jueves, 21 de marzo de 2013

Nickelodeon España trae a Las Tortugas Ninja al Salón del Cómic

NICKELODEON y FICOMIC tienen el placer de anunciar que Ciro Nieli, Productor Ejecutivo de Las Tortugas Ninja de Nickelodeon, y Kevin Eastman, cocreador del cómic en el que se basa la serie, acudirán a la 31ª edición del Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Nieli y Eastman llevarán a cabo diversas actividades como firmas de DVD, workshops y encuentros con sus fans a lo largo de los dos días que estarán en el certamen. 

Ciro Nieli

Kevin Eastman

VI Jornada Pedagógica: el cómic, una herramienta pedagógica

La jornada pedagógica del Salón Internacional del Cómic de Barcelona se ha convertido en el punto de encuentro del sector del cómic y el mundo de la educación. Cada año la jornada quiere dar herramientas innovadoras al profesorado para utilizar el cómic en el aula. En esta sexta edición, que tendrá lugar el jueves 11 de abril, queremos dar a conocer las novelas gráficas de Lluís Juste de Nin en las que, a través de la adaptación de obras de la literatura universal, narra diferentes episodios de la historia de Cataluña. Con Lluís Ballester nos acercaremos a Maus: relato de un superviviente, obra de referencia cuando se habla de cómic y pedagogía. Finalmente conoceremos el proyecto "Tebeos con clase" que se está llevando a cabo con éxito en diferentes centros educativos de las Islas Canarias. 

 

miércoles, 20 de marzo de 2013

The Private Eye. Vaughan y Marcos Martin te venden su serie a cualquier precio

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Después de estos tres teaser, “Me gusta“, “Seguir” y “Compartir” por fin se ha hecho publico el proyecto secreto que Brian K. Vaughan y Marcos Martín tenían entre manos.

domingo, 17 de marzo de 2013

Paul Klee, en la teoría y en la práctica


Una ambiciosa muestra de la Fundación Juan March desvela los misterios del pintor suizo
Se repasa su labor docente en la Bauhaus, donde fue maestro entre 1920 y 1931

IKER SEISDEDOS 15 MAR 2013 

Paul Klee en su taller en Weimar en 1925.

Paul Klee (1879-1940) sabía ser realmente meticuloso. Podía resultar obsesivo y voraz. Y tremendamente prolífico. En sus años como profesor de Teoría de la Forma en la utopía docente de la Bauhaus de Walter Gropius, primero en Weimar y luego en Dessau,amasó un corpus teórico-estético a la medida de su personalidad excesiva: cuatro mil páginas de cuadernos llenas de anotaciones, diagramas y dibujos que servían al pintor para enfrentarse a una rutina laboral mantenida entre 1920 y 1931. Las clases no parecían lo suyo: se quejaba del tiempo que le robaban a su hiperactividad creativa en el taller. Llegaba al aula, garabateaba en la pizarra y no miraba a la cara de sus alumnos, más que artistas de caballete, arquitectos o diseñadores, hijos de la vanguardia que dignificó las artes aplicadas.

Lo llevaba todo anotado y rara vez improvisaba en sus parlamentos. Solo confiaba en sus notas, valiosos materiales de trabajo donde quedó plasmada algo más que una teoría artística: la ética y la estética del genio suizo de la vanguardia. Estos papeles sirven de punto de partida para la exposición Paul Klee. Maestro de la Bauhaus, que abre sus puertas en la Fundación Juan March el viernes 22 de marzo (allí permanecerá hasta el 30 de junio).

El proyecto surgió en realidad de una negativa. Más bien, de la sana intención de no hacer otra muestra sobre Paul Klee. No tanto porque el pintor pertenezca a la categoría de los maestros que precisan escasa presentación para el público, sino porque la fundación ya le dedicó en 1981 una antológica histórica al artista. De modo que cuando Manuel Fontán, director de exposiciones de la Juan March, dio en una librería de viejo alemana con dos mamotretos con el “legado pedagógico de Klee” (en realidad, un resumen de los famosos cuadernos armado con cierto capricho por el editor suizo Jürg Spiller en los 70), el comisario encontró el hilo para tirar de una madeja original.

La idea entusiasmó a los máximos guardianes del legado del pintor en el Paul Klee Zentrum, el sinuoso edificio de Renzo Piano que alberga a las afueras de Berna (en Suiza) la mayor colección de un artista en manos privadas del mundo. La Fundación Juan March colaboró en el proyecto académico de la edición crítica y la publicación completa del ingente material que conforma el legado pedagógico. El resultado, un trabajo que valió a Fabienne Eggelhöfer y Marianne Keller-Tschirren el doctorado, acabó dando forma a una exposición de pequeño formato en el centro bernés, y terminó colgado en la web de la institución para ser consultado por estudiosos y aficionados.
La acuarela 'Con el arcoíris' (1917).

También desembocó, tras un proceso de unos cuatro años, en la muestra que ahora llega a Madrid. Comisariada por las dos estudiosas, reúne 137 obras (óleos, acuarelas, dibujos) y 150 objetos del legado, entre papeles, conferencias dictadas en Jena o libros de la biblioteca personal de Klee.
Las piezas no solo provienen de la fundación del artista; la Juan March ha obtenido préstamos de colecciones suizas, alemanas, francesas, estadounidenses o españolas. Fontán aspira a que “la muestra funcione como una caja de resonancia de la obra del pintor y ayude a entender su mezcla de inocencia infantil y complejidad intelectual”.
El director de exposiciones también confía en que el título Maestro en la Bauhaus no distraiga a los visitantes del verdadero foco de la muestra. No se trata de un proyecto basado en la producción artística de Klee entre 1920 y 1931 (acabó por dejar las servidumbres docentes, y se mudó a Duseldorf antes de que el nazismo lo empujase de vuelta a Suiza, donde murió víctima de la esclerodermia), sino que reúne obra desde 1899 a 1940. “Los cuadernos explican la gramática y la sintaxis de toda su trayectoria y por eso la muestra nos permite abarcar toda su vida”, continúa Fontán.

Una vida y una obra que se divide en la sala de la fundación en compartimentos vagamente inspirados en la arquitectura Bauhaus. El recorrido tiene cinco paradas: naturaleza (auténtica obsesión desde la niñez), ritmo, color, movimiento y construcción. Pero se contempla atravesada por un solo afán: el que tuvo Klee por superar las adversidades de la pedagogía creativa: “Basa sus clases en reflexiones sobre su propio quehacer artístico, pero la relación entre su obra y sus enseñanzas no debe entenderse en el sentido de una teoría del arte”, escriben las comisarias en el catálogo (además de ese volumen, la fundación publicará parte de los cuadernos en edición facsimilar).

Quizá fuera ese descreimiento lo que hizo tan fructífera su asociación con Gropius (con quien no le unió la amistad que sí mantuvo con Kandinsky). El fundador de la Bauhaus es también autor de una celebre sentencia: “El arte no puede enseñarse”.


El Pais sabado 16.03.2013

De Villers a las Ciudades Oscuras


¿Una novela de guionista?

La Bibliotheque de Villers, la primera novela de Benoit Peeters, es uno de esos libros que, cambiando de tercio, revelan de entrada las virtualidades más soterradas hasta entonces. En efecto, así como la primera publicación de este volumen1 lo pierde un poco dentro de la vasta zona de sombra entre novela policíaca y literatura, la refundición que acompaña su nueva salida2 permite preguntarse con precisión sobre las relaciones de La Bibliotheque de Villers con otros proyectos de escritura y en particular con la serie de las Ciudades Oscuras, emprendida después con Francois Schuiten.3

Muchos elementos sostienen este acercamiento, reivindicado por otra parte por la presentación del reverso del libro. La ilustración de cubierta ejecutada por Schuiten, que funciona como la primera de las claves de lectura prodigadas por el relato, el escalonamiento de fragmentos de esta imagen repetidos en el seno del volumen y la narración plástica así engendrada, la acentuación de las propiedades tipográficas de la obra, que la hacen también libro-objeto4 -todo converge para inducir al lector a escrutar de cerca los vínculos entre La Bibliotheque de Villers y Las Ciudades Oscuras.
Por diversos que sean los ángulos de ataque de una confrontación de este tipo, hay una cuestión, al menos, que importa descartar con prudencia. Cuando tanto La Bibliotheque de Villers como Las Ciudades Oscuras pertenecen a un mismo escritor, sería inoportuno examinar en qué se corresponden la carrera del novelista y el trabajo del guionista. La Bibliotheque de Villers no es el  embrión,  provisionalmente amputado de su vertiente  figurativa,  de una entrega desconocida de Las Ciudades Oscuras, del mismo modo que no se puede transformar de modo similar en fotonovela, película o folletín televisivo. La elaboración de una novela y la puesta




 a punto de un guión divergen en efecto en múltiples aspectos, igualmente si -como en el caso de Borges, especialmente en Ficciones-la versión acabada de un escrito puede siempre remedar las carencias de la sinopsis5. El guión, efectivamente, «no existe más que como esqueleto (...) de un relato destinado a ser desarrollado más tarde bajo otra forma y, casi siempre, en otro soporte. En tanto que tal, un guión está destinado a ser destruido (...). Que permanezca como guión es un signo inequívoco de su fracaso».6 Hacer del guión un producto acabado, publicarlo por ejemplo bajo la etiqueta de novela, volvería a ser un error sobre el género (es decir, que no se hará un cumplido al escritor Peeters subrayando las cualidades de guión de La Bibliothéque de Villers). A esto se suma que el guión de una obra mixta como la historieta no es siempre una tarea solitaria, sino que moviliza frecuentemente un diálogo entre las diversas instancias implicadas. En su cara a cara con la página no escrita, el escritor no puede beneficiarse en lo más mínimo de una colaboración de este tipo. Finalmente, todo guión digno de este nombre tiende también a nutrirse de las exhortaciones y obstáculos propios a los materiales específicos que él debe trabajar. Después de haber sido concebido para la historieta o la novela, el guión tomará de prestado caminos de ningún modo paralelos, y la lectura tiene precisamente como deber identificar los índices de una bifurcación de este tipo.

Emblemas verbales, emblemas dibujados

Una vez sorteado el falso problema de la analogía de las dos escrituras, novelística y guionista de historieta, cabe -evidentemente- comparar nuevamente La Bibliothéque de Villers y Las Ciudades Oscuras, no para subrayar las convergencias, sino para hacer surgir claramente las respectivas especificidades. En el trabajo de Benoit Peeters, los emblemas juegan un papel capital, es decir, los motivos diegéticos inventados en el contacto de la forma escogida y susceptibles de designar en cambio este origen material. En La Bibliothéque de Villers, estos son por ejemplo los innumerables casos del negro y del blanco -oposición cromática cercana a la escritura como lo recuerda la cita de Mallarmé en el umbral del libro: «Advertirás que no se escribe, luminosamente, sobre campo oscuro, el alfabeto de los astros, solo, así, se indica, esbozado o interrumpido, el hombre prosigue negro sobre blanco». En La Fiebre de Urbicanda,7 esto son, siempre a modo de ejemplo, el cubo de Robick y su proliferación en red -plausibles metáforas de una historieta muy libremente derivada de una especulación sobre las singularidades de la puesta en página. Si, a este nivel de extrema generalidad, la distinción de las clases de emblemas no salta poco a la vista, sucede de otro modo cuando se desciende hacia los detalles del relato: el estatuto de los emblemas no es el mismo. Para explicar esta diferencia, es importante ver bien que entre los emblemas y el relato se produce un salto que es más notable en una novela que en una historieta. Parece en efecto que un relato visual esté más cercano de sus emblemas y generadores que un relato propiamente verbal. Es posible narrar una historia modulando ciertas formas de base con carácter autorreferencial; 8 el relato verbal, por contra, implica un cambio de nivel sin el cual el parámetro narrativo mostraría de algún modo una carencia. Resulta, por un lado, que el emblema visual puede ser mayormente metamorfoseado sin perder nada de sus facultades autorrepresentativas. Las transformaciones aportadas inician mucho menos que en escritura las virtudes emblemáticas de algunos motivos: la tridimensionalidad ficticia de los cubos y de la red de La Fiebre de Urbicanda no les impide de ningún




modo funcionar aproximadamente del mismo modo, lo mismo de dobles de un tipo particular de plancha y de relato. Se deduce, de otro lado, que el emblema escritural, para ser perceptible con la misma facilidad en un relato que lo aparta en alguna manera de su campo, se debe a tener una presencia no más insistente. Paralelamente es sencillo comprender que, igualmente elaborados hasta la saturación más absoluta, tales emblemas pueden seguir escapándosele al lector, en el que la atención va en primer lugar a las reglas del relato. En La Bibliothéque de Villers, la fascinación que ejerce el relato es tal que el autor es obligado a romper por el extremo el hilo de la narración para evitar que la lectura persista en su error, es decir en su negligencia de la materialidad del texto: no hay solución al enigma en tanto que no se acepte leer otra vez y de otro modo. Finalmente, el análisis comparado de las dos prácticas aprende también que el emblema escritural tiene un fuerte interés proveyéndose de un complemento, de un nudo temático que va más allá del simple reflejo de las propiedades del soporte. Para que la lectura literal se desarrolle definitivamente, la Bibliothéque de Villers precisa del tema del escritor cediendo, aunque a pesar suyo, la iniciativa a las palabras. Eugen Robick, por contra, el protagonista de La Fiebre de Urbicanda puede tener un proyecto arquitectónico -rechazado, saqueado, adoptado, adaptado- que repite la gestación de la obra, mas la inclusión de un hilo conductor narrativo parejo no revela totalmente, desde el punto de vista de la aprehensión de la dimensión reflejada del álbum, una necesidad igual de imperiosa que en la novela.

El valor emblemático del estilo

Unidos en el nivel de su modo de producción (es, por uno y otro lado, una ficción autorreferencial que se ve puesta en escena), separados a la altura de las relaciones entre el relato y los emblemas (en régimen novelesco, la narración final mezcla más la apreciación de los elemen-tos generadores que en situación de historieta) La Bibliothéque de Villers y Las Ciudades Oscuras parecen darse radicalmente la espalda sobre el plano estilístico. A primera vista, una oposición más franca parece difícilmente imaginable, en tanto que las dos narraciones adoptan posturas antagónicas. El ritmo narrativo, de este modo, es muy rápido en la novela, donde va por otra parte aumentando sin cesar hasta la brutal interrupción final: la lectura anhelante se estrella entonces contra la advertencia de la paciente relectura. A diferencia de La Bibliothéque de Villers, enteramente tirante hacia su desenlace enigmático, las historietas de Schuiten y Peeters incorporan toda clase de técnicas en las que el efecto mayor es una relativa parada sobre la imagen (quieren la interpretación de elementos escritúrales, por ejemplo, en la inclinación marcada por las viñetas muy largas, para ser recorridas como un texto de izquierda a derecha). 9 Además, el desarrollo de las intrigas en Las Ciudades Oscuras no se hace a un ritmo único, aunque bien conocido, otra de las variaciones de tempo, las deceleraciones y las playas inmóviles, sin sacrificar tampoco la coincidencia del cierre del relato con una fuerte revelación lectoral. Perceptible de mejor modo a lo largo de todo el relato es la exhibición de los fundamentos materiales de la ficción de ocio al quedar ausente en el instante en el que el lector se dispone a cerrar el volumen. SI hay una lección final, ella tiende más que nada a superponerse a una toma de conciencia ya efectuada, a la cual se imprime entonces una vuelta de tuerca suplementaria. Del mismo modo, se puede hacer remarcar que el argumento de La Bibliothéque de Villers no tiene el menor engorde, mientras que Las Ciudades Oscuras no rechazan lo más mínimo el adornarse de numerosas excrecencias diegéticas o decorativas. Sin por tanto ser enflaquecida, el rápido encadenamiento de las secuencias en la novela de Peeters da la impresión, no de no ser nada más que un esbozo de relato, sino de tener como propósito una reescritura atajada: más que un guión, evoca el digest en el presente histórico. Las historietas, por el contrario parecen disponer de una estructura capaz de absorber armoniosamente los aluviones más variados. En los dispositivos abstractos subyacentes en Las Ciudades Oscuras se vierte un verdadero universo, medio imaginario, medio verificable, con las ramificaciones más sorprendentes en el tiempo y en el espacio. 10 El


tratamiento opuesto del escenario -extremadamente geometrizado en La Bibliothéque de Villers, suntuosamente detallado hasta en sus colores más locales bajo la pluma tenue por Schuiten y Peeters- es testimonio en abundancia del muro que se erige entre las prácticas examinadas.
La aparente oposición se desvanece sin embargo cuando se restituye la discusión al nivel del problema de la especificidad. Analizadas desde esta perspectiva, la exuberancia del relato dibujado y la pureza de la narración escrita realzan cada una a su manera un rasgo determinante de la materia explorada. Así, la ausencia de disgresiones realza, en La Bíbliothéque de Villers, la influencia que ejerce la línea, mientras que la plétora alentada por Las Ciudades Oscuras refleja incontestablemente, en el interior de cada viñeta, la proliferación de imágenes en las cuales toda casilla se encuentra encajada. Cualquiera que sea entonces el grado de asimetría entre los dos tipos de escritura practicados por Benoit Peeters, la profunda unidad de su carrera se sitúa por encima de esta toma de consideración, siempre renovada y siempre vivaz, de lo específico, es decir de lo plural irreducible de las especificidades por descubrir.

■ Jan Baetens

1 París, Laffond, 1980, col. L'éclat.
2 París, Les impressions nouvelles, 1990.
3 Todos los volúmenes de esta serie han aparecido en las ediciones Casteman. (En España, inició su publicación Euro-comic bajo el sello Metal Hurlant en su colección Serie Negra, y Norma parece haberle tomado el relevo).
4 Para más detalles sobre los dispositivos tipográficos (debidos a Patrice Hamel), ver mi articulo «Une réédition exemplaire», en Communication et Langage (en preparación).
5 Conviene reenviar aquí a la obra colectiva dirigida por Benoit Peeters, Autour du scánario, Revue de l'Université libre deBruxelles, 1986-1/2.
6 Benoit Peeters, Une pratique insituable, en Autour du scénario, o.c, p. 5-6.
7 París-Tournai, Casterman, 1986.
8 Una prueba concluyente -aunque los mecanismos del libro estén lejos de reducirse a esta dimensión- está reforzada por la obra de Martin Vaughn-James, La Cage. París, Les impressions nouvelles, 1986.
9 Para una visión general de estos procedimientos de deceleración, ver Thierry Groensteen: Enfre monstration et narration, une instance evanescente: la description, en Pascal Lefébre (ed.), L'image BD. Leuven, Open Ogen, 1991.
10 A propósito de esto, conviene señalar la reciente aparición de una Petit guide des
Cites obscures en Les Saisons, ns 1, 1991.



Krazy Comics nº extra oct/nov/dic 1993 (último número)

A Death Gallery




En el año 1994 compré varias revistas de Vertigo Comics, comics con ilustraciones de diversos autores al calor del efecto demoledor que supusieron los comics con guión de Neil Gaiman sobre el Señor de los Sueños "Sandman", curiosamente hice unas fotocopias de algunas de ellas (cosas mias) curiosamente tambien han sobrevivido más que los propios comics que no encuentro por ninguna parte.
Autores de la talla de Mike Kaluta, Brian Talbot, P. Craig Russell, Arthur Adams (uno de mis favoritos), Joe Quesada, Adam Hugues, Charles Vess y muchos otros. 





































NOTAS DESORDENADAS EN TORNO A UN ESCARCEO FRUCTÍFERO


La historieta se ha visto emparejada con el cine en numerosas ocasiones Desde alguna posición, se muestran ambos, poseedores de lenguajes similares en los que la imagen y la palabra se ayuntan  y se asoman por ventanas. Se ha querido incluso juntarles la cuna a la historieta y el cine. No se trata aquí de pretender un artificio similar hablando de historieta y escritura. Tampoco de definir -esa manera presuntuosa de ayudar a forzar guettos- un medio.

X no consume literaturas: X puede creer que tiene claro que es la literatura. Y no consume poesías: Y puede creer qué tiene claro qué es la poesía. Z no consume historietas:   Z  puede  creer que tiene claro qué es la historieta. La fuerza de la ortodoxia y unas pocas falacias llevan algunos a sentir temor de aquello qué creen mestizajes. El significado de un término viene dado por el conjunto de expresiones en que se hace uso de él. No hay en las palabras un concepto/alma que las haga ser teniendo una frontera nítida. Bajo el nombre de historieta (o comic o tebeo) conviven trabajos de características muy diversas. Cterto es que esta manera de entender no la comparten todos, que a algunos un platonismo de parvulario les lleva a creer que existe una historieta más historieta y que mezclan esto con un hegelianismo inconsistente para pensar y decir que a ella se debe tender, que la historieta será más loable cuando sea  más  auténtica, más historieta. También entra en juego lo que G.E. Moore llamo falacia naturalista,  la derivación de una proposición  en  valor  a partir de una de hecho. la sustitución de un es, descriptivo, por un debe  ser,  imperativo. Las mismas cuestiones se dan en otros medios, en otras prácticas, y la ética y la estética se ven  mezcladas en una compota sobada por manos  de tacto tosco. Dicen que dijo Mallarmé que el escritor trabaja con palabras y no con ideas.

 Quizá  dijese que el escritor debe trabajar con  palabras. Oscar Wilde, cuando elaboraba el prefacio de su novela, tuvo presentes las ideas de Mallarmé, a quien probablemente conoció en París de 1883.
George Perec escribió, hace menos, una novela, Les Revenentes, en la que la única vocal empleada fue la e.
En la poesía de tradición sajona es frecuente el uso de la aliteración para determinar la cadencia de los poemas. Quizá los versos escritos en la lengua de los hijos de Edwin y más veces repetidos sean aquellos que rezan «To be or not to be, that is the question".  Estas  líneas sirvieron de pie a muchas otras que se preguntaban sobre el sentido de la existencia o la pertinencia del suicidio. La sentencia, famosa en buen número de lenguas, es conocida en castellano bajo la forma «¡Ser o no ser; he aquí la cuestión!». Otros la recuerdan como «Ser o no ser, éste es el dilema».  Y  Leandro  Fernández de Moratín la tradujo como «Existir o no existir, ésta es la cuestión». Moratín, además, en su traducción de La tragedia de Hamlet, principe de Dinamarca, multiplicó el número de escenas de la obra, en función de las entradas y salidas de personajes, quizá postulando la pertinencia de hacer que la obra de William Shakespeare se ajustase en mayor medida a los credos que los llamados ilustrados habían extraído de uno de los padres de la escolástica. Puede considerarse que los versos citados son un cuestionamiento sobre la existencia o sobre el sentido de mantenerla. O puede marcarse el acento, en su consideración, en la aliteración favorecida por el fonema emparejado con el signo t. Que su contenido venga determinado por una aliteración feliz, que la aliteración sea fruto de la coincidencia de unos lexemas en el intento de expresión de una idea con retufo de metafísica ociosa o que estemos tratando con el resultado equilibrado del planteamiento de las dos posibilidades anteriores son respuestas a una pregunta que no nos entretendrá ahora.

La historieta comparte con la literatura el soporte.

En un principio, la escritura era memoria de la expresión oral. A Borges debemos un relato en el que se ficciona el momento en el que la lectura en solitario pasó a ser silenciosa. La aliteración, propiciada por la frecuencia de un fonema, se debe a los tiempos en que el verso era para ser  recitado. Cuando la forma mas frecuente de lectura  se desprendió  de la voz, empezaron los poemas a ser visuales, a jugar con el espacio  en que descansaban, y se fueron apagando los artificios con fonemas para ceder el paso a otros, hechos con signos y ausencias. Guillaume Apollinaire les enseñó a bailar sus palabras y a dibujar los mundos que decían. Dice san Agustín en sus Confesiones que las palabras del lenguaje nombran objetos y que aprendemos su uso cuando las oímos al tiempo


 que vemos indicado lo que nombran. El  monstruo del doctor Frankenstein estuvo conforme con  la teoría del santo y le reveló a su creador que de tal modo había aprendido el a hablar, más que había tenido dificultades con terminos como bueno, querido y desdichado. Los defensores del atomismo lógico postularon que cada  elemento de una proposición se corresponde con un elemento de la realidad; esta aseveración se vio en dificultades con los nombres que no se refieren a cosas o a cosas existentes y con los llamados sin categoremáticos. El primer problema creyó  resolverlo Bertrand Rusell con su Teoría de las Descripciones.   El   mismo Ruselll seguía defendiendo  en 1959 que el aprendizaje de un lenguaje se lleva a cabo mediante un proceso   ostensivo muy similar al descrito por Agustín. En semántica lógica, para evitar los problemas planteados por nombres sin referente, se elaboró la noción de mundo posible. Ludwig Wittgenstein, alumno de Rusell en Cambridge, compartió con éste la defensa del atomismo  lógico en la obra que publicó en vida.  En su primera obra postuma, encabezada por la confesión de Agustín, arremetió  contra Agustín y contra el atomismo lógico. En el lenguaje escrito se combinan un número finito de signos para componer un número finito de palabras que quizá sólo sean capaces de un número finito de permutaciones significativas. El lenguaje escrito se ve compuesto por unidades discretas. Podría ser dogma del atomismo que el significado de una expresión viene dado por el significado de los lexemas que la componen. Expresiones como Voy a pie. Voy a comer y Voy a París pueden favorecer una duda.
Una concepción emparentada con el atomismo lógico, o con el  estructuralismo  de  De Saussure, puede llevar a pensar que el contenido de una imagen figurativa puede ser aprehendido a través de la consideración de los elementos figurados susceptibles de nominación. Se puede pensar que las viñetas de una historieta componen un mecanismo similar a una sucesión de proposiciones      declarativas cuyo conjunto conforma un relato y cuyo orden determina la secuencia temporal de realización  imaginaria  de las proposiciones declarativas. Noam Chomsky atiende a la posición que los lexemas ocupan en las expresiones y a cómo esta posición determina el significado aprehendido en las expresiones. Los estudios semánticos, semióticos, lingüísticos y de filosofía del lenguaje se han centrado en el trabajo con expresiones declarativas en las que fuese posible encontrar una estructura muy simple y una significación carente de ambigüedades. Un texto literario hace necesaria la consideración de la teoría de los mundos posibles para su estudio; con la expresión La montaña dorada es hermosa se hace una lectura de significado, se lleva a cabo una comprensión, aunque no exista ninguna montaña dorada o el lector no haya tenido noticia anterior de ella. Lo mismo puede decirse sobre la pregunta planteada a un hipogrifo violento que corrió parejas con el viento.
Puede considerarse que un texto es poético en función de su posesión de aliteración, de rima, de metro o de algunos tropos. En las líneas de Francisco Brines «Yo vi un jazmín en mi infancia una tarde, y no existió la tarde» no se muestran de forma evidente ni un recurso de aliteración, ni una
rima, ni un metro repetido.
Que se haga uso en ellas de algún tropo se debe más a una opinión tomada por el lector que a algo que evidencien las líneas. Despiertan una sospecha: la de que no significan lo que sus lexemas


denotan.  Permiten un sinfín de lecturas que las convierten en ambiguas y plantean una reflexión  sobre  el  lenguaje. Puede considerarse que un texto es poético cuando funciona como un aserto metasemiótico sobre la naturaleza de los códigos en que se basa, cuando se constituye en ambiguo porque se ofrece a sí mismo como centro principal de atención, cuando puede comunicar significados precisos, pero la primera comunicación se refiere a sí mismo, cuando es un acto comunicativo imprevisible con autor real indeterminado y en cuya expansión semiósica colabora unas veces el emisor y otras el destinatario, cuando es ambiguo y autorreflexivo y cuando es una fuente continua de significados. Muchas veces, una práctica adquiere el carácter de género y se preña de elementos que funcionan  por hipercodificación.
En un tiempo, una obra de teatro debía narrar una acción en un escenario correspondiéndose su transcurso con el tiempo empleado en su representación. En un tiempo se creyó que una buena  narración sobre detectives debía  tener como marco una lluvia viscosa o un calor sofocante. Tras Samuel Beckett, el teatro se llenó de actos comunicativos sobre la imposibilidad de comunicación. Tras Sartre, la  literatura se llenó de personajes empeñados en defender que el infierno son los otros, Tras el '68, los personajes se  mostraron  adeptos al recién inventado freudiano-marxismo y cualquier escrito debía abrigar la intención de cambiar el mundo. La historieta, nos dicen, es joven y sus formas son pocas. Hay historietas que otorgan a la historieta el tratamiento de género,   repiten  estructuras conocidas y tratamientos esperados. Su atractivo puede residir en el grado de maestría con que se visitan una serie de lugares comunes. En ellas viene dado qué puede decirse y cómo puede decirse. Hay historietas que parecen poder ser leídas entendiendo cada una de sus viñetas como una frase declarativa y su conjunto como una sucesión que construye un relato linear. Hay historietas que muestran escenas congeladas en las que el lector debe poblar los intersticios y de las que se dice que son parientes pobres del cine. La historieta se ha visto emparejada con la escritura en unas pocas ocasiones. Desde alguna posición, se muestran ambos medios como poseedores de un soporte común en el que imágenes y palabras se ordenan.
Quizá se acercan las  escrituras  que se rebullen en su lecho o bailan en él a las historietas que juegan a darle  caricias  nuevas  al espacio que habitan. Quizá les une el hacer del espacio una suerte de jardín japonés o un laberinto.
Quizá se acercan las escrituras que se diluyen o se preñan con las lecturas a las historietas cuyas imágenes parecen  mirarnos de  soslayo  o mostrarnos un vacio o la sombra apenas de lo que intuimos más allá de lo que vemos. Quizá se acercan las escrituras que nos repiten lo que han gastado a las historietas que han gastado lo que nos repiten. Atribuyo a la noche oscura, al silencio, al humo ácido del cigarrillo estropeado con la primera calada excesiva, a la soledad que llamo ausencia y al recuerdo de unos labios sedosos y dibujados el creer que la escritura y la historieta se dan la mano allí donde las palabras son  imagen que navega  en la playa calma de la página.
■ Jaime Vane