domingo, 16 de diciembre de 2012

Rafael: Las pasiones de un genio

 AMORÍOS Y AMISTAD.
Autorretrato con Giulio Romano. Rafael, en segundo término, con su mejor amigo y hombre
de confianza de su taller. Abajo, retrato de su célebre amante, la Fornarina.



 FOGOSO, COMPETITIVO E INCONTENIBLE, RAFAEL VIVIÓ DEPRISA. PERO LO
SUFICIENTE PARA CONVERTIRSE EN EL PINTOR MÁS INFLUYENTE DEL ARTE OCCIDENTAL. EL PRADO DEDICA UNA MUESTRA HISTÓRICA A SUS ÚLTIMOS AÑOS.
Por IKERSEISDEDOS



 La felicidad vende por lo general peor que la desgracia, salvo si en el relato dichoso entra en juego el final injusto y abrupto. Rafael disfrutó de una vida plena de alegrías y de éxito, pero que, ay, resultó demasiado corta. Corta, pero suficiente para que su arte se considere insuperable aun hoy, casi cinco siglos después de su muerte. Falleció a los 37 años en Roma, su ciudad de adopción, por causas un tanto peregrinas que han acabado en el gran anecdotario de la cultura occidental achacadas a su legendaria fogosidad. Hasta tal, punto abusó de los placeres sexuales junto a su amante, la Fornarina, que llegó a casa un día tan falto de fuerzas que precisó atención. Un error de cálculo médico, relatan las crónicas de la época, acabó por darle la puntilla y, tras varios días consumido por una devastadora fiebre, se fue el Viernes Santo de aquel año de 1520 (¡el mismo día de su nacimiento en 1483!). Roma se despertó bañada en lágrimas por la desaparición de su mejor pintor, del intelectual más refinado y sensual, del campeón de todos los ingenios, del más afinado notario del incomparable sueño renacentista.




 DESFILE DE OBRAS MAESTRAS. La muestra 'El último Rafael' reunirá 70 obras de la producción tardía del artista y su taller. Entre las piezas más interesantes que se podrán ver en la exposición está 'Santa Cecilia' (sobre estas líneas) o, desde la izquierda, 'La Virgen de los candelabros', 'Bindo Altovitti' y 'La sagrada familia de Francisco I".


 Pandolfo Pico, embajador de Isabella d'Este en Roma, describió el "grandísimo y universal abatimiento por la pérdida de la de las cosas grandísimas que de él se aguardaban". Hasta los fenómenos inexplicables pusieron de su parte; una grieta, como consigna Antonio Forcellino en la novelesca biografía Rafael. Una vida feliz (Alianza), se abrió en el palacio del Vaticano en aparente respuesta sobrenatural al hecho luctuoso, lo que obligó al Papa a abandonar sus apartamentos.
En realidad, Rafael pudo morir de malaria o por una intoxicación del plomo contenido en la pintura que empleaba. Pero ¿quién necesita una explicación empírica ante un relato mitológico tan bien redondeado?
Debida a esto o a aquello, su muerte marcó en cierto modo el principio del fin del esplendor renacentista de Roma. Atraído por sus sensuales placeres y por las hue-llas seductoras de la recién descubierta Antigüedad, el joven y desconocido pintor de 25 años había llegado en 1508 desde Florencia. Le precedía una fama ganada a pulso gracias a su don de gentes, esa capacidad para la amable intriga y el deslumbrante trabajo desarrollado en Urbino y Umbría, cuando, tras la repentina muerte de su progenitor, Giovanni Santi, al chico le tocó siendo un niño hacerse capitán del barco artístico del taller de su Urbino natal.
A la Ciudad Eterna llegó requerido por el papa Julio II, en respuesta a una llamada que el ambicioso Rafael llevaba tiempo queriendo recibir; la Roma deseosa de sacudirse el polvo de la ignominia sembrada por el papa español Alejandro VI era el sitio indicado para alguien como él.
Junto a Julio II y su sucesor, León X, el artista contribuyó a construir el relato de un tiempo para el que su muerte sirvió de punto y aparte, que se haría final en 1527 con el Saco de Roma. "La entrada de los soldados luteranos supuso un simbólico cierre al Renacimiento", explicaba recientemente Miguel Falomir en la estancia de Constantino, una de las cuatro habitaciones papales pintadas por Rafael y su taller (en este caso, sobre todo por su taller). Para demostrarlo, el máximo experto del Prado en pintura italiana hasta 1700 señalaba, con el museo vaticano cerrado, las huellas dejadas por los invasores, una suerte de grafitis del siglo XVI en la logia de Rafael, sublime terraza particular de León X y lugar habitualmente hurtado a los ojos del público. La entrada la había franqueado Antonio Paolucci, director de la institución vaticana, tras sentenciar: "¿Los dos mejores pintores de la historia? ¡Velázquez y Rafael!".

COMO UNA CÁPSULA DE ESE TIEMPO y de aquellas circunstancias biográficas irrepetibles se presenta la muestra El último Rafael, reunión de 40 pinturas y 30 dibujos con la que, desde el 12 de junio, el Museo del Prado indagará junto con el Louvre en el estilo tardío del genio. Prometen una de esas exposiciones que, como suele decir la crítica anglo-sajona, aspiran a definir una generación.
Además de una ocasión única para con-templar un número insospechado de joyas provenientes de dos de las mejores colecciones del artista del mundo (y no solo de esas, también hay préstamos tan importantes como la Santa Cecilia de la Pinacoteca Nacional de Bolonia), la muestra aporta la novedad de atreverse con la etapa última de nuestro hombre, habitualmente poco explorada. Y a menudo denostada: Rafael, acaso el pintor más influyente de todos los tiempos, también ha sido víctima de los mayores malentendidos. Cuando en el siglo XIX corrientes de creadores academicistas italianos y alemanes, así como los prerrafaelitas, recuperaron su obra, confundiendo ese torrente de creatividad en continua evolución con




 una traición a los ideales del principio de su carrera y despreciaron sus años romanos.
¿Por qué? Precisamente por eso que pretenden celebrar los comisarios Tom Henry y Paul Joannides, dos de los mayores expertos de Rafael en el mundo, en quienes humildemente han delegado las labores de especialista Falomiry Vincent Delieuvin, supervisores desde el Prado y el Louvre. La exposición es tanto sobre Rafael como sobre su taller, verdadera factoría de 50 trabajadores cuyos designios rigió el genio con astucia de buen jefe (sí, en eso también era excepcional). Una máquina de aceptar encargos en la que las ideas partían de una sola cabeza, pero la ejecución se dejaba en manos de pintores que trascendían al mero aprendiz, sobre todo en los casos de Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni.

LA MUESTRA ESCONDE un trabajo de cinco años. Y el catálogo aspira a condicionar los estudios rafaelitas por una buena temporada. En la lista de las obras incluidas se avanzan atribuciones que darán que hablar en el mundo académico. Se brindará también una interesante reflexión sobre la autoría, al colocar el foco en la calidad más que en la mera firma y situar el final después de la muerte de Rafael: en el conjunto destaca una sección, desgajada espacialmente del resto, de obras en torno a La transfiguración, copia propiedad del Prado terminada entre 1520 y 1528 por el taller de Romano y Penni. La original, conservada en la pinacoteca vaticana y considerada una obra cumbre del artista, no puede viajar.

"Es una exposición sobre el modo en que funcionaba la mente de Rafael y cuan precisas eran sus instrucciones para que otros culminasen el trabajo, de las que conservamos valiosa información en los dibujos y cartones", aclara con quirúrgica precisión británica el comisario Tom Henry. La razón de que Rafael cediera tanto protagonismo a sus colaboradores halla su explicación, por un lado, en la misma manera en que funcionaban los talleres de la época (alejada sin duda de la idea romántica del artista solitario que se pelea de principio a fin con su obra). Por otro, en la escasa capacidad del genio de Urbino de decir que no a los encargos

Para el Vaticano, el taller pintó cuatro estancias gigantescas que fueron aumentando en complejidad técnica y emoción artística, además de la mencionada logia, una loggetta y una stufetta. Rafael sabía bien a quién debía lealtad, como se puede comprobar en las representaciones que de sus patrones (y de sí mismo) fue dejando caer en los frescos de las estancias. Después de todo, fue Julio II quien permitió la materialización de su sueño romano. Llegó al Vaticano recomendado por un pariente lejano, el arquitecto Donato Bramante. La idea inicial era que participase junto a otros artistas en la decoración de la biblioteca personal de Julio II. Cuando este vio de lo que Rafael era capaz, mandó echar a los demás para confiarle todo el trabajo al recién llegado.

El imprevisible pontífice, cuya mayor aspiración, además de las conquistas militares, fue pisotearla memoria de su antecesor, supo entender que el arte podía ser un fenomenal vehículo propagandístico. Vivía la increíble destreza de Rafael como una victoria moral sobre el nefasto papa borgia Alejandro VI, que encargó la decoración de sus apartamentos a un más modesto Pinturicchio.
Uno de los cuadros más inquietantes de Rafael sigue siendo el retrato que hizo de Julio II (1512) y que se guarda en la National Gallery de Londres. En él se ve al pontífice con una larguísima barba, fruto de un juramento. El que, preso de la obcecación militar, se hizo a sí mismo de no afeitarse hasta vencer al ejército de Ferrara y expulsar de Italia a los invasores franceses. En los ojos se adivina la melancolía por la derrota militar, sí, pero también un claro mensaje: el Papa, cuya actitud belicosa había sido afeada hasta por Erasmo de Rotterdam, conservaba el gesto apacible del que solo disfrutan los practicantes de la profunda vida espiritual.
Cuando Julio II murió, en 1513, su sucesor, León X, más inclinado a los placeres terrenales y cinegéticos que a presentar batalla, no vio la necesidad de alterar el statu quo artístico y financiero que encontró. Quizá porque Agostino Chigi, apasionado banquero sienes y empleador predilecto de Rafael, le recibió en su pontificado con un préstamo de 75.000 ducados.
Para Chigi, que perdía y recobraba la amistad con Julio II como van y vienen los valores bursátiles, Rafael pintó una de sus




AL FRESCO o AL ÓLEO.
La primera estancia pintada por
Rafael fue la de la Signatura (bajo
estas líneas), por encargo de
Julio II.
Baldassarre Catiglione fue otro
de los retratados por el pintor.
Esta obra es una de las estrellas de la muestra del Museo del Prado.




Retrato del Papa Julio II por Rafael


 obras cumbres al fresco: la Logia de Psiche, en Villa Farnesina. Con música barroca de fondo y la luz primaveral del ajetreado Trastevere inundándolo todo a través de los ventanales de la terraza cubierta, Gabriele Final-di, director adjunto del Prado, detallaba en una reciente visita a Roma, y con su contagioso interés por las historias de la pintura antigua, algunas de la excentricidades de Chigi, que dan una idea del ambiente de despreocupación en el que Rafael vivió sus años de plenitud. "Cuentan que en las comidas aquí celebradas se empleaba una vajilla de oro que luego se tiraba al líber. Luego, al parecer, se recogía con una red tendida previamente en el fondo del río".
No fue aquel el único desprecio a la mesura que contemplaron estas paredes. Giorgio Vasari, pintor y arquitecto que sin embargo alcanzó la inmortalidad como el primer historiador del arte, cuenta en el tratado publicado en 1550 Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimbabue a nuestros tiempos (Cátedra) que Chigi se vio obligado a colocarle a Rafael una cama para que terminase el encargo que se le había hecho sin dejar de atender sus impulsos sexuales.
"Rafael era una persona muy enamoradiza y aficionada a las mujeres, siempre dispuesto a servirlas", escribió Vasari, tipo dado a la discreción, pero obligado por los célebres amoríos del genio, aventuras en las que contaba con la complicidad de su íntimo amigo Giulio Romano. Dos cuadros del pintor destacan sobre los demás en su incesante búsqueda del ideal de belleza femenina. Retrato de mujer, conocido como La Velada (hoy en Florencia), y La Fornarina, pintado en un gesto de extremada sensualidad y conservado en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma, en el Palacio Barberini.

SOLUCIONARLE la logística amatoria no era la única manera de atizar a Rafael. También funcionaba el truco de enfrentarle continuamente al arte de sus enemigos, ardid por lo demás muy extendido entre los mecenas del Renacimiento. Con¬tra Sebastiano del Piombo se vio arrojado por ejemplo durante la decoración de la Famesina y ante el encargo del que sería su último cuadro, La transfiguración, destinado a presidir inacabado su funeral en el Panteón romano, donde hoy descansan sus restos acompañados del epitafio "Esta es la tumba de Rafael, en cuya vida la Madre Naturaleza temió ser vencida por él y a cuya muerte ella también murió".
Cierto es que Del Piombo nunca pareció rival de la misma altura de su maestro Miguel Ángel. Es célebre la anécdota que cuenta que Rafael cambió su forma de atacar los frescos de las estancias vaticanas cuando Bramante le permitió ver sin permiso parte del trabajo de su contrincante en la Capilla Sixtina. Siempre estuvo nuestro hombre presto a competir, atento al trabajo de Leonardo y de otros. "Sentía pánico a la obsolescencia", explicó Falomir durante un paseo por la Pinacoteca vaticana, "desde el día en que vio cómo Perugino, con quien se formó, pasó de ser un gran pintor a un mero condenado a la  irrelevancia".
Guiado por la luz de aquella revelación, no descansó hasta verse solo en la cúspide de los artistas de Roma. Sucedió a la llegada de León X (a quien también retrató, aunque luciese un gesto ciertamente más bobali¬cón). Hacia 1514, Miguel Ángel, aislado por su ingobernable temperamento, se hallaba enfrascado en una de sus titánicas tareas escultóricas. Y Leonardo (tercer vértice de la santísima trinidad del Renacimiento descrita por Falomir), de quien, según De-lieuvin, Rafael estudió atentamente el segundo cartón de la Santa Ana durante su estancia en Florencia, era un anciano supe¬rado por la ambición de sus obsesiones científicas. Entonces, el pobre chico de Urbino fue invitado a suceder a Bramante, muerto ese año, como jefe de antigüedades de Roma y pudo dar rienda suelta a otra de sus grandes pasiones: la arqueología.
Al nombramiento siguieron tiempos de enorme actividad para Rafael, años de ideas esbozadas que otros se encargaban de culminar. "Todo el mundo comprendió, no solo en Roma, la máxima que dice que si quieres ver algo terminado con rapidez, debes encargárselo a un hombre ocupado", afirma Tom Henry. "En esta época solo se puede certificar la autoría al 100% de los cuadros que pintó de sus amigos y benefactores". Entre ellos, tres de las estrellas de la exposición, los retratos de Baldassarre Castiglione (1519) y el autorretrato con Giulio Romano, y el de Bindo Altoviti (1516-1518), provenientes del Louvre y de la National Gallery de Washington.
Estas piezas, pero sobre todo la imponente La transfiguración, ofrecen la poderosa tentación de imaginar qué habría podido salir del pincel de Rafael de no haber sucumbido tan joven a su propia leyenda. Incluso Henry, cuya religión, "el pensamiento positivo anglosajón", no le permite esta clase de aventuras en los resbaladizos terrenos del arte-ficción, se atreve a considerar que, si no hubiera muerto, la evolución del arte occidental se habría ahorrado unos 80 años. • 'El último Rafael' ocupará las salas del Prado entre el 12 junio y el 16 de septiembre.



INTIMIDADES DE LEÓN X. El taller de Rafael decoró la logia (terraza) de los apartamentos del papa León X, que se asoma al 'skyline' romana Normalmente cerrada al público, se accede por una puerta angosta desde la estancia de Constantino


El Pais Semanal nº 1862. 3 de junio de 2012

John Constantine Hellblazer "Abrázame" por Neil Gaiman y Dave McKean


Hellblazer nº27 (marzo de 1990) publicado en España por Ediciones Zinco S.A.



















































Los Fantasmas del Louvre por Enki Bilal


 En Futuropolis dentro de la prestigiosa colección coeditada con Ediciones El Louvre, Enki Bilal su próximo libro, que se publicará en diciembre. El álbum original será una exposición especial - la primera dedicada a un autor de cómic - en el interior del museo del Louvre hasta marzo de 2013.


Después de Nicolas de Crécy ("Période glaciaire"), Marc-Antoine Mathieu ("Les Sous-sols du Révolu" -Los sótanos de la Revolución-", Eric Liberge ("Aux heures impaires"-En las horas impares-), Bernar Yslaire & Jean-Claude Carrière ("Le ciel au-dessus du Louvre"-El cielo sobre Louvre -), Hirohiko Araki (" Rohan au Louvre"-Rohan en el Louvre ) y, más recientemente, Christian Durieux (" Un enchantement ") y David Prudhomme (" La Traversée du Louvre"), Enki Bilal pronuncia su mirada personal artístico del famoso museo París, el más visitado en el mundo.

Condesa del Carpio de Goya y los gemelos Regodesebes© Enki Bilal.


Por su parte, el autor de "La Trilogía Nikopol" optó por cruzar 22 obras por los más importantes y desconocidos del lugar, y asociado a estas creaciones, por muertos hace mucho tiempo, a menudo violentamente. Para "conocer" el ahora "fantasma" y la obra maestra que estaban asociadas (Mona Lisa, la Victoria de Samotracia, un Cristo yacente ...), Enki Bilal decidió volver tan evanescente como un revelador fotográfico, pintura en acrílico sobre una impresión fotográfica de piezas de museo, impreso en lona, y, a cambio, la historia a sus lectores.
Para acompañar este lanzamiento obra excepcional por Enki Bilal serán expuestas desde el diciembre 20, 2012 a marzo 18, 2013, en el Museo. Una cartera con tres retratos extraídos de las publicaciones también estará disponible para el público para la apertura de la exposición.




Casco tipo corintio y Hécuba © Enki Bilal

sábado, 15 de diciembre de 2012

Tebeos para recorrer el mundo


Una selección con los mejores cómics de viajes de hoy
ANDRÉS BRAUN 22 SEP 2007

México DF dibujado por Jessica Abel, o Tokio según Frédéric Boilet. Y también historietas que conducen a rincones no recomendables como Afganistán. Diez libros de viñetas muy viajeras.

Desde sus inicios, el cómic moderno ha querido narrar grandes aventuras viajeras. Desde Terry y los piratas, del estadounidenese Milton Caniff, hasta personajes de la escuela franco-belga, como Tintín o Corto Maltés. El personaje de Hugo Pratt "es el viajero y aventurero posmoderno por antonomasia, por su punto irónico y a la vez comprometido y romántico", confiesa el bilbaíno Javier de Isusi, autor de la serie Los viajes de Juan Sin Tierra. Tras acabar arquitectura, Isusi inició un periplo a pie que le llevó de México a Argentina y le sirvió para concebir la historia de Vasco, un viajero que va en busca de un amigo. "Viajar es una metáfora de la vida, una búsqueda que te permite ver la vida con otra perspectiva", añade.


'Pyongyang' (GUY DELISLE)

Publicado en 2005, un retrato entre divertido y atroz de Corea del Norte, el país más aislado del mundo. El canadiense Guy Delisle, que vivió dos meses en la capital, Pyongyang, narra en este magnífico cómic su estancia en un país fantasmagórico donde rincones tan surrealistas como el museo de las amistades de los Kim descubren el alcance del desmesurado culto a la personalidad en el país.

- Astiberri, 2005. 184 páginas. 18 euros.


'Tokio es mi jardín' (FRÉDÉRIC BOILET Y BENOÎT PEETERS)

Gran conocedor de Japón, Frédéric Boilet escribió con su amigo, el también francés Benoît Peeters, el guión de esta historia semiautobiográfica de amores y enredos que se sitúa en la capital de Japón. Del parque Ueno al barrio de Shibuya, el dibujo casi fotográfico de Boilet va desgranando el día a día y la vida nocturna de los tokiotas.

- Ponent Mon, 2004. 152 páginas. 12,50 euros.


'Shenzhen' (GUY DELISLE)

Siguiendo la fórmula de Pyongyang, Delisle cuenta su estancia en la ciudad china de Shenzhen. Esta megalópolis, situada en la provincia de Cantón, fue designada por Deng Xiao Ping como el campo de pruebas de la nueva economía de mercado china. Un viaje solitario plagado de equívocos idiomáticos, agradables sorpresas gastronómicas o insólitas visitas al dentista

- Astiberri, 2006. 152 páginas. 18 euros.


'Tres viajes' (MIGUEL GALLARDO)

El ilerdense Miguel Gallardo relata varios de sus viajes con un dibujo divertido e infantil en esta obra con aspecto de pasaporte. Incorporando souvenirs (billetes, folletos) a modo de collage, acompañamos al autor mientras visita a sus amigos de Tel Aviv, viaja en coche a la "romana, medieval, renacentista y liosa" Turín, y realiza un tronchante recorrido por Buenos Aires.


'El fotógrafo' (DIDIER LEFÈVRE, EMMANUEL GUIBERT Y FRÉDÉRIC LEMERCIER)

En tres volúmenes se relata el viaje del fotógrafo Didier Lefèvre (fallecido este año) por Afganistán, documentando una misión de Médicos Sin Fronteras en 1986, durante la invasión soviética. Los contactos y fotos en blanco y negro de Lefèvre crean, junto a los dibujos en color de Guibert y el diseño de Lemercier, un relato de viajes poderosísimo e inolvidable.

- Glénat, 2005-2006. 15 y 18 euros (el tercero).


'Cuaderno de viaje' (CRAIG THOMPSON)

Laborioso cuaderno de viaje que el estadounidense Craig Thompson dibujó durante su primera visita a Europa y Marruecos. Entre la soledad, el asombro y la agudeza, sus hermosos esbozos de tinta van de Lyón a París, y de ahí a Marraquech, el Sáhara, Esauira, Fez, los Alpes franceses, Toulouse, Annecy, Barcelona, Bilbao...

- Astiberri, 2006. 224 páginas. 18 euros.


'La pipa de Marcos' (JAVIER DE ISUSI)

En este primer volumen de Los viajes de Juan Sin Tierra, Vasco, el protagonista, inicia la búsqueda de su amigo Juan por la región mexicana de Chiapas, donde topa con los zapatistas. En sus historias aventureras, Isusi introduce vivencias y localizaciones reales, así como personajes basados en gente que conoció en su viaje de un año a pie por Latinoamérica.

- Astiberri, 2004. 136 páginas. 12 euros.


'Japón, visto por 12 autores' y 'Corea, vista por 12 autores'

Dos recopilaciones de relatos cortos. Japón y Corea, vistos por autores autóctonos (Jiro Taniguchi, Chaemin o Daisuke Igarashi), que aportan una visión intimista de los lugares donde viven o se han criado. Ambos libros se completan con aportaciones de autores franceses (Joann Sfar, Emmanuel Guibert, Catel...) que posan su mirada en Tokio, Kioto o Seúl.

- Ponent Mon, 2005 y 2007. 16 euros cada uno.

'La isla de Nunca Jamás' (JAVIER DE ISUSI)

La búsqueda de su amigo conduce a Vasco a Nicaragua, hasta la selvática isla de Ometepe, en el lago Cocibolga. Un precioso y emotivo cómic que también sirve de homenaje a autores como Saint-Exupéry o J. M. Barrie, creador de Peter Pan. Su autor ya trabaja en el guión del siguiente libro, el tercero, y espera publicarlo en 2008.

- Astiberri, 2006. 192 páginas. 18 euros.


'La perdida' (JESSICA ABEL)

La estadounidense Jessica Abel dibujó este thriller que transcurre en México DF durante los dos años (de 1998 a 2000) que vivió ahí. Su narrativa hiperrealista y su trazo duro y deslabazado descubren rincones de la ciudad como Coyoacán, Xochimilco o las cercanías del parque México, al tiempo que los visita la protagonista, Carla, una joven de Chicago que decide mudarse a la capital mexicana.

- Astiberri, 2006. 288 páginas. 22 euros.




 El Pais Viajero 22.09.2012





La vanguardia aplicada (1890-1950).

Por Javier Maderuelo
Los ARTISTAS de las vanguardias, en su afán por romper los lazos tanto con la Academia como con el romanticismo, fueron capaces de dislocar las formas, reventar los colores, negar la narración, eludir el tema, mezclar los materiales y realizar un largo rosario de proezas que no dejarán de asombrarnos, pero algunos historiadores y conservadores de museos, desde sus libros y exposiciones, nos quieren convencer de que hay algo que no lograron superar los vanguardistas, ese algo fueron las grandes categorías: la pintura, la escultura, la arquitectura... Los historiadores nos suelen hablar de los artistas vanguardistas calificándolos de pintores, fotógrafos, arquitectos o escultores, títulos convencionales, aunque algunas de sus obras no correspondan a esas categorías. Entonces nos explican (yo mismo lo he hecho) que aquellos artistas forzaron la contaminación y las interferencias entre categorías. De este tipo de visión reduccionista del arte se extrae como consecuencia la idea de que fue necesario esperar a los años sesenta del siglo XX para que aparecieran nuevos géneros, como el happening o la performance, así como nuevas técnicas, como la "instalación" o el vídeo, que permitieran, con la inestimable ayuda del desprejuiciado amigo americano, acabar con aquellas formas del arte que nos anclaban a los atavismos de una historia de la que los europeos no sabíamos librarnos. 



 Obviamente esta falacia (sin duda intencionada) solo se puede sostener si lo que contemplamos en museos y exposiciones son cuadros y esculturas, si solo leemos libros de poemas rimados o si entendemos que la arquitectura son los edificios construidos, pero si empezamos a prestar atención a las muchas formas de expresión de las que se sirvieron los artistas vanguardistas para manifestarse estéticamente, nos daremos cuenta de que las vanguardias fueron más complejas e intensas de lo que muestran los cánones y de que el concepto arte estaba hace un siglo más evolucionado en Europa de lo que los historiadores timoratos o intencionados pretenden exponer en sus ensayos.
Contra esta semiocultación de unas obras que se quieren considerar "menores" o circunstanciales se construye el discurso de una potente exposición titulada La vanguardia aplicada, en la que se muestran carteles, revistas, libros, programas, anuncios, tarjetas, folletos y billetes, piezas que, desde luego, no son pinturas ni esculturas, sino diseños creados para la imprenta. Muchas de estas piezas son conocidas, han acompañado, como ilustración al margen alas gran-des obras de los maestros de las vanguardias en ensayos y exposiciones, pero hasta ahora no se les había concedido el protagonismo que.se merecen: la exclusividad de mostrarse autónomamente en una gran exposición. Esta circunstancia exige plantear algunas preguntas. La primera de ellas es qué consideramos arte. Este es un tema nada baladí, ya que desde los orígenes de la teoría artística la definición de arte y la clasificación de las artes ha sido uno de los temas más importantes en el debate estético. Desde Gotthold Ephraim Lessing, en el siglo XVIII, deslindando las artes que representan lo coexistente (los cuerpos) de las que muestran lo sucesivo y lo temporal (las acciones), hasta Clement Greenberg, defendiendo la pureza de la pintura en los años centrales del siglo XX, ha existido en nuestra cultura un ramalazo canónico que ha excluido de la esfera del arte todas aquellas manifestaciones que no cumplieran con el ideal de elevarse con noble empeñó por encima de la necesidad, alejando del calificativo arte a aquellas formas de arte que eran sospechosas de tener alguna posibilidad de utilidad práctica.

Los vanguardistas, por el contrario, pretendieron acercar el arte a las masas y transformar con él la vida cotidiana, generando una nueva sensibilidad, para ello se sirvieron de técnicas y procedimientos ajenos al "gran arte", como las revistas, libros, carteles y fotografías a los que añadieron el cine y la radiodifusión. Pero, nada de esto hubiera sido posible si en el último tercio del siglo XIX no se hubieran producido las polémicas entre las Bellas Artes y el arte popular, entre el trabajo industrial y el trabajo creador, entre las artes y los oficios, acompañados por iniciativas como las de William Morris con sus talleres de Arts and Crafts en Inglaterra, la Werkbund en Alemania, los Wiener Werkstátte en Austria y otras iniciativas que tendrán su punto álgido en la Bauhaus.
Muchos de los creadores de los diseños, los textos, las palabras y las imágenes que se muestran en la exposición fueron artistas muy conocidos: Peter Behrens, Oskar Kokoschka, Apollinaire, Marinetti, Giacomo Ba¬ila, Tristan Tzara, Kurt Schwitters, Moholy-Nagy, Herbert Bayer, Mies van der Rohe, Robert Delaunay, Natalia Goncharova, Rod-chenko, El Lissitzky, Man Ray, Francis Picabia, Yves Tanguy, Max Bill, pero otros no han tenido la oportunidad de alcanzar fama fuera del reducido campo de la edición o del diseño gráfico, sin embargo, un empeño común, un mismo hálito de experimentación formal y de sentido de la innovación auna a los grandes maestros y a los "profesionales" del diseño que trabajaron con el mismo empeño para producir las principales revistas de vanguardia, los carteles dadaístas, los fotomontajes constructivistas, las palabras en libertad futuristas, los textos de la Bauhaus y cajas, como las de Marcel Duchamp, que conforman el conjunto heterogéneo de piezas que se ven en esta exposición.



Cartel anunciador realizado por el estudio Cassandre (Adolphe Jean-Marie Mouron) (Francia 1901-1968), para Nicolas (1935).

Frente a la "finalidad sin fin" que Kant atribuía a la obra de arte, los experimentos y diseños de portadas de libros, carteles publicitarios, gráficos informativos y programas de mano, buscan una eficacia visual y una funcionalidad comunicativa en las que apoyar su poética. La reproductibilidad técnica, así como el carácter seriado y mecánico de su producción en la imprenta no restan atractivo ni valor plástico a las piezas que se presentan en la exposición. Precisamente su carácter funcional y su consiguiente consumo perecedero han hecho que no se conserven hoy muchos ejemplares de algunos de estos trabajos, siendo escasos los que se pueden encontrar aún, de ahí el interés que poseen las dos colecciones que se muestran, la del norteamericano Merrill C. Berman y la del montañés José María Lafuente, quienes están recuperando con paciencia y tesón un legado iconográfico que empezaba a ser endémico.
Sin duda, uno de los riesgos de esta exposición ha sido el ofrecer al público estos "materiales" perecederos prescindiendo de lo que podríamos denominar las obras del "gran arte", pero no menos arriesgada y compleja ha sido la forma en que esto se podría hacer, es decir, las decisiones museográficas que han permitido mostrar cerca de 700 piezas de unos 300 autores y, sobre todo, el establecer criterios y categorías que permitan dotar de coherencia y legibilidad a una constelación de piezas muy heterogéneas que anteriormente no habían sido tratadas como obras de arte sino como mero material complementario de archivo.




En este sentido hay que destacar dos aspectos: la elección de un "tema" o argumento en torno al cual aglutinar y vertebrar las piezas, que ha sido la tipografía, y la búsqueda de unos criterios historio-gráficos válidos para presentar ordenada y rigurosamente ese tema. Para ello se han combinado los aspectos cronológicos, colgados en la pared, con los temáticos y estilísticos, desarrollados en vitrinas. El éxito de los resultados ha sido posible gracias a un trabajo coral de colaboración entre teóricos, productores, diseñadores, técnicos y coleccionistas que han desarrollado sus labores como se suele hacer en una realización cinematográfica, en la que actores, directores, productores, escenógrafos, músicos y técnicos comparten un mismo espíritu, lo que ha generado las sinergias necesarias para construir una nueva obra de arte aplicado: la exposición. •
La vanguardia aplicada (1890-1950). Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid. Hasta
el 1 de julio.





Momento nostalgico: Madman




Descubrimiento del Van Dyck ‘rubensiano’



Los cuadros juveniles del gran pintor flamenco en la nueva exposición del Museo del Prado

FRANCISCO CALVO SERRALLER 17 NOV 2012

'Sansón y Dalila' (1618-1620), de Anton van Dyck.


Comisariada por Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca del Museo del Prado, y por Friso Lammertse, conservador del Boijmans van Beuningen, la exposición titulada El joven Van Dyck posee el rango de un acontecimiento por varias razones, como, en primer lugar, ser la primera muestra monográfica sobre su pintura realizada en nuestro país e inscribirse en la sana tradición del Prado de airear la obra de las figuras capitales de su colección, en la que el pintor flamenco destaca junto a otros egregios representantes como El Bosco, Tiziano, Rubens, Velázquez o Goya, de todos los cuales hay en nuestra histórica pinacoteca conjuntos únicos en el mundo. Ambas son, sin duda, razones de peso, pero, en el caso de Anton van Dyck (1599-1641), figura vertebral de la gran pintura barroca europea, se añade ahora el aliciente de abordar monográficamente su primera etapa, plena de expectativas aún no suficientemente analizadas. Extraordinariamente precoz, como lo corrobora el hecho de haber firmado obras con apenas 14 años, la presente exposición abarca el periodo entre 1615, cuando contaba 16 años, y 1621, cuando, en el año en que cumplía 22, abandonó Amberes para girar una visita por Italia, donde permaneció una media docena de años.

Antes, en 1620, se había desplazado a Londres durante unos meses al servicio del rey Jacobo I, un preludio para su vinculación inglesa, pues volvió allí en 1632 y allí continuó hasta su muerte, acaecida nueve años después, dejando una impronta tan fuerte en la pintura británica que perduró durante varios siglos.

¿Por qué, en cualquier caso, es tan importante centrar nuestra atención sobre los primeros pasos artísticos de Van Dyck, al margen de las razones antes aducidas y a las que podríamos ahora añadir la de su fuerte influencia en nuestra pintura del último tercio del siglo XVII, protagonizada por figuras del porte de Carreño, Rizi, Herrera o Claudio Coello? Entre otras cosas, porque el adolescente Van Dyck llegó a pintar, que sepamos, 160 cuadros, lo cual es más de lo que pintó Velázquez durante toda su vida, pues éste, nacido, como el flamenco, en 1599, le sobrevivió casi veinte años. De manera que precoz y prolífico, lo que es un buen anuncio para alguien que empieza, pero hasta los mejores augurios hay que cumplirlos para que no se conviertan en agua de borrajas. Desde luego, Van Dyck los cumplió con creces, aunque es legítimo preguntarse desde cuándo y cómo lo hizo, la interrogación que trata de responder la presente exposición poniendo delante de los ojos una selección de la obra que pintó durante esta primerísima época de su producción.

 Sileno ebrio (1617-1618), de Anton van Dyck


Como contamos con muy pocas noticias acerca de la infancia y primera juventud de Van Dyck, la visión de su obra estos años resulta ciertamente decisiva para aquilatar las raíces artísticas del genio. Sabemos que se formó, en primera instancia, hacia 1609, con diez años, en el taller de Hendrick van Balen (¿1575?-1632), un manierista flamenco de Amberes, que pasó por Italia, especialista en pintura mitológica y con una factura minuciosa y algo relamida, del que Van Dyck apenas conservó nada o lo dejó enterrado. Luego, ya habiendo alcanzado el grado de maestro a los 19 años, en 1618, empezó a trabajar con Rubens, probablemente más en calidad de colaborador que en la de aprendiz, lo que no quita que obviamente este formidable artista, nacido en Siegen en 1577, pero oriundo de Amberes, ya entonces en la cúspide de su bien merecida y aplastante fama, no supusiera para su joven émulo una conmoción. Así se puede comprobar el par de años en los que Van Dyck trabajó para Rubens, durante los que el primero se debate para satisfacer las altas exigencias del segundo, aunque siempre dando muestras de que su admiración no cortase por completo su propia respiración.

Con el florido testimonio de las pinturas ejecutadas por Van Dyck entre 1618 y 1620, acompañadas de una selección de sus maravillosos y significativos dibujos, la muestra que nos ocupa nos revela, en primer lugar, esa apasionante tensión entre el apabullante genio consagrado y el genio en ciernes que trata de hacerse un lugar propio. Como tradicionalmente se impuso la versión de que Van Dyck fue una criatura de Rubens, si bien se le reconocía el talento propio de haberle reinterpretado en clave más lírica y elegante, no sólo nunca hasta ahora se había enfocado la cuestión de cómo y hasta qué punto fue su mutua interdependencia, sino el tipo de pugna que se planteó el seguidor para ser él mismo.

Quien haya mirado el par de contundentes obras de Van Dyck, que, entre otras, se conservan en el Museo del Prado, La flagelación y El prendimiento de Cristo, puede calibrar el brío que despliega en este sentido, dejándonos en la duda si sigue o replica a Rubens; esto es: cuánto hay de déficit o de superávit en su relación. Aunque en la gran retrospectiva Antoine van Dyck 1599-1641, que se exhibió en Londres y Amberes en 1999 bajo los auspicios científicos de Christopher Brown y Hans Vlieghe, se prestó atención a este periodo inicial de Van Dyck entre 1613 y 1621 con una selección nada despreciable de 27 pinturas y dibujos, dentro del gran conjunto general de las 105 obras que comportó esta amplia revisión del maestro flamenco, ni en cantidad, ni en calidad de atención, puede compararse con El joven Van Dyck, que ahora podemos admirar en Madrid, pues contiene prácticamente todas las obras de la precedente más muchas otras no exhibidas entonces, además evidentemente de las atesoradas en el Prado.

El joven intentó satisfacer las altas exigencias del maestro, sin que su admiración cortase por completo su propia respiración
Porque el Van Dyck rubensiano de Amberes tuvo tanta luz propia como el italiano o el británico, sin que hasta ahora se le hubiera prestado la atención crítica merecida, entre otras cosas, porque esta era una empresa que sólo cabía abordar desde el Museo del Prado, que posee el mayor conjunto al respecto. Y lo ha hecho por fin y, todo hay que decirlo, de manera admirable, pues ha dispuesto, ante nuestra mirada, no sólo las obras realizadas en colaboración por ambos, sino también, dibujos y pinturas, los contrastes entre las versiones de Van Dyck y los modelos de Rubens, incluyendo además en el conjunto hasta la novedad de algunas reatribuciones que quedaban pendientes. Hay, en suma, muchas revelaciones en esta oportuna y brillante iniciativa, que logra recomponer esta primera edad oscura de Van Dyck, cuyo interés no se ciñe sólo a esta erudición escolar que compete a los especialistas, porque el acopio de gran pintura, plena de la áurea brillantez del mejor barroco, es abundantísimo y deslumbran. Esta pesquisa confirma que, junto con Rubens, Van Dyck fue, en efecto, el mejor pintor flamenco del XVII, lo cual es como decir uno de los artistas capitales de esa centuria, pero ahora sabemos también que ya apuntaba a serlo desde su temprana edad. No me extraña que los responsables de la presente muestra se hayan acordado y citen El retrato de un artista como adolescente, la célebre novela autobiográfica de James Joyce, porque puede trasladarse a la perfección al caso de Van Dyck, otro joven genialmente precoz abriéndose paso en ese arduo mundo del arte y, también, un trotamundos. Por lo demás, hay demasiados dibujos y cuadros sobresalientes en esta exposición como para descender al detalle de su comentario individualizado. Prescindo, por tanto, de cualquier mención de esta clase, pero no de subrayar el interés y la belleza que supone aproximarnos, muy bien guiados hasta los mínimos detalles, a la fragua de un pintor genial, como lo fue, de principio a fin, Anton van Dyck, incluso habiendo fallecido a los 42 años, cuando se inicia la madurez plena de un creador.

El joven Van Dyck. Museo del Prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Del 20 de noviembre al 3 de marzo de 2013. Patrocinada por la Fundación BBVA



El Pais Babelia 17.12.2012