domingo, 2 de mayo de 2021

Rebétiko


David Prudhomme

Traducción de Lucía Bermúdez

Sins Entido. Madrid, 2010

104 páginas. 19 euros

LAS VIÑETAS DE REBÉTIKO desprenden una luz especial, cálida, sensual, que envuelve al lector en el clima mediterráneo de la Grecia de los años treinta, escenario perfecto para esta metáfora de la libertad incontenible que firma David Prudhomme. Durante sólo un día seguirá la vida de cinco músicos rebetis, armados tan sólo de sus buzukis y de un arte que canta a la vida y sus dolores, igual que el fado, el tango o el blues y que, sólo por ser libre, fue censurado por la dictadura de Metaxas. Trazo y color consiguen un inesperado efecto sinestésico: las viñetas cantan esas canciones de muerte, amor y violencia y el lector sigue el ritmo de la música a medida que pasa las páginas, contagiado de esa fuerza de libertad que tanto miedo infundió en otros. Un álbum que Prudhomme cierra con un epílogo demoledor, casi desesperanzador, pero que multiplica todavía más los valores de una obra que certifica que su autor tiene mucho que decir en el noveno arte. Álvaro Pons


El Pais Babelia Nº 961 24.04.10


Una posibilidad entre mil

Cristina Durán y Miguel A. Giner Bou 

Sins Entido. Madrid, 2010

128 páginas. 15 euros

HAY UNA POSIBILIDAD entre mil de que salga adelante. Así arranca la historia de este cómic autobiográfico. Laia, la hija de esta pareja de dibujantes, sufrió a las pocas horas de nacer una hemorragia cerebral que la llevó a pasar los primeros años de su vida entre hospitales, centros de rehabilitación y médicos. Pero Laia se aferra a la vida con una fuerza inusual, como también sus padres, que con una mirada sensible y una actitud admirablemente positiva consiguen guiar al lector por el nuevo mundo que les toca vivir. Estas viñetas de trazo limpio, en dos tonos, sin grandes detalles (lo imprescindible para seguir la historia) se leen con el corazón atrapado entre la congoja y el embeleso. Hay algo constante en el libro: en los momentos más duros o de gran vulnerabilidad, los lazos afectivos se convierten en salvavidas. Un libro revelador, que sin duda supone otro paso adelante en la sensibilización hacia el mundo de la discapacidad, con un toque de frescura y optimismo. Cristina Sánchez-Andrade


El Pais. Babelia  Nº 961 24.04.10


sábado, 1 de mayo de 2021

El nuevo combate de Manu Larcenet / Entrevista

El gran narrador de la Francia contemporánea, autor de Los combates cotidianos, da un giro a su estilo con Blast. “No me interesan las imágenes que no sirven para nada. La imagen me gusta cuando es pura y habla”, dice el dibujante

  Por Guillermo Altares

T RAS TRIUNFAR con Los combates cotidianos (Norma), la historia de un fotógrafo de guerra que decide dejarlo todo para irse a vivir al campo, donde descubre no sólo el amor, sino la historia periodística de su vida, y El retorno a la tierra (Bang Ediciones), un poco más o menos el mismo relato pero narrado en tiras y con mucho más humor, Manu Larcenet (Issy-les-Moulineaux, París, 1969) ha dado un giro radical con Blast (Norma), que inaugura una serie que se prolongará durante varios volúmenes. Frente al alegre color lleno de matices de sus obras anteriores se ha sumergido en un áspero blanco y negro para construir el relato de un hombre que decide vivir al margen de la sociedad. La narración arranca con un interrogatorio policial. En una de las planchas más bellas de Los combates cotidianos, Manu Larcenet incluye esta frase que es todo un manifiesto de sus principios artísticos. “Deslastrada de toda lógica, la poesía es la única forma libre de percatarse de lo que vale la pena. Depardon, Brassens, Miyazaki, Bonnard, Jarmush, Sempé, Tom Waits, Cézanne, Monty Python, Monet, Brel, Desproges, Klee, Cartier-Bresson Springsteen, Céline, Harvey Keitel, Baudelaire, Van Gogh. La poesía lo redime todo”. “No me interesan las imágenes que no sirven para nada. La imagen me gusta cuando es pura y habla, cuando sirve para algo, cada plano de Jarmush quiere decir algo, incluso sus silencios. Por eso en Blast hice tantas páginas de silencio”, afirma Larcenet en una entrevista en París, celebrada en la sede de su editorial francesa, Dargaud.

Estudió dibujo (gracias a un profesor que detectó su talento muy pronto) y afirma que, desde los 12 años, realiza todos los días una plancha de cómic. Como sus personajes de Los combates cotidianos (cuatro volúmenes) y El retorno a la tierra (cinco y los que quedan), vive en el campo, con su compañera y sus dos hijos. Una frase de Jacques Brel que aparece en Blast define su actitud ante la vida: “Cuando alguien se mueve, los inmóviles dicen que huye”.

PREGUNTA. ¿Por qué se ha lanzado a un cambio tan radical de estilo con Blast? 

RESPUESTA. Tengo una editorial que se llama Les Reveurs, donde hago lo que me gusta, y tengo una producción destinada al gran público en Dargaud, pero cuanto más tiempo pasa y me voy haciendo mayor, las dos se acercan y llegarán a ser una. Mi idea era contar una historia diferente de las que me han hecho famoso, no dejarme llevar por el mismo tebeo. Tenía ganas de hacer cuatro o cinco tomos de 200 páginas, algo largo que me diese tiempo para dibujar silencios, trabajar sobre la longitud y sin color, que es algo que hace los dibujos mucho más alegres.

P. ¿De dónde surge este personaje empeñado en vivir al margen?

R. Creo que es algo que tenemos todos, todos hemos pensando en algún momento en mandarlo todo a la mierda, en desaparecer, pero no lo hemos hecho por algún motivo, sobre todo por miedo. Mi protagonista no tiene ese miedo y es capaz de mandarlo todo a paseo. Quería crear un personaje que no fuese ni simpático ni antipático, nunca sabemos a qué atenernos con él. Lo veremos mejor en el segundo tomo.

P. ¿Cuándo sale?

R. No tengo ni idea, estoy en ello, llevo 60 páginas. Es algo que no quiero prever, los editores me preguntan y les respondo que estará listo cuando esté listo. Y tampoco admito cambios: si les gusta, genial; si no, lo siento mucho. 

P. ¿Y lo seguirá haciendo compatible con El retorno a la tierra?

R. Sí, yo quiero que sea como lo que llamo mi serie Peyo, el autor de los Pitufos. Me gustaría hacer esto hasta que muera. Jean-Yves Ferri, el guionista de la serie y casi el único amigo que tengo, cuando me escribe El retorno a la tierra es alta cocina, está todo tan bien trabajado que no tengo que cambiar nada, no hay una palabra mal puesta. Es una de las mejores series que he hecho nunca. Me gustaría envejecer con mis tebeos.




 “Me gustaría envejecer con mis tebeos”, cuenta Manu Larcenet, quien ha realizado este autorretrato para Babelia.


P. ¿Qué hay de real en sus tebeos?

R. Bueno, el gato es mi gato, no estéticamente, pero sí de carácter. Yo realmente vivía en la ciudad y mi gata se volvió loca cuando me mudé al campo. Cuando escribía Los combates cotidianos, durante un periodo de cuatro años, me fui a vivir al campo, tuve dos niños, murió mi padre y asistí a la desaparición mediática de los obreros. Tenía que aparecer por algún lado. Mezclé todo esto para hablar en estos libros. Eran obsesiones, pero para mí ya está terminado, he dicho todo lo que pensaba sobre ello. Lo único que me quedará es la muerte. Ahora trato de hablar del interior de la gente, la incomprensión que tenemos hacia nosotros mismos, de la violencia, me parece más honesto hablar de eso porque está más cerca de mi existencia cotidiana.

P. Sus tebeos están llenos de personas que viven en el margen. ¿Por qué?

R. Bueno, son los que tienen interés. No voy a contar historias de personas normales, bien integradas. Me apasiona contar historias de gente que está en el dolor, en los márgenes. Yo tampoco me siento especialmente insertado en la sociedad. Hay dibujos que están hechos sobre vidas clásicas, a mí no me apasionan. Pero me interesa mucho el lado negro de la gente, creo que el arte, la locura, es mucho más interesante que la norma. Adoro a Francis Bacon y es de una oscuridad extraordinaria, los cuadros de flores son cargantes.

P. De todas las planchas de Blast hay una que me ha impresionado mucho, que es cuando aparece una viñeta a página con la frase de Brel: “Cuando alguien se mueve, los que están inmóviles dicen que huye”.

R. ¿No es precioso? Antes de su último concierto, un presentador francés le entrevistó en su camerino y le preguntó: “¿Por qué se retira de los escenarios?”. Y Brel respondió eso, después de un gran silencio. Dice, sencillamente, una verdad.

P. En Los combates cotidianos, un personaje explica que vota al ultraderechista Le Pen “por miedo” y reconoce que le da igual que le mientan, “porque todos mienten”. ¿No cree que es una definición perfecta de lo que ocurre en Francia?

R. Eso es lo horrible. Porque aparte de unos cuantos extremistas estúpidos a los que es muy fácil detestar, el electorado de extrema derecha está formado por gente desesperada que tiene miedo. No veo ninguna salida a eso, por eso es un tema que he dejado de tratar en mis tebeos. Al final, el Frente Nacional siempre vuelve. En esta Francia me encuentro perdido. Estoy un poco desesperado, todo lo que hemos hecho no ha funcionado.

P. ¿Por eso decidió irse a vivir al campo?

R. La verdad es que seguí a mi mujer por un trabajo, pero ahora me encuentro mucho mejor. Incluso aunque viva en una región muy a la derecha. Me encuentro mejor, pero a la vez me voy convirtiendo en un misántropo: tuve tantas esperanzas y veo cómo nada funciona, que me estoy convirtiendo en una especie de oso y el hecho de no tener vecinos, de vivir en mitad del campo, me tranquiliza.

P. ¿Cree que vivimos una época dorada de los tebeos, que están alcanzando espacios que antes les estaban vetados?

R. Los tebeos han cambiado mucho desde los años noventa: la editorial L’Asociation, autores como David B, una serie de creadores que han hecho explotar todo lo que se hacía en el cómic. Al mismo tiempo hay otros creadores que hacían tebeos de adultos, pero era muy marginal. De repente, todo el mundo se puso a hacer tebeos de autor, aunque no me guste la expresión. Resultado: ahora mismo hay tantos cómics en una librería que ya no sabemos qué elegir, pero si escogemos diez tebeos, nueve serán de diversión, buenos o malos, y uno será otra cosa, y esa es la que me gusta. Es ver-dad que es una edad dorada, porque podemos hacer lo que nos guste. Pero a la vez hay demasiados libros, tal vez sea la culpa de los editores que no separan el trigo de la paja. Pero creo que nos estamos matando a nosotros mismos, salvo que tengan tu nombre en la cabeza no van a escarbar, cogerán lo que hay arriba, que muchas veces es lo peor y desde luego no es el cómic más moderno. Se ha convertido en un gran negocio, es una forma de ganar mucho dinero. Si los lectores no tienen tu nombre en la cabeza, estás jodido.

P. ¿Por qué cree usted que los tebeos sociales o el tebeo periodístico tienen cada vez más importancia?

R. Joe Sacco y yo no practicamos el mismo oficio, sería casi insultarle. Él hace un trabajo mucho más radical, a mí me gusta contar historias, soy más narrador, me encuentro muy atado a la novela. Lo que me parece extraordinario es que un medio como los tebeos, destinados a entretener a los niños hace 20 años, se haya convertido en un medio periodístico. Aunque no puedo evitar preguntarme si no son más directos un texto o una imagen.

P. Pero en un mundo lleno de imágenes tal vez los tebeos ofrecen una visión diferente de la realidad.

R. Es posible, pero tengo mis reservas. Ahora hay muchos autores que quieren hacer esto, pero olvidan que para hacer este cómic comprometido, periodístico, hay que tener mucha calidad, interesarse por el dibujo, que es algo chamánico. Es un descubrimiento, es sumergirse en uno mismo, es una experiencia casi corporal para hacer surgir algo que va a hablar al otro. Pero muchas veces, en el periodismo dibujado, se hace pasar el discurso antes del dibujo y, desde mi punto de vista, no hay que hacer nunca eso. El ritmo, el color, la narración, todo eso debe estar equilibrado y muchas veces los que quieren hacer tebeos comprometidos se olvidan del lado artístico, se centran sobre la radicalidad de lo que tienen que decir. Necesito dejarme atrapar por el amor del dibujo y ya sea Sempé o Crumb. Al ver una plancha necesito sentir cuál es la obsesión del tipo que la ha hecho. David, en Epiléptico, es alucinante, mezcla un amor enorme por el dibujo con la capacidad para contar su vida, el dolor que siente con su hermano. 

Blast. Bola de grasa. Volumen 1. Manu Larcenet. Traducción de Enrique Abulí. Norma. Barcelona, 2010. 204 paginas. 24 euros.


EL PAÍS BABELIA Nº 961 24.04.10

El futuro del periodismo


Jota Lynnot

E n 2004, con la revista de historietas viviendo prácticamente sus últimos días, el semanario de humor El Jueves realizó una ambiciosa apuesta por el cómic infantil. Bajo la cabecera Mister K, autores como José Luis Agreda, Josep Busquet, Luis Bustos, Bernardo Vergara, Kiko Da Silva o Albert Monteys retomaron lo mejor de la escuela Bruguera incorporando elementos del manga que había irrumpido con fuerza en los años 90. A pesar de la calidad de la nueva revista, su ritmo de publicación fue irregular y no superó los sesenta números. Entre las series más celebradas destacaba con luz propia Carlitos Fax, de Albert Monteys.

Monteys, que ya había publicado Mondo Lirondo formando parte del colectivo La Penya, era uno de los mejores valores de El Jueves. En su trazo cabían influencias tan diversas como Jan o Robert Crumb, la BD de humor de los años sesenta, la frescura de los dibujos animados de la primera Cartoon Network o el descaro del primer Toriyama. Además atesoraba un talento innato para el gag visual y un ojo crítico para retratar la sociedad, que ya venía desarrollando con éxito en la serie Tato de El Jueves.

Carlitos Fax, como bien explica el propio Monteys en este volumen recopilatorio que publica Caramba, fue un reto no solo por el público al que iba dirigido, sino por la trayectoria de la propia revista Mister K, cuya periodicidad pasó de semanal a mensual con el correspondiente cambio de número de páginas. En dos, tres o cuatro planchas, se nos cuentan las desventuras futuristas de un robot que ejerce de máquina de fax en la redacción de un periódico, La Voz de Andrómeda. Carlitos, cuya función telemática es irrelevante incluso para el propio autor, es un periodista frustrado que intenta por todos los medios que su jefe le dé una oportunidad a pesar de su innata torpeza. Como si se tratara de un Antonio García Ferreras robótico o una versión posmoderna del repórter Tribulete, Carlitos Fax ejerce un periodismo compulsivo y animoso que es el principal desencadenante de gran parte de las historias. Su rivalidad con el periodista estrella Flash Norton, un claro homenaje a Cowboy Henk, precipita las tramas al desastre cuando los dos personajes compiten por hacerse con la mejor noticia. Como epílogo, la historia suele cerrarse con el titular sensacionalista de la noticia en cuestión. No obstante, dependiendo de la extensión de la historieta, la estructura se vuelve más flexible y Carlitos abandona muy puntualmente el ámbito del diario para el que trabaja y viaja a otros planetas o simplemente vive peripecias más cotidianas.

Al tratarse de una serie que transcurre en un universo de retrofuturismo interplanetario, Monteys vuelca todo tipo de referentes pop en cada una de las historietas. Kaijus, robots gigantes, invasiones alienígenas, mad doctors, gorilas parlantes, videojuegos o hasta Furbys sirven para que Albert Monteys reflexione sobre la sociedad en la que vivimos, como en todo buen relato de ciencia-ficción. Si bien el tono es amable y ligero, la lectura esconde continuas dobles lecturas sobre conflictos generacionales, la moda, la política, el consumismo, los memes de Internet o el propio periodismo actual, que recibe más de un merecido palo. Es Carlitos Fax el antecedente directo del Monteys actual, un creador que con su cómic digital ¡Universo! o, el todavía inédito en España, Solid State (junto a Matt Fraction), representa lo mejor de la ciencia-ficción distópica contemporánea.

Carlitos Fax supone no solo un buen reflejo del final de una época del cómic nacional, sino también una excelente punto de partida para que todo tipo de lector conozca a uno de nuestros mejores autores de hoy.



Carlitos Fax
Albert Monteys

Astiberri Ediciones España
Cartoné
176 págs.
Color


Obra relacionada

Mondo Lirondo

La Penya
(Astiberri Ediciones)

Gastón Elgafe
André Franquin
(Norma Editorial)

El repórter Tribulete
Cifré
(Dibbuks)

¡Universo!
Albert Monteys
 (Panel Syndicate)

 


Cómics esenciales 2017

Un anuario de ACDCómiC & JOT DOWN

Primera edición: abril, 2018


viernes, 30 de abril de 2021

NOTICIAS DIBUJADAS


Página de Des nouvelles d’Alain, de Emmanuel Guibert, Alain Keler y Frédéric Lemercier, publicada en la revista XXI, correspondiente a la primavera de 2010. Traducción de Manuel Silvestre. Rotulación de Bruno Spagnuolo

La documentación de la realidad encuentra en las viñetas una nueva vía de imaginar su futuro. El Salón del Cómic de Barcelona mostrará el boom del periodismo gráfico a través de crónicas sobre el 11-M, los Balcanes, Gaza, Afganistán, Líbano o Irán. 

Por Lucia Magi

LAS DESVENTURAS del joven Stravos bajo la dictadura griega de los años treinta centran Rebétiko (Sins Entido), de David Prudhomme. En Notas al pie de Gaza (Mondadori), Joe Sacco cuenta las matanzas de civiles palestinos en 1956. Zahra’s Paradise (de Amir y Khalil —seudónimos— , de momento sólo en formato webcómic en www.cimoc.com), la historia de una manifestante desaparecida después de las elecciones de junio en Irán, es la apuesta de Norma para los próximos meses. Los planes editoriales testifican que los cómics han dejado atrás el país de las maravillas. Se enfrentan al mundo, sin complejos, con ingenuidad, delicadeza e ironía. Y no lo hacen sólo para contar experiencias íntimas. Cuentan la realidad exterior, tratan temas sociales, como la prevención del cáncer (Alicia en la realidad, de Susanna Martín e Isabel Francla, Norma), o históricos, como la primera guerra de Líbano (el excepcional Yo me acuerdo, de Zeina Abirached, Sins Entido), los asesinatos en Ciudad Juárez (en 2009 llegó la segunda edición de Luchadoras —Sins Entido—, de Peggy Adam) o la corrupción de la política (El negocio de los negocios —Astiberri, 2009—, de Denis Robert y Laurient Astier).

“La fantasía ha perdido su batalla contra la realidad”, dice Art Spiegelman, el autor de Maus, en el documental de Mark Daniels Comic books go to war (2009). En su piso de Manhattan, Spiegelman vive la caída de las Torres Gemelas. El cielo se le cae encima, junto con fantasmas que pensaba soterrados, él que había contado la historia de su familia judía acosada por los nazis como una caza entre gatos y ratones. “Había pasado los diez años precedentes a la entrada en el nuevo milenio evitando realizar tebeos, pero desde un cierto momento de 2002 hasta septiembre de 2003 no pude contenerme”, cuenta en Sin la sombra de las torres (Norma). “Volvía a encontrarme suspendido en aquel punto donde entran en colisión la historia universal y la personal”. Dark Horse, Chaos! , DC dedicaron entregas especiales al terrible atentado. Marvel salió a las calles con una portada completamente negra. The Amazing Spider Man #36 representa a los superhéroes, mitos invulnerables de virilidad y fuerza, impotentes frente el ata- que de un enemigo imprevisto. Spiderman, Capitán América, Daredevil, Doctor Doom y Magneto llegan tarde al Ground Zero. La realidad ha ganado a la fantasía. Art Spiegelman no está solo. Un telón verídico se tiende de fondo a las obras por imágenes.

La última década conoce un fuerte auge de lo que los especialistas empiezan a llamar periodismo gráfico. Sin embargo, algunos ejemplos fundamentales de este género habían visto la luz antes.

Los retratos humanos de Will Eisner, los escorzos underground de Robert Crumb, indagados y dibujados con una riqueza de detalles que roza el documento antropológico, abren la vía a Joe Sacco (Palestina y Goradze). El japonés Keiji Nakazawa necesitó 30 años para representar el horror sufrido en Tenía seis años cuando la bomba atómica quemó a su familia y a todo el mundo que había conocido. “Tenía esas imágenes grabadas en mi memoria y necesitaba enseñarlas”, escribe Nakazawa (Hiroshima, Ediciones Mangaline, 7 volúmenes). Joe Kubert ha dibujado personajes clásicos como Tex, Tarzán o Sargento Rock. Pero algo cambia cuando la guerra de los Balcanes irrumpe en su casa de Nueva York. Su amigo Ervin Rustemagic, productor y distribuidor de cómics bosnio, se queda atrapado en la Sarajevo sitiada por los serbios y le va comunicando por telefax su infierno. Kubert dibuja aquellos despachos desde el frente, dibuja el terror y la esperanza, la angustia de un padre que quiere salvar a su familia en Fax from Sarajevo, de 1997. Marjane Satrapi, en 1999, elige el tebeo para contar su infancia en Irán (Persépolis, Norma).

El siglo XXI recoge el desafío de la reali- dad. “El arte de las viñetas ha crecido muy lentamente”, comenta David B. en BilBol- Bul, el festival de cómics de Bolonia. “Nació junto con el cine, pero mientras éste fue considerado algo serio y digno desde el prin- cipio, el cómic se quedó atrapado en el lim- bo de la diversión, bastante frívola. Ésta era su percepción social. A finales de los años ochenta arranca su rescate”. Los libros de dibujos se sacuden el estigma intelectual que les “condenaba a tratar aventuras ficti- cias, con personajes fantásticos y caricatu- rescos. El cómic hoy se está liberando”, afir- ma Susanna Martín.

En su edad de la razón, el tebeo intercepta la crisis de otro medio de expresión masivo, que hasta entonces había lucido la exclusiva en el testimonio de la realidad: el periodismo. “Los medios de comunicación tradicionales pasan por momentos difíciles, no el periodismo”, matiza Patrick de Saint- Exupéry, veterano reportero de Le Figaro, fundador y actual redactor jefe de la revista trimestral francesa XXI. En un gran formato coloreado, más de 200 páginas de reportajes con textos, fotografías, ilustraciones y dibujos. Con apenas dos años de vida, vende 50.000 ejemplares. Saint-Exupéry tuvo la intuición de saciar con nuevos instrumentos formales la exigencia “de volver a las bases del periodismo, a la escritura narrativa. A las viejas pautas de: ‘He ido, escuchado, visto, sentido y ahora te estoy contando esta historia porque creo que es importante”. La apuesta por el periodismo gráfico es provocada “precisamente a causa del impasse de los medios tradicionales”. La misma apuesta en Italia funciona en el semanal Internazionale, que envía a sus colaboradores dibujantes por el mundo y publica sus reportajes. Venden 100.000 ejemplares por semana.

Parece el castillo de los destinos cruzados: por una parte, el periodismo, que necesita volver al corazón del oficio; por otra, el cómic, por fin considerado creíble, tras años vividos como género de segunda. La documentación de la realidad encuentra en las tiras, en las viñetas, una nueva vía de imaginar su futuro. Aparte del valor artístico y llamativo del cómic, de la maquetación que permite asumir en dosis proporcionadas imágenes e información, hay algo intrínseco en el tebeo que lo hace particularmente apto para contar el mundo.

“La fuerza de nuestra manera de representar la realidad es la primera persona. Todos los yo que entran en la página hacen que el relato sea vivo, sentido. Quizás no imparcial, pero sí honesto”, comenta Joe Sacco, que siempre se dibuja como un personaje más de sus investigaciones de campo. “Estamos bombardeados por informaciones sobre la guerra. Esto nos provoca dos reacciones enfrentadas: paranoia y anestesia”, afirma el francés Emmanuel Guibert, también en Bolonia invitado por BilBolBul.

“Nos hemos vuelto impermeables al sufrimiento humano, por defensa o descuido. Los cómics rompen este círculo vicioso”. Sus historietas, como la aún inédita en España Des nouvelles d’Alain, sobre los gitanos del este de Europa y los Balcanes, paran de golpe el río fragoroso de la información. Se acercan hasta enfocar un detalle, a una persona, entrar en ello y usarlo como punto de vista para documentar lo que ocurre. La mirilla puede ser el mismo autor, como en el caso de Sacco, curioso, desubicado, humilde recogedor de historias. Puede ser un amigo que recuerda la II Guerra Mundial (La guerra de Alan, Emmanuel Guibert, Ponent Mon, 3 volúmenes). “Mi libro es fruto de la experiencia de mi amigo reportero Didier Lefèvre. Se llama El Fotógrafo y no Afganistán, 1986”, ejemplifica Guibert hablando de su obra maestra. Patrick Chappatte se dibuja mientras construye sus espléndidos reportajes para el Herald Tribune y Le Temps. Siempre acompaña al lector de la mano de una persona amiga, con su nombre, sus sueños y miserias. Como Bruno, que por la noche vigila una mansión rica, por el día vive en una chabola en la periferia de Nairobi (Les vies des autres, inédito en España, se puede ver en www.bdreportage.com).

El reportero gráfico puede confesar tener frío, estar asustado o no entender las contradicciones de una situación. “Gracias a la personalización, el lector se identifica y se acuerda de un cómic más que de un frío artículo”, afirma Guibert. Los salones vacíos de hotel dibujados por Guy Delisle en PyonYang (Asti- berri, 2009) describen la dictadura norcoreana mejor que miles de palabras en una revista. Las manifestaciones de los maestros mexicanos se hacen comprensibles gracias a que Peter Kuper empezó “a ir de manera regular a la ciudad y a enviar correos electrónicos ilustrados que detallaban la realidad como yo la experimentaba”, escribe en Diario de Oaxaca (Sexto Piso, 2009). La espera de Nicolas Wild en un hospital de Jalalabad cuenta en una sola plancha la extensión del opio en esa sociedad: un hombre alivia las penas de un enfermo con unos gramos de droga: “No tengo dinero para la morfina”, se justifica en Kabul Disco (Ponent Mon, 2009).

Reporteros que van, ven, escuchan y cuentan. No pretenden comprender o juzgar. Usan su piel, sus ojos y oídos. Los cinco sentidos del periodista, diría Ryszard Kapuscinski, y sobre todo el sexto: la humildad, que se fija en los hombres. En los que, bajo el juego de poder, declaraciones y armas, siempre pierden. Las batallas de los superhéroes invulnerables quedan lejos, en otro universo. Como los dioses del Olimpo. Como en un inverosímil país de las maravillas.



 EL PAÍS BABELIA Nº 961 24.04.10

jueves, 29 de abril de 2021

REFLEXIONES SOBRE EL TEBEO JUVENIL


Elisa McCausland

Las etiquetas, a veces, nos ayudan a entender el medio: nos acercan obras que jamás habíamos pensado que podrían interesarnos; nos facilitan la identificación de un título para regalo; nos indican en qué balda podemos encontrar aquello que necesitamos. No obstante, como todo marco simbólico, como toda construcción que se perpetúa en el tiempo, es importante preguntarse por su sentido en el hoy. ¿En qué pensamos cuando hablamos de tebeo juvenil? ¿Qué lee la juventud? ¿Cuándo se deja de ser infante? ¿Importa eso a la hora de abrir un cómic, cualquier cómic?



 No deja de ser curioso que, durante el proceso de mutación metafórica y —no tan metafórica— que llamamos crecimiento, estemos más preocupados por saber si la lectura es conveniente para la edad de la persona —si no provocará algún trauma, si la obra se adecúa a su madurez—, que por el mero hecho de que observe, experimente, lea. Desde mi experiencia como lectora temprana, también de cómics, esta es una de las tensiones observadas que más me intrigan; es por eso que le pregunto a amigas bibliotecarias, a libreros entregados a la causa de la lectura, a editores que se han especializado en dar de leer a la infancia y la adolescencia, a compañeras que educan, y no hay una respuesta unívoca. Desde quienes prefieren seguir el proceso, etapa a etapa, hasta la opción del acompañamiento silencioso, pasando por el más o menos disimulado control de lecturas. La observación más lúcida, hasta el momento, la hizo una mediadora en biblioteca pública, que me confesaba que los títulos que arrasaban entre un espectro de edad temprana eran clásicos como El Pato Donald, de Carl Banks, Terry y los piratas, de Milton Caniff o Calvin y Hobbes, de Bill Watterson.


 La edad peliaguda

La biblioteca como espacio de descubrimiento, de creación del gusto y del disfrute por la lectura. Y, para ello, las etiquetas ¿orientan o limitan? No quería quedarme encallada en reflexiones sobre lo que podríamos llamar «la edad peliaguda», un apelativo coloquial que nos permite visibilizar estas tensiones a las que hacía referencia anteriormente, y que hace referencia a ese espacio/tiempo entre el aprendizaje de la lectura y la preadolescencia que tanto preocupa a los adultos. Sin embargo, tebeos provenientes del ámbito del audiovisual, como Gumball, Hora de aventuras o Steven Universe, desafían esas mismas etiquetas. Colecciones, que no por nada, interesan a ilustradores y dibujantes, como producto pero, sobre todo, como nicho de mercado. Algo parecido a lo que encontramos en fantasías hiperbólicas como I hate Fairyland (Panini), una versión macarra y cuqui de Alicia firmada por el estadounidense Skottie Young. Bastante más descafeinadas, pero también adorables, son las DC Super Hero Girls, que adoptan la fórmula de grupo de amigas de instituto, solo que con las heroínas y villanas del Universo DC como protagonistas. Firmadas por la animadora Shea Fontana, también se encarga de los cortos animados, lo que vuelve a poner de manifiesto las productivas sinergias transmedia que traen consigo estas obras.



Cambiando de escala, encontramos en editoriales como Sallybooks, La Tribu Ediciones, Dibbuks, Sapristi o Bang Ediciones un trabajo específico, patente, en editar para público infantil y juvenil. Comparten enfoque de mercado con la revista Kiwi, enfocada a la ya citada «edad peliaguda», y especifican en su propuesta el cuidado por el diseño. En este apartado cabría destacar a Ediciones Maeva, que ha capitalizado la categoría juvenil de los Premios Eisner trayendo a nuestro mercado dos de sus premios: Sonrisas, de Raina Telgemeier, y Super Sorda, de Cece Bell.

Pero, como hemos precisado en el inicio, el cuestionamiento de lo que encontramos bajo estas etiquetas nos parece necesario. También observar qué funciona; es decir, qué es lo que buscan las nuevas generaciones en el tebeo en contraste con aquello que la crítica valora. Obras de éxito y prestigio editadas el pasado 2017, como Luces nocturnas, de Lorena Álvarez (Astiberri); Los cuadernos de Esther, de Riad Sattouf (Sapristi); Nimona, de Noelle Stevenson (Océano); o Las 100 noches de Hero, de Isabel Greenberg (Impedimenta) ponen de manifiesto el interés editorial y de mercado por las aventuras protagonizadas por niñas y jóvenes de ficción, que también tienen su reflejo productivo en obras didácticas al estilo de los dos volúmenes de Valerosas, de Pénélope Bagieu (Dibbuks).

Adolescentes alienígenas

«Tanto da que seas una bailarina o una marginada, una chica de clase trabajadora o de la alta sociedad, en este campamento hay un sitio para ti, no importa lo distinta que te sientas a todas las demás». El mensaje del Consejo Mayor de las Leñadoras, junto


Todas las imágenes de esta página: GIANT DAYS IS TM and © 2017m John Allison. All rights reserved. Para la edición española: © Fandogamia Editorial C. B.

con su promesa de superación individual y sororidad colectiva, bien podría ser una de las características de una ficción medida para hacer llegar un mensaje positivo desde la misma creación, pues las autoras de Leñadoras —dos volúmenes editados por Sapristi hasta el momento en nuestro país— escriben, ilustran y colorean; proyecto creado por Shannon Waters, Grace Ellis, Noelle Stevenson y Brooke Allen, nos interesa porque se ha configurado como artefacto idóneo para trasladar un visión positiva de las relaciones entre chicas. Algo que en Paper Girls (Planeta) resulta más ambiguo pero, no por ello, menos interesante. Serie de ciencia ficción cool firmada por Brian K. Vaughan y Cliff Chiang para Image, encuentra en el tebeo de género una deriva distintiva de la que también se nutren producciones como Rat Queens (Norma), un cómic de espada, brujería y heroínas disfrutonas llevado a cabo por Kurtis J. Wiebe, Roc Upchurch y Stjepan Šejić; la sátira distópica y feminista Bitch Planet (Astiberri), de Kelly Sue Deconnick y Valentine De Landro; la fantasía oscura y vibrante Monstress (Norma), de Marjorie Liu y Sana Takeda; o la ciencia ficción panteísta Mirror (Astiberri), firmada por Emma Ríos y Hwei Lim.

Pero, si Image ha logrado darle un giro a lo que a detectar tendencias se refiere, se lo debe, en gran medida, a la generación The Wicked + The Divine, que tan bien han detectado Kieron Gillen y Jamie McKelvie con su obra más depurada; una generación de lectoras y lectores que buscan la transgresión en el lema, en el guiño, y conciben los cómics como espejos desde los que remitirse al mundo. En esta línea, no es de extrañar que Giant Days (Fandogamia) haya logrado erigirse como tebeo de primera división en la editorial Boom Studios, después de transitar Internet y la small press. El equipo formado por el guionista John Allison, las dibujantes Lissa Treiman y Max Sarin, y Whitney Cogar como colorista han sabido hilvanar agenda con comedia, lo que ha dado un resultado bastante invencible en cuanto a entretenimiento y diversidad. Algo parecido a lo que Marvel y DC han intentado con colecciones protagonizadas por Harley Quinn, la bufona del Universo DC, y su contrapartida Marvel, Masacre-Gwen, y que han logrado con series que amplían espectro de edad, como Moon Girl y Dinosaurio Diabólico, Ms. Marvel o Chica Ardilla. Mención aparte para títulos herederos de La Leyenda de Wonder Woman, de Renae De Liz, en formato y público como el volumen único firmado por Mariko Tamaki y Joelle Jones, Supergirl: Fuera de lo común. Historias de crecimiento y madurez, de pérdida de la inocencia y encuentro del trayecto vital, imaginadas por autoras provenientes de distintos ámbitos, que conciben el estilo y la narrativa propia del manga, el diseño gráfico y recursos de la animación, e incluso la autoficción, como parte del elenco de herramientas que permitan, de manera desprejuiciada, concebir ficciones difíciles de etiquetar.


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Cómics esenciales 2017

Un anuario de ACDCómiC & JOT DOWN

Primera edición: abril, 2018


martes, 27 de abril de 2021

El padre del ‘manga’ para adultos

Más apreciado fuera que en Japón, Yoshihiro Tatsumi introdujo encuadres propios del cine y compuso páginas enteras sin diálogos. “Escribo para mí mismo”, dice el historietista

Por Andrés S. Braun

YOSHIHIRO TATSUMI (Osaka, 1935) nos cita en Saboru, un local a medio camino entre una cripta y un bar de estética polinesia que sigue siendo la guarida por excelencia de las criaturas que pululan por Jimbôcho, el barrio tokiota donde se asienta buena parte de la industria editorial de Japón. Aquí conocen bien a sensei (maestro) Tatsumi. Él es el padre del manga gekiga, aquel que apeló por primera vez a un público adulto en Japón. Mientras el tebeo occidental empezó a reconocer la madurez del medio, Tatsumi y los integrantes del taller Gekiga, entre los que se contaban autores hoy reconocidos como Takao Saito (Golgo 13), emprendieron en Japón su propia cruzada a finales de los cincuenta. No apostaron por transgredir la moral burguesa sino que intentaron emplear los circuitos convencionales para brindarle al lector recursos narrativos más sofistica- dos, temáticas y géneros más adultos —como el suspense o el drama— alejados del cómic de aventuras infantil tan popular en la época. El seinen, como se llama hoy al manga dirigido a lectores mayores de 20 años, no sería lo mismo si Tatsumi y sus colegas no hubieran empezado a rasgar el encorsetamiento al que las editoriales niponas tenían sometido al tebeo.

“La Nueva Isla del Tesoro, de Osamu Tezuka (cuya versión publicó en España Glénat), su primera obra de éxito publicada en 1947, fue el tebeo que nos marcó. Vimos que se podía hacer algo diferente”, recuerda Tatsumi con una sonrisa dibujada en su contundente rostro al que acompañan unas gruesas gafas y su cabello encrespado. “Además tuvimos la suerte de empezar en las editoriales que vendían a los kashibon —tiendas de alquiler de tebeos— en Osaka. Allí ni siquiera había reuniones editoriales como en Tokio. Lo importante era que la portada fuera llamativa para que se alquilara la obra. Gracias a eso, pudimos empezar a buscar nuevas fórmulas”, rememora. Sin embargo, la revolución del gekiga no fue un camino de rosas. “Tuvimos muchas barre- ras, especialmente cuando nos mudamos a Tokio. Muchos consideraron nuestras historias violentas y perniciosas para los niños, aunque no nos dirigíamos al público infantil. Por otro lado, las editoriales intentaban meternos en cintura y nos decían que el lector adulto no existía, que los niños dejaban de leer tebeos cuando entraban en secundaria”, apostilla. La historia de esa lucha está recogida en los dos tomos que componen Una vida errante, obra autobiográfica que además ofrece una visión de los años del milagro económico japonés.

“He sudado mucho con Una vida errante, pero no la considero mi obra cumbre, es algo aparte dentro de mi producción. Nunca quise escribir una autobiografía. Fue una suerte que Mitsuhiko Asakawa, de la editorial Mandarake, me propusiera dibujarla en 1994 y publicarla por entregas en la revista- catálogo de la casa. Lo que no imaginé fue que se publicaría en España y en Estados Unidos”, añade Tatsumi, que acaba de regresar de Singapur donde un productor independiente ha rodado una película basada en Una vida errante combinando animación y acción real. El encargo en el que ahora trabaja también viene de fuera, de la mano del historietista y editor californiano Adrian Tomine, responsable de que buena parte de su obra se haya traducido al inglés. “A petición suya estoy dibujando la continuación de Una vida errante. Arranca en 1960, donde se quedó el anterior volumen, y recoge la desaparición de las tiendas kashibon, pero sobre todo la explosión del gekiga y la aparición de la revista Garo”. Esta nueva obra también recoge el estrés que padeció entonces, cuando tenía que entregar tres publicaciones de 100 páginas a la semana. Una vez, él y los cinco ayudantes que había con- tratado para dar abasto con los pedidos dibujaron 50 páginas en una noche porque se les había pasado el plazo. “Es la historia del boxeador que aparece en Venga, saca las joyas (Ponent Mon, 2004)”.

Antes de eso, Tatsumi se había pasado años buscando la manera de introducir en sus tebeos patrones narrativos procedentes de las lecturas que devoraba con fruición —desde El conde de Montecristo hasta las novelas policiacas de Mickey Spillane— y ante todo de su pasión por el cine. “Adoraba sobre todo el cine europeo por encima del de Hollywood y sus finales felices. Una de las películas que más me marcó fue la francesa Des gens sans importance (1956), de Henri Verneuil. Salí del cine pensando: quiero hacer algo así en manga; un cómic donde no hagan falta diálogos para expresar algo”. Esos influjos le llevaron a introducir encuadres propios del séptimo arte, a diseñar con mimo los escenarios, a componer novedosas puestas en página o a dibujar viñetas o incluso páginas enteras sin diálogos. Del cine europeo también pareció heredar su gusto por los finales abruptos que aparecen en la mayoría de las historias cortas que han compilado en España La Cúpula y Ponent Mon. “Nunca he querido dirigir al lector, me gusta que ponga de su parte, que complete el antes y el después de la historia”. Esas historias plagadas de seres atormentados —ya sean prostitutas, delincuentes u oficinistas— y que exprimen las miserias de la posguerra o de la vida tokiota pudieron leer- se por primera vez en castellano a principios de los ochenta en la revista El Víbora. “Después de que el gekiga viviera su explosión, el sexo se hizo muy presente. Siempre lo he empleado en favor de la narración, nunca gratuitamente, y además se encuentra en mi propio proceso creativo ya que me he inspirado mucho en artículos de las secciones de sucesos. Y creo que mis recuerdos de infancia también influyen. Vivía cerca del aeropuerto de Itami, en Osaka, que pasó a ser una base estadounidense tras la guerra. Recuerdo ver a soldados manteniendo relaciones sexuales con japonesas en los bosques próximos a mi casa. Y también que estos regalaban globos a los niños que luego resultaban ser preservativos”, recuerda entre risotadas.

“Muchos autores te dirán que escriben para sus lectores, para contarles algo... Pero yo he llegado a la conclusión de que escribo para mí mismo. Para extraer cosas de mí, cosas que pueden resultarme vergonzosas y que no me gustaría contar de otra manera. Claro que si pretendes vivir de esto tienes que gustar a los lectores, y es fabuloso saber que tantos me aprecian, sobre todo en el extranjero”, señala este historietista que vive ahora entre el cariño del público foráneo y la indiferencia que le despierta el manga actual. “Admiro la sofisticación de los dibujantes japoneses actuales, pero desde hace diez años no hay ningún manga que me sorprenda. Lo último que me gustó fue Bola de Dragón, de Akira Toriyama. Después todo se ha vuelto mediocre. La industria se ha dormido en los laureles”. 



Una vida errante 1 y 2. Traducción de X. Astiberri. Bibao, 2010. 432 y 416 páginas. 24 euros cada tomo


EL PAÍS BABELIA 12.06.10