martes, 26 de junio de 2012

Abraham Hulk Snr. (1813 - 1897)





Abraham Hulk Senior nació en una familia de artistas en Amsterdam. Eligió estudiar en la Academia de Amterdam entre 1828 y 1834 guiado por el celebre retratista JA Daiwaille. Abraham Hulk se interesó por las pinturas marinas, principalmente del estuario holandés.

En 1833 y 1834 visitó Norte América y participó en varias exposiciones antes de volver a Holanda. Finalmente asentado en Londres en 1870 donde vivió y trabajó durante 27 años, calificado como artista británico. Su hijo Abraham Hulk Junior y su hermano William Frederick fueron ambos artistas de paisajes y también vivieron en Londres.

Hulk expuso en The Hague y Leeuwarden, en la Real Academia en Londres entre 1876 y 1890 y en la Real Sociedad de Artistas Británicos en Suffolk Street.
















Erótico Klimt





LA LIBERTAD DEL PINTOR. Gustav KIimt (1862-1918), en su taller a principios de 1900. La túnica hasta los pies era su vestimenta para pintar. Abajo, fragmento de Peces dorados II(1906-1907),
uno de sus temas favoritos: la asociación del agua y la mujer en formas delicadas, sinuosas.




AMABA A LAS MUJERES Y LA PINTURA. LA COMBINACIÓN DE AMBAS PASIONES DIO COMO RESULTADO CUADROS DE UNA BELLEZA DESLUMBRANTE. KLIMT, EL PINTOR QUE ROMPIÓ MOLDES, ENCABEZÓ EL CAMBIO HACIA UN ARTE NUEVO. AHORA, CUANDO SE CUMPLE UN SIGLO YMEDIO DE SU NACIMIENTO, VIENA LE HOMENAJEA.
Por JULIA LUZÁN



Se acostaba con sus modelos, sus amantes se contaban por centena­res, y los hijos engendrados, por docenas. Fue un hombre excesivo, en la vida y en el arte, pero Gustav Klimt (1862-1918), uno de los más grandes artistas vieneses, encarnó como nadie la transición a un nuevo estilo de vida que golpeaba en las puertas de una Europa encami­nada fatalmente hacia el desastre de la II Guerra Mundial. Hoy, 150 años después de su nacimiento, Austria se lo agradece con un programa de exposiciones que encum­bran hasta el mito la figura del autor de El beso, su obra más emblemática, para resar­cirle de unos años en los que el pintor fue sepultado por el triunfo de la abstracción y de una nueva visión del arte. Su vida en la Viena de Freud, en la capital entonces de la Europa Central, es una personal experiencia en el erotismo que marcó el final de un siglo que asistía desbocado a los años previos al primer conflicto mundial.

La mirada alocada de los ojos del actor John Malkovich en la película dirigida por Raúl Ruiz, en 2006, sobre el pintor Gustav Klimt recuerda fielmente a la del hombre atormentado que cuentan sus biógrafos. Las fotografías que se conservan lo mues­tran vestido con su singular caftán hasta los pies -la bata para pintar desnudo, cubierto solo con una especie de carpa de tela-desaliñado, hosco, con aspecto de fauno; atractivo y bien vestido cuando frecuentaba los cafés y los salones de la buena sociedad. Klimt no fue probablemente una persona feliz. Se mostraba colérico, mal encarado, con frecuentes ataques de la sífilis que pa­decía, protagonista en más de una ocasión de sonados escándalos y cotilleos.

El 14 de julio de 1862, la fecha en que Gustav Klimt vio la luz en Baumgarten, cer­ca de Viena, Bismarck acababa de ser elegi­do canciller prusiano. Alemania y Austria tenían en aquellos años la supremacía de la ciencia y el conocimiento. Bajo el Imperio de los Habsburgo florecían las artes y el pensamiento. Sigmund Freud practicaba el psicoanálisis en su consulta de la calle Berggasse de Viena, donde desarrollaba sus teorías sobre la histeria y su interpretación de los sueños y Einstein trabajaba en lo que sería la teoría de la relatividad. Los escrito­res del Imperio Austrohúngaro, Stefan Zweig, Karl Kraus, Joseph Roth o Robert Musil formaban el núcleo duro de la cultu­ra. Los teatros de ópera representaban El

AÑOS DORADOS. Abajo El beso (1907-1908), la obra más conocida de KIimt, y con la que el artista cerró su época de cuadros al estilo de los mosaicos bizantinos. Más abajo Danae (1907). En la foto de grupo se ve al pintor con la familia Flóge en 1908. Emilie, su compañera fiel, aparece de frente.




anillo del nibelungo, de Richard Wagner y la música oscilaba entre el romanticismo de Gustav Mahier y la vanguardia atonal de Arnold Schónberg. El imperio era una olla en ebullición, la capital recibía oleadas de inmigrantes. La joven Viena, entonces una gran metrópolis de dos millones de habi­tantes, competía con París y Londres entre fuertes disensiones nacionalistas provoca­das por los choques entre los diferentes Es­tados. Los arquitectos Otto Wagner y Adolf Loos lavaban la cara a una ciudad monu­mental que buscaba la racionalidad.

Con 14 años, Klimt superó el examen deingreso en la Escuela de Artes y Oficios de Viena. Poco tiempo después se le uniría su hermano Ernst, y ambos, junto con el tam­bién pintor Franz Matsch, formaron un trío emprendedor que logró enseguida sus pri­meros trabajos. Fue su profesor Ferdinand Laufberger, decisivo tanto en su formación como por sus contactos, quien no tardó en conseguirles encargos como el de la pintura de los frescos del Kunsthistorisches Mu­seum, las pinturas del techo del palacio Stu­rany, o los de la villa Hermes, un regalo del emperador Francisco José I para su mujer Elisabeth, la voluble Sissi. Klimt y compañía lograron decorar también muchos de los nuevos edificios de la Ringstrasse de Viena, un anillo de edificios monumentales con la Universidad, el teatro de la Ópera y el nuevo Burgtheater.

VIENA SE VUELCA ESTE AÑO en conmemorar el 150° aniversario del nacimiento del que es ahora su hijo predilecto y la figura de Klimt, el pintor de los cuerpos dorados, ha crecido en el imaginario colectivo. Cinco décadas y dos guerras mundiales después, el mundo ha cambiado, pero la klimtmanía se ha despertado y sus obras son piezas que




A LA MANERA JAPONESA. El retrato de Friederike Maria Beer (1916) muestra un vibrante colorido y la influencia orientalizante de la época junto con un cambio de estilo en sintonía con los cuadros de Matisse y de los flauvistas. Abajo, Girasoles (1907), un implícito homenaje al cuadro de Van Gogh.


cazan como trofeos los compradores. El re­trato de Adele Bloch-Bauer (1907), uno de los iconos más reconocibles de la pintura del siglo XX, alterna en la lista de los 10 cua­dros más caros de la historia. Fue vendido hace pocos años en una subasta por 135 mi­llones de dólares. Antes protagonizó un so­nado litigio. Robado por los nazis durante la II Guerra Mundial fue devuelto a la so­brina de Adele, María Altmann, tras siete años de batalla judicial con el Gobierno austriaco.

La arquitectura y el arte discurrían en los últimos años del siglo XIX entre arabes­cos del art nouveau y la desnudez de nerei­das y prostitutas. Todos se lanzaban a la vida como si el fin del mundo estuviera próximo. Adolf Loos, el arquitecto de la modernidad, acuñó el principio fundamental de aquellos años en su ensayo Ornamento y delito: "Todo arte es erótico". Klimt lo hizo suyo y desplegó un repertorio barroco entre figuras voluptuosas. Sus trabajos nunca dejan un punto vacío del lienzo, es el ejemplo artístico de lo que Freud describió como "horror vacui".

EN POCO TIEMPO, Klimt conquistó un puesto preferente en la corte de Viena. Le llovían los encargos. En 1888 dio por finalizado uno de sus grandes cuadros, Interior del antiguo Burgtheater, una obra descomunal, un cuadro dentro de otro con 150 personajes, entre ellos las mujeres más bellas de la sociedad vienesa.

Sin haber cumplido siquiera los 30 años, un giro del destino le golpea. Su hermano Ernst fallece con tan solo 28 años. Gustav queda al cargo de Helene Flóge y su peque­ña de pocos meses. El contacto con los Flöge y la hermana de su cuñada, Emilie, su relación más larga conocida, darán un giro a su vida.

En lo profesional, Klimt quiere más, persigue entrar en la Academia. Es profesor de pintura, pero el emperador no le conce­de el plácet para la gloria. Las alegorías que pinta Klimt con sus impúdicas desnudeces hacen fruncir el ceño a los burgueses, y su socio, Franz Matsch, reniega públicamente de él para no perder trabajos. Tras esta rup­tura, Klimt se aproxima al simbolismo belga,"comprender el mundo en símbolos es el prerrequisito del gran arte", había declara­do Nietzsche, y el pintor, obediente, se apresuró a llenar de esfinges-mujer sus cuadros. De ahí al secesionismo vienés solo había un corto paso. El movimiento sece­sionista, fundado en 1897 por los arquitec­tos Otto Wagner, Josef Hoffmann y Gustav Klimt, intentaba ser una asociación en la que los artistas podrían mostrar como en un espejo sus "imágenes del alma".

El nacimiento del movimiento moder­nista en Viena, la secesión, el más significa­tivo movimiento artístico del siglo XX en Austria, fue una auténtica revolución contra las artes conservadoras y un intento de las vanguardias de romper con lo establecido.

En este periodo de intensa creatividad, el último antes de la Gran Guerra, Klimt creó algunas de sus obras maestras, su Pallas Atenea (1898), o Schubert al piano (1899), un punto de inflexión en la carrera del artis­ta, "la mejor pintura de la secesión", llega­ron a decir sus fieles.

Klimt se especializa en retratos de las mujeres de aquella sociedad falsamente li­beral. Las familias judías de la burguesía vienesa, como el magnate del acero Karl Wittgenstein, el del textil, Fritz Wärndorfer, los Knips o los Lederers, son sus mecenas. El Retrato de Sonja Knips es el primero de una larga lista de "esposas de". La joven dama aparece sentada en un gran sillón con un vestido rosa palo y su cabeza enmarcada por flores, lirios y orquídeas. Cuando pintael Retrato de Rose von Rosthorn-Friedmann, vestida de negro, toda delicadeza y sensua­lidad, no incluye ningún elemento que in­dique que Rose fue la primera mujer en es­calar el pico Watzmann, en la cara Este de los Alpes, la impresionante montaña que Caspar David Friedrich pintara.

"Si no puedes complacer a todos por tus acciones y tu arte, entonces complace a po­cos. Gustar a muchos es malo", los versos del poeta Schiller encajaban como anillo al dedo en el credo de los secesionistas. Klimt lo llevaba al extremo. Escandalizaba en las exposiciones del movimiento con su Pallas Atenea y Nuda Veritas, las figuras femeni­nas como alegorías de la verdad y la justicia, desnudas, llenas de simbologías oníricas freudianas. Son las supermujeres eróticas






con las que Klimt emprendió un camino voluptuoso que nunca abandonó. Compe­tía con París y 
Londres

La popularidad de Klimt hizo que la Universidad de Viena le encargara una se­rie de paneles. El pintor decidió plasmar una ambiciosa idea sobre el ciclo de la vida y la muerte, la miseria humana, la enfer­medad, la guerra y la injusticia. Cuando presentó el primero de los cuadros, La filosofía, el claustro de profesores se le echó encima. Les había prometido la luz por en­cima de las tinieblas y en su lugar mostró en toda su crudeza el triunfo del mal. Cuan­do aún no se habían apagado los ecos del escándalo, colgó su nueva obra, La medici­na, plagada de cadáveres femeninos con esqueletos flotando, la muerte como eje de vida. El colmo fue La jurisprudencia, una serie de figuras desnudas tildadas por los académicos de pura pornografía. Klimt solo pudo callar ante los insultos de "exce­so de perversión".

Su respuesta fue pintar un hermoso culo al aire. Su óleo A mis críticos, que luego expondría como Peces dorados, mostraba bellas ondinas con un primer plano de un trasero que abofeteaba al espectador. Las mujeres pez de Klimt mostraban abiertamente su sensualidad, provocativas, lujuriosas, francas. Klimt se atrincheró en su estudio. "Soy bastante insen­sible a los ataques, pero me afecta, en cambio, cuando un cliente no queda satisfecho con mi trabajo", afirmó. Filosofía, Medicina y Juris­prudencia fueron rescatadas de la universidad con el dinero de los ri­cos burgueses de Viena, aunque las obras se perdieron cuando los na­zis incendiaron el palacio del sur de Austria, donde habían sido tras­ladadas para protegerlas durante la II Guerra Mundial.

EN UN VIAJE A RÁVENA y Venecia, el pintor descubrió los mosaicos bi­zantinos y no tardó en probar la técnica del pan de oro con el primer retrato de Adele Bloch-Bauer. La apoteosis llegó con su composición El beso (1907-1908), posiblemente una de las obras de arte más famo­sas, la culminación erótica de Klimt que aparece en ella junto a Emilie Flöge. Un abrazo de amor bañado por la lluvia dorada de Danae.

Las exposiciones de Klimt siem­pre despertaban controversia. Los espectadores acudían a ellas en busca de rostros de mujeres conocidos. Femmes fatales y las respetables damas de la burguesía. Klimt pintó a todas con idéntica pasión. Unas veces las llena de colorido, oro y mosaicos y otras las pinta en azul y verde, al estilo japonés tan en boga en los primeros años del siglo XX. Son mujeres orgullosas, miran de frente al espectador con un aire de misterio.

En 1902, los secesionistas quieren ren­dir homenaje a Beethoven, el compositor favorito de Liszt y Wagner, y el arquitecto Josef Hoffmann idea el espacio de la exposi­ción. Klimt lo decoró con un friso pintado directamente sobre tres paredes a base de estuco y dorados. La alegoría del fresco es clara, el arte como salvación de las personas, la utopía en una Viena orgiástica, desenfre­nada y manirrota. Pero Klimt en este caso tropieza con la indiferencia del público ante unas figuras que muestran fealdad. Solo el escultor Rodin, que visitó la exposición en 1902, tuvo palabras de elogio para la obra, "tan trágica, tan divina". El pintor ante tanta crítica abandona el grupo secesionista y se retira a sus cuarteles de invierno.

Son años de introspección, pinta libre­mente, sin horas. "Con mi objetivo, que no es más que un agujero en un trozo de cartu­lina, miro los detalles de los paisajes y en­cuentro grandes cosas o nada". Klimt des­cribía así sus paseos en el lago Attersee, cerca de Salzburgo, donde solía pasar los veranos junto a la familia Flöge. El pintor descubrió la naturaleza en la segunda mi­tad de su vida. Pintó muchos paisajes, sus obras más íntimas y personales. Comulga­ba con la naturaleza, extasiado ante el cam­bio de las estaciones parecía sentirse próxi­mo a Monet. Son cuadros de masas arbóreas llenas de color, retazos de hierba casi puntillistas; en Jardín con girasoles, rin­de un particular homenaje a los otros gira­soles, los de Van Gogh.

En 1909 viajó a París y a España y en sus cuadros posteriores se observa una gradual intensidad del color, posiblemente por su aproximación a Matisse y los fauvistas fran­ceses. En sus postales enviadas a Emiie es lacónico en sus observaciones: "Ayer estu­ve en el Prado, muy bonito. Velázquez no me ha gustado. Pero me ha impresionado El Greco. Es magnífico".

Cuando en 1914 estalla la I Guerra Mun­dial, Klimt adoptó una postura curiosa, dejó de participar en exposiciones en lo que él lla­maba "territorio enemigo". Recluido en Vie­na, trabaja en grandes obras que deja sin terminar cuando le sobreviene un ataque de apoplejía. Muere en febrero de 1918. Años después, en 1928, Viena se reconcilia con su figura en la mayor retrospectiva de su obra alojada en el edificio de la Secesión que luce estas palabras grabadas en la entrada: "A cada época, su arte, al arte su libertad". •


'150 años de Gustav Klimt' podrá verse del 13 de julio al 6 de enero de 2013 en el palacio Belvedere de Viena. La editorial Taschen ha editado un libro monumental, 'Gustav Klimt del historiador del arte Tobías G. Natter, que acaba de publicarse en inglés. En otoño aparecerá en español.






ENTRE MUJERES. Emilie Flöge fue la mujer a la que KIimt siempre se mantuvo ligado. Pasaba los veranos junto a ella, la visitaba en su tienda de modas en Viena y tan solo la retrató una vez, en 1902, con un rico vestido modernista. En El retrato de Mäda Primavesi (1912), una niña de nueve años. KIimt realzó el colorido y el ambiente japonés.

El Pais Semanal nº 1865 

Gustav Klimt (1862-1918)




La mujer como metáfora

La obra de Gustav Klimt reúne dos elementos cuya coincidencia no es demasiado frecuente en la historia del arte: salta a la vis­ta su singularidad, la impresión de que en ella se encierran cla­ves íntimas; pero, al mismo tiempo, es una síntesis casi exhaustiva de las inquietudes, tendencias y lenguajes de la convulsa escena artística moderna europea de los años del cambio de siglo. Klimt alen­tó –por medio de su protagonis­mo en la Secession desde 1897–la modernización y la apertura del arte austriaco a las tenden­cias europeas; en él confluyen la influencia del Jugendstil alemán de Múnich, el Modem Style escocés de Mackintosh y la lec­ción de impresionistas y posim­presionistas franceses con la herencia simbolista del romanti­cismo alemán y nórdico.





"...AL ARTE SU LIBERTAD"

"Es usted a la vez un pintor de visión y un filósofo moderno (...). Mientras pinta, se convier­te en el más moderno de los hombres, algo que quizá no sea en la vida cotidiana". Así se refería a Klimt el poeta vienés Peter Altenberg, y, en efecto, el activismo moderno fue la más señalada militancia de Klimt y sus colegas de la Secession. Se trataba, como dijo el arquitecto Otto Wagner, de "mostrarle al hombre moderno su rostro auténtico", aquel que ocultaban los falsos adornos historicistas del arte oficial. Klimt, que había empezado con éxito su carrera bajo la influencia del gélido his­toricismo de Hans Makart –el más importante pintor académi­co austriaco de la época–, publi­có en 1898 un dibujo titulado Nuda veritas en la revista Ver Sacrum –luego pintará un cua­dro con el mismo tema– que bien podría glosar la frase de Wagner: una muchacha desnuda mira frontalmente al espectador y le pone ante sus ojos un espe­jo. Ese compromiso con el pre­sente y con la libertad románti­ca del artista es el núcleo del ideario de Klimt y la Secession, sobre la puerta de cuyo edificio vienés lucía el expresivo lema "A la época su arte, al arte su libertad". Son incontables los artistas extranjeros modernos incluidos en las exposiciones de la Secession, la Kunstschau o las muestras de la galería Mieth­ke, programada por Carl Moll, entre 1898 y 1909; baste seña­lar a Mackintosh o Toorop como ejemplos del modernismo y a Monet, Signac, Gauguin, Van Gogh, Bonnard, Vuillard o Matisse entre los impresionistas y posimpresionistas franceses.

LA OBRA DE ARTE TOTAL

La obra de Klimt puede verse, en cierto modo, como un preci­pitado original de todos esos ingredientes. Su objetivo era un arte idealista y autorreferencial, liberado de hipotecas y compro­misos más allá de sus exigencias intrínsecas, pero que, al mismo tiempo, constituyera una pro­funda indagación en la identi‑






dad de su tiempo. Por otra par­te, Klimt quizá sea el único pin­tor que abrazó con todas sus consecuencias el programa modernista de integración de la pintura, las artes decorativas y la arquitectura en un todo homogéneo. Sus comienzos como decorador en los edificios monumentales de la Ringstrasse son un preludio de esa voca­ción, que se proyecta con distin­ta intensidad en los frustrados paneles para el Aula Magna de la Universidad (1894-1903), el Fri­so de Beethoven (1902) y, sobre todo, en el mosaico para el comedor del palacio Stoclet de Bruselas (1906-1911), obra del arquitecto Josef Hoffmann y ple­na realización de la idea moder­nista de "obra de arte total". Klimt pone al servicio de esa concepción decorativa de la pintura los avances de la inci­piente vanguardia internacional respecto a la fidelidad a la con­dición plana, superficial de lo pictórico. El espacio y la repre­sentación naturalista dejan paso así a la alegoría plana, decorativa y simbolista.

EL SIMBOLISMO FEMENINO

Con ser absolutamente original el lenguaje pictórico elaborado por Klimt, lo más llamativo de su obra es que esa moderna alegoría decorativa está tamizada por la omnipresencia de lo femenino. Salvo contadas excepciones, consagró sólo a mujeres su cele­brada faceta de retratista y sus personajes alegóricos encuen­tran, invariablemente, una tra­ducción femenina. El significado de lo femenino en Klimt siempre ha sido un asunto controvertido para la crítica. A veces se ha pre­sentado al pintor como promotor de una imagen moderna y libera­da de la mujer: otras. se enfatiza la condición hermética y hasta amenazante que cobra en muchas de sus obras. Sea como fuere. la mujer es el catalizador mítico del simbolismo de Klimt, imagen de la vida y de la muerte; amenaza y promesa a un tiempo. En la obra alegórica de Klimt la mujer representa todo lo enigmá­tico. lo que no se somete a la razón y la ciencia. Junto a ello están la mujer inaccesible, trans­formada en emblema decorativo de los retratos. y las modelos que posaron -en actitudes eróticas horno y heterosexuales e incluso masturbándose- para los miles de dibujos eróticos que Klimt nunca mostraría en vida y que, en gran medida. preludian los desnudos de Egon Schiele. A diferencia de su joven seguidor, Klimt siempre adopta una postu­ra distante del motivo, de voyeur que tiene acceso a una intimidad que, de algún modo, le es ajena e inaccesible.

UN ARTISTA DE TRANSICIÓN

A las puertas mismas de la van­guardia, Klimt no llega a ser pro­piamente parte de ella. La ruptu­ra de la Secession, que siempre persiguió -y con frecuencia obtuvo- la protección oficial, sólo fue, a la postre, parcial, aunque el propio Klimt abando­nara los encargos públicos for­malmente en 1905. En un con­texto nacional y cultural muy diferente, Klimt es el último eslabón de un ciclo y el funda­mento de otro, como los impre­sionistas lo fueron en Francia. Su actitud con los jóvenes, como Schiele y Kokoschka, que enla­zan con la posterior vanguardia expresionista germana, fue siem­pre generosa y abierta, facilitan­do, por ejemplo, la participación del último en la Kunstschau de 1908 al margen del criterio del jurado. Klimt, en todo caso, es todavía hoy un símbolo de exquisito refinamiento en la his­toria de la pintura moderna.

Globus Comunicación, 1996 
Texto: José María Faerna García-Bermejo