miércoles, 22 de enero de 2025

DOCTOR MABUSE José María Beroy




Metrópolis sigue donde la dejamos, impasible y escalofriante. Pero esta vez la urbe resurge rectilínea entre las páginas, más futurista, lanzando una perentoria invitación en blanco y negro: entre, visitante, pase la página. Adéntrese en Las Modelos, el local de esta ciudad fría donde todo se conjuga con la tríada del sexo, el juego y el alcohol. Pida una copa, disfrute del espectáculo sin preguntarse por qué todo fluye en un orden tan perfecto. Por qué hay algo demasiado cosmético en esas mesas de hombres grises que observan a la semidiosa egipcia desnudándose en el escenario. Pero sobre todo, no pregunte qué habita en la habitación número seis y por qué solo quienes son alguien en esta ciudad reciben invitación al misterio. O pregúnteselo, y descubra al verdadero protagonista de esta historia, el responsable de que esos hombres abandonen el local transfigurados, confundiéndose con las sombras. Pasen y conozcan al Doctor Mabuse, en el gran teatro de Metrópolis.

Así arranca el cómic de José María Beroy, Doctor Mabuse, como una invitación sórdida e inquietante. La obra remoza el mito del villano popularizado por Fritz Lang (originalmente ideado en la novela de Norbert Jacques) con una estética retrofuturista y una narración que evoca inevitablemente la tradición pulp. Aunque en 1985 encontró cobijo en las páginas de Joyas del Creepy, el Mabuse de Beroy se desenvuelve íntegramente en la ciencia ficción más que en el terror, tomando el expresionismo de Lang como punto de partida para ensamblar las ocho historias del álbum. Concebidas para publicarse de forma seriada, componen un relato global: el ascenso desde las sombras del enigmático Mabuse. La historia nos sitúa años después del final de Metrópolis, pero sin los espejismos de esperanza que parecían vislumbrarse en la conclusión del clásico cinematográfico. La ciudad vuelve a estar bajo el yugo dictatorial, esta vez de Jo Fredersen, que ha subvertido los ideales de la revolución, coronándose amo y señor de su reino de desfiladeros de hormigón. Pero algo se desliza en la penumbra, algo más poderoso que su mano de hierro, alguien que lleva tiempo fraguando la caída de la tiranía para erigir algo que se adivina aún peor: el Doctor Mabuse.

Su figura despunta entre las sombras, mucho más apabullante que la del mito de Lang. Porque desde el primer instante este Mabuse hace olvidar la mirada estrábica del original, presentándonos un corpulento dandy de impecable y letal aspecto. Circundado por el humo de un sempiterno cigarrillo, apoya las huesudas manos sobre el bastón, emergiendo de la viñeta con una mirada hipnótica y escalofriante. Con un monóculo que recuerda al que lucía el propio Lang, Beroy cincela un villano de capacidades ilimitadas: hipnosis, manipulación, transfiguración, control de las masas... un compendio de virtudes al servicio del Mal. Pero no como redención, sino como fin en sí mismo, porque Mabuse no busca solazarse con las mieles del poder. «El poder directo aburre», escupe. Su objetivo es convertir la ciudad en el imperio del Mal, en el patio de recreo de su perfidia.

Es en el desarrollo de este maquiavélico plan donde radica el genuino placer de Doctor Mabuse, y su más notable aportación a la historia del cómic actual. Porque el universo que dibuja Beroy es sencillamente brillante. Lo fue en los ochenta y continúa siéndolo ahora, con el crujir de unas páginas que conservan intacto el impacto visual. Metrópolis resurge más tenebrosa que nunca, con atrevidas angulaciones que trascienden el cariñoso homenaje al expresionismo alemán de Wiene o Lang. Las influencias de Miller, Quatermass, o incluso los ecos a El Gabinete del Doctor Caligari son evidentes. Pero sobre ellas prima una habilidad desbordante para la creación de ambientes opresivos y gélidos, adelantando en varios años recursos que se aplaudirán en autores posteriores.

Y aun así, si hubiera que escoger, lo mejor de Doctor Mabuse es la profunda sensación de desasosiego que nos inoculan sus ochenta páginas, de la que somos completamente presos al acabar. Porque amén de la poderosísima resolución gráfica, el cómic desprende una sugestión brutal, a fuerza de contar mucho menos de lo que queremos saber. Como un secreto edificado sobre otro secreto, cuánto más nos desvela de la historia, mayor es el ansia por conocer. Si se preguntan quién es realmente el Doctor Mabuse, no se apremien: la duda quedará indeleble hasta el final.

Lo que asoma de él y de sus habilidades difícilmente podría ser más estimulante. Deducimos que lleva años preparando el final de la dinastía, construyendo taimadamente una maquinaria de control impoluta. Nada que ver con los planes frecuentemente chapuceros del personaje original: este intrigador perpetra estrategias rayanas en la perfección, apuntalando la certeza de que, pase lo que pase, la ciudad eterna estará para siempre condenada. Entre los dirigibles, los biplanos y los haces de luz que perforan su eterna noche permanecerá la conspiración. En esta distopía futurista, Mabuse va tejiendo lentamente un mañana perturbador: el de Metrópolis como un inmenso circo de marionetas autómatas que avanza devorándolo todo. Incluso a su tirano, uno de los pasajes más perturbadores de la obra, donde contemplamos cómo la muchedumbre se rebela enardecida, en lo que parece un genuino deseo de libertad. O de una farsa a la altura, porque él es el único titiritero de la función. 

Doctor Mabuse podría glosarse como la ópera prima de un bisoño Beroy que a finales de los ochenta irrumpió en el panorama del cómic con aires prometedores. De hecho, es lícito contemplarla ahora cómo el contenedor primigenio de todo lo que ha depurado el viñetista catalán después: el toque opresivo, el universo oscuro, la endemoniada maravilla de todos y cada uno de los trazos. Pero por encima de eso, merece ser reivindicada como una historia rotunda y adictiva; y sobre todo, aplaudir la creación de un personaje del que casi treinta años después siguen quedando ganas. Y dudas. ¿Quién es el Doctor Mabuse? El Mal, por supuesto.


Jot Down- 100 Tebeos Imprescindibles (2014)


martes, 21 de enero de 2025

EXCALIBUR Chris Claremont/Alan Davis



En este enlace las portadas de la primera edición española de Excalibur en Comics Forum de PlanetaAgostini


Hacia finales de los ochenta, tras el éxito de la saga La Masacre Mutante, Chris Claremont decidió subir las apuestas y medirle el lomo a toda la Patrulla X durante La caída de los mutantes. Allí murió toda la alineación del momento. Bueno, casi toda. Bueno, sí, murieron de aquella manera en que se muere uno en los universos superheroicos: con muchas comillas. Al menos, aquella vez la cuestión tenía una intención argumental más dramática que comercial y fueron resucitados ipso facto para quedar ocultos durante un tiempo en la parranda australiana. Pero para la población ficticia del universo Marvel, la Patrulla X había muerto. Algunos se salvaron. Secundarios, podría pensarse dado que ninguno eran Cíclope, Tormenta o Lobezno. Pero claro, en manos de Claremont, ningún personaje jamás fue secundario. Claremont —a diferencia de muchos otros guionistas posteriores— no organizaba sus grupos y sus historias, en función de la vistosidad o los poderes de sus personajes, sino que se ponía efectivamente en la piel de cada uno de ellos. ¿Qué harían entonces los huérfanos de la patrulla tras la debacle? Excalibur fue la respuesta a esa pregunta.

Su idea fue formar un grupo mixto entre algunos de los supervivientes y algunos personajes originados en la Marvel UK. Entre ellos estaba el abanderado Capitán Britania que él mismo había cocreado y guionizado —también había pasado fabulosamente por las manos de Moore— y que tenía un fondo importante de villanos y secundarios que era factible mezclar con los de la mutantada. El guionista británico, además, iba detrás de un dibujante escocés de la homóloga inglesa que le había rechazado varias peticiones para dibujar colecciones mutantes argumentando que estas siempre habían sido dibujadas por grandes artistas y él no se consideraba a la altura. Ese dibujante era Alan Davis. Pero el proyecto de Excalibur tenía difícil negativa: era una colección completamente nueva, un poco al margen de las colecciones principales, con carácter propio y con personajes que él ya había dibujado con anterioridad.

El grupo de personajes que lo conformaba era extraño, atípico, pero potencialmente muy interesante: Rondador Nocturno, el saltimbanqui caballeroso con complejo de segundón, pero de voluntad fuerte; Gata sombra, la adolescente nerd con un punto rebelde y su dragón alienígena, Lockheed; el Capitán Britania, el «supermán» británico de origen mágico con problemas de autoconfianza y bebida; Meggan, la mutante cuyos estados de ánimo podían llegar a dominar sus poderes de multiformidad; y Rachel Summers, aquella primera hija del matrimonio Summers-Grey venida de un futuro alternativo que poseía, muy limitadamente, los poderes del Fénix, una de las entidades cósmicas más poderosas y terribles del universo Marvel. En estos cinco se rescataba un cierto espíritu artúrico a través de su voluntad de mantener viva, como una leyenda, el sueño de Xavier, tras la muerte de la Patrulla. Tampoco se perdía una bella relación de ideas: Excali- bur, la espada era guardada por una dama acuática, la Dama del Lago; Excalibur, el grupo de superheroes, surgía de la propuesta de una dama de fuego, de Fénix.



Claremont y Davis consiguieron crear una serie, diferente completamente del resto de las series, justo lo que buscaba Claremont a la hora de encarar los diversos títulos mutantes. El drama de la pérdida de la Patrulla se mantenía en los primeros momentos, pero muy pronto Excalibur se enfrentaba a sus propios problemas como la obnoxia galería de villanos del Capitán Britania —que bien parecían importados de una Gotham inglesa—, los numerosos intereses de otros en capturar y controlar al Fénix y los conflictos internos de personalidad que les obstaculizaban a la hora de funcionar como grupo. Se le añadía a todo esto el misterio de la base en la que habitaban todos: el célebre faro de Excalibur, un lugar donde se sucedían extrañas apariciones y eventos paranormales.

Tras un primer año exitoso en el que se desarrollaron todos estos elementos, la serie continuó con un cambio temático imprevisto: el grupo quedaba atrapado en un viaje sin destino fijo a través del multiverso —el conjunto de realidades alternativas donde la realidad era distinta si la historia del mundo había girado en una dirección en lugar de en la que conocemos— dentro de un tren. La serie, de nuevo, buscaba hacerse un lugar entre la fantasía y la ficción británicas a partir de, precisamente, homenajearlas. Tanto el viaje interdimensional como la búsqueda de la forma de volver a casa eran temas recurrentes y atrayentes para el lector. Pero, además, las Tierras alternativas que visitaban eran una reverencia constante a ficciones específicas: las crónicas artúricas, el John Carter de Marte de Burroughs o el Juez Dredd de la 2000 AD. Y también hubo amagos de humor a lo Monty Python, como aquel episodio en el que el grupo llegaba a una Tierra-nexo que trataba de organizar y gestionar con burócratas toda aquella madeja de multiplicidades superheroicas y en la que un John Byrne esclavizado y desquiciado tenía que dibujar a cada individuo del multiverso para las fichas de los archivos. Porque el humor también fue un punto fuerte de la serie, un rasgo que también surgió en aquellos años en otras exitosas series del mainstream como la Liga de la Justicia de Giffen, DeMatteis y Maguire que prácticamente era una sitcom de superhéroes. Sin llegar a esos extremos, Claremont y Davis conseguían arrancar numerosas sonrisas al lector, sobre todo a partir de las fabulosas portadas que eran estupendos arranques de humor gráfico a través del impacto de la imagen y el espectacular dominio de Davis para la expresión facial de los personajes. Aunque los méritos del escocés que se desplegaron en las páginas de Excalibur son todavía muchos más: desde las equilibradas composiciones de cada imagen a las dinámicas escenas de lucha que combinaban tanto la fuerza como la elegancia. Davis brilló tantísimo en Excalibur —y Claremont ya lo sabía— como para servir, precisamente, de faro para autores que vendrían luego, como el popular Bryan Hitch.

Al final, por desgracia, la serie tuvo sus altibajos. Davis entró y salió de la serie un par de veces y Claremont también acabó por dejar de guionizar sus historias en el número treinta y cuatro. Sin embargo, pese a estar inacabadas, había dejado unas líneas muy bien trazadas sobre la trama; y, un año después Davis, el hombre inseguro, en solitario, se echó a la espalda la labor de cerrar los cabos sueltos de la historia que él había colaborado a crear, recuperando el tono original de la historia, ese cruce entre aventura, drama y comedia, que se había ganado tantísimos fans.

A día de hoy, Excalibur, el original —si perdonamos el flojo in- terludio lobdelliano que olvidaba la trama planteada por Claremont— permanece como una serie de culto excepcional y como una demostración de que para que una serie funcione no es necesario pluriemplear a las vacas sagradas de un universo, sino buenos guiones, buenos dibujos y, sobre todo, mucho cariño por los personajes.


Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)

WATCHMEN Alan Moore/Dave Gibbons



Tengo mil palabras para decir algo sobre Watchmen, lo que es ya un verdadero cometido superheroico. Es difícil decir algo (¿nuevo?) sobre uno de los cómics más discutidos y analizados de la historia. Uno de esos tebeos que alguien que se las dé de entendido suele citar a las primeras de cambio. Algo así como Borges, pero en el terreno de las viñetas. Y a mí, lo siento, no me gusta Borges. Me gusta Watchmen, si no, no escribiría sobre él. Pero mi opinión la dejaré para el final, si queda espacio.

Watchmen no surgió de la nada, no fue la iluminación repentina del dúo formado por Alan Moore (guión) y Dave Gibbons (lápices). Una obra con afán totalizador nunca lo hace. Los cómics de superhéroes vivieron su época dorada en los treinta y cuarenta. Después no llegó el silencio pero lo que provocó el Comics Code (el sistema de autocensura de la propia industria) se le pareció bastante. El héroe era poco más que un guardián del sistema capitalista. En los sesenta y setenta, algo comienza a cambiar en los circuitos alternativos y esto tiene su pronta influencia en la industria. El negocio iba mal y había que hacer algo. Ese algo vino de la mano de un grupo de autores diferentes a los maestros considerados hoy clásicos, que buscaban una voz propia en un arte en el que se habían iniciado como lectores. También estaban quienes habían crecido leyendo cómics y querían seguir haciéndolo, pero no bajo las mismas premisas. Alan Moore era una mezcla de ambos y se propuso subvertir el mito. Lo hizo primero en Miracleman (1982-1989, originalmente Marvelman) y acabó de desarrollar este planteamiento en Watchmen (1986-1987), donde mata al padre personificado en un grupo de héroes retirados en una América distópica, gobernada, a mediados de los ochenta, por Richard Nixon y con la locura nuclear como telón de fondo. El héroe vive ahora consumido por sus fantasmas. A excepción de uno de ellos, este es un hombre y, como tal, está lleno de defectos pues es producto de la sociedad que ha contribuido a salvaguardar. Los superhéroes son una pandilla de psicópatas disfuncionales de los cuales Rorschach es, en mi opinión, el más interesante. El único que, equivocado o no, sabe cuál es el papel de los vigilantes. Moore también propuso en su obra un tratado sobre el cómic como medio; así se pueden leer las memorias de Hollis Mason y los Relatos del navío negro, la historieta de piratas (¿quién quiere leer cómics de superhéroes si estos existen de verdad?) que lee uno de los secundarios. Pero, sobre todo, Watchmen es una visión sobre el poder y el Estado.



En aquel 1986 dos títulos acompañaron a Watchmen para cambiar la historia del cómic. Maus de Spiegelman y El regreso del caballero oscuro de Miller. Si bien Maus es completamente diferente, sí pueden establecerse vínculos entre la obra que nos ocupa y la de Miller. Ambas son relecturas del superhéroe y el poder, pero la segunda, como bien apunta Pepo Pérez (Supercómic, 231-278), es justo lo contrario a la humanización de Moore. El Batman de Miller recupera «al superhéroe como arquetipo mítico, vengador, incluso demoníaco; un superhombre romántico que se enfrentaba al viejo orden caduco». En Watchmen los superhéroes son, muy al contrario que en la obra anterior, el orden caduco, la sociedad en crisis en su plena expresión.

Más allá de la apariencia, Watchmen no es un cómic de superhéroes sino un noir. Ocurre que sus personajes van disfrazados. «Un Comediante murió el viernes por la noche en Nueva York», escribe Rorschach en el diario que sirve de hilo narrativo a la historia, el monólogo de un investigador que trata de resolver un crimen, es decir, la fórmula canónica del género. A partir de ahí asistimos a una peregrinación por un mundo en descomposición sin salvación alguna: «...Y todas las putas y los políticos alzarán su vista y gritarán “sálvanos” y yo miraré hacia abajo y diré “no”». De alguna manera estas palabras explicarán la actitud contemplativa del dios azul que se pasea con los huevos al aire pero, paradójicamente, no la de quien las pronuncia. Rorschach es un criminal, un fuera de la ley deudor de la mitología del oeste americano y su leitmotiv es hacer justicia. Él es quien más se acerca al héroe clásico. Las palabras de Rorschach resonarán a lo largo de toda la historia anticipando el sacrificio maquiavélico ideado por Ozimandias: todo tiene que morir para volver a resurgir.

Me doy cuenta de que casi he llegado a las mil palabras y apenas he dicho nada. Declaro mi derrota. Acabaré confesando que el de Moore no es mi cómic preferido. Yo una vez casi muero leyendo Watchmen pues soy uno de los damnificados por la mastodóntica edición de Planeta DeAgostini. Estaba en cama. Este peligro ha sido por fin conjurado. También metafóricamente. Esto tiene que ver con la densidad de un cómic que exige mucho del lector. Alguien me dijo una vez que el tiempo no le había sentado bien. Yo no diría tanto, y menos si acostumbramos a seguir la actualidad. Pero jugándome la herejía y una vez repensado, me cuesta trabajo volver a él por placer. Por cierto, a mí sí me gustó la película de Zack Snyder. Es más, creo que es muy buena. Antes de que empiecen a pegarme tengan una cosa en cuenta. Yo me tengo por una persona normalita, muy lejos de la genialidad de Alan Moore.


Jot Down- Cien Tebeos Imprescindibles (2014)



La eterna actualidad de los grandes clásicos

Jordi Riera Pujal



Llibre de les bèsties/Libro de las bestias

Pep Brocal

Bang ediciones

España Japón EE. UU., Francia 

Tapa dura

144 págs.

Color

Traducción del catalán: Fabián Rodríguez

Obras relacionadas

Inframundo

Pep Brocal

(Astiberri Ediciones)

Cosmonauta

Pep Brocal

(Astiberri Ediciones)

Rebelion en la granja

Odyr, George Orwell 

(DeBolsillo)


Stéphane Corbinais, el fundador de Bang Ediciones, invitó a Pep Brocal a adaptar al cómic una obra clásica de la literatura. El autor optó por transformar al lenguaje de la historieta el Llibre de les besties, una de las diez partes que configura el Llibre de meravelles. La obra, que es uno de los clásicos de la literatura universal, fue redactado en catalán en el periodo 1287-1289. El texto fue escrito por el sabio mallorquín Ramon Llull en París. En esta fábula medieval, que contiene varios microrrelatos dentro de él, se alecciona sobre los aspectos más oscuros de la lucha para conseguir el poder político. Se redactó con el objetivo de aconsejar a Felipe IV, el entonces joven rey de Francia, en el arte de saber escoger buenos consejeros que ayuden a tomar las mejores decisiones políticas. Uno de los aspectos fundamentales de la obra es mostrar la batalla permanente entre la fuerza y la inteligencia cuando se ejerce el poder.

Pep Brocal es un autor polifacético que prefiere explicarse en cómic. Tras la debacle y cierre de las revistas para adultos en las que colaboraba a finales de los años ochenta (Zona 84, Cairo, etc.) se refugió en el mundo de la ilustración y en la colaboración en revistas infantiles como Cavall Fort. En 2013, pudo volver a una narrativa más personal dirigida a los adultos con Alter y Walter o la verdad invisible, para Entrecomics, para continuar con obras como Cosmonauta (2017) o Inframundo (2019). En 2020 el dibujante ganó el primer premio Vinyetari con la historieta Caritat del Rio.

El autor con esta adaptación de un clásico confirma su maestría en el uso de los recursos gráficos. En su madurez como creador sigue explorando con libertad y acierto el arte de la narrativa en el cómic. Los colores tierras y anaranjados (el color de las entrañas) son mayoritarios en el desarrollo de la trama principal. Los azules y amarillos son más predominantes en los pequeños cuentos que sazonan la historia y reciben un tratamiento con un estilo de dibujo más esquemático.

Las fascinantes transgresiones compositivas y el elegante trazo del dibujante muestran una gran y bella destreza gráfica. Los dibujos, aun siendo plenamente contemporáneos, están inspirados en la rica imaginería medieval o en los apuntes en directo de animales realizados por el autor.

En esta historia atemporal, Brocal ha decidido que el zorro, el personaje principal, pase a ser femenino. La zorra es la protagonista de la obra y el personaje más interesante. Se empodera como hembra y demuestra una inmensa capacidad para manipular a los demás. Es el motor que promueve muchas de las acciones que se suceden en el relato.

La narración empieza con la elección democrática del rey de las bestias, una circunstancia nada habitual en las monarquías humanas existentes hoy en día. En la dualidad mostrada en el libro entre el reino de las bestias y el de los hombres, aparece como mucho más civilizado el mundo de los animales que el de los humanos. En el reino de las bestias encontramos otra dualidad con dos bandos enfrentados, cada uno con sus propios intereses, el de los comedores de carne y el de los herbívoros.

Esta sátira política protagonizada por animales, resulta plenamente actual porque nos habla de la complejidad y profundidad psicológica que conlleva la condición humana. Los personajes están perfectamente ataviados en sus caracteres «humanos»: la astucia de la zorra, la fuerza del león, la inteligencia del elefante, etc. La obra muestra un cierto protagonismo coral investigando sobre el comportamiento de la sociedad, a través de los deseos, ambiciones, crueldades, del uso de violencia y también las fortalezas y debilidades en el afán por conseguir el poder político.

El libro cuenta con una pequeña biografía de Ramon Llull, autor erudito de importancia universal, con sus 265 libros sobre campos tan diversos como la teología, la política, la política, la poesía, la ficción, la retórica o el derecho. El sabio contó con una vida rica y compleja como personaje histórico y como escritor. El cómic también cuenta con un interesante prólogo de Joan Santanach, un gran experto en la vida y obra de Llull.

Todos los aspectos de la edición, que se puede encontrar en catalán y en versiones en castellano y en francés, han sido extremadamente cuidados. El libro es interesante, ameno y goza de una sobrecubierta que se despliega convertido en un póster que da más información sobre la obra. Llibre de les bèsties/Libro de las bestias merece estar en las bibliotecas privadas o públicas en un sitio de honor. Es un enorme e imprescindible trabajo para los buenos amantes de la narrativa gráfica el que ha realizado Pep Brocal.


Jot Down 2024 

Anuario Comics


lunes, 20 de enero de 2025

HITLER=SS / Jean-Marie Gourio y Philippe Vuillemin



GUERRA MUNDIAL CONTRA EL BUEN GUSTO

Estamos en la segunda década del siglo XXI. Todos los vetos están ocupados por el humor. ¿Todos? ¡No! Un tabú poblado por irreductibles grupos de presión judíos resiste todavía y siempre al invasor...

En el debate sobre los límites del humor siempre llega el turno de las regiones pantanosas donde el autor sabe que corre el riesgo de enfangarse. Las arenas movedizas más peligrosas, de las que sales con mucha suerte aferrándote a una ramita que se dobla y se dobla y se dobla, suelen estar en los asuntos religiosos o en determinados gustos sexuales. Y el rey de España, claro. Viva el rey. Y viva también la reina. Resulta difícil salir vivo de esos cenagales, pero se conoce a mucha gente curtida que lo ha hecho. Hay sin embargo un territorio con un letrero de «No pasar». Usted puede intentarlo bajo su responsabi- lidad, amigo, pero ya le hemos avisado. No trespassing.

 Francia. Años ochenta. El dibujante Philippe Vuillemin y el guionista Jean-Marie Gourio se adentran en el territorio prohibido de la mofa del Holocausto y los campos de concentración. La obra se llama Hitler=SS. Resultado: demandas judiciales, tres juicios y la prohibición de que las historietas se publiquen en revistas periódicas. La edición completa en álbum se puede vender, pero no a menores. Y no se puede exponer, hay que tenerlo en un cuarto oscuro, sótano o antigua habitación de videoclub dedicada al cine porno.




España. Año 1990. La editorial Makoki se atreve a publicar Hitler=SS. La organización internacional judía Hijos del Pacto (B’nai B’rith) y la asociación de víctimas españolas del nazismo Amical de Mauthausen consiguen que el Tribunal Constitucional retire los ejemplares de los kioscos y tiendas, destruya las planchas y condene al editor de Makoki, Damián Carulla, a un mes y un día de arresto y 100.000 pesetas de multa. A diferencia de Francia, en España la publicación sigue censurada y no es posible su venta de ningún modo. Cuenta la leyenda que en algunos establecimientos o salones del cómic, siempre a través del mercado clandestino, se pueden adquirir ejemplares a un alto precio. También en la Deep Web, justo al lado de la sección «sicarios», a la izquierda de «cocaína», ahí, sobre el anuncio parpadeante de «prostitutas niñas». El que cae en mis manos, y no estoy autorizado para desvelar la vía por la que tengo acceso, tiene la portada y contraportada desgajadas, algunas páginas rotas, el color gastado y el inequívoco aspecto de haber sido leído, releído y manoseado por muchas personas, hermanos en lo proscrito a lo largo de años y años en los que este tebeo ha ido pasando de unos a otros. Escribo estas líneas desde un ordenador conectado a internet. No puedo seguir dando más explicaciones en este aspecto por si el Mossad hubiese accedido a mis comunicaciones. Aprovecho de todas formas para saludar a un servicio de inteligencia cuyos expeditivos métodos de actuación han hecho que me caiga siempre simpático. Es mi servicio de inteligencia preferido después del S.H.I.E.L.D de Marvel. Y viva el rey.

Vuillemin y Gourio entran a por todas en los campos de prisioneros. Desconocen el significado de la palabra delicadeza. Vuillemin oyó una vez la palabra sutil y le dio un ataque de tos con esputos. Gourio leyó de chico una frase que contenía exquisitez y vomitó de inmediato encima del papel. Un lord ataviado con un monóculo exigió respeto a ambos mientras tomaba brandy en un sillón orejero. El eco de las risas todavía resuena en el club inglés donde se pararon urgentemente para hacer sus necesidades antes de seguir su ruta en el próximo burdel donde consideraban una falta de cortesía aliviar su interior. Sí, su entrada en los campos atiende a la conocida expresión como elefante en una cacharrería si sustituyésemos a ese paquidermo por su primo hermano el mamut.

Ni nazis, ni judíos, ni armenios, ni homosexuales, ni mujeres o ancianos se libran de esta auténtica guerra mundial contra el buen gusto. Humor bestial, obsceno, escatológico, cruel y salvaje que no deja títere con cabeza y que convierte cualquier chiste convencional sobre cierto tipo de jabones en una gracia inocente e infantil. Torturas, violaciones, exterminios, sexo de todo tipo y un surtido de excrementos se dan cita en esta obra cuyo interés fundamental radica en la ruptura de tabúes y la generación de un debate sobre los asuntos acerca de los que ha de tratar la comedia y cómo debe de considerarlos. Los autores lo dejan claro: uno se pude reír hasta de su sombra y la del prójimo de manera libre y bestial. El humor no tiene fronteras. Muchas personas no tienen esto tan claro.



Jot Down - Cien Tebeos Imprescindibles (2014)



domingo, 19 de enero de 2025

Cualquiera es un crítico LORENZO DÍAZ

Sin Perdón

Prescindiendo de manías y posturas personales, en el mundo de los tebeos no hay crítica útil, aunque sí haya críticos. O sea, hay gente que expresa sus opiniones por escrito, con mayor o menor fortuna; y autores que se sienten más o menos alabados o vilipendiados por esas opiniones; y lectores que leen esas opiniones con resultados dispares según le hagan caso o no. Un crítico no es la persona que se gana la vida expresando su opinión, lo es toda persona que manifiesta una opinión. Lo que pasa es que hay gente con una mayor capacidad de difusión que el mero boca a boca, y a la que se le otorga, o se otorga, una mayor autoridad porque, teóricamente, sabe más que el pueblo llano o está mejor informada. Es gente a la que se le concede el calificativo oficial de "críticos" como si fuera su profesión. Y aquí es donde nos duele, porque la mayoría de estos críticos ni está tan informado como quiere hacernos creer ni sabe hablar de nada que no sean fobias y filias personales y, encima, no hay mucha ocasión de comprobarlo y saber de qué pie cojean.

Cuando uno leía una crítica de cine del llorado Jose Luis Guarner deducía que sabía mucho de cine y la continuada lectura de sus textos confirmaba que tenía un gusto y unos criterios exquisitos, comprendiéndole hasta cuando no estabas de acuerdo con él. Exponía sus razones, decía porqué le gustaba o disgustaba una cosa y además lo hacía con una prosa envidiable. Es lo que pasa con Jesús Palacios, defensor acérrimo de productos impresentables como Rocky 5 o el Suburban Commando de Hulk Hogan. Expone sus motivos y uno se ve obligado a darle la razón, por muy desconcertante que sea hacerlo y uno opine todo lo contrario que él.

Se le lee de forma seguida y se conocen sus gustos y sabe cuando debe hacersele caso o no. Así, en el caso del cine, cualquier texto de los hermanos Marinero en Diario 16, invita a llevarles la contraria e ir a lo que ponen mal y viceversa, arriesgándote a la ocasional equivocación.

Antonio Albert, que hace las reseñas televisivas de El País, te parece simpático y listo hasta que te das cuenta de que toca de oído, habla del último episodio de Columbo como si fuera una película "mediocre, con toques de comedia", sin saber que es un simple episodio de una serie de televisión, y no ha visto las tres cuartas pares de las películas que comenta.



En el mundo de los tebeos no pasa esto. Apenas hay secciones fijas dedicadas a comentar obras y no hay forma de hacerse una idea de cómo es el crítico (a no ser que lo busques en las publicaciones dispersas y aperiódicas en que escribe esporádicamente). Por no hablar de que la crítica de tebeos no suele establecer en sus textos unos baremos claros para valorar el trabajo comentado, perdiéndose muchas veces en intelectualidades y onanismos varios (en los que confieso haber caído alguna vez). Así no hay forma de poder enterarse de lo que se puede comprar y leer. Los argumentos expuestos por los críticos deberían ser unánimes y no intercambiables, siendo la interpretación de los mismos y la opinión de cada uno lo que debería ser personal e intransferible. Una obra como XIII es clásica, correcta y retoma argumentos y temas superconocidos, pudiéndose opinar de ella que es estupenda por hacer todo eso y bien, o que es una antigualla desfasada que sólo toca lugares comunes. La obra es la misma, los elementos para valorarlos también, lo único que varía es la opinión personal de cada crítico, por lo que es de desear que esté lo más explicada posible en el espacio que tenga para expresarla. Pero, en el fondo, el problema es que no hay comentaristas y críticos regulares y uno debe creer ciegamente en la opinión del escritor esporádico, esperando que, maravilla de maravillas, coincida con la tuya y no acabes comprándote una basura que podría interesarle a un analista de medios o al zapatero de la esquina, pero no a ti.


Revista Viñetas nº4 abril 1994

Ediciones Glenat. Barcelona