miércoles, 27 de marzo de 2019
El retorno de los eternos Zipi y Zape
Bruguera recupera a los gemelos cuando se cumplen 25 años de la muerte de Escobar
LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona 26 MAR 2019
Estaban ligeramente basados en los revoltosos hermanos de historieta alemana Max y Moritz, nacidos allá por 1865, de la mano entintada de Wilhelm Busch, uno de los padres de la tira cómica europea. Querían hacer el bien, pero a veces, casi siempre, acababan haciendo algo tan mal, que su padre, don Pantuflo Zapatilla, no tenía más remedio que castigarles de tan terribles e ingeniosas maneras como fuera posible. Siempre fingían haber sacado “sendos dieces” cuando en realidad tenían “sendos ceros” en lo que fuese porque el fin justificaba los medios y lo único que querían era que les comprasen, de una vez, su par de ansiadas bicicletas.
Zipi y Zape, los gemelos más famosos de la historieta española, los que hicieron de Josep Escobar el maestro de tantos dibujantes —incluido el propio Ibáñez, que creció dibujando continuaciones a las historietas de los traviesos hermanos que leía de pequeño—, han vuelto, y lo han hecho renovados. La editorial Bruguera, desde 2017 en manos del gigante Penguin Random House, ha ajustado el color y ha introducido pequeños cambios lingüísticos para atraer a los niños de hoy con la intención de convertirse, como Ásterix y Óbelix, en su propia marca.
El relanzamiento coincide con el 25 aniversario de la muerte de Escobar, “todo un pionero”, en palabras del escritor Javier Pérez Andújar, “un maestro, en el sentido más profundo del concepto, pues fue el que enseñó y abrió camino, fue sensible antes que los demás a cómo había que hacer las cosas”. “Fíjense, a los 12 años pintó un mural de seis metros en una pared de una calle de su ciudad, Granollers, que daba a la carretera de Barcelona, convencido de que alguien lo vería y descubriría su talento y lo ficharía para convertirse en lo que siempre quiso ser y acabó siendo: dibujante”, recordó ayer Pérez Andújar. “A la semana se dio cuenta de que había cometido el error de no firmarlo, y, claro, ¡así cómo iban a llamarlo!”, apostilló su hija Montse, que le recuerda siempre dibujando. “Leíamos sus historietas antes de que se publicaran y cuando detectábamos que había usado algo nuestro, ¡le cobrábamos por derechos de autor!”, bromeó. Tanto su hermano Carles como ella aborrecían su icónica pipa, que estos días puede verse en la pequeña exposición que acoge Fnac Triangle, en Barcelona. “¡Era imposible no toser a su lado!”, recuerdan.
Su nieto, Sergi Escobar, ahora al frente de su legado, gafas de cristales tan gruesos como las de su abuelo, dice que esto es solo el principio. Este año van a recuperarse tres de las 16 “aventuras largas” que Escobar ideó para Zipi y Zape. Llegó a escribir 10.000 páginas solo de los gemelos, como recordaba Ibáñez durante la presentación del par de primeros volúmenes, La vuelta al mundo y El tonel del tiempo, “¡podría empapelarse la muralla china con nuestros originales!”, afirmaba. “Y al menos se recuperarán tres cada año, pero la intención es encontrar a un dibujante de trazo similar que pueda continuar con las aventuras”, apuntó su nieto. Se admiten apuestas.
Respecto a los originales, todo lo que Escobar firmó antes de 1987 —y pensemos que la primera historieta de Zipi y Zape data de 1948—, sigue “en paradero desconocido”, porque primero la desaparecida vieja Bruguera y luego Grupo Zeta se negaron a devolvérselos a sus legítimos dueños. “Era terrorífico, los destruían sin más para que no los tuviéramos”, se lamentaba Ibáñez, que no hacía más que recordar que para él, Escobar, “era Dios” y que daría cualquier cosa por volver a verle. "Si pudiera verle aparecer, envuelto en el humo de su pipa, ahora mismo, sería la persona más feliz del mundo", apostilló el dibujante.
Escobar, dijo Ibáñez, “fue un hombre sencillo, un verdadero amigo”. Les separaban 28 años pero “parecía que hubiéramos estado toda la vida juntos”. Recordaba el creador de Mortadelo la de veces que se cruzaron en las oficinas de Bruguera, y cómo, uno y otro, se volvieron esclavos de sus personajes de éxito – él, de Mortadelo; Escobar, de los gemelos –, condenando a la desaparición al resto. “Éramos ninotaires – humoristas gráficos – y estábamos en una fábrica. La producción no paraba nunca. A veces ni siquiera te dejaban acabar tus historietas. Simplemente las dibujabas, y venía alguien a ponerles el color y a rotularlas. Con la obsesión de producir nos estaban matando, estaban matando nuestro trabajo”, sentenciaba el dibujante.
¿Y sintonizarán los niños de hoy con la pareja de hermanos? “Zipi y Zape son eternos”, respondía Montse Escobar, porque, añadía, “eran niños traviesos pero con un buen fondo”. “Sus valores son atemporales y sus historias, tan divertidas como entonces”, aseguraba el nieto, Sergi, que recuerda a su abuelo dibujando incluso en la casa de campo en la que la familia se reunía los domingos. “Era una fiera, era el mejor”, añadió Ibáñez. Y ha vuelto para quedarse, para dejar, en realidad, que sean sus personajes los que se queden.
El Pais
LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona 26 MAR 2019
El nieto de Josep Escobar, Sergi, Francisco Ibáñez y Javier Pérez Andújar, durante la presentación del relanzamiento de 'Zipi y Zape' en Barcelona, en el 25 aniversario de la muerte de su autor. MASSIMILIANO MINOCRI EL PAÍS
Zipi y Zape, los gemelos más famosos de la historieta española, los que hicieron de Josep Escobar el maestro de tantos dibujantes —incluido el propio Ibáñez, que creció dibujando continuaciones a las historietas de los traviesos hermanos que leía de pequeño—, han vuelto, y lo han hecho renovados. La editorial Bruguera, desde 2017 en manos del gigante Penguin Random House, ha ajustado el color y ha introducido pequeños cambios lingüísticos para atraer a los niños de hoy con la intención de convertirse, como Ásterix y Óbelix, en su propia marca.
El relanzamiento coincide con el 25 aniversario de la muerte de Escobar, “todo un pionero”, en palabras del escritor Javier Pérez Andújar, “un maestro, en el sentido más profundo del concepto, pues fue el que enseñó y abrió camino, fue sensible antes que los demás a cómo había que hacer las cosas”. “Fíjense, a los 12 años pintó un mural de seis metros en una pared de una calle de su ciudad, Granollers, que daba a la carretera de Barcelona, convencido de que alguien lo vería y descubriría su talento y lo ficharía para convertirse en lo que siempre quiso ser y acabó siendo: dibujante”, recordó ayer Pérez Andújar. “A la semana se dio cuenta de que había cometido el error de no firmarlo, y, claro, ¡así cómo iban a llamarlo!”, apostilló su hija Montse, que le recuerda siempre dibujando. “Leíamos sus historietas antes de que se publicaran y cuando detectábamos que había usado algo nuestro, ¡le cobrábamos por derechos de autor!”, bromeó. Tanto su hermano Carles como ella aborrecían su icónica pipa, que estos días puede verse en la pequeña exposición que acoge Fnac Triangle, en Barcelona. “¡Era imposible no toser a su lado!”, recuerdan.
Su nieto, Sergi Escobar, ahora al frente de su legado, gafas de cristales tan gruesos como las de su abuelo, dice que esto es solo el principio. Este año van a recuperarse tres de las 16 “aventuras largas” que Escobar ideó para Zipi y Zape. Llegó a escribir 10.000 páginas solo de los gemelos, como recordaba Ibáñez durante la presentación del par de primeros volúmenes, La vuelta al mundo y El tonel del tiempo, “¡podría empapelarse la muralla china con nuestros originales!”, afirmaba. “Y al menos se recuperarán tres cada año, pero la intención es encontrar a un dibujante de trazo similar que pueda continuar con las aventuras”, apuntó su nieto. Se admiten apuestas.
Respecto a los originales, todo lo que Escobar firmó antes de 1987 —y pensemos que la primera historieta de Zipi y Zape data de 1948—, sigue “en paradero desconocido”, porque primero la desaparecida vieja Bruguera y luego Grupo Zeta se negaron a devolvérselos a sus legítimos dueños. “Era terrorífico, los destruían sin más para que no los tuviéramos”, se lamentaba Ibáñez, que no hacía más que recordar que para él, Escobar, “era Dios” y que daría cualquier cosa por volver a verle. "Si pudiera verle aparecer, envuelto en el humo de su pipa, ahora mismo, sería la persona más feliz del mundo", apostilló el dibujante.
Escobar, dijo Ibáñez, “fue un hombre sencillo, un verdadero amigo”. Les separaban 28 años pero “parecía que hubiéramos estado toda la vida juntos”. Recordaba el creador de Mortadelo la de veces que se cruzaron en las oficinas de Bruguera, y cómo, uno y otro, se volvieron esclavos de sus personajes de éxito – él, de Mortadelo; Escobar, de los gemelos –, condenando a la desaparición al resto. “Éramos ninotaires – humoristas gráficos – y estábamos en una fábrica. La producción no paraba nunca. A veces ni siquiera te dejaban acabar tus historietas. Simplemente las dibujabas, y venía alguien a ponerles el color y a rotularlas. Con la obsesión de producir nos estaban matando, estaban matando nuestro trabajo”, sentenciaba el dibujante.
¿Y sintonizarán los niños de hoy con la pareja de hermanos? “Zipi y Zape son eternos”, respondía Montse Escobar, porque, añadía, “eran niños traviesos pero con un buen fondo”. “Sus valores son atemporales y sus historias, tan divertidas como entonces”, aseguraba el nieto, Sergi, que recuerda a su abuelo dibujando incluso en la casa de campo en la que la familia se reunía los domingos. “Era una fiera, era el mejor”, añadió Ibáñez. Y ha vuelto para quedarse, para dejar, en realidad, que sean sus personajes los que se queden.
El Pais
Lo más “bajo” y lo más alto
Nick Drnaso ha cuarteado los esquemas conservadores de quienes todavía consideran al cómic pariente ancilar de la “gran” literatura
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
23 MAR 2019
1. Gráficas
El hecho de que Sabrina (Salamandra), la novela gráfica de Nick Drnaso que recomendé en estas mismas páginas, figurara entre las finalistas del Man Booker Prize ha cuarteado los esquemas conservadores de quienes todavía consideran al género pariente ancilar de la “gran” literatura. Mucho tiempo antes de que Ortega —que siempre se la cogía aristocráticamente con papel de fumar a la hora de referirse a la “muchedumbre”— certificara filosóficamente (1930) que “ahora todo el mundo es solo la masa”, la frontera entre la “alta” y “baja” cultura se estaba volatilizando.
Con el Nobel a Dylan se rasgaron las cortinas del templo de la Kultur, de modo que imaginen el quilombo si al jurado sueco de literatura —que lleva en dique seco desde que Jean-Claude Arnault, “ese cabrón”, como lo llamó Peter Englund, fuera acusado de abusos sexuales— se le ocurriera premiar una novela o ensayo gráfico de la categoría de los de Drnaso (Sabrina, 2018), Art Spiegelman (Maus, 1991; Reservoir Books) o Alison Bechdel (Fun Home, 2006; Reservoir Books), tres autores que me vienen a la cabeza y que nadie me negará que exhiben una obra por lo menos tan sólida en su campo como lo fue en el suyo la de don José de Echegaray, primer Nobel hispánico (1904).
Precisamente porque hace tiempo que soy escéptico en cuanto a la validez de la oposición alta/baja cultura es por lo que me ha extrañado que Rodrigo Fresán, un escritor y crítico con cuyas opiniones literarias suelo coincidir, se refiera a La frontera, la estupenda y exigente novela de Don Winslow (Harper Collins) que tanto les he recomendado, como “literatura popular de alto calibre”, una expresión que no entiendo qué puede significar ahora, a menos que también la merecieran, por ejemplo, El agente secreto (Conrad, 1907), Lolita (Nabokov, 1955) o la misma Jardines de Kensington (Fresán; Mondadori, 2003).
Volviendo a las historias gráficas, entre las últimas que me han llegado me ha parecido particularmente interesante la biografía Buñuel, en el laberinto de las tortugas (Reservoir Books), de Fermín Solís. En cuanto a la decimotercera entrega de Macanudo, del argentino Liniers (también en Reservoir), un historietista al que sigo desde hace tiempo, debo decir que ahora, cuando leo y miro sus tiras reunidas en volumen, me resultan un tanto autorreferenciales y déjà vues; y, encima, tuve que esperar hasta la página 81 del álbum para encontrar una única y mísera referencia a la aceituna Oliverio, que es su personaje que prefiero. No pido un monográfico sobre la criatura, pero tampoco se merece ese aparatoso ninguneo.
2. Poetas
Por azares de la edición me llega la obra completa de dos poetas que conocí tardíamente, y gracias a otro: Ezra Pound. A Catulo (84-54 antes de Cristo) siempre se acaba volviendo, y la admirable, cuidadosa, elegante (pero también soez cuando lo requiere) traducción de su Poesía completa (Penguin) a cargo de Ramón Irigoyen nos proporciona una gran ocasión de hacerlo de nuevo. Pound lo tradujo y lo admiró, como demuestra su poema ‘Sociedad’, que no me resisto a transcribirles: “La posición de la familia decaía. / De ahí que la pequeña Aurelia, / que había reído dieciocho veranos, / soporte ahora el paralizante contacto de Fidipo” (traducción mía).
A Matsuo Basho (1644-1694) lo conocí también a través del gran poeta de Idaho, aunque reconozco que lo primero de él que leí entero fue su travelogue poético Sendas de Oku editado por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya (Barral Editores, 1970). Su Poesía completa (Ediciones El Gallo de Oro; traducción comentada de Beñat Arginzoniz) nos ofrece la summa del gran maestro del haikú. Su huella en la primera época de Pound es evidente; lo atestigua, por ejemplo, el brevísimo ‘En una estación de metro’: “La aparición de esos rostros en la multitud, / pétalos en una rama húmeda y negra”.
3. Comunista
Estupenda la labor de recuperación que viene realizando Renacimiento, el buque insignia de Abelardo Linares, en su serie Biblioteca de la Memoria, en la que se publican, reeditan o recomponen textos olvidados, poco conocidos o descuidados por los sellos del mainstream, nada proclives a la paciente búsqueda de obras perdidas, un territorio en el que Linares —de amplia trayectoria como librero “de viejo” y rastreador de tesoros bibliográficos ocultos en almacenes de dos continentes— no tiene rival. Ese es el caso de Memorias de un ministro comunista de la República, de Vicente Uribe, de cuya edición han sido responsables Almudena Doncel y Fernando Hernández, que han fijado y anotado las tres carpetas de recuerdos políticos que el dirigente del PCE compuso y dictó a partir de 1956, cuando ya había caído en desgracia y había sido desplazado (con ignominia) de la cúpula del poder comunista por el irresistible ascenso de los jóvenes (Carrillo, Claudín, Gallego).
Más allá del interés histórico del texto —que da una versión muy pro domo sua de la evolución del PCE durante tres décadas—, las Memorias de Uribe (ministro de Agricultura de 1936 a 1939, durante los Gobiernos de Largo Caballero y Negrín), permiten una versión de primera mano de las opiniones y la línea política de los estalinistas españoles acerca no solo de su propio pasado (la dirección “sectaria” de Bullejos, Adame y Trilla), sino también de sus histéricos y oportunistas cambios de línea durante los años treinta —desde la crítica a los “socialfascistas”, a la imposición del “frente único” contra el fascismo—, así como de las purgas a derecha e izquierda que reflejaron las que tenían lugar en la “patria socialista”.
El volumen se cierra con un anexo que recoge su patética intervención “autocrítica” en la sesión del Comité Central que determinó su defenestración política. Uribe murió en Praga en 1961. En la actualidad, un vivero de empresas de Sestao, dedicado al “fomento de las actividades emprendedoras”, lleva su nombre.
El Pais
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
23 MAR 2019
1. Gráficas
El hecho de que Sabrina (Salamandra), la novela gráfica de Nick Drnaso que recomendé en estas mismas páginas, figurara entre las finalistas del Man Booker Prize ha cuarteado los esquemas conservadores de quienes todavía consideran al género pariente ancilar de la “gran” literatura. Mucho tiempo antes de que Ortega —que siempre se la cogía aristocráticamente con papel de fumar a la hora de referirse a la “muchedumbre”— certificara filosóficamente (1930) que “ahora todo el mundo es solo la masa”, la frontera entre la “alta” y “baja” cultura se estaba volatilizando.
Con el Nobel a Dylan se rasgaron las cortinas del templo de la Kultur, de modo que imaginen el quilombo si al jurado sueco de literatura —que lleva en dique seco desde que Jean-Claude Arnault, “ese cabrón”, como lo llamó Peter Englund, fuera acusado de abusos sexuales— se le ocurriera premiar una novela o ensayo gráfico de la categoría de los de Drnaso (Sabrina, 2018), Art Spiegelman (Maus, 1991; Reservoir Books) o Alison Bechdel (Fun Home, 2006; Reservoir Books), tres autores que me vienen a la cabeza y que nadie me negará que exhiben una obra por lo menos tan sólida en su campo como lo fue en el suyo la de don José de Echegaray, primer Nobel hispánico (1904).
Precisamente porque hace tiempo que soy escéptico en cuanto a la validez de la oposición alta/baja cultura es por lo que me ha extrañado que Rodrigo Fresán, un escritor y crítico con cuyas opiniones literarias suelo coincidir, se refiera a La frontera, la estupenda y exigente novela de Don Winslow (Harper Collins) que tanto les he recomendado, como “literatura popular de alto calibre”, una expresión que no entiendo qué puede significar ahora, a menos que también la merecieran, por ejemplo, El agente secreto (Conrad, 1907), Lolita (Nabokov, 1955) o la misma Jardines de Kensington (Fresán; Mondadori, 2003).
Volviendo a las historias gráficas, entre las últimas que me han llegado me ha parecido particularmente interesante la biografía Buñuel, en el laberinto de las tortugas (Reservoir Books), de Fermín Solís. En cuanto a la decimotercera entrega de Macanudo, del argentino Liniers (también en Reservoir), un historietista al que sigo desde hace tiempo, debo decir que ahora, cuando leo y miro sus tiras reunidas en volumen, me resultan un tanto autorreferenciales y déjà vues; y, encima, tuve que esperar hasta la página 81 del álbum para encontrar una única y mísera referencia a la aceituna Oliverio, que es su personaje que prefiero. No pido un monográfico sobre la criatura, pero tampoco se merece ese aparatoso ninguneo.
2. Poetas
Por azares de la edición me llega la obra completa de dos poetas que conocí tardíamente, y gracias a otro: Ezra Pound. A Catulo (84-54 antes de Cristo) siempre se acaba volviendo, y la admirable, cuidadosa, elegante (pero también soez cuando lo requiere) traducción de su Poesía completa (Penguin) a cargo de Ramón Irigoyen nos proporciona una gran ocasión de hacerlo de nuevo. Pound lo tradujo y lo admiró, como demuestra su poema ‘Sociedad’, que no me resisto a transcribirles: “La posición de la familia decaía. / De ahí que la pequeña Aurelia, / que había reído dieciocho veranos, / soporte ahora el paralizante contacto de Fidipo” (traducción mía).
A Matsuo Basho (1644-1694) lo conocí también a través del gran poeta de Idaho, aunque reconozco que lo primero de él que leí entero fue su travelogue poético Sendas de Oku editado por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya (Barral Editores, 1970). Su Poesía completa (Ediciones El Gallo de Oro; traducción comentada de Beñat Arginzoniz) nos ofrece la summa del gran maestro del haikú. Su huella en la primera época de Pound es evidente; lo atestigua, por ejemplo, el brevísimo ‘En una estación de metro’: “La aparición de esos rostros en la multitud, / pétalos en una rama húmeda y negra”.
3. Comunista
Estupenda la labor de recuperación que viene realizando Renacimiento, el buque insignia de Abelardo Linares, en su serie Biblioteca de la Memoria, en la que se publican, reeditan o recomponen textos olvidados, poco conocidos o descuidados por los sellos del mainstream, nada proclives a la paciente búsqueda de obras perdidas, un territorio en el que Linares —de amplia trayectoria como librero “de viejo” y rastreador de tesoros bibliográficos ocultos en almacenes de dos continentes— no tiene rival. Ese es el caso de Memorias de un ministro comunista de la República, de Vicente Uribe, de cuya edición han sido responsables Almudena Doncel y Fernando Hernández, que han fijado y anotado las tres carpetas de recuerdos políticos que el dirigente del PCE compuso y dictó a partir de 1956, cuando ya había caído en desgracia y había sido desplazado (con ignominia) de la cúpula del poder comunista por el irresistible ascenso de los jóvenes (Carrillo, Claudín, Gallego).
Más allá del interés histórico del texto —que da una versión muy pro domo sua de la evolución del PCE durante tres décadas—, las Memorias de Uribe (ministro de Agricultura de 1936 a 1939, durante los Gobiernos de Largo Caballero y Negrín), permiten una versión de primera mano de las opiniones y la línea política de los estalinistas españoles acerca no solo de su propio pasado (la dirección “sectaria” de Bullejos, Adame y Trilla), sino también de sus histéricos y oportunistas cambios de línea durante los años treinta —desde la crítica a los “socialfascistas”, a la imposición del “frente único” contra el fascismo—, así como de las purgas a derecha e izquierda que reflejaron las que tenían lugar en la “patria socialista”.
El volumen se cierra con un anexo que recoge su patética intervención “autocrítica” en la sesión del Comité Central que determinó su defenestración política. Uribe murió en Praga en 1961. En la actualidad, un vivero de empresas de Sestao, dedicado al “fomento de las actividades emprendedoras”, lleva su nombre.
El Pais
lunes, 25 de marzo de 2019
El humor de ala ancha que recorrió Europa
Una exposición recupera la figura del dibujante Andrés Martínez de León, creador de Oselito, personaje que habitó las mejores páginas de la prensa española del siglo XX
AMALIA BULNES
Sevilla 12 MAR 2019
De su nacimiento en Sevilla, el ilustrador y pintor Andrés Martínez de León (Coria del Río, 1895 - Madrid 1978) conservó siempre su acento andaluz prendido en la ortografía fonética con que adornaba sus escritos y, sobre todo, un personaje que fue para siempre el alma de sus viñetas y trasunto del autor: Oselito –trazo suelto en plumilla, sombrero de ala ancha, pajarita y chaquetilla corta–, el prototipo de andaluz de hondo gracejo, poseedor de una sabiduría popular y un compromiso político que lo entronca directamente con el Senequismo.
El resto es la historia de un dibujante que consiguió hacer de sus gustos y humor locales –la fiesta de los toros, el acento andaluz, su pasión por el Betis– un tema universal por el que rivalizaban los mejores rotativos nacionales y que llegó a dejar su impronta en Rusia: "En los años previos y durante la Guerra Civil, Oselito era más famoso que Micky Mouse". Lo asegura Sara González, comisaria de la primera gran exposición antológica sobre su obra, que puede verse hasta el 31 de julio en el Museo de la Autonomía Andaluza, ubicado en Coria del Río, su localidad natal, y que repasa la peripecia vital y la singularísima obra de este ilustrador condenado a muerte en los primeros años de Dictadura, pero que recibió finalmente el indulto que Franco otorgaba en Navidad a los condenados por delitos sin sangre.
Su obra comienza siendo más clara y luminosa, y Oselito un personaje blanco surgido de su afición taurina (su nombre es un claro homenaje a Joselito El Gallo), que aparece por primera vez en una viñeta en 1918. No obstante, con la irrupción de la Guerra Civil, el dibujante convierte a su protagonista en miliciano. "Martínez de León fue un artista marcado por el sentido del humor, pero en la Guerra lo pierde y deja la sátira para entregarse al compromiso con la causa republicana", asegura la comisaria. Sin embargo, en el anecdotario encontramos signos de lo contrario, de su humor infatigable, del que queda como testimonio la carta que el poeta Miguel Hernández envía a Josefina Manresa en junio de 1937 desde el Frente de Extremadura: "Oselito está aquí y es él quien hace que de pronto suelte yo la risa a borbotones".
Era frecuente confundir a autor y personaje, como hace en su misiva el poeta de Orihuela: "Martínez de León fue un hombre tímido y Oselito era su alter ego, su lado más gamberro y parte indispensable de su obra, que lo acompañó hasta el final de sus días en un viaje que atraviesa todo el siglo XX español y que recorre la Monarquía, la República, la Guerra Civil y la Dictadura", explica González, que comisaría la exposición junto con Antonio Bizcocho. Para este último, la muestra "pone el foco en la relación entre el creador y el producto, entre la realidad y la ficción, un binomio en el que el límite a veces no está definido y en el que la imagen proyectada sobrepasa al propio artista".
Oselito, fue, sin duda, lo más demandado de Martínez de León en los periódicos de todo el país. Afincado ya en la capital de España, el ilustrador fue colaborador habitual de El Heraldo de Madrid, El Sol, La Voz y, finalmente, El Liberal. "Allí triunfaba con sus viñetas de escenas típicas sevillanas", rememora la comisaria. Tanto éxito alcanzó que La Voz lo destina como enviado especial a Rusia en 1935 para realizar la crónica ilustrada los fastos del XVIII Aniversario de la Revolución Bolchevique. El resultado fue la publicación Oselito en Rusia editada en 1936, donde Martínez de León no renuncia a dotar sus textos de la peculiar fonética trianera, ni a las características fundamentales de su personaje, como su sombrero cordobés ladeado y la fina estampa que emulaba la figura de Joselito El Gallo.
"Fue uno de los autores más plagiados de la época", asegura González, que repasa cómo este sevillano paseó su impronta por todo el territorio nacional: "Sus viñetas aparecían en la prensa regional gallega, y en Valencia fue el cartelista de sus fiestas", continúa la comisaria, que valora de Martínez de León "su destreza en el dibujo y el genio con la plumilla, donde más brilla". Un hito particularmente importante fue la realización del cartel de los Sanfermines en 1959, obra que se hizo tan popular que fue rescatada, ese mismo año, como imagen de la Vuelta Ciclista a España.
Y, cómo no, su gran legado a la posteridad deportiva: en 1958 recibe el encargo de narrar e ilustrar la historia del Real Betis Balompié con motivo del quincuagésimo aniversario del club. El resultado fue una publicación escrita con el humor característico de Oselito, donde el personaje exclama la consigna que, a día de hoy, sigue siendo el grito de guerra de la afición: "¡Viva el Betis manque pierda!".
EL AMIGO DE BLAS INFANTE
"Yo fui el primero que dibujó el escudo de Andalucía, siguiendo las instrucciones que me iba dando don Blas", escribe en algún momento de su vida Andrés Martínez de León. El ilustrador de Coria del Río, efectivamente autor del emblema regional, siempre defendió su amistad con el padre de la patria andaluza, Blas Infante. Trasladado a Coria como notario en 1930, coincide con el traslado de Martínez de León a Madrid, demandado por la prensa nacional, apenas unos meses más tarde.
"Sin embargo, Blas Infante le animó a no perder sus raíces sevillanas y andaluzas y le animó a comprarse una finca que lindaba con la suya", justo donde hoy se levanta el Museo de la Autonomía Andaluza, recuerda Sara González. Fueron vecinos, "Martínez de León pasaba aquí sus vacaciones familiares hasta la llegada de la Guerra", y amigos íntimos hasta el final de los días del líder andalucista.
El Pais
AMALIA BULNES
Sevilla 12 MAR 2019
De su nacimiento en Sevilla, el ilustrador y pintor Andrés Martínez de León (Coria del Río, 1895 - Madrid 1978) conservó siempre su acento andaluz prendido en la ortografía fonética con que adornaba sus escritos y, sobre todo, un personaje que fue para siempre el alma de sus viñetas y trasunto del autor: Oselito –trazo suelto en plumilla, sombrero de ala ancha, pajarita y chaquetilla corta–, el prototipo de andaluz de hondo gracejo, poseedor de una sabiduría popular y un compromiso político que lo entronca directamente con el Senequismo.
El resto es la historia de un dibujante que consiguió hacer de sus gustos y humor locales –la fiesta de los toros, el acento andaluz, su pasión por el Betis– un tema universal por el que rivalizaban los mejores rotativos nacionales y que llegó a dejar su impronta en Rusia: "En los años previos y durante la Guerra Civil, Oselito era más famoso que Micky Mouse". Lo asegura Sara González, comisaria de la primera gran exposición antológica sobre su obra, que puede verse hasta el 31 de julio en el Museo de la Autonomía Andaluza, ubicado en Coria del Río, su localidad natal, y que repasa la peripecia vital y la singularísima obra de este ilustrador condenado a muerte en los primeros años de Dictadura, pero que recibió finalmente el indulto que Franco otorgaba en Navidad a los condenados por delitos sin sangre.
Su obra comienza siendo más clara y luminosa, y Oselito un personaje blanco surgido de su afición taurina (su nombre es un claro homenaje a Joselito El Gallo), que aparece por primera vez en una viñeta en 1918. No obstante, con la irrupción de la Guerra Civil, el dibujante convierte a su protagonista en miliciano. "Martínez de León fue un artista marcado por el sentido del humor, pero en la Guerra lo pierde y deja la sátira para entregarse al compromiso con la causa republicana", asegura la comisaria. Sin embargo, en el anecdotario encontramos signos de lo contrario, de su humor infatigable, del que queda como testimonio la carta que el poeta Miguel Hernández envía a Josefina Manresa en junio de 1937 desde el Frente de Extremadura: "Oselito está aquí y es él quien hace que de pronto suelte yo la risa a borbotones".
Era frecuente confundir a autor y personaje, como hace en su misiva el poeta de Orihuela: "Martínez de León fue un hombre tímido y Oselito era su alter ego, su lado más gamberro y parte indispensable de su obra, que lo acompañó hasta el final de sus días en un viaje que atraviesa todo el siglo XX español y que recorre la Monarquía, la República, la Guerra Civil y la Dictadura", explica González, que comisaría la exposición junto con Antonio Bizcocho. Para este último, la muestra "pone el foco en la relación entre el creador y el producto, entre la realidad y la ficción, un binomio en el que el límite a veces no está definido y en el que la imagen proyectada sobrepasa al propio artista".
Oselito, fue, sin duda, lo más demandado de Martínez de León en los periódicos de todo el país. Afincado ya en la capital de España, el ilustrador fue colaborador habitual de El Heraldo de Madrid, El Sol, La Voz y, finalmente, El Liberal. "Allí triunfaba con sus viñetas de escenas típicas sevillanas", rememora la comisaria. Tanto éxito alcanzó que La Voz lo destina como enviado especial a Rusia en 1935 para realizar la crónica ilustrada los fastos del XVIII Aniversario de la Revolución Bolchevique. El resultado fue la publicación Oselito en Rusia editada en 1936, donde Martínez de León no renuncia a dotar sus textos de la peculiar fonética trianera, ni a las características fundamentales de su personaje, como su sombrero cordobés ladeado y la fina estampa que emulaba la figura de Joselito El Gallo.
"Fue uno de los autores más plagiados de la época", asegura González, que repasa cómo este sevillano paseó su impronta por todo el territorio nacional: "Sus viñetas aparecían en la prensa regional gallega, y en Valencia fue el cartelista de sus fiestas", continúa la comisaria, que valora de Martínez de León "su destreza en el dibujo y el genio con la plumilla, donde más brilla". Un hito particularmente importante fue la realización del cartel de los Sanfermines en 1959, obra que se hizo tan popular que fue rescatada, ese mismo año, como imagen de la Vuelta Ciclista a España.
Y, cómo no, su gran legado a la posteridad deportiva: en 1958 recibe el encargo de narrar e ilustrar la historia del Real Betis Balompié con motivo del quincuagésimo aniversario del club. El resultado fue una publicación escrita con el humor característico de Oselito, donde el personaje exclama la consigna que, a día de hoy, sigue siendo el grito de guerra de la afición: "¡Viva el Betis manque pierda!".
EL AMIGO DE BLAS INFANTE
"Yo fui el primero que dibujó el escudo de Andalucía, siguiendo las instrucciones que me iba dando don Blas", escribe en algún momento de su vida Andrés Martínez de León. El ilustrador de Coria del Río, efectivamente autor del emblema regional, siempre defendió su amistad con el padre de la patria andaluza, Blas Infante. Trasladado a Coria como notario en 1930, coincide con el traslado de Martínez de León a Madrid, demandado por la prensa nacional, apenas unos meses más tarde.
"Sin embargo, Blas Infante le animó a no perder sus raíces sevillanas y andaluzas y le animó a comprarse una finca que lindaba con la suya", justo donde hoy se levanta el Museo de la Autonomía Andaluza, recuerda Sara González. Fueron vecinos, "Martínez de León pasaba aquí sus vacaciones familiares hasta la llegada de la Guerra", y amigos íntimos hasta el final de los días del líder andalucista.
El Pais
Ibáñez, intelectual por Javier Cercas
10 MAR 2019
No merece ese calificativo quien desvela verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar
ME REFIERO por supuesto al gran Ibáñez, a Francisco Ibáñez, al padre de Mortadelo y Filemón, 13 Rue del Percebe y tantos otros tebeos con que nos criamos varias generaciones de españoles. A estas alturas ya todos somos sin duda conscientes de cuánto le debemos; los escritores, sin ir más lejos: todos hablamos de lo mucho que nos han influido Shakespeare y Cervantes (lo que en el fondo es cierto, incluso aunque no los hayamos leído), pero quizá quien nos ha influido de verdad es Ibáñez. De cuya posteridad, dicho sea de paso, nada se sabe: al fin y al cabo, para sus contemporáneos Shakespeare apenas era literatura y, como decía José María Valverde, Cervantes nunca hubiera ganado el Premio Cervantes. En cuanto a mí, sólo diré que todavía me sorprendo riéndome solo con disparates de Mortadelo que leí hace 50 años. Todo esto, como digo, ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos —de lo que nos estamos enterando gracias a entrevistas como la que publicó Borja Hermoso en este suplemento— es que, además, Ibáñez es un intelectual.
Un intelectual es una persona que, aparte de ganarse la vida con su trabajo, interviene a través de los medios en el debate público. Esta figura, que nació en el siglo XVIII como difusor de las luces de la razón frente a las tinieblas del oscurantismo, para algunos murió por propia mano a fines del siglo pasado, tras muchas décadas entregada con fervor a la ceguera ideológica, la apología de atroces regímenes políticos, el sectarismo, el gregarismo, el arribismo y otros ismos no menos abominables. Pero yo discrepo; de hecho, cada vez que oigo hablar de la famosa “muerte del intelectual” —o del no menos famoso “silencio de los intelectuales”— me da tanta risa como si estuviera leyendo a Ibáñez: ¡pero si hoy hay más intelectuales que nunca en el mundo, y más vociferantes! ¡Pero si hasta hace cuatro días era indispensable escribir en un periódico o hablar en una radio para tomar parte en el debate público, mientras que hoy basta con un simple iphone para hacerlo! Esa es la realidad: que, nos guste o no el sustantivo intelectual —yo lo detesto, por pomposo—, todos los que opinamos sobre lo que ocurre en la polis y a todos atañe somos intelectuales. Lo cual, claro está, no significa que todos seamos idénticos: hay intelectuales buenos y malos. Ibáñez, sin duda, es de los buenos. En un momento de la mencionada entrevista, Hermoso le recuerda que en su trabajo ha tocado muchos temas de actualidad, pero no el conflicto catalán, y le pregunta si él, catalán de Barcelona, piensa hacerlo. “Ay, no, no, no”, contesta Ibáñez, que acaba de decir que un humorista debe poder criticarlo todo, incluidos el Papa y el Rey. “Es que aquí algunos se lo toman como algo personal, y si no les gusta lo que dice el otro, ya le ven como enemigo acérrimo y tal”. Y concluye: “La editorial está por medio. Y si un tebeo mío tiene 78.000 lectores, no les voy a dejar de repente con 30.000 porque a mí se me ocurra tratar ese tema e ir contra un bando u otro. No”. ¡Ahí lo tienen! Muchos se preguntan por qué tantos catalanes relevantes, que despotrican en privado de lo que ocurre en Cataluña, en público se muestran neutrales, o callan, o templan gaitas, o usan todo tipo de circunloquios, evasivas y añagazas para no decir lo que piensan, y aquí llega Ibáñez y lo dice con una claridad inequívoca: porque no sale a cuenta, porque arruina el propio negocio. Como tantas cosas parecidas, esto, en Cataluña, lo sabemos todos, pero nadie lo dice, y ese abismo entre lo que se sabe y lo que se dice es una de las causas de la situación actual. Por lo demás, dirán ustedes que me ciega la devoción, y que las palabras de Ibáñez —empezando por eso de escudarse detrás de la editorial— delatan una cierta cobardía; discrepo de nuevo: no puede ser un cobarde quien dice una verdad que tanta gente calla.
En realidad, eso es, antes que nada —o debería ser—, un intelectual: no quien desvela supuestas verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar. En este sentido, Ibáñez es un intelectual de primera. Como diría Mortadelo, gracias, jefe.
El Pais
No merece ese calificativo quien desvela verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar
ME REFIERO por supuesto al gran Ibáñez, a Francisco Ibáñez, al padre de Mortadelo y Filemón, 13 Rue del Percebe y tantos otros tebeos con que nos criamos varias generaciones de españoles. A estas alturas ya todos somos sin duda conscientes de cuánto le debemos; los escritores, sin ir más lejos: todos hablamos de lo mucho que nos han influido Shakespeare y Cervantes (lo que en el fondo es cierto, incluso aunque no los hayamos leído), pero quizá quien nos ha influido de verdad es Ibáñez. De cuya posteridad, dicho sea de paso, nada se sabe: al fin y al cabo, para sus contemporáneos Shakespeare apenas era literatura y, como decía José María Valverde, Cervantes nunca hubiera ganado el Premio Cervantes. En cuanto a mí, sólo diré que todavía me sorprendo riéndome solo con disparates de Mortadelo que leí hace 50 años. Todo esto, como digo, ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos —de lo que nos estamos enterando gracias a entrevistas como la que publicó Borja Hermoso en este suplemento— es que, además, Ibáñez es un intelectual.
Un intelectual es una persona que, aparte de ganarse la vida con su trabajo, interviene a través de los medios en el debate público. Esta figura, que nació en el siglo XVIII como difusor de las luces de la razón frente a las tinieblas del oscurantismo, para algunos murió por propia mano a fines del siglo pasado, tras muchas décadas entregada con fervor a la ceguera ideológica, la apología de atroces regímenes políticos, el sectarismo, el gregarismo, el arribismo y otros ismos no menos abominables. Pero yo discrepo; de hecho, cada vez que oigo hablar de la famosa “muerte del intelectual” —o del no menos famoso “silencio de los intelectuales”— me da tanta risa como si estuviera leyendo a Ibáñez: ¡pero si hoy hay más intelectuales que nunca en el mundo, y más vociferantes! ¡Pero si hasta hace cuatro días era indispensable escribir en un periódico o hablar en una radio para tomar parte en el debate público, mientras que hoy basta con un simple iphone para hacerlo! Esa es la realidad: que, nos guste o no el sustantivo intelectual —yo lo detesto, por pomposo—, todos los que opinamos sobre lo que ocurre en la polis y a todos atañe somos intelectuales. Lo cual, claro está, no significa que todos seamos idénticos: hay intelectuales buenos y malos. Ibáñez, sin duda, es de los buenos. En un momento de la mencionada entrevista, Hermoso le recuerda que en su trabajo ha tocado muchos temas de actualidad, pero no el conflicto catalán, y le pregunta si él, catalán de Barcelona, piensa hacerlo. “Ay, no, no, no”, contesta Ibáñez, que acaba de decir que un humorista debe poder criticarlo todo, incluidos el Papa y el Rey. “Es que aquí algunos se lo toman como algo personal, y si no les gusta lo que dice el otro, ya le ven como enemigo acérrimo y tal”. Y concluye: “La editorial está por medio. Y si un tebeo mío tiene 78.000 lectores, no les voy a dejar de repente con 30.000 porque a mí se me ocurra tratar ese tema e ir contra un bando u otro. No”. ¡Ahí lo tienen! Muchos se preguntan por qué tantos catalanes relevantes, que despotrican en privado de lo que ocurre en Cataluña, en público se muestran neutrales, o callan, o templan gaitas, o usan todo tipo de circunloquios, evasivas y añagazas para no decir lo que piensan, y aquí llega Ibáñez y lo dice con una claridad inequívoca: porque no sale a cuenta, porque arruina el propio negocio. Como tantas cosas parecidas, esto, en Cataluña, lo sabemos todos, pero nadie lo dice, y ese abismo entre lo que se sabe y lo que se dice es una de las causas de la situación actual. Por lo demás, dirán ustedes que me ciega la devoción, y que las palabras de Ibáñez —empezando por eso de escudarse detrás de la editorial— delatan una cierta cobardía; discrepo de nuevo: no puede ser un cobarde quien dice una verdad que tanta gente calla.
En realidad, eso es, antes que nada —o debería ser—, un intelectual: no quien desvela supuestas verdades ocultas, sino quien tiene el valor de nombrar lo que está a la vista de todos y nadie se atreve a nombrar. En este sentido, Ibáñez es un intelectual de primera. Como diría Mortadelo, gracias, jefe.
El Pais
Paco Roca revienta la viñeta y dibuja un nuevo museo
El dibujante valenciano presenta una exposición insólita para las paredes del IVAM
FERRAN BONO
Valencia 7 MAR 2019
A veces, la libertad produce vértigo. “Toma, una sala completa del museo; también sus escaleras, su vestíbulo, sus pasillos... Y haz con todo ello lo que quieras”. Eso es lo que le propusieron a Paco Roca en el IVAM y su primera reacción fue: “Y ahora, ¿qué hago?”. Lo cuenta en uno de los bocetos que se exhiben en una exposición insólita, El dibujado, que se inaugura hoy en el Institut Valencià d’Art Modern.
Insólita porque es la primera vez que el dibujante de cómics tan aplaudidos como Arrugas o Los surcos del azar cambia completamente de registro para utilizar las paredes de un museo como soporte de una historia gráfica en la que las viñetas revientan, los personajes se escapan, el punto de vista del narrador se bifurca y el visitante se mete en la cabeza del creador...
A veces, las limitaciones ayudan a encontrar el modo de responder a un encargo. Incluso pueden estimular la creatividad, como se vio, por ejemplo, en la película Cinco condiciones, de Lars von Trier y Jørgen Leth. La única condición que le impusieron a este dibujante valenciano de 50 años fue la de “no utilizar materiales ya hechos, que es lo que se hace en el 99,9 % de las exposiciones de cómics”. Pero esta vez “la libertad absoluta” que le concedieron ha propiciado un deslumbrante juego visual que rompe la narrativa y ofrece una lectura multilineal de vidas cruzadas. A saber: el espectador mira la franja central de dibujos en la que se ve a un pintor trabajando en dos cuadros, un desierto con dos palmeras (un guiño al dibujante de TBO Coll) y una marina. Estas dos obras empiezan a cobrar vida en la pared arriba y abajo de la narración original del pintor en cuyo estudio se puede ver un retrato de Nietzsche. “Bueno, es que la historia tiene que ver con su obra Así habló Zaratustra y con la muerte de Dios”, explicó el premio Nacional de Cómic de 2008.
Las tres historias van evolucionando por su cuenta y confluyendo al mismo tiempo en un nuevo personaje al que le falta un brazo. Es la creación del pintor-creador, pero enseguida adquiere también vida propia hasta completar su extremidad amputada, una vez descubre lo que le falta.
“Es una reflexión sobre el autor y su obra, algo muy clásico, pero presentado de manera muy rompedora con el lenguaje tradicional del cómic. Y al mismo tiempo remite a las paredes del arte rupestre”, apuntó Álvaro Pons, comisario de la muestra que se puede ver hasta el 30 de junio en el IVAM. El proyecto “cuestiona los métodos obsoletos de las viñetas superando los bordes del tebeo y de la sala”, comentó el director del museo, José Miguel Cortés, que encargó la exposición realizada ex professo con motivo del 30º aniversario del IVAM.
En la sala superior, tras acceder el visitante a través de una viñeta, se exhiben los bocetos y el proceso creativo de Roca, incluidos unos vídeos de Tono Errando, y una pequeña pero muy divulgativa muestra de cómics, que abarca trabajos de 1833 de Rodolphe Töpffer, considerado el primer autor de historieta gráfica de la historia, hasta los más actuales, pasando por Tintín o Maus.
PRIMERA CÁTEDRA DEL CÓMIC EN EUROPA
La Universidad de Valencia acaba de abrir una cátedra dedicada al estudio y la investigación del cómic. Se trata de la primera de Europa, explica su director, el estudioso del cómic y crítico de EL PAÍS, Álvaro Pons. Con el patrocinio de la Fundación SM, los objetivos de la cátedra son la divulgación (a través de actividades) de la historieta, la formación (máster de Educación y Cómic) y la investigación. Las clases online arrancaron en enero y las actividades presenciales son en un aula ubicada en el centro académico. “La idea es desde transmitir cómo enseñar historia, por ejemplo, a través del cómic, hasta investigar y divulgar la cultura visual de la historieta”, explica Pons.
El Pais
FERRAN BONO
Valencia 7 MAR 2019
Insólita porque es la primera vez que el dibujante de cómics tan aplaudidos como Arrugas o Los surcos del azar cambia completamente de registro para utilizar las paredes de un museo como soporte de una historia gráfica en la que las viñetas revientan, los personajes se escapan, el punto de vista del narrador se bifurca y el visitante se mete en la cabeza del creador...
A veces, las limitaciones ayudan a encontrar el modo de responder a un encargo. Incluso pueden estimular la creatividad, como se vio, por ejemplo, en la película Cinco condiciones, de Lars von Trier y Jørgen Leth. La única condición que le impusieron a este dibujante valenciano de 50 años fue la de “no utilizar materiales ya hechos, que es lo que se hace en el 99,9 % de las exposiciones de cómics”. Pero esta vez “la libertad absoluta” que le concedieron ha propiciado un deslumbrante juego visual que rompe la narrativa y ofrece una lectura multilineal de vidas cruzadas. A saber: el espectador mira la franja central de dibujos en la que se ve a un pintor trabajando en dos cuadros, un desierto con dos palmeras (un guiño al dibujante de TBO Coll) y una marina. Estas dos obras empiezan a cobrar vida en la pared arriba y abajo de la narración original del pintor en cuyo estudio se puede ver un retrato de Nietzsche. “Bueno, es que la historia tiene que ver con su obra Así habló Zaratustra y con la muerte de Dios”, explicó el premio Nacional de Cómic de 2008.
Uno de los dibujos de Paco Roca mira al interior de una sala del IVAM. MÒNICA TORRES
“Es una reflexión sobre el autor y su obra, algo muy clásico, pero presentado de manera muy rompedora con el lenguaje tradicional del cómic. Y al mismo tiempo remite a las paredes del arte rupestre”, apuntó Álvaro Pons, comisario de la muestra que se puede ver hasta el 30 de junio en el IVAM. El proyecto “cuestiona los métodos obsoletos de las viñetas superando los bordes del tebeo y de la sala”, comentó el director del museo, José Miguel Cortés, que encargó la exposición realizada ex professo con motivo del 30º aniversario del IVAM.
En la sala superior, tras acceder el visitante a través de una viñeta, se exhiben los bocetos y el proceso creativo de Roca, incluidos unos vídeos de Tono Errando, y una pequeña pero muy divulgativa muestra de cómics, que abarca trabajos de 1833 de Rodolphe Töpffer, considerado el primer autor de historieta gráfica de la historia, hasta los más actuales, pasando por Tintín o Maus.
PRIMERA CÁTEDRA DEL CÓMIC EN EUROPA
La Universidad de Valencia acaba de abrir una cátedra dedicada al estudio y la investigación del cómic. Se trata de la primera de Europa, explica su director, el estudioso del cómic y crítico de EL PAÍS, Álvaro Pons. Con el patrocinio de la Fundación SM, los objetivos de la cátedra son la divulgación (a través de actividades) de la historieta, la formación (máster de Educación y Cómic) y la investigación. Las clases online arrancaron en enero y las actividades presenciales son en un aula ubicada en el centro académico. “La idea es desde transmitir cómo enseñar historia, por ejemplo, a través del cómic, hasta investigar y divulgar la cultura visual de la historieta”, explica Pons.
El Pais
Siete historietas para contar el Prado
Sento crea un cómic en el que, con sus viñetas, recrea distintos episodios de los 200 años de trayectoria del museo
RUT DE LAS HERAS BRETÍN
Madrid 27 FEB 2019
Una de las viñetas del cómic de Sento 'Historietas del Museo del Prado', en la que se ve el edificio ardiendo, según una noticia publicada en 1891.
“La catástrofe de anoche. España está de luto. Incendio en el Museo de Pinturas”. Así tituló Mariano de Cavia su artículo en El Liberal el 25 de noviembre de 1891. En él narraba la que, de haber sucedido, hubiera sido una de las fatalidades patrimoniales más trágicas de la historia. Solo al final los lectores pudieron respirar tranquilos: “Puede ocurrir aquí el día menos pensado”, aclaraba. Podría ocurrir, pero no fue así. Era una noticia incendiaria, por su falsedad y por el motivo por el que lo hizo el periodista: denunciar las malas condiciones del Prado y reclamar mejoras. Fake news del siglo XIX con propósitos muy distintos a las de los bulos actuales.
Este es el episodio con el que comienza el cómic que Sento ha creado para celebrar el bicentenario de la pinacoteca. En las primeras viñetas de Historietas del Museo del Prado se puede ver cómo el origen de las llamas es el brasero de una de las viviendas de los trabajadores del museo, situadas allí mismo. Muestra también una leñera en los sótanos. Situaciones impensables hoy. Este y otros seis momentos relatan los hitos y la evolución del museo en esta publicación que se presentará el jueves 28 de febrero.
Meter los 200 años de la pinacoteca en un tebeo podría ser una tarea de superhéroes. Algo que ni mucho menos se considera Vicent Sento Llobell Bisbal (Valencia, 1953). En una conversación telefónica reconoce el respeto que sintió cuando recibió la propuesta por parte de la institución: “Estaba asustado, con miedo escénico por el lugar en sí y porque yo no quería hacer un libro de historia”. Pero no era eso lo que esperaban de esta obra, querían la trayectoria del museo a través de sus gentes: visitantes, artistas, conservadores, directores, restauradores, vigilantes, conserjes; y es uno de estos últimos, Etelvino Gayangós, quien recorre todas las historias, el hilván que las une. Un personaje propuesto por José Manuel Matilla, jefe de conservación de Dibujos y Estampas del museo, que, además, ha sido un apoyo fundamental para Sento. “Él me puntualizaba, me señalaba los errores. En el falso incendio de 1891, yo dibujé La maja desnuda ardiendo y me indicó que ese goya en ese momento no estaba en el Prado”.
Sento cuenta que ha recabado multitud de anécdotas en sus visitas al museo para documentarse, algunas sacadas de las conversaciones con Manuela Mena, que aunque con otro nombre figura en el capítulo dedicado a la visita de ¡12 minutos! de la primera ministra británica en 1988, a la que también cambia el apellido y la llama señora Roofmaker. La recién jubilada jefa de conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya aparece, según el estilo expresivo pero no realista de Sento, con su característica coleta como guía de la mandataria, ya que era de las que mejor hablaban inglés en ese momento en la pinacoteca. El dibujante explica que se quedó con esa historia, pero que podía haber elegido la visita de Lady Di, de Henry Kissinger o de Gorbachov.
Más lejos que una anécdota llegó la exposición dedicada a Velázquez en 1990. Una muestra sin precedentes que recibió más de medio millón de visitantes cuando esas cifras no eran ni soñables. Por supuesto, el museo no estaba preparado para la venta de esa cantidad de entradas, Internet todavía quedaba lejos, y las largas colas son uno de los motivos por los que se recuerda esa exposición. Eso hace Sento: quedarse en la cola. No pasa la puerta. Cuenta la historia de una familia que lleva horas en la fila y las relaciones que se establecen entre los que esperan, se basa en su experiencia. Entre los personajes, el autor introduce una monja llamada Jerónima, dos enanos con toques velazqueños, un vendedor de paraguas con un parecido más que razonable al Esopo del pintor sevillano o un italiano en silla de ruedas con mirada profunda y con una gorra roja como si de Inocencio X se tratara. El historietista lo explica como una suerte de aggiornamento, de representar a los personajes del pintor protagonista de este relato como si vivieran en la actualidad.
La relación que se establece entre los restauradores de pintura y los artistas sobre los que trabajan está plasmada tanto gráfica como emocionalmente. El diálogo que estos profesionales mantienen con los creadores lo retrata en El nuevo Bruegel el Viejo, el capítulo dedicado a la restauración y adquisición de El vino de la fiesta de san Martín, donde el sentimiento de alegría y de duro trabajo del equipo del museo que estudió y atribuyó el cuadro su autor quedan plenamente reflejados. No en vano, la especialidad elegida por Sento en sus estudios de Bellas Artes en la universidad fue la de restauración de pintura.
Y con este ya son cuatro los cómics publicados por el Museo del Prado, los tres anteriores dedicados a El Bosco, Ribera y Fortuny. Parece que la distancia entre las tradicionalmente consideradas bellas artes y el que estaba a la cola, el noveno arte, se está acortando. Otras maneras de contar la historia con la pretensión de abrirse a nuevos públicos, como hace a diario la pinacoteca con sus directos de Instagram o con sus hilos de Twitter con hashtag como #Anecdotario
El Pais
RUT DE LAS HERAS BRETÍN
Madrid 27 FEB 2019
Una de las viñetas del cómic de Sento 'Historietas del Museo del Prado', en la que se ve el edificio ardiendo, según una noticia publicada en 1891.
“La catástrofe de anoche. España está de luto. Incendio en el Museo de Pinturas”. Así tituló Mariano de Cavia su artículo en El Liberal el 25 de noviembre de 1891. En él narraba la que, de haber sucedido, hubiera sido una de las fatalidades patrimoniales más trágicas de la historia. Solo al final los lectores pudieron respirar tranquilos: “Puede ocurrir aquí el día menos pensado”, aclaraba. Podría ocurrir, pero no fue así. Era una noticia incendiaria, por su falsedad y por el motivo por el que lo hizo el periodista: denunciar las malas condiciones del Prado y reclamar mejoras. Fake news del siglo XIX con propósitos muy distintos a las de los bulos actuales.
Este es el episodio con el que comienza el cómic que Sento ha creado para celebrar el bicentenario de la pinacoteca. En las primeras viñetas de Historietas del Museo del Prado se puede ver cómo el origen de las llamas es el brasero de una de las viviendas de los trabajadores del museo, situadas allí mismo. Muestra también una leñera en los sótanos. Situaciones impensables hoy. Este y otros seis momentos relatan los hitos y la evolución del museo en esta publicación que se presentará el jueves 28 de febrero.
Meter los 200 años de la pinacoteca en un tebeo podría ser una tarea de superhéroes. Algo que ni mucho menos se considera Vicent Sento Llobell Bisbal (Valencia, 1953). En una conversación telefónica reconoce el respeto que sintió cuando recibió la propuesta por parte de la institución: “Estaba asustado, con miedo escénico por el lugar en sí y porque yo no quería hacer un libro de historia”. Pero no era eso lo que esperaban de esta obra, querían la trayectoria del museo a través de sus gentes: visitantes, artistas, conservadores, directores, restauradores, vigilantes, conserjes; y es uno de estos últimos, Etelvino Gayangós, quien recorre todas las historias, el hilván que las une. Un personaje propuesto por José Manuel Matilla, jefe de conservación de Dibujos y Estampas del museo, que, además, ha sido un apoyo fundamental para Sento. “Él me puntualizaba, me señalaba los errores. En el falso incendio de 1891, yo dibujé La maja desnuda ardiendo y me indicó que ese goya en ese momento no estaba en el Prado”.
Sento cuenta que ha recabado multitud de anécdotas en sus visitas al museo para documentarse, algunas sacadas de las conversaciones con Manuela Mena, que aunque con otro nombre figura en el capítulo dedicado a la visita de ¡12 minutos! de la primera ministra británica en 1988, a la que también cambia el apellido y la llama señora Roofmaker. La recién jubilada jefa de conservación de Pintura del Siglo XVIII y Goya aparece, según el estilo expresivo pero no realista de Sento, con su característica coleta como guía de la mandataria, ya que era de las que mejor hablaban inglés en ese momento en la pinacoteca. El dibujante explica que se quedó con esa historia, pero que podía haber elegido la visita de Lady Di, de Henry Kissinger o de Gorbachov.
Más lejos que una anécdota llegó la exposición dedicada a Velázquez en 1990. Una muestra sin precedentes que recibió más de medio millón de visitantes cuando esas cifras no eran ni soñables. Por supuesto, el museo no estaba preparado para la venta de esa cantidad de entradas, Internet todavía quedaba lejos, y las largas colas son uno de los motivos por los que se recuerda esa exposición. Eso hace Sento: quedarse en la cola. No pasa la puerta. Cuenta la historia de una familia que lleva horas en la fila y las relaciones que se establecen entre los que esperan, se basa en su experiencia. Entre los personajes, el autor introduce una monja llamada Jerónima, dos enanos con toques velazqueños, un vendedor de paraguas con un parecido más que razonable al Esopo del pintor sevillano o un italiano en silla de ruedas con mirada profunda y con una gorra roja como si de Inocencio X se tratara. El historietista lo explica como una suerte de aggiornamento, de representar a los personajes del pintor protagonista de este relato como si vivieran en la actualidad.
La relación que se establece entre los restauradores de pintura y los artistas sobre los que trabajan está plasmada tanto gráfica como emocionalmente. El diálogo que estos profesionales mantienen con los creadores lo retrata en El nuevo Bruegel el Viejo, el capítulo dedicado a la restauración y adquisición de El vino de la fiesta de san Martín, donde el sentimiento de alegría y de duro trabajo del equipo del museo que estudió y atribuyó el cuadro su autor quedan plenamente reflejados. No en vano, la especialidad elegida por Sento en sus estudios de Bellas Artes en la universidad fue la de restauración de pintura.
Y con este ya son cuatro los cómics publicados por el Museo del Prado, los tres anteriores dedicados a El Bosco, Ribera y Fortuny. Parece que la distancia entre las tradicionalmente consideradas bellas artes y el que estaba a la cola, el noveno arte, se está acortando. Otras maneras de contar la historia con la pretensión de abrirse a nuevos públicos, como hace a diario la pinacoteca con sus directos de Instagram o con sus hilos de Twitter con hashtag como #Anecdotario
El Pais
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
-
Con motivo del 50 aniversario del Hombre de Acero, la cadena norteamericana CBS presentó en las pantallas de todo el mundo una s...
-
André Edouard Marty (1882-1974) colaboró con revistas como Fémina, Le Sourire, Vogue, Harper's Bazaar o Gazette du bon ton (imagen dch...
-
UNIDADES NARRATIVAS Constituyen los parámetros por los que se rigen la narración gráfica. Sin ellas no tendríamos historia, se encargan de l...