miércoles, 20 de diciembre de 2017

Viajar con Verne

TEXTO: SERGI RAMIS

Los personajes de Julio Verne llegaron antes que nadie al Polo Sur, al centro de la Tierra, a los confines ignotos del África profunda... y a la Luna. Phileas Fogg, los hijos del capitán Grant, el sumergido Nemo o los pintorescos científicos rumbo al satélite trazaron nuevas rutas y descubrieron parajes vírgenes nunca antes descritos. Verne fue un precursor y sus hipótesis visionarias siguen asombrando un siglo después de su muerte. Y sin embargo ahora, a pesar del auge de las comunicaciones y el desarrollo de los medios de transporte, muchos de los viajes trazados en las novelas de Verne no son posibles. Hoy la Tierra es otra, y nosotros también.

A mediados de 1906 se corregían en París las galeradas de un curioso libro cuyo autor había muerto un año antes. El título de la novela era La agencia de viajes Thompson & Co., y en ella se adelantaban algunos de los tics que a lo largo de todo el siglo formarían parte del mundo del turismo organizado. De hecho, aunque han pasado 90 años, el libro mantiene su vigencia y cualquiera puede identificar la caricatura de una agencia de viajes que funciona rematadamente mal y no deja de engañar a sus clientes con alguna experiencia vivida en propia carne.

El autor de ese divertimento no vivió lo suficiente para verla en los estantes de las librerías parisienses, pero ya a su muerte era un escritor mundialmente consagrado: Julio Verne.

Verne ha pasado a la historia de la literatura por su supuesta calidad de visionario, y por ser el inventor de un nuevo género, la ciencia-ficción. Y sin embargo, pocos autores de los que han ahondado en su obra y en su personalidad han prestado atención a su dimensión geográfica.

Julio Verne escribió sus libros tras casi una década de estudio en las bibliotecas de París. Su intención estaba muy clara y así se lo transmitió a su editor, Julio Hetzel: "Será un paseo por el cosmos de un hombre del siglo XX". La declaración no admite dudas. La obra de Verne será un viaje gigantesco. La misma idea expresa a Alejandro Dumas, con quien mantiene una gran amistad. El proyecto está en marcha y ostentará el título de Viajes extraordinarios.


Julio Verne no empieza escribiendo novelas, sino piezas de teatro de éxito más bien discreto. En cuanto comienza a triunfar en el mundo de la literatura se hace cargo de la obra enciclopédica Geografía ilustrada de Francia y de otra aún más ambiciosa que no llegó a terminar, Descubrimiento de la Tierra. Historia general de los grandes viajes y los grandes viajeros. Ya instalado en el Olimpo de los novelistas, declara en una entrevista: "Muchas veces me han preguntado de dónde he extraído la idea de mis diferentes obras de estilo científico. El secreto está en que me ha apasionado siempre el estudio de la geografía, de la misma manera que otros se dedican a la historia. Creo sinceramente que mi interés por los mapas y los grandes exploradores del mundo me indujo a escribir la primera de mis largas series de relatos geográficos".

Los biógrafos de Verne especulan sobre si su pasión viajera se debe a la frustración por no ser marino. Su Nantes natal era, en su infancia, un hervidero de buques que iban y venían de las colonias tropicales. Él mismo intentó enrolarse a los 11 años como grumete, pero su padre le pilló pocas horas antes de zarpar, devolviéndole a casa arrastrado de una oreja. Si es cierta la leyenda de que tras ese incidente Pierre Verne obligó a su hijo Julio a prometerle que jamás viajaría más que con la imaginación, la venganza no sólo se sirvió fría, sino, además, con creces.

En su colección de Viajes extraordinarios hay tres obras capitales, en las cuales los personajes de Julio Verne realizan la vuelta al planeta. La más conocida es La vuelta al mundo en ochenta días. No le van a la zaga en ingenio 20.000 leguas de viaje submarino y Los hijos del capitán Grant.



La vuelta al mundo en ochenta días seguramente es el libro más conocido y vendido de Julio Verne. La idea le surge al escritor al leer un anuncio de la agencia de viajes Cook de Londres. Verne pone en marcha al hierático Phileas Fogg con la excusa de ganar una apuesta. En 1873, año de la publicación del libro, el escritor bretón ya es un literato famoso. Sus obras se publican bajo el sello del editor Julio Hetzel, que, aunque amigo, le mantiene un contrato en condiciones draconianas que le obliga a entregar tres aventuras cada año, todas ellas presentadas al público por entregas semanales.

Es tal la fama y aceptación popular de los libros de Verne que en cuanto empieza la aventura de Fogg y su sirviente, Passepartout, las más importantes compañías de transporte marítimo le ofrecen primas si los personajes son embarcados en buques de sus respectivas firmas. Verne ya no tiene necesidad de ese dinero y rechaza los generosos incentivos.


La colección de los Viajes extraordinarios hacía años que estaba en marcha (había comenzado con Cinco semanas en globo), y en ella Julio Verne dejaba claras sus preferencias. Los decorados exóticos le iban mejor a sus historias. Tal vez por ello la salida de Phileas Fogg desde Londres y su recorrido por Europa hasta Suez transcurren como un suspiro. Una vez en tierras extrañas de culturas diferentes, Verne ralentiza la acción, deteniéndose especialmente en la India, de la que proporciona detalles minuciosos, como si hubiera estado en persona, aunque no era así. Su descripción de los cadáveres flotando en las aguas del río Ganges impresiona, y hace pensar sobre la exhaustividad del estudio en Verne antes de ponerse a escribir un libro.

Los ilustradores de los libros de Julio Verne tuvieron a menudo a la altura imaginativa del escritor al 'inventar' objetos, artefactos y paisajes nunca vistos. Sobre estas líneas, ilustraciones originales para `La vuelta al mundo en ochenta días'. 'Viaje a la Luna' y '20.000 leguas de viaje submarino' y una recreación del viajero Phileas Fogg.


La vuelta al mundo en ochenta días que protagoniza el ocioso y adinerado inglés Phileas Fogg se realiza en su mayor parte en barco y ferrocarril, sin duda los medios de transporte más competentes de la segunda mitad del siglo XIX. Fogg circunvala la Tierra, tardando 13 días en travesía marítima de Suez a Bombay, salvando la península Arábiga. Cruzar la India, que debía ser tarea de tres días, se convierte en una odisea por el atolondramiento del criado Passepartout y la galantería de Fogg, que se entretiene en salvar a la princesa Aouda de una muerte segura. Verne invierte gran parte de la novela en el subcontinente indio, por el que siente la atracción lógica de la época. Mientras la travesía naval hasta Hong Kong (China británica), Yokohama (Japón) y San Francisco (Estados Unidos) se cubre con pequeños sobresaltos, Julio Verne aprovecha el territorio norteamericano para la segunda gran odisea del viaje, con tiroteo contra los indios sioux incluido.

Fogg llegará a Londres convencido de haber perdido la apuesta, pero ya se sabe que los astros y la planificación científica del viaje por parte de Verne le echarán una mano.

Phileas Fogg es un personaje tan opaco como su propio apellido (niebla, en inglés), y Verne dedica una frase del libro a despreciar su forma de viajar, desinteresada de los territorios y las culturas que va encontrando: "... el original caballero no preguntaba nada. No viajaba, describía una circunferencia. Era un cuerpo en gravitación recorriendo una órbita en tomo al globo terráqueo, siguiendo las leyes de la mecánica racional". Queda claro que ni al propio Julio Verne le agrada la manera de hacer turismo de su personaje.

En 20.000 leguas de viaje submarino hay mucho mayor aprecio de los protagonistas por las maravillas de la naturaleza que les salen al paso. Nemo, capitán del submarino Nautilus, acompañado del profesor Aronnax y su criado Consejo (el arponero Ned Land come aparte, y no le interesa más que cazar ballenas), brinda como guía de un viaje submarino alrededor del mundo para mostrar a sus invitados-rehenes lo nunca visto.

Verne adelanta en este libro, como en muchos otros, descubrimientos técnicos que décadas más tarde la ciencia corroborará. Hay quien ha visto en este aspecto de su obra un aspecto visionario. Otros biógrafos no dejan nada al azar o la intuición del bretón, y recuerdan que antes de escribir la colección de los Viajes extraordinarios se pasó años documentándose.

Nuevamente la ciencia viene a ser la excusa para realizar una insólita excursión. El Nautilus empieza su vuelta al mundo en los mares de Japón y la termina en las noruegas islas Lofoten, un archipiélago famoso por sus bancos de ballenas (¿un regalo final a Ned Land, que tan mal lo ha pasado durante toda la peripecia?). La ruta transcurre por las polinésicas islas Marquesas, Sociedad, Tonga y Tahití; el mar de Coral; la isla de Timor; Sri Lanka; las Maldivas; el mar de Omán; Yemen; Grecia; el estrecho de Gibraltar; Portugal; la bahía de Vigo, en Galicia; el mar de los Sargazos; las Malvinas; el Polo Sur; Argentina; Brasil; la Guayana holandesa; Nueva York; Irlanda, y el canal de la Mancha, antes de que los rehenes consigan escapar y el Nautilus desaparezca sin más explicación. Sin prescindir de su proverbial documentación, Verne se permite en este texto una de sus originales fantasías: el Nautilus pasa del mar Rojo al Mediterráneo por un túnel submarino que hay en Suez y del que sólo el capitán Nemo conoce la existencia. La nave es tragada como por un sumidero y pasa de una costa a otra en cuestión de minutos.




VIAJES IMPOSIBLES
Los viajes imaginados por Julio Verne durante el siglo XIX, realizados de la misma manera que los planeó, seguirían siendo hoy día una maravillosa aventura.

Pero lo cierto es que pocas personas tienen suficiente dinero, paciencia y valentía para afrontar lo más inesperado. Quien pretendiera cubrir el mismo trayecto que Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días lo tendría realmente difícil. El planeta Tierra, pese a los grandes avances y la proliferación de los sistemas de transporte, es mucho más intransitable ahora que a mediados del siglo XIX, cuando Julio Verne escribió la mayoría de sus novelas. Tal vez Miguel Strogoff consiguiera ahora cubrir el trayecto entre Moscú e Irkutsk sin demasiados sobresaltos, pero sin duda más difícil lo tendría quien quisiera emular a Kerabán, el testarudo. Rodear el mar Negro en la actualidad, lo que supone viajar atravesando países socialmente tan inestables como Rumania, Moldavia, Ucrania o Georgia (bordeando Chechenia), parece muy poco factible y, desde luego, extremadamente arriesgado. Fergusson y Joe, los personajes de Cinco semanas en globo, se paseaban por los actuales Zaire y Chad. También difícil hoy día, dada la situación violenta que viven esos países. La Argelia de La extraña aventura de la misión Barsac tampoco es hoy un destino turístico seguro.





El capitán Nemo y el Nautilus reaparecerán en otros libros de Julio Verne. Entonces entenderemos su enigmático comportamiento y cuál es su lucha.

Para muchos estudiosos de Julio Verne, Los hijos del capitán Grant es su aventura más completa. Consigue de nuevo que los protagonistas den una vuelta al mundo en una novela que es muy larga y que, sin embargo, no pierde interés a medida que avanza.

Los bajones en la trama de los libros de Verne es algo muy corriente, y pocas de sus obras se libran de un bache a lo largo del relato. Su imaginación era fértil, pero el sistema de escribir libros que se publicaban semanalmente en forma de folletines le obligaba a estirar las historias como goma de mascar.

Sin embargo, en Los hijos del capitán Grant la jugada le sale redonda. Tan redonda como la circunnavegación que los hijos del susodicho marino realizan en búsqueda de su naufragado padre. Un mensaje en una botella da pie a pensar que Grant sobrevive en alguna porción de tierra situada en los 37° 11' de latitud sur. Nada más fácil para hallarlo que seguir minuciosamente esa coordenada geográfica.

El Duncan es el navio a bordo del cual transcurrirá buena parte de la acción. El punto de comienzo se fija en la isla Desolación (Chile), sin resultados. Los hijos del capitán deciden cruzar el Cono Sur americano por si Grant ha enviado el mensaje desde algún curso fluvial, mientras el barco les espera en la costa atlántica. Ello propicia aventuras en los Andes y la Pampa. Sigue sin aparecer el náufrago, por lo que el rastreo continuará por la isla de Tristán da Cunha, Ciudad del Cabo (Suráfrica), la isla de Amsterdam (posesión francesa casi en el centro geográfico del océano índico), Australia y Nueva Zelanda.

Desesperanzados por la ausencia de resultados, los hijos del capitán Grant están a punto de abandonar cuando reciben una última pista. Al final encontrarán a su padre en una remota isla llamada Santa Teresa o Tábor.

Con estas tres novelas, escritas en un intervalo de seis años -entre 1867 y 1873-, Julio Verne deja ampliamente manchado el planisferio en su totalidad. Se puede decir que su idea de ir cubriendo el mundo libro a libro empieza a tomar cuerpo. Además, ya ha pasado por los dos polos.

El hombre no llegó físicamente a los ejes de la Tierra hasta el siglo XX, pero ya en la centuria anterior Verne había colocado a algunos de sus personajes en esos inhóspitos parajes.

En 20.000 leguas de viaje submarino, el Nautilus arriba al mismísimo Polo Sur. En la fantasía verniana, el continente antartico no existe, y sólo una isla se alza justo en el punto más meridional de la Tierra. La primera bandera en ondear allí no será la de una gran potencia, sino la del críptico capitán Nemo. En la vorágine de aventuras que viven tripulantes y huéspedes del singular submarino, la conquista del Polo Sur es una más, que no supera en interés a la visión de la desaparecida Atlántica o la pesca de perlas en Ceilán.

Los angustiados protagonistas de La esfinge de los hielos, que no llegan al extremo meridional de la Tierra, se muestran, sin embargo, mucho más interesados en él. En este relato, Julio Verne se rinde ante los encantos de la novela de Edgar Allan Poe Las aventuras de Arthur Gordon Pym y, mostrándose reacio a un final sin desenlace claro, construye un libro cuyos personajes tienen como misión encontrar a Pym. Mezcla así ambas obras. No es imprescindible haber leído a Poe para seguir cómodamente La esfinge de los hielos, pues Verne se encarga de hacer un buen resumen de lo acontecido.

Zarpando de las islas Malvinas, el geólogo Jeorling y el hermano del capitán de la nave en la que desapareció Pym se adentrarán en los helados mares antarticos, donde hallarán una misteriosa esfinge gigante que domina un paisaje de brumas y situaciones inverosímiles.

El capitán Hatteras, por el contrario, tiene un único objetivo en la vida: ser el primer ser humano en llegar al Polo Norte. Toda la novela Las aventuras del capitán Hatteras gira en torno a esa obsesión. Para ello construye un barco especial, elige a una selecta tripulación e incluso embarca al reputado doctor Clawbonny, que a la postre será su principal aliado.

Las aventuras del capitán Hatteras tal vez sean el punto culminante de la exactitud geográfica de Julio Verne al plantear un tema: el recorrido de la nave Formará es idéntico al utilizado por las naves que en aquellos tiempos surcan los mares árticos (el autor aporta información abundante sobre expediciones polares precedentes, toda ella cierta); el doctor Clawbonny fija el "polo del frío" justo en el lugar donde fue posteriomente establecido; lo propio hace con el Polo Norte magnético, situado en la actualidad muy cerca de donde Verne, por boca de Clawbonny, predice (en realidad, el Polo Norte magnético cambia cada día de posición, a veces docenas de kilómetros en una sola jornada). Otro dato exacto es el punto desde el que se lanza el ataque final al Polo, el cabo Columbia. Es el mismo que utilizará Robert Peary 43 años después para ser el primero en llegar al eje septentrional del planeta.

Verne se permite un único lujo en esta novela. Inventa una isla justo en el Polo Norte, que, siendo Hatteras británico, el protagonista bautiza como "de la Reina". Un volcán ocupa casi toda su superficie, y su caldera coincide exactamente con el eje polar. Los protagonistas, una vez cumplida su misión, especulan con la posibilidad de acceder al centro de la Tierra descendiendo por el interior de ese volcán, que han designado Monte Hatteras. Desisten de intentarlo, pero Verne ya deja constancia de que trama para ese mismo año uno de sus viajes más fantásticos.

Las vueltas al mundo y las expediciones polares son dos de las patas sobre las que se apoya el peso geográfico de la obra de Julio Verne. El trípode lo completa África.

Poniendo un poco de cuidado en la observación de un atlas del siglo XIX se observa que la delimitación de los mapas físicos estaba ya muy definida, y que sólo difieren de los actuales en pequeños detalles no muy relevantes. La excepción a esta regla la constituye el continente africano.
África es el gran territorio inexplorado, del que se conoce su contorno y regiones litorales, pero el interior del continente negro aún es un enigma, un espacio blanco en los mapas.

El primero de los Viajes extraordinarios de Julio Verne transcurre allí. Con Cinco semanas en globo, el escritor manifiesta estar perfectamente informado de las exploraciones que en esos años son la comidilla de la gente acomodada de Londres y París. Cuando la aventura del doctor Ferguson aparece en las librerías de la capital francesa, John Speke se ha adentrado en las selvas africanas con su última expedición en busca de las fuentes del río Nilo. Los personajes de Cinco semanas en globo tienen un objetivo también inédito: cruzar África de Este a Oeste a bordo de un globo aerostático. Libro de aventuras donde los haya, esta primera incursión africana de Verne sirve para demostrar (es el primer volumen de Viajes extraordinarios) la exactitud de los planteamientos del escritor. El doctor y su inevitable criado Joe no sólo cubrirán el trayecto entre la isla de Zanzíbar y San Luis, en la costa senegalesa, sino que descubrirán que las fuentes del Nilo son un lago de proporciones gigantescas. No se atreven a darle nombre, aunque sí a su globo: Victoria. Verne acierta con el dato geográfico y con la nomenclatura que recibiría el lago, aunque esto último era bastante más sencillo, hallándose el Imperio británico en plena época victoriana.

Los personajes de Verne se prodigan por África: Tres rusos y tres ingleses en el África austral, Los hijos del capitán Grant, La estrella del Sur, La invasión del mar, La agencia de viajes Thompson & Co., Un capitán de quince años o Héctor Servadac son novelas que toman total o parcialmente sus misteriosos escenarios.

Los huecos que le van quedando a Julio Verne en el mapamundi se van cubriendo concienzudamente. Si el imperio celeste no ha aparecido suficientemente, el escritor trama Las tribulaciones de un chino en China. Si echa en falta una aventura por Canadá, arguye El país de las pieles, y si cree que algo debe pasar en Escocia, escribe Las indias negras. Al final, los Viajes extraordinarios de Verne son tan extensos y han vivido tantas peripecias que el escritor se enroca y hace constantes guiños que sólo los lectores más constantes entenderán. No ya únicamente la insinuación en el final de Las aventuras del capitán Hatteras de que está próximo un Viaje al centro de la Tierra que escribirá ese mismo año. También que el capítulo 22 de La esfinge de los hielos coincida en número y título con el de Edgar Allan Poe en Las aventuras de Arthur Gordon Pym. O el colmo, tres libros enlazados: en La isla misteriosa, los náufragos protagonistas sobreviven gracias al capitán Nemo y su Nautilus, pero son rescatados por el Duncan de Los hijos del capitán Grant, procedente de la isla de María Teresa o Tábor.

Si la lectura científica de Julio Verne presenta casi un universo imposible de abarcar, la geográfica, que va íntimamente entrelazada, ofrece la posibilidad de disfrutar de algunos de los mejores y más originales libros de aventuras que se hayan escrito, aderezados por una capacidad de descripción y prospectiva impresionantes. Independientemente de sus enigmáticas dotes para predecir por qué el primer cohete que partió hacia la Luna se lanzaría desde Florida y a su regreso amerizaría en el océano Pacífico (igual que en De la Tierra a la Luna), de Verne tal vez lo más sorprendente es su capacidad para describir minuciosamente unos paisajes y costumbres que jamás llegó a ver personalmente.


EN BARCO O EN COHETE
 
Julio Verne tuvo grandes deseos de ser marino profesional, sin llegar a conseguirlo. En cuanto comenzó a ganar importantes sumas de dinero por las ventas de sus libros adquirió un yate de recreo, el Saint Michel. Llegó a tener dos más con el mismo nombre. De su pasión marinera se deriva que una gran mayoría de las aventuras que ideó tengan relación con la navegación. Los piratas del Halifax, Escuela de robinsones, Las aventuras del capitán Hatteras, La vuelta al mundo en ochenta días, 20.000 leguas de viaje submarino, La esfinge de los hielos, La invasión del mar, Los hijos del capitán Grant o Un capitán de quince años son algunas de las más destacadas. Verne muestra en todas ellas un gran dominio de la terminología naval, que era muy compleja en los tiempos de la navegación a vela. También hace alarde de sus conocimientos en el manejo de los aparatos de medición y de la cartografía marítima. Pero en una colección tan extensa como son los Viajes extraordinarios, los personajes de Julio Verne tienen ocasión de desplazarse en todo tipo de ingenios. El ferrocarril desempeña un papel importante en La vuelta al mundo en ochenta días, sobre todo en los pasajes por Estados Unidos, en los que el autor consigue una detallada descripción de Arizona y Utah. En el Estado de Wyoming existe ahora una localidad llamada Verne, en las coordenadas geográficas 41°35' norte, 110°5' oeste, cerca del río Muddy, en la línea férrea utilizada por Phileas Fogg. Buena parte de Viaje al centro de la Tierra se realiza a pie, y de Miguel Strogoff, de Moscú a Irkutsk, en coche de caballos. Pero ahí acaban los medios de transporte más o menos convencionales. Los personajes de Verne recurren a soluciones ingeniosas, cuando no extravagantes, para desplazarse de un sitio a otro. La isla misteriosa y, sobre todo, Cinco semanas en globo tienen en el globo aerostático su medio de locomoción principal. Parte de La vuelta al mundo en ochenta días y de Las aventuras del capitán Hatteras deben realizarse en trineo. En el sorprendente final de Viaje al centro de la Tierra, Axel y su tío, el profesor Lindenbrok, salvan el trayecto final de salida por el volcán Strómboli a bordo de una almadía que flota en un mar de magma incandescente. Aronnax, Consejo y Land recorren 20.000 leguas en un submarino. El impasible Phileas Fogg se ve obligado a comprar un elefante para terminar su travesía de la India, y el capitán Hatteras y sus acompañantes cubren una porción de su odisea polar sobre un témpano de hielo en el que instalan una vela. El viaje más lejano ideado por Julio Verne llevó al hombre a la Luna. El relato, aunque inverosímil, marcó profundamente a los primeros cosmonautas soviéticos, tal como declaró Yuri Gagarin, que citaba esa aventura como su libro preferido. Sin duda fue por eso por lo que los tripulantes del Lunik III se apresuraron a bautizar un accidente geográfico de la cara oculta de la Luna como Montaña Verne.

LOS REBELDES DE VERNE

Julio Verne se cria en una casa acomodada de Nantes. Su padre tenía un carácter estricto e intentó inculcar en vano a sus descendientes esa forma de ser. El hijo mayor, Paul, fue marino (lo que anhelaba Julio), y Julio iba para abogado, según los deseos paternos. Pero Julio Verne, que ni en sus momentos económicos más bajos dejó de vivir como un burgués, fue siempre un rebelde. Se saltó la presión familiar y se puso a escribir. Tal vez por eso muchos de sus personajes sean revolucionarios. La obra de Verne a menudo pasa por menor y dirigida a un público juvenil. Sin embargo, en sus libros aparecen temas trascendentes y personajes heroicos que protagonizan luchas de liberación nacional: irlandeses frente a ingleses, cretenses contra turcos, húngaros contra austriacos, búlgaros ante rusos. El propio capitán Nemo, uno de sus protagonistas más atormentados, desvela en los capítulos finales de La isla misteriosa que es un independentista indio que lo perdió todo en su lucha contra el Imperio británico. El personaje principal de Kerabán, el testarudo es lo que hoy podríamos llamar un objetor fiscal. Se niega a pagar el peaje del puente que une las orillas europea y asiática de Estambul y prefiere dar la vuelta completa al mar Negro antes que plegarse a las condiciones de las autoridades. Los biógrafos de Julio Verne destacan que, en una época de gran rivalidad entre franceses e ingleses por demostrar quién era el amo del mundo, el escritor se mantuvo en un tono discreto, dando protagonismo en sus libros a personajes de las más diversas nacionalidades. Sin embargo, una lectura más atenta da para pensar si no sería Verne más sibilino. Sus protagonistas franceses siempre son alegres y salen bien parados. ¿No es Passepartout el verdadero protagonista de La vuelta al mundo en ochenta días mientras Fogg es un tipo plomizo e inexpresivo? ¿No es el periodista francés de Miguel Strogoff: de Moscú a Irkutsk mucho más divertido y despreocupado que el torpe enviado especial inglés? ¿No es el profesor Aronnax de 20.000 leguas de viaje submarino un sabio ponderado? Y el caso más claro, el del doctor Sarrasin (Los quinientos millones de la begum), un médico francés que tras heredar una fuerte suma la destina íntegramente a crear una ciudad, Franceville, donde todo es bienestar y prosperidad. Su rival alemán creará Stahlstadt, una villa en la que se genera perversidad, se fabrican armas y se maquina la manera de hacer infeliz a la gente. Esta obra estuvo prohibida en Alemania durante el mandato de Hitler.


VIAJES POSIBLES

 Muchos viajes de los descritos por Julio Verne no serían posibles en la actualidad. Hoy, lo más habitual es que un medio de transporte rápido, limpio y seguro, o una agencia de viajes profesional programe una pequeña incursión de días o semanas en la que nada grave puede suceder. Apenas quedan ya trayectos regulares de largo recorrido en barco. A lo sumo funcionan transbordadores para travesías cortas o cruceros de recorridos circulares. Los más pacientes pueden probar a enrolarse en los cargueros que aceptan algún pasaje, pero sería bastante improbable cubrir la circunnavegación al planeta en ochenta días si se quisiera cubrir los tramos de Suez a Bombay o de Yokohama a San Francisco en barco. En una carrera tan loca como la de Fogg e igual de poco enriquecedora culturalmente hablando, se puede tomar uno de los viajes "vuelta al mundo" de los grandes operadores. Se cubren en avión, tocando diversas ciudades e invirtiendo de 10 a 25 días. Las tarifas oscilan entre las 600.000 y las 900.000 pesetas. Llegar a Zanzíbar o San Luis (Senegal) es más fácil. Hay transportes locales, respectivamente, desde Dar es Salaam y Dakar. Pero si lo que se quiere es
atravesar el continente africano a lo ancho en globo aerostático deberá disponer de nave propia, pues los globos turísticos que ofrecen un corto vuelo en la reserva de Masai Mará (Kenia) cobran alrededor de 50.000 pesetas por sesión. También desembolsando dinero (cerca de un millón de pesetas) se puede llegar a bordo de un rompehielos soviético a rozar el Polo Norte, como el capitán Hatteras. Cruzar Estados Unidos y la India en tren, como Phileas Fogg y Passepartout, es mucho más sencillo y económico que nunca. Toma menos de una semana y 50.000 pesetas. El Transiberiano, que le hubiera venido de perlas a Miguel Strogoff para pasar menos penalidades por la estepa rusa, puede salir por 200.000 pesetas si se desea todo tipo de comodidades a bordo de un auténtico hotel rodante como es el famoso ferrocarril. Para emular la inolvidable epopeya protagonizada por los hijos del capitán Grant es necesario velero propio. Si se desea utilizar un sucedáneo, aún quedan los cruceros de superlujo, que pueden superar los tres millones de pesetas por persona, y que aun así no completan la vuelta al mundo. Una escapada de un par de semanas al África austral de Tres rusos y tres ingleses (Zimbabue, Namibia y Botsuana) puede costar alrededor de 400.000 pesetas por persona, si se desea un safari organizado, o alrededor de 150.000 pesetas, si únicamente se va a comprar el billete de avión. Dejando de lado penetrar en el interior del cráter del Snaefellness para entrar en el centro de la Tierra y limitándose a una estancia en Islandia de dos semanas cuesta menos de 300.000 pesetas. Es mucho más económico acercarse al Strómboli, en Sicilia, para poder contemplar la salida de ese supuesto mundo: un vuelo cuesta poco más de 40.000 pesetas. Lógicamente, los destinos de nuestro país visitados por los personajes de Julio Verne son los más asequibles en tiempo y dinero. Las islas Canarias han mutado considerablemente si tomamos como referencia el paisaje y el paisanaje descritos en La agencia de viajes Thompson Úr Co., pero la belleza de sus volcanes sigue intacta.  En temporada baja, un vuelo desde la Península no debería costar más de 60.000 pesetas. En La invasión del mar, las aguas arrasan Europa, pero una minúscula isla llamada Formentera permanece emergida. Hoy se accede a ella mediante un transbordador diario que parte de Ibiza. Es poco probable que en el fondo de la bahía de Vigo se hallen los tesoros que alimentaban económicamente al capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino, pero la salvaje belleza de la costa gallega vale una escapada.



El Pais Semanal



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