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sábado, 25 de junio de 2022

Max: “Me irrita la solemnidad de la cultura”

El ilustrador publica una recopilación de los ‘trampantojos’ que dibuja cada semana para ‘Babelia’

BABELIA

17 ABR 2021



Autorretrato de Max (2021).

MAX

El ilustrador Max (Barcelona, 1956) inició en 2014 una serie de tiras titulada Trampantojo en la que desenmascara con humor ácido los vicios de la cultura. Ahora publica una recopilación en el libro Saboteando a Shakespeare (Salamandra Graphic).


¿Por qué Saboteando a Shakespeare?

Buscaba un título sonoro y chocante (en el sentido de excitar la curiosidad). Pero, sobre todo, que reflejara la esencia de las tiras, así que tenía que ser también irreverente.

En estas tiras desmonta con humor ácido los tópicos de la cultura y los artistas. ¿Hay alguno que le irrite especialmente?

Lo que realmente me irrita de la cultura es esa solemnidad con la que gusta de revestirse, esos aires que se da. De ahí la irreverencia: la está pidiendo a gritos.

¿Y cuál le divierte más?

Esos artistas tan encantados de haberse conocido.

¿Cuál es el mayor vicio de la cultura contemporánea?

Yo diría que la tendencia al gigantismo, a lo espectacular.

¿Qué o quién le llevó a convertirse en dibujante?

Los cómics de Robert Crumb.

¿Qué cómic le ha impactado más últimamente?

Romeo muerto, de Santiago Sequeiros.

¿Y su favorito de todos los tiempos?

Krazy Kat, de George Herriman.

¿Qué viñeta o ilustración ajena le habría gustado firmar?

Las viñetas de El reyecito (The little king), de Otto Soglow.

¿Qué libro tiene en su mesilla de noche?

Acabo de terminar El santo, de César Aira, y justo debajo está Hamnet, de Maggie O’Farrell.

¿Cuál no pudo terminar?

El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. La primera parte es genial, pero después no hay quien se lo trague.

¿En qué película se quedaría a vivir?

En cualquiera de los Hermanos Marx.

¿Qué tema musical elegiría como autorretrato?

Move on up, de Curtis Mayfield.

De no ser dibujante, ¿qué le habría gustado ser?

Músico.

¿Qué está socialmente sobrevalorado?

Las opiniones solidificadas.

¿A quién le daría el próximo Premio Nacional de Cómic?

Se lo daría, post mortem, a Micharmut.


El Pais, Babelia nº1.534, sábado 17 de abril de 2021


sábado, 1 de mayo de 2021

El nuevo combate de Manu Larcenet / Entrevista

El gran narrador de la Francia contemporánea, autor de Los combates cotidianos, da un giro a su estilo con Blast. “No me interesan las imágenes que no sirven para nada. La imagen me gusta cuando es pura y habla”, dice el dibujante

  Por Guillermo Altares

T RAS TRIUNFAR con Los combates cotidianos (Norma), la historia de un fotógrafo de guerra que decide dejarlo todo para irse a vivir al campo, donde descubre no sólo el amor, sino la historia periodística de su vida, y El retorno a la tierra (Bang Ediciones), un poco más o menos el mismo relato pero narrado en tiras y con mucho más humor, Manu Larcenet (Issy-les-Moulineaux, París, 1969) ha dado un giro radical con Blast (Norma), que inaugura una serie que se prolongará durante varios volúmenes. Frente al alegre color lleno de matices de sus obras anteriores se ha sumergido en un áspero blanco y negro para construir el relato de un hombre que decide vivir al margen de la sociedad. La narración arranca con un interrogatorio policial. En una de las planchas más bellas de Los combates cotidianos, Manu Larcenet incluye esta frase que es todo un manifiesto de sus principios artísticos. “Deslastrada de toda lógica, la poesía es la única forma libre de percatarse de lo que vale la pena. Depardon, Brassens, Miyazaki, Bonnard, Jarmush, Sempé, Tom Waits, Cézanne, Monty Python, Monet, Brel, Desproges, Klee, Cartier-Bresson Springsteen, Céline, Harvey Keitel, Baudelaire, Van Gogh. La poesía lo redime todo”. “No me interesan las imágenes que no sirven para nada. La imagen me gusta cuando es pura y habla, cuando sirve para algo, cada plano de Jarmush quiere decir algo, incluso sus silencios. Por eso en Blast hice tantas páginas de silencio”, afirma Larcenet en una entrevista en París, celebrada en la sede de su editorial francesa, Dargaud.

Estudió dibujo (gracias a un profesor que detectó su talento muy pronto) y afirma que, desde los 12 años, realiza todos los días una plancha de cómic. Como sus personajes de Los combates cotidianos (cuatro volúmenes) y El retorno a la tierra (cinco y los que quedan), vive en el campo, con su compañera y sus dos hijos. Una frase de Jacques Brel que aparece en Blast define su actitud ante la vida: “Cuando alguien se mueve, los inmóviles dicen que huye”.

PREGUNTA. ¿Por qué se ha lanzado a un cambio tan radical de estilo con Blast? 

RESPUESTA. Tengo una editorial que se llama Les Reveurs, donde hago lo que me gusta, y tengo una producción destinada al gran público en Dargaud, pero cuanto más tiempo pasa y me voy haciendo mayor, las dos se acercan y llegarán a ser una. Mi idea era contar una historia diferente de las que me han hecho famoso, no dejarme llevar por el mismo tebeo. Tenía ganas de hacer cuatro o cinco tomos de 200 páginas, algo largo que me diese tiempo para dibujar silencios, trabajar sobre la longitud y sin color, que es algo que hace los dibujos mucho más alegres.

P. ¿De dónde surge este personaje empeñado en vivir al margen?

R. Creo que es algo que tenemos todos, todos hemos pensando en algún momento en mandarlo todo a la mierda, en desaparecer, pero no lo hemos hecho por algún motivo, sobre todo por miedo. Mi protagonista no tiene ese miedo y es capaz de mandarlo todo a paseo. Quería crear un personaje que no fuese ni simpático ni antipático, nunca sabemos a qué atenernos con él. Lo veremos mejor en el segundo tomo.

P. ¿Cuándo sale?

R. No tengo ni idea, estoy en ello, llevo 60 páginas. Es algo que no quiero prever, los editores me preguntan y les respondo que estará listo cuando esté listo. Y tampoco admito cambios: si les gusta, genial; si no, lo siento mucho. 

P. ¿Y lo seguirá haciendo compatible con El retorno a la tierra?

R. Sí, yo quiero que sea como lo que llamo mi serie Peyo, el autor de los Pitufos. Me gustaría hacer esto hasta que muera. Jean-Yves Ferri, el guionista de la serie y casi el único amigo que tengo, cuando me escribe El retorno a la tierra es alta cocina, está todo tan bien trabajado que no tengo que cambiar nada, no hay una palabra mal puesta. Es una de las mejores series que he hecho nunca. Me gustaría envejecer con mis tebeos.




 “Me gustaría envejecer con mis tebeos”, cuenta Manu Larcenet, quien ha realizado este autorretrato para Babelia.


P. ¿Qué hay de real en sus tebeos?

R. Bueno, el gato es mi gato, no estéticamente, pero sí de carácter. Yo realmente vivía en la ciudad y mi gata se volvió loca cuando me mudé al campo. Cuando escribía Los combates cotidianos, durante un periodo de cuatro años, me fui a vivir al campo, tuve dos niños, murió mi padre y asistí a la desaparición mediática de los obreros. Tenía que aparecer por algún lado. Mezclé todo esto para hablar en estos libros. Eran obsesiones, pero para mí ya está terminado, he dicho todo lo que pensaba sobre ello. Lo único que me quedará es la muerte. Ahora trato de hablar del interior de la gente, la incomprensión que tenemos hacia nosotros mismos, de la violencia, me parece más honesto hablar de eso porque está más cerca de mi existencia cotidiana.

P. Sus tebeos están llenos de personas que viven en el margen. ¿Por qué?

R. Bueno, son los que tienen interés. No voy a contar historias de personas normales, bien integradas. Me apasiona contar historias de gente que está en el dolor, en los márgenes. Yo tampoco me siento especialmente insertado en la sociedad. Hay dibujos que están hechos sobre vidas clásicas, a mí no me apasionan. Pero me interesa mucho el lado negro de la gente, creo que el arte, la locura, es mucho más interesante que la norma. Adoro a Francis Bacon y es de una oscuridad extraordinaria, los cuadros de flores son cargantes.

P. De todas las planchas de Blast hay una que me ha impresionado mucho, que es cuando aparece una viñeta a página con la frase de Brel: “Cuando alguien se mueve, los que están inmóviles dicen que huye”.

R. ¿No es precioso? Antes de su último concierto, un presentador francés le entrevistó en su camerino y le preguntó: “¿Por qué se retira de los escenarios?”. Y Brel respondió eso, después de un gran silencio. Dice, sencillamente, una verdad.

P. En Los combates cotidianos, un personaje explica que vota al ultraderechista Le Pen “por miedo” y reconoce que le da igual que le mientan, “porque todos mienten”. ¿No cree que es una definición perfecta de lo que ocurre en Francia?

R. Eso es lo horrible. Porque aparte de unos cuantos extremistas estúpidos a los que es muy fácil detestar, el electorado de extrema derecha está formado por gente desesperada que tiene miedo. No veo ninguna salida a eso, por eso es un tema que he dejado de tratar en mis tebeos. Al final, el Frente Nacional siempre vuelve. En esta Francia me encuentro perdido. Estoy un poco desesperado, todo lo que hemos hecho no ha funcionado.

P. ¿Por eso decidió irse a vivir al campo?

R. La verdad es que seguí a mi mujer por un trabajo, pero ahora me encuentro mucho mejor. Incluso aunque viva en una región muy a la derecha. Me encuentro mejor, pero a la vez me voy convirtiendo en un misántropo: tuve tantas esperanzas y veo cómo nada funciona, que me estoy convirtiendo en una especie de oso y el hecho de no tener vecinos, de vivir en mitad del campo, me tranquiliza.

P. ¿Cree que vivimos una época dorada de los tebeos, que están alcanzando espacios que antes les estaban vetados?

R. Los tebeos han cambiado mucho desde los años noventa: la editorial L’Asociation, autores como David B, una serie de creadores que han hecho explotar todo lo que se hacía en el cómic. Al mismo tiempo hay otros creadores que hacían tebeos de adultos, pero era muy marginal. De repente, todo el mundo se puso a hacer tebeos de autor, aunque no me guste la expresión. Resultado: ahora mismo hay tantos cómics en una librería que ya no sabemos qué elegir, pero si escogemos diez tebeos, nueve serán de diversión, buenos o malos, y uno será otra cosa, y esa es la que me gusta. Es ver-dad que es una edad dorada, porque podemos hacer lo que nos guste. Pero a la vez hay demasiados libros, tal vez sea la culpa de los editores que no separan el trigo de la paja. Pero creo que nos estamos matando a nosotros mismos, salvo que tengan tu nombre en la cabeza no van a escarbar, cogerán lo que hay arriba, que muchas veces es lo peor y desde luego no es el cómic más moderno. Se ha convertido en un gran negocio, es una forma de ganar mucho dinero. Si los lectores no tienen tu nombre en la cabeza, estás jodido.

P. ¿Por qué cree usted que los tebeos sociales o el tebeo periodístico tienen cada vez más importancia?

R. Joe Sacco y yo no practicamos el mismo oficio, sería casi insultarle. Él hace un trabajo mucho más radical, a mí me gusta contar historias, soy más narrador, me encuentro muy atado a la novela. Lo que me parece extraordinario es que un medio como los tebeos, destinados a entretener a los niños hace 20 años, se haya convertido en un medio periodístico. Aunque no puedo evitar preguntarme si no son más directos un texto o una imagen.

P. Pero en un mundo lleno de imágenes tal vez los tebeos ofrecen una visión diferente de la realidad.

R. Es posible, pero tengo mis reservas. Ahora hay muchos autores que quieren hacer esto, pero olvidan que para hacer este cómic comprometido, periodístico, hay que tener mucha calidad, interesarse por el dibujo, que es algo chamánico. Es un descubrimiento, es sumergirse en uno mismo, es una experiencia casi corporal para hacer surgir algo que va a hablar al otro. Pero muchas veces, en el periodismo dibujado, se hace pasar el discurso antes del dibujo y, desde mi punto de vista, no hay que hacer nunca eso. El ritmo, el color, la narración, todo eso debe estar equilibrado y muchas veces los que quieren hacer tebeos comprometidos se olvidan del lado artístico, se centran sobre la radicalidad de lo que tienen que decir. Necesito dejarme atrapar por el amor del dibujo y ya sea Sempé o Crumb. Al ver una plancha necesito sentir cuál es la obsesión del tipo que la ha hecho. David, en Epiléptico, es alucinante, mezcla un amor enorme por el dibujo con la capacidad para contar su vida, el dolor que siente con su hermano. 

Blast. Bola de grasa. Volumen 1. Manu Larcenet. Traducción de Enrique Abulí. Norma. Barcelona, 2010. 204 paginas. 24 euros.


EL PAÍS BABELIA Nº 961 24.04.10

sábado, 17 de abril de 2021

En pocas palabras: Max

 El ilustrador Max (Barcelona, 1956) inició en 2014 la serie de tiras Trampantojo, en la que desenmascara con humor ácido los vicios de la cultura. Ahora publica una recopilación Saboteando a Shakespeare (Salamandra Graphic).




¿Por qué Saboteando a Shakespeare? Buscaba un título sonoro y chocante (en el sentido de excitar la curiosidad). Pero, sobre todo, que reflejara la esencia de las tiras, así que tenía que ser también irreverente.

En estas tiras desmonta los tópicos de la cultura y los artistas. ¿Hay alguno que le irrite especialmente? Lo que realmente me irrita de la cultura es esa solemnidad con la que gusta de revestirse, esos aires que se da. De ahí la irreverencia: la está pidiendo a gritos.

¿Y cuál le divierte más? Esos artistas tan encantados de haberse conocido.

¿El mayor vicio de la cultura contemporánea? Yo diría que la tendencia al gigantismo, a lo espectacular.

¿Qué o quién le llevó a convertirse en dibujante? Los cómics de Robert Crumb.

¿Qué cómic le ha impactado más últimamente? Romeo muerto, de Santiago Sequeiros.

¿Y su favorito? Krazy Kat, de George Harriman.

¿Qué viñeta ajena le habría gustado firmar? Las viñetas de El reyecito (The little king), de Otto Soglow.

¿Qué libro tiene en su mesilla de noche? Acabo de terminar El santo, de César Aira, y justo debajo está Hamnet, de Maggie O´Farrell.

¿Cuál no pudo terminar? El manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki. La primara parte es genial, pero después no hay quién se lo trague.

¿En qué película se quedaría a vivir? En cualquiera de los hermanos Marx.

¿A quién le daría el próximo Premio Nacional de Cómic? Post mortem, a Micharmut.


El Pais. Babelia, Nº 1.534, sábado 17 de abril de 2021

viernes, 9 de agosto de 2019

EN POCAS PALABRAS: Miquelanxo Prado

El historietista dirige el salón Viñetas desde o Atlántico, que se celebra esta semana en Galicia

BABELIA
7 AGO 2019


Miguelanxo Prado: “El cómic se ha hecho mayor”
ILUSTRACIÓN DE SETANTA

Miguelanxo Prado (A Coruña, 1958) es uno de los historietistas españoles más sólidos y reconocidos. Ganador del Premio Nacional de Cómic 2012 por su obra Ardalén, dirige desde su creación el salón Viñetas desde o Atlántico, que se celebra todos los meses de agosto en A Coruña desde 1998. La edición de este año, que empieza el próximo lunes, rinde homenaje a Tintín.


¿Qué le llevó a la historieta? La fascinación por el dibujo, la pintura y la narrativa. En definitiva, ser consciente de que podía contar historias con imágenes.

¿Cuál es el último título de cómic que le ha impresionado? Pinturas de guerra, de Ángel de la Calle.

¿Su personaje favorito de todos los tiempos? En esta pregunta suspendo… Son personajes con los que entablé relación ya como adulto, y no hay tanta pasión como para enamorarte de uno solo. Calvin & Hobbes podría servir.

¿Qué obra ajena le gustaría haber firmado? Píldoras azules, de Frederik Peeters.

¿Qué obra literaria le gustaría convertir en viñetas? Difícil escoger solo una… Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas, de Álvaro Cunqueiro, podría ser una.

¿Algún tipo de cómic que no le guste o incluso aborrezca? Puede no gustarme y supongo que podría llegar a aborrecer una obra en concreto, pero jamás “un tipo” de cómic.

Dirige el salón Viñetas desde o Atlántico desde su creación en 1998. ¿En qué ha cambiado esencialmente el cómic en todo este tiempo? Nos hemos hecho mayores como medio, hemos perdido la pujanza del primer siglo de vida, pero nos hemos librado de muchas de sus limitaciones. Creativamente, estupendo; económicamente, para los autores, más apretado.

¿Y cómo ve el futuro? Inevitable. Las mutaciones son constantes. Mejor preocuparnos de manejar correctamente el presente. Vale… Soy de natural optimista.

Recomiéndenos una película de animación. ¡Qué manía con el “una”! Los diez primeros minutos de Up, Coco, El viaje de Chihiro, 101 dálmatas… Cuatro “unas” por el mismo precio.

¿Qué canción escogería como autorretrato? Blackbird, de los Beatles. Me hubiese gustado que alguien hubiese hecho el equivalente al Mediterráneo de Serrat con el Atlántico.

¿Qué está socialmente sobrevalorado? Lo “más”. Lo más vendido, lo más nuevo, lo más retuiteado, lo más grande…

¿A quién le daría el Premio Nacional de Cómic?
A quien firme la mejor obra del año. Las bases del premio son claras. No es un premio por los servicios prestados. Si un desconocido publica la mejor obra del año a juicio del jurado, se lleva el premio. Si un autor incuestionable, de los que han hecho grande el medio, ese año no publica una obra mejor que la del recién llegado, no se lo lleva. El premio busca promocionar el medio, no ser una medalla al mérito.


EL Pais



domingo, 12 de mayo de 2019

La autora del último fenómeno del cómic estadounidense presenta en España ‘Lo que más me gustan son los monstruos’

Emil Ferris: “Lo que más me aterraba de niña era convertirme en una mujer”

JORGE MORLA
Madrid 8 MAY 2019



Emil Ferris, en Madrid. FOTO: K. PARA / VÍDEO: P. CASADO / C. MARTÍNEZ

Algún día alguien hará una película con esto. En el año 2001 una diseñadora que se ganaba la vida trabajado como camarera y fregando escaleras recibió la picadura de un mosquito que, virus del Nilo Occidental mediante, la postró en una cama. Inmóvil de cintura para abajo y con el brazo derecho —el de dibujar— paralizado, los médicos le dijeron que quizá no pudiera volver a moverse. Pero durante la —larga— rehabilitación, Emil Ferris (Chicago, 1962), por aquel entonces madre soltera de una niña de siete años, no se dio por rendida, y con un monstruoso esfuerzo comenzó a concebir el que unánimemente es considerado uno de los mejores cómics de lo que va de siglo.


La primera mitad de Lo que más me gusta son los monstruos salió al mercado estadounidense en 2017 —en España lo editó el año pasado Reservoir Books— para demostrar que, ajeno a los cañonazos de empresas como Marvel o DC, el cómic como arte sigue buscando sus propias profundidades. Personalidades como Art Spiegelman (Maus) y Alison Bechdel (Fun Home) se rindieron ante esta obra que sigue los pasos de una niña, Karen Reyes, que no encaja más que en su imaginación; obsesionada con los monstruos de las películas y revistas de serie B, se ve a sí misma como una niña-lobo que comienza —mientras descubre su propia homosexualidad— a investigar el asesinato de su vecina de bloque en el Chicago de los años sesenta. Miles de ejemplares y decenas de premios después, Ferris se encuentra en España promocionando su obra. Camina apoyada en un bastón nudoso, toma café con leche, se emociona hasta el llanto discreto al recordar su enfermedad y no duda en reírse como una bruja si la fotógrafa se lo pide.


Pregunta. ¿Tras tanto avatar, cómo se siente ahora, viajando con su obra?

Respuesta. Pues es increíble estar aquí en Madrid. Me ha encantado el Museo del Prado.



'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

P. Lo cierto es que hay mucha influencia clásica en su obra. De Goya a Füssli, pasando por Bernat Martorell.

R. Sí, es muy importante. El arte es importante para mí, y lo que buscaba era crear algo que ayudara a la gente a recordar cuán importante es el arte. En especial a la gente joven. Recordarles lo importante que es ponerse delante de un cuadro real, no solo mirar algo en el teléfono.

P. Cuando hagan una película sobre cómo hizo Lo que más me gustan…, ¿Tiene alguna preferencia sobre quién quiere que la interprete?

R. (Ríe) Bueno… me gustaría que lo hiciera una mujer transgénero. Durante mucho tiempo gente que no era transgénero ha interpretado esos papeles. Ahora las nuevas generaciones están cambiando las cosas. Para bien.

P. Ya en serio, la historia de la concepción de la obra, el mosquito, la enfermedad… ¿siente que estar aquí presentando la obra es un final feliz?

R. Bueno, todos necesitamos historias. La gente necesita historias como la mía. Necesitan saber que en su vida van a pasar cosas malas, cosas realmente trágicas. Y que eso no significa que se haya acabado. Que tienen que seguir. Esa es la clave. Esto [pone la mano sobre un ejemplar del cómic] representa a una persona que siguió adelante.

P. ¿Cuál diría que es el secreto de la obra, de la conexión con el público?


R. Mmm creo que es el amor y la gratitud. Mira, yo perdí la habilidad de dibujar. De repente se había ido. Y era todo lo que tenía. Así que perderlo, y luego recuperarlo… me siento tan agradecida de cada dibujo que he podido hacer, de cada trazo de bolígrafo… [se le escapa una lágrima]. Quiero hacer algo que signifique algo para la gente, darles toda la cantidad de magia que pueda, porque es un tiempo difícil. El planeta está enfermo, y necesitamos este tipo de magia.

P. En el plano técnico, su cómic imita un cuaderno, pero al contrario que otros trabajos que hacen a sus personajes con trazo digital, usted dibuja con un bolígrafo. Eso hace un estilo único que a la vez es muy familiar para el lector. ¿Lo buscaba o es algo que se encontró?

R. Bueno, cuando yo tenía la edad de la protagonista es lo que tenía. Y es lo que el personaje tendría en un ambiente pobre como el suyo: un puñado de cuadernos y unos cuantos pilots. O dicho de otro modo: su imaginación.

P. En su cómic hay proporciones exageradas pero expresivas. Hay viñetas que se parecen al cómic clásico, pero a la vez hay páginas enteras que funcionan como murales de un solo dibujo, páginas dobles… eso le da un ritmo muy particular a la obra. ¿Cómo definiría su estilo?


'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

R. Puedo mostrarlo, mejor que decirlo. [En ese momento saca una página con un hombre dibujado]. No dibujo en un cuaderno con tamaña de cuaderno, porque no tendría espacio para escribir. Quizá uso este tipo como base de la página, o quizá le añado viñetas en el espacio en blanco que hay… o quizá esto sea toda la página. Mira, en realidad doy una pista en el libro de cómo dibujo [y señala una página, bastante al principio, en la que el hermano de Karen, dibujante, le explica cómo usar la “geometría secreta”]. Todo parece que está al azar, pero es geometría secreta. Uso formas geométricas para llenar la composición del plano. Eso me lleva a decidir qué va donde. El lector no lo ve, porque procuro que no sea evidente, pero es así. Además, me gusta esconder cosas. [Y muestra varias viñetas: un cuerpo desnudo de mujer en medio de unos setos, varias caras diabólicas formadas por los nudos en una pared de madera]. Quiero que veas cosas que no termines de entender, que lleguen a tu subconsciente. El libro está lleno de detalles así, y el segundo también.

P. ¿Qué podemos esperar de ese segundo libro?

R. Espero que cosas buenas (ríe). Bueno, el tema de la tristeza de crecer será algo presente. Yo lo he experimentado con mi propia hija. Estás feliz por ver que sobrevive, pero a la vez triste porque ya no sea una niña.

P. Entrevistando a varios guionistas y dibujantes de cómics, muchos critican la desproporción entre el crédito que se lleva el guionista y el que se lleva el dibujante.


R. Es cierto, y me alegra que se hable esa injusticia.

P. El caso es que en un cómic como el suyo es distinto, porque escribe y dibuja. ¿Cómo pondera cada parte? ¿Le da más importancia a una sobre la otra?

R. Yo que estoy a ambos lados sé que hay que elogiar la parte plástica. Bueno, en mi caso hay una unión entre el texto y la imagen: muchas de las páginas no empiezan con texto, y es el dibujo el que te lleva a él. Mi cerebro debe ir cambiando entre ambas concepciones sobre cómo contar la historia. La escritora dice: Karen va a una tienda. Bien. La artista dice: ¿qué tipo de tienda es? Es la dibujante la que toma esas decisiones que deben ser respetadas. A veces un dibujo cambia el texto de una página.

P. Por fin sale el nombre de su protagonista, la niña-lobo. Karen. ¿Qué tiene de usted?

R. Todo. Ella es yo. Yo no quería ser una chica, yo quería ser un monstruo. Lo peor que podía imaginar ser de mayor era una mujer. Me aterrorizaba. Y aunque fue algo inevitable… aún hoy prefiero pensar en mí como un monstruo, una bruja, más que en términos de género. El género es algo bastante reduccionista. Por eso la generación joven, la de mi hija, está reexaminando conceptos como el de género.

P. Es otro de los temas del cómic. Y algo muy presente hoy en día.

R. Es algo que me emociona. Quiero ver dónde lleva toda esta ola, este movimiento feminista y de género. Quiero ver dónde lleva todo este poder.


'Lo que más me gusta son los monstruos'. EMIL FERRIS

P. Donde hay poder hay resistencia. En el terreno del cómic en Estados Unidos aún colea el comicgate [a grandes rasgos, un movimiento en contra de la diversidad en los cómics de superhéroes norteamericanos]. ¿Se vive una guerra cultural allí?

R. Me encanta que la gente a la que asusta la libertad de los demás sean los que aman al Capitán América y su idea de libertad. A esa gente les diría una cosa: no engordes un sistema que en realidad te está constriñendo. Lo que más me gusta son los monstruos, para mí, es eso: hay una prisión, pero no tenemos que aceptar nada de esto como una prisión. Las cosas están cambiando. Hay que fortalecer nuestra imaginación. Si no podemos imaginar un futuro, no podremos alcanzarlo. Somos débiles si no podemos imaginarnos distintos de como somos.

P. Dicho esto, dentro del propio mundo del cómic, ha recibido elogios de los mejores autores de vivos. ¿Cómo se siente?

R. Es increíble. Nunca lo hubiera pensado, no creía que la gente pudiera ser tan generosa. Han sido increíblemente amables. Es como si fuera el niño más mayor del orfanato, y de repente surgiera una familia y me adoptara. es como una familia. Hay gente que no se quiere, pero en el fondo, hay algo muy especial sobre la gente del mundo del cómic, algo que la gente debe entender, y es que la magia es real, la magia es lo que nos mantiene con vida. La vida puede ser mágica, y la gente del mundo del cómic lo entiende mejor que nadie, porque están abiertos a la combinación de imágenes y palabras. Cuando las palabras se combinan con las imágenes, se crea un conjuro.



El Pais


domingo, 14 de octubre de 2018

Roberto Fontanarrosa. Juegos de palabras y humor.


Es un personaje. Argentino, de Rosario, de 60 años, amante del fútbol y de las mujeres, y de los amigos, de ojos oscuros y grandes, directos. Nada más verle parece que acaba de venir de un estadio, de animar a los suyos. En Argentina, Fontanarrosa es tan famoso como Maradona, y en Rosario, su pueblo, es un ídolo, hemos tenido ocasión de comprobarlo. Lleva 30 años publicando en Clarín un chiste diario; podría hacer lo que quisiera, pero se pliega a la actualidad, y sobre lo que pasa versan sus viñetas. Y es además un escritor, sobre todo de cuentos, celebradísimo en Argentina y cada día más conocido fuera de allí. Hace poco apareció por Madrid, con compatriotas suyos, también cuentistas, y en la Casa de América le pusieron delante del micrófono, en medio de las solemnidades habituales en conciliábulos así. La gente no paró de reír escuchándole: habló, con una seriedad que se parece corresponder con el carácter de los buenos humoristas (por cierto, la mirada de Fontanarrosa se parece a la de Buster Keaton), sobre la literatura. Empezó con esta frase, Puto el que lee esto, que no escribieron "ni Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora", sino que él leyó "en un baño público en una estación de la ruta". Con esa frase (que culmina con una declaración de principios: "Puto el que lee esto... Eso es literatura") con la que comenzó su desternillante intervención de Madrid empieza precisamente su último libro de cuentos, Usted no me lo va a creer (Ediciones de La Flor. Argentina). Según él, ese principio es más impactante que cualquier principio de la historia de los libros, desde Cervantes hasta Gabo... Le vimos de nuevo en Rosario, con motivo del reciente Congreso de la Lengua Española, del que fue un invitado estrella, y allí hablamos con él, sentados en el rincón oscuro del hotel donde se habían alojado los Reyes de España. Llegó con una bolsa ligera, en mangas de camisa, caminando como un interior izquierda. Durante la conversación recibió algunas llamadas, una de las cuales fue de los directivos de Rosario Central, el equipo de fútbol por el que se partiría la cara: habían sabido que Ernesto Sábato (presente en Rosario) quería lucir una camiseta del equipo y le pedían a él que fuera quien se la entregara en la propia cancha. Después de la entrevista tenía que ir a rehabilitación, pues una complicación cerebral que felizmente está detenida le dejó inhábil su brazo izquierdo, y mientras cruzaba luego en su coche las calles de su ciudad (le adoran porque nunca se fue, el más famoso de los rosarinos actuales y no ha tenido la tentación de irse del sitio donde nació) nos estuvo hablando de las dentelladas que dejan en el cuerpo y en el alma los avatares de la salud; lo hacía con solidaridad y melancolía, hablando con una ternura sin límites, también, de su gran amigo Joan Manuel Serrat, a quien dedicaría un especial homenaje durante su intervención en el congreso y que en ese momento estaba siendo operado en Barcelona. Es interesante recordar esa aparición suya en el congreso que revolucionó Rosario, porque le retrata como es, el hombre del extremo, solitario y sonriendo. Estaba sentado en el extremo de la mesa, en mangas de camisa, vestido de blanco, en contraste abierto con la oscuridad de los trajes de todos sus compañeros de panel. Nada más ocupar su sitio, una ovación lo recibió como si fuera una estrella de rock o un jugador de fútbol. Su compañero de mesa, el mexicano Federico Reyes Heroles, diría luego que se sentía muy feliz de ver un auditorio tan lleno de mujeres. Y ahí se la puso en bandeja para que rematara Fontanarrosa: "Rosario se distingue por sus mujeres y por el buen fútbol. ¿Qué más puede pedir un intelectual?". No fue un comentario machista, él no lo es: fue un comentario de Fontanarrosa, y el estadio, perdón, el teatro, se levantó en una ovación. Cualquier cosa que dijera ( reivindicaba las malas palabras, nada menos) desataba la simpatía del público, porque además cualquier cosa que dijo estuvo llena de la simpatía que convirtió su intervención en un espectáculo de humor. Como en Madrid, pero con los suyos. Basta leer sus libros, El mundo ha vivido equivocado, por ejemplo, para entender que Fontanarrosa no simula el humor: él es humor en estado puro. Aunque aquí hable en serio de él, de su país.

Así que el mundo ha vivido equivocado. 
Sí, a grandes rasgos se puede decir que el mundo ha vivido equivocado, aunque yo no me siento autorizado para contestar a eso. Claro que hay algunos datos preocupantes, sobre todo en lo que se refiere a la ecología; ahí ves a Estados Unidos, la mayor potencia, ¿y si ella no firma los protocolos para defender el medio ambiente, qué carajo vamos a hacer? Y está el armamentismo, el control de la natalidad de modo que no se produzca una superpoblación que después sería muy difícil de manejar. .. Pero yo soy un dibujante humorístico, no soy un sociólogo ni un estadista...

Parece obvio que Argentina ha vivido equivocada...
Pero al menos ha demostrado una vez más el poder de recuperación que tiene. Yo creo que el último golpazo que nos pegamos a nivel económico ha servido bastante para que se rebaje aquella soberbia de los chistes argentinos, en los que por cierto hay mucho de verdad. Mi viejo decía que cuando en el barrio dicen que un tipo está loco algo loco debe estar, así que cuando nos tratan de soberbios es que algo de soberbios debemos tener. Pues debía ser que no éramos ni tan inteligentes ni tan listos, ni tan rápidos, y por eso nos pasó aquello. Pero ahora parece que hay una tendencia positiva, y eso se advierte en la gente.

¿Y con qué estado de ánimo ha seguido usted la reciente historia de Argentina?
Yo siempre soy moderadamente optimista, porque el pesimismo paraliza. Nosotros pertenecíamos a la clase media-media, la famosa clase media argentina, mi viejo vendía seguros de vida y trabajaba sólo en casa. Alquilamos un departamento aquí, en el centro de Rosario, yo iba a la escuela y mi hermana aprendía inglés y declamación. .. Eran los años sesenta de Argentina. Una vez me sorprendió la respuesta que Manuel Puig [el autor de Boquitas pintadas] dio a una encuesta sobre el momento y el sitio donde él situaba el paraíso; dijo que era en Argentina en los años sesenta. Yo no me había percatado de eso, pero es cierto: el tipo de clase media tenía un trabajo seguro, vivía sin mayores sobresaltos; pero se podía dar el gusto de salir a comer afuera una vez a la semana, podía ir al cine, ese tipo de cosas. Después vinieron las dictaduras militares, y eso se vivió muy mal, con mucho temor.

¿Cómo soportó usted esa situación?
Yo creo que a mí me atemorizaba aún más irme que quedarme. Y digamos que en esa época jugamos con las cartas con las que podíamos jugar, publicamos lo que se podía publicar. Así y todo, el humor tiene esa característica que te permite decir en broma lo que no se puede decir en serio. Los que empujaron los límites fueron los de la revista Humor, que empezó con un pequeño tiraje y por eso la permitieron seguir; cuando se dieron cuenta estaba ya en 250.000 ejemplares. Y después sobrevino la guerra de las Malvinas. ¿Cómo hacer humor sin parecer que uno está haciendo una prédica belicista o que aprobaba la guerra? Cuando terminó la guerra cambiaron las cosas y se abrió bastante la posibilidad de publicar.

¿Cómo sería hoy la caricatura de aquel régimen?
Es difícil hacer esa caricatura. Fíjate que algunas veces uno se pregunta hasta dónde puede llegar el humor. Nuestros países siempre han estado en crisis. Y cuando hay crisis, controversia y polémica el periodista está en su salsa, y el humorista también. El problema es cuando la crisis se torna en tragedia. Y entre nosotros hubo muchas tragedias. Como la guerra de las Malvinas, como la dictadura, con los desaparecidos... Ninguno de nosotros hizo chistes sobre desaparecidos.

¿Se preguntó en algún momento qué hago yo aquí?
Pues no. Hay un lugar común que dice que el dibujante puede trabajar en cualquier parte porque la imagen es universal. Quizá eso sirve para el dibujante, pero no sirve para el humorista que hace un humor editorial o que sigue la noticia. Me voy a España, ¿y qué hago? Acá comparto códigos comunes, si alguien canta algo sobre el tipo que se asoma al balcón yo sé que está hablando de Perón... Yo voy a España y durante un tiempo haría chistes, chistes de toros, hasta empaparme del sentir de la gente de allá, de sus complicidades, y eso yo creo que me llevaría mucho tiempo... Nací en Rosario y sigo en Rosario. Siento que es mi lugar, mi gente. Nunca me ha movilizado mucho conocer ciudades que son deslumbrantes. A mí la curiosidad me dio para viajar y volver, siempre tengo que tener la fecha de regreso, ¿viste?

¿Qué huella ha dejado esta historia argentina en usted, en sus amigos?
Depende mucho de la edad. Mi hijo no vivió la guerra de las Malvinas. Yo le cuento de la dictadura, porque tengo muchos amigos desaparecidos, le cuento de aquella época, y me doy cuenta de que sí, dejó una cicatriz muy profunda en casi todos los argentinos, que eso no, que eso no...

Que esa cicatriz no se toca...
Ya lo pasamos, fue durísimo, ya quedó demostrado qué son esos Gobiernos de mano dura. Hay un consenso general de que a eso no volvemos.

A lo mejor por eso la última crisis no se saldó con un problema mayor.
Desde la recuperación de la democracia ha habido como un cuidado mayor, incluso en la prensa, con respecto a lo que habíamos conquistado; el Gobierno del presidente Alfonsín fue tratado con mucho cuidado y con mucha mesura, porque se sabía que era un Gobierno frágil. Pero yo ahora no vislumbro una situación de vuelta atrás.
 
En épocas democráticas también ha habido sacudidas fuertes...
Sí, también nos ha marcado la época menemista. Argentina fue con Menem un país de fantasías. Nos beneficiamos de esa especie de ficción que nos llevó a creer que, en efecto, un peso era igual a un dólar. Y día a día iba desapareciendo la producción argentina, que se iba cayendo a pedazos. Todos los días cerraban fábricas y cerraban talleres. Había servicios, no producción. Y uno decía: ¿qué está fallando? Hasta que llegó el día en que nos dejaron de prestar dinero, se acabó la fiesta.

¿Cómo afronta usted las cosas que no le hacen reír?
Yo agarro el diario, leo, me ocupo de las noticias de las que es factible sacar algo. Pero cuando viene la gran crisis económica, la desocupación, los datos de mortalidad infantil, los atentados, las Torres Gemelas, ¿cómo tratas eso humorísticamente?

En España sorprendieron muchísimo las noticias sobre las muertes por hambre.
Sí, eso parece inconcebible en países como éste. Lo que sucede es que se ha dado, y todavía existe, una acumulación de riqueza absolutamente desproporcionada e irritante. Ahora ha vuelto a aparecer el dinero, aunque el famoso derrame todavía no aparece. Pero, francamente, que haya mortandad o hambre es inconcebible. Y esa crisis vino aparejada con niveles de corrupción desorbitados. Lo desaforado de la corrupción se asoció a la falta de pudor de los corruptos, que hasta entonces se habían retraído un poquito. Pero esta vez no se recataron: mostraron sus mansiones en las revistas del corazón, como diciendo: "Esta es la casa que me hice con el dinero que les afané a todos". Eso pasó en el menemismo, se colmó la medida.

Hay ahora Gobiernos progresistas en el Cono Sur de América. ¿Es un espejismo?
Es como si se estuvieran probando distintos modelos. Después de la caída del muro se intentó imponer una sola política económica, y eso no funcionó. Ahora parece que se dirige la cosa hacia un
punto intermedio que parece más razonable. No es la idea de la revolución de izquierda de los sesenta y los setenta, pero tampoco es la cosa ultraderechista. Y se está produciendo un efecto de contagio,
porque para la llegada de Kirchner influyó mucho que Lula resultara elegido en Brasil, y Tabaré Vázquez usufructúa en Uruguay que esté Kirchner acá, y además está Lagos en Chile, y parece que
son tipos moderados y con criterio.

¿Cómo son los latinoamericanos?
¡Oh, no, esa es una pregunta íntima! ¡Somos 35 millones de argentinos! Lo único que me atrevería a decir es que hablamos la misma lengua. Hay de todo: somos buenos, malos, corruptos, soberbios, nostálgicos, hay de todo. Quizá en América Latina hay un denominador común de calidez.

Puesto que no podemos hablar de 35 millones de argentinos, díganos quién es el ciudadano Fontanarrosa.
Yo creo que hay elementos que me hacen sentirme a gusto conmigo mismo, y eso ayuda mucho en mi relación con los demás. ¿Que por qué estoy a gusto? Porque disfruto mucho con mi trabajo, y esa es una fortuna muy grande. De chico yo tenía las características de todo dibujante; era muy tímido, extremadamente tímido. Si vos conoces a Quino [el creador argentino de Mafalda] también te vas a dar cuenta de que es un tipo callado, muy observador, y porque somos tímidos y callados, muy observadores, dibujamos: nos resulta más fácil dibujar a la gente que ponernos a hablar con ella. Y me di cuenta de que esa era mi vocación cuando dejé la escuela, porque yo no terminé la secundaria.

¿Y por qué?
No me interesaba en absoluto. No sabía muy bien qué quería hacer, y, aparte de eso, tuve la mala suerte de ir acá a una escuela que se llama El Industrial, donde les daban mucha preponderancia a las matemáticas, a la física y a la química, que son materias que yo detesto. Cuando abrí los libros al tercer año me di cuenta de que allí se había terminado todo. Y entonces me fui y estuve mucho tiempo sin hacer nada concreto, saltando de un lado para otro, siempre con el dibujo como descarga.

¿Y cómo le nació el dibujo?
Leyendo historietas, del cómic, del tebeo. Me apasionaban las revistas y ahí empecé a copiar a dibujantes. Aunque no me gustara el estilo, me apasionaban los libros del Príncipe Valiente. Me acuerdo del primer dibujante que copié, Roy Crane, que acá aparecía como Pepe Dinamita, que era un dibujo a medio camino entre lo humorístico y lo serio. Y, claro, Hugo Pratt, que vivió en Argentina. Después estuve mucho tiempo en publicidad, y cuando me di cuenta de que podía ganarme la vida con algo que me gustaba me dio cierta tranquilidad personal. Empecé a publicar más habitualmente en 1973, en una revista que se hacía en Córdoba, Hortensia, que tuvo bastante éxito. Ahí nació mi personaje El Aceitoso, y comenzó mi relación con la prensa.

Y con la actualidad...
Muchos de los de Hortensia pasamos a Clarín. Me di cuenta en seguida de que había que leer el diario para poder hacer dibujos que tuvieran que ver con las noticias. Si no te fijas en el diario terminas haciendo chistes de náufragos, que todos hemos hecho alguna vez.

Están Les Luthiers, Quino, usted... Hay, obviamente, un humor argentino.
Hay un humor latino. Algunas veces he sido jurado de algún salón internacional, y, bueno, eran totalmente distintos los dibujantes de los países socialistas, por ejemplo; me sonaban que eran más ingenuos. Un amigo mío que vive en Madrid volvió después de un tiempo y me dijo que se había olvidado de que el humor argentino era tan agresivo, siempre marcando los defectos del otro. Pero yo no sé si llamarlo argentino, porque ese es el humor de Buenos Aires. Yo no conozco a todos los humoristas, pero recuerdo que el humor de Hortensia era menos sofisticado, era menos parecido a Europa, y Buenos Aires ha estado siempre mirando a Europa y a Estados Unidos. Lo cierto es que es un oficio que se aprende copiando. Hay una tradición de revistas de sátira política y social, en Argentina y en Uruguay, y hay mucha gente: Lino Palacio, Oski, Quino; en Uruguay trabajan Tavaré, está el Menchi Sabas, Breccia... Maitena, que se hace la uruguaya porque tiene una casa en La Pedrera, pero es argentina.

¿Se llevan bien entre ustedes? ¿Hay envidia?
La disimulamos llegado el caso... Hay un elemento que favorece la buena relación. En el dibujo de humor todos hemos hecho el servicio militar de la publicidad. No tiene nada que ver con el arte, la pintura, la poesía. Así que optas entre prostituirte y prostituirte, y eso te quita divismo.

Se dice que detrás de un dibujante de humor hay un melancólico...
Eso se debe a las expectativas un poco equivocadas que hay respecto de los humoristas; se piensa que somos los animadores de la fiesta.

¿Qué le hizo ser un aficionado tan desaforado al fútbol?
Es un juego muy lindo. Y es fácil de armar, porque no se necesita mucho dinero. Está muy bien pensado; es muy divertido y además es muy caprichoso: ¿por qué tenemos que manejar el balón con el pie, cuando todo lo hacemos con la mano? Y en este país siempre hay un amigo de tu viejo que viene con el carnet para hacerte socio, y luego te regalan una camiseta, los pantalones del equipo, te hablan de los canallas y los leprosos, te haces de Rosario Central.

¿Los canallas y los leprosos?
Hubo acá una gran anécdota de rivalidades; el Newell's, que es nuestro contrincante histórico, quiso hacer un partido a favor de una leprosería, y por esas rivalidades profundas Rosario Central se negó a hacerlo tal como quería Newell's, y éstos llamaron a los de Rosario canallas y los de Rosario llamaron a los otros leprosos. Y así somos, canallas. Los dos equipos respondían a la división de la ciudad: los de Rosario eran los populares, provenían de los trabajadores del ferrocarril, y los otros eran de la clase alta, provenían de un colegio inglés. Yo creo que en Argentina el fútbol tiene que ver con el orgullo: nos hacían creer que éramos del Primer Mundo y donde únicamente mandábamos era en el fútbol. Acordáte de Di Stefano, de Kempes..., y no cualquier fútbol puede dar un Maradona. Pelé sale de Brasil, Maradona sale de Argentina, no es casualidad.

¿Preveía el fin de Maradona?
No, pero no me asombra, por las características personales suyas, un pibe que llega de la pobreza, se codea con todos y llega a ser un dios. Valdano lo dijo: es muy difícil que a un tipo al que siempre se le dijo que sí, y que se cree un dios...

Dice Valdano que nunca se ha podido olvidar de dos goles que usted mismo marcó en un partido en su pueblo, en Las Parejas...
¡Ja, ja! ¡Fue un hito histórico! Fue un partido amistoso, él estaba con Las Parejas, y yo fui como Rosario, todos veteranos. Marqué dos goles, sí, nadie lo verá nunca más.

Hay muchos de sus cuentos que tienen al fútbol en el centro.
Es un regodeo personal. Obviamente, lo que más me ha gustado desde siempre, aparte de algunas mujeres, es jugar al fútbol. Menotti decía que los equipos son como pequeñas sociedades. Y mi viejo, que era muy aficionado al basket, creía que jugando conocías al que es generoso, al corajudo, al egoísta, al que se asusta, al que es abnegado, ahí está todo. Creo que es una temática muy rica, que posiblemente no llega al grado de dramatismo del boxeo, lo que explica que hasta hace muy poco tiempo había más literatura de boxeo que de fútbol.

En sus cuentos usted tacha la vanidad, la solemnidad...
Yo ahí entro como lateralmente, todos esos asuntos son muy atractivos de observar. Es un poco lo que dice Daniel Samper: lo contrario del humor no es la seriedad, sino lo pomposo. Realmente poca gente tan seria para trabajar como Les Luthiers o como Woody Alien. Son tipos que laburan. Y a mí me causa gracia todo lo ceremonioso, lo académico, lo pomposo, las instituciones rígidas, los ejércitos, algunos escritores, todos aquellos que observan la vida como desde una torre de marfil. A mí me hacen mucha gracia los pensadores. ¿Y de qué trabajan? Yo hice un cuento de un pensador que iba a una universidad, se quedaba callado y los alumnos lo miraban: estaba pensando. Ahora, claro, leo a pensadores que me explican algunas cosas en un idioma que yo entiendo, como Fernando Savater, ¿no?

La sensación que dan sus personajes es que los tiene al lado...
Es lo que vos preguntabas sobre la influencia del fútbol en mi escritura: es como si pusiera una grabadora y estuviera robando diálogos y símbolos, y el fútbol me ha dado mucho en ese sentido. A veces pienso si no estoy robando lo que se dice a mi alrededor; ahora me acaba de llamar un pitufo para decirme lo de la camiseta de Sábato, pues a lo mejor hoy pongo a alguien a hablar como él en un cuento mío.

Decía un ilustre rosarino, Ernesto Guevara, que había que endurecerse, pero nunca perder la ternura. ¿Cómo anda de dureza su país?
Todos los países se han complicado, en términos de seguridad. Antes acá las puertas se dejaban abiertas. Ahora hay rejas, hay perros, hay guardia privada; eso genera otro tipo de relación con la gente, y desde ese punto de vista el país se ha endurecido. ¿Ese es el retrato del mundo? Sí, en tanto sigan esas políticas de acumulación de riqueza, que me parecen muy poco inteligentes porque el resultado es que vos tenes mucho dinero, pero estás encerrado entre rejas, al final estás preso. Es obvio que si toda la plata está en Estados Unidos y en los países desarrollados, todo el mundo querrá ir ahí. A lo mejor no es incitar a la violencia, pero la extrema desigualdad genera violencia.

Fontanarrosa, ¿por qué le llaman 'El Negro'?
Es la pregunta permanente en España: acá es muy normal, si no sos rubio, sos negro, y no es despectivo; puede ser muy cariñoso. •


El Pais Semanal Número 1.487, Domingo 27 de marzo de 2005




martes, 7 de agosto de 2018

MAX, PREMIO NACIONAL DEL CÓMIC

"Incluso el cómic más banal y de serie B es arte para mí"

El dibujante que introdujo la historieta en el Museo del Prado participa con 'Bardín el Superrealista' en la muestra que la Casa de la Provincia dedica a los galardones otorgados por el Ministerio de Cultura a su disciplina 




Francesc Capdevila, Max (Barcelona, 1956) en la Casa de la Provincia. / BELÉN VARGAS

CHARO RAMOS
Sevilla, 28 Julio, 2018

Recién llegado de la isla de Mallorca, en cuyo interior reside desde hace décadas, Francesc Capdevila, más conocido como Max, recorre la muestra colectiva que la Casa de la Provincia dedica en Sevilla a los 10 primeros años del Premio Nacional del Cómic y comparte con sus seguidores algunos de los secretos de Bardín el Superrealista, libro con el que ganó en 2007 la primera edición del galardón. Es uno de los nombres esenciales del dibujo y la historieta pero también un pensador que nos ha acercado a través de sus imágenes algunos de los mayores logros de la cultura europea. Así ocurre con dos de sus libros ilustrados: el que dedicó al pintor El Bosco con motivo de la muestra que el Prado inauguró en el V Centenario de su muerte; o el que realizó en 1994 para la Fundación Luis Cernuda sobre el mito de Orfeo. Órficas, que Nórdica y La Cúpula reeditaron en 2017 tras llevar años agotado, es un título clave en la producción de este hombre afable y extremadamente fiel a sus afectos, a sus chanclas y sus paisajes mediterráneos. Ajeno a boatos y coches -o aviones- oficiales, Max es uno de los mayores artistas que ha dado este país.


-¿Qué supuso ganar con Bardín el primer premio del Ministerio de Cultura al cómic?

-Bardín me sirvió para reconectar con los cómics tras varios años haciendo obra menor o un poco dispersa y dedicándome sobre todo a la ilustración como medio de vida. Supuso mi regreso y el volver a hacerme fuerte en el cómic, y también el inicio de mi última etapa.

-¿Qué rasgos comparte Bardín con una obra que, desde sus inicios en los 80 en la revista El Víbora, ha abarcado trabajos tan diversos como carteles, portadas de discos, ilustraciones, viñetas y cómics?

-En cuanto a la temática hay una exploración del mundo de las ideas filosóficas, artísticas, religiosas... Bardín toma esos asuntos pero les mete una bomba retardada de humor dentro. Eso ha estado un poco presente en toda mi trayectoria anterior y en la posterior, donde el humor es cada vez más acusado. Con Bardín encontré el camino por donde transitar y el tema del humor desde entonces lo llevo como bandera. No voy a renunciar ya nunca al humor.

-Pepo Pérez, el comisario de esta muestra antológica sobre el Premio Nacional, destaca de su obra el equilibrio que logra entre la densidad de las ideas que maneja y la aparente ligereza -su admirada línea clara- con que las presenta. ¿Está de acuerdo?

-Creo que se refiere a mi manera de tratar unos temas que podrían ser muy áridos o pedantes si no les aplicara un poco de humor. Encontré esta fórmula de abordar asuntos que me interesan sin ser yo ningún especialista en nada pero sí un consumidor de cultura. Me permite expresar mis dudas sobre todo. A partir de ahí me han adjudicado a veces la etiqueta de dibujante filósofo pero yo no soy nada de eso. Mi nivel cultural es medio pero a mí el consumir arte y cultura me hace reflexionar, me plantea dudas, y esas dudas generan en mí ficciones que yo a mi vez dibujo y escribo para que continúe esta cadena de autor a lector. Digamos que el hueco que he encontrado en el mundo es éste: seguir la cadena.

-¿No le tienta realizar una novela gráfica sobre un icono cultural como hizo Zapico con su biografía de Joyce en Dublinés, Premio Nacional del Cómic en 2012?

-No. Podría hacerlo y ha habido algún encargo frustrado en ese sentido pero no es algo que me tiente. En todo caso tuve la oportunidad cuando el Museo del Prado me planteó hacer una obra original donde recreara la vida de El Bosco o trabajara a partir de su obra.


Detalle de 'El tríptico de los encantados', su homenaje a El Bosco

-¿Qué elementos valoró al recibir en 2016 el encargo del Prado?

-Me facilitó las cosas el hecho de que se sabe muy poco de la vida de El Bosco, existen aún muchas lagunas. Eso me dio el pretexto para abordar con libertad su arte y meterme donde realmente yo podía hacerlo: en sus cuadros. El Bosco es un pintor por el que he tenido devoción desde siempre. Me llamaba la atención lo mismo que a todo el mundo, ese desfile de bichos raros y situaciones extrañas que en teoría él realizó para provocar miedo pero que a mí me parece que, por el contrario, dan risa o incitan a la lujuria. Tras estudiar a fondo lo poco que se sabe de su vida y de su obra logré hacer este libro porque me identifiqué con él en dos aspectos: en el hecho de que, al igual que yo, él trabajaba por encargo, como ocurría con todos los artistas de la pintura antigua; y en el tema del catolicismo, pues El Bosco debía ajustarse a esos temas que le pedían. Me eduqué en un colegio de curas y la religión es una carga con la que he tenido que lidiar muchos años después de dejarla. Y ese mundo torturado del Bosco, ese fardo del pecado, ha estado durante años en mi cabeza y me hacía sentirme muy cercano a él. Pensamos en El Bosco como una persona que siempre fue de la misma pieza pero no creo que eso fuera cierto.Lo imagino como alguien muy creyente de joven, con dudas después, y al final prácticamente ateo. Y aunque la cronología de sus cuadros también es confusa, El Jardín de las Delicias es una obra de madurez claramente, él ya es lo suficientemente descreído como para atreverse a jugar con el tema que le han encargado: esa ambigüedad entre lo terrorífico, lo risible y lo grotesco. Y después, si rastreas muchísimo el cuadro, ves cosas que los estudiosos del arte no han visto, como me ocurrió a mí: hay un ojo en mitad del primer panel, una fuente con un agujero y un búho dentro, y ahí insertó un ojo con su iris... Y ése es, para mí, el ojo del pintor, del Bosco. Y está situado justo allí, en el momento de la creación del paraíso.

-¿Quiere decir que advirtió un mensaje de afirmación del artista como creador?

-Sí. Y también saqué esa conclusión por la presencia de las aves nocturnas que dibuja, como búhos, lechuzas... Sólo en esta pintura hay cuatro o cinco diseminadas. Experimenté esto en carne propia: a mí también me dio durante un tiempo por incluir búhos en todas partes y al hacerlo estaba representando, sin saberlo, al artista, porque el ave rapaz nocturna es la que ve en la oscuridad lo que los demás no ven y, por tanto, la que enseña. Hay tantas teorías de los historiadores del arte sobre El Bosco y son tan distintas entre sí que pensé que no estaría tan equivocado si tenía la mía propia, tan particular como lo son las suyas. Pero quien me abrió los ojos a la hora de interpretar su cuadro más célebre no fue un historiador del arte sino el filósofo Michael de Certeau, que le dedica un capítulo en su libro sobre la mística de los siglos XV y XVI. Su visión no la encontré en los tratados clásicos sobre El Jardín de las Delicias pero es la que me abrió los ojos. Él dice que el cuadro no tiene ningún sentido y que El Bosco juega en él al despiste total, que es una obra llena de pistas falsas y callejones sin salida. Dice muchas más cosas pero ésta ya bastaba para dejarme boquiabierto.


Max ante los originales de 'Bardín' en la Casa de la Provincia / BELÉN VARGAS

-En su libro, titulado El tríptico de los encantados (Una pantomima bosquiana), tomó como punto de partida tres obras. El Jardín de las Delicias parecía una elección obvia pero se decantó además por La extracción de la piedra de la locura y Las tentaciones de San Antonio. ¿Por qué estas dos?

-Obviamente tenía que elegir pinturas suyas en las colecciones del Prado y la de la piedra es para mí como la viñeta de un cómic, una pintura que me servía a la perfección para iniciar la historia que quería contar. Curiosamente luego los holandeses pusieron en duda la autoría del cuadro y en el Prado se enfadaron muchísimo, por lo que yo me alegré más de haberlo elegido. Las tentaciones de San Antonio aborda un tema que él trató en varios otros cuadros pero éste del Prado siempre me pareció una delicia, con su formato pequeño, muy tierno. Y decidí hilar una historia con los tres. Mi relato arranca justamente con un tipo al que le extraen su locura y esa piedra viaja gracias a un pájaro -porque había quedado olvidada por ahí- hasta un lugar donde está San Antonio, que la recoge junto al cerdo. Pero no se trata de una piedra, sino de una canica translúcida donde, al mirar dentro, encuentran el mismísimo Jardín de las Delicias. En realidad la piedra no tiene un significado preciso, es como un Macguffin hitchcockiano, un elemento de suspense que me permite avanzar la historia. El asunto del libro no es la piedra aunque al final volvemos a ella para decir que si a uno le extirpan su locura la acaba añorando. Y quien dice su locura dice su imaginación, su capacidad de fantasear.


-¿Qué sintió al ser el artista que introdujo el cómic en el Prado?

-Fue un hecho importante pero no hay que perder de vista los orígenes turbios y de serie B del cómic. Ambas cosas tienen que coexistir, a mí el cómic más cutre y más banal me parece arte aunque no me parezca bueno. Porque también hay arte malo en el arte contemporáneo pero nadie le discute su carta de naturaleza, así que con el cómic debería ser lo mismo. Me considero un eslabón más en la historia de la creación y por eso me hace ilusión haber trabajado para el Prado, y que allí tengan el cuaderno de bocetos que sirvió para el libro, del que hice donación al museo. Ellos además me compraron tres originales relacionados con el proyecto. Así que, sí, tengo obra en el Prado aunque no está expuesta, se exhibió solamente unos días.

Ilustración de Max para el libro 'Órficas'

-En Órficas pintó, como en El tríptico de los encantados, numerosos animales. ¿Qué recuerda de la génesis del libro? ¿Conectaba especialmente con el tema del músico y su descenso a los infiernos?

-Desde hacía años estaba descatalogado y había gente que lo buscaba o me lo pedía. Órficas fue el primero de mis libros que no era sólo un cómic pues allí escribí textos, fue mi primera experiencia como escritor. Y además la Fundación Luis Cernuda y su extraordinario equipo me dieron carta blanca, al igual que el Prado ahora, así que pude experimentar mucho, tanto en dibujos en blanco y negro como en color. Incluí también historietas y unas estampas que embellecían cada acto de la ópera de Monterverdi... Disfruté mucho escribiendo y dibujando ese libro. Además me sentía muy cercano al tema de Orfeo en ese momento de mi vida. En cuanto a la presencia de los animales, lo cierto es que me gustan mucho y tiendo a dibujar aquello que me entusiasma, como mi perro.

-En esta exposición se recalca la influencia del surrealismo en su trabajo. ¿Qué otros referentes visuales destacaría?

-Bebo de muchas fuentes, desde la pintura paleolítica -que protagoniza mi próximo libro- al arte minoico y la pintura renacentista flamenca, el romanticismo y las vanguardias históricas. Y por supuesto del cine de Buñuel, de David Lynch... Hay una serie de directores y de músicos esenciales para mí, de los cuales aprendo mucho. Y luego están mis dos creadores favoritos del siglo XX, las dos influencias que siempre se cuelan en mi obra: Borges, esencial en la escritura de mis guiones, y la otra, tal vez menos evidente, es Kafka. Aunque ilustré un libro suyo –El fogonero– esa influencia aún resulta extraña pero está ahí, me interesa mucho ese humor torcidillo de Kafka.

-¿No echa de menos contar con un guionista con el que trabajar codo a codo regularmente?

-No, desde hace tiempo no. Aunque desde el principio me apañé como dibujante y fui creciendo, en cambio como guionista era un desastre. Tenía ideas en la cabeza pero organizar los temas para convertirlos en historias me costaba mucho. Finalmente aprendí con Mique Beltrán en un libro que hicimos juntos, Mujeres fatales, a convertir las ideas en historias y a partir de ahí me he sentido fuerte para hacer mis propios guiones. Además las cosas que me gustan a mí son tan personales que no podría trabajar con guionistas.

-Colabora desde hace años con el suplemento cultural Babelia. ¿Nunca le falla la inspiración?

-Tengo que estar pendiente cada semana de dar con la idea y a veces no la encuentro hasta que está a punto de cumplirse el plazo pero siempre acaba saliendo.

-¿Qué proyecto le gustaría realizar si no hubiera trabas económicas, si tuviera un mecenas?

-Lo que más me gusta últimamente es escribir, incluso más que dibujar. Estoy escribiendo además muchas más cosas de las que puedo pintar y por primera vez igual soy yo quien acaba buscando dibujantes. Nunca escribo ensayos, es siempre ficción. Incluso he escrito un cuento infantil que está dibujando Flavia, una ilustradora mallorquina. Sin embargo, ahora estoy terminando un libro que llevaba cuatro años en mi cabeza y en el que no hay palabras, sólo imágenes. En cuanto a los mecenas, no los busco porque no existen. Soy lo suficientemente viejo para saber lo que me espera el resto de mi vida y a lo que me voy a tener que enfrentar; voy a continuar en la guerrilla. Tengo un proyecto para el que sería estupendo contar con un mecenas y es hacer una película real, no de animación, pero tampoco me empeñaré en ella. Si sale, bien, y si no, no. Seré el autor de la historia y el guionista, también de algún modo el director de arte y el creador del story-board pero no la dirigiré. La cámara y el cerebro lo pondrán, si llega el momento, otras personas que saben de cine mucho más.

Malaga Hoy







martes, 17 de julio de 2018

EN POCAS PALABRAS Daniel Torres


Padre de Roco Vargas, un héroe sideral que conquistó planetas ajenos al cómic español, Daniel Torres (Valencia, 1958) dibuja como un artista y planifica como un arquitecto. Tardó seis años en edificar La casa, un álbum descomunal que mezcla antropología, historia, sociología y urbanismo. Ahora acaba de publicar Picasso en la Guerra Civil (Norma), una ficción que juega con una fantasía inalcanzable del pintor.



Ilustración de Setanta


¿Cómo un aspirante a arquitecto acaba abrazando el cómic? Pues me di cuenta de que una viñeta se parecía mucho a una ventana. Así que le fui infiel a las ventanas.

A Picasso le ha dedicado un cómic y prepara otro. ¿Por qué le importa tanto? Porque Picasso fue ante todo un estajanovista de la creatividad.

Tardó seis años en crear La casa. ¿Fue su aportación a la historia de la vida cotidiana? Espero que fuese mi aportación a la historia de la historieta. Aunque al revés también es válido: mi aportación a la historieta de la historia.

¿Hay algún autor de cómic que se merezca un cómic? ¡Muchos! Doy un nombre: George Herriman, el de Krazy Kat.

Trabajó con Alan Moore. ¿Cómo fue? Fluido y divertido.

Una exposición reciente que le haya gustado. La cocina de Picasso, en el Museo Picasso de Barcelona.

¿A qué arquitecto mítico le habría encargado su casa? A Frank Lloyd Wright.

¿Prefiere leer antes de dormir o antes de levantarse? De lunes a viernes, antes de dormir. Sábados y domingos, antes de levantarme.

¿Por qué cómic podría empezar alguien que nunca haya leído uno? Por Little Nemo, de Winsor McCay.

¿Para qué le ha servido la cultura? Para atreverme con lo desconocido y lo diferente.


El Pais Babelia Nº 1.390 Sabado 14 de julio de 2018

sábado, 30 de junio de 2018

Entrevista a Jan

Jan: "No lloraré si Superlópez desaparece"

JOSÉ MARÍA ROBLES Barcelona

7 FEB. 2018


Jan posa la semana pasada en Barcelona. JAVIER LUENGO


Sordo desde los seis años, el dibujante Jan apenas concede entrevistas, pero hace una excepción en pleno 'boom' de su personaje más célebre

"Complacer en exceso a los lectores te priva de crear", dice

Por el interminable pasillo del Metro de Barcelona avanza un señor que vive a dos horas de la ciudad, lleva boina, viste todo de negro y luce una barba canosa recortada con mimo. Es mediodía y podría pasar por cualquier jubilado camino del cole de su nieto. O por un payés que acude a Paseo de Gracia a cerrar un negoci. Incluso por un cura. Pero no.

- ¿Le reconocen por la calle?

- Cuando voy a firmar a los salones del cómic...

Quien lee una historieta suele imaginarse la mano que dibuja, nunca la voz que hay detrás de los bocadillos. Juan López Fernández habla con la timidez de quien se quedó sordo a los seis años. Quizá por la falta de audición -o de confianza en hacerse entender- no ha participado durante años en los festivales de la viñeta. Quizá por esa barrera en la comunicación no ha concedido muchas entrevistas o las ha resuelto por correo electrónico.Quizá por todo ello muy pocos saben que el Juan que se mueve bajo tierra y casi no se deja ver en los medios de comunicación en realidad es Jan, de 78 años, el padre de Superlópez.Cuatro décadas y media cumple en 2018 el superhéroe español con bigote. Lo hace requeteconsagrado como icono de la cultura popular, con nuevos álbumes en el mercado -El trastero infinito, Contra el Papa cósmico y Superlópez menguante integran el próximo recopilatorio de Ediciones B, que se publica mañana- y gran expectación a propósito de su brinco a la gran pantalla. La adaptación protagonizada por Dani Rovira, que se estrena en noviembre, no es (sólo) una película. Es otra prueba más de que el tebeo español clásico es el nuevo filón del cine para padres nostálgicos. O, si se prefiere, la confirmación de que la editorial Bruguera fue nuestra Marvel cañí, tras las entregas de Mortadelo y Filemón (2003, 2008 y 2013), Zipi y Zape (2013 y 2016) y los estrenos de El gran Vázquez (2010) y Anacleto: agente secreto (2015). Faltaba Superlópez. Después de bajar al centro de la Tierra y enfrentarse a los ladrones de ozono, sigue cruzando el cielo de Parchelona haciendo cuernitos con las manos. «Los niños siempre me preguntan por qué, y yo les digo que para dirigir el vuelo», explica Jan.

Ilustración de Jan para 'Papel'


P: ¿Qué sensaciones le provoca tanto acontecimiento?

R: Ninguna en especial. Los aniversarios nunca me han motivado. Sólo me preocupa el trabajo que estoy haciendo ahora. Una historia de Superlópez me lleva cuatro meses y no estoy para vanidades inútiles. La película no tiene nada que ver conmigo. Creo que [el director] Javier Ruiz Caldera y los suyos lo harán bien, pero no es mi terreno.

P: Su personaje nació como parodia de Superman, creció encarnando al español medio, con sus frustraciones de oficinista y deseos de aventura, y maduró hasta convertirse en algo así como un activista que señala conflictos sociales: el consumo de drogas, la explotación infantil, los desahucios... ¿Está satisfecho con la evolución?

R: Sí, nunca he creído que mi trabajo consista en hacer lo que me piden los lectores, que por otro lado es la misma idea que alimenta la telebasura. Además, me habría aburrido mortalmente haciendo siempre lo mismo. Creo en lo que hago y hago lo que creo, mientras me dejen. Tengo incluso derecho al fracaso. El público también ha evolucionado. Los que me leían al principio hoy tienen 40 años, más o menos. Ese público puede que no esté contento con lo que hago ahora, pero los tiempos actuales no tienen nada que ver con los años 80 o 90.

P: Admite que la fuente de inspiración de sus historietas fantástico-costumbristas son sobre todo los periódicos y los informativos de televisión. ¿Le entran ganas de dejar de dibujar al ver el estado de las cosas?

R: ¡Al revés! Tengo bastante vocación docente. Me dirijo a lectores de 12 a 18 años y me interesa mucho hacer reflexionar a los muchachos de ese rango de edad, aportarles algo positivo, fomentar su criterio propio.

P: Aunque conserva sus poderes, su superhéroe ha sufrido el paso del tiempo y ya peina canas. ¿Por qué decidió envejecerlo, a diferencia de otros ilustres del tebeo autóctono que presentan una edad invariable?

R: Porque me ciño a la realidad. La época de las grandes hombreras pasó, la de los pantalones campana también... Como no podía modernizar la indumentaria de López, he ido incorporando personajes jóvenes en cada época.

P: ¿Qué futuro le espera a Superlópez en un mundo en el que prácticamente ya no hay cabinas telefónicas y donde van perdiéndose los lectores de papel?

R: Cada vez uso menos la cabina... Lo que es evidente es que, sin lectores, Superlópez desaparecerá. Si eso sucede, no lloraré por él. Mis personajes son sólo un medio para contar mis historias. Tanto me sirve uno que otro.

P: ¿Cree que las viñetas pueden competir con el entretenimiento digital al que ahora tienen acceso los jóvenes?

R: A la vista está que no.

P: ¿Qué se pierde un niño que no lee tebeos?

R: Nada. Lo importante es que lea, y mejor si son libros. Ahora hay imágenes hasta en la sopa. Los tebeos no son indispensables, y cada vez más devienen en objeto de lujo.

P: ¿Le gustaría que otro autor continuase su trabajo en el futuro, como ha sucedido con Astérix y Corto Maltés?

R: No me importa, no estaré para verlo. Además, esas continuaciones responden a intereses comerciales. Creo que el espíritu de un personaje se diluye cuando pasa de un autor a otro.

Jan es el último mitómano de sí mismo. Desde su refugio en Ripoll, en la Girona interior que le gusta recorrer a pie y tanto le ha inspirado, contempla con distancia el reconocimiento a su trayectoria. Tampoco parece interesarle demasiado la evolución de un género que ha pasado del porrazo y la persecución a reflexionar sobre temas como la Guerra Civil o el Alzheimer, por ejemplo. A lo que sí está dedicando esfuerzos el dibujante y guionista es a recuperar la parte de su catálogo ajena a Superlópez. En 2014, y con la colaboración del editor Jordi Coll, resucitó con nuevos colores a su Pulgarcito ochentero. El año pasado hizo lo propio con Don Talarico (Amaníaco Ediciones), el caballero cristiano con el que caricaturizó la visión franquista de la Reconquista. Y en unos meses, con suerte, republicará las peripecias de la familia pueblerina con la que se adelantó varias décadas al boom del neorruralismo: Los últimos de Villapiñas. Una labor revisionista que tiene mucho que ver con el maltrato que recibió en Bruguera a comienzos de su carrera.

P: ¿Qué lección positiva interiorizó entonces?

R: Cómo no deberían hacerse las cosas. Me editaban tan mal, sobre todo Pulgarcito, que me hicieron consciente de que hay que esforzarse en dar lo mejor de uno mismo. Cuando criticaba el color que me daban me salían con un «bah, los niños no se fijan». Les interesaba más la cantidad que la calidad. Bruguera creó malos lectores de cómic, no como las editoriales francesas, que son un ejemplo.

P: ¿Qué aprendió que no hay que hacer nunca?

R: Que complacer en exceso a los lectores te priva de crear.

P: Siempre ha dejado claro que no se considera humorista, sino contador de historias. ¿Le molesta que haya quienes siguen infravalorando el cómic?

R: En absoluto. Siempre lo he considerado un género menor. Le tengo demasiado respeto a genios como Velázquez, El Greco, Mozart o Cervantes. Ellos sí son indispensables, el cómic es prescindible. Hay muchos países en cuya cultura nunca ha existido y no ha pasado nada.

P: Parece increíble que, parodiando usted a un superhéroe e Ibáñez a dos agentes secretos, siendo los dos grandes referentes del cómic español de los últimos 30 años y teniendo tanto en común (un pasado en Bruguera, haber vivido durante décadas en Barcelona...), no hayan colaborado nunca. ¿Ha habido alguna oportunidad?

R: Lo cierto es que tenemos estilos de dibujo y conceptos de historieta diferentes. Ibáñez plantea gags continuamente, puedes abrir un álbum de Mortadelo por la mitad, que te lo vas a pasar bien igual. En cambio yo planteo historias que tienen un principio y un final. Dicho esto, sé que el público prefiere a Ibáñez.










UN SUPERHÉROE A FAVOR DE LA INDEPENDENCIA

Por su carácter reservado, ajeno a cualquier protagonismo, sorprende el posicionamiento público de Jan en relación a la causa soberanista. El dibujante y guionista, que nació en 1939 en Toral de los Vados (León) y se instaló a principios de los 70 en Barcelona, lleva en la gabardina el lazo amarillo en apoyo a los políticos catalanes encarcelados por el 'procés'.

P: En una entrevista de hace cinco años defendió que «todas las naciones tienen derecho a decidir» y que «Cataluña es una nación con historia, lengua y cultura propias». Hace unos meses apareció en internet un Superlópez con un 'sí' en el pecho a favor de la independencia. ¿Fue obra suya o de un imitador?

R: Es verdad que dije eso, y lo mantengo. El 'Superlópez del sí' es mío. Fue el resultado de lo que pasó el 1-O y los días posteriores. No pretendo ni me interesa politizar los cómics que hago, pero sí que he utilizado dibujos sueltos para expresarme.

P: ¿Un superhéroe que es patrimonio de varias generaciones de lectores puede mostrar sus preferencias políticas?

R: Ese dibujo lo publiqué en mi web y luego circuló por Twitter. Respeto a quienes opinan que no debería hacerse, aunque hasta con Superman pasó algo similar. Yo prefiero hacer pedagogía.

P: ¿Tuvo en cuenta que eso podía influir en las ventas de sus álbumes?

R: No lo pensé, pero tampoco me preocupa. Mientras la editorial no me diga nada... Otra cosa es que hubiera hecho un álbum politizado. Eso habría sido un panfleto.

P: En 2012 rechazó la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes. ¿Qué haría si le concediesen en un futuro el Premio Nacional del Cómic?

R: Nunca trabajo pensando en los premios, pero los agradezco si vienen del público, de instituciones culturales o de ayuntamientos. Los premios estatales... Depende del Gobierno que los dé. Esa medalla me obligaba a hacerme la foto con un ministro [José Ignacio Wert] que había dicho que quería «españolizar a los niños catalanes». Me pareció aberrante.



El Mundo

viernes, 8 de junio de 2018

EN POCAS PALABRAS El Roto


El dibujante publica 'Contra viento y marea', una recopilación de sus viñetas sobre el proceso independentista

5 JUN 2018


Nadie dice tanto con tan poco. El dibujante Andrés Rábago, El Roto (Madrid, 1947), ha reunido en Contra muros y banderas (Reservoir Books) las viñetas inspiradas en la crisis independentista catalana, publicadas en EL PAÍS.

¿Qué es lo último que ha leído y le ha gustado? Un libro de aforismos de Juan Ramón Jiménez, excelentemente editado.

¿Lee en papel o en pantalla? Siempre en papel, la pantalla me deslumbra, tengo la sensación de que quema la retina, y puede que sea cierto.

¿Cómo elige sus lecturas? Por ciertas críticas que me parecen solventes o por recomendaciones de amigos cuyo criterio valoro.

¿Recuerda el primer libro que le impactó? Cuando has leído muchos, se forma en la mente un caleidoscopio que cambia de forma constantemente.

¿A quién sentaría en el Olimpo de los dibujantes? A Goya obviamente y a su lado situaría a Rembrandt para que pudiesen conversar.

¿De qué se rodea para hacer sus viñetas? De libros de imágenes, siempre encuentras algo que te ayuda.

¿Escucha alguna música? Cada vez encuentro más musicalidad en el silencio.

¿Alguna experiencia cultural que le haya decepcionado recientemente? Prefiero recordar las que me han satisfecho, la exposición de Kentridge, por ejemplo.

¿Leyendo se curan los radicalismos? No creo, tendemos a leer aquello que refuerza nuestros prejuicios.

¿Qué libro recomendaría a Rajoy? No suelo recomendar libros a desconocidos.

¿Qué está socialmente sobrevalorado? El dinero, es raro encontrarlo en una cantidad que no sea demasiada o demasiado escasa.

¿Qué encargo no aceptaría jamás? No acepto encargos de ningún tipo.

¿A qué dibujante le daría un Premio Cervantes? No liemos más las cosas, creo que el Goya debería ser un premio de pintura, dejemos que el Cervantes lo siga siendo de literatura.


El Pais. Babelia Nº 1.384 Sábado 2 de junio 2018


viernes, 18 de mayo de 2018

En pocas palabras: Mamen Moreu

Mamen Moreu: “Volvería a trabajar en una librería”

La dibujante publica 'Desastre', su segundo cómic, protagonizado por una dependienta en crisis

16 MAY 2018



La dibujante Mamen Moreu. SETANTA

Una dependienta que va de derrota en derrota protagoniza Desastre (Astiberri), el nuevo cómic de Mamen Moreu (Huesca, 1985), la tercera dibujante que quebró en 2009 la masculinizada plantilla de El Jueves después de Mariel Barceló y Maitena. Un álbum anclado en lo autobiográfico donde Moreu da un salto adelante creativo.

¿Qué la empujó a los brazos del tebeo? Los tebeos y mis ganas de dibujar a todas horas.

¿Con qué dibujante se tomaría una caña? Con Darío Adanti y con Mauro Entrialgo. (Y con muchos más).

Cite tres autoras de cómic que admire. Flavita Banana, Natacha Bustos, Emma Ríos.

¿Qué está leyendo? Belleza, de Hubert y Keraskoët, edita Astiberri.

¿Lee igual que cuando no tenía pantallas? Exactamente igual, sigo siendo más de libros y cómics en papel.

¿Cuál es su película favorita? Cualquiera del estudio Ghibli.

¿Con qué música dibuja? Últimamente con el disco 45 cerebros y un corazón, de María Arnal y Marcel Bagés.

¿Qué canción le retrata? Tantas que no sabría escoger una.

Para dibujar en El Jueves, ¿hay que militar en el gamberrismo? No creo que haya que militar, pero sí llevarlo dentro.

¿A qué político/a le vendría bien leer Desastre? La única que me cae bien es Ada Colau, así que se lo recomiendo a ella.

Si no fuera lo que es, ¿qué le gustaría ser? Volvería a trabajar en una librería.

¿Qué está socialmente sobrevalorado? El positivismo a toda costa.

¿Qué encargo no aceptaría jamás? Uno que tuviese que ver con un partido político.



El Pais. Babelia Nº 1.381 Sabado 12 de mayo de 2018