sábado, 16 de enero de 2016

Culminación de una trama


JAVIER FERNÁNDEZ
EL DÍA MÁS BRILLANTE, 2. VV. AA. ECC. 336 páginas. 30 euros.


El destino de los 12 grandes superhéroes resucitados al final de La noche más oscura continúa desvelándose en este segundo y último tomo del siguiente evento diseñado por los guionistas Geoff Johns y Peter J. Tomasi: El día más brillante. Servida con los espectaculares dibujos de Ivan Reis, Patrick Gleason, Scott Clark, Joe Prado y Ardian Syaf, la presente maxiserie culmina una de las tramas más exitosas y celebradas de la historia reciente de DC, surgida del trabajo de Johns con Green Lantern, que otorga protagonismo a personajes tan queridos como el Detective Marciano, Firestorm, Deadman, Aquaman, Hawkman y Hawkgirl. El tomo de ECC compila los números 12 a 24 de Brightest Day, publicados originalmente entre 2010 y 2011.

Malaga Hoy

Los dibujantes en la gruta por Antonio Muñoz Molina

Un episodio casi secreto y memorable de la historia del arte en España puede verse ahora mismo, durante unos meses, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid

ANTONIO MUÑOZ MOLINA 15 ENE 2016



Cuadernos de arte rupestre 6.


Un episodio casi secreto y memorable de la historia del arte en España puede verse ahora mismo, durante unos meses, en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Entre 1912 y 1936, exploradores y dibujantes recorrieron una gran parte de los lugares en los que se encontraban los yacimientos de pinturas prehistóricas en nuestro país, enviados por una Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas que se parece, por su título, a esas sociedades científicas que en las novelas de Julio Verne patrocinaban viajes de investigación a los parajes más apartados del mundo, los territorios de los que no existían mapas, las grutas que podían conducir al centro de la Tierra, incluso a la Luna.

En un país tan difícil para la ciencia y tan hostil al conocimiento, la existencia de una comisión así es un atisbo de otra España posible que no tenía obligatoriamente que haberse malogrado. Durante esas décadas atormentadas del siglo, entre la Primera Guerra Mundial y la guerra española, los exploradores y los sabios perseverantes organizaban con gran escasez de medios sus visitas a cuevas o abrigos rocosos que en muchos casos eran de acceso muy difícil, y durante semanas o meses enteros se dedicaban a un trabajo que sin duda les daría hondas satisfacciones estéticas, pero muy poco beneficio y ninguna gloria.

Viajaban por el Levante o por el sur de España casi siempre, pero en las fotos parecen equipados para enfrentarse a distancias más novelescas, con sus chaquetas, botas, polainas de escaladores, con sus caravanas de mulos cargados de víveres, cámaras y material fotográfico, aparatos científicos. Impresionan las fotos de esos exploradores atezados y barbudos, pero más aún muchos de los objetos e instrumentos mismos que llevaban con ellos, también expuestos con gran rigor entre testimonial y poético en el museo. Grandes trastornos históricos mezclados con una antigua tradición de desidia han impedido que en España se preserven muchos de esos objetos con los que puede restituirse la vida cotidiana del pasado.

En el Museo de Ciencias Naturales, por una especie de milagro menor, se muestran ahora, además de un número considerable de calcos y dibujos, cajas de lápices, cuadernos de trabajo, mochilas, cantimploras, latas de conservas, lupas, álbumes, binoculares, sombreros, hasta una pipa extremadamente novelesca, una pipa que imaginamos en una cara atezada y barbuda, la de un dibujante que se olvida de ella mientras calca en papel translúcido o dibuja a mano alzada una silueta de cazador que alguien trazó con soltura infalible hace 10.000 o 15.000 años sobre una pared lisa.

Cada dibujo es algo más que una copia: es un acto de conocimiento, una experiencia soberana, lograda con mucha paciencia, con un entrenamiento que es también una entrega y una inmersión en los procesos creativos de inteligencias remotas pero idénticas a las nuestras. Con mucha frecuencia era muy difícil o del todo imposible captar con las fotografías formas visibles que el ángulo de la luz solar dejaba borrosas, o que se perdían en la superficie irregular de la roca, o a las que simplemente no podía llegar una de las cámaras aparatosas de entonces. En el arte prehistórico, las fotografías solas muchas veces no muestran nada, y la mirada necesita una forma particular y extrema de atención que depende de la guía de especialistas muy entrenados. Miras una pared o un fragmento de hueso y no ves nada, a lo sumo una maraña de incisiones: pero de pronto, con la ayuda de un dedo índice o de un puntero luminoso, el cerebro reconoce la silueta de un reno que alza el cuello berreando, o la de un cazador o un chamán o una figura posiblemente de mujer que recoge miel de un panal rodeada de puntos casuales que resultan ser una nube de abejas.

Ahora vemos estos dibujos, estas formas entre figurativas y abstractas, con la ventaja de todo un siglo de arte moderno: ese espacio plano y sin perspectiva de las grandes hojas de papel como biombos japoneses es el de una parte de la pintura del siglo XX; esas figuras caligráficas, esos signos que parecen manos o estrellas o discos solares los hemos visto en los cuadros de Paul Klee, de Joan Miró o de Max Ernst, en los garabatos a tinta de Henri Michaux, en las crudas representaciones humanas de Jean Dubuffet y de los grafitis callejeros que fotografiaba Brassaï. La modernidad nos ha educado paradójicamente en el aprecio de lo llamado primitivo. Hemos aprendido la radical originalidad plástica del arte aborigen australiano. Vemos a estos cazadores con sus arcos y flechas, con sus figuras móviles que son caligrafías exactas, y nos acordamos del dibujo a tinta japonés y de las representaciones de cacerías y batallas de los indios de las grandes praderas.

Pero no era ésta la mirada de aquellos dibujantes que copiaban con tanto respeto y talento hace un siglo el arte prehistórico, después de viajar agotadoramente a lomos de mulos por serranías sin caminos, de acampar con sus tiendas de lona y sus lámparas de queroseno, como en los grabados de las novelas de Julio Verne. Conocemos los nombres de dos de ellos, los más eminentes, y probablemente los que dedicaron un esfuerzo más sostenido a aquella labor abrumadora: Juan Cabré Aguiló, Francisco Benítez Mellado. Cabré Aguiló, formado como arqueólogo y como pintor en la Academia de San Fernando, descubrió cuevas importantes y se mantuvo al servicio de la Comisión hasta el principio de la Guerra Civil; Benítez Mellado fue discípulo de Sorolla y amigo de Julio Romero de Torres.

Entre los dos crearon una obra que no es menos admirable por el hecho banal de que no haya sitio para ella en las jerarquías estéticas habituales. Formados en la disciplina académica, se vieron enfrentados a un mundo visual para el que en ese momento apenas había referencias. Observando, calcando, imitando aquellas formas con una fidelidad tan absoluta como necesariamente creativa, Cabré Aguiló y Benítez Mellado se asomaban a la experiencia más antigua de la representación del mundo, de los animales y los seres humanos y las criaturas entre humanas y animales, entre reales y fantásticas, que constituirían el material de los mitos. Cada dibujo que hacían era la interrogación de un enigma, un tanteo hacia el pasado que también contenía una intuición del porvenir. En la disciplina escrupulosa con la que trabajaban había una modestia artesanal y probablemente un sólido orgullo de gran arte consumado. Su gloria, como la de un traductor, se confunde con la invisibilidad, porque cuando vemos ahora los anchos paneles de papel transitados por veloces figuras de arqueros o de animales en fuga no nos cuesta nada imaginar que en realidad estamos viendo las obras originales.

Por culpa de la guerra, de la falta de medios, de las usuales penurias españolas, ese legado ha permanecido casi tan oculto como si se hubiera quedado en el interior de una cueva sellada por un derrumbe. Con extrema delicadeza, aprovechando al máximo un presupuesto que ha debido de ser exiguo —ni siquiera hay todavía un catálogo—, el Museo de Ciencias Naturales ha organizado una exposición que lo atrae a uno y lo envuelve como en un viaje en el tiempo, un viaje al ayer de hace un siglo y al de hace más de diez mil años.

Arte y naturaleza en la prehistoria. La colección de calcos del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Calle de José Gutiérrez Abascal, 2. Madrid. Hasta el 19 de mayo.


El Pais Babelia nº1.260 / 16.01.2015

domingo, 3 de enero de 2016

Los mejores comics de 2015 de Mondo Sonoro


El multiverso del cómic

No tengo muy claras las cifras de ventas, pero lo que sí puedo decirles es que la cantidad de referencias internacionales que inundan el mercado del cómic y de la novela gráfica en nuestro país es más que respetable. Si a eso le sumamos que son muchos los títulos destacables, no vamos a poder quejarnos de la temporada. Quizá falte una obra maestra indiscutible, pero la cosecha del año no ha estado nada mal. Las editoriales han publicado material nuevo, antiguo, reediciones, clásicos ocultos, títulos independientes apasionantes, mangas que no pueden dejarse pasar, infinidad de títulos superheróicos que ni siquiera podemos llegar a paladear. Así que, con todas nuestras limitaciones, aquí tienen nuestra lista, una breve selección que podría ampliarse con títulos como "Cruzando el bosque", "Undercurrent", "El multiverso", "Buenas noches, Punpun", "El corazón del imperio" y muchísimos más que merecen mucho la pena. Ojalá hubieran sido cincuenta los cómics de nuestra lista y no echaríamos a faltar muchos otros lanzamientos que, una vez más, han hecho nuestra vida un poco mejor. ■ Joan S. Luna

LOS MEJORES COMICS 2015 





El árabe del futuro
Riad Satouff
Salamandra

El premio a la mejor obra en la última edición de Angulema avala la importancia de una obra con múltiples lecturas. Al igual que en su día hiciera Marjane Satrapi en "Persépolis", Sattouf (hijo de sirio y de francesa) echa la vista atrás para rememorar una infancia que transcurrió entre la Libia de Cadafi, la Siria de Hafez ai-Asad y la Bretaña francesa. L.J.M.




El escultor
Scott McCloud
Planeta DeAgostini
El teórico del cómic Scott McCIoud nos sorprende con una novela gráfica ágil y al mismo tiempo profunda. McCIoud habla sobre la trascendencia del arte, la felicidad, nuestras debilidades, la vida y la muerte, entrelazando grandes momentos con otros en los que algo no acaba de encajar. En todo caso, una gran obra que merece ser destacada por sus logros. J.S.L.





El hombre sin talento
Yoshiharu Tsuge
Gallo Nero
Resulta necesario conocer la trayectoria vital de Yoshiharu Tsuge para entender con mayor profundidad lo mucho que cuenta "El hombre sin talento", un clásico oculto del manga. Y es que se trata de una de esas obras que se le mete a uno dentro, pesimista, cruda y sobre todo capaz de describir lo perdidos que podemos llegara estar en nuestras vidas. J.S.L.




Chapuzas de amor
Jaime Hernández
La Cúpula
Maggie, ya no eres una chiquilla. Te hemos visto crecer, equivocarte, tomar decisiones que parecían acertadas y quizás no lo fueron tanto. Vives en una viñeta, pero eres de carne y hueso, como ese Ray que siempre está ahí, como ese Calvin que mendiga amor, o como tu amiga especial Hopey. Y ese es mérito de un Jaime Hernández que vuelve a bordarlo. J.S.L.
  


Cómics 1986-1993
Julie Doucet
Fulgencio Pimentel
Sin darse cuenta, como el verdadero punk o el hardcore, esta narradora DIY encontró la fórmula para narrar su(s) vida(s) desde el realismo sucio y la intimidad más existencial en fanzines y revistas de los últimos ochenta y los primeros noventa. Por fin una antología recoge los primeros años de su enfermiza y descarnada autobiografía. Puro underground. Octavio Botona





Cráneo de azúcar
Charles Burns
Reservoir Books
"Cráneo de azúcar" completa la serie que se inició con 'Tóxico" y "La colmena". Este largo viaje se entiende como una representación de los desajustes emocionales de un tipo totalmente desquiciado en lo afectivo a base de imágenes perturbadoras con las que excavar en los pozos más profundos de la psique. Luis j. Menéndez 






The Lonesome Co
Tim Lane
Sapristi

Este es uno de esos casos en los que un subtítulo ("Un viaje a la deriva por el sueño americano") funciona a la perfección a la hora de resumir lo que vamos a encontrar en esta nueva y ambiciosa obra de Tim Lañe. La peor cara de Estados Unidos, la crudeza de sus días y algo de ese glamour que ya pasó, convertidos en un cómic im¬prescindible. Martín Viladot 






Sangre Americana
Benjamín Marra
Autsider Cómics

Marra es un frikazo obsesionado con la cultura pop, la sangre, el sexo y la violencia. También es un amateur y también es un genio. Un dibujante que come basura y caga oro. Toda una delirante, divertidísima y orgullosa celebración de la serie B poblada por stríppers, niggas violentos y chulos de buen corazón. Joan Cabot
  





Aquí
Richard Maguire
Salamandra

"Aquí", obra del artista (y también miembro de los referenciales post-punkers Liquid Liquid) Richard Maguire, es uno de esos libros cuyo valor reside en su aportación al mundo de la viñeta más que a lo que nos cuenta. Maguire dedicó quince años a dar forma a esta inclasificable y experimental pirueta narrativa. Ernesto Bruno 









Cruzando el bosque
Emily Carroll
Sapristi

Emily Carroll firma una de las novelas gráficas más exitosas de los últimos meses (premios Ignatz y Eisner) y todo un ejercicio de cómic de terror Victoriano entre los relatos de Edgar Allan Poe, la oscurísima candidez de Edward Gorey y el espíritu de la reciente película "The Babadook". J.S.L

 Publicado en Mondo Sonoro nº234 diciembre 2015

DE RATONES Y HOMBRES


'Có-mix' repasa la obra de uno de los historietistas más influyentes e inquietos de EE UU, Art Spiegelman

TEXTO_Blanca Lacasa



Spiegelman se retrata en sus obras como un ratón. Tal vez, tras los comics su pasión sea el queso.



DECÍA ART SPIEGELMAN (Estocolmo, 1948): "Todo lo que sé, lo he aprendido de los cómics". Desde luego, todo lo que hay que saber de él está en este fastuoso volumen (Co-mix. Art Spiegelman, Una retrospectiva de cómics, dibujos y bocetos, Reservoir Gráfica). Y ya de paso, también mucho de lo que hay que saber sobre cultura pop. Art no es sólo el responsable de Maus, ese cómic protagonizado por gatos y ratones que habla del holocausto a partir de la experiencia de sus padres judíos, supervivientes de Auschwitz. También es el culpable de uno de los mayores hitos en la historia de la contracultura: introducirla en las tiendas de chucherías. ¿Cómo? Los cromos de la Pandilla Basura, tan a menudo confiscados por padres, son suyos. Suya también es la revista Raw, una publicación capaz de descubrir talentos como Kaz o ver más allá de las fronteras yanquis publicando a gente como los franceses Bazooka, el italiano Mattotti o nuestro Mariscal. Otro de sus logros son sus portadas para The New Yorker (imposible olvidar la que publicó para el US, un sutil y terrorífico fundido a negro), numerosos diseños para revistas pulp, portadas de discos y libros, colaboraciones con artes escénicas, libros infantiles y las maravillosas antologías Little hit, en las que trató de recuperar el cómic infantil. Pero, sobre todo, hay que estar agradecido a Art por ser uno de los mayores valedores de esa cruzada tan del siglo pasado consistente en difuminar la brecha entre alta y baja cultura. Con semejante barullo mental, no es de extrañar que en 1968, Art sufriera un colapso mental: "Pensaba demasiado en las diferencias entre lenguaje y realidad", afirmó. Afortunadamente, siempre lo tuvo claro: "Cuando tuve edad suficiente para darme cuenta de que los dibujos estaban hechos por alguien, y no eran fenómenos naturales como las rocas y los árboles, decidí que sólo quería ser una de esas personas que los hacían". Hergé bendiga tanta precoz clarividencia. *


El Pais ICON nº23 Enero 2016

sábado, 2 de enero de 2016

El último de los antiguos por ANTONIO MUÑOZ MOLINA


La pintura moderna es en gran parte una refutación del perfeccionismo clasicista de Ingres, y más aún de sus discípulos académicos


'Baño turco', de Ingres.

En el Museo del Prado Ingres es una presencia paradójica. A Ingres la gran pintura española del siglo XVII, Velázquez incluido, no le gustaba nada, porque se desviaba imperdonablemente del ideal establecido por Rafael, que para él era el modelo máximo de un arte alimentado además por los ejemplos de la Antigüedad. En 1865, cuando todavía duraba la vida excepcionalmente longeva de Ingres, un viaje de otro gran pintor francés al Prado estuvo en el origen de la transformación de la pintura que iba a dejar definitivamente atrás la estética del viejo maestro, ya entonces una reliquia de otras épocas. Édouard Manet había estudiado la pintura española en los museos de París, pero fue en Madrid, en el Prado, donde se encontró decisivamente con Velázquez, en una contemplación asombrada y exaltada que cimentó la madurez plena de su maestría.

La pintura moderna es en gran parte una refutación del perfeccionismo clasicista de Ingres, y más aún de sus discípulos académicos y pompiers que siguieron disfrutando de la preferencia del público y de los organizadores de exposiciones oficiales hasta bien entrado el siglo XX, suministrando odaliscas, ninfas, diosas pálidas y carnales, héroes enfáticos de cuadros de historia, vírgenes y santos de cuadros religiosos con una blandura de estampitas devotas. Pero las cosas siempre son mucho más complejas de lo que parece, más aún en el universo de las representaciones visuales, tan propicio a las resonancias y a las afinidades insospechadas.

Hacia 1900, para un pintor joven con ambiciones vanguardistas, Ingres podía parecer un artista remoto, pura arqueología del inmovilismo académico. Pero cuando Picasso pintó Les demoiselles d’Avignon, junto a las esculturas y las máscaras africanas, tuvo también muy presentes, incluso con referencias literales, los desnudos femeninos de Ingres en El baño turco, la noción de un espacio ocupado casi enteramente por una acumulación de cuerpos en posturas variadas. El retrato de Gertrude Stein, otro ejemplo canónico de las rupturas radicales de la modernidad, recrea la composición y hasta la postura de uno de los grandes retratos de Ingres, el de Louis-François Bertin. Cuando se le agotaron los rigores del cubismo y buscó en la inspiración clásica una manera de salir de ellos, Picasso regresó aún más abiertamente a Ingres, lo mismo en sus retratos al óleo —el de Olga con un chal, el de Mujer de blanco— que en sus dibujos imitados de las figuras lineales de las cerámicas griegas y de los artistas neoclásicos que las reinterpretaban en el siglo XVIII, justo en los años en que el Ingres adolescente empezaba a educarse.

Cuando se le agotaron los rigores del cubismo , Picasso regresó aún más abiertamente a Ingres
(Otra semejanza se me ocurre, que tiene que ver con la formación de los dos pintores: Ingres, como Picasso, era hijo de un artista sólido y oscuro de provincias. El dominio insuperable que el uno y el otro tuvieron del dibujo se basaba en los dos casos en una exposición precoz a las disciplinas artesanales del arte).

Picasso vivió tantos años que fue coetáneo en su juventud de Cézanne y Degas y en su vejez de Andy Warhol. La vida de Ingres también abarca periodos completos de la historia del arte: fue discípulo de David y testigo de la Revolución Francesa y le dio tiempo a asistir al escándalo provocado en 1865 por la Olympia de Manet. Quizás por eso, cuando vemos el catálogo de sus retratos nos parece estar asistiendo a un desfile de personajes de novelas que van desde las de Jane Austen a las de Flaubert. Ingres aspiraba a la representación de una belleza intemporal, la perfección definitiva de un bajorrelieve clásico o de uno de los grandes frescos de Rafael. Pero las aspiraciones conscientes de un artista rara vez coinciden con la disposición de su talento, y menos aún con el juicio de la posteridad: lo que a nosotros más nos atrae de Ingres, y aquello para lo que estaba más dotado, no son esos cuadros que en su época se llamaban “de historia” y se consideraban las cimas indiscutibles en la jerarquía de la pintura: escenas de la historia antigua o de la mitología clásica, en primer lugar, y luego de la Biblia o de los Evangelios.

Los héroes clásicos y los santos y mártires de Ingres pueden ser tan poco expresivos como estatuas de yeso, y sus desnudos femeninos mitológicos y sus odaliscas son de una sensualidad helada, perfectamente impersonal. Pero cuando pinta o dibuja a una persona real que está posando ante él, a un funcionario de la administración napoleónica, a un burgués henchido de seguridad en sí mismo y buenos alimentos, cuando observa a una mujer, a un niño, cuando se detiene golosamente en los pormenores de un vestido o de un sombrero a la moda, entonces la pintura y el dibujo atrapan una presencia humana con una inmediatez, casi con una crudeza, tan reveladoras como las que por entonces estaba descubriendo ya la fotografía.

En los retratos al óleo la mirada de Ingres es más incisiva cuando se trata de hombres que de mujeres. La expresión de las mujeres deja traslucir menos que el lujo de sus vestidos o el de los interiores en los que posan, muchas veces cerca de espejos en los que se repite una figura doble mucho menos detallada. En los hombres se manifiesta físicamente la ambición de los trepadores sociales y de los nuevos señores de aquella época de transformaciones portentosas: son contemporáneos de los héroes sin sosiego de Balzac y Stendhal, mucho más que de los burgueses apoltronados o los jóvenes sin voluntad de Flaubert. El señor Bertin, magnate y dueño de periódicos, viejo formidable de altanería y de fuerza física, nos mira desde su retrato de 1832 con una fijeza despótica de ave de presa, el cuello macizo y las manos abiertas sobre las rodillas, como miraría a sus subordinados, justo con esa actitud de autoridad congénita que reconoció Picasso en Gertrude Stein.

En los dibujos de Ingres no hay diferencia de percepción entre hombres y mujeres, y los niños son presencias tan individuales y completas como los adultos. Esas mujeres tienen las miradas y las expresiones perspicaces de las heroínas de Jane Austen, intimidades tan hondas y tan hechas de veladuras como la Eugénie Grandet de Balzac o la Emma Bovary de Flaubert. El dibujo adquiere sombreado y volumen para definir las redondeces de una cara o unas manos y se hace flexible y lineal en los pormenores del vestuario, preciso y a la vez esquemático, rápido y sinuoso, anticipando la maestría con el lápiz y la tinta que tendrían mucho tiempo después dibujantes tan atentos al ejemplo de Ingres como Picasso y David Hockney.

Igual que tantos artistas enfermos de insatisfacción, Ingres no valoraba en su justa medida aquello para lo que tenía más talento. Se resignaba a hacer retratos por el prestigio social y el dinero que le procuraban, y se sentía afrentado cada vez que alguien elogiaba sus dibujos con más vehemencia que sus pinturas acabadas. Qué miopía o qué maleficio le impide tantas veces a un artista darse cuenta de lo mejor que hay en él, lo fuerza amargamente a buscar y esperar lo que en el fondo no es suyo, a no intuir siquiera lo que perdurará de su trabajo.


El Pais Babelia nº 1.258 / 02.01.2016

viernes, 1 de enero de 2016

La Oreja izquierda de Dios por Jose Luis Martinez Larraz












Arruequen Ediciones nº6 De Camino

Peter Bagge "Odio"




 Peter Bagge nació en 1957 en las afueras de Nueva York. Durante un tiempo a finales de los 70 cursó estudios de arte in la ciudad de Nueva York, donde conoció a la que sería su mujer, Joanne. Su primer cómic se publicó en 1980, en The East Village Eye y en los cinco años posteriores, su trabajo apareció regularmente en High Times, Screw, y otras publicaciones poco recomendables. También, el mismo publicó tres números de la revista Comical Funnies junto con sus amigos también dibujantes John Holmstrom y JD King. Con Ken Weiner publicó un libro de cómic con el título Wacky World.
En 1984, la familia Bagge se mudó a Seattie, WA y fue más o menos en esta época cuan¬do Peter empezó a trabajar como redactor-jefe de Weirdo, la antología de R. Crumb. El año 1985 también vio nacer Neat Stuff, su primer título propio. Tanto Neat Stuff como su sucesor, Hate, se publicaron por Fantagraphics.

Con su debut en 1990, Hate Comics narró las aventuras y percances de Buddy Bradley, un personaje semiautobiográfico, que vive en Seattie. Se acabó forjando una estrecha relación entre Hate y el mundillo de música y la cultura juvenil de esta ciudad.

Ya a mediados de los 90, Buddy Bradley y otros personajes creados por Bagge empezaron a recibir la atención de varias productoras de Hollywood, tanto para la pantalla grande como para la pequeña, y tanto en acción real como en animación. Ninguno de estos proyectos se ha hecho realidad hasta el momento, pero se está desarrollando una serie para HBO.

Después de 30 números, Bagge decidió poner fin a Hate en 1998. Actualmente está trabajando en un libro de cómic para todas las edades, sobre un grupo musical compuesto por chicas. También tiene entre manos varios otros proyectos.
















VII Salón Internacional del Comic de Granada del 14 al 17 de mayo de 2002