martes, 13 de junio de 2017

LI´L ABNER. BORN IN THE U.S.A.

El lunes 13 de agosto de 1934, 8 diarios estadounidenses comenzaron tímidamente a publicar una modesta tira de historieta protagonizada por una pintoresca familia de palurdos, los Yokum, residentes en Dogpath, inculta, mísera y diminuta aldea perdida en algún rincón de Kentucky. 43 años después, cuando la serie desaparece lo hace dejando tras de si una trayectoria casi sin paragón en la historia del cómic (sindicada, en su momento de mayor gloria, en más de 900 periódicos de todo el planeta y adaptada a cine, teatro, radio y televisión). Durante todo este tiempo tanto Li'l Abner (La obra) como Al Capp (su creador) serían objeto de alabanzas e insultos, de rendida admiración y acalorado repudio por parte de los sectores más antagónicos de la opinión pública. El afilado ingenio humorístico y la agresividad innata de Capp hallarían perfecto acomodo en esta obra, a través de la cual rara vez dejó de quedar patente la postura de su autor sobre cualquier tema de la escena sociopolítica. Así, permaneciendo  fiel a su peculiar (y casi inimitable) visión de lo que debía ser un comic satírico convirtió su creación en lo que muchos consideran una de las historietas monumentales de todos los tiempos, opinión que, por desgracia, el lector español aun hoy sigue sin poder contrastar por falta de una edición en condiciones.


 Desde unos años antes que Li'l Abner viera la luz el panorama norteamericano de los comics en prensa venía siendo invadido por el suspense como fórmula hacia un mayor seguimiento. Los sagaces editores se habían percatado que la gente compraba más periódicos si se hallaba firmemente interesada en la trama de una historieta de continuará. Ya no bastaba solo con entretener o hacer reir al lector, además era preciso implicarle con tal fuerza en lo ocurrido que se sintiera impelido a adquirir el mismo periódico al día siguiente para averiguar el destino de sus personajes favoritos. Esta situación fue la que se vio obligado a afrontar el joven y anónimo cartoonist Alfred Gerald Caplin cuando luchara por abrirse camino en la jungla editorial de principios de lo: 30. Su confusión era grande que siempre había sido un fervoroso admirador de autores como Opper, Dirks o Sterrett, todos ellos enormes humoristas a los cuales él soñaba con emular. Por desgracia, el interés predominante hacia un material con más garra, capaz de proporcionar emociones fuertes, estaba desplazando de los diarios a los comediantes en favor de agresivos detectives, intrépidos aventureros y desvalidas huerfanitas. La Gran Depresión parecía haber ahogado las risas en la más dura carnaza... ¿Como podía un dibujante novato medio indigente y con vocación de humorista vender su trabajo en un entorno así? Caplin pronto encontraría la respuesta convirtiéndose en Al Capp y fundiendo ambos estilos (el dominante y el vocacional) en una misma serie, en la que mientras los personajes se inscribían claramente en la mejor tradición burlesca, los atolladeros y problemas en que estos se veían envueltos eran lo suficientemente excitantes y emotivos (según la moda imperante) como para obligar a los lectores a comprar un día más el periódico y conocer el incierto desenlace (haciendo de pa¬so felices a los editores). Aun así, las reacciones de los personajes ante tales dificultades no dejaban de ajustarse siempre a los patrones de esa comedia que Capp tanto deseara realizar. Apenas transcurrida una semana de publicación hacen ya acto de



presencia la práctica totalidad de los personajes principales, y aunque el futuro (y la maduración gráfica de Capp) alteraría sus apariencias físicas (sobre todo las cada vez más frondosas hembras), sus personalidades en cambio permanecerían prácticamente sin mutación. La única variación de importancia tendría lugar en 1952 cuando el protagonista Abner Yokum contrae, por fin, matrimonio con su eterna perseguidora, la mullida e igualmente cateta Daisy Mae (un primer amago de boda tuvo ya lugar no obstante el día de San Valentín de 1935). Esta primigenia etapa presenta también la temprana introducción de otro puñado de figuras que con posterioridad se instituirían en clásicas  como: el ceporro Abijah Gooch, Marryin' Sam, Hairless Joe o la atroz y recalcitrante familia Scragg, cuyos caracteres tampoco variarían sustancialmente a lo largo de los años. Esto demuestra que la idea que Capp tenía de sus personajes (como se relacionaban unos con otros y las historias que podía llegar a escribir para ellos) se encontraba ya en estos primeros tiempos, bastante definida. Técnicamente, la serie (que por cierto contará con dominicales a color a partir del 24 de febrero del 35) mejora en aspecto día a día.




Rígido e insulso en un principio, el grafismo se relaja y afianza considerablemente según transcurren los meses, hasta alcanzar esa célebre soltura de trazo por la que Capp es recordado y en la cual justo es reconocer la aportación de numerosos ayudantes desde los principios de la tira (circunstancia que el propio Capp nunca negó ni trato de ocultar). De hecho, su primer asistente sería su propia esposa, Catherine, que pronto dejó paso a Moe Left, supliendo este las carencias del matrimonio en Q   entintado y escenografía, lo cual permitía al creador centrarse en la expresividad gestual de los personajes, aspecto que, con el paso del tiempo, se convertiría en su verdadero punto fuerte, plásticamente hablando. Numerosos ayudantes  desfilarían   posteriormente por la serie (llegado   un   cierto   momento Capp incluso deja de intervenir en el dibujo), destacando por su dilatada aportación Harvey Curtis, Andy Amato y Walter Johnson, además de los más tarde famosos Stan Drake y Frank Frazetta.

Por otro lado, las historias también van evolucionando hacia una mayor osadía temática a la vez que se centran de manera más acusada en las posibilidades cómicas de  la  pequeña  población,  que
 Capp no duda en utilizar como modelo de irracionalidad de determinadas actitudes muy palpables en la verdadera sociedad norteamericana. Todo esto coincidirá a su vez con el disparo al estréllate de la serie a finales de los 30, pero será durante la siguiente década cuando Li'l Abner alcance su cénit de popularidad, circulación y reconocimiento crítico, llegando algunos al extremo de comparar a Capp con Cervantes o Swift. En esta etapa se advierte además un progresivo deslizamiento hacia un tipo de humor más tosco, estridente y radical; las situaciones se tornan cada vez más delirantes y los personajes más grotescos.


En lo que a escenarios y argumentos se refiere, la serie crece físicamente hasta extenderse a las zonas más remotas y variopintas de USA e incluso del resto del mundo. Será en uno de estos viajes (septiembre del 48) en que Abner descubra a los famosos shmoos, dando lugar a una de las sagas más causticas y recordadas de la serie. Y otra excursión similar le hará toparse con Lena La Hiena, una mujer tan indescriptiblemente fea que Capp ni siquiera se atrevía a dibujarle el rostro.


La mitología de la obra se vería en esta década también engrosada con las desquiciadas peripecias del brutal detective Fearless Fosdick (indisimulada burla del solo un poco menos salvaje Dick Tracy de Chester Gould), cuyas historias eran simultáneamente leídas por Abner y por el público real (prodigio de metalenguaje que exclamarían hoy algunos).


Los 50 aun facilitarían numerosos momentos felices a la serie, pero los agitados 60 comenzarían a marcar su irremediable languidecer.   Parte  de  esta  decadencia puede explicarse por el aparente estancamiento ideológico de su autor respecto a una juventud que comienza a identificar al propio
cómico como una pieza más del stablishment. Además argumentalmente empieza a perder gas a partir del ya mencionado casamiento que acaba asfixiando la serie en una estabilidad impensable años antes.

En 1977, viejo y fatigado Capp decide cancelar la obra, para fallecer tan solo dos años después. Atrás quedaba casi medio siglo de esforzada creación diaria de fantasías y gags, casi medio siglo acompañando con su jocosa irreverencia la vida norteamericana, ese mismo modo de vida que tan a menudo fue centro directo de su indómito ataque satírico.

■ Antonio Trashorras








Krazy Comics Nº19. Abril 1.991. Editorial Complot. Barcelona


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