miércoles, 5 de febrero de 2025

En defensa de la blasfemia

 Ensayo

En el 10º aniversario del atentado de Charlie Hebdo, dos libros analizan cómo el fanatismo religioso desafía los principios fundamentales de la libertad de expresión


Un semanario de Charlie Hebdo rodeado de velas en la acera junto a la embajada de Francia en Berlín, tras el atentado en la redacción del semanario parisino en enero de 2015.

Carsten Koall (GETTY IMAGES)

Por Daniel Gascón

Acaban de cumplirse 10 años de la masacre de Charlie Hebdo, que causó 12 muertos y cuatro heridos graves. Para contextualizar el atentado debemos tener en cuenta la situación sociorreligiosa en Francia y la pujanza de las versiones más violentas del islam, la historia de la caricatura y la blasfemia, así como los avatares de esta revista fundada en 1970, vinculada al radicalismo de izquierdas y el laicismo, pero la versión breve arranca con el asesinato del cineasta Theo Van Gogh en Ámsterdam en 2004 a manos de un islamista fanático. Un tiempo después ante las denuncias por la autocensura frente a la religión musulmana, el periódico danés Jyllands-Fosten realizó un llamamiento para recibir y publicar caricaturas de Mahoma. Primero los dibujos no generaron ninguna reacción, con el tiempo- y propaganda, porque se falsificó un dosier para generar indignación- desencadenaron protestas en varios países. En Francia, France-Soir publicó las caricaturas; su director fue despedido. En solidaridad, Charlie-Hebdo reprodujo ilustraciones y añadió otras, lo que provocó demandas de la Gran Mezquita de París, la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia y la Liga Islámica Mundial por ofender la dignidad de los creyentes. Pedían una ley de blasfemia. El juicio se celebró y la publicación fue absuelta. La redacción sufrió un atentado en 2011; cuatro años después se produjo la masacre. El juicio contra los asesinos y sus cómplices fue en 2020.

La conmoción por los asesinatos puede eclipsar un debate sobre la libertad de expresión y la sátira, y sobre la alianza de una categoría tan antigua como la blasfemia y la superstición contemporánea del derecho a no sentirse ofendido. La causa de la libertad tiene un defensor sólido en Richard Malka (1968), abogado, escritor, que representa al semanario. Elogio de la irreverencia recoge su alegato en el juicio de 2007; también incluye el de Georges Kiejman (1932-2023), que representó a personalidades como Ionesco, Truffaut o Costa-Gavras, y fue ministro con Mitterrand.

Los abogados muestras que otras religiones han recibido más ataques en la revista, sostienen que la portada (con un Mahoma que lamenta lo duro que es ser amado por imbéciles) critica a los islamistas y no a los musulmanes o la religión. Repasan más casos y refutan los argumentos de los demandantes: explican que lo que llaman islamofobia en Francia se castiga como blasfemia en otros pauses, que la revista no actúa "por dinero", que otras publicaciones no afrontaron las mismas consecuencias. Y señalan que defender el derecho a publicar caricaturas no significa aprobar su contenido. Malka dice a los demandantes que pretenden restablecer la prohibición de la crítica a la religión "sin que nos demos cuenta". Charlie Hebdo, argumenta, no tendría razón de ser si no hubiera publicado esas caricaturas; al pretender prohibir las burlas solo a su religión y apelar a la "islamafobia", con sus connotaciones racistas, los denunciantes exigen un trato distinto al de los demás. Malka y Kiejman señalan que quienes más sufren la intolerancia islamista son personas de origen musulman. Glosan a pensadores musulmanes que defienden la libertad crítica, y a los que ignoran políticos e intelectuales occidentales de derecha e izquierda cuando recomiendan no herir la sensibilidad de los intolerantes: de Ségolène Royal a Jacques Chirac, pasando por Emmanuel Todd y Virginie Despentes el panorama abunda en actuaciones deshonrosas "Lo que está en juego no es solo la libertad de Charlie Hebdo, sino la libertad de prensa, de los artistas, de los creadores, de los intelectuales, en Francia, en Europa y en el mundo entero", dice Philippe Val, director de la revista.

Tratado sobre la intolerancia recoge el alegato de Malka en el juicio de apelación por el atentado (el del primer proceso se puede leer El derecho a cagarse en Dios, de 2022). Pronunciado en la sala Voltaire -de quien el abogado cita la observación "es vergonzoso que los fanáticos muestren celo y que los sabios no lo tengan- , el texto es una acusación: a una interpretación de la religión "que trasnforma a los humanos ordinarios en autores de crímenes a cual más mosntruoso". Relata polémicas teológicas y fracasos estatales en Francia y señala la fuerza del wahabismo, pero también sus inconsistencias: su lectura pretendidamente literal es una falsificación. "La libertad de palabra se ha convertido en su objetivo porque es el arma más peligrosa contra su fanatismo", sostiene. "Cuanto más se sacralizan las creencias, menos se respeta a los hombres"; el pasado sirve a los intereses del presente, y "una parte de nuestra élite se empeña en hacer a las víctimas del terror responsables de lo que les ha sucedido", apunta Malka.

Cita una reflexión de Thomas Mann: "En todo humanismo hay un elemento de debilidad que viene de su repugnancia por todo fanatismo, de su tolerancia y su inclinación hacia un escepticismo indulgente, de su bondad natural. Eso, en ciertas circunstancias, puede ser fatal. De ahí que necesitemos un humanismo militante, convencido de que el principio de la libertad, de la tolerancia y del libre examen no tiene derecho a dejarse explotar por el fanatismo desvergonzado de sus enemigos". Por eso necesitamos la irreverencia admirable y estridente de Charlie Hebdo.




Tratado sobre la intolerancia

Richard Malka

Traducción de Leopoldo Kulesz

Libros del Zorzal, 2025

112 páginas. 9,90 euros


Elogio de la irreverencia

Richard Malka y Geroges Kiejman

Traducción de Alberto Torrego

Libros del Zorzal, 2024

144. 14,50 euros



El Pais. Babelia núm. 1.730. Sábado 18 de enero de 2025

martes, 4 de febrero de 2025

HELLBLAZER / Varios autores




Si empiezan a aparecer símbolos raritos escritos con sangre en tu pared, si todo tu edificio cae misteriosamente enfermo de repente —repito: misteriosamente, no vale que tengáis una antena de telefonía en la azotea—, si tu padre es poseído por un demonio de los chungos, si llega un extraño paquete desde África y todo el que lo toca parece sufrir un destino aciago, ponte guapo porque seguramente recibirás una visita de John Constantine.

Lo reconocerás por su gabardina, que deja aparcada tan rara vez que ya hasta tiene vida propia, lo reconocerás porque fuma un cigarrillo detrás de otro, lo reconocerás porque te hablará como si fueras un excremento abandonado en un bordillo y aun así tendrás la impresión de que es el único que puede salvarte de los males que te acechan. Y picarás, claro. Todos picamos.



John Constantine es el protagonista de Hellblazer, una saga que ha durado casi treinta años. Y se la debemos, como tantas otras cosas, a Alan Moore y su Cosa. La del Pantano. Constantine lleva desde 1985 siendo un bastardo —en sentido figurado, que ahora con la popularidad de Jon Nieve hay que estarlo aclarando—, un embaucador.

Como mago, es la antítesis de Harry Potter, la némesis de Juan Tamariz: demonios, sectas, sociedades secretas de magia negra, vudú, figuras maléficas de cuantas mitologías son, horrores de los que ni siquiera has oído hablar... John Constantine está metido hasta las cejas en toda la miseria de este mundo. No siempre fue así: empezó como una afición adolescente por la magia, por lo paranormal, por lo oculto. Lo cierto es que le venía de familia. Su avidez le llevó a codearse con las más peligrosas compañías. No había problema en el que Constantine no metiera sus narices. Y lograba salir indemne. Así se labró una fama. Todos los bandos de su peculiar mundillo trataron de reclutarle para sus filas y él los dejó en ridículo con su cáustico sarcasmo y su soberbia. Siguió sacando tajada de todos los asuntos en los que se veía envuelto. Hizo enemigos entre los suyos y aún más enemigos entre los del más allá. Se convirtió en un elemento demasiado peligroso. Un objetivo. Pero Constantine, el arrogante, el estafador, se adelanta a todas las trampas, traza sus faroles como un astuto jugador de cartas y consigue salir airoso de las encerronas. Para entendernos, podrían hacer unas quince temporadas chungas de American Horror Story —¡háganlas!, ¡háganlas!— solo con sus correrías, si no fuera porque Constantine es inglés. Tal vez sea el clima del país —«Maldita comida de avión. Maldita lluvia. Maldita Inglaterra»— lo que le ha condenado a ser un cínico, un sinvergüenza, un gilipollas que husmea en las desgracias ajenas intentando sacar tajada. Tal vez hubiera preferido seguir con su grupo de punk y no haberse adentrado tanto en el abismo. Pero ahora ya no puede ni sabe desandar el camino. Y muchas veces, es el único que puede hacer algo cuando algún insensato cruza la línea y hace emerger un horror de los que palpitan en la oscuridad.

Créeme, John es el tipo de mago que te salvará el culo pinturrajeando símbolos arcanos en el suelo de tu casa mientras te envía socarronamente a dormir. Pero por la mañana habrá desaparecido, junto a tus grimorios, tus amuletos, tus pentáculos y todas esas cosas que un amante de la demonología como tú, querida amiga, tiene en su casa.

Pero ¿es que John no conoce el amor? ¿Siempre ha sido un gilipollas? No, claro. Ya en los primeros números de la serie se deja entrever el motivo de la áspera personalidad del mago. John Constantine mira al abismo y le sostiene la mirada en un pulso titánico. Pero es imposible alternar con la miseria durante tanto tiempo sin que esta impregne tu vida hasta las heces. Constantine ha sido maldecido en todas las lenguas conocidas, y su maldición se ceba con aquellos a los que ama. Su entorno se ve peligrosamente envuelto en la sordidez de sus andanzas: su hermana, su padre, su sobrina, sus amigos, todas sus novias... Torturados, enloquecidos, condenados, usados como moneda de cambio. Muertos de maneras horribles, en la mayoría de los casos. Y por si esto no fuera suficientemente doloroso para él, los fantasmas de sus seres queridos se le aparecen para culparle, para atormentarle. No es precisamente un panorama acogedor, ¿verdad?

¿Y qué harías tú? En alguna callejuela de Londres, John Constantine enciende un cigarro y sonríe con arrogancia.

¿Dónde fuiste, Lobezno?

Esta nueva miniserie contesta a una pregunta que los fans de las peripecias del mutante canadiense llevan tiempo haciéndose


José Luis Vidal

29 de enero 2025 


Nació con el nombre de James, su vida ha sido larga, repleta de aventuras, drama, violencia… Todos le conocemos como Logan, aunque tal vez haya sido su puesto como miembro de La Patrulla-X el que le ha dado más fama, con el apodo de Lobezno.


Leyendas de La Patrulla-X. Lobezno: Corte profundo

Guion: Chris Claremont

Dibujo: Edgar Salazar

Tapa blanda

Color

96 págs.

9,95 euros

Panini Cómics


Seguro que vosotros, lectores, os sabéis al dedillo todas y cada una de las historias protagonizadas por este personaje, aficionado a la cerveza y fumador de puros. Pero hay un momento en su biografía que, hasta ahora, había quedado sin narrar.

Tanto él como sus compañeros mutantes fueron dados por muertos, pero tan solo se convirtió en una tapadera que los trasladó a la lejana Australia, donde durante una temporada permanecieron ocultos, librándose del acoso mediático y la persecución de algunos de sus peores enemigos.

Y precisamente en esa época, de 'relativa' calma, fue cuando Lobezno recogió sus pocas pertenencias y se marchó a vivir una aventura que nunca conocimos…

Hasta ahora.

Entra en escena el guionista al que se puede considerar como el máximo 'arquitecto' de la historia mutante. Aquel que nos emocionó, nos hizo disfrutar con una novedosa y talentosa visión de la existencia de estos personajes, perseguidos, incomprendidos y odiados por su especial condición.

Nadie ha escrito tanto como él sobre mutantes y, como ya podréis haber imaginado, se trata de Chris Claremont, que vuelve una vez más a sentarse ante el teclado para rellenar ese 'hueco' en la biografía de Logan.

Una vez más le veremos enfrentándose a su más letal némesis, uno de los pocos enemigos que pueden plantarle cara, ya que comparte con él ciertas características mutantes. Se trata de Dientes de Sable, cuya maldad le ha llevado al País del Sol Naciente con una sola idea en mente, asesinar al amor de Lobezno, Lady Mariko.

La lucha entre ambos será, como en otras ocasiones, brutal, dotada de una condición que convierte a ambos en auténticos animales. Una pelea de la que tan solo uno saldrá con vida, y con una importante información que le conducirá a otro lugar bastante conocido por los fans del universo mutante. Un emplazamiento que oculta en sus entrañas el escondite de un grupo de asesinos, comandados por uno de los mayores villanos del Universo Marvel que, realmente, es quien está moviendo los hilos en este apasionante argumento.

Violenta hasta el extremo, esta miniserie demuestra que el tiempo parece no haber pasado y Claremont se pone las pilas en una historia que, además de desvelarnos importantes hechos acaecidos en el pasado de Lobezno, nos lo muestra enfrentándose a situaciones extremadamente violentas, en las que la cuenta de cadáveres va a ir aumentando viñeta a viñeta.

Junto a él, un Edgar Salazar que cumple a la perfección en lo gráfico, dotando a sus páginas de una intensidad brutal.


Diario de Cadiz



El portaviones que capturó un submarino

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

El U-505 con su dotación de presa navega bajo bandera de EE UU una vez capturado.

U.S. Navy


Que mi hermano Carlos me haya regalado por Navidad la figurita de plomo de un capitán de submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial (Günther Prien, el que metió el U-47 en Scapa Flow y hundió el acorazado HMS Royal Oak) me ha devuelto al proceloso tiempo de los lobos grises y su constreñido mundo de ataúdes de acero. Se da la curiosa circunstancia de que yo había comprado para regalarle la misma figurita, de forma que ahora tengo dos capitanes de sumergibles alemanes iguales (a mi hermano le he regalado al final un abrigo), lo que remite, claro, a otros hermanos, los Ites, un caso singular en la fuerza submarina del III Reich (y en cualquier otra). Los Ites, Otto y Rudolf, eran gemelos idénticos y ambos capitanes de U-Boot (Underseeboot, submarino), así que cuando el almirante Doenitz los veía juntos debía pensar que se había pasado con el schnaps.

Mis dos figuritas me han trasladado, pues, a las profundidades y azares de la guerra submarina, un asunto que me interesa tanto histórica como morbosamente dada mi irreductible claustrofobia y cuya atracción hasta me llevó un día, sorprendiéndome a mí mismo, a embarcarme en un submarino de combate, aventura que me confirmó en mi opinión de que es mejor leer de submarinos que meterte en ellos. La casualidad ha querido que la noche de Reyes cayera en mis manos un viejo libro de historias de la Segunda Guerra Mundial de 1960 en el que figuraba el relato del contralmirante  Daniel V. Gallery de uno de los episodios más espectaculares de la contienda: el apresamiento en 1944 de un submarino alemán por un grupo naval estadounidense liderado por el portaviones USS Guadalcanal y a cuyo mando iba el propio Gallery. El tipo era una especie de cowboy obsesionado con capturar un sumergible nazi en alta mar y ser el primero desde 1815 en lanzar el grito de "¡al abordaje!" desde un buque de la armada de su país.

El caso es que lo consiguió: pilló al U-505 frente a Mauritania y se lo llevó a casa. Cómo lo cuenta no tiene desperdicio y te hace meditar sobre en qué manos ha puesto a menudo su flota EEUU. Tras obligar a salir a la superficie al submarino con cargas de profundidad, relata Gallery, "me dije, ¡ahora es la tuya, y echando mano del micrófono lancé la antigua voz de mando nunca hasta entonces oída  por los altoparlantes de un buque de guerra moderno: "¡Al abordaje!". Mientras los alemanes abandonaban la nave, una partida de asalto llegó al U-505 y avanzando en dirección contraria a los tripulantes que huían se introdujo en el submarino. Si hay algo peor que meterse en un submarino es hacerlo en uno enemigo en medio del océano, en pleno combate, con sus ocupantes tensionados y haciendo lo posible por hundirlo para impedir su captura.

Finalmente consiguieron asegurar el U-Boot y tender un cable para que lo remolcara el portaviones. Y Gallery logró su submarino. Estaba exultante, y en su relato destaca la importancia de tomar lo códigos de señales. En realidad, como explica el estudioso Mark Lardas en el más preciso y sereno The capture of U-505 (Osprey, 2022), el apresamiento del submarino en vísperas del desembarco de Normandía puso en apuros a los Aliados, pues ya hacía tiempo que habían descodificado las claves secretas alemanas y conseguido máquinas de cifrar Enigma de otros submarinos. La noticia de la captura de un sumergible alemán, de llegar a los oídos del enemigo, hubiera llevado a los nazis cambiaran de sistema, así que se envió al portaviones y a su presa bien lejos, a las Bermudas, para ocultar allí el U-505.

Lo más asombroso de la captura del sumergible nazi, visto lo difícil y arriesgado de asunto, es que no fue ni mucho menos la única. Los Aliados -véase Enigma U-Boats, de Jack P. Maññmann Showell (Ian Allan, 2009)- lo lograron varias veces. Entre los casos destacables, el U-110 de Lemp, cuya historia inspiró la cuestionada y a veces disparatada pero tan emocionante película U-571, que cambió británicos por estadounidenses. 

Para ambientarme durante estos días de submarinos he aprovechado para ver en Apple TV+ Greyhound, la película de Tom Hanks sobre los convoyes y las manadas de submarinos, que tenía pendiente. Me ha gustado mucho, aunque tiene fallos. El principal es que ni el más descerebrado capitán nazi se dedicaría a lanzar mensajes de radio haciendo bullying a los destructores. La táctica del acoso psicológico del ficticio Grey Wolf es simplemente una gilipollez. La película confunde a los lobos grises de Doenitz, que serían nazis pero eran unos profesionales, con la Rosa de Tokio. A Greyhound, en todo caso, con su absoluta demonización y deshumanización del enemigo, le falta la complejidad moral de Mar cruel (la gran novela de Nicholas Monsarrat y la película subsiguiente), en la que el capitán y los marinos de la corbeta Compass Rose se ven pertubadoramente confrontados a los miembros de la tripulación del odiado submarino que han hundido y a los que han rescatado y hecho prisioneros. Nazis pero gente de mar, gente de mar pero nazis.


El Pais. Sábado 11 de enero de 2025


lunes, 3 de febrero de 2025

Invisible

La soledad, la presión, el maltrato y las vejaciones pueden llevar a que todos tengamos nuestro particular ‘Día de furia’


José Luis Vidal

26 de enero 2025



Al caer la tarde, cuando los trabajadores regresan a sus hogares tras una larga jornada de trabajo, es probable que te lo hayas cruzado por la calle.

O en el silencioso andén del metro, junto como docenas de personas que están más ocupados por mirar sus móviles que a otra cosa.

Tal vez haciendo cola para entrar en el Konbini, ese comercio que visitas a diario en tu barrio, donde él también suele comprar.

Pero nunca, jamás, te has fijado en él. Y es que a los ojos de la gente, Mr. Sato, es prácticamente invisible. En una ciudad tan superpoblada como Tokio, su presencia, siempre cabizbajo, pasa desapercibida. Es un número, un apellido más en el padrón de la urbe.

La vida de Sato-San es tan gris como él mismo. Pasa el día trabajando en la oficina, rodeado de gente que no le tiene en cuenta para nada. Más bien todo lo contrario, ya que comienza a ser algo sospechoso que Sato se quede allí después de la jornada laboral. Cuando todos están deseando salir a tomar una, o varias, copas en algún bar cercano, y darle palique a las Mama-San.

Cuando por fin se dirige a su hogar, un pequeño cubículo, mira de reojo hacia todas las esquinas, ya que la presencia de 'ellos' puede aparecer en cualquier momento. No hay manera de despistarlos. Como los perros de presa que son, siguen su estela a través de las calles, las estaciones de metro hasta que, una vez más, se los encuentra de cara y el mundo se le cae a los pies.

Poco puede hacer Mr. Sato cuando esta pareja de ladrones de poca monta le agreden, no solo verbalmente, exigiéndole el poco dinero que le queda en su cuenta personal.

Y así, una vez más, el protagonista de esta historia regresa al único lugar donde se siente a salvo. Y allí, solo, un don nadie invisible, ha elaborado un plan bastante meticuloso. Le ha llevado tiempo, pero las cosas van a cambiar. Por primera vez podrá mirar a los ojos a aquellos que le pisotean, y gritar, gritar bien fuerte, escupir toda la frustración que, como la amarga hiel, le está carcomiendo por dentro…

Aunque, quién sabe, tal vez el destino del pobre Mr. Sato sea el de interpretar siempre el papel de víctima.

Llega a las librerías españolas la segunda entrega de Lowreader, y en esta ocasión nos traslada al País del Sol Naciente, para narrarnos un oscuro relato en el que la violencia estalla como una olla llena de agua hirviendo, y una vez que esto ocurra, ya no habrá vuelta atrás.

Los autores de esta pequeña gran maravilla de cómic son RUN, pater fundador del sello Label 619, que desde hace ya algunos años viene demostrando que en el país de la bande dessinée se pueden contar otro tipo de historias y en diferentes formatos, alejados del clásico cómic francobelga. Narraciones al límite, donde el terror, lo fantástico y la violencia extrema pueden hacer su aparición cuando menos te lo esperes.

Y junto a él, ilustrando con sumo talento, un partner in crime al que todos los que seguimos la trayectoria de este sello en nuestro país ya conocemos muy, pero que muy bien, Guillaume Singelin, que de la mano del propio RUN, ya nos deleitó con varias historias en la mítica Doggy Bags, publicación madre de donde nació Lowreader tras la marcha del grupo de autores a la editorial Rue de Sevres.

Juntos componen una triste sinfonía, donde el aislamiento de este pobre personaje nos lleva a reflexionar sobre este país tan de moda, Japón, donde todo el mundo viaja ahora para disfrutar de su lado tecnológico y el histórico, pero que si nos fijamos en la vida del ciudadano medio, la cosa ya se pone más gris, con unas existencias en las que el trabajo lo es todo, afectando gravemente a sus vidas personales y familiares.

Justo aquí entra el aspecto didáctico de Lowreader, que como todos ya deberíais saber, se preocupa especialmente porque sus lectores conozcan, por medio de artículos, los temas que se tocan en los relatos de ficción que ocupan sus páginas. Y en esta ocasión se nos habla sobre el reciclado de basuras, el crimen en Japón, la alta incidencia de los suicidios, la política sobre la posesión de un arma…

Temas todos estos que vienen a demostrar que Japón es un lugar bien diferente.

Por último, me gustaría felicitar a la editorial Nuevo Nueve por esta edición, ya que nos ofrece a los lectores un formato muy atractivo que incluye, además del cómic ya referido, los artículos, un buen puñado de ficticios anuncios, un relato corto ilustrado. Y por si todo esto no fuera poco, un poster desplegable con la portada. Y todo ello por un muy asequible precio.

¿Qué más se puede pedir? Ah sí, ¡Que la siguiente entrega de Lowreader llegue pronto a las librerías!


Diario de Cadiz


Gorillaz - Nostalgiaz (video por el 25 aniversario de la banda)

Un montaje de 4 minutos llamado " Nostalgiaz ", con motivo del 25 aniversario del grupo del que aún no se había hablado (y sí, ya 25 años desde el lanzamiento de su primer EP en 2000.


ANiMAL MAN / Grant morrison, Chas Truog, Doug Hazlewood y Brian Bolland




Exordio. una hoja de papel escrita vuela a los pies del pirata de la mente.

Grant Morrison no había cumplido aún los 28 años cuando DC Comics le trajo de Europa para revitalizar algunos de sus viejos personajes. El guionista escocés desembarcaría en el mastodonte de los tebeos norteamericanos al mismo tiempo que Neil Gaiman, solidificando así la invasión de escritores del viejo continente que cambiaría la industria de los comics, y cuya cabeza de puente había sido la publicación del Watchmen de Alan Moore en 1986, dos años antes.

Sí, a Morrison le gustaba la idea de revitalizar viejos personajes. De recuperar vidas antiguas. De traer de vuelta a Krypto, el superperro y a La Máscara Roja. De bucear en las Edades de Oro y de Plata del cómic americano y enseñar al mundo nuevo que debajo de su careta de cinismo posmoderno miraban mil ojos olvidados por los devenires del tiempo.

Pero esa revitalización que iba a llevar a cabo el escritor británico no se parecería en nada a la que había sacudido los universos de Marvel y DC a finales de los ochenta, no. No se trataba de cambiar las mallas del superhéroe y pintarlas de negro; el protagonista no se comportaría como un malote atormentado ni salpicaría los bocadillos de palabrotas para reflejar la realidad de la época. La Patrulla Condenada no iba a ser una colección de rabiosos Lobeznos, vengativos Castigadores y antiheroicos Venoms de dientes apretados.

¿Y Animal Man?

Bueno, Animal Man recorrería el camino del héroe. El del héroe clásico. El de Ulises y Jasón. El de Sigfrido y Arturo. Aquel que le haría enfrentarse a mil peligros y sufrir mil vicisitudes hasta encontrarse cara a cara con su peor enemigo.

Prólogo. No puedo creer que Dios juegue a los dados con el universo.

En realidad, los primeros números del arco que escribe Grant Morrison parecen desmentir mi afirmación: Buddy Baker tiene un uniforme nuevo, está atormentado, suelta tacos y, en general, se comporta como lo haría un hombre de los incipientes años noventa. Asimismo, sus primeras aventuras reflejan las inquietudes más propias del momento; desde la lucha por los derechos de los animales en una sociedad cada vez más hedonista e inmisericorde, hasta el conflicto que representa la conciliación «laboral» en un superhéroe que además tiene esposa y dos hijos pequeños.

Sin embargo, y también muy desde el principio, Morrison salpica las páginas con misteriosas referencias que parecen no casar con el resto del desarrollo: sombras oscuras que le espían, reflejos en los bordes de las viñetas y, especialmente, la pantalla de un ordenador sobre la que se escriben palabras que anticipan los hechos que estarían por venir.



Poco a poco, el cómic se vuelve más y más introspectivo, más oscuro, más retorcido y más violento. La portada del número cinco, El Evangelio del Coyote, nos enseña un Animal Man crucificado entre huellas de camión, y cuyas piernas apenas están esbozadas, mientras una mano descomunal armada con un descomunal pincel termina de coloreárselas. Nuestro protagonista aún no está terminado. Alguien está dibujándolo.

Esta es la primera advertencia de que se avecina algo mucho más grande que un simple batallar contra supervillanos. Algo que ya nos habían contado Platón y Unamuno. Algo que flota detrás de los ojos de toda la Humanidad desde el principio de la Historia: que la realidad no es lo que parece. Entonces, como si ya no pudiera soportarlo más, el escritor escocés decide que el cómic se le queda pequeño. Literalmente.

Nuestro protagonista, cada vez más Buddy Baker y menos Animal Man, se ve envuelto en una frenética carrera por descubrir qué demonios está pasando a su alrededor. Por qué sus enemigos no mueren, sino que se «desdibujan». Por qué el marco de las viñetas cambia de tamaño hasta consumir físicamente a quienes están dentro. Qué son las viñetas. Quién escribe en la pantalla de ese ordenador solitario. Baker toma tal consciencia de la cuarta pared que, en una icónica splash-page, descubre a los lectores. Nos descubre a nosotros. Nos mira desde el otro lado y, aterrorizado, abre los ojos y nos lo dice: «Puedo veros».

Epilogo. Hola, soy Grant. ¿Quieres pasar?

La vida de Buddy Baker se desmorona delante de sus ojos y de los nuestros. Nada parece tener sentido; sus enemigos ya no le interesan, la defensa de los derechos de los animales ha perdido cualquier lógica y sus desgracias son tan terribles que terminan por inmunizarnos. La conciencia de la realidad se desintegra y nuestro héroe solo tiene una manera de recuperarla: enfrentarse a su verdadera némesis. Enfrentarse a un adversario que no puede ser vencido. Enfrentarse a Grant Morrison.

El último número de los veintiséis que conforman el arco escrito por el guionista británico narra la batalla final más cruenta y a la vez más tranquila y más lúcida de la historia del cómic.

Tan solo es una conversación.

Una conversación en una casa de Glasgow entre Grant Morrison y Buddy Baker. Una conversación en medio de la Niebla entre Miguel de Unamuno y Augusto Pérez. Una conversación dentro de una caverna entre Platón y la Humanidad.


Jot Down- Cien Tebeos Imprescindibles (2014)