domingo, 13 de febrero de 2011

Tintoretto. El Cautivo de Venecia














Ningún pintor del mundo permanece tan unido a su ciudad como Tintoretto. De los tres grandes pintores (Tiziano, Veronés y Tintoretto) que inte­gran la escuela de Venecia, él es el único nacido allí. Y sólo la abandonó durante dos breves viajes. De tal manera se le identifi­ca con su lugar de origen que los futuris­tas le tenían en su punto de mira porque encarnaba como nadie la esencia de la ca­pital del Veneto. Considerado por El Greco como uno de sus máximos maestros y ado­rado por el propio Velázquez, Tintoretto ha sido un gran olvidado. La última gran ex­posición que se le dedicó fue en el Palazzo Pesaro de Venecia en 1937. El Museo del Prado intenta ahora reparar ese injusto ol­vido con una antológica de 70 obras maes­tras que ocupará la galería central. Desde allí se codeará con Rubens y Velázquez.
Jacopo Robusti, El Tintoretto (Venecia, 1518-1594), era, según algunas de sus esca­sas biografías, el primogénito de una fa­milia de tintoreros de paños formada por 22 hermanos. De aspecto rechoncho y es­casa estatura, destacan de él un fuerte carácter y una ambición desmedida que no facilitó su relación con otros grandes artistas con los que convivió en la se­gunda mitad del siglo XVI, y que nunca le consideraron como un igual. Le costaba mucho ser aceptado por su mal genio (también se le conocía por el apodo de El Furioso). Intentó formar parte del taller de Tiziano, pero éste se negó. Pese a ello, Tintoretto le tenía tal devoción que en una de las paredes escribió lo que sería el ob­jetivo de su forma de crear: "El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano".
Algunos historiadores explican la hostilidad de Tiziano hacia Tintoretto por puros celos y miedo a compartir la gloria que ya disfrutaba en toda Europa. De he­cho, la consagración de Tintoretto como miembro de la escuela veneciana se pro­duce en 1548, cuando entrega a la Escuela Grande de San Marcos la pintura San Marcos libera a un esclavo. En ese mo­mento, Tiziano está fuera de Venecia. Se encontraba en Augsburgo con el empera­dor Carlos V. Algunas versiones aseguran que, de haber permanecido Tiziano en Ve­necia, el cuadro no hubiera sido recibido nunca por la escuela. La obra se expone habitualmente en la Galería de la Acade­mia de Venecia. Y representa un punto y aparte en la historia de la pintura vene­ciana del siglo XVI: nadie hasta entonces había plasmado los movimientos de gru­pos como él.
Pero si la técnica y colorido de Tiziano le interesan mucho al artista, aún más le obsesiona Miguel Ángel (San Rocco será luego para él como su Capilla Sixtina). En su Taller estudiaba con auténtica obsesión las copias que poseía de algunas escultu­ras de Miguel Ángel. Con similar interés trabajaba sobre figurillas para dominar la perspectiva desde todos los ángulos posi­bles. Construía maquetas completas como si de un escenario teatral se tratara; ilu­minaba las figuras a través de diferentes tejidos, y finalmente colgaba las maquetas del techo. Así conseguía sus famosos jue­gos de luces y sombras, así modelaba el es­pacio y conseguía que el tiempo entrara a formar parte del cuadro.
Tintoretto empieza a pintar con 20 años cumplidos. No fue una decisión tem­prana, pero su pasión y dedicación es tal que parece que en cada pincelada, en cada personaje, en cada cuadro quisiera recu­perar el tiempo perdido. Insaciable en la búsqueda de nuevos efectos, desde el primer momento le interesan las grandes di­mensiones, los escenarios espectaculares. Es muy rápido en la ejecución, y una vez que tiene claro cuál es su estilo, lo único que quiere es pintar y pintar. La mayor parte de las ocasiones, al menos en los años iniciales, trabaja sólo a cambio del coste de los materiales, y eso porque su mujer, Faustina, una aristócrata de Vescovi, le controla férreamente los gastos. A veces no cubre ni siquiera el coste de la realización de las obras. Sus biógrafos re­cuerdan que eso le ocurrió con el primer gran encargo para la ciudad de Venecia. Fue en la iglesia de Santa Maria dell'Orto, en la que luego sería enterrado.

Allí decoró las inmensas paredes del coro. La dimensión media de cada una de estas piezas es de cuatro metros de largo por cuatro de alto. El prior del templo le hace entonces el favor de dejarle pintar algún lienzo de las paredes de la biblioteca que en ese momento estaban realizando Ti­ziano y Veronés. En las obras que aquí eje­cuta, la arquitectura es ya uno de sus per­sonajes principales. Su discurso pictórico es narrativo a partir de motivos religiosos.

Las espectaculares obras que realiza para el Palacio Ducal no fueron tampoco ejecutadas a cambio de un dinero razonable. Miguel Falomir, comisario de la ex­posición que desde el 30 de enero se podrá ver en el Museo del Prado, bromea: "A ve­ces, el comportamiento de Tintoretto pa­recía aprendido en una competitiva es­cuela de negocios del siglo XXI". Todo valía para conseguir el objetivo. Para adornar las altas paredes y techos de la Sala del Consejo del Palacio Ducal se con­voca un concurso entre los pintores vene­cianos. Se trata de recrear episodios rela­tivos a la vida de los distintos dux.

"Autorretrato". Esta visión deTintoretto sobre sí mismo cuelga habitualmente en el Louvre. Sartre vio en la imagen de este hombre de pelo blanco y ojos como "dos soles negros", la figura deteriorada de un insumiso.


En 1582 se hace público el concurso. Tintoretto se había ofrecido gratis, pero no se le acepta. Aun así se queda con el encar­go porque sus competidores, Paolo Ve­ronés y Francesco Vasano, se retiran. El resultado: el lienzo El paraíso, con­siderado el mayor del mundo. La ver­sión de esta obra que se encuentra en el Prado está considerada de muy baja ca­lidad por los especialistas. La compró Velázquez en Italia a través del emba­jador. Pero en lugar de la obra escogida, le engañaron y enviaron otra que no tenía nada que ver.
Los encargos colosales fascinan a Tintoretto y marcan su evolución. Cada vez acomete proyectos de mayor envergadura. En 1564 comienza la decora­ción de la Escuela de San Roque (Scuola Grande de San Rocco), su obra má­xima. Contemplando su grandeza se entiende por qué ninguna exposición sobre el artista, por ambi­ciosa que sea, podrá mos­trar lo que fue y represen­ta del todo Tintoretto: para admirarlo en su totalidad se debe visitar Venecia.
Para entender la im­portancia de su trabajo en dicha scuola hay que co­nocer el papel que desem­peñaron estas institucio­nes. Las escuelas vene­cianas nacen en época medieval. Se trataba de co­fradías laicas presididas por un santo. A ellas pertenecían ciudadanos de clase media -muchos de ellos nacidos fuera de Ve­necia-, artesanos y mercaderes. En el siglo XVIII, Venecia llegó a contar con 300 escuelas. Las donaciones que entre­gaban sus miembros servían para en­cargar decoraciones que muy poco tenían que envidiar a los palacios más lujosos. Los mejores y más famosos ar­tistas eran llamados para realizar estos trabajos. Las actividades de las escue­las eran controladas por los poderes pú­blicos. Todo acabó en 1806, durante la segunda ocupación francesa, cuando las cofradías fueron disueltas, y sus se­des, cerradas. Muy pocas se salvaron. Una de ellas fue San Rocco.
En San Rocco tuvo Tintoretto la oportunidad de mostrar su espectacu­lar audacia. En 1560, cuando terminan las obras de ampliación de la escuela, los cofrades deciden convocar un con­curso entre los grandes pintores del mo­mento: Paolo Veronese, Andrea Schia­vone, Giuseppe Salviati, Federico Zuc­caro y el propio Tintoretto. Mientras los demás se ponen a pensar en el proyec­to, Tintoretto se adelanta a todos y hace instalar en el techo un San Rocco in Glo­ria. Un regalo del artista a la escuela.
Los cofrades no sólo no rechazan el presente, sino que le encargan que com­plete la decoración de toda la sala y le nombran miembro de honor. Tintoretto sigue haciendo gala de su generosidad ante el enfado de los otros artistas, y el mismo día de la fiesta de San Rocco, el 16 de agosto de 1576, dona el lienzo cen­tral del gran salón principal, El mila­gro de la serpiente de bronce. Al año si­guiente ofrece otros dos grandes cuadros para completar el techo: Moisés haciendo brotar el agua y La caída del maná. Finalmente consigue que la es­cuela le encargue toda la decoración del salón a cambio de un rédito anual de 100 ducados, que cobró puntualmente hasta el final de sus días, pero que no era ni mucho menos un dinero equipa­rable al que recibían otros grandes ar­tistas. Más si se tiene en cuenta que las cofradías exigían original y copia.
En la decoración de San Rocco se muestra la profunda devoción que el ar­tista sentía por la Contrarreforma. Esa devoción se revela de manera especta­cular en toda la serie de pinturas reli­giosas cargadas de complejos claroscu­ros, perspectivas radicales que caen so­bre el espectador, grupos de personas que se retuercen de manera violenta. Vuelca todo su talento y energía en su peculiar Capilla Sixtina. Es Tintoretto en su estado más puro.
¿Qué ofrece la antológica del Prado?
Las 49 pinturas, 13 dibujos y 3 esculturas que ocupan la galería central muestran, en palabras del comisario, Miguel Falomir, "la amplitud de registros que tocó este productivo artista y la diversidad de géneros en los que trabajó".
Destacan las obras de inspiración religiosa, género en el que consiguió mostrar su maestría de manera rotunda.
Entre las joyas de la exposición sobresalen dos que fueron concebidas para ser contempladas juntas en la iglesia veneciana de San Marcuola: La Última Cena y El lavatorio. Ampliamente representadas están sus composiciones de carácter mitológico dedicadas a Ve­nus, Vulcano y Marte, y El origen de la Vía Láctea, procedentes de museos europeos y norteamerica­nos. Y por último, algunos de los cientos de retratos (no podía faltar el de Lo­renzo Soranzo, del Kunst­historisches de Viena) y autorretratos que Tinto­retto realizó a lo largo de su vida (el del Museo del Louvre y el del Museo de Filadelfia). Miguel Falo­mir recuerda que Tinto­retto fue tan prolífico como irregular y que una gran parte de su obra per­tenece a su taller. Asegura que la calidad y la ga­rantía de la autoría han sido exigencias básicas a la hora de montar la anto­lógica. Como ejemplo del rigor con el que se han seleccionado las piezas, afirma que el primer sacrificado ha sido el propio Museo del Prado: algunas de sus obras, históricamente atribuidas al artista, han sido excluidas por carecer de la calidad exigida.
Pero, ante todo, lo que busca la muestra es devolver a Tintoretto su condición de grande en la historia de la pintura. La dificultad de mover sus obras, por sus dimensiones y por estar situadas en los lugares para los que fue­ron creadas, ha perjudicado su difusión y conocimiento.
Visitar Venecia y caer rendido ante su obra, como le ocurrió a Sartre, a Os­car Wilde o a Henry James, seguirá siendo inevitable. El Prado repara aho­ra una parte de la deuda que la historia tiene con el artista veneciano. •
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Tintorero'. Museo del Prado. Madrid. Del 30 de enero al 13 de mayo de 2007. Más información: hrp:/ /museopra­do.mcu.es/exposiciones_tintorero.html.


El Pais Semanal Número 1581 Domingo 14 de enero de 2007




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