









Vi una sola vez a Salvador Dalí, en su casa de Port Lligat, a finales de los setenta, para entrevistarle por encargo de un periódico que ya ha pasado a mejor vida. Me acompañaban mi amigo y colega Pedro Secorún y su atractiva novia. Probablemente gracias a la presencia de ésta, por la que Dalí preguntaba de vez en cuando. "i la nena, qué fa?" (¿y la nena, a qué se dedica?), nos dedicó toda la tarde. Nosotros éramos jóvenes de izquierdas, mientras que en el vestíbulo de la laberíntica casa, en lugar conspicuo, sobre un oso blanco disecado, colgaba la foto de José Antonio Primo de Rivera. Pero a Dalí nuestras opiniones políticas le importaban un rábano, y a nosotros, como a casi todo el mundo, las suyas nos importaban un pepino, comparadas con los buenos ratos que nos había hecho pasar con sus excentricidades, la desenvoltura con que se ponía el mundo por montera, y sus libros, especialmente Vida secreta, Sí a Rumania, El mito trágico del Angelus de Millet, etcétera.
–Usted –le dijimos con mucho aplomo–es mejor escritor que pintor.
–Ah, quizá es verdad... mi padre siempre me lo decía... I la nena, qué fa?
Atendía a las visitas en una sala redonda, con un banco corrido a todo lo largo de la pared, sobre el que descansaban, en un estante. una colección de botellitas de cristal de colores y otros bibelots y figuritas de un kitsch sin paliativos. Un camarero trajo una bandeja en la que había una botella de champagne rosado y cuatro copas. Al rato de empezar la charla entró la esposa de Dalí, la temible Gala, de la que se decía que te echaba a cajas destempladas si a la primera mirada le caías mal. Vestía, como él, una túnica dorada y llevaba un moño al estilo de Minnie Mouse. Pero no era tan fiera la leona rusa como la pintaban. Nos preguntó si queríamos a Dalí y si nos gustaba su pintura, y enseguida fuése y no hubo nada.
Según hablábamos con Dalí fui refrescándome con ese espumoso rosado, hasta que ya no me fue posible ignorar que yo era el único que bebía, lo cual no me parecía decoroso. Así que le dije: "¿Y usted no bebe. Dalí, ni un sorbito de champagne?". A lo que respondió, con su mejor voz campanuda: "No, pero lo tocaré sim-bóóólicamente". Y en efecto. con cierta solemnidad –era un maestro en el arte de solemnizar cada momento, para hacerlo más interesante y significativo-, se inclinó sobre su copa, mojó el índice y se tocó con él la frente.
"Figura asomada a una ventana" (1925). Una obra maestra en la que revela su amor por su hermana Ana María y por Cadaqués.
Lo interpreté como la venia para que me acabase yo solito la botella, lo que hice de buen grado, aunque a los gastrónomos de hoy les daría un vahído si probasen aquel cava dulzón que Dalí ofrecía a todas sus visitas, y que evidentemente él sólo escogía por su bonito color. Cargó contra Francis Bacon, entonces en la cresta de la ola, acusándole de usar colores "muy bonitos", de "hacerlo todo muy bonito", y de ser "en definitiva, un costurero, como Balenciaga". Dalí ponía "voz de Dalí" cuando se acordaba de que estaba en representación, y recuperaba la voz normal cuando el diálogo le parecía interesante. Por ejemplo, en un momento determinado le preguntamos por su icono más famoso y más difundido aún que las jirafas ardiendo o las mujeres con cajones "de mesita de noche" en el torso, o los elefantes de patas finísimas: los relojes blandos, que aparecen por primera vez en La persistencia de la memoria (1931) y que hicieron su fortuna en América. Y Dalí nos dijo que se le había ocurrido esa imagen inolvidable pensando en el mito del vellocino de oro, que Jasón y los Argonautas buscan y encuentran en
En ese momento de la agradable conversación. Gala volvió a entrar en la sala redonda, esta vez acompañada nada menos que de Miró, Picasso, Duchamp y Balthus, todos de esmoquin. Esos grandes artistas traían caras de pocos amigos. Nosotros, sentados en el banco, no salíamos de nuestro asombro. Con el brazo izquierdo al frente, Duchamp le apuntó con el índice y dijo: ";Paparruchas, Dalí, paparruchas! ¡Lo que tienes que hacer es devolverme mi tablero de ajedrez!...".
Lo admito, el párrafo precedente es pura fantasía, pero ¿por qué, al evocar a Dalí en el centenario de su nacimiento, no podría yo mentir y fabular y retorcer sus hechos a mi antojo, cuando él había repetido, hasta la saciedad y con dudoso buen gusto, que su objetivo vital consistía en "cretinizar al máximo" a la sociedad, en la que -de momento y hasta nueva orden- me incluyo, y faltó tanto a la mínima veracidad exigible a un pintor que se respete que llegó a firmar cientos o miles de páginas en blanco para que colaboradores indeseables y oscuros plagiadores las llenasen con lo que se les antojare? Sólo el respeto a los lectores de esta revista me impele a atenerme escrupulosamente a los hechos.
A los 15 años Dalí ya escribía con una desenvoltura y madurez admirables; ya adoraba los paisajes de sus veranos infantiles en
La mayor aportación intelectual de Dalí, apasionado lector de Freud, fue el Método paranoico crítico, que expuso en su ensayo La mujer visible, de 1930. El pontífice del grupo surrealista, André Breton, la celebró como una formidable herramienta en beneficio de la intrusión del mundo irracional entre las convenciones de la odiosa "realidad". En esa estructura teórica, Dalí coagula su actividad plástica, autorreferencial y mitologizante de sus propios, paralizantes complejos, obsesiones y experiencias. Para recibir el impacto de sus telas de los años veinte y treinta basta con prestarles la debida atención, pero para interpretarlos, o descodificarlos, Dalí reclamaba que consideremos los asuntos de su propia vida física y psíquica como un mito -que él se ocupó de contar, y muy bien contado, por cierto-, de la misma forma que buena parte del mensaje simbólico en la obra de los maestros antiguos es ininteligible para quienes no conocen la mitología grecorromana y la cristiana.
Ese "método" nunca sistematizado como tal, y que sería más propio definir como "actitud", Dalí lo definía como "método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetivación crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones delirantes". Consiste, de hecho, en potenciar a voluntad una paranoia de baja intensidad o controlada, y considerar todo fenómeno externo o interno, observado o sufrido por el paranoico-crítico, en relación privilegiada con uno mismo. O sea, también, elevar a acontecimiento significativo cualquier nimiedad, casualidad, alucinación inducida o no, experiencia, que el paranoico-crítico decida arbitrariamente. Una variante del solipsismo, que aplicada a las actividades creativas acaso pueda generar cosas interesantes, pero Dalí insistía en aplicarla también como norma de vida, lo que ponía la suya bajo el imperio del capricho, reducía a los demás a la condición de polichinelas y le liberaba de todo imperativo moral o pacto social. En el caso que nos ocupa, la estación de Perpiñán, en la que tomaba el tren a París, se convierte en el centro del mundo;
Nació en 1904, en la localidad de Figueres, en la provincia de Girona, donde tiene su museo, el más visitado en España después de El Prado, y donde está enterrado. Era hijo de un respetable notario, de mucho carácter, de mucha autoridad, de personalidad imponente, como se ve en los retratos que le hizo. Dalí creció en el seno familiar, sobreprotegido, como un niño mimado, lleno de fobias extravagantes -los saltamontes, por ejemplo, le daban un pánico que sus condiscípulos en el colegio de los maristas explotaban con las clásicas bromas pesadas-, y paralizadora timidez que combatía haciendo de tripas corazón, prodigando desplantes y alborotos académicos. Eran los años de la revolución rusa, a la que se adhería muy convencido el hijo del notario de Figueres. Desde allí se mantenía perfectamente informado de la dinámica de las vanguardias artísticas en la capital mundial del arte, y desde allí pasó por sus etapas de fauvista, de futurista, de puntillista…
Consciente del talento de su hijo y de su determinación de convertirse en pintor, cuando éste cumplió los 18 años el notario le mandó a estudiar en
Respaldado por Miró. Dalí se instaló en París. A los 25 años todavía pregonaba con satisfacción su virginidad, tomaba taxis para carreras de cien metros y pagaba sin mirar los billetes arrugados; vestía como un dandi, con siete u ocho moscas artificiales en las solapas de la chaqueta del mejor paño, y era un perfecto incompetente en las cosas prácticas. El grupo surrealista, en el que militaban los pintores Yves Tanguy, Max Ernst, el fotógrafo Man Ray, el poeta Paul Éluard, etcétera, postulaba la liberación del hombre mediante una revolución de la conciencia que se había de operar incorporando a la actividad artística las fuerzas del subconsciente, la escritura automática, las asociaciones delirantes, el onirismo y otras potencialidades de la mente usualmente reprimidas por el control de la razón: "Un paseo perpetuo por plena zona prohibida", como lo definió Breton. Hoy, el papel del grupo surrealista parece decisivo para la historia del arte del siglo XX, pero hasta la incorporación de Dalí y Buñuel debió ser una presencia escandalosa, pero poco más que testimonial en el ebullente París de entreguerras.
Los surrealistas estaban constituidos como una secta alrededor de la figura de André Breton, que cuando se ponía estupendo postulaba el asesinato gratuito como acción artística, y ello sin la ironía de De Quincey. Sus postulados estéticos habían tenido traducción en campos como la poesía, la pintura, la fotografía, pero El perro andaluz -una historia de amour fou cuya primera escena mostraba una hoja de afeitar cortando el ojo de una niña. para seguir luego con burros podridos tumbados sobre pianos de cola, manos cortadas con hormigas, etcétera-, y su secue
En pocos años el movimiento fue satelizado y luego dividido por el partido comunista, y la iconoclasta "Revolución surrealista" se vio reducida a "El surrealismo al servicio de la revolución". Por entonces Dalí iba alejándose de sus devaneos bolcheviques. Agregó al movimiento valiosas aportaciones: entusiasmo, ideas, ensayos, ocurrencias, parentescos insólitos, objetos. y sobre todo, pinturas como Vaca espectral, El asno podrido. El juego lúgubre, El gran masturbador, Los primeros días de la primavera o La vejez de Guillermo Tell, donde sus fantasmas se plasmaban con una claridad de transparencia, con una calidad fotográfica de la que carecían los compañeros Tanguy, Ernst y De Chirico, cuyos hallazgos plásticos succionó provechosamente. Pero su obsesión escatológica, sus ambiguos elogios a Hitler —en cuya espalda le hubiera gustado hundir una cuchara, pues le parecía sumamente comestible. "suculenta"-; su supuesta ridiculización de Lenin en El enigma de Guillermo Tell —donde el líder soviético aparece con una nalga inmensa, sostenida por una muleta—; su elogio de la crueldad, y su cada vez más exaltada vindicación del arte académico, entre otros desvaríos menos simpáticos, resultaban demasiado comprometedores. Fue expulsado solemnemente del grupo en 1934 durante una ceremonia que él recrea, esa es la palabra, en las páginas más hilarantes de Mi vida secreta.
Breton ejercía en todas partes y también entre los suyos de Gran Inquisidor de desviacionistas y filisteos, pero no podía imponer moderación o sometimiento a Dalí, que ya había afrontado una ruptura harto más dolorosa con su padre. El notario, ya viudo, tardaría años en perdonarle un dibujo brutal: sobre la silueta del Corazón de Jesús. Dalí había escrito: "Parfois je crache par plaisir sur le portrait de ma mére", o sea: 'A veces, para divertirme, escupo sobre el retrato de mi madre", en una tela expuesta en 1929 en París, de la que la prensa barcelonesa se hizo eco que llegó a Figueres. La unión de Dalí con una mujer casada, diez años mayor que él, y de costumbres más liberales que las propias de la sociedad provinciana de Figueres, era muy penosa para el padre, pero nada comparable con el ultraje a su difunta esposa. Le prohibió que volviera a poner los pies en Cadaqués, y Dalí tuvo que comprar una cabaña de pescador., que con los años iría ampliando, en Port Lligat, una cala muy cercana., algo melancólica, donde la vista del mar queda cerrada por una isla.
A lo largo de los años treinta, un galerista neoyorquino había ido organizando exposiciones de Dalí en Nueva York., con éxito creciente. Cuando estalló
En adelante caminaría solo, con su mujer, que se ocupaba de buscarle tiempo, espacio y paz para trabajar, de curar o paliar sus complejos, de perfilar el personaje estrafalario que llevaría como una máscara y de enseñarle a ganar grandes sumas de dinero, convirtiéndose en una figura pública siempre dispuesta al espectáculo, a la boutade, a la declaración intempestiva e ingeniosa, lo que le valió la atención permanente de los medios de comunicación de masas y el descrédito de las élites culturales. Breton, desde París, le rebautizó con el venenoso anagrama de Avida Dollars, al que él replicaría con el aforismo "Que hablen de mí, aunque sea bien" y con el óleo La apoteosis del dólar. En América, banalizando hasta lo patético el estilo surrealista, retrató a infinidad de adineradas damas y caballeros. Quizá, como sugieren algunos, en su fuero interno era consciente del agotamiento de su estética, y por eso probó a iniciar, con sus memorias y su novela Rostros ocultos, una carrera paralela de escritor, guadianesca y progresivamente perezosa, pero a menudo interesante.
Los padecimientos de su familia durante
En invierno vendía los cuadros y mantenía en funcionamiento el circo Dalí anunciando nuevas epifanías cada dos por tres. Así vivió felizmente, hasta la muerte de la imprescindible Gala en 1982, que marcó el principio de una agonía larga y atroz, entre enfermeros y equipos de colaboradores siempre cambiantes, siempre bajo sospecha pública. No tenía muchos amigos, y a los que tenía no los quiso ver, avergonzado de su propia decrepitud. Tumbado en la cama, entubado porque se negaba a tragar alimentos, escuchaba sin parar los tangos Noche de farra y Adiós muchachos, que le recordaban sus años con Lorca y Buñuel, y la ópera Tristán e Isolda, en la que veía reflejada su historia de amor con Gala. Murió en 1989.
Ahora, además del museo, que cada año incorpora alguna obra importante a sus colecciones, se puede visitar el castillo de Púbol que le regaló a su esposa para que se aislase de la fanfarria del circo cuando le viniese en gana, y también está abierta al público la casa de Port Lligat. Hay que pedir turno. Paseando por sus habitaciones entre turistas, subiendo y bajando inesperados escalones, entre su mobiliario de resonancias imperiales y gaudinianas, junto a los libros que nadie lee, deambulando por la sala redonda donde nos recibió, con su colección de bibelots kitsch en la repisa, el lugar parece no una, sino cien veces vacío, y uno se siente profanador de tumbas.
En el taller, los pinceles, ordenados sobre la paleta, junto al caballete vacío, aguardan inútilmente la mano que los anime. El oso disecado parece desteñido y apolillado: los mazos de retama en las esquinas, los cambien o no, parecen cargados de polvo, y tapices, cortinas y colgaduras: todo nos parece desarbolado, ajado, hecho jirones y desencantado, como alguno de sus cuadros que hubiera perdido la magia. •
Por Ignacio Vidal-Folch
El Año Dalí se abre con una gran exposición: Dalí, cultura de masas. Organizado por
Fotografías: Exposición de fotografías de Joan Vehí en el Museo de Cadaqués. De enero a mayo de 2004.
Residencia de Estudiantes: Salvador Dalí, Federico García Lorca, Luis Buñuel y Pepín Bello, un cuarteto insólito. Seminario sobre las relaciones que todos ellos mantuvieron en
Dalí, Lorca, Buñuel: Madrid, París, Nueva York (1917-1936). Exposición itinerante que se presentará a partir del otoño de 2004 y que se clausurará en
Rostros ocultos. Edición de la editorial Destino de la novela que escribió Salvador Dalí en 1943 y que incluye los fragmentos que fueron censurados cuando el pintor la publicó en España.
El Quijote. Una edición de lujo con reproducciones de las 38 ilustraciones que Salvador Dalí realizó en el año1945 para una edición de bolsillo publicada en inglés. Anotaciones de Martí de Riquer sobre El Quijote y acerca de la obra de Dalí a cargo de Monserrat Aguer, comisaria del Año Dalí. Coedición de
SALVADOR DALÍ. FUNDACIÓN GALA-SALVADOR DALÍ. VEDAR MADRID. 2004
Catálogo razonado de la obra de Dalí. Se publicará a lo largo de 2004 y hasta el 2006.
Rafael Santos Torroella. El primer Salvador Dalí (1914-1936). Libro editado en colaboración con el IVAM y
Universo Dalí. Treinta recorridos por la vida y la obra de Salvador Dali. De Ricard Mas Peinado. Lunwerg editores.
Más información sobre el Año Dalí en la página oficial: www.salvador-dali.orgiesp/2004. •
El Pais Semanal Número 1423. Domingo 4 de enero de 2004
TOMMASO KOCH - Madrid - 15/03/2011
En la céntrica Rue Berri de Montreal, en Canadá, hay varios rascacielos. Algunos transeúntes esperan en la acera para cruzar la calle. Ah, y Super Mario emerge de un tubo en medio del asfalto en busca de unas monedas gigantes. El tercer elemento de esta descripción urbana fue lo que la imaginación de Ben Heine dibujó en un papelito que este belga de 27 años puso encima de la foto en blanco y negro sacada el 29 de mayo de 2010. La suma de las dos imágenes recibió 45.840 visitas en la red social de álbumes fotográficos Flickr y forma parte del proyecto artístico Pencil vs Camara [Lápiz contra cámara] de Heine.
Como revela el mismo nombre del proyecto, su constante es la mezcla de fotografía y diseños. El fondo es una foto de la que una parte queda escondida tras un papelito blanco con un dibujo y la mano que lo agarra. El diseño reproduce una realidad alternativa, otra escena posible. O imposible. "Al principio dibujaba sobre todo sujetos realistas", cuenta Heine por teléfono. "Pero a medida que seguía diseñando evolucioné hacia escenas más delirantes, ya que me parecía más interesante", añade. Con delirante se refiere por ejemplo a un dinosaurio con dos pistolas en medio de una ciudad, o a un burro con gafas de sol haciendo burla.
Todo un proceso que involucra a varias personas. "Aunque la fase creativa solo es mía", destaca Heine. Además, el joven belga ya cuenta con un agente y una compañía,IberPress, que gestiona los derechos de sus obras en España e Italia. Algo en su tono de voz y en sus respuestas muestra una sorprendente (para un chico de 27 años) diplomacia de lobo de mar que no quiere mojarse. O que no quiere salir de lo convencional por miedo a meter la pata. De hecho, antes de Pencil vs Camara Heine publicaba en su blog también dibujos sobre temas políticos, que abandonó porque provocaban reacciones polémicas entre los usuarios. "Ahora tengo cierta responsabilidad, no quiero molestar a nadie", afirma. Así, repite una y mil veces que todo es estupendo y que espera seguir evolucionando. No parece quedar mucho del chico que estudió periodismo político en la universidad.
Por más que se porte como un veterano sin embargo Heine a veces olvida la cortina de la oficialidad. Así, recuerda su infancia en Costa de Marfil, donde nació y que dejó a los siete años, y su niñera Audette, que fue "como una segunda madre". Y se ríe a la pregunta de cómo está gestionando la fama: "Hombre, tampoco es para tanto. No tengo a ningúnpaparazzi siguiéndome". Incluso su perfil en Facebook es el de un chico cualquiera, aficionado de Johnny Depp y de Lady Gaga. Lo que es diferente son las cifras. Su páginacuenta con más de 13.000 fans, mientras que en Twitter tiene a 1.738 seguidores. Sus fotografías en Flickr han recibido hasta la fecha más de 500.000 visitas. Números importantes, que hace unos meses Heine no hubiera podido imaginar, ni siquiera con un lápiz y un papelito blanco.
Musa de los surrealistas, modelo y fotógrafa, feminista y amante libertina, Lee Miller, bella e indomable, retrató a grandes artistas del siglo XX. Como reportera de guerra fue de las primeras en captar todo el horror de los campos nazis. Una exposición en Londres descubre sus obras. Por Lourdes Gómez. Fotografía de Lee Miller.
La personalidad de Lee Miller encierra cientos de secretos, y su biografía permite reconstruir un singular capítulo de la historia social, política y artística del siglo XX. Nacida en 1907 en una granja de Poughkeepsie, en el Estado de Nueva York (Estados Unidos), Miller hizo de Europa su principal hogar. También la razón de su existencia a partir de su encuentro, forzado por ella, con el fotógrafo y artista surrealista Man Ray en su estudio de París.
Al morir en Londres, a los 70 años, abatida por un cáncer incurable. Miller dejó un legado artístico en torno a los 40.000 negativos fotográficos. Fue su único hijo, Anthony Penrose, quien los descubrió abandonados en el ático de la finca campestre familiar, al sur de Inglaterra, reuniéndolos con el tiempo en el fondo de los Archivos Lee Miller.
Una exposición en
El comisario de la muestra es Richard Calvocoressi, actual director de
"
Picasso, en Mougins (Francia), en 1937.
misma a cada persona". Con esta reflexión cierra Anthony Penrose una reveladora biografía de su madre, profesional de alma inquieta, famosa por sus trabajos delante y detrás de la cámara. El dramaturgo inglés David Hare establece, por su parte, una relación entre talento y talante: "Miller descubrió su identidad como artista en la experiencia de su propia adversidad. Estaba acostumbrada a provocar histeria en los demás, mientras ella permanecía, esencialmente, tranquila en su interior", escribe en el catálogo de la exposición.
Fotografiada por los grandes profesionales de las revistas de moda y retratada por maestros como Pablo Picasso, ella, a su vez, enmarcó con su cámara a la elite social y artística del siglo XX. En su legado abundan imágenes de pintores como el propio Picasso, Max Ernst, Joan Miró y muchos más; escritores como T. S. Elliot y Dylan Thomas; actores, compositores, cantantes, aristócratas e innumerables amigos y amantes. Entre estos últimos, Man Ray, con quien Miller aprendió el lenguaje surrealista tras presentarse en su estudio, en 1929, reclamando el puesto de asistente.
La relación entre ambos fue turbulenta -de acoso por parte de Man Ray, según el dramaturgo Hare-, pero la amistad entre ambos perduró, a pesar de las vicisitudes. "Formaba parte del manifiesto surrealista el que los artistas podían acostarse con quien ellos escogieran. Los hombres eran libres; las mujeres, musas. Pero cuando Lee, en su relación con Man Ray, reclamó su libertad correspondiente, Man Ray estuvo a punto de enloquecer de celos. Lee se fue de París, retornando a Estados Unidos y asentándose más tarde en Egipto, para escapar de lo que ahora llamaríamos el acoso de Man Ray", señala Hare en el catálogo de la muestra.
Man Ray nunca se distanció del círculo de Miller. En 1937 aparece con amigos comunes en una atrevida escena campestre en el jardín de la residencia de Picasso, en el sur de Francia. Nueve años más tarde, Picasso posa para Miller con Roland Penrose, un artista británico y rico coleccionista de arte contemporáneo que por entonces era amante de Lee, y que se convertiría en su segundo marido tras divorciarse ella del industrial egipcio Aziz Eloui Bey En 1976, Man Ray pidió a la estadounidense que presidiera un homenaje organizado para él en reconocimiento de su trayectoria artística. Para entonces, Miller había abandonado la fotografía tras aceptar poco antes uno de sus últimos encargos periodísticos: una serie fotográfica de Antoni Tapies en su estudio de Barcelona.
"Sus más imperecederos retratos son probablemente los de artistas. Se mezcló socialmente con ellos durante toda su vida adulta, tuvo relaciones sentimentales, se casó con un artista, escribió sobre artistas y vivió rodeada de magníficos ejemplos de sus trabajos. Le gustaba fotografiar a los artistas junto a sus obras o mientras las realizaban. Se aprecia una empatía en muchos de estos retratos que es casi tangible", comenta Calvocoressi.
Hay capítulos oscuros en la vida de Lee Miller. A los siete años, el hijo de un amigo de la familia abusó sexualmente de ella, transmitiéndole una enfermedad venérea. "Sus padres pidieron consejo a un psiquiatra para prevenir el inevitable trauma emocional. Su consejo fue convencer a Lee de la disociación del sexo y el amor: el sexo era un acto físico sin ninguna conexión positiva con el amor", cuenta Anthony Penrose.
A los 14 años, su primer amor se ahogó al caerse de un bote en el que ambos remaban en un lago próximo a la granja familiar. Y desde la adolescencia acostumbraba a posar desnuda, a veces junto a varias amigas, a petición de su padre, Theodore, un gran aficionado a la fotografía. Padre e hija mantuvieron siempre una estrecha relación. "Lee estaba ya desarrollando las estrategias de supervivencia que le servirían tan bien -y tan malpara el resto de su vida", escribe Hare.
Pocos meses después de ser madre, en septiembre de 1947, otro tipo de nubarrones atormentaron el espíritu de Miller. La paz se extendía por Europa al tiempo que ella perdía la ilusión y el entusiasmo que antaño le habían ayudado a reemprender
el vuelo. Cayó en una fase depresiva agudizada por un alto consumo de alcohol. Sin ganas de experimentar con la cámara, sólo descubrió un ligero alivio a la apatía cultivando una última disciplina artística: la alta cocina.
La desgana de Miller estaba directamente relacionada con el síndrome que afecta a los más apasionados corresponsales de guerra. Sin la adrenalina de la acción urgente, ya no vio sentido alguno en la fotografía profesional. Porque fue durante
Miller tuvo que librar una dura batalla personal para ir a la guerra. El ejército británico no concedía entonces acreditaciones a mujeres fotógrafas, y la frustración crecía en su interior con encargos para reportajes de prensa que ella consideraba triviales. En el ejército de Estados Unidos encontraría su salvación al obtener el pertinente salvoconducto para acudir al frente. La ya corresponsal de guerra desembarcó en Normandía al mes de la invasión aliada y según sus biógrafos, fue la única periodista testigo del bombardeo y sitio de Saint-Malo. Los censores británicos revisaron los carretes que ella envió a revelar a
Probablemente, Miller fue la primera fotógrafa en entrar en París con los aliados, el 25 de agosto de 1944. Allí se reencontró y retrató a sus viejos amigos, Picasso y Jean Cocteau entre ellos; captó imágenes de la actuación de Fred Astaire para las tropas estadounidenses y otras escenas de las primeras jornadas de la liberación. Por encargo de sus editores, fotografió a la escritora Colette. Por entonces acompañaba sus reportajes gráficos con textos redactados por ella. Sufría en su faceta de escritora, pero describía con mucha personalidad lo que veía en las pasarelas, en los estudios de sus amistades o en el campo de batalla.
Nueva York y Londres demandaban más novedades sobre los altos modistas parisienses, pero Miller estaba obsesionada por avanzar con las tropas norteamericanas hacia el centro de Europa. Acompañada por su compatriota el periodista Dave Scherman, asistió a la liberación de los campos de concentración nazis en Dachau y posteriormente, en Buchenwald. Los crematorios del primero llevaban cinco días sin operar y las pruebas del genocidio eran evidentes. Miller envió a Vogue una serie de fotografías de los horrores de la guerra con una instrucción muy clara: "Os suplico que creáis que esto es cierto".
Esa noche. Scherman fotografió a Miller bañándose en el cuarto de baño que Hitler utilizaba en sus estancias en Múnich. De la cercana residencia de su amante, Eva Braun, Miller escribió en julio de 1945: "Eché una siesta en su cama. Fue cómodo, pero macabro, quedarse dormida sobre la almohada de una joven y un hombre muertos y estar contenta de que estuvieran muertos".
Alemania se rendía poco después. Paradójicamente, ahí comenzó el declive de Lee Miller Expresó su estado de ánimo en una carta que nunca llegó a enviar a su esposo, Roland Penrose: "Éste es un mundo nuevo y desilusionador. Paz con un mundo de canallas que no tienen honor, ni integridad, ni vergüenza no es por lo que todos luchamos". •
`Lee Miller. Retratos' podrá verse en
El Pais Semanal Número 1477. Domingo 16 de enero de 2005
Yann (1954) y Andreas (1951), cuya única obra en común es la historieta publicada en este libro, son dos peones importantes de la historieta actual pero por motivos muy distintos. El guionista francés Yann es una especie de enfant terrible de la historieta, un iconoclasta capaz de infiltrar el sexo descarnado en una revista infantil-juvenil, de parodiar salvajemente a uno de los personajes más clásicos del cómic franco-belga —Bob Morane—, de sustituir el patetismo por el sarcasmo en la vida de unos portadores del virus del sida, o de despertar las iras de la comunidad judía internacional.
No existe tema tabú para Yann, que acentúa la crueldad de sus obras recurriendo al humor negro y que decapita por la vía rápida todo mito divino y humano. Su estilo narrativo es directo e impactante, tanto en su obra humorística como en sus más escasos álbumes realistas; sea como sea, sus historietas no dejan indiferente al lector.
En la obra del alemán Andreas, en cambio, se funde la carga mística de mundos mágicos y fantásticos con un terror psicológico de inspiración lovecraftiana. Los héroes de Andreas obtienen su fuerza metafísica dé dioses profanos que libran una intensa batalla entre dos conceptos antagónicos de la magia. Su grafismo barroco, que recuerda a los grabados de Gustave Doré, imprime el tono adecuado a sus escenarios opresivos y recargados, cuyo contrapunto es la pureza e intensidad de los colores. Andreas compone sus páginas siguiendo una pauta narrativa marcada por los tensos silencios de sus personajes, lo que conduce a la acumulación de pequeñas viñetas que contrastan con la puntual aparición de espectaculares páginas-viñeta de ambiente.
Puzzle (1991) forma parte de una serie de historietas cortas en la que Andreas adapta su estilo a la personalidad de sus distintos guionistas.
Antonio Guiral del libro Veinte Años de Cómic. Aula de Literatura Vicens Vives, 1993