martes, 15 de febrero de 2011

Papel Negro



El cómic es un género propicio para las aventuras, con lo que no es de extrañar que las claves de la novela negra se las apañaran desde muy pronto para impregnar una buena parte de la producción tebeística. En los años treinta, Dashiell Hammet prestó su talento como escritor al dibujante Alex Raymond para ofrecer al lector las aventuras del agente secreto X 9. Ya en los cincuenta, Raymond demostraría haber aprendido lo suyo del autor de Cosecha Roja al crear al detective Rip Kirby, un investigador con gafas que fumaba en pipa y recibía la ayuda de su novia, Honey Dorian, y de su mayordomo británico, Desmond.
En la actualidad, el cómic que bebe de las fuentes de la novela negra vive entre el clasicismo y la tarantinitis. Coincidiendo con la edad adulta de los tebeos (finales de los sesenta), el thriller dibujado ofrece al ciudadano una serie de productos muy diversos, aunque unidos por su reivindicación del misterio, la aventura y la violencia como elementos tan humanos como creativamente estimulantes. Lo que sigue no es un listado exhaustivo de las relaciones entre el cómic y la novela negra. Me temo que sólo se trata de una visión acerca de las posibilidades y realidades del asunto.
Creo, eso sí, que las 10 propuestas que se ofrecen cubren bastantes aspectos de lo que ha dado de sí el cómic policiaco desde los años sesenta. Texto: Ramón de España

El Pais de las Tentaciones viernes 12 de julio de 1996






Creador de sueños

Es una mañana fresca, como casi todas en Galicia. Betanzos es un pulular incesante de gentes de la comarca. Las campanadas del viejo reloj del ayuntamiento parecen invitar a propios y extraños a solazarse unos minutos ante una taza humeante. Franqueo la entrada de un coqueto café a pocos metros del consistorio: es el lugar elegido por MiguelAnxo Prado para la cita. Una turba de funcionarios abarrota el local. Me alzo de puntillas: allí está, enfrascado en el periódico y ajeno al bullicio, al pie de un enorme ventanal.
MiguelAnxo Prado (A Coruña, 1958) ha publicado más de una docena de libros propios, aunténticas referencias en el universo de la historieta:Fragmentos de la enciclopedia délfica, Stratos, Quotidianía delirante I, II, y III, Trazo de tiza, Tangencias...; también ha participado en seis libros colectivos, ha hecho ilustración en prensa, series de animación... y hasta le queda tiempo libre para ocuparse de la dirección del festival de cómic Viñetas desde o Atlántico, de A Coruña.
Prado es para muchos un auténtico santón de la viñeta, y no sólo un autor de culto. Tres de sus libros se han publicado en al menos catorce idiomas. Prado está presente, prácticamente, en todos los países donde existe mercado de cómics.
Su vida, hasta 1993, fue bastante metódica. "Cada dos años el balance era casi siempre el mismo: un libro nuevo, una colección de trabajos y un tiempo de descompresión para oxigenarme". Pero tras la edición de Trazo de tiza entró en una dinámica imparable.


De la tranquilidad al caos
Primera etapa: Laura Esquivel, un año de trabajo y un libro, La ley del amor. Segunda etapa: Una carta encontrada en Lisboa o la aventura de vivir la capital lusa con Eric Sarner, autor del texto, y materializar sus vivencias en un libro de viajes que provocaría la envidia del minmísimo Livingstone. En 1995 se centró en Os vixilantes do Camiño, un proyecto de animación para la Televisión de Galicia (TVG). Pero cuando esto comenzaba a cuajar. le llegó la propuesta de creación de los personajes de la serie de animación Men in black con Columbia Pictures, Amblin, Dreamworks y Wraner Bros. Hasta la fecha ha resuelto las dos primeras entregas, cada una de 13 episodios. La tercera ya está en camino. El primer tramo se ha podido ver en EE UU, Alemania o Francia; en España ha sido un privilegio de los abonados a Canal +.
Prado no oculta su satisfacción por el trabajo con el hasta ahora rey Midas de Hollywood, Spielberg. Sin embargo, su verdadero mentor ha sido Richard Raynis, responsable de animación de Columbia Pictures y primer productor de Los Simpsons. La experiencia le ha venido al pelo. Prado ha tenido que hacer de todo un poco en la serie de la tele gallega, una comedia de aventuras con el Camino de Santiago de fondo: creación gráfica, guión, producción y dirección artística. Pensada inicialmente para un público adolescente, la serie posee claves de atracción para tramos de edad más adultos.
Aunque Men in black ha supuesto un salto en su trayectoria profesional, Prado sigue apegado al dibujo, a su gente, a Betanzos, a la capital herculina, A Coruña, y a su Festival del Cómic. En agosto volverá a su empeño del año anterior: que los abuelos inicien a sus nietos en la vieja mitología, Mortadelo, Superman..., y que se familiaricen con la nueva, el manga japonés o los héroes americanos de última generación, de la que oyen hablar a sus nietos.


El Pais. Hablemos de tu estilo, de las servidumbres editoriales.
MiguelAnxo Prado. He podido permitirme no hacer series o personajes fijos, o dar bandazos en cuestiones de estilo. No es ningún mérito: lo asumo como una auténtica lotería. Hay muchos autores para los que insistir en un personaje es una postura vocacional.
P. Me imagino que ha sido dificil...
M.P. Así fue. En Francia tuve que salvar, además, esa tentación perpetua del editor de insistir en una fórmula que funciona. Al final acabaron por considerarme un caso perdido. Con el tiempo he conseguido que el enganche de cada trabajo sea mi nombre y no el de un personaje determinado. Tengo mis lectores: un mosaico bastante heterogéneo que responde a la pluralidad de mis libros. Aun así, supongo que habrá una minoría de fanáticos que lean todo cuanto publico.
P. Entre tus lectores se incluyen Spielberg o el alcalde de A Coruña. ¿Forman parte de ese grupo al que apuntas?
M.P. ¡Buf! No lo sé (risas). Me complace llegar a lectores tan diferentes. A quien le guste, por ejemplo, Quotidianía delirante y se ría con sus propuestas, es muy posible que se quede más frío ante Tangencias o Trazo de tiza.
P. ¿No te complicas la vida intentando satisfacer a públicos tan dispares?
M.P. ¡No te quepa duda! Me meto en demasiados berenjenales... Menos mal que me siento poliédrico. No obstante, siempre he admirado a la gente compacta.
P. ¿No será que gozas de lo lindo dejándote seducir por la dispersión?
M.P. Es cierto que me apunto a un bombardeo. Lo mío es la esquizofrenia múltiple... Un montón de tios se llaman MigeulAnxo Prado: uno más gamberro, otro más concienciado politicamente, otro más esteta...
P.¿De veras consigues soportarlos a todos?
M.P. Todos me caen bien y convivo estupendamente con ellos. A veces se contaminan los unos de los otros. Otros, tienen clara su conciencia de que lanzan mensajes dispares.
La duda eterna

P. Aun así, tus personajes son un claro reflejo de tus dudas.
M.P. Supongo que sí. En general, abundan los carateres cartesianos, no tanto por la certeza científica de método, sino por la duda metódica: no tienen certezas absolutas, y las pocas que tienen las someten a continua revisión.
También afloran obsesiones de las que no soy consciente. Tenía la certeza, tras tantos libros, de que no existía entre ellos nada en común, aparte de mi autoría. Sin embargo, la incapacidad del ser humano para comunicarse.
P. Es la crónica de nuestro tiempo...
M.P.No hay duda de que soy hijo de este gran siglo y de esa gran paradoja: disponemos de los medios de comunicaciòn más sofisticados de la historia y, sin embargo, resulta extraordinariamente dificil comunicarse.
P. Astérix y Obélix entran en el cine y todo el mundo conforme...
M.P. El cine y la banda diseñada: comparten espacios comunes, más allá del lenguaje secuencial o el soporte visual, y son los dos únicos lenguajes que el siglo XX aporta a la historia del arte. Siempre ha habido préstamos o adaptaciones de personajes.
P. Men in black riza el rizo: del dibujo al cine y a la inversa...
M.P. Es un proceso muy a la americana: una serie de dibujos estándar que pasa sin pena ni gloria; años más tarde, dos productores avispados la redescubren y hacen una relectura salpicada de cinismo y autoparodia. Se estrena y bate todos los récords de taquilla. Dentro de su concepción global, Spielberg toca entonces todos los resortes a su disposición.
P. Supongo que tuviste que vencer ciertas reservas para asumir algo que te era ajeno.
M.P. Aquí intervino la inteligencia de Spielberg. La serie mantiene la clave de humor y recoge el entramado básico y las figuras-tipo: un jefe, un agente experimentado, otro novato y un personaje femenino, que en la serie se convierte en toda una woman in black. A partir de ahí, he tenido libertad para elegir el estilo gráfico y definir los personajes.

P. ¿Cómo respira el público norteamericano ante tanto fenómeno masivo relacionado con el mundo de la historieta?
M.P. El clásico público consumidor de cómics está en crisis. Los superheroes han sido desplazados por otros espacios de ocio -videojuegos, ordenador, juegos de rol-. El lector de tiras de autor no entra en estos terrenos.
P. Aun así, es una minoría relativa...
M.P. Los lectores de cómic europeo son una minoría tan inmensa que hace posible que autores al margen del sistema y con códigos diferentes tengamos un sitio incluso en lsa librerías de caracter general. Aun así, el 80% de mis lectores debe de trabajar en cine o en animación. Todas las personas con que me relacioné en Estados Unidos decian conocer mi trabajo. En tres casos la respuesta era veraz: el director artístico de la serie, el productor y el consejero delegado de Sony, el que abre el grifo de los dólares. Texto:Miguel Bertojo.


El Pais de las Tentaciones viernes 14 de mayo de 1999

LOS RETRACTILADOS EN EL SALON DEL COMIC DE BARCELONA








El Pais de las Tentaciones viernes 28 de abril de 2000

Una de romanos en el Thyssen. El museo madrileño exhibe por primera vez en España la obra de Jean-Léon Gérôme

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Cultura

Una de romanos en el Thyssen

El museo madrileño exhibe por primera vez en España la obra de Jean-Léon Gérôme

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 14/02/2011

Edipo, 1886

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

Napoleón Bonaparte, a solas sobre su caballo, observa la Esfinge de El Cairo mientras las tropas francesas, al fondo, se preparan para la batalla.

El bardo negro, 1888

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

Óleo sobre fotografía, también llamado El bardo africano


El pintor francés Jean-Léon Gérôme era un profesional, esto es, un artista cada vez más raro en un tiempo en el que, a efectos de historia del arte, importaba más el genio que el oficio. Tal vez por eso se evadió en oriente y se refugió en la historia. Entre su nacimiento (1824) y su muerte (1904) estalló el impresionismo y se gestó la revolución cubista, pero él se mantuvo voluntariamente al margen de toda veleidad revolucionaria, subido al trono de las academias. Dicen que, en 1900, cuando el presidente de la república francesa estaba a punto de entrar en la sala dedicada a los impresionistas en la Exposición Universal de París, el artista gritó: "¡Deténgase, señor presidente, aquí está el deshonor de Francia!".

Adorado por eso que llaman el gran público en un tiempo en el que el público todavía no era grande, Jean-Léon Gérôme pasó hace años al limbo de los pintores de género. Desde mañana y hasta el 22 de mayo, el Museo Thyssen expone casi 60 obras suyas entre pinturas y esculturas. El objetivo de la muestra no es "rehabilitar" al artista de Vesoul "ni hacer un alegato en su defensa, sino ponerlo ante nuestros ojos, ante un público de comienzo del siglo XXI que lo conoce poco y mal". Esa ha sido la pretensión de los comisarios de la exposición: Laurence des Cars (directora científica de la Agence France-Múseums), Dominique de Font-Réaulx y Édouard Papel (conservadores jefes del Louvre y del Museo d'Orsay, respectivamente).

Final de la sesión, 1886

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

Su taller de pinturas se convirtió a menudo en el tema de sus obras. Aquí se representa a sí mismo como escultor, con la redundancia de la presencia de la modelo y de la estatua que está esculpiendo

El padre y el hijo del artista en una puerta, 1866-67

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

Esta es una de las 57 obras del pintor y escultor francés incluídas en la presente exposición

Al llegar a las salas subterráneas del Thyssen el visitante se encontrará con una desconcertante bienvenida: La jugadora de bolas (1901), un desnudo de mujer que parece haberse adelantado casi un siglo a la mezcla de pop y kitsch intelectualizado de Jeff Koons. Al menos en sus tiempos de idilio con aquella estrella del porno llamada Cicciolina. La comparación se impone. El universo de Gérôme queda en apariencia tan lejos del gusto moderno que, paradójicamente, la tentación es buscarle referentes contemporáneos. Curioso destino para un "archiacadémico" y "ultrarreaccionario" como él. Las comillas son de Guillermo Solana, director artístico del museo madrileño.

Pese a la tentación, una exposición como esta enseña a valorar en su contexto histórico la obra de un pintor que recorrió todas las estaciones que hasta el siglo XIX recorrían los de su gremio: del trabajo en el taller de un maestro (Paul Delaroche en su caso) a la labor de copia en las salas del Louvre pasando por un viaje a Italia y varios más a Egipto, Argelia o Turquía. Ese viaje termina, ya dijimos que Gérôme fue un profesional, en un lugar muy concreto: el mercado. Lo que no quiere decir que su obra -popularizada en su tiempo por multitud de reproducciones- carezca de esos fogonazos de expresividad que dicen que el dinero no puede comprar. Ahí están obras como La bacante (1853) o el retrato que hizo en una misma tabla de 20 centímetros de lado a su padre y a su hijo entre 1866 y 1867. Sin olvidar su serie de autorretratos en el taller o el desasosegante La Verdad saliendo del pozo armada con su azote para castigar a la humanidad (1896).

Todas ellas pueden verse en el Thyssen durante un recorrido en el que tienen especial protagonismo sus cuadros de tema oriental e histórico. Los primeros, troquelados por el exotismo de la época, son fruto de una mezcla entre los viajes del artista y la demanda de sus clientes. Los segundos nacen tanto de la documentación -de la que Gérôme era un obseso- como de la evocación. Sus cuadros de gladiadores tienen, así, un aire teatral y cinematográfico de película de romanos, más de Cecil B. de Mille que de Suetonio.

Recepción del Gran Conde por Luis XVI, 1878

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

En la gran escalera de los Embajadores, en Versalles, Luis XIV recibiendo al Gran Conde, reciente vencedor de la batalla de Seneffe contra Guillermo de Orange, en 1674

Sarah Bernhardt, 1895

Jean-Léon Gérôme | 14-02-2011

Retrato realizado en mármol policromado

lunes, 14 de febrero de 2011

De la Radio a la Viñeta por Jose Luis Agreda

El Pais de las Tentaciones viernes 12 de mayo de 2000




EL MUNDO A TRAZOS

El Pais de las Tentaciones Viernes 11 de febrero de 2000

Un volumen de 2000 páginas dibujadas por 324 autores de todo el mundo. En este canon para historietistas creado en Francia por L´Associatión, participan españoles. Uno de ellos, Javier Olivares, cuenta, en clave de humor, cómo logró publicar en este Comix 2000.


Una antigua leyenda del archipiélago de Manganesia nos habla de un diablo juguetón de nombre Umatac-Lityco. Este espíritu es llamado mediante la sucesión de tres ruidos rituales: el tintineo de un palito en una vasija con agua, el roce rítmico de un trozo de caucho, y el sonido de un suspiro. Esta curiosa combinación hace que convocarle por error sea casi imposible, a no ser que uno sea dibujante, limpie sus pinceles y resople mientras borra un desafortunado boceto. Umatac-Lityco significa en idioma manganesio "creo que me va a dar tiempo", y esto define a la perfección su influjo: alterar la percepción temporal, algo que (he comprobado) afecta a gran parte de nuestro gremio. Ahora voy a contarles cómo burlé a tan impertinente demonio. Corría el año 1990 o 1991, y las primeras noticias sobre algo llamado L´Associatión, llegaron a mis oídos. "Pues en Francia, se han juntado unos cuantos dibujantes, han formado una pequeña editorial y están publicando cosas", me contaba alguien. Yo sonreía, con esa mezcla de sorpresa e incredulidad con la que se escuchan en las tabernas las historias fantásticas de los marinos. En el año 1992, el grupo L´Associatión fue uno de los invitados extranjeros del Certamen de Cómic INJUVE, y fue así como tuve constancia no sólo de su existencia, sino también de los interesantes autores que lo componían. Desde entonces he seguido, con desigual intensidad, la trayectoria de tan envidiable proyecto diciéndome, con la misma desigual intensidad, que algún día, cuando tuviese tiempo, les mandaría muestras de mi trabajo. Como ven, la influencia de Umatac empezaba a hacerse notar.




Marzo de 1999. Suena el teléfono; al otro lado, la voz de mi amigo Olaf Ladousse me pone al corriente del proyecto Comix 2000. L´Associatión proyecta un tebeo muy especial para entrar con buen pie en el nuevo milenio. Cerca de trescientos autores colaborarán con una historieta muda para construir una, paradójicamente, silenciosa torre de Babel. Olaf me comenta que conoce a algunos autores españoles, pero están interesados en contar con algunos más. Si me envían las bases ¿me importaría repartirlas? Algunos días después recibo un sobre desde Francia conteniendo un precioso catálogo de publicaciones de L´Associatión y un pequeño díptico de color crema, en el que explican (en tono relajado) en qué consiste tan mastodóntico proyecto. El resultado será un tomo de 2.000 páginas con los autores seleccionados. Una distribución sin fronteras gracias a la inteligente propuesta de historietas sin palabras. Exposiciones itinerantes por Europa. Y un pago por página nada excesivo, pero (sobre todo para los autores patrios) sorprendente por su simple existencia. Muy animado, decido que voy a participar. La historieta debe tener entre tres y quince páginas. La razonable mesura me hace inclinarme por cuatro. El tema (aunque oficialmente es el siglo XX) ofrece todo tipo de alternativas. Así, resuelvo que tendrá esos simpáticos aromas "fantásticos" por los que últimamente me siento tan atraído. La fecha de entrega tiene un límite: 1 de mayo de 1999. Un ligero humo verdoso surge entonces desde el bote de los pinceles y comienza a reptar imperceptiblemente por mi brazo. Miro el calendario: 15 de marzo, me queda casi mes y medio. Algo empieza a subir por mi cuello. Son sólo cuatro páginas, pienso. En ese preciso momento Umatac-Lityco se inclina sobre mi oído y me susurra mi propia conclusión. Creo que me va a dar tiempo, concluyo. Y mientras me levanto rebosante de ilusión y confianza, escucho una carcajada burlona escabullirse entre los frascos de acuarela. Algunos días después, aprovechando un encuentro de ilustradores, comento el proyecto y reparto fotocopias del folleto. A modo de coda, y como para reafirmar el interés de la convocatoria, a todos ellos les acabo diciendo lo mismo: "Yo voy a participar". 15 de abril. Aún no tengo ni idea de qué voy a presentar, pero me siento en la mesa, tomo unas notas, hago unos cuantos bocetos de un personaje y me convenzo de haber roto el incómodo vacío del papel. Bueno, tengo 15 días para hacer la historieta, y ya he encontrado ese hilo del que sólo debo de tirar. ¿Es el ruido del sacapuntas o he oído una risa?



Sumergido en un trabajo que parece no acabar nunca, una mañana salgo a la superficie para realizar alguna labor burocrática y escribo la fecha: 24 de abril. El estómago se me encoge, el sudor frío y todos los demás síntomas tópicos desfilan ante mí cogidos de la mano, y el último escalofrío lleva un cartelito: "Ya no llego". Nerviosamente, busco entre una montaña de papel los bosquejos que hice. Los observo. Parece una historia complicada, si tuviese historia. Eso es lo peor: no tengo guión, tan solo unas pocas palabras y un personaje que me observa impaciente. Desesperado, barajo varias posibilidades. Puedo intentar escribir otra cosa, algo sencillo. Una secuencia con siluetas. Algo con dos personajes. Un mismo personaje que repite alguna acción. Ningún personaje. Ninguna historieta. Quedan sólo unos días para la fecha límite. No me siento con ganas de improvisar, y menos para un proyecto tan especial como éste. Resignado a no formar parte de él me zambullo de nuevo en el trabajo interminable. Mientras buceo hacia el fondo me cruzo con un buscador de perlas manganesio, que nada hacia la superficie. Debe ser cosa de la presión, pero me pareció que se iba descojonado de risa. Como todos los años, y siguiendo una especie de ritual (cada vez más parecido a una fiesta de ex alumnos) me acerco al Salón del Cómic de Barcelona, que se celebra a principios de mayo. Allí, casi todo el mundo ha oído hablar del Comix 2000 y mientras escucho de algunos amigos un envidiable "yo lo mandé hace algún tiempo", Max (como un druida que espanta el maleficio) pronuncia la frase mágica: "Han ampliado el plazo unos meses más". Aliviado, vuelvo a casa lleno de ideas, descarto la historia anterior y me propongo pensar algo con calma, ya que tengo mucho tiempo por delante. Por supuesto, Umatac no se ha dado por vencido y me aleja durante algunos meses de ese trabajo con uno de sus más infames hechizos, el temible "mañana empieza". Pero aunque es un espíritu poderoso, a veces es posible alejarse de él. Durante el mes de agosto, dejo de ir por el estudio y así, lejos de su venenoso cubil, logro escribir y dibujar una historia de cuatro páginas cuyo protagonista es un demonio llamado Hop. La termino y la envío cuatro días antes de la fecha. Debido a la gran cantidad de participantes la gente de L´Associatión te mandan un bonito cuadernillo que, además de informarte del estado del proyecto, te notifica que has sido seleccionado para participar. Una mañana, en mi buzón asoma una pequeña carta. En su interior, el esperado folleto. Y en la casilla "Sí", una marca roja hecha con un rotulador francés. Después de esto, viene el alivio, la alegría, la satisfacción. En fin, una mezcla demasiado empalagosa para un cínico como Umatac, así que durante un tiempo, decide desaparecer. ¡Hoy por fin he recibido el voluminoso libro! Lo hojeo emocionado. Me detengo en el prólogo y leo una frase reveladora. A modo de disculpa, confiesan haber engañado en las fechas de entrega, ya que siendo ellos mismos dibujantes, conocen de sobra la tensa relación que dicho colectivo mantiene con los plazos. ¡Claro, debí suponérmelo! También ellos conocen la existencia del Diablo de la Horas, y lo han burlado de una forma muy inteligente. Me han animado a que envíe algún material para su revista Lapín. En cuanto tenga tiempo, les mandaré algo.

Texto: Javier Olivares.









domingo, 13 de febrero de 2011

Tintoretto. El Cautivo de Venecia














Ningún pintor del mundo permanece tan unido a su ciudad como Tintoretto. De los tres grandes pintores (Tiziano, Veronés y Tintoretto) que inte­gran la escuela de Venecia, él es el único nacido allí. Y sólo la abandonó durante dos breves viajes. De tal manera se le identifi­ca con su lugar de origen que los futuris­tas le tenían en su punto de mira porque encarnaba como nadie la esencia de la ca­pital del Veneto. Considerado por El Greco como uno de sus máximos maestros y ado­rado por el propio Velázquez, Tintoretto ha sido un gran olvidado. La última gran ex­posición que se le dedicó fue en el Palazzo Pesaro de Venecia en 1937. El Museo del Prado intenta ahora reparar ese injusto ol­vido con una antológica de 70 obras maes­tras que ocupará la galería central. Desde allí se codeará con Rubens y Velázquez.
Jacopo Robusti, El Tintoretto (Venecia, 1518-1594), era, según algunas de sus esca­sas biografías, el primogénito de una fa­milia de tintoreros de paños formada por 22 hermanos. De aspecto rechoncho y es­casa estatura, destacan de él un fuerte carácter y una ambición desmedida que no facilitó su relación con otros grandes artistas con los que convivió en la se­gunda mitad del siglo XVI, y que nunca le consideraron como un igual. Le costaba mucho ser aceptado por su mal genio (también se le conocía por el apodo de El Furioso). Intentó formar parte del taller de Tiziano, pero éste se negó. Pese a ello, Tintoretto le tenía tal devoción que en una de las paredes escribió lo que sería el ob­jetivo de su forma de crear: "El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano".
Algunos historiadores explican la hostilidad de Tiziano hacia Tintoretto por puros celos y miedo a compartir la gloria que ya disfrutaba en toda Europa. De he­cho, la consagración de Tintoretto como miembro de la escuela veneciana se pro­duce en 1548, cuando entrega a la Escuela Grande de San Marcos la pintura San Marcos libera a un esclavo. En ese mo­mento, Tiziano está fuera de Venecia. Se encontraba en Augsburgo con el empera­dor Carlos V. Algunas versiones aseguran que, de haber permanecido Tiziano en Ve­necia, el cuadro no hubiera sido recibido nunca por la escuela. La obra se expone habitualmente en la Galería de la Acade­mia de Venecia. Y representa un punto y aparte en la historia de la pintura vene­ciana del siglo XVI: nadie hasta entonces había plasmado los movimientos de gru­pos como él.
Pero si la técnica y colorido de Tiziano le interesan mucho al artista, aún más le obsesiona Miguel Ángel (San Rocco será luego para él como su Capilla Sixtina). En su Taller estudiaba con auténtica obsesión las copias que poseía de algunas escultu­ras de Miguel Ángel. Con similar interés trabajaba sobre figurillas para dominar la perspectiva desde todos los ángulos posi­bles. Construía maquetas completas como si de un escenario teatral se tratara; ilu­minaba las figuras a través de diferentes tejidos, y finalmente colgaba las maquetas del techo. Así conseguía sus famosos jue­gos de luces y sombras, así modelaba el es­pacio y conseguía que el tiempo entrara a formar parte del cuadro.
Tintoretto empieza a pintar con 20 años cumplidos. No fue una decisión tem­prana, pero su pasión y dedicación es tal que parece que en cada pincelada, en cada personaje, en cada cuadro quisiera recu­perar el tiempo perdido. Insaciable en la búsqueda de nuevos efectos, desde el primer momento le interesan las grandes di­mensiones, los escenarios espectaculares. Es muy rápido en la ejecución, y una vez que tiene claro cuál es su estilo, lo único que quiere es pintar y pintar. La mayor parte de las ocasiones, al menos en los años iniciales, trabaja sólo a cambio del coste de los materiales, y eso porque su mujer, Faustina, una aristócrata de Vescovi, le controla férreamente los gastos. A veces no cubre ni siquiera el coste de la realización de las obras. Sus biógrafos re­cuerdan que eso le ocurrió con el primer gran encargo para la ciudad de Venecia. Fue en la iglesia de Santa Maria dell'Orto, en la que luego sería enterrado.

Allí decoró las inmensas paredes del coro. La dimensión media de cada una de estas piezas es de cuatro metros de largo por cuatro de alto. El prior del templo le hace entonces el favor de dejarle pintar algún lienzo de las paredes de la biblioteca que en ese momento estaban realizando Ti­ziano y Veronés. En las obras que aquí eje­cuta, la arquitectura es ya uno de sus per­sonajes principales. Su discurso pictórico es narrativo a partir de motivos religiosos.

Las espectaculares obras que realiza para el Palacio Ducal no fueron tampoco ejecutadas a cambio de un dinero razonable. Miguel Falomir, comisario de la ex­posición que desde el 30 de enero se podrá ver en el Museo del Prado, bromea: "A ve­ces, el comportamiento de Tintoretto pa­recía aprendido en una competitiva es­cuela de negocios del siglo XXI". Todo valía para conseguir el objetivo. Para adornar las altas paredes y techos de la Sala del Consejo del Palacio Ducal se con­voca un concurso entre los pintores vene­cianos. Se trata de recrear episodios rela­tivos a la vida de los distintos dux.

"Autorretrato". Esta visión deTintoretto sobre sí mismo cuelga habitualmente en el Louvre. Sartre vio en la imagen de este hombre de pelo blanco y ojos como "dos soles negros", la figura deteriorada de un insumiso.


En 1582 se hace público el concurso. Tintoretto se había ofrecido gratis, pero no se le acepta. Aun así se queda con el encar­go porque sus competidores, Paolo Ve­ronés y Francesco Vasano, se retiran. El resultado: el lienzo El paraíso, con­siderado el mayor del mundo. La ver­sión de esta obra que se encuentra en el Prado está considerada de muy baja ca­lidad por los especialistas. La compró Velázquez en Italia a través del emba­jador. Pero en lugar de la obra escogida, le engañaron y enviaron otra que no tenía nada que ver.
Los encargos colosales fascinan a Tintoretto y marcan su evolución. Cada vez acomete proyectos de mayor envergadura. En 1564 comienza la decora­ción de la Escuela de San Roque (Scuola Grande de San Rocco), su obra má­xima. Contemplando su grandeza se entiende por qué ninguna exposición sobre el artista, por ambi­ciosa que sea, podrá mos­trar lo que fue y represen­ta del todo Tintoretto: para admirarlo en su totalidad se debe visitar Venecia.
Para entender la im­portancia de su trabajo en dicha scuola hay que co­nocer el papel que desem­peñaron estas institucio­nes. Las escuelas vene­cianas nacen en época medieval. Se trataba de co­fradías laicas presididas por un santo. A ellas pertenecían ciudadanos de clase media -muchos de ellos nacidos fuera de Ve­necia-, artesanos y mercaderes. En el siglo XVIII, Venecia llegó a contar con 300 escuelas. Las donaciones que entre­gaban sus miembros servían para en­cargar decoraciones que muy poco tenían que envidiar a los palacios más lujosos. Los mejores y más famosos ar­tistas eran llamados para realizar estos trabajos. Las actividades de las escue­las eran controladas por los poderes pú­blicos. Todo acabó en 1806, durante la segunda ocupación francesa, cuando las cofradías fueron disueltas, y sus se­des, cerradas. Muy pocas se salvaron. Una de ellas fue San Rocco.
En San Rocco tuvo Tintoretto la oportunidad de mostrar su espectacu­lar audacia. En 1560, cuando terminan las obras de ampliación de la escuela, los cofrades deciden convocar un con­curso entre los grandes pintores del mo­mento: Paolo Veronese, Andrea Schia­vone, Giuseppe Salviati, Federico Zuc­caro y el propio Tintoretto. Mientras los demás se ponen a pensar en el proyec­to, Tintoretto se adelanta a todos y hace instalar en el techo un San Rocco in Glo­ria. Un regalo del artista a la escuela.
Los cofrades no sólo no rechazan el presente, sino que le encargan que com­plete la decoración de toda la sala y le nombran miembro de honor. Tintoretto sigue haciendo gala de su generosidad ante el enfado de los otros artistas, y el mismo día de la fiesta de San Rocco, el 16 de agosto de 1576, dona el lienzo cen­tral del gran salón principal, El mila­gro de la serpiente de bronce. Al año si­guiente ofrece otros dos grandes cuadros para completar el techo: Moisés haciendo brotar el agua y La caída del maná. Finalmente consigue que la es­cuela le encargue toda la decoración del salón a cambio de un rédito anual de 100 ducados, que cobró puntualmente hasta el final de sus días, pero que no era ni mucho menos un dinero equipa­rable al que recibían otros grandes ar­tistas. Más si se tiene en cuenta que las cofradías exigían original y copia.
En la decoración de San Rocco se muestra la profunda devoción que el ar­tista sentía por la Contrarreforma. Esa devoción se revela de manera especta­cular en toda la serie de pinturas reli­giosas cargadas de complejos claroscu­ros, perspectivas radicales que caen so­bre el espectador, grupos de personas que se retuercen de manera violenta. Vuelca todo su talento y energía en su peculiar Capilla Sixtina. Es Tintoretto en su estado más puro.
¿Qué ofrece la antológica del Prado?
Las 49 pinturas, 13 dibujos y 3 esculturas que ocupan la galería central muestran, en palabras del comisario, Miguel Falomir, "la amplitud de registros que tocó este productivo artista y la diversidad de géneros en los que trabajó".
Destacan las obras de inspiración religiosa, género en el que consiguió mostrar su maestría de manera rotunda.
Entre las joyas de la exposición sobresalen dos que fueron concebidas para ser contempladas juntas en la iglesia veneciana de San Marcuola: La Última Cena y El lavatorio. Ampliamente representadas están sus composiciones de carácter mitológico dedicadas a Ve­nus, Vulcano y Marte, y El origen de la Vía Láctea, procedentes de museos europeos y norteamerica­nos. Y por último, algunos de los cientos de retratos (no podía faltar el de Lo­renzo Soranzo, del Kunst­historisches de Viena) y autorretratos que Tinto­retto realizó a lo largo de su vida (el del Museo del Louvre y el del Museo de Filadelfia). Miguel Falo­mir recuerda que Tinto­retto fue tan prolífico como irregular y que una gran parte de su obra per­tenece a su taller. Asegura que la calidad y la ga­rantía de la autoría han sido exigencias básicas a la hora de montar la anto­lógica. Como ejemplo del rigor con el que se han seleccionado las piezas, afirma que el primer sacrificado ha sido el propio Museo del Prado: algunas de sus obras, históricamente atribuidas al artista, han sido excluidas por carecer de la calidad exigida.
Pero, ante todo, lo que busca la muestra es devolver a Tintoretto su condición de grande en la historia de la pintura. La dificultad de mover sus obras, por sus dimensiones y por estar situadas en los lugares para los que fue­ron creadas, ha perjudicado su difusión y conocimiento.
Visitar Venecia y caer rendido ante su obra, como le ocurrió a Sartre, a Os­car Wilde o a Henry James, seguirá siendo inevitable. El Prado repara aho­ra una parte de la deuda que la historia tiene con el artista veneciano. •
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Tintorero'. Museo del Prado. Madrid. Del 30 de enero al 13 de mayo de 2007. Más información: hrp:/ /museopra­do.mcu.es/exposiciones_tintorero.html.


El Pais Semanal Número 1581 Domingo 14 de enero de 2007