Chainsaw Man
Tatsuki FujimotoNorma Editorial
Japón
Rústica con sobrecubierta (12 vols.)
192-200 págs. (varía según vol.)
Traducción: Judit Moreno y Emilio Ros (cast.)/Judith Rodríguez (cat.)
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De un tiempo a esta parte, resulta habitual que el shōnen (manga destinado originalmente a una demografía masculina adolescente) presente una serie de tropos que, entre lugares comunes y modas, se han establecido como ingredientes necesarios para garantizar cierto éxito (como ocurre, en términos más conservadores, con los superhéroes estadounidenses). Diferentes variaciones del arquetipo del «elegido», generalmente ligadas a la adquisición de un superpoder; un noble propósito para aprender a controlar y aplicar esas nuevas habilidades; un interés romántico bien definido, acaso rodeado de pequeñas distracciones que acaban quedando a un lado por la pureza de los sentimientos del amor predestinado, etc.
Pues bien, lo que hace Tatsuki Fujimoto es presentarnos a Denji, un adolescente pobre de necesidad que no ha conocido nada más que el desprecio de la gente, una deuda impagable heredada de su difunto padre, la venta ilegal de parte de sus órganos para sobrevivir, y el bufé libre de los contenedores de la ciudad, a com- partir (o combatir) con ratas, alimañas y otros causantes de putrefacción, y su adorable perro Pochita (en realidad, una encarnación debilitada del Demonio Motosierra). Damas y caballeros, su «elegido». La adquisición de poderes vendrá de la mano del cruel y sangriento asesinato del joven, con Pochita salvando su vida al fusionar- se con él para que pueda alcanzar su sueño, su «noble propósito»: no morir sin haber tocado una teta. Y si esto fuera un shōnen al uso, a partir de este momento se nos presentaría al héroe enfrentándose a numerosos villanos, rodeado de un surtido de mujeres de prendas sugerentes y variada voluptuosidad, casi todas dispuestas a concederle su «recompensa», cayendo en «hilarantes» situaciones donde un choque o una caída provoca constantes roces «inesperados». Pero Fujimoto no ha venido aquí a proporcionar material masturbatorio, sino a hacernos creer qué es lo que está por venir... para que la guardia esté baja al arrancarnos y pisotearnos el corazón. Incluso Makima, el interés romántico de Denji, no es sino un monstruo manipulador (de pro- porciones incognoscibles) con rostro angelical y que mide sus palabras al milímetro para obtener exactamente lo que necesita en cada momento. Y cuando arranca la historia, lo que necesita es encontrar al Demonio Pistola, uno de los responsables de la mayor masacre global de la historia, desde el departamento que comanda en la Agencia de Seguridad Pública. Es aquí donde recluta a Denji como su perro de guerra, a cambio de comida, techo... y no ser exterminado automáticamente por poseer un demonio en su interior. Una historia de amor verdadero.
Poco hay de tópico, esperable o necesariamente comercial en esta propuesta de Fujimoto, ya desde el diseño excesivo del «héroe» en su forma monstruosa, una suerte de Lobezno pasado por el filtro del Johnny Ryan de Pudridero (o el diseño que un niño concebiría si se le lanzara como única idea las palabras «Hombre Motosierra»): hojas de sierra mecánica atraviesan su carne de forma horrible y dolorosa cada vez que tira de la cuerda de arranque que brota de su pecho, conectada a su corazón. Además, el estilo gráfico de Fujimoto, con multiplicidad de líneas cinéticas, tintas excesivas hasta lo incomprensible, una acción dinámica y violenta que ensucia las páginas casi tanto como al protagonista, también apuesta por lo grotesco e inesperado al representar algunos rostros. Esto no parece siempre buscado, pero conociendo sus anteriores trabajos, como la también ligeramente subversiva Fire Punch o la delicadísima Look back, sí que a menudo parece deliberado el desencaje de algunos rostros, la incomodidad de algunas expresiones y hasta la ridiculización de algún momento dramático a través de un gesto absurdo. Y es que su humor, que va del absurdo o escatológico al negrísimo, de la ironía a la patada en la entrepierna, está presente a lo largo de toda la obra, haciendo que Chainsaw Man sea un cómic difícil de encajar sin estrecheces dentro de un género.
A medida que la obra establece diálogos temáticos con la situación que están viviendo, en especial a través de la interacción con el creciente (y dolorosamente decreciente) elenco de personajes secundarios, Fujimoto abraza la profundidad psicológica del drama humano bajo la piel supurante de la acción descerebrada. Ese escuadrón suicida de tarados, marcados por la tragedia y por la crueldad de un sistema capitalista que engendra sus propios demonios, representa un eco de la absoluta falta de empatía hacia las clases más necesitadas. En manos del sistema, el mayor sueño de alguien que brota de un contenedor maloliente es conocer la calidez de un ser humano que lo trate como a un igual, alimentarse de algo más que la basura que otros le lanzan y, sin embargo, obtener esa ínfima cali- dad de vida a cambio de ser un arma al servicio de ese sistema, un peón destinado a engrasar las cadenas de una motosierra que el siguiente pueda empuñar.
En Chainsaw Man, el infierno son los otros, quie- nes mueven los hilos, quienes fingen no poseer el control, y no los demonios nacidos de sus accio- nes, las víctimas poseídas por ellos, ni las perso- nas a las que nunca dejaron ser personas. Y por eso deben temer al rugido de la motosierra: para traerles de vuelta el infierno al que las abocan.
Jot Down 7. Anuario Comics
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