Óscar Gual Boronat
Hace algunos años, en la presentación de un ciclo de conferencias sobre Emilio Salgari y la novela aventurera, el escritor Eduardo Mendoza afirmó con sorna que si en el libro en cuestión «no sale un barco o un león, no hay aventura». Si esas son las únicas exigencias para adjetivar como tal cualquier relato, estaríamos hablando de una clasificación enormemente amplia. Otra cuestión, en la que el gran escritor barcelonés no entró, sería definir de qué tipo de aventura estamos hablando, hasta qué punto se hallaría contaminado por factores exógenos o si respetaría los parámetros tradicionales del género por antonomasia. A estas alturas, los límites entre las diferentes tipologías narrativas, aparte de ser inapreciables, importan poco, y sus respectivos contenidos traspasan de una a otra dependiendo de múltiples variables, e incluso de algunas que nacen fuera de dichas esferas. Una frontera, por lo tanto, tan tenue como la que separa la mismísima realidad de su reflejo ficcional.
Tomemos como muestra el caso de El tesoro del Cisne Negro, que para empezar cumple con creces con, al menos, la primera de las prerrogativas de Mendoza. Se trata de la crónica disfrazada, ligeramente disimulada a base de cambios puntuales de nombres, de aquel caso Odyssey sobre el que tanto se escribió hace ya más de una década. ¿Lo recuerdan? La empresa caza-tesoros norteamericana así bautizada anunció en mayo de 2007 el descubrimiento de más de medio millón de monedas de oro y plata entre los restos de un buque sumergido en el fondo del golfo de Cádiz. Las autoridades españolas sospecharon entonces que el tesoro pudiera pertenecer a Nuestra Señora de las Mercedes, una fragata hundida en 1804 frente a las costas del Algarve portugués, iniciándose a partir de ahí un largo pleito que concluyó en 2012 gracias a una sentencia de un tribunal de Atlanta que fallaba en favor de España y que posibilitaba el retorno del tesoro.
En medio de aquel litigio, entre las personas implicadas en el largo proceso, estuvo Guillermo Corral, diplomático y escritor, conocedor de los hechos de primera mano, y sabedor del potencial literario de los mismos. Según cuentan, fue Corral quien le propuso el proyecto a Paco Roca, posiblemente el dibujante más adecuado para trasladar a las viñetas la historia en cuestión, afirmación no por manida menos cierta. Efectivamente, Roca, en el que es su segundo trabajo consecutivo en colaboración (el precedente directo fue La encrucijada), demuestra ser el compañero ideal para ese trayecto, por razones diversas. Además de ser uno de los herederos más leales del tebeo clásico de aventuras (miembro de un linaje que incluiría, claro, a Hergé y a Hugo Pratt) y de conocer a la perfección los resortes del medio (veinticinco años como profesional lo avalan), mantiene intacta su capacidad de adaptar al lenguaje de los cómics cualquier concepto o propuesta discursiva, y a lo largo de estas más de doscientas páginas hay unos cuantos ejemplos.
Con todo, El tesoro del Cisne Negro destaca por poseer dos grandes virtudes, a saber, no caer en el tópico pese a contener todos los ingredientes tópicos (la historia de amor, el protagonista novato sobrepasado por los acontecimientos, la solución encontrada en el último instante de manera casual), y saber mantener el difícil equilibrio entre la acción, el suspense, el impulso, la reflexión, la cadencia de las conversaciones y los instantes amenazadoramente tediosos. Porque, no lo olvidemos, los hechos reales muchas veces pueden ser más grises y aburridos de lo que aparentan, pero contienen detalles valiosos que el guion debe incluir para no perder coherencia interna. Y respetando esas directrices avanza esta historieta en un viaje de ida y vuelta, sin pretender romper esquemas, sin intentar sorprender al lector con subterfugios innecesarios. Muchas veces, mantenerse fiel a los esquemas que funcionan es la mejor opción.
No debe entenderse, sin embargo, ese respeto por el pragmatismo como falta de arrojo. El riesgo existía, y se encontraba en la misma idea de la adaptación. Datos, personajes, cuestiones terminológicas, cambios de escenario, legalismos, un lustro de incidencias que debían condensarse. El reto se presentaba, de entrada, enormemente complejo. Era, ya se lo habrán imaginado, toda una aventura.
Guillermo Corral y Paco Roca
Astiberri Ediciones España
Cartoné
224 págs.
Color
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