Elisa McCausland
Las etiquetas, a veces, nos ayudan a entender el medio: nos acercan obras que jamás habíamos pensado que podrían interesarnos; nos facilitan la identificación de un título para regalo; nos indican en qué balda podemos encontrar aquello que necesitamos. No obstante, como todo marco simbólico, como toda construcción que se perpetúa en el tiempo, es importante preguntarse por su sentido en el hoy. ¿En qué pensamos cuando hablamos de tebeo juvenil? ¿Qué lee la juventud? ¿Cuándo se deja de ser infante? ¿Importa eso a la hora de abrir un cómic, cualquier cómic?
No deja de ser curioso que, durante el proceso de mutación metafórica y —no tan metafórica— que llamamos crecimiento, estemos más preocupados por saber si la lectura es conveniente para la edad de la persona —si no provocará algún trauma, si la obra se adecúa a su madurez—, que por el mero hecho de que observe, experimente, lea. Desde mi experiencia como lectora temprana, también de cómics, esta es una de las tensiones observadas que más me intrigan; es por eso que le pregunto a amigas bibliotecarias, a libreros entregados a la causa de la lectura, a editores que se han especializado en dar de leer a la infancia y la adolescencia, a compañeras que educan, y no hay una respuesta unívoca. Desde quienes prefieren seguir el proceso, etapa a etapa, hasta la opción del acompañamiento silencioso, pasando por el más o menos disimulado control de lecturas. La observación más lúcida, hasta el momento, la hizo una mediadora en biblioteca pública, que me confesaba que los títulos que arrasaban entre un espectro de edad temprana eran clásicos como El Pato Donald, de Carl Banks, Terry y los piratas, de Milton Caniff o Calvin y Hobbes, de Bill Watterson.
La edad peliaguda
La biblioteca como espacio de descubrimiento, de creación del gusto y del disfrute por la lectura. Y, para ello, las etiquetas ¿orientan o limitan? No quería quedarme encallada en reflexiones sobre lo que podríamos llamar «la edad peliaguda», un apelativo coloquial que nos permite visibilizar estas tensiones a las que hacía referencia anteriormente, y que hace referencia a ese espacio/tiempo entre el aprendizaje de la lectura y la preadolescencia que tanto preocupa a los adultos. Sin embargo, tebeos provenientes del ámbito del audiovisual, como Gumball, Hora de aventuras o Steven Universe, desafían esas mismas etiquetas. Colecciones, que no por nada, interesan a ilustradores y dibujantes, como producto pero, sobre todo, como nicho de mercado. Algo parecido a lo que encontramos en fantasías hiperbólicas como I hate Fairyland (Panini), una versión macarra y cuqui de Alicia firmada por el estadounidense Skottie Young. Bastante más descafeinadas, pero también adorables, son las DC Super Hero Girls, que adoptan la fórmula de grupo de amigas de instituto, solo que con las heroínas y villanas del Universo DC como protagonistas. Firmadas por la animadora Shea Fontana, también se encarga de los cortos animados, lo que vuelve a poner de manifiesto las productivas sinergias transmedia que traen consigo estas obras.
Cambiando de escala, encontramos en editoriales como Sallybooks, La Tribu Ediciones, Dibbuks, Sapristi o Bang Ediciones un trabajo específico, patente, en editar para público infantil y juvenil. Comparten enfoque de mercado con la revista Kiwi, enfocada a la ya citada «edad peliaguda», y especifican en su propuesta el cuidado por el diseño. En este apartado cabría destacar a Ediciones Maeva, que ha capitalizado la categoría juvenil de los Premios Eisner trayendo a nuestro mercado dos de sus premios: Sonrisas, de Raina Telgemeier, y Super Sorda, de Cece Bell.
Pero, como hemos precisado en el inicio, el cuestionamiento de lo que encontramos bajo estas etiquetas nos parece necesario. También observar qué funciona; es decir, qué es lo que buscan las nuevas generaciones en el tebeo en contraste con aquello que la crítica valora. Obras de éxito y prestigio editadas el pasado 2017, como Luces nocturnas, de Lorena Álvarez (Astiberri); Los cuadernos de Esther, de Riad Sattouf (Sapristi); Nimona, de Noelle Stevenson (Océano); o Las 100 noches de Hero, de Isabel Greenberg (Impedimenta) ponen de manifiesto el interés editorial y de mercado por las aventuras protagonizadas por niñas y jóvenes de ficción, que también tienen su reflejo productivo en obras didácticas al estilo de los dos volúmenes de Valerosas, de Pénélope Bagieu (Dibbuks).
Adolescentes alienígenas
«Tanto da que seas una bailarina o una marginada, una chica de clase trabajadora o de la alta sociedad, en este campamento hay un sitio para ti, no importa lo distinta que te sientas a todas las demás». El mensaje del Consejo Mayor de las Leñadoras, junto

con su promesa de superación individual y sororidad colectiva, bien podría ser una de las características de una ficción medida para hacer llegar un mensaje positivo desde la misma creación, pues las autoras de Leñadoras —dos volúmenes editados por Sapristi hasta el momento en nuestro país— escriben, ilustran y colorean; proyecto creado por Shannon Waters, Grace Ellis, Noelle Stevenson y Brooke Allen, nos interesa porque se ha configurado como artefacto idóneo para trasladar un visión positiva de las relaciones entre chicas. Algo que en Paper Girls (Planeta) resulta más ambiguo pero, no por ello, menos interesante. Serie de ciencia ficción cool firmada por Brian K. Vaughan y Cliff Chiang para Image, encuentra en el tebeo de género una deriva distintiva de la que también se nutren producciones como Rat Queens (Norma), un cómic de espada, brujería y heroínas disfrutonas llevado a cabo por Kurtis J. Wiebe, Roc Upchurch y Stjepan Šejić; la sátira distópica y feminista Bitch Planet (Astiberri), de Kelly Sue Deconnick y Valentine De Landro; la fantasía oscura y vibrante Monstress (Norma), de Marjorie Liu y Sana Takeda; o la ciencia ficción panteísta Mirror (Astiberri), firmada por Emma Ríos y Hwei Lim.
Pero, si Image ha logrado darle un giro a lo que a detectar tendencias se refiere, se lo debe, en gran medida, a la generación The Wicked + The Divine, que tan bien han detectado Kieron Gillen y Jamie McKelvie con su obra más depurada; una generación de lectoras y lectores que buscan la transgresión en el lema, en el guiño, y conciben los cómics como espejos desde los que remitirse al mundo. En esta línea, no es de extrañar que Giant Days (Fandogamia) haya logrado erigirse como tebeo de primera división en la editorial Boom Studios, después de transitar Internet y la small press. El equipo formado por el guionista John Allison, las dibujantes Lissa Treiman y Max Sarin, y Whitney Cogar como colorista han sabido hilvanar agenda con comedia, lo que ha dado un resultado bastante invencible en cuanto a entretenimiento y diversidad. Algo parecido a lo que Marvel y DC han intentado con colecciones protagonizadas por Harley Quinn, la bufona del Universo DC, y su contrapartida Marvel, Masacre-Gwen, y que han logrado con series que amplían espectro de edad, como Moon Girl y Dinosaurio Diabólico, Ms. Marvel o Chica Ardilla. Mención aparte para títulos herederos de La Leyenda de Wonder Woman, de Renae De Liz, en formato y público como el volumen único firmado por Mariko Tamaki y Joelle Jones, Supergirl: Fuera de lo común. Historias de crecimiento y madurez, de pérdida de la inocencia y encuentro del trayecto vital, imaginadas por autoras provenientes de distintos ámbitos, que conciben el estilo y la narrativa propia del manga, el diseño gráfico y recursos de la animación, e incluso la autoficción, como parte del elenco de herramientas que permitan, de manera desprejuiciada, concebir ficciones difíciles de etiquetar.
TM&©2016MARVEL
Cómics esenciales 2017
Un anuario de ACDCómiC & JOT DOWN
Primera edición: abril, 2018
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