viernes, 5 de mayo de 2017

La batalla de las Termópilas



La obra '300' del dibujante y guionista Frank Miller y la colorista Lynn Varley toma como referencia el relato de Heródoto. Describe la contienda desde la perspectiva de Leónidas.

GERARDO MACÍAS
03 Mayo, 2017

El rey persa Darío el Grande murió cuatro años después de la batalla de Maratón, y Jerjes se dispuso a completar los asuntos que su padre había dejado pendientes: primero Egipto y, más tarde, Grecia y Europa.

Las polis griegas decidieron forjar una alianza. El mando de los ejércitos de esta unión, la Liga Helénica, recayó en Esparta.


Jerjes comenzó su invasión en el año 481 a. C. Las naves persas eran mil doscientos siete trirremes y otras tres mil naves más.

Cuando el ejército persa de Jerjes entró en Grecia, Esparta estaba celebrando las Carneas, festividad durante la cual no podían luchar. Así que el rey Leónidas I marchó acompañado por su guardia personal de trescientos soldados. Los trescientos espartanos que pasarían a la Historia.

Junto a los trescientos espartanos marchaban dos mil arcadios, mil locrios, mil focenses, novecientos ilotas, setecientos tespios, cuatrocientos tebanos, cuatrocientos corintios y ocho mil hoplitas.

En el paso de las Termópilas había tres estrechamientos conocidos como puertas. En la puerta central había un muro levantado por los focenses para defenderse de las invasiones. Ése fue el lugar elegido por los griegos.

Las tropas de Jerjes entraron en el desfiladero, cuyo estrechamiento anulaba su superioridad numérica, encontrándose con las lanzas que sobresalían del muro que formaban los hoplitas, mientras las filas traseras de la formación persa empujaban a las delanteras hacia la muerte.

Jerjes envió a sus mejores hombres: los Inmortales. Los llamaban así porque siempre eran el mismo número de hombres: diez mil. Eran la élite del ejército de Jerjes, la guardia real, infantería pesada de procedencia exclusivamente persa.

Les fue igual de mal que a sus compañeros. Jerjes, ya en su campamento, recibió la visita de un griego que le habló de la senda Anopea, ofreciéndose a guiar a sus tropas a lo largo de esa ruta a cambio de una recompensa.

Leónidas tuvo noticia del suceso y tenía claro que la misión de detener a los persas en las Termópilas había fracasado.

Ya sólo quedaba evitar la masacre. Pero no podía retirarse todas las tropas, o la caballería persa podría atravesar el paso y dar caza en campo abierto a los soldados en retirada.

Así que Leónidas tomó la única decisión que podía tomar: sus trescientos espartanos y él se quedarían a defender las Termópilas. El resto debía retirarse.

No todos lo hicieron: los setecientos tespios y los cuatrocientos tebanos se quedaron junto a los guerreros de Esparta. Mil cuatrocientos valientes que sabían que iban a morir.

Leónidas fue muerto y los griegos formaron un círculo en torno a él para que los persas no pudieran cobrarlo. Jerjes ordenó una lluvia de flechas hasta que el último de los griegos cayó.

El dibujante y guionista Frank Miller y la colorista Lynn Varley crearon un cómic sobre la Batalla de las Termópilas titulado 300 y publicado originalmente en 1998, tomando como referencia el relato de Heródoto, para dar su visión idealizada de los hechos, separándose de ellos en aspectos como las indumentarias y armas utilizadas.

Frank Miller también tomó como referencia una película de 1962, titulada El león de Esparta (The 300 Spartans en inglés).

Este cómic describe la Batalla de las Termópilas desde la perspectiva de Leónidas, rey de Esparta, pero no es una lección de historia. Coge como base la Batalla de las Termópilas, y a partir de ahí ofrece un relato de ficción salvaje y violento, con el sello de Miller.

El cómic 300 fue adaptado al cine por Zack Snyder en una película protagonizada por Gerard Butler. Fue estrenada en 2007, siendo la segunda más taquillera del año por detrás de Piratas del Caribe: en el fin del mundo. Esta película tiene diferencias con el cómic.

Tanto el cómic como su adaptación cinematográfica generaron controversia, acusándose a Miller de retratar a los persas como salvajes, y de imprimir a la obra un fuerte componente xenófobo. La película fue objeto de polémica con Irán, desde donde se acusaba al film de ser propaganda del mundo occidental contra el oriental.

A pesar de todas estas acusaciones, la película tuvo en 2014 una continuación titulada 300: El origen de un imperio, y ya se preparan más secuelas, tanto en cómic como cinematográficas.


Malaga Hoy


martes, 2 de mayo de 2017

¡En guardia!

Guerreros, gladiadores, mosqueteros, duelistas, espadachines, deportistas, personajes de novela y del cine atraviesan la historia de la esgrima, a la que ha consagrado un libro apasionante, 'Blandir la espada', de editorial Destino, el escritor Richard Cohen, cinco veces campeón británico de sable. Por Jacinto Antón.


Grace Kelly, en 'El cisne' (1956), de Charles Vidor, con Louis Jourdan.
FOTOGRAFÍA: ÁLBUM


Es poco habitual -aunque muy estimulante- tener al autor de un libro acerca del que uno va hablar ante la punta de su arma. Es cierto que aquella noche Richard Cohen (Londres, 1947), cinco veces campeón de sable de Gran Bretaña, cuatro veces olímpico, vencedor de innumerables combates y a la sazón embarcado entonces en la redacción de By the sword (Blandir la espada, Destino), la estupenda obra sobre la historia de la esgrima que acaba de aparecer en España, había bebido sus buenas copas de tinto y presentaba un perfil algo tambaleante. Pero no dejaba de ser un adversario formidable e intimidatorio. Más aún para alguien como quien escribe estas líneas, cuyo mayor logro a mano armada ha sido un decimoprimer puesto en una competición puntuable para el campeonato de Cataluña tras alcanzar una pírrica victoria sobre un jovencito impresionable y miope.

Cohen, su mujer y su agente habían cenado en casa de mi cuñado, un edificio de Gaudí en cuyo sótano se encuentra la sala de esgrima que un puñado de aficionados hemos creado en torno al destacado maestro húngaro, afincado en Barcelona, Imre Dobos. Durante la velada, el británico y el magiar descubrieron que habían cruzado hierros hacía años durante unos campeonatos en Hungría, lo que lógicamente celebramos todos con varias rondas de licores. Creo que fue el propio Cohen el que sugirió que, ya que teníamos una sala de armas a mano, nos desentumeciéramos un poco, y en seguida estábamos ahí inundando un espacio en el que suele reinar el sobrio entrechocar de los aceros con el alegre tintineo de nuestros vasos. El autor y esgrimista británico tomó un guante, un sable y una careta y propuso unos asaltos reduciendo el blanco válido a sólo la mano, para no tener que ponernos las incómodas chaquetas protectoras. Imre y los demás prefirieron las copas a las espadas y declinaron la invitación; así que, de repente, ahí estaba yo, ejecutando el saludo preceptivo y poniéndome en guardia ante Cohen, no sin lamentar muchísimo no haber seguido la práctica tradicional de los antiguos duelistas de vaciar la vejiga -para limitar el riesgo de infección si te ensartan-.

De izquierda a derecha, Reinhard Heydrich, jefe de Seguridad del III Reich, responsable de la planificación del Holocausto, en los JJ 00 de Berlín. Franco (cuarto por la izquierda), con el sable de honor de la Legión. Mussolini, esgrimista. Abajo, el coronel de las SS Otto Skorzeny, con el rostro magullado tras el duelo a sable de las universidades germanas para lograr las cicatrices de honor. Sadam Husein, con espada.

 FOTOGRAFÍA: ASSOCIATED PRESS

El combate no tuvo mucha historia. Richard Cohen, flamante vencedor del muy exclusivo campeonato europeo de veteranos celebrado en Martinica, consiguió tocado tras tocado sin apenas despeinarse.

En parte porque yo aún estaba conmocionado por la evocación que nos había hecho en la sobremesa de cómo uno de los más destacados tiradores de sable de Polonia, Wojciech Zablocki, le había enseñado personalmente la manera de propinar el ataque clásico de los oficiales de caballería polacos del siglo XVIII, el golpe Nyzkiem, un tajo de abajo arriba, desde el bajo vientre al pecho, dificilísimo de detener con las paradas normales y que, antiguamente, solía acabar con desparrame de visceras.

¡Qué no hubiera dado yo esa noche por tener una estocada secreta, una botte secrète, como las que se enumeran en Blandir la espada: el coup de Jarnac (que cercenaba el ligamento de la corva); la imparable a la base del cuello de don Jaime de Astarloa (El maestro de esgrima, de Pérez- Reverte, al que Cohen alaba), o la legendaria estocada de Nevers, entre los ojos, que dio la victoria final a Enrique de Lagardere en El jorobado! Tuve que contentarme con admirar a través de la rejilla de la careta, jadeando, lo bien que se movía y fintaba Cohen, y dar gracias de que no se tratara de un duelo de verdad. Como los malos también tienen su oportunidad, finalmente, tras invocar a san Rupert de Hentzau -el villano de El prisionero de Zenda-, tuve la suerte de conseguir un tocado. Fue a base de un truco de la peor especie, digno de Barbacoa de Río, el maestro del Capitán Garfio. Cuando observé que Cohen se daba el gusto de romper -ir atrás- con un enervante saltito para quedar lejos del alcance de mi rechinante fondo, hice glisser la monture: dejé deslizar la empuñadura del sable entre los dedos para alargar así unos centímetros extras la superficie del arma y pillar desprevenido a mi rival. Touché. El maestro Imre, que es muy clásico y muy noble, arrugó la nariz, pero yo me quedé a gusto y recordé la frase del marquis de la Donze cuando se le pidió que se arrepintiese antes de ser ejecutado por matar en duelo a su cuñado: "¡Cómo! ¿Acaso consideráis un crimen una de las más astutas estocadas de toda Gascuña?".


DUELOS DE CINE, De arriba abajo, Douglas Fairbanks Jr. y Ronald Colman, en 'El prisionero de Zenda'; Errol Flynn, en 'Robin Hood', y 'La amenaza fantasma', de 'La guerra de las galaxias' 
Me encantó ver meses después que Cohen iniciaba su libro, Blandir la espada, también con un combate propio, no el nuestro, por supuesto, sino otro mucho más dramático e intenso: el que le enfrentó treinta años antes a un campeón de esgrima con fama de bruto que luego se casaría con la ex novia del futbolista George Best. Esa historia personal con ribetes de auténtico duelo sirve al autor para introducir a los lectores en el universo de la esgrima, su belleza, romanticismo, emoción y grandeza (luego ya vendrán los episodios viles, los campeones fascistas y los capítulos sangrientos).

Tras cuarenta años obsesionado por la esgrima y habiendo sido un tirador de élite, Cohen, que además es editor, estaba en una posición privilegiada para escribir, como lo ha hecho, una gran obra de divulgación sobre la historia de una técnica, el manejo de la espada, cuyo uso oscila entre la elegancia y la brutalidad, desde el puro arte hasta al asesinato. Una historia que arranca con los orígenes de la metalurgia y sus secretos cuasi alquímicos y llega hasta La guerra de las galaxias y Madonna (Cohen hizo de extra en la escena de esgrima de Muere otro día), pasando por los mosqueteros, los samurais, Cyrano, El Zorro, las grandes figuras deportivas y hasta, de manera quizá un tanto discutible, los tragasables.

Una grata sorpresa es ver cuántos grandes hombres, incluso del mundo de la cultura, se ejercitaron en la esgrima: Shakespeare, Goethe -que lo hizo porque pensó que así resultaría más atractivo para las mujeres-, Haendel, Descartes, Voltaire, Defoe, Milton, Dickens, Alejandro Dumas -claro-; Pushkin, al que por su estilo brioso de espadachín apodaban El Grillo; el explorador Richard Burton, o Karl Marx, que llegó a batirse en duelo y recibió un tajo sobre el ojo izquierdo, aunque no está claro que todo ello repercutiese en El capital. Napoleón fue célebre, desde el punto de vista de la esgrima, por el número de floretes que rompió practicando. Churchill alcanzó la categoría de campeón de florete en el ejército y puso en práctica su habilidad en la India en un encuentro cuerpo a cuerpo con los pashtunes. Mientras que el general Patton fue un gran sablista y hasta escribió un manual sobre el uso del arma.

La historia de la esgrima está llena de ricas anécdotas y de personajes sorprendentes e inolvidables. Entre esos personajes, a los que Cohen hace desfilar por sus páginas, es difícil no recordar al chevalier D'Andrieux, que obligaba a blasfemar a sus enemigos vencidos para despachar luego con su espada a la vez que decía: cuerpo y alma; a Aladar Gerevich (1910-1996), que ganó el oro en sable en seis Juegos Olímpicos, o a sir Philip Sydney, que en 1579 retó a duelo al conde de Oxford por una disputa sobre la utilización de una pista de tenis. También hay muchas mujeres. Está Julie d'Aubigny, la Maupin, que, "esbelta y de pechos de muchacho", era capaz de vencer con la espada a la mayoría de los hombres ya a los 16 años. Figura asimismo la guapa Helene Mayer, Hee la Rubia, inigualable con el florete, que era judía, pero, de mentalidad algo confusa, estrechó la mano de Hitler e hizo el saludo nazi desde el podio en los Juegos del 36 en Berlín. Grace Kelly ofreció buenas maneras esgrimísticas en El cisne, y también lo hizo, con menos elegancia pero más voluptuosidad, Sophie Marceau en La hija de d'Artagnan. Capítulo aparte, vista su ambigüedad, merece el esgrimista del siglo XVIII Charles d'Eon, espía y grandísimo espadachín que acostumbraba a travestirse -de oficial de dragones o dama de compañía- con  tanto entusiasmo que su sexo verdadero fue un misterio hasta su muerte. Incluso engañó a Casanova. Como combate histórico, es difícil quedarse con uno, pero el que sostuvieron en Nueva Orleans, en 1883, a espada un vendedor de soda y un tratante de siluros y que duró 48 minutos antes de que se llegara a la primera sangre establecida debió ser digno de verse.

ESTOCADAS. Arriba, un duelo en París, alrededor de 1900. A la derecha, el maestro de esgrima teatral (a la izquierda) Heddle Roboth. Abajo, a la izquierda, una parada de segunda; a la derecha, un tocado 'en tiempo' sobre un ataque a fondo que no llega.


Cohen, que ha tratado de revivir en sus páginas la emoción que produce ser un espadachín y que proporciona información de primera mano extraída de su experiencia en las pistas, trabó contacto con la que iba a ser la pasión de su vida a los 13 años en un internado en la campiña inglesa en el que era obligatoria la esgrima. Las clases las impartía, sorprendentemente, un monje benedictino, al que sólo cabe identificar con una reencarnación de Fray Tuck, el camarada eclesiástico de Robin Hood. Cohen comenzó por iniciarse en el florete, y luego, cuando estudiaba en Cambridge, descubrió el sable, heredero de la cimitarra turca, como nos gusta recordar a los románticos con alma de húsar que lo empleamos. El autor reconoce muy honestamente que el profano puede sentirse desconcertado ante el rigor formal y la impresionante nomenclatura de la esgrima. Pero recuerda que en el fondo toda ella, como hace decir muy sensatamente Moliere a Monsieur Jordan en El burgués gentilhombre, consiste sólo en dos cosas: tocar y que no te toquen.

En su recorrido por la historia de la espada, en el que la erudición corre pareja con la emoción y con un abundante sentido del humor, Cohen señala que los egipcios y los asirios ya se instruían
en el manejo de ésta; considera que los griegos no apreciaban la esgrima, al contrario que los romanos (véase Gladiator), y señala las diferencias entre la estocada de los legionarios y el tajo de los celtas, que preferían el filo del arma. La edad media glorifica la espada haciéndola signo del honor y dotándola de una dimensión espiritual. Excalibur es, por supuesto, la gran espada emblemática. La espada ropera, que puede emplearse en el día a día por así decirlo, con traje de calle, y que los espadachines españoles llevaron a la Italia renacentista, marca una nueva época que ve el florecer de los duelos (algunos tan absurdos como los 20 en los que participó un noble para defender que Dante era mejor poeta que Ariosto -al final admitió no haber leído las obras de ninguno de los dos-).

También es el momento en que aparecen masivamente los maestros y se intenta codificar golpes y paradas y establecer reglas. Un hito es sin duda, como comprenderá cualquiera que haya visto cómo le rebanan un párpado en la sala a un colega por no protegerse el rostro, la aparición de la careta, en 1750.

Con el declive del duelo, la esgrima pasó a ser una práctica refinada (si exceptuamos la pervivencia del brutal y sangriento combate Mensur de las fraternidades universitarias de sablistas alemanes) y desembocó en el deporte moderno, previo su paso por la novela popular de aventuras, donde, de Anthony Hope a P. C. Wren (campeón de esgrima en la India, por cierto), se convirtió en requisito indispensable (es bueno recordar que Sherlock Holmes era un hábil espadachín). El cine heredó desde sus comienzos ese interés despertado en el público. Douglas Fairbanks; padre; Ramón Novarro, y Rodolfo Valentino fueron estrellas de capa y espada, y los siguieron Errol Flynn, Tyrone Power y Douglas Fairbanks Jr., que aprendió esgrima a los 12 años.

Hay discusiones sobre cuál es la mejor escena de espadas del cine. Los más románticos se inclinan por la del final del Hamlet de Olivier; otros, por el en-frentamiento de Power y Basil Rathbone -que se doblaba a sí mismo- en La marca del Zorro, y otros más, por el espectacular y largo -seis minutos y medio- duelo de Stewart Granger (que precisó luego 12 puntos de sutura) y Mel Ferrer en Scaramouche. Cohen elogia especialmente Duelistas, de Ridley Scott -basada en una historia real que recogió literariamente Joseph Conrad-, por su verosimilitud, algo de lo que adolecen en general las peleas cinematográficas. El cine ha dado lugar a nuevas técnicas de esgrima (espectaculares pero inservibles en la realidad) y a una categoría nueva de maestros, los coreógrafos de lucha. Uno de los más prestigiosos, Bob Anderson, que fue maestro de esgrima de la Royal Shakespeare
Company, entrenó a Errol Flynn; a Ryan O'Neal para Barry Lyndon; a Sean Connery en Los inmortales, y a Liv Tyler en El señor de los anillos; y tuvo el oscuro honor de encarnar a Darth Vader (tras la máscara) en las escenas de combate con espadas láser Jedi. Dos actores actuales con buena mano para la esgrima son Ralph Fiennes y Antonio Banderas. Pero que nadie se sienta cohibido: para ser espadachín, decía Bertrand des Amis, el maestro de Scaramouche, basta ser ligero, activo, flexible, tener el brazo largo y parecer inteligente.

Estudioso empedernido, Cohen no dudó, para escribir su historia, en hurgar en las colecciones especializadas en libros sobre esgrima y en revisar manuscritos y tratados antiguos. También entrevistó a los grandes maestros vivos y se ha pateado durante años los lugares de gran tradición de forja: Solingen (donde Hitler haría fundir los puñales de las SS) o Toledo (de donde Shakespeare dice que procede la espada de Ótelo). Y es que lo de la construcción de espadas tiene su aquello si se piensa que el fabuloso acero de Damasco, por ejemplo, se enfriaba hundiéndolo en el cuerpo de esclavos musculosos (para infundirle a la cimitarra su fuerza), o que las grandes espadas de samurai japonesas se probaban en cuerpos humanos (cadáveres o condenados a muerte, en principio, aunque, como recuerda Cohen, existe en japonés ese inquietante término esgrimístico que es tsujigiri: "probar una espada nueva en un transeúnte fortuito"). Otras tradiciones han preferido hundir las hojas nuevas en la orina de un pelirrojo, lo que será repulsivo (yo acostumbro a besar mi sable), pero al menos no hace daño a nadie.

En la historia de la esgrima ha habido cosas particularmente feas. Una es el escándalo del racismo en los exclusivos clubes estadounidenses, en los que sólo admitían blancos hasta tiempos muy recientes. Otra son las trampas. Pareció que la llegada de los sistemas de electrificación de las armas aclararía de una vez por todas los tocados. Pero el sucio trucaje que hizo de su espada en los Juegos de Montreal el soviético, con nombre de película de Woody Allen, Boris Onishenko -para disparar a voluntad el aparato registrador de tocados- demostró que no es así. Pero quizá lo peor de todo es que la esgrima les gustara tanto a los fascistas y nazis. Mussolini la practicó con frenesí, pese a que se ve que era más bien torpe y acostumbraba untarse de brea el guante para no pasar la vergüenza de que le desarmaran durante los asaltos. La gran estrella del siniestro grupo es Reinhard Heydrich, el responsable de organizar el Holocausto, un excelente esgrimista, campeón de sable, que unió a sus espantosas responsabilidades como jefe de Seguridad del III Reich la administración de la esgrima alemana. Es un consuelo para los que somos aficionados a ese deporte que semejante monstruo también tocase primorosamente el violín. Cohen no lo menciona, pero otro célebre esgrimista nazi fue el coronel de las SS Otto Skorzeny, el jefe de comandos que rescató a Mussolini del Gran Sasso y que siempre lució con orgullo en la cara las espectaculares cicatrices de honor de su época de sablista en Viena. Puestos a buscar ausencias, uno echa a faltar, en el capítulo dedicado a la gran escuela húngara y sus dramas durante la Segunda Guerra Mundial, una referencia a la intervención de Laszlo Almásy -el personaje real en que se inspiró El paciente inglés- en el salvamento de algunos de los esgrimistas judíos del equipo nacional. Casualmente, el mismo actor que interpretó a Almásy en la pantalla, Ralph Fiennes -y que, como queda dicho, es un buen esgrimista-, encarnó a un campeón húngaro judío de sable asesinado por los fascistas en la película Sunshine, de István Szabó; una historia real basada en la vida de los maestros Attila Petschauer y Endre Kabos, de trágico final ambos.

Capítulo doloroso es el de los accidentes. El propio Cohen perdió a un amigo cuando durante un combate se rompió una hoja y le entró bajo la axila al desgraciado deportista, que murió desangrado. El autor explica también la traqueotomía perfecta que le practicó fortuitamente su entrenador a un sablista estadounidense al atravesarle la laringe y el esófago por debajo de la gola de la careta; el tipo sobrevivió, pero desarrolló el hábito de combatir con la barbilla baja. Está, por supuesto, el más célebre accidente esgrimístico: la muerte del floretista Vladímir Smirnov en los mundiales de Roma de 1982 al penetrarle la hoja rota de su rival siete centímetros en el cerebro a través del ojo. Cohen subraya que, pese a los nuevos materiales desarrollados, en la esgrima no hay seguridad perfecta. Gracias a Dios, se refiere a la alta competición, porque de hecho el tirador corriente no corre hoy más riesgos practicando la esgrima de los que se afrontan en el fútbol o el baloncesto (mientras escribo esto, resigo el contorno del pequeño quiste que se me formó junto al esternón a causa del soberano puntazo que me gané por arrojarme enloquecidamente, en flecha sobre un rival y empalarme en su arma). Dice Cohen, y esa es la idea que atraviesa todo su libro, que la esgrima es el gran deporte romántico. Ciertamente, redimido hoy el pasado sangriento en el que hunde sus raíces, ese ballet fibroso y extenuante, con su tensa belleza, transporta a un mundo soñado de aventura. Un reino en el que habitan osados mosqueteros y espadachines veloces como el rayo. Y en que el letal tañido de las cazoletas marca, din-don, el compás de los alegres latidos del corazón. •
El libro 'Blandir la espada ', una historia de la esgrima repleta de anécdotas, de nombres y de información, escrito por el británico Richard Cohen y publicado por editorial Destino, ya está a la venta.


El Pais Semanal Número 1.416 Domingo 16 de noviembre de 2003



lunes, 1 de mayo de 2017

100 BALAS: PRIMER DISPARO Brian Azzarello Eduardo Risso

100 BALAS: PRIMER DISPARO nºs 1 y 2 (Colección Vertigo nºs 148 y 151). Octubre y Noviembre de 2000. Publicación de Norma Editorial S.A., Barcelona


 Una serie original

Hay colecciones de comics que, pueden sorprender exclusivamente por su planteamiento gráfico. En otras, hay que esperar tiempo para que nos sintamos enganchados, tal vez porque el argumento es más o menos tópico, o porque los dibujos no parecen demasiado atractivos. Pero no hay muchas series que nos enganchen desde el número 1 tanto por su original planteamiento argumental como por sus contundentes dibujos. 100 BALAS es una de ellas.

Vértigo, después del razonable éxito de la limitada de 4 números JONNY DOUBLE (actualización de aquel detective privado creado por Len Wein en 1968), reunió de nuevo a sus creadores para afrontar el nacimiento de una nueva serie abierta. 100 BALAS cuenta, pues, con los guiones de Brian Azzarello y los dibujos del argentino Eduardo  Risso. A Azzarello, un guionista extraño y potente a la vez, el aficionado lo conoce además de por JONNY DOUBLE, por alguna historieta corta publicada en el título GANGLAND o por esa nueva etapa dorada que está creando en HELLBLAZER desde el número 146, con dibujos de autores como Richard Corben o Marcelo Frusín. A Risso, un dibujante polifacético y con una inspidisima capacidad de trabajo, lo conocen en su país de origen gracias a las miles de páginas que ha dibujado con guionistas como Carlos Trillo (BOY VAMPIRE, por ejemplo], muchas de ellas publicadas en Francia, y los fans norteamericanos ya han podido disfrutar de su capacidad en series como JONNY DOUBLE, ALIEN RESURRECCIÓN, ALIENS: FANTASMA O por SUS esporádicas intervenciones en títulos como FLINCH.

Cuando abordaron 100 BALAS, tanto Azzarello como Risso eran conscientes de la importancia de añadir una nueva serie regular sólida al sello Vértigo. Y, el tiempo lo ha demostrado (14 números publicados ya en EEUU), han convertido a 100 BALAS en la serie regular destinada a sustituir en los gustos de público y crítica a la ya histórica PREDICADOR. Y lo han hecho porque, volvemos al principio, el planteamiento de la serie no puede ser más extraordinario: El insólito y misterioso agente Graves es capaz de procurar a personas muy concretas pruebas de la culpabilidad de la persona que destrozó su vida. Pero no sólo eso. Graves les proporciona una cajita con una pistola y una carta blanca que les hace inmunes en el caso de que deseen ejecutar al culpable de todos sus males. ¿Os lo imagináis? Ilegal y controvertido, por supuesto, pero no nos olvidemos de que estamos ante un tebeo, una forma de pasar el rato.

De esta forma, Azzarello y Risso han sido capaces de desarrollar unas tramas intensas, insólitas, atrevidas, divididas convenientemente en varios artos arguméntales, lo que ha dotado a 100 BALAS de un simbolismo muy rico, que sitúo a la colección a medio camino entre la serie negra, el policiaco más convencional, el drama y la paranoia del género del espionaje. Sin duda, los autores de 100 BALAS juegan con el drama en estado puro y con las motivaciones de sus personajes, como hemos visto en pocos cómics.

Ésta es una serie para disfrutar con calma, para apreciar los sugerentes guiones y diálogos de Azzarello, y para degustar la expresividad gráfica de Risso, que dibuja con una intensidad que traspasa la frontera de la estética.

Albert Pons
APRIETA EL GATILLO

 No pasa un día sin que piense en matar a alguien.

Y mi economía me dice que a la mayoría de vosotros os ocurre lo mismo. No lo ocultéis, pensáis lo mismo cuando ese cerdo seboso medio distraído se detiene ante vuestro coche, sin dejaros continuar, mientras habla por su móvil. O cuando alguna manija maleducada, tragadonuts glaseados y que bebe a pequeños sorbos bebidas light, está frente a vosotros en la caja rápida y estáis totalmente seguros de que lleva más de diez objetos en su carrito del súper. Joder, si los cajeros automáticos fueran humanos, todos seríamos asesinos en serie. ¿Acaso nos convierte en seres malvados el hecho de pensar en hacer pagar a estos inútiles? No creo, ya que conocemos la diferencia entre el bien y el mal, y no está bien cargarse a la gente sólo porque nos compliquen un poco más la vida.

Pero ¿y si te han destrozado la vida por completo? ¿Qué ocurre si hay alguien suelto por ahí que te ha hecho algo tan malo, tan devastador, que te ha cambiado la vida? ¿Qué ocurre entonces? Seguro que te gustaría vengarte —ojo por ojo, y todas esas paridas de la Biblia—, pero si lo hicieras cometerías un delito y tendrías que pagar por ello.

La pregunta es, ¿qué ocurriría si tuvieras la certeza total de que no te pillarían? Hablar es muy fácil, pero ¿si tuvieras una pistola entre las manos, con el dedo en el gatillo, lo apretarías? ¿Tendrías agallas para hacerlo, o por qué no, para no hacerlo?

En pocas palabras, de esto va 100 BALAS, una nueva serie de Eduardo Risso y un humilde servidor.

Empezamos a trabajar juntos en la miniserie JONNY DOUBLE: disfrutamos mucho y, a juzgar por vuestra respuesta, vosotros también. De forma que las autoridades competentes decidieron ascendernos y damos algo más importante. Esta vez, la acción transcurre en un campo de minas moral y el ganador será el último que quede con vida. El arbitro es el misterioso Agente Graves, un hombre que da la oportunidad de la vida: los medios, manera y el método para cometer un asesinato y no ser condenado por ello. Sus "clientes" parecen compartir una cosa en común: alguien les ha hecho una muy gorda. Todos nos sentimos identificados.

¿Verdad? Quizá tienen más en común que las simples ansias de venganza. Quizá Graves lo sabe. Quizá... que os den, no pienso contaros nada más. Compraos el cómic. Esto es un negocio, después de todo, y aquí, el negocio es el asesinato —o venganza—, según cómo se mire.

¿Cómo te lo miras tú'? Venga, despierta: ¿de qué pasta estás hecho? Ves, es muy fácil hablar por hablar, pero un poco más difícil ponerse a actuar, y cuando llega el momento es muy difícil hacerlo.

¿Seguro?

Brian Azzarello








Un descenso a los infiernos



30 Abril, 2017 -



'EL CUMPLEAÑOS DE KIM JONG-IL' Aurélien Ducoudray, Mélanie Allag.Astiberri. 144 páginas. 18 euros.

"Soy un joven de la Corea liberada. Amo la vida. Y tengo esperanza en un futuro radiante. Sin embargo, mi vida, mi esperanza, mi felicidad valen menos que la patria". Con estas palabras se resume la ideología del tierno protagonista de El cumpleaños de Kim Jong-il, un niño de ocho años nacido y educado en la República Popular Democrática de Corea del Norte. Emocionante y escalofriante, la novela gráfica dibujada por Mélanie Allag y escrita por el reportero Aurélien Ducoudray, a partir de testimonios de norcoreanos que lograron huir de su país, reproduce para el lector el régimen del dictador Kim Jong-il visto a través de los ojos de un niño al que, poco a poco, le crecen las dudas y se le van quebrando las creencias. Es un viaje intenso al corazón de la distopía, o, en palabras de Jean-Samuel Kriegk: "Un descenso a los infiernos". De lo más recomendable.


Malaga Hoy

Un núcleo sólido


30 Abril, 2017



'CONAN REY: LOBOS DE ALLENDE LA FRONTERA' Timothy Truman, Tomás Giorello.Planeta Cómic. 120 páginas. 18,95 euros.

En la introducción del libro La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan, la selección de cuentos de Robert E. Howard que tuve el inmenso gozo de traducir para Cátedra, sostuve que existen muchas y muy variadas versiones del cimerio, tan diferentes que pueden resultar hasta contradictorias, y escribí: "En nuestra sociedad saturada de información es normal que uno se incorpore a la era hiboria con imágenes preconcebidas, pero siempre sorprende y fascina aprender que el cimerio tiene ochenta años y un pasado literario, que es tanto como decir que la atmósfera del cometa posee un núcleo sólido". Siendo, como soy, un fan declarado de Conan en todas sus formas, confieso una vez más mi devoción por el molde original, por el hallazgo literario que vio la luz en la revista Weird Tales allá por la década de 1930 y del que el resto de interpretaciones son solo un pálido reflejo.

Dicho esto, si tuviese que escoger una sola de las muchas variaciones que se han vertido en cómics, libros, películas, ilustraciones y hasta juegos, me quedo sin dudar (con permiso de Frank Frazetta y Roy Thomas) con el Conan de Timothy Truman, Tomás Giorello y José Villarrubia. El trío de artistas contratado por Dark Horse hace ya una década, escritor, dibujante y colorista, respectivamente, viene ofreciendo sin descanso una especie de Conan definitivo que nace precisamente del entendimiento y el cariño al espíritu howardiano. No se trata de una simple traslación a viñetas de los textos del escritor texano, sino de una recreación abierta y singular, personalísima, que toma la raíz literaria y la enriquece con una amplia perspectiva y una sensibilidad contemporánea.

Acaba de llegar a librerías la recopilación Conan Rey: Lobos de allende la frontera, reescritura enriquecida de dos fragmentos inconclusos de Howard, que Truman vincula con otros motivos de la obra del maestro. Es una maravilla; no en vano, Truman y Villarrubia, en los epílogos que cierran la edición, lo consideran lo mejor de todo lo que han hecho hasta la fecha.


Malaga Hoy

Vera crece y se crece



30 Abril, 2017


'ORTEGA Y PACHECO DELUXE VOL. 1' Pedro Vera.¡Caramba! 200 páginas. 24 euros.

Tras salvar para la posteridad la serie Ranciofacts (en tres tomos: Rancionfacts, Mi puto cuñado y Rancio no, lo siguiente), el sello editorial ¡Caramba! se embarca ahora en recopilar las hazañas del dúo Ortega y Pacheco, otra virguería del siempre hilarante Pedro Vera. Serán cuatro volúmenes de Ortega y Pacheco Deluxe, que es como se llama la cosa, el primero de los cuales contiene un Así empezó todo publicado originalmente en El Jueves en 2010, más un puñado de páginas y tiras inéditas de 1994 y 1995, las publicadas en La Opinión de Murcia en 1995 y, ahora sí, todas las historietas que vieron la luz en El Jueves entre 1998 y 2002. Son en total casi 200 páginas de parodia a saco, en las que Vera crece y se crece.

Malaga Hoy

'Ciberpunk' remasterizado

POR JAVIER FERNÁNDEZ


El manga de Shirow es sofisticado, divertido y visualmente portentoso y está tan preñado de ideas y conceptos que ha generado un sinfín de 'spin-offs'

30 Abril, 2017




'THE GHOST IN THE SHELL' Shirow Masamune.Planeta Cómic. 352 páginas. 17,95 euros.

Todavía no he ido al cine a ver Ghost in the Shell: El alma de la máquina. Y eso que llevo enganchadísimo desde siempre al mundo de ciencia ficción creado por Shirow Masamune. Tengo los cómics y también varias ediciones de las películas de Mamoru Oshii, el anime televisivo Stand Alone Complex, los OVAs, dos o tres libros de bocetos, una docena de figuras de Kusanagi y compañía y hasta alguna otra novela que me leí en su día (y que me gustó bastante). Vamos, que soy de los que deberían haber salido corriendo al cine el día del estreno, pero no lo he hecho. Podría poner como excusa que no he tenido tiempo, y les mentiría. Es que la idea de un Ghost in the Shell estadounidense se me atraganta. Veo en internet que la superproducción dura dos horas, y yo he preferido invertir ese tiempo, como forma de celebrar que esta serie multimedia vuelve a estar de moda, releyéndome la obra maestra de Shirow. ¿Que qué me ha parecido el tebeo, tantos años después? En una palabra: flipante.

Digo que lo he releído, pero para la ocasión no he sacado mi viejo tomo de la estantería, sino que he tomado el volumen recién editado por Planeta dentro su colección Trazado, y que les recomiendo. Para empezar está encuadernado en tapa dura e impreso en orden de lectura oriental, es decir, con las páginas tal como se publicaron originalmente, al contrario que la anterior edición, tiene mejor papel (lo que se traduce en mayor nitidez), una nueva traducción y una rotulación también nueva y más ordenada. Faltan, eso sí, unas breves escenas pornográficas que figuraban en la primera edición y que ahora han desaparecido. He leído aquí y allá que han sido censuradas, y esta es una afirmación errónea. Opino que es decisión del artista corregir lo que considere oportuno en las sucesivas ediciones de su obra, y así lo ha hecho. Shirow está en su derecho de prescindir de las páginas en cuestión, ya sea porque rompen el tono de la obra, porque enlentecen la lectura o por lo que le dé la gana. Censura sería, en cambio, que las hubiese eliminado la editorial sin el permiso del autor. Personalmente, me gustan y excitan visualmente esas escenas lésbicas eliminadas, pero concedo que no aportan gran cosa a la trama. En todo caso, insisto, Shirow tiene la última palabra. Otro cambio que se hace patente en portada: el título ya no es Ghost in the Shell ni Patrulla especial Ghost, sino The Ghost in the Shell, con el artículo definido, tal como rezaba en el interior de la vieja edición.

Por si acaso no lo saben, acabo diciéndoles que The Ghost in the Shell es un conjunto de historias cortas, publicadas en revistas japonesas en 1989 y 1990, de temática ciberpunk protagonizadas por los agentes de una especie de fuerza policial (entre los que destaca un imponente cíborg femenino, la Mayor Motoko Kusanagi) que investiga delitos tecnológicos y terrorismo en un futuro cercano. El manga de Shirow es sofisticado, divertido, visualmente portentoso y está tan preñado de ideas y conceptos que ha generado el sinfín de spin-offs mencionado más arriba.

Malaga Hoy