domingo, 22 de septiembre de 2013

Mark Schultz: Galeria



He aquí un caso claro de quien lo tiene clarísimo. Seguidor de los clásicos del comic y de la ilustración. Ver su obra, es ver la obra del comic y la ilustración americana desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. La ficha de Wikipedia (aquí) lo deja bien claro, je, incluye hasta los premios Haxtur que recibió. Aunque todo hay que decirlo sus "Xenozoic Tales" me encantaban, la pasión en grado sumo: Cadillacs y Dinosaurios.



























El curioso disciplinado

El escenógrafo José Hernández divide su taller del barrio madrileño de Las Letras en tres salas: pintura, grabado y dibujo




El estudio de José Hernández ocupa una parte de su vivienda. Foto: Santi Burgos


LA VARIEDAD DE INTERESES de José Hernández se descubre nada más echar un vistazo a esa suerte de útero materno en que el artista ha convertido su estudio, compuesto por una tríada de grandes salas dedicadas, cada una de ellas, a sus actividades fundamentales: el dibujo, la pintura y el grabado. Junto a ellas está su actividad como escenógrafo y figurinista, tanto en cine cómo en teatro, donde ha logrado un gran prestigio entre las gentes de la escena. Algo que se puso de manifiesto en la exposición José Hernández y el teatro. 1973-2007, y en el prólogo que hizo sobre su actividad teatral el escritor Francisco Nieva, rendido admirador de la obra de Hernández. No hay que olvidar sus numerosas ediciones de libros de bibliofilia, sus ilustraciones para libros y su actividad como académico, ya que pertenece a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, y miembro titular de la Academia Europea de las Ciencias, las Letras y las Bellas Artes, de París.

Los espacios dedicados a su actividad creadora están en una de las alas de su domicilio privado, dentro de una gran casa de 1851 en el madrileño barrio de Las Letras, en la que vive desde los años setenta del siglo pasado. "Este lugar es como un refugio, una cálida burbuja en la que aislarse, un espacio con el que me he hecho y al que me he hecho", dice Hernández, que añade: "Me es muy agradable y además el barrio me encanta, aunque cuando llegamos era un barrio muy degradado, pero era donde queríamos vivir, en especial mi mujer, que es muy galdosista", dice en referencia a la escritora estadounidense Sharon E. Smith, con la que comparte su vida hace 49 años.

Tiene tan claro que esta casa, este barrio, estos paisajes urbanos han sido tan fundamentales para él que llega a afirmar que en otro sitio su obra hubiera sido distinta. Obra que aborda con mucha disciplina: "Madrugo mucho y empiezo a trabajar sobre las siete de la mañana. A partir de ahí pasan y pasan las horas... Cuando se va la luz natural me meto en el táller de grabado y ahí, hasta que el cuerpo aguante". Y así "sábados, domingos y fiestas de guardar", José Hernández siempre ha querido tener el estudio donde viviera: "La pintura es muy exigente, pero más aún el grabado, para el que hay que tener mucha atención y disciplina. La parte buena de tener el taller en casa es obvia: entro en el taller en pijama y con la taza de café; la mala es que no sabes cuándo cortar", señala este hombre que vive rodeado de objetos curiosos y al que le interesan especialmente los insectos, las piedras y los huesos: "De pequeño era muy curioso, me gustaban las vidas de animales raros. Ahora los humanizo en mi obra, o tal vez soy yo el que me animalizo".

Hernández nació en Tánger, y fue en la Librairie des Colonnes de esa ciudad donde expuso en 1962 por primera vez. Allí comenzó una trayectoria jalonada por premios, como el Nacional de Bellas Artes y el Nacional de Arte Gráfico, cuya estación más reciente es la exposición que acaba de inaugurar en la Fundación Cristino de Verá de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife).
Rosana Torres 


El Pais Babelia 20.04.13

David B. dibuja sin parar



David B. ha publicado recientemente en Francia Trieste-Bologne (Delcourt), primera entrega de su Journal d’Italie. Foto: Ana de Labra

El artista francés vive entre París y Bolonia. Su libreta es su “laboratorio portátil, junto a acuarelas y tinta china”

PIERRE-FRANÇOIS BEAUCHARD, en arte David B. (Nîmes, 1959), es idéntico a como se dibuja. Esbelto, nariz afilada, cejas densas detrás de gafas ligeras, mechones rebeldes que empiezan a encanecer. La mirada es quieta, apacibles los modales, la atención bien hincada en el cuaderno semiabierto encima del escritorio. Como si le preocupara que los muñecos japoneses y los pequeños personajes que pueblan la primera plancha de su álbum sobre Osaka pudieran escaparse. Estudia las criaturitas de papel con la concentración afectuosa de un padre que observa a su hijo dormir. El artista francés, que con la fundación de la editorial L’Association (1990) y con La ascensión del gran mal (1996, publicada en España por Sins Entido), dolorosa y onírica autobiografía en imágenes, ha dado dignidad literaria a la novela gráfica, se mantiene bien arrimado a su libreta, su “laboratorio portátil, junto a acuarelas y tinta china”. “Dibujar es lo que hago sin parar todo el día. Me encanta y además vivo de ello”, dice con serena simplicidad. Su estudio italiano es la prueba de ello.

El techo más que alto es remoto. La luz rebota sin estorbos y los escasos libros dejan casi desempleada la gran estantería de abedul. Al fondo, incómodo en medio de tanto vacío, el escritorio antiguo acoge cajitas de acuarelas, pinceles, unos tarros de mermelada que ahora
sirven para diluir los colores, bocetos y recortes de revistas. Una nave espacial recién aterrizada en Marte de otro planeta más animado. El cuaderno recoge las planchas del segundo volumen de Journal d’Italie, un diario de viaje aún a medias cuya primera parte acaba de salir en Francia.
David B. cuenta sus paseos por Trieste, Venecia y Bolonia, la ciudad donde se enamoró hace siete años y donde ahora pasa algún fin de semana con su mujer. El trazo, a veces tembloroso, otras decidido, recorta imágenes bidimensionales y planas como incisiones medievales. Una caligrafía para relatar el mundo, los recuerdos o los sueños de manera siempre expresiva, íntima y personal. Con fondo blanco y escenas amplias, ni el color consigue dar plasticidad a sus relatos de Italia o Japón, que se quedan flotando en una dimensión de irrealidad lírica. “De pequeño no paraba de copiar imágenes de libros de historia. Estaba obsesionado con los guerreros medievales, tan estilizados que acaban siendo expresionistas”. En Bolonia, su segunda casa, después de París, se puede “sumergir en aquella época, ayudado por los soportales, las iglesias románicas y las torres de ladrillo visto”. Y, en casa, encima de la mesita de noche, la autobiografía de Petrarca.
Lucia Magi 

EL PAÍS BABELIA 15.05.10

viernes, 20 de septiembre de 2013

Paul Cézanne: retrato del artista fracasado

Por Manuel Vicent


Su padre le consideró siempre un pintamonas; Zola, su amigo de infancia, un descarriado. Ambroise Vollard fue el primero en percibir el genio del pintor, terco, huraño e indomable, que dio paso al cubismo de Picasso, al fauvismo de Matisse y al abstracto de Kandinski. A partir de ahí la pintura del siglo XX rompió todas las amarras

AMBROISE VOLLARD, vendedor de cuadros, el descubridor de Cézanne, era un tipo agnóstico. Un día le preguntaron: en caso de que le forzaran a elegir religión, cuál escogería. Vollard contestó que era muy friolero, de modo que no dudaría en hacerse primero judío porque en las sinagogas era obligatorio llevar puesto el sombrero; en segundo lugar protestante porque en sus templos solía haber calefacción y nunca católico porque en las iglesias católicas había muchas corrientes de aire. Este hombre tan escéptico y pragmático con la religión fue, no obstante, un visionario para el arte. Había nacido en la isla de la Reunión, donde, de niño, comenzó a coleccionar guijarros y pedazos de vajillas rotas, sobre todo fragmentos de porcelana azul. Su tía Noémie pintaba rosas de papel. El niño quiso saber por qué no pintaba las flores del jardín que eran más bonitas. “Pinto flores de papel porque no se marchitan nunca”. Esta misma respuesta le dio Cézanne, muchos años después, en su galería de la Rue Lafitte.



Paul Cèzanne (Aix-en-Provence, 1839-1906), en su estudio. Foto: Album


Ambroise Vollard fue el primero en darse cuenta del genio de este pintor, que abrió la puerta a la vanguardia, cuando iba por París vestido como un mendigo, mal afeitado, con un chaleco rojo bajo una chaqueta raída y sus cuadros eran objeto de escarnio, rechazados en todos los Salones de pintura. El padre de Paul Cézanne, un sombrerero de Aix-en-Provence, conservador, con leontina de oro, de carácter tiránico, fundador de una banca de provincias, despreciaba el trabajo de su hijo como artista, aunque le tenía asignado un sueldo de subsistencia, ciento veinticuatro francos al mes, para evitarle tentaciones y tenerlo atado. Hasta el día de su muerte pensó que su hijo era un pintamonas. El escritor Émile Zola también consideraba que su viejo amigo Cézanne era un descarriado, sin habilidad para administrar su talento. Habían sido compañeros inseparables de juegos y de estudios en el colegio Bourbon de Aix. Cézanne tocaba la corneta de llaves y Zola el clarinete en una banda creada entre vástagos adolescentes de la burguesía; hacían excursiones por las laderas de Sainte-Victoire o del Pilón del Rey; se bañaban desnudos en el río Arc; recitaban versos de Victor Hugo y juntos viajaron a París soñando con la gloria.

Zola se hizo escritor y no tardó en alcanzar la fama. Mientras sus novelas comenzaron muy pronto a tener un éxito extraordinario, Cézanne sólo era un artista inhóspito que se había quedado atrás. No conseguía encontrar lo que buscaba. Apenas comenzaba a pintar, crispaba los puños ante el lienzo, lo desgarraba con la espátula y arrojaba los pinceles contra la pared. Por otra parte enrojecía hasta detrás de las orejas y huía del estudio cuando una modelo comenzaba a desnudarse. Las mujeres le trastornaban, pero acabó juntándose con una costurera bordadora, que a veces posaba para los pintores, Hortense Fiquet, con la que tuvo un hijo, una relación que ocultó a su padre por miedo a su tiranía. Cada día más terco, más indomable, más huraño, se negaba a aceptar las consignas del grupo de los impresionistas que se reunían en el café Guerbois en cuya puerta un día le dijo a Manet, que vestía como un dandy: “No le doy la mano porque no me la he lavado en ocho días”. Desde la cima de su éxito Zola contemplaba la ruina de su amigo con una compasión benevolente que acabó convirtiéndose en un desprecio sangrante. Su última novela, Nana, la aventura de una cortesana, vendió en el primer día de lanzamiento cincuenta mil ejemplares, mientras Cézanne tenía que aceptar unos pocos francos a cuenta o unos lienzos nuevos y tubos de colores a cambio de cuadros pintados en la tienda del famoso tío Tanguy, en Montmartre.

Zola vivía ya en una mansión fuera de París, con mayordomo y criados; recibía a las visitas sentado en un sillón Luis XV enfrente de una chimenea de mármol, rodeado de tapices, armaduras, estatuas, figuras de porcelanas en las vitrinas, marfiles, un jarrón con un chino pintado bajo una sombrilla, con un ángel de las alas desplegadas colgado del techo con una atadura invisible y cuadros oscuros, entre los que se mezclaban auténticos y falsos, alegóricos y pom- piers, pintados con betún de Judea, al que los impresionistas llamaban zumo de iglesia. Tenía también algunos óleos de Cézanne guardados en un armario que no osaba enseñar a nadie.

Cuando Ambroise Vollard llegó un día a casa de Zola con una carta de recomendación de Mirbeau, siguiendo el rastro de los cuadros de primera época de Cézanne, que había decidido reunir, el escritor le recibió llevando en brazos a su querido perrito Pinpin. Al preguntarle por los cuadros de su amigo de la infancia, el maestro golpeó con la mano un armario bretón.
—Los tengo encerrados ahí. Cuando recuerdo que les decía a nuestros antiguos compañeros que Paul tenía un genio de gran pintor, aún siento vergüenza.

Si les pusiera estos cuadros ante sus ojos... ¡Cézanne!... Aquella vida que llevábamos en Aix y en los primeros años de París. ¡Todos nuestros entusiasmos! Ah, ¿por qué no produjo mi amigo toda la obra que yo esperaba de él? Por más que le decía que poseía el genio de un gran pintor y que tuviera el valor de llegar a serlo, no escuchaba ningún consejo. Intentar que entrara en razón era como tratar de convencer a las torres de Notre-Dame para que bailen.

Zola poseía diez obras de Cézanne ocultas entre cacharros y una de ellas no se encontró bajo el polvo hasta 25 años después de la muerte del escritor, ocurrida en 1927. El desencuentro con su amigo se produjo cuando Cézanne se vio reflejado, bajo el nombre del protagonista Claude Lautier, en la novela de Zola L’Oeuvre, que trataba de un pintor fracasado, ejemplo de la impotencia artística y de la quiebra de un genio, en la que al final el héroe se suicida. Cézanne la consideró una traición.

Mientras tanto, Ambroise Vollard había comenzado a acaparar todos los cuadros de Cézanne que encontraba; había adquirido los del tío Tanguy que se subastaron en el hotel Drouot a su muerte; viajó a Aix-en-Provence donde ahora, ya viejo y rico heredado de banquero, pero todavía escarnecido, Cézanne seguía pintando sin encontrar lo que buscaba, y arrojaba los cuadros por la ventana sobre los árboles del jardín y así vio Vollard cerezos cuajados de bodegones con manzanas; el marchante compró también todos los cuadros que los vecinos tenían arrumbados en las carboneras y desvanes, que el pintor había regalado y que le ofrecían desde los balcones. En su galería de arte de la Rue Lafitte entró un día la coleccionista Gertrude Stein.

—¿Qué vale este Cézanne?
—Quinientos francos —contestó Vollard.
—¿Si compro tres?
—Mil quinientos.
—¿Y si le compro los diez
que tiene?
—Entonces, cincuenta mil. —¿Por qué?
—Porque entonces me quedo sin Cézanne.

Obsesionado por dar toda la profundidad y consistencia a la materia Cézanne había comen-zado a estructurarla en planos cada vez más íntimos de luces entrecruzadas hasta descomponerla. Así dio paso al cubismo de Picasso, al fauvismo de Matisse y al abstracto de Kandinski. A partir de ahí la pintura del siglo XX rompió todas las amarras. Pero la gloria no le llegaría a Cézanne hasta la gran exposición que montó Vollard en su galería, la cual propició después la retrospectiva que se realizó en París, en 1904, en el Salón de Otoño, dos años antes de la muerte del pintor. Hoy a Zola se le recuerda sólo por un artículo, J’accuse, publicado en L’Aurore, sobre el caso Dreyfus, el 13 de enero de 1898. Mientras su amigo, el artista fracasado de su novela, es el pintor cuya cotización sigue siendo la más alta de la pintura moderna.

El Pais Babelia 30.01.2010

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sección dibujada: Trazos (del latín, Tractus)


 No más que unos pocos de garabatos, dibujos sueltos. De vez en cuando toca hacer algo, incluso rebuscar entre las carpetas, a ver si aparece algo digno (la mayoría, no lo es). Comienza un nuevo ciclo, que en verano hace demasiado calor y hay demasiada gente dando vueltas, un nuevo comienzo (y van...), pues eso, que el virus terrible de agarrar un lápiz, rotulador o lo que se ponga a la mano, no hay quien lo erradique, y en esas estamos.

El Ojo comienza el septimo año de Melkart, y lo que queda.












lunes, 16 de septiembre de 2013

Una escuela para contar historietas

 Nace en Madrid el primer máster de cómic de España con la intención de impulsar un género literario en plena expansión

MARIA COMES FAYOS Madrid 15 SEP 2013

Viñeta del historietista vallisoletano Juan Berrio, uno de los profesores del máster.

“No leas más tebeos y coge un libro de una vez”. La frase, mil veces repetida en las casas de este país, apuntalaba el tópico de que el cómic era la oveja negra de entre todos los géneros de las letras españolas.

Las cosas han cambiado y el cómic ha pasado a llamarse novela gráfica, ha traspasado las barreras de la infancia y se ha asentado como una lectura más entre el público adulto. Ya no son solo historietas a lo Mortadelo y Filemón; el género ha destacado entre la literatura más tradicional y ahora, por primera vez en España, llega a la enseñanza superior.

La Casa del Lector ha arriesgado y ha decidido acoger en sus instalaciones el primer máster de Novela Gráfica, organizado por la empresa i con i.


Los organizadores del máster del cómic explican en una viñeta el contenido del curso.


Los organizadores pretende sacar al cómic del gueto en el que ha vivido y eliminar la falsa creencia de que es una lectura para niños. Antonio Altarriba, guionista y premio Nacional de Cómic en 2010 por El arte de volar, asegura que él mismo ha vivido el desamparo académico que sufre la novela gráfica. “He intentado incluir una asignatura de cómic en la Universidad del País Vasco, pero ha sido imposible. Siempre me la han rechazado”, dice Altarriba, que añade que este máster implica un gran avance, ya que por primera vez el género cuenta con una enseñanza oficial y reglada. “Los autores de cómic españoles hacen obras de una calidad altísima y el género en sí mismo es muy significativo sociológicamente. Por primera vez, esto se tiene en cuenta”, opina Altarriba, que será el profesor de guion en este máster, que empezará sus clases el próximo mes de enero y costará 5.000 euros.

La empresa i con i, organizadora del proyecto educativo, asegura que los escritores e ilustradores de novelas gráficas españoles no saben cómo enfrentarse al mundo editorial ni a quién acudir cuando quieren publicar una obra. Muchos eligen emigrar a Francia, donde la cultura del cómic está mucho más arraigada y valorada. “Es una pena que haya una fuga creativa tan grande, que no hace más que empobrecer intelectualmente el país. Queremos contribuir a que eso no suceda”, sostiene Samuel Alonso, coordinador de contenidos del máster de Novela Gráfica.

Durante 15 meses, la treintena de alumnos que cursen este máster aprenderán guion, dibujo, maquetación, promoción, autoedición, derechos de autor y estudio del mercado editorial de la mano de profesores de renombre en el mundo gráfico. Además de Antonio Altarriba, enseñarán otras grandes figuras de este género, como Max, Javier Olivares y Paco Roca, Premio Nacional del Cómic en 2008 por Arrugas.

“El cómic está viviendo un momento muy importante”, reflexiona Altarriba. “Muchos jóvenes autores están apostando él y nosotros tenemos que hacer algo para que se queden en España”, sentencia. El guionista está de acuerdo con Alonso. En el extranjero la novela gráfica está más respetada y la estructura del mercado es mucho más sólida. No obstante, Altarriba puntualiza que eso está cambiando. Se nota, sobre todo, en que las obras gráficas se ven cada vez más en las librerías no especializadas por la simple razón de que se venden. Ahora, con el primer máster de Novela Gráfica se da un paso más. El nuevo lector ha llegado y, por fin, el cómic comienza a encontrar su sitio.

El Pais 16.09.13