La mujer como metáfora
La obra de Gustav Klimt reúne dos elementos cuya coincidencia no es demasiado frecuente en la historia del arte: salta a la vista su singularidad, la impresión de que en ella se encierran claves íntimas; pero, al mismo tiempo, es una síntesis casi exhaustiva de las inquietudes, tendencias y lenguajes de la convulsa escena artística moderna europea de los años del cambio de siglo. Klimt alentó –por medio de su protagonismo en la Secession desde 1897–la modernización y la apertura del arte austriaco a las tendencias europeas; en él confluyen la influencia del Jugendstil alemán de Múnich, el Modem Style escocés de Mackintosh y la lección de impresionistas y posimpresionistas franceses con la herencia simbolista del romanticismo alemán y nórdico.
"...AL ARTE SU LIBERTAD"
"Es usted a la vez un pintor de visión y un filósofo moderno (...). Mientras pinta, se convierte en el más moderno de los hombres, algo que quizá no sea en la vida cotidiana". Así se refería a Klimt el poeta vienés Peter Altenberg, y, en efecto, el activismo moderno fue la más señalada militancia de Klimt y sus colegas de la Secession. Se trataba, como dijo el arquitecto Otto Wagner, de "mostrarle al hombre moderno su rostro auténtico", aquel que ocultaban los falsos adornos historicistas del arte oficial. Klimt, que había empezado con éxito su carrera bajo la influencia del gélido historicismo de Hans Makart –el más importante pintor académico austriaco de la época–, publicó en 1898 un dibujo titulado Nuda veritas en la revista Ver Sacrum –luego pintará un cuadro con el mismo tema– que bien podría glosar la frase de Wagner: una muchacha desnuda mira frontalmente al espectador y le pone ante sus ojos un espejo. Ese compromiso con el presente y con la libertad romántica del artista es el núcleo del ideario de Klimt y la Secession, sobre la puerta de cuyo edificio vienés lucía el expresivo lema "A la época su arte, al arte su libertad". Son incontables los artistas extranjeros modernos incluidos en las exposiciones de la Secession, la Kunstschau o las muestras de la galería Miethke, programada por Carl Moll, entre 1898 y 1909; baste señalar a Mackintosh o Toorop como ejemplos del modernismo y a Monet, Signac, Gauguin, Van Gogh, Bonnard, Vuillard o Matisse entre los impresionistas y posimpresionistas franceses.
LA OBRA DE ARTE TOTAL
La obra de Klimt puede verse, en cierto modo, como un precipitado original de todos esos ingredientes. Su objetivo era un arte idealista y autorreferencial, liberado de hipotecas y compromisos más allá de sus exigencias intrínsecas, pero que, al mismo tiempo, constituyera una profunda indagación en la identi‑
dad de su tiempo. Por otra parte, Klimt quizá sea el único pintor que abrazó con todas sus consecuencias el programa modernista de integración de la pintura, las artes decorativas y la arquitectura en un todo homogéneo. Sus comienzos como decorador en los edificios monumentales de la Ringstrasse son un preludio de esa vocación, que se proyecta con distinta intensidad en los frustrados paneles para el Aula Magna de la Universidad (1894-1903), el Friso de Beethoven (1902) y, sobre todo, en el mosaico para el comedor del palacio Stoclet de Bruselas (1906-1911), obra del arquitecto Josef Hoffmann y plena realización de la idea modernista de "obra de arte total". Klimt pone al servicio de esa concepción decorativa de la pintura los avances de la incipiente vanguardia internacional respecto a la fidelidad a la condición plana, superficial de lo pictórico. El espacio y la representación naturalista dejan paso así a la alegoría plana, decorativa y simbolista.
EL SIMBOLISMO FEMENINO
Con ser absolutamente original el lenguaje pictórico elaborado por Klimt, lo más llamativo de su obra es que esa moderna alegoría decorativa está tamizada por la omnipresencia de lo femenino. Salvo contadas excepciones, consagró sólo a mujeres su celebrada faceta de retratista y sus personajes alegóricos encuentran, invariablemente, una traducción femenina. El significado de lo femenino en Klimt siempre ha sido un asunto controvertido para la crítica. A veces se ha presentado al pintor como promotor de una imagen moderna y liberada de la mujer: otras. se enfatiza la condición hermética y hasta amenazante que cobra en muchas de sus obras. Sea como fuere. la mujer es el catalizador mítico del simbolismo de Klimt, imagen de la vida y de la muerte; amenaza y promesa a un tiempo. En la obra alegórica de Klimt la mujer representa todo lo enigmático. lo que no se somete a la razón y la ciencia. Junto a ello están la mujer inaccesible, transformada en emblema decorativo de los retratos. y las modelos que posaron -en actitudes eróticas horno y heterosexuales e incluso masturbándose- para los miles de dibujos eróticos que Klimt nunca mostraría en vida y que, en gran medida. preludian los desnudos de Egon Schiele. A diferencia de su joven seguidor, Klimt siempre adopta una postura distante del motivo, de voyeur que tiene acceso a una intimidad que, de algún modo, le es ajena e inaccesible.
UN ARTISTA DE TRANSICIÓN
A las puertas mismas de la vanguardia, Klimt no llega a ser propiamente parte de ella. La ruptura de la Secession, que siempre persiguió -y con frecuencia obtuvo- la protección oficial, sólo fue, a la postre, parcial, aunque el propio Klimt abandonara los encargos públicos formalmente en 1905. En un contexto nacional y cultural muy diferente, Klimt es el último eslabón de un ciclo y el fundamento de otro, como los impresionistas lo fueron en Francia. Su actitud con los jóvenes, como Schiele y Kokoschka, que enlazan con la posterior vanguardia expresionista germana, fue siempre generosa y abierta, facilitando, por ejemplo, la participación del último en la Kunstschau de 1908 al margen del criterio del jurado. Klimt, en todo caso, es todavía hoy un símbolo de exquisito refinamiento en la historia de la pintura moderna.
Globus Comunicación, 1996
Texto: José María Faerna García-Bermejo
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