliam es uno de los cineastas más controvertidos de nuestro tiempo. Miedo y Asco en las Vegas, adaptación de la biblia gonzo firmada por Hunter S. Thompson, centrifugó los cerebros de la crítica circunspecta en el pasado festival de Cannes con la fuerza de una lavadora alimentada con nitroglicerina. Ilustrador, maestro de la animación cut-out, ex-miembro de Monty Phyton, cineasta indomable y azote de la rigidez mental de Hollywood, Gilliam es el último soñador romántico en una época de fabricantes de sueños en serie.
Ha sido uno de los pocos directores capaces de combinar sentido de la maravilla y actitud, poder de fabulación y compromiso ideológico. Poblado por águilas tricéfalas, feroces dragones, caballeros mitológicos, viajeros temporales y cerebros en estado de divergencia mental, su universo creativo ha sabido hablar con lucidez sobre el hombre contemporáneo y sus desvelos. Superviviente de mil batallas, Terry Gilliam, desde una madurez que no renuncia al gamberrismo creativo, mira hacia atrás a veces con ira.
Si detrás de todo gran hombre hay siempre un gran mentor, en el caso de Gilliam fue Harvey Kurtzman. Fundador de la revista
Mad y pionero del
underground, Kurtzman fue el primer jefe de Gilliam en la redacción de la revista Help! Pero el futuro cineasta ya estaba enganchado a su gurú desde mucho antes. "Harvey y su grupo de dibujantes habían conseguido estimular mi risa y mi lujuria en proporciones equitativas. En nuestro culiestrecho mundo moderno, ambas ideas son vistas como excluyentes, pero esa picante mezcla nos retrotrae a épocas pasadas..., a Rabelais, a los griegos, a Atila, rey de los hunos".
Acuñando un estilo propio que lo situó entre Tex Avery y Max Ernst, Terry Gilliam se convirtió en el encargado de las animaciones del programa televisivo de los Monty Phyton -
Monty Phyton Flying Circus-. Único miembro americano del más británico de los grupos cómicos. Gilliam elevó la técnica del collage a las más elevadas cotas de la comicidad universal y arbitraria.
LA EDAD OSCURA
Un medievo sucio, pestilente y desagradable fue el escenario de las dos primeras películas como director de Gilliam,
Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (codirigida junto a Terry Jones) y
La bestia del reino. En ellas, el cineasta abandonaba las figuras recortables por actores de carne y hueso, pero no olvidaba poner el acento en una fuerza plástica fundamentada en su sólida cultura pictórica.
"Brueghel siempre me ha fascinado, porque creo que si viviera ahora sería director de cine. Sus cuadros siempre están repletos de historias superpuestas unas encima de otras. Cuando hicimos Los caballeros de la tabla cuadrada... intentamos plasmar a Brueghel en la película. Le robamos las ideas sin ningún reparo".
Con
Los héroes del tiempo, Gilliam proporcionó a la Handmade Films -la productora del ex beatle George Harrison- el mayor éxito de su trayectoria. El cineasta se reveló capaz de levantar impresionantes fantasías sirviéndose de métodos artesanales y escuetos presupuestos y confirmó de una vez por todas que su universo creativo transcendía la galaxia python.
Tras este film llegó
Brazil. Aparte de ser una de las películas más citadas, copiadas, homenajeadas y revisitadas de los ochenta, marcó un pequeño hito en la historia de las relaciones entre arte e industria: supuso la victoria de un pequeño (gran) cineasta sobre un (miserable) estudio, la Universal, responsable de distribuir la película en EEUU. Gilliam evitó que la película se estrenase sin los recortes exigidos por la productora y preservó la que quizá sea su obra más densa y pesimista.
"Brazil es una película sobre América, un lugar que te bombardea de sueños y te priva de los tuyos. Si estás contento relajándote en una playa paradisíaca, no sabes si esa felicidad es real o la sientes porque la televisión te la ha impuesto. Por eso dejé América, y de esta confusión trata Brazil".
Presupuestada en un principio en 25 millones de dólares,
Las aventuras del barón Munchausen acabó costando la friolera de 46,5 millones. Fue la última gran película épica de la era preinformática y atravesó uno de los rodajes más duros e infernales de la historia del cine. La experiencia colocó injustamente el nombre de Gilliam en la lista negra de los estudios de Holywood durante largo tiempo.
"Existe un maravilloso libro titulado
Water music, escrito por el novelista norteamericano Thomas Coraghessan Boyle, sobre Mungo Park, que fue el explorador de finales del siglo XVIII que descubrió el río Níger. En los libros de historia aparece como una especia de personaje glorioso, uno de los grandes aventureros. Cuando regresó de África fue recibido como un gran héroe. Pero la novela de Coraghessan Boyle trata sobre la realidad del personaje. La mayoría del tiempo se lo pasó comido por las moscas, hambriento hasta la muerte y sufriendo los más miserables infortunios. Y entonces volvió y fue un gran héroe; la prensa maquilló su experiencia, y él mismo empezó a creer que la suya había sido una aventura gloriosa. Pienso que este rodaje fue algo así".
Como un ave fénix, Gilliam logró resurgir de sus cenizas con
El rey pescador, trabajo aparentemente alejado de sus intereses creativos. Con un reparto estelar, un guión ajeno y un presupuesto ajustado, el cineasta confeccionó lo que él consideró en algún momento como la prueba de haberse vendido a Hollywood, aunque, en realidad, era otra cosa bien distinta: la demostración de que podía marcar varios goles en campo enemigo.
Con
Doce monos, Gilliam logró lo imposible: en el mismo seno de la Universal - donde rodó
Brazil-, el director bordó un remake de un arduo cortometraje experimental -
La Jetée, de Chris Marker- y triunfó en taquilla. En el estudio confluyeron varios pesos pesados: Madeleine Stowe, Brad Pitt y un Bruce Willis que se encontró con el siguiente sermón de bienvenida en su primer día de rodaje: "No quiero a Bruce Willis, la superestrella, en esta película, sino a Bruce Willis, el actor. Tienes que venir aquí como un monje y confiar en mí. Y, por supuesto, no puedes dirigir la película".
AVENTURAS LISÉRGICO-CABALLERESCAS
La última carga explosiva de Gilliam es esta suerte de aventura lisérgico-caballeresca ambientada en Las Vegas, esa tierra de las pesadillas, donde el sueño americano revela su auténtica condición. Utilizando la obra de Hunter S. Thompson como ariete dirigido contra la América de lo políticamente correcto, el cineasta ha logrado una de las obras más discutidas de su carrera.
"América está tan preocupada por aparentar 'buena conducta' que la gente está asustada de tener pensamientos desagradables. Alguien pronuncia la palabra 'droga' y todo el mundo se horroriza, cuando, de hecho, América es una sociedad basada en las drogas. Pero no quieren admitirlo".
"Cuando estaba haciendo Miedo y asco en Las Vegas", continúa, "sabía que la película me iba a causar problemas en América, pero no del modo en que lo ha hecho. Es muy divertida, pero la gente, mientras la ve, se ríe de cosas de las que no quiere reirse, de '¡esa gente que está metida en drogas!'. Los americanos no son capaces de pensar abiertamente. Hay una verdadera hipocresía en América. El autor de Miedo y asco en Las Vegas, cinco años después escribió que era preocupante que América se convirtiese en una nación dominada por el pánico. La América contemporanea es así: cualquier cosa produce pánico". Texto de Jordi Costa
El Pais de las Tentaciones, 11 de septiembre de 1.998