domingo, 29 de septiembre de 2024
sábado, 28 de septiembre de 2024
Manga de formación
Elisa McCausland
Catarsis
Moto Hagio
Ediciones Tomodomo
Japón
Rústica con sobrecubierta
448 págs.
Blanco y negro
Obra relacionada
¿Quién es el 11º pasajero?
Moto Hagio
(Ediciones Tomodomo)
La balada del viento y los árboles
Keiko Takemiya
(Milky Way Ediciones)
La Rosa de Versalles
Riyoko Ikeda
(Azake Ediciones)
Autora de shôjo manga inédita en España hasta la edición en 2016 del clásico de ciencia ficción ¿Quién es el 11.º pasajero?, así como del recopilatorio de historias cortas que nos ocupa, Catarsis (2018) —ambas por la editorial Tomodomo—, Moto Hagio (1949) responde al paradigma de autora de largo recorrido que, tras casi cincuenta años de carrera y una impresionante colección de títulos donde la fantasía, el terror y la ciencia ficción son determinantes —Poe no Ichizoku (1972-76), Thomas no Shinzô (1974-75), Marginal (1985-87), Barbara Ikai (2002-05) o Uwa Uchūsen no U (2016)— ha comenzado a ver reconocidos sus méritos artísticos en esta segunda década del siglo XXI. Estamos hablando de la primera mangaka en recibir la Medalla de Honor con distintivo púrpura del gobierno japonés (2012), así como el prestigioso Premio Asahi, galardón otorgado por el periódico del mismo nombre desde 1929 que «honra a personas que hayan contribuido a los avances en la cultura y la sociedad japonesa».
A ello hay sumarle la labor de recuperación de material clásico para el público anglosajón de la mano de Fantagraphics. En nuestro país, esa tarea la está llevando a cabo, como apuntábamos, la editorial Tomodomo, cuyo cuidado trabajo de contextualización histórica se suma a la reciente actividad editorial al respecto de otras casas, como Milky Way —con la recuperación de La balada del viento y los árboles, de la contemporánea (y amiga) de Hagio, Keiko Takemiya (1950)—, o Satori, editorial literaria especializada en cultura japonesa, que ha comenzado a publicar manga este pasado 2018, rescatando de la historia del medio al influyente Shôtarô Ishinomori (1938-1998) con su obra Mi vida sexual y otros relatos eróticos; autor que, junto a Osamu Tezuka (1928-1989) y Masako Watanabe (1929), entre otros, influyeron en el llamado Grupo del 24, que reunía a aquellas mujeres nacidas en torno al año 24 del periodo Showa, es decir, 1949.
Moto Hagio, junto a Keiko Takemiya, fueron punta de lanza en la década de los setenta de toda una generación de autoras —Yasuko Aoike (1948), Riyoko Ikeda (1947), Toshie Kihara (1948), Minori Kimura (1949), Yumiko Oshima (1947), Nanaeko Sasaya (1950) y Ryoko Yamagishi (1947)— conocidas en la ensayística anglosajona como The Magnificent Forty-Niners. Además de ser las responsables de haber tejido una importante red de apoyo mutuo entre autoras, el trabajo artístico de esta generación se caracterizó por reapropiarse del shôjo manga en términos creativos —podríamos decir que, incluso, políticos—. Desde este género orientado a las adolescentes, las autoras se permitieron experimentar con forma y fondo, innovando desde la falta de prejuicios la manera de abordar la psique de los personajes y la codificación de las relaciones. En sus pinceles, los límites del shôjo manga se difuminaron con los de la fantasía, la aventura y la ciencia ficción, logrando una frescura que también propició la llegada de subgéneros propios del fanfiction como el shônen-ai/yaoi —historias de amor homosexual entre chicos— al mainstream.
Encontramos estas características en la compilación de doce historias cortas que componen el volumen Catarsis, una selección que permite hacerse una idea del trabajo que Moto Hagio llevó a cabo para revistas como Seventeen, Petit Flower o Big Gold entre 1971 y 1998, y que, ya sea desde el costumbrismo, la fantasía gótica o la ficción especulativa, problematiza las relaciones madre e hija (La niña iguana, Sayo se cose un yukata), los mandatos de género (Amigo K) o las tensiones entre expectativas familiares y realización personal (Catarsis). Asimismo, Hagio hace suyo el campo de batalla de las relaciones para afrontar temas complejos y profundos, como la (im)posibilidad de conocer al otro (Al sol de la tarde) o a uno mismo (Mitad); así como problemáticas con déficit de representación tales como el aborto (Camuflaje de ángel). Pero, si hay una cuestión que atraviesa gran parte de las historias cortas recogidas en Catarsis, y que es sintomática de la sociedad japonesa desde la II Guerra Mundial, es el proceso de asimilación de un sistema que pide total sumisión del proyecto de adulto a la autoridad, sea esta familiar, formativa o laboral.
Proceso contra el que se rebelaron en la ficción, y en el mundo real, las autoras del Grupo del 24 que, como Hagio, hicieron crítica desde sus obras a las políticas educativas de un país que había volcado sus esperanzas desarrollistas en la obediencia de las nuevas generaciones. Como bien le espeta a su familia uno de sus personajes, «al menos quiero intentar no ser un robot».
Jot Down Comics
Anuario 2018
viernes, 27 de septiembre de 2024
Se recomienda la no conformidad
Elizabeth Casillas
Bitch Planet
Kelly Sue DeConnick y Valentine De Landro
Astiberri Ediciones
Estados Unidos
Cartoné (2 vols. públicados hasta la fecha)
136 págs.
Color
Obra relacionada
Bella Muerte
Kelly Sue DeConnick y Emma Ríos
(Astiberri Ediciones)
Capitana Marvel. Anhelando volar
Kelly Sue DeConnick, Emma Ríos y Dexter Soy
(Panini Cómics)
Pájaro Burlón
Chelsea Cain, Kate Niemczyk y Joëlle Jones
(Panini Cómics)
2017 ha sido el año de las distopías feministas, y prueba de ello es el éxito cosechado por la adaptación televisiva de El cuento de la criada, de Margaret Atwood —con la consiguiente reedición de un libro que, en nuestro país, llevaba años descatalogado— o la publicación de la obra que nos atañe: Bitch Planet, de la aclamada guionista Kelly Sue DeConnick y el dibujante Valentine De Landro, por parte de la editorial Astiberri. De hecho, tanto la obra culmen de Atwood como el cómic de DeConnick y De Landro se tocan, de forma tangencial, en las viñetas. «Nolite te bastardes carborundorum» se puede leer en las manos de Kamau Kogo, una de las reclusas protagonista del cómic, el mismo mensaje que la criada de Atwood encuentra en su habitación y convierte en el lema que le sirve de guía.
En un futuro no muy lejano, Kelly Sue DeConnick ha imaginado una sociedad gobernada por el Protectorado, una suerte de patriarcado corporativista que ensalza valores como el sexismo institucional o el racismo, en el que las mujeres deben vivir bajo la consigna de ser un, no tan arcaico, ángel del hogar. Es decir, vivir supeditadas al hombre, asegurándose de mantener un hogar perfecto que sacie todas sus necesidades y una imagen no menos perfecta (bajo los cánones de belleza de los Padres del Protectorado, por supuesto). Un futuro en el que los derechos de las mujeres no solo retroceden décadas, sino que se endurecen aún más: aquellas que no se resignan a mantener una vida mansa y docil son consideradas «no conformes» y enviadas al Puesto de Obediencia Auxiliar, más conocido como el Planeta de las Zorras.
DeConnick nos envía en una nave hasta este lugar alejado de la Tierra —que, por cierto, ha dejado de ser mujer— para conocer a un grupo de convictas tan furiosas que podrían dinamitar el planeta. «La Tierra es el padre y vuestro Padre os ha desterrado», les anuncian a las reclusas cuando llegan al Puesto de Obediencia Auxiliar. Este primer volumen, que recopila las cinco primeras grapas de la serie que originalmente editó Image en Estados Unidos, sirve para introducirse tanto en los personajes como en las normas que rigen esta sociedad distópica. Vamos conociendo individualmente a las no conformes que protagonizan la serie y que, en cierto modo, representan a una masa más amplia, así como el plan que el Protectorado tiene pensado para las nuevas: formar el primer equipo femenino de Megatón, un deporte que consiste, básicamente, en sobrevivir.
Vamos de Kamau Kogo, no conforme que acude al Planeta de las Zorras como voluntaria, a Penelope Leona Rolle, detenida por insubordinación, agresiones varias y, aquí la cosa se pone extraña, repetidas ofensas estéticas, desfiguración capilar y obesidad gratuita. Al Protectorado le importa lo que piensas, pero también la imagen que proyectas. Y es precisamente aquí, en el simulacro de la estética, donde destaca el trabajo de De Landro: creando una atmósfera única y un diseño de personajes lo suficientemente versátil para mostrar todos los claroscuros de una sociedad enferma. Un trazo rudo que contrasta con los personajes hipersexualizados de las otras mujeres, las conformes, y su visión en rosa.
A través de esta obra, tanto DeConnick como De Landro intentan mostrar una nueva perspectiva de un problema real, la violencia sistémica contra las mujeres, y una visión de lo que sucede cuando los movimientos sociales, en este caso un feminismo interseccional, es derrocado. Asusta, echando la vista atrás, como algunas de las distopías escritas en el pasado siglo se han ido haciendo realidad y otras más recientes, como las mostradas en la serie Black Mirror, cada vez nos parecen menos descabelladas. Vivimos en una sociedad en la que la mujer es juzgada por sus pensamientos autónomos, por la búsqueda de la igualdad, y las «no conformes» se parecen demasiado a esas otras mujeres que algunos hoy denominan «feminazis». Puede que aquí radique también el éxito de esta serie y el que se haya creado una comunidad tan fuerte en torno a ella. No en vano, son muchas, en su mayoría mujeres, las que se han apropiado de los términos del cómic para continuar luchando por los ideales feministas.
Quizás sea un primer volumen de contextos, un tanto frío y duro, pero pone sobre aviso de lo que está por venir. De la lucha que desde dentro tiene que dinamitar al Protectorado. Lo más aterrador de Bitch Planet es que esta distopía puede hacerse realidad, pero si 2017 fue también el año del #metoo, del sacar pecho, aún queda esperanza también para las zorras. El libro dos ve la luz a principios de 2018, será mejor que no intenten contenerlas.
Jot Down Comics
Anuario 2017
Eternas sirenas de Formentera
El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
No hay verano en Formentera sin sirenas. Suelen aparecer cuando menos te o esperas. Un año unos niños encontraron una varada en cala Saona (trató de hacer creer que era una animadora disfrazada, pero ni los niños ni yo lo creímos). Otras veces parecen personas normales y sin embargo si las miras bien las reconoces, incluso de cintura para arriba. Estas varaciones van surgiendo sirenas en la isla, variaciones de la gran sirena primordial, ese arquetipo que nada en nuestro inconsciente. La más conspicua es la de cabello azul y pecho generoso que han pintado a todo lo largo de la vieja camioneta aparcada junto al bar Ses Roques.
Pero quizá el más noble avatar de sirena de esta temporada sea —al menos para este cronista, convertido en el Lady Whistledown de Formentera, que va es destino - Jamu, la guapa hija modelo de Sílvia Figarola. Una curiosa sirena, desde luego, pues es de origen nepalí. Sea como sea y aunque llevar sirenas a Formentera —donde el propio mar riela mediodía convertido en un manto de escamas— es como llevar carbón a Newcastle o polvorones a Estepa, para mí es ya una tradición viajar a la isla con algún libro sobre ellas, no sea que te quedes sin. Este año me he traído dos, ambas novelas, y que han resultado muy buenas.
Una es de terror. Into the Drowning Deep, de Mira Grant (Orbit, 2017), que advierte desde la primera página "¡manteneros fuera del agua!" (como si eso fuera posible en Formentera). El argumento es sensacional: el barco Atargatis (!) desaparece en la zona de la fosa de las Marianas llevando a bordo un equipo para filmar un falso documental criptozoológico sobre sirenas. Un vídeo enviado el último día antes de perder contacto muestra el ataque de... sirenas. Siete años después, otro barco, el Melusina (!!), parte para esclarecer el asunto. De lo escalofriante de este thriller baste con decir que para leerlo he tenido que salir de debajo de la sombrilla pues para conjurar todo su horror hace falta pleno sol.
La segunda novela que he traído es American mermaid, de otra escritora, Julia Langbein (Vintage, 2024), que se presenta como una obra provocadora y divertida, aunque maldita la gracia que tiene de entrada el que una pareja encuentre a una sirena niña en las islas Feroe y para quedársela y humanizarla la sometan a una brutal y dolorosa operación a cargo de un cirujano japonés que la deja en silla de ruedas.
La historia, metaliteraria, la cuenta en una novela dentro de la novela una profesora metida a escritora que consigue un gran éxito con su libro y se ve arrastrada al enloquecido mundo de Hollywood cuando se decide llevarlo al cine. Entre las escenas singulares, la visita que hacen la contrita autora y los descerebrados guionistas a un restaurante japonés para estudiar la anatomía de los pescados y ver de qué forma se puede plasmar (o no) la vida sexual de una sirena en La pantalla. Lo que hace pensar, por cierto, en la perturbadora sirena abierta de ¡piernas? de El faro, de Robert Egger; en la que llevaba tatuada en el hombro izquierdo Paddy Leigh Fermor, con una práctica doble cola, o en la del valiente y premiado anuncio del medicamento GineCanesbalance contra la vaginosis, y no el la Ariel de La sirenita
Y en Formentera, donde las sirenas se esconden, se metamorfosean y se ríen de ti (o sea de mí), como las pillas seductoras y embaucadoras que son, me encuentro otra, inesperada, una conversación en San Frances con ese Ulises que es Ernest de Longis. El buceador y dueño del honesto Sa Pizza, uno de los establecimientos tradicionales de esta isla que los va perdiendo a golpe de talonario — el otrora tan romántico Sa Sequi es ahora Cala Dúo, un beach club -, me comenta las novedades de la isla. Y cuando le pregunto, como quien no quiere la cosa, si no habrá visto al guna sirena, para mi sorpre. sa, esboza una amplia sonrisa ¡y me dice que sí!
Ha recuperado un antiguo amor de su ciudad natal, Benevento, en la Campania, Francesca, que le ha devuelto las ilusiones y a la que esta esperando para recorrer juntos la isla. Se le ve envidiablemente feliz. "Es el karma, por portarme bien", se despide. El karma, jo, que putada.
El Pais. Sábado 10 de agosto de 2024
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