domingo, 17 de marzo de 2013

NOTAS DESORDENADAS EN TORNO A UN ESCARCEO FRUCTÍFERO


La historieta se ha visto emparejada con el cine en numerosas ocasiones Desde alguna posición, se muestran ambos, poseedores de lenguajes similares en los que la imagen y la palabra se ayuntan  y se asoman por ventanas. Se ha querido incluso juntarles la cuna a la historieta y el cine. No se trata aquí de pretender un artificio similar hablando de historieta y escritura. Tampoco de definir -esa manera presuntuosa de ayudar a forzar guettos- un medio.

X no consume literaturas: X puede creer que tiene claro que es la literatura. Y no consume poesías: Y puede creer qué tiene claro qué es la poesía. Z no consume historietas:   Z  puede  creer que tiene claro qué es la historieta. La fuerza de la ortodoxia y unas pocas falacias llevan algunos a sentir temor de aquello qué creen mestizajes. El significado de un término viene dado por el conjunto de expresiones en que se hace uso de él. No hay en las palabras un concepto/alma que las haga ser teniendo una frontera nítida. Bajo el nombre de historieta (o comic o tebeo) conviven trabajos de características muy diversas. Cterto es que esta manera de entender no la comparten todos, que a algunos un platonismo de parvulario les lleva a creer que existe una historieta más historieta y que mezclan esto con un hegelianismo inconsistente para pensar y decir que a ella se debe tender, que la historieta será más loable cuando sea  más  auténtica, más historieta. También entra en juego lo que G.E. Moore llamo falacia naturalista,  la derivación de una proposición  en  valor  a partir de una de hecho. la sustitución de un es, descriptivo, por un debe  ser,  imperativo. Las mismas cuestiones se dan en otros medios, en otras prácticas, y la ética y la estética se ven  mezcladas en una compota sobada por manos  de tacto tosco. Dicen que dijo Mallarmé que el escritor trabaja con palabras y no con ideas.

 Quizá  dijese que el escritor debe trabajar con  palabras. Oscar Wilde, cuando elaboraba el prefacio de su novela, tuvo presentes las ideas de Mallarmé, a quien probablemente conoció en París de 1883.
George Perec escribió, hace menos, una novela, Les Revenentes, en la que la única vocal empleada fue la e.
En la poesía de tradición sajona es frecuente el uso de la aliteración para determinar la cadencia de los poemas. Quizá los versos escritos en la lengua de los hijos de Edwin y más veces repetidos sean aquellos que rezan «To be or not to be, that is the question".  Estas  líneas sirvieron de pie a muchas otras que se preguntaban sobre el sentido de la existencia o la pertinencia del suicidio. La sentencia, famosa en buen número de lenguas, es conocida en castellano bajo la forma «¡Ser o no ser; he aquí la cuestión!». Otros la recuerdan como «Ser o no ser, éste es el dilema».  Y  Leandro  Fernández de Moratín la tradujo como «Existir o no existir, ésta es la cuestión». Moratín, además, en su traducción de La tragedia de Hamlet, principe de Dinamarca, multiplicó el número de escenas de la obra, en función de las entradas y salidas de personajes, quizá postulando la pertinencia de hacer que la obra de William Shakespeare se ajustase en mayor medida a los credos que los llamados ilustrados habían extraído de uno de los padres de la escolástica. Puede considerarse que los versos citados son un cuestionamiento sobre la existencia o sobre el sentido de mantenerla. O puede marcarse el acento, en su consideración, en la aliteración favorecida por el fonema emparejado con el signo t. Que su contenido venga determinado por una aliteración feliz, que la aliteración sea fruto de la coincidencia de unos lexemas en el intento de expresión de una idea con retufo de metafísica ociosa o que estemos tratando con el resultado equilibrado del planteamiento de las dos posibilidades anteriores son respuestas a una pregunta que no nos entretendrá ahora.

La historieta comparte con la literatura el soporte.

En un principio, la escritura era memoria de la expresión oral. A Borges debemos un relato en el que se ficciona el momento en el que la lectura en solitario pasó a ser silenciosa. La aliteración, propiciada por la frecuencia de un fonema, se debe a los tiempos en que el verso era para ser  recitado. Cuando la forma mas frecuente de lectura  se desprendió  de la voz, empezaron los poemas a ser visuales, a jugar con el espacio  en que descansaban, y se fueron apagando los artificios con fonemas para ceder el paso a otros, hechos con signos y ausencias. Guillaume Apollinaire les enseñó a bailar sus palabras y a dibujar los mundos que decían. Dice san Agustín en sus Confesiones que las palabras del lenguaje nombran objetos y que aprendemos su uso cuando las oímos al tiempo


 que vemos indicado lo que nombran. El  monstruo del doctor Frankenstein estuvo conforme con  la teoría del santo y le reveló a su creador que de tal modo había aprendido el a hablar, más que había tenido dificultades con terminos como bueno, querido y desdichado. Los defensores del atomismo lógico postularon que cada  elemento de una proposición se corresponde con un elemento de la realidad; esta aseveración se vio en dificultades con los nombres que no se refieren a cosas o a cosas existentes y con los llamados sin categoremáticos. El primer problema creyó  resolverlo Bertrand Rusell con su Teoría de las Descripciones.   El   mismo Ruselll seguía defendiendo  en 1959 que el aprendizaje de un lenguaje se lleva a cabo mediante un proceso   ostensivo muy similar al descrito por Agustín. En semántica lógica, para evitar los problemas planteados por nombres sin referente, se elaboró la noción de mundo posible. Ludwig Wittgenstein, alumno de Rusell en Cambridge, compartió con éste la defensa del atomismo  lógico en la obra que publicó en vida.  En su primera obra postuma, encabezada por la confesión de Agustín, arremetió  contra Agustín y contra el atomismo lógico. En el lenguaje escrito se combinan un número finito de signos para componer un número finito de palabras que quizá sólo sean capaces de un número finito de permutaciones significativas. El lenguaje escrito se ve compuesto por unidades discretas. Podría ser dogma del atomismo que el significado de una expresión viene dado por el significado de los lexemas que la componen. Expresiones como Voy a pie. Voy a comer y Voy a París pueden favorecer una duda.
Una concepción emparentada con el atomismo lógico, o con el  estructuralismo  de  De Saussure, puede llevar a pensar que el contenido de una imagen figurativa puede ser aprehendido a través de la consideración de los elementos figurados susceptibles de nominación. Se puede pensar que las viñetas de una historieta componen un mecanismo similar a una sucesión de proposiciones      declarativas cuyo conjunto conforma un relato y cuyo orden determina la secuencia temporal de realización  imaginaria  de las proposiciones declarativas. Noam Chomsky atiende a la posición que los lexemas ocupan en las expresiones y a cómo esta posición determina el significado aprehendido en las expresiones. Los estudios semánticos, semióticos, lingüísticos y de filosofía del lenguaje se han centrado en el trabajo con expresiones declarativas en las que fuese posible encontrar una estructura muy simple y una significación carente de ambigüedades. Un texto literario hace necesaria la consideración de la teoría de los mundos posibles para su estudio; con la expresión La montaña dorada es hermosa se hace una lectura de significado, se lleva a cabo una comprensión, aunque no exista ninguna montaña dorada o el lector no haya tenido noticia anterior de ella. Lo mismo puede decirse sobre la pregunta planteada a un hipogrifo violento que corrió parejas con el viento.
Puede considerarse que un texto es poético en función de su posesión de aliteración, de rima, de metro o de algunos tropos. En las líneas de Francisco Brines «Yo vi un jazmín en mi infancia una tarde, y no existió la tarde» no se muestran de forma evidente ni un recurso de aliteración, ni una
rima, ni un metro repetido.
Que se haga uso en ellas de algún tropo se debe más a una opinión tomada por el lector que a algo que evidencien las líneas. Despiertan una sospecha: la de que no significan lo que sus lexemas


denotan.  Permiten un sinfín de lecturas que las convierten en ambiguas y plantean una reflexión  sobre  el  lenguaje. Puede considerarse que un texto es poético cuando funciona como un aserto metasemiótico sobre la naturaleza de los códigos en que se basa, cuando se constituye en ambiguo porque se ofrece a sí mismo como centro principal de atención, cuando puede comunicar significados precisos, pero la primera comunicación se refiere a sí mismo, cuando es un acto comunicativo imprevisible con autor real indeterminado y en cuya expansión semiósica colabora unas veces el emisor y otras el destinatario, cuando es ambiguo y autorreflexivo y cuando es una fuente continua de significados. Muchas veces, una práctica adquiere el carácter de género y se preña de elementos que funcionan  por hipercodificación.
En un tiempo, una obra de teatro debía narrar una acción en un escenario correspondiéndose su transcurso con el tiempo empleado en su representación. En un tiempo se creyó que una buena  narración sobre detectives debía  tener como marco una lluvia viscosa o un calor sofocante. Tras Samuel Beckett, el teatro se llenó de actos comunicativos sobre la imposibilidad de comunicación. Tras Sartre, la  literatura se llenó de personajes empeñados en defender que el infierno son los otros, Tras el '68, los personajes se  mostraron  adeptos al recién inventado freudiano-marxismo y cualquier escrito debía abrigar la intención de cambiar el mundo. La historieta, nos dicen, es joven y sus formas son pocas. Hay historietas que otorgan a la historieta el tratamiento de género,   repiten  estructuras conocidas y tratamientos esperados. Su atractivo puede residir en el grado de maestría con que se visitan una serie de lugares comunes. En ellas viene dado qué puede decirse y cómo puede decirse. Hay historietas que parecen poder ser leídas entendiendo cada una de sus viñetas como una frase declarativa y su conjunto como una sucesión que construye un relato linear. Hay historietas que muestran escenas congeladas en las que el lector debe poblar los intersticios y de las que se dice que son parientes pobres del cine. La historieta se ha visto emparejada con la escritura en unas pocas ocasiones. Desde alguna posición, se muestran ambos medios como poseedores de un soporte común en el que imágenes y palabras se ordenan.
Quizá se acercan las  escrituras  que se rebullen en su lecho o bailan en él a las historietas que juegan a darle  caricias  nuevas  al espacio que habitan. Quizá les une el hacer del espacio una suerte de jardín japonés o un laberinto.
Quizá se acercan las escrituras que se diluyen o se preñan con las lecturas a las historietas cuyas imágenes parecen  mirarnos de  soslayo  o mostrarnos un vacio o la sombra apenas de lo que intuimos más allá de lo que vemos. Quizá se acercan las escrituras que nos repiten lo que han gastado a las historietas que han gastado lo que nos repiten. Atribuyo a la noche oscura, al silencio, al humo ácido del cigarrillo estropeado con la primera calada excesiva, a la soledad que llamo ausencia y al recuerdo de unos labios sedosos y dibujados el creer que la escritura y la historieta se dan la mano allí donde las palabras son  imagen que navega  en la playa calma de la página.
■ Jaime Vane







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