domingo, 28 de mayo de 2017

Aventuras y terror


JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017




 
'Viejos descubridores'. Marc Tinent, Lourdes Navarro. Panini. 72 páginas. 12,95 euros.

El sello Evolution de Panini nos presenta Viejos descubridores, el álbum de Marc Tinent y Lourdes Navarro que se alzó ganador de la Beca Carnet Jove Connecta't al Còmic 2016. Ágil y divertido, el tebeo narra la imposible reunión de cuatro conocidos exploradores, dos décadas después del descubrimiento de América: Cristóbal Colón, Alonso de Ojeda, Américo Vespucci y Juan Ponce de León. Estos cuatro "viejos descubridores" que dan título al asunto dejarán a un lado las diferencias personales y se embarcarán en la empresa más asombrosa de su ya larga trayectoria, la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud, que supuestamente se halla al norte de la Hispaniola, en la isla de Bimini. Aventuras y peligros se suceden en una obra en la que, además de la premisa argumental urdida por Tinent, destacan las caracterizaciones de los personajes y las relaciones entre ellos, y en la que brilla con luz propia el apartado gráfico. Navarro construye una estética de fantasía y de tintes infantiles, de formas cálidas, con el color como protagonista y la atmósfera y el paisaje como dos personajes más de la historia. Viejos descubridores tiene los elementos para convertirse en una serie, y para saltar de la página a la pantalla.





Hablando de pantallas, les recomiendo el volumen Cinema Purgatorio, otro título de Evolution que mezcla el terror con motivos del cine clásico. El libro recopila los tres primeros números de Alan Moore's Cinema Purgatorio, publicados en origen por Avatar, una suerte de revista colectiva compuesta por cinco series de episodios autoconclusivos, siempre en blanco y negro: Cinema Purgatorio, de Alan Moore y Kevin O'Neill; Código Pru, de Garth Ennis y Raúlo Cáceres; Modis, de Kieron Gillen e Ignacio Calero; Una unión más perfecta, de Max Brooks y Michael DiPascale; y Colosal, de Christos Gage y Gabriel Andrade. Hormigas gigantes en la guerra de secesión, monstruos aún más colosales que invaden las ciudades, Frankenstein paseando por la Gran Manzana… Bueno, ya se hacen ustedes una idea.

Malaga Hoy


El color de la nostalgia


'Azul' nos devuelve a los tiempos de la seminal etapa de Stan Lee y John Romita, a los días en que Peter Parker se enamoraba de Stacy.

JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017




'Spiderman: Azul'. Jeph Loeb, Tim Sale. Panini. 168 páginas. 15 euros.

El equipo creativo compuesto por el guionista Jeph Loeb y el dibujante Tim Sale encadenó en la década de los 90, y para la editorial DC, una serie de obras sobresalientes del género de superhéroes, comenzando por la miniserie Investigadores de lo desconocido (1991). A la citada puesta a punta del grupo creado por Kirby en 1957, siguieron títulos de Batman tan recordados como Caballero maldito (compuesto por varios especiales de la serie Legends of the Dark Knight publicados entre 1993 y 1995), la obra maestra El largo Halloween (1996-97) y su continuación Victoria oscura (1999-2000), más uno de esos tebeos de Superman que se listan entre los mejores del personaje: Las cuatro estaciones (1998). Con todos estos títulos en su haber, Loeb y Sale aterrizaron en Marvel en el siglo XXI, dispuestos a seguir asombrando a los lectores. Para la Casa de las Ideas, el dúo había firmado la miniserie Lobezno/Gambito: Víctimas (1995), en plena efervescencia mutante, pero el resultado no puede compararse con los trabajos realizados para la competencia, así que tocaba superarse. Y lo hicieron.

Los seis números de Daredevil: Amarillo (2001-02) definieron el tono de lo que acabaría siendo una serie de revisiones nostálgicas de algunos de los personajes más emblemáticos de Marvel. Amarillo toma la muerte de Karen Page como excusa para visitar los primeros días del Hombre sin Miedo, una estrategia que había funcionado a la perfección en El largo Halloween y Las cuatro estaciones y que aquí resulta aún más emocionante. La historia es narrada por un afectado Daredevil, quien se dirige en primera persona a la fallecida para intentar desahogarse, superar la pérdida y combatir el miedo que le ha provocado su muerte. Lo que sigue es un bello homenaje al pasado remoto del héroe, a sus inicios y a los inicios de su propia relación con Karen. Loeb se toma sus licencias con la continuidad, de modo que Amarillo acaba siendo una reinterpretación libre de los viejos cómics de Daredevil que pueden leer y disfrutar los lectores nuevos y los más veteranos. Y claro está que el mayor interés de la obra reside en la singularísima puesta en escena de un Sale en estado de gracia, potenciado por el fabuloso coloreado de Matt Hollingsworth.

Animados por el éxito de su trabajo con Daredevil, Loeb y Sale repitieron la fórmula en tres ocasiones más: Spiderman: Azul (2002-03), Hulk: Gris (2003-04) y la accidentada Capitán América: Blanco (2008-15). De estos otros tres ejercicios de nostalgia, destaca sobremanera Spiderman: Azul, un cómic imposible de leer sin sentir un nudo en la garganta, y es que pocos temas resultan más emocionantes para el aficionado al trepamuros que el recuerdo de su relación con Gwen Stacy. Azul nos devuelve a los tiempos de la seminal etapa de Stan Lee y John Romita, a los días en que Peter Parker se enamoraba de Stacy, con Mary Jane Watson al fondo de la escena, todo ello rememorado muchos años después, un día de San Valentín, por Parker ya casado con Mary Jane. Una delicia en toda regla.

Malaga Hoy

Revolucionaria intervención

JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017
'Marvel Deluxe: Capitán América, 15: Nuevos órdenes mundiales'. Ed Brubaker, Patrick Zircher. Panini. 208 páginas. 19,95 euros.

Se acabó lo que se daba. El decimoquinto tomo del Capitán América en la colección Marvel Deluxe ofrece el final de la larguísima y revolucionaria intervención de Ed Brubaker en la franquicia del superhéroe abanderado. Nuevos órdenes mundiales recopila los números 11 a 19 del volumen 6 de Captain America (2012). Los ocho primeros episodios presentan dibujos de Patrick Zircher y Scot Eaton, que se reparten cuatro cada uno, y el noveno está dibujado por Steve Epting, de regreso junto con el colorista Frank D'Armata para cerrar el círculo con brillantez. Hablamos de una de las series de superhéroes más importantes de lo que va de siglo, así que el tomo me parece sencillamente imprescindible. Y los 14 anteriores también.

Malaga Hoy


Sofisticada virguería



JAVIER FERNÁNDEZ
24 Mayo, 2017 -





'Marvel Gold. Los Defensores: Los hombres cabeza'. Steve Gerber, Sal Buscema. Panini. 304 páginas. 28 euros.

Con Los Defensores: Los Hombres Cabeza, Panini completa la recuperación de la mítica etapa de Steve Gerber al frente de Los Defensores, publicada originalmente a mediados de la década de 1970. Con lápices de Sal Buscema y tintas de Jim Mooney y Klaus Janson, estos últimos episodios de Gerber son una sofisticada e inclasificable virguería, demasiado avanzada para su tiempo, anticipo de los posteriores delirios de tipos como Grant Morrison. Personalmente, la considero una de las lecturas esenciales de la Marvel de su tiempo y ha envejecido tan bien que la sigo considerando hoy una lectura más que recomendable. Van aquí los episodios 30 a 41 de The Defenders (1975-76; ojo, el primero es un fill-in de Bill Mantlo y Sam Grainger, no digan que no les avisé), el Annual 1 (1976) y el Marvel Treasury Edition 12 (1976), con el mismísimo pato Howard como invitado.

Malaga Hoy

Detective a pesar suyo

René Pétillon es el creador de Jack Palmer, un detective desgarbado y contrahecho. Las historias tratan con sátira temas de calado como el velo islámico o el terrorismo.

GERARDO MACÍAS
24 Mayo, 2017



'El caso del velo'. René Pétillon. Norma Editorial, 2006. Edición original francesa, 'L'affaire du voile' (Albin Michel, 2006).

Jack Palmer es un detective narigudo, de estatura irrisoria y porte más bien contrahecho, a medio camino entre Colombo y Phillip Marlowe, que se viste con gabardina (aunque le queda grande) y sombrero a la moda de los años 50, como el del inspector Clouseau.

Jack Palmer nació en la revista Pilote, concretamente en la historieta Una ensalada sagrada, como parodia de los clásicos del género negro. Fue creado en 1974 por el dibujante y guionista francés René Pétillon, haciendo gala de un humor absurdo inspirado en los hermanos Marx, sin perder de vista la capacidad crítica del cómic underground. Se convirtió muy pronto en su obra fetiche, contando hasta la fecha con quince álbumes.

Pétillon involucra a su personaje en los temas de actualidad, haciendo una demoledora crítica. Esta fórmula le funcionó perfectamente en El archivo corso (2000) con una durísima visión del terrorismo corso, ácida con terroristas, el Gobierno y todos los implicados, y con la que se atreve con el espinoso problema del integrismo islámico en Francia en El caso del velo (2006). En esta historia, Palmer tiene un nuevo caso: localizar el paradero de la hija adolescente de un cirujano y una dentista que ha desaparecido. Las primeras pistas le conducen al barrio árabe de París, donde cree descubrir que la adolescente en cuestión se ha convertido en una musulmana practicante y fundamentalista ante la oposición de sus padres.

Pétillon se inspira en hechos reales y localiza esta historia en París, donde el Islam es la segunda religión mayoritaria. El autor consigue ofrecer su perspectiva de la realidad islámica en Francia, invitando al lector por la vía del humor a reflexionar sobre los excesos ideológicos.

Llevar o no velo en Francia sigue siendo una cuestión muy polémica. Las leyes que prohíben portar símbolos religiosos como el velo islámico en las escuelas públicas francesas provocaron numerosas revueltas por todo el país.

Esta historia fue realizada coincidiendo con los disturbios que se iniciaron a finales de octubre de 2005 cerca de París y duraron hasta mediados de noviembre. Los disturbios se caracterizaron por el incendio de coches y por violentos enfrentamientos entre cientos de jóvenes y la Policía francesa, que comenzaron tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la Policía en un suburbio del este de París. Este cómic se publicó en Francia en 2006, con los sucesos aún recientes.

Pétillon describe a unos personajes tan cercanos como comprensibles, haciendo que jóvenes francesas aparezcan como integristas, que integristas discutan con moderados, y que moderados defiendan el modelo francés burgués.

Todos son caricaturizados: los musulmanes integristas, los moderados, los jóvenes hijos de inmigrantes descreídos y occidentalizados, el machismo musulmán, la actitud de la mujer musulmana ante el machismo... Pero también se caricaturiza a los occidentales: políticos, burgueses acomodados y supuestos solidarios con el mundo musulmán.

Pétillon retrata dos vertientes del Islam: una es más radical, extremista y muy arraigada a sus costumbres y otra es más acorde a las formas de vida de una sociedad cosmopolita.

René Pétillon (Lesneven, 1945), entra en 1972 en la prestigiosa revista Pilote. Especializado en el dibujo humorístico, ha colaborado en cabeceras del tebeo galo, como L'Echo des Savanes, BD y Fluide Glacial. Sus álbumes han llegado a vender 80.000 ejemplares sólo en Francia. Es considerado uno de los máximos representantes de la historieta de humor francobelga.

Recibe en 1989 el Gran Premio del Festival de Angoulême. En 2001 se le otorga el Premio al Mejor Álbum en el mismo festival con El archivo corso.

El director y guionista Alain Berberian, motivado por la gran acogida que El archivo corso tuvo entre el público galo, la trasladó a la gran pantalla en 2004, con el papel de Jack Palmer interpretado por Christian Clavier. En España se estrenó al año siguiente.

Jack Palmer o detective a pesar suyo es una serie de animación de 30 episodios de un minuto treinta, realizada por Jacky Bretaudeau, Luc Vinciguerra y René Pétillon, que se estrenó en 2001 en Canal +.

Malaga Hoy


Peripecias sin fin

Dolmen afronta una nueva apuesta con la creación de la línea de cómics 'Sin fronteras'. Rescata las aventuras de Johnny Hazard, Flash Gordon y Jungle Jim.

JOSÉ LUIS VIDAL
24 Mayo, 2017



El día a día del héroe de cómic (remitámonos, por favor, al de los tebeos más clásicos) es un no parar. En contadas ocasiones lo veremos realizar acciones cotidianas como tomar un café, sentarse a leer un libro o ese saludable ejercicio que hay que realizar de vez en cuando: procastinar.

No, siempre habrá un malvado plan, un enemigo en la sombra, una femme fatal con un puñal oculto en la media, seres de distantes planetas con ansias de conquista, monstruos casi invencibles, fieras de la jungla… Y así hasta una lista interminable de peligros, que hacen que el protagonista de estas historias no descanse ni un solo segundo.

Si a este recurso argumental le añadimos un formato, el de las tiras diarias (daily strips) o las páginas dominicales (Sunday Pages) , la dificultad narrativa se duplica, ya que cada final de tira o página ha de culminarse con lo que ahora conocemos como un cliffhanger, o sea, un momento de máxima emoción o peligro, en el que la mayoría de la veces, la vida del protagonista y/o la de la bella dama que rescata está pendientes de un fino hilo…

La pasión por revisitar aquellas clásicas aventuras parece haber vuelto, y editoriales como Dolmen se convierte en abanderada de este "movimiento". Si ya hace algunos años que viene publicando en su línea Fueraborda, lo mejorcito de la BD francobelga (Johan & Pirluit; Los Hombrecitos; Quena y el Sacramús…), desde hace un par de meses se han lanzado de cabeza a la recuperación de algunas de las mejores series clásicas publicadas en los periódicos norteamericanos.

Comenzando por los años treinta, la primera serie que se recopila es la perteneciente a Johnny Hazard, las aventuras bélicas de este joven aguerrido, algo bravucón y conquistador de féminas comienza justo cuando sus compañeros de escuadrón lo creen perdido, desaparecido y capturado por el enemigo (los implacables nazis en este caso particular). Johnny, junto a sus inseparables compañeros Loopy y Scotty escaparán de su reclusión, reapareciendo para sorpresa de todos aquellos que ya los daban por muertos.

Y aquí comienzan, o debería decir, continúan las aventuras de este aviador, siempre con un tono algo ligero y en las que su creador, Frank Robbins, vino a demostrar lo que todos los que rodeaban ya sabían: que desde la más tierna infancia el dibujo había sido lo suyo, convirtiéndolo en un auténtico niño prodigio que, gracias a varias becas, se fue abriendo camino en el mundo del arte, la ilustración para revistas de primera línea (Life) o el trabajo en el medio cinematográfico.

Siempre hay una gran obra que marca la trayectoria de un autor, en el caso de Robbins, Johnny Hazard fue la obra de su vida, en la que ocupó más de treinta años, aunque también es admirado, y mucho, por su posterior salto al mundo de los cómic books, donde dejó su imborrable huella en las dos grandes, Marvel y DC Comics.

Y continuando con el sello Sin fronteras, en el pasado mes de abril publicó una auténtica maravilla, tanto por su gigantesco formato (se ha optado por respetar la concepción de la página de periódico de la época, con la inclusión de las dos series) como por lo que contiene, un auténtico tesoro. Me refiero, claro está, a las series Flash Gordon y Jungle Jim.

¿Quién no conoce al rubio héroe espacial? Bien sea por haber leído sus cómics o disfrutado de sus aventuras animadas o la genial película cuya banda sonora compuesta por los míticos Queen todos recordamos o tarareamos. Pues bien, aquí está de vuelta, en toda su grandeza. El inesperado y obligado viaje más allá de las estrellas al que es obligado el protagonista, junto a la bella Dale Arden, por el científico Hans Zarkov (que en aquellas primera páginas podía ser calificado como un mad doctor en toda regla, aunque luego se redimiría) y su destino, el letal planeta Mongo, repleto de bestias sedientas de sangre y enemigos que surgían de cualquier lugar. Aunque el que se llevaba la corona (y nunca mejor dicho) fue el temible Ming, cuyo odio hacia el protagonista lo llevaba a someterlo a una y mil torturas de las que, afortunadamente, el ex jugador de polo lograba escapar.

Si Frank Robbins fue un joven dotado para el arte, Alex Raymond, el padre de Flash Gordon y Jungle Jim (más aventuras en la jungla, rodeado de fieras, valientes féminas y enemigos implacables) no lo fue menos, y en estas maravillosas páginas seremos testigos de su brutal evolución, que lo convirtieron en uno de los Grandes de la Viñeta.

Para concluir, reseñar que la enorme tarea de recuperar, coordinar esta línea, ha recaído en el escritor gaditano Rafael Marín (como ya nos explicó hace poco en la Feria del Libro) que, junto a un equipo formado por Jesús Yugo, José Joaquín Rodriguez , Diego de los Santos y Diego García Cruz, están realizando una auténtica labour of love para que los lectores podamos disfrutar de estos clásicos, auténticas maravillas del Noveno Arte.


Malaga Hoy

miércoles, 24 de mayo de 2017

HEINRICH KLEY

 EL HUEVO DE LA SERPIENTE
En ninguno de esos modestos diccionarios enciclopédicos, de seis o siete tomos, que casi todos tenemos en casa, se encuentra referencia alguna a un ilustrador alemán llamado Heinrich Kley. Fue una especie de francotirador del arte de su tiempo, que tuvo la desdicha de debatirse entre la burguesía de la Alemania de principios de siglo, el nacimiento del nazismo, dos guerras que desangraron a Europa y una moral de miras estrechas, factores poco propicios a la sátira, a la ironía crítica, al erotismo a veces encubierto y a veces descarado y a la molesta forma de arte corrosivo que fue la verdadera vocación de un genio prácticamente desconocido en nuestros días —y también en los suyos— y que se llamó Heinrich Kley.







 Uno de los pocos datos seguros que de él se tienen es el de la fecha de su nacimiento: el año 1863, en Karlsruhe. Estudió arte en la academia de su ciudad natal y acabó sus estudios en Munich. Sus primeros trabajos, fechados entre 1888 y 1892, consistieron básicamente en retratos, paisajes, escenas callejeras y pinturas "históricas", entre las que no se encuentra ninguna obra digna de mención. A partir de 1892 comienza a ejecutar obras de encargo, como "Acero fundido en la fábrica Krupp", en la que parece tratar de imprimir un hálito de poesía en el frió mundo de la maquinaria de guerra moderna. Otros trabajos de aquella época son dos importantes murales que se encuentran en la oficina de correos de Baden-Baden, titulados "La consagración del altar romano a Mercurio" y "Paseo del Kaiser Guillermo I". Pero nada en él anuncia el estilo de apuntes rápidos a plumilla que la valdría la relativa fama de la que gozó en nuestro siglo. Los primeros trabajos de este estilo comienzan a aparecer en una revista cultural de Munich, titulada "Die Jugend" (La juventud), y son una serie de notables apuntes a plumilla y tinta china firmados solamente "Kley". Algunas veces son en blanco y negro y en otras ocasiones con mancha de aguada a color, casi siempre sin títulos ni comentarios. Su característica más destacada es una técnica satírica muy personal, y los





 temas tratados oscilan entre la caricatura y la fantasía más desenfrenadas, llegando en muchas ocasiones a una amarga semiobseenidad. Eran los primeros dibujos "maduros" y adultos de uno de los mejores ilustradores de la época moderna. Aquellos dibujos despertaron un gran interés en Munich y la gente del ambiente artístico comenzó a preguntarse con curiosidad quién era aquel desconocido "Kley". Entonces se descubrieron sus trabajos anteriores y llegó la sorpresa. Heinrich Kley era el último artista de quien se hubieran esperado aquellas extrañas fantasías, ya que hasta 1908, fecha en que comenzaron a aparecer sus primeros apuntes a plumilla en "Die Jugend", no había sido nada más que uno de tantos mediocres artistas académicos como se daban en la Europa de principios de siglo.

A partir de aquel momento, otras publicaciones se interesaron por publicar la obra de Kley, y sus apuntes empezaron a aparecer también en otra revista, esta de estilo satírico, titulada "Simplizissimus". Algo le había ocurrido a Kley; algo que fue capaz de trastornar profundamente su personalidad y su estilo artístico. Pero no sabemos qué fue. El Heinrich Kley clásico, el del acero de la fundición Krupp y los paseos del Kaiser, había dado paso a otro Heinrich Kley. El pintor de murales históricos aceptables y anodinos se burlaba ahora






 de la burocracia y de las conveniencias en todas las ocasiones posibles. Como en el film de Ingmar Bergman, "El huevo de la serpiente", a través del fino cascarón que eran los dibujos de Kley se adivinaba el mortal veneno que se infiltraba en la sociedad y la intelectualidad de la época: toda una revolución social e intelectual soterrada que llevaría al nacimiento de la serpiente del nazismo. Quizá sin proponérselo, quizá simplemente gracias a sus vibraciones y a su sensibilidad de artista. Kley captó el mensaje. Comenzó la burla, la sátira, el insulto, el despropósito, el desprecio a una sociedad decadente que, mientras por un lado se aferraba desesperadamente a los cánones más clásicos y académicos del arte, por el otro propiciaba una guerra y un caos intelectual que daría al traste con
aquellos mismos valores establecidos.

A partir de aquel momento, Kley comenzó a ilustrar un extraño mundo de metáforas y paradojas, poblado de extrañas visiones dignas de Brueghel o del Bosco. Animales, monstruos y extraños seres bestiales y humanos al mismo tiempo, mujeres desnudas que son a la vez como víctimas y vestales de sus demoníacos poseedores... Todo un mundo alucinante que simboliza los vicios y las virtudes de la humanidad, aunque con una marcada preferencia hacia los vicios, ya que con las virtudes Heínrich Kley tenía, al parecer, muy poco en común.

A primera vista podría creerse que Kley utilizaba profundos simbolismos, juzgando por sus elefantes, sus mujeres-pájaro, sátiros, cocodrilos y toda clase de quimeras, pero un examen más atento nos mostrará que esos simbolismos pueden resumirse en unas pocas realidades concretas. Elefantes, niños y muchachos, torpes y desmañados, simbolizan la inocencia. El simbolismo de Kley es de lo más tradicional: el centauro personifica la lujuria, y el demonio o el fauno pueden encontrarse
allí donde se da el sufrimiento humano, el dolor y las desdichas. El elemento erótico es fuerte y se da una especie de placer infantil en acentuar posturas y utensilios relacionados con


















los excrementos. En todo ello se advierte un deseo, también infantil, de."épater le bourgois" a toda costa. Con una visión que nos da la perspectiva de los años, se puede considerar la tendencia de Kley como uno más de los canales en que se dispersó la corriente de nueva creatividad artística que conoció Europa entre 1910 y 1920. Kley vivió en el mismo Munich que vio nacer los trabajos de Kandinsky y Klee. Pero, a pesar de su coincidencia en el tiempo, no parece que hubiera ninguna relación social ni artística entre Kley y los modernistas. Quizá era la diferencia de edad: Kley tema en aquellos momentos 50 años y vivía ya en mundo personal y cerrado, y también pudo influir en el desconocimiento de sus contemporáneos el hecho de que su técnica era por aquel entonces muy inferior a la suya: Kley se había convertido en una especie de caricaturista fotográfico de la realidad, mientras que los modernistas investigaban por otros derroteros completamente distintos y trataban de abrir caminos menos figurativos a la ilustración y la pintura.

A partir de la década de los 30, sobre su nombre caen el silencio y la confusión de datos y de informaciones, hasta el extremo de que se llegó a informar en tres ocasiones distintas acerca de su muerte. Efectivamente, una primera fecha sitúa el fallecimiento de Kley a principios de los años 40. Según algunas fuentes, la auténtica fecha del fallecimiento sena el 2 de agosto de 1945, y según otras, murió el 8 de febrero de 1952. Lo que sí es seguro es que al propio Heinrich Kley, a quien tanto le complació evocar y retratar lo que de absurdo y demoníaco tiene el ser humano, esa postrera confusión le hubiera complacido enormemente.  

Manuel Domínguez Navarro.



Ilustración COMIX Internacional Nº1, Toutain Editor, Año 1.980, Barcelona.


lunes, 22 de mayo de 2017

IMAGENES DEL PLANETA IMAGINARIO Josep M. Beá





ZONA 84 Nº77, TOUTAIN EDITOR, Barcelona

YO, DIBUJANTE DE COMICS Will Eisner

Ya de crío me interesaba por los cómics. Y eso que entonces escaseaban; no es como ahora que se los ve por todas partes. Me gustaban los dibujos y también las historias que se contaban. A decir verdad, yo me creía más capacitado para escribir que para dibujar.

No fue hasta finales del 39, que el Register-Tribune Syndicate se interesó por mí. Me encargué de un cómic de 16 páginas, 8 de las cuales corrían de mi cuenta, tanto en lo que hacia respecto a los dibujos como al texto. Las restantes 8 páginas se las disputaban dos personajes: Mr. Mystic y Lady Luck. Me puse en contacto con Bob Powell para que me dibujara Mr. Mystic, mientras que Lady Luck corrió a cargo de Chuck Mazoujian, excelente dibujante. Pero los textos eran cosa mía o de un guionista contratado por la casa.

Jerry Iger y yo formamos la Eisner and Iger Corporation, que yo abandoné para dedicarme por completo a hacer The Spirit, y el caso es que le vendí a Jerry Iger mi 50% de la sociedad, y en dicho 50% iba incluido todo, hasta Sheena, que era una creación mía, así como un buen montón de personajes. Pero yo colaboraba con los mejores profesionales: Lou Fine, Bob Powell, Chuck Mazoujian y otros dos más. Formábamos un equipo que iba a sacar adelante no solo The Spirit, sino cualquier otro cómic, pues contábamos con la colaboración de "Busy"Arnold, que estaba a la cabeza del Quality Comic Group.

Se ha dicho que me he inspirado en el cine o en las narraciones cortas para conseguir mis personajes. Una cosa es cierta: Tanto las películas como los relatos me han influido mucho. Por ejemplo, los cuentos de O. Henry, Bierce y Maupassant, pero hay que tener en cuenta que por los años 30 estas narraciones estaban en boga. En resumen, que las películas me influenciaron, porque veía todas las que podía. Los relatos y cuentos también, pues los consumía en cantidades masivas. Y luego había una tercera influencia que no era de desdeñar: mi experiencia, que contagiaba todos mis trabajos. En realidad, basta con ver mis historias para saber la clase de influencias que he recibido. Las películas que más me gustaban eran las de Orson Wells, pero la verdad es que entonces apenas entendía de directores. Me tragaba todas las películas que me ponían por delante algo así como se tragan ahora los programas de televisión. Es curioso, para mucha gente, los artistas del cine y de la tele son de verdad, y cuando se les mueren, se ponen de muy mal humor, como si se les hubiera muerto un familiar.

Creo haber colaborado con los grandes del cómic. En este momento recuerdo a Jack Kirby, Jules Feiffer y a Wally Wood. Parece ser que mi encuentro con Jack Kirby ha sido uno de esos que suelen llamarse providenciales. Pero, ahora puedo decirlo. Al principio no se llamaba así, ni era tan famoso. Aunque otro tanto puede decirse de mí.

A Jules Feiffer le conocí terminada la guerra, cuando se presentó un buen día en mi oficina de Wall Street. Me dijo que quería trabajar y que no le importaba a qué precio. Al principio empezó con trabajillos de poca monta, pero no tardó en revelarse como un guionista de primera. Y en cuanto a Wally Wood, debo decir que no llegó a formar parte del equipo, pero colaboró con nosotros, y muy bien. Era lo que nosotros llamamos "a freelancer". Por aquel entonces yo andaba metido en el asunto de la American Visuals Corporation y no daba abasto. Estaba considerando la posibilidad de dejar Spirit, cuando se presentó Wally, que se encargó de cuatro o cinco episodios.


Terminé con Spirit en 1952, y el caso es que en los 15 ó 20 años siguientes permanecí, por decirlo así entre bastidores. Es que me metí en negocios. Estaba al frente de una compañía educativa, y pasaba el tiempo desarrollando ideas para el lanzamiento de cómics desde un punto de vista comercial. Considero que hay dos niveles dentro del cómic: Uno aspira a distraer, a divertir a pasar el rato, y el otro a instruir. Al menos, eso me parece. A cualquiera que se dedique a los cómics en los Estados Unidos, suele ocurrirle que tarde o temprano se encuentra con Jim Warren. Lo digo porque eso también me pasó a mí. Warren quería sacar una historia de Spirit en su Eerie o en su Creepy, pero me negué. O lo sacaba aparte, como una revista independiente o nada. Y así fue.

Me han preguntado muchas veces qué pienso del color. Y siempre he contestado lo mismo:  Que no me parece esencial. Más aún: El color llega a suprimir ciertos efectos. Antes he hablado de un nivel de cómics que aspira a distraer. Pues bien, yo diría que dicho nivel se divide a su vez en otros dos niveles. Primero, el cómic como experiencia sensual, de los sentidos, y segundo, el cómic que cuenta una historia, usando de los dibujos como de un lenguaje. En este último se nota un equilibrio muy delicado entre la historia o texto y los dibujos. Volviendo a Spirit, que tanto parece gustar, habré escrito cosa de 250 episodios, de los cuales se han reimprimido ya unos 170. No sé qué va a pasar con Spirit. Puede que escriba más historias y puede que no. Es lo mismo que preguntarle a un candidato si piensa presentarse a las próximas elecciones. No hay por qué correr tanto. Además, ahora estoy metido en cosas nuevas, que me apasionan, y que creo que pueden alcanzar tanto éxito como Spirit. Ya veremos.








Publicado en Ilustración COMIX Internacional Nº1, TOUTAIN EDITOR, S.A., año 1.980, Barcelona

sábado, 20 de mayo de 2017

NADA, SOLO UN RECUERDO Argumento y guión: Roberto Dal Pra Dibujos: Jordi Bernet














Luca Torelli es Torpedo Revista mensual de historietas y literatura negra Nº 2. Junio 1.991 EDITORIAL MAKOKI, S.A. Barcelona



El potencial infinito

ECC completa el rescate en nuestro idioma de una de las grandes series del cómic francobelga de todos los tiempos, un prodigio visual y narrativo.

JAVIER FERNÁNDEZ
17 Mayo, 2017


'Philémon Integral, 3'. Fred. ECC. 336 páginas. 35 euros.

Con la publicación del tercer integral de Philémon, la obra maestra de Fred (1931-2013), ECC completa el rescate en nuestro idioma de una de las grandes series del cómic francobelga de todos los tiempos, un prodigio visual y narrativo que permanecía inédito (en su mayor parte) en nuestro mercado. Lo hace, además, en una edición exquisita, en la que se incluyen diversos paratextos realizados expresamente para la ocasión, que nos informan sobre el autor, ayudan a contextualizar la obra y ponen en valor este singularísimo título. Tomo prestadas, y suscribo, las palabras del siempre certero Álvaro Pons en el epílogo de este tercer integral: "Fred creó un mundo inigualable, solo al alcance de los genios. Sus letras solo son comparables a los mundos mágicos tras el espejo, a Oz, Slumberland o Coconino. Tomó el sentido de la fábula y la aventura de los clásicos, desde los cuentos de Las mil y una noches o la épica de La Odisea a Swift, Carroll, Verne y Wells, para desarrollar una obra que añadía a la imaginación desbordante ese matiz tan particular de poética del absurdo que encuentra coherencia dentro del delirio. Surrealismo que evolucionaba hasta la autoconsciencia para convertirse en una ficción de ficciones, en una metaficción donde los personajes no solo eran conocedores del papel que estaban representando, sino que tomaban las riendas para independizarse de su creador y transitar solos, de la mano de los lectores".

De los 16 álbumes que componen la serie, el presente tomo nos regala los seis últimos: La Mememoria (La Mémémoire, 1977), El gato de nueve colas (Le Chat à neuf queues, 1978), El secreto de Félicien (Le Secret de Félicien, 1981, serializado como La feuille qui devait passer l'hiver), El infierno de los espantapájaros (L'Enfer des épouvantails, 1983), El diablo del pintor (Le Diable du peintre, 1987) y el muy posterior El tren en el que viajan las cosas (Le Train où vont les choses, 2013), con el que Fred demostró lo poco que afecta el paso del tiempo a los verdaderos genios. No en vano, su larga trayectoria le granjeó premios tan prestigiosos como el Yellow Kid del festival de Lucca (1973), el Gran Premio de Angoulême (1980), el nombramiento como Caballero de la Orden de la Artes y las Letras (1983) y la posterior investidura como oficial de esa misma Orden (1992), o el Alph-Art al mejor álbum francés en Angoulême (1994).

De nuevo en palabras de Pons: "Cincuenta años después de la creación de Philémon, su legado es inconmensurable e inabarcable. Fred llevó la efervescente experimentación radical que estaba a su alrededor en los bulliciosos años sesenta a un nivel distinto. (…) Frente a la provocación y el enfrentamiento, Fred se presentó solo con las armas de la imaginación y el absurdo. (…) Fred forma parte de ese reducido círculo de autores que son citados por todo estudiosos que intente comprender los mecanismos de la historieta. Pero, también, de ese selecto grupo que consigue transmitir con su obra la magia de la historieta. El potencial infinito del noveno arte".


Malaga Hoy

Los orígenes de Neopolis

JAVIER FERNÁNDEZ
17 Mayo, 2017



'Top 10: The Forty-niners + Smax'. Alan Moore, Gene Ha, Zander Cannon. ECC. 256 páginas. 25 euros.

Ecc sigue recuperando los diversos títulos creados por Alan Moore para el sello America's Best Comics y le toca el turno ahora a dos spin-offs de la premiada serie Top 10. Así, el volumen Top 10: The Forty-Niners + Smax reúne la novela gráfica Top 10: The Forty-Niners (2005), que retrocede en el tiempo para narrarnos, con excelentes dibujos de Gene Ha, los orígenes de Neopolis y su particular cuerpo de policía, más la miniserie Smax (2003), en la que el personaje homónimo viaja con su compañera Robyn Slinger (más conocida como Toybox) a su dimensión de origen. Dibujada por Zander Cannon, esta última miniserie sirve a Moore, entre otras cosas, para parodiar los tópicos del género de la fantasía. El libro se completa con la historieta corta Uno de los muertos, también dibujada por Cannon y extraída del America's Best Comics Special número 1 (2001).


Malaga Hoy



Nuevos mundos

JAVIER FERNÁNDEZ
17 Mayo, 2017




'El multiverso integral'. Grant Morrison y otros.ECC. 480 páginas. 40,50 euros.

La trayectoria de Grant Morrison dentro del género de superhéroes está jalonada de obras imprescindibles: Animal Man, Doom Patrol, la serie fronteriza Los invisibles, JLA, New X-Men, 7 Soldados de la Victoria, All-Star Superman o su larga intervención en Batman, por citar solo un puñado. Son títulos que dan cuenta de una fértil imaginación y un gusto por la metatextualidad y la experimentación formal, que han situado al autor en la primera línea del género en el siglo XXI. Recientemente, Morrison se superó a sí mismo con la ambiciosa serie limitada El Multiverso (2014-2015), en la que sacaba punta al concepto de tierras paralelas que ha caracterizado el universo DC desde su invención por Gardner Fox en el número 123 de The Flash (1961).

El Multiverso se compone de siete alucinantes especiales ambientados en diversos mundos paralelos y vinculados al argumento apocalíptico que se abre y cierra en los dos números de la miniserie que da nombre al conjunto. El orden de lectura, usando los títulos originales, es el siguiente: The Multiversity 1, The Society of Super-Heroes, The Just, Pax Americana, Thunderworld Adventures, The Multiversity: Guidebook, Mastermen, Ultra Comics y The Multiversity 2, un auténtico mosaico en el que cada estela tiene un sabor distintivo, sustentado en la amplitud de conceptos vertidos por Morrison, pero también en la variedad de estilo gráficos. Y es que el escritor se acompaña aquí de algunos de los talentos más notables de la industria: Ivan Reis, Chris Sprouse, Ben Oliver, Frank Quitely, Cameron Stewart, Jim Lee y Doug Mahnke, entre otros. Especialmente deslumbrantes son el episodio Pax Americana, denso homenaje a Watchmen protagonizado por los antiguos personajes de Charlton y dibujado por Quitely, el gamberro y divertido The Just o The Multiversity: Guidebook, que apabulla por su profusión de ideas. ECC recupera ahora esta maravilla en un solo volumen que incluye todas las portadas alternativas y un amplio apartado de bocetos, diseños previos y páginas a lápiz.


Malaga Hoy

El Doctor Extraño siempre cambia de tamaño

Stan Lee y Steve Dikto crean en 1963 este personaje, que es el Hechicero Supremo del Universo Marvel. Ha aparecido en numerosas ocasiones en películas y series de dibujos.

GERARDO MACÍAS
17 Mayo, 2017




'100% Marvel: Extraño'. Guión: Mark Waid. Dibujos: Emma Ríos. Panini Cómics, 2010. Edición Original USA: 'Strange vol. 2', nº 1-4 (Marvel Comics, 2010).

En 1969, la banda de rock psicodélico Pink Floyd grabó la canción Cymbaline, escrita para el álbum More y para la película del mismo título. Una estrofa de esta canción dice: "Doctor Strange is always changing size", cuya traducción es "El Doctor Extraño siempre cambia de tamaño".

El año anterior, Pink Floyd había homenajeado al personaje en la portada del disco A Saucerful of Secrets, donde podemos ver elementos psicodélicos que camuflan una viñeta del Doctor Extraño, perteneciente a Strange Tales nº 158.

Dr. Extraño fue creado por Stan Lee y Steve Ditko en Strange Tales nº 110 (1963). Es el Hechicero Supremo del Universo Marvel. No suele cambiar de tamaño como dice Pink Floyd, pero podría hacerlo gracias a sus poderes místicos.

Steve Ditko y Stan Lee basaron la apariencia del Doctor Extraño en la del actor Vincent Price. El año de debut del Doctor Extraño, Price interpretó al Hechicero Supremo Dr. Craven en The Raven para el director Roger Corman.

La mansión de Extraño está en el número 177A de Bleecker Sreet, en Greenwich Village, Manhattan, que es la dirección real del apartamento que dos guionistas de Marvel Comics, Roy Thomas y Gary Friedrich, compartían en los años sesenta.

En aquellos años, Greenwich Village estaba poblado por escritores, dibujantes, actores y periodistas que le dieron al barrio su carácter bohemio. Era la transición entre el movimiento beat y la era hippie, y Greenwich Village floreció como meca creativa.

Stan Lee guardaba muy buen recuerdo de los seriales radiofónicos con los que creció, especialmente Chandu el Mago. El siguiente personaje de Marvel debía ser un mago, y debutando en Strange Tales, qué mejor nombre que Doctor Extraño. Con esa idea se dirigió al artista que mejor plasmaba lo esotérico: Steve Ditko.

Stan Lee era un hombre muy ocupado, guionista principal y responsable de producción, por lo que a partir de Strange Tales nº 135, Ditko se hace cargo del argumento, y Lee inventa frases grandilocuentes como: "Por las Bandas Carmesí de Cyttorak", porque un mago debe tener su repertorio propio de hechizos.

Steve Ditko plasmó la magia utilizando una simbología propia que atrajo la atención de una emergente comunidad interesada en lo místico, pero también la del movimiento hippie, pensando que los viajes astrales del Doctor Extraño representaban los efectos del LSD.

Sin embargo, lo cierto es que Ditko es, ideológicamente, lo más alejado a la cultura hippie. Ditko es seguidor de la filósofa Ayn Rand, y de su sistema filosófico llamado Objetivismo, que es contrario a las drogas y a la religión, y partidario del capitalismo del libre mercado. Ditko nunca consumió drogas y sus referencias provienen de su imaginación.

El Doctor Extraño ha aparecido en incontables ocasiones en películas y series de dibujos animados. Peter Hooten interpreta en 1978 el papel del Dr. Extraño en una película para televisión, escrita y dirigida por Philip DeGuere. En 2016, se estrenó en cines la película Doctor Strange, protagonizada por Benedict Cumberbatch y dirigida por Scott Derrickson.

Emma Ríos es una dibujante nacida en 1976 en Villagarcía de Arosa. En la Universidad de la Coruña se licenció en Arquitectura. Fue galardonada con el premio a Autor Revelación en Expocómic 2008. También ha realizado Amadís de Gaula para SM. Extraño supuso el primer encargo de Marvel para Emma Ríos, que fue la primera autora española que entró en el mercado USA, y además coincidiendo con esto dejó de ejercer la arquitectura.

Mark Waid (1962) es un guionista estadounidense. Comenzó en la compañía Fantagraphics Books en la revista Amazing Heroes, antes de ser contratado por DC Comics a mediados de los 80. Waid es un profundo conocedor de los universos DC y Marvel, y son suyas algunas de las más reconocidas etapas de Flash, Capitán América, JLA o Los Cuatro Fantásticos.

En las páginas de este cómic, dibujadas al estilo amerimanga, el Doctor Extraño ha dejado de ser, al menos temporalmente, el Hechicero Supremo del Universo Marvel. Ahora debe descubrir un nuevo camino que le lleva hasta un terrible cónclave de amenazas mágicas. Para sobrevivir a la experiencia, tendrá que buscar la ayuda de su nueva aprendiz, Casey Kinmont.

Malaga Hoy


jueves, 18 de mayo de 2017

Robert Capa. Aventurero, vividor y romántico.

El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos fue también un héroe, un apasionado de la vida al límite. Una biografía que publica en España Debate revela aspectos desconocidos, como su romance con la actriz sueca Ingrid Bergman. Por Julia Luzán.

El mejor fotógrafo de guerra de todos los tiempos era un viajero bebedor, jugador y mujeriego, un hombre explosivo, inagotable en su capacidad para aprovechar la vida, que perdería finalmente en un estallido. Así es el retrato que traza de Rober Capa el escritor y periodista Alex Kershaw, autor de una biografía definitiva, Sangre y champán (editorial Debate), que ahora se publica en España.

"Capa llevaba el deslumbrante traje de matador, pero nunca entró a matar. El destino quiso que la muerte se lo llevara en la cúspide de su gloria". Henri Cartier-Bresson recuerda así al fotógrafo extraordinario cuya cámara fijó el cartel definitivo de los mayores conflictos bélicos del siglo XX, desde la Guerra Civil española hasta la inicial guerra de Vietnam. Robert Capa era ese héroe romántico, atractivo por un estilo de vida cautivador, hecho en el peligro de la foto en la que todos le veían dentro. "En una guerra tienes que odiar o amar, tienes que adoptar una postura o no aguantas".

Moreno, de cejas muy pobladas, labios gruesos y manos delicadas, su éxito entre las mujeres es una leyenda. Todas adoraban de Capa su locura y simpatía. Por su azarosa vida amorosa pasaron actrices 
como Ingrid Bergman o Hedy Lamarr, esposas de políticos como Pamela Churchill, escritoras, fotógrafas... y Gerda Taro, la primera y la que nunca pudo olvidar. Fue un bohemio tan incurable que ni siquiera le gustaba ir a cenar a casa de los amigos. Prefería los restaurantes, los cafés y las barras de los bares, donde podía hablar con desconocidos.


EL ETERNO JUGADOR.
Capa, en 1952, con varias papeletas de apuestas en la mano, en el hipódromo de Longchamp, París.

 FOTOGRAFÍA DE HENRI CARTIER-BRESSON / MAGNUM

André Friedmann (nombre real de Capa) nació un 22 de octubre de 1913 en Budapest, con una buena mata de pelo negro y un meñique de más en una mano, el signo, para su madre, de los elegidos de Jehová. Bandi, diminutivo cariñoso de André, fue un chaval zascandil, alegre y travieso que fisgaba, curioso, la habitación donde su madre, Julia, cosía y probaba los vestidos a las mujeres de la buena sociedad húngara. Ya adolescente, coqueteó con el Partido Comunista Húngaro, al que se afilió en los años veinte. "André lo hizo por varios motivos, se sentía discriminado por ser judío, pero a la vez le atraía el peligro", recuerda una amiga de la infancia, Eva Besnyö. Una hazaña que años más tarde le ocasionaría algún problema con la inmigración en EE UU. Durante la caza de brujas emprendida por el senador McCarthy en los años cincuenta, Capa, en una declaración jurada, negó haberse afiliado: "Estudié el socialismo, pero enseguida me descubrí en desacuerdo con los objetivos y métodos del Partido Comunista".

En julio de 1931, André deja Budapest, adonde sólo volvería de visita, ya terminada la II Guerra Mundial. "Odio la violencia, no hay nada que odie más que la guerra". Quería estudiar Ciencias Políticas en Berlín, en la afamada Deutsche Hochschule Für Politik, donde se matriculo, aunque pronto dejó de ir a clase, y cuando el escaso dinero que le enviaban sus padres se acabó, decidió hacerse fotógrafo, "lo más parecido al periodismo para alguien que no domina el idioma".

En Berlín hizo amistad con Otto Umbehrs, Umbo, el fotógrafo que retrató como nadie la decadencia de Berlín y los clubes nocturnos y que le hizo un hueco en su agencia Dephot.

Con una Leica prestada que Umbo le prestó, André comenzó a sacar retratos. Pronto llegaría su primera oportunidad al recibir el encargo de la agencia de fotografiar a Trotski, que se encontraba en Berlín para dar una conferencia sobre la revolución rusa. Aquélla fue su primera foto firmada.


 RECUERDOS. Gerda Taro, el gran amor de su vida. Bailando (1940) en Sun Valley. Martha Gellhorn, la mujer de Hemingway, su amiga íntima, aparece en primer plano. Robert Capa, junto al fotógrafo George Rodger, en Napoles, en 1943. El primero por la izquierda, delante de un tanque, en China, en 1938. Bajo estas líneas, Capa con Hemingway, en 1940, en Sun Valley, Idaho.

FOTOGRAFÍA DE FRED STEIN / LLOY ARNOLD / JOHN F. KENNEDY UBRARY / EUROPEAN FUNDATION JORIS IVENS / MAGNUM PHOTOS

Su personalidad arrolladora le hacía granjearse la amistad de todos. La fotógrafa Giséle Freund le introdujo en los círculos culturales de un Berlín neurótico que asistía a las representaciones de las obras de Bertolt Brecht y al desfile de las primeras camisas pardas, un Berlín que vivía sus más duros años políticos y que contempló cómo, el 31 de julio de 1932, el Partido Nacionalsocialista de Hitler ganaba las elecciones con más de 13 millones de votos. Meses después, el 30 de enero de 1933, Hitler sería nombrado canciller. Su instinto le hizo comprender que sus días en Berlín estaban contados. Partió hacia Viena, aunque su destino sería París.

Al principio, la vida en la capital de Francia fue dura. André, sin oficio ni beneficio, siempre vestido con una mugrienta cazadora de cuero, mataba el tiempo en los cafés. En uno de ellos, el Dome de Montparnasse, trabó amistad con un judío polaco, David Seymour, Chim, que trabajaba para el semanario del Partido Comunista Regards. Aquél fue un golpe de suerte. Chim le presentó a otro fotógrafo, un tal Henri Cartier-Bresson. Al grupo se uniría otro fotógrafo alemán, Pierre Gassmann, hoy propietario de uno de los más importantes laboratorios fotográficos de París, que conserva un grato recuerdo de aquellos días: "Siempre me pareció una persona de lo más divertida, alguien que siempre vivía el presente, un gran apasionado de la vida, del vino y las mujeres".

También en París conoció el amor. Se llamaba Gerda Pohorylles y fue la creadora del mito Capa. Como primera medida, decidió que habían de reinventarse sus nombres. Ella adoptó el de Gerda Taro, inspirado en un artista japonés de la época, Taro Okamoto. Él se bautizó como Robert Capa. La pareja se inventó también una sociedad de tres personas. Gerda, que trabajaba para una agencia de fotos, se adjudicó el papel de secretaria y representante comercial; André sería el laborante del cuarto oscuro, y los dos habían sido contratados por un imaginario fotógrafo norteamericano rico, famoso y con talento llamado Robert Capa. Robert sonaba muy yanqui, y Capa era un apellido fácil de pronunciar en cualquier idioma.

En 1936, Capa inicia sus colaboraciones con la revista Vu, una de las más influyentes de la época, en la que publicaría sus asombrosas fotografías del Frente Popular en la Guerra Civil española.

Habían empezado a lloverle encargos. A primeros de julio de 1936 le pidieron que hiciera las fotografías de la ceremonia del vigésimo aniversario de una de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial y Capa sacó el cementerio de Verdún con los veteranos colocados en fila detrás de las lápidas de sus compañeros muertos. Unos días después leyó en los periódicos la noticia del levantamiento de Franco y pidió a Lucien Vogel, director de Vu, que le mandara a España. Gerda y Capa se desplazan a Barcelona, recorren el frente de Huesca y bajan hasta Córdoba, donde se esperaba una fuerte ofensiva. Cerca de un pequeño pueblo cordobés, Cerro Muriano, encuentran por fin la acción que estaban buscando. Durante la mañana del 5 de septiembre, el ejército de Franco había bombardeado Cerro Muriano y el general Queipo de Llano avanzaba hacia Sevilla con sus tropas. Capa se unió a la

Capa a finales de 1944. 


 ENTRE AMIGOS.
Ingrid Bergman, con la que mantuvo un apasionado romance, en la película "Encadenados", de Hitchcock. Los fundadores de la agencia Magnum, en París, en 1945. Capa a la izquierda; "Chim" Seymour, en el centro, sin corbata; Cartier-Bresson, en segundo plano, a la derecha. Jugando al poker con John Huston, en 1953; En Londres, junto al escritor John Steinbeck y su mujer, en un hotel de París, en 1947.
Fotografía de Hutton-Getty/ RKO Radio Pictures John G. Morris Collection/Biblioteca de la Universidad de Chicago/ Ernest Haas /Center for Steinbeck Studies /Michel Decamps

La última fotografía de Capa, tomada por su amigo Michel Decamps en Indonesia.

 milicia Alcoy del ejército republicano y junto a ellos hizo la foto más famosa de la Guerra Civil española, Muerte de un miliciano. Un icono del siglo XX por su fuerte carga simbólica, el instante de la muerte captado a escasos 20 metros de ella. "No hace falta recurrir a trucos para hacer fotos en España. No tienes que hacer posar a nadie ante la cámara. Las fotos están allí, esperando que las hagas. La verdad es la mejor fotografía, la mejor propaganda", declaraba Robert Capa a un periódico norteamericano en septiembre de 1937. La fotografía del miliciano herido de muerte se publicó en Vu el 23 de septiembre de 1936. La leyenda de Muerte de un miliciano y las dudas sobre si era o no una foto trucada perseguirían a Capa de por vida.

Capa viajó al frente de Madrid y allí fotografió los rostros más tristes de la guerra y a las mujeres huyendo aterrorizadas con sus hijos de los bombardeos de la aviación de Franco. En Madrid, Gerda y Capa se alojan en el hotel Florida. Allí conocen a Ernest Hemingway "Le llamaban Papá y no tardé en adoptarlo como padre".

Gerda Taro era increíblemente bonita, una pelirroja de bandera con chispeantes ojos verdes. Vestida siempre con pantalones, una boina ladeada y un revólver en la cintura, su éxito entre los corresponsales de guerra en Madrid fue absoluto. Mientras Capa regresaba a París, Gerda se en-caminó al frente de Brunete. Allí, subida al estribo de un automóvil que embistió un tanque republicano, encontró la muerte. Capa recibió la noticia en París. Inconsolable, su carácter cambió a raíz de la muerte de Gerda. Bebía más que nunca y flirteaba con cualquiera que se le pusiera a tiro.

En 1938, Capa puso rumbo a una nueva guerra en el otro extremo del mundo, la de China contra Japón, perseguido por el recuerdo de Gerda. Pensaba colaborar en un documental, Los cuatrocientos millones, que iba a rodarse en China, un proyecto que agradó sobremanera a la mujer de Chiang Kai-chek, la todopoderosa madame Chiang. Pero lo que hizo, armado con su Leica, fue disparar una y otra vez su cámara. Lo fotografiaba todo, los estragos de los bombardeos, a niños con barrigas protuberantes, a mujeres embarazadas en medio del barro y la suciedad. Era como si Capa hubiera decidido ir al encuentro de la muerte.

 Capa se marchó de China para asistir en directo a la derrota de la España republicana. En Barcelona se encontró de nuevo con Hemingway, y en el bar del hotel Majestic del paseo de Gracia pudo conocer a una rubia corresponsal, despampanante, Martha Gellhorn, con la que se casó Hemingway, pero que llegaría a ser una de las mejores amigas y confidentes de Capa, hasta el punto de que Hemingway se distanciaría de él por este motivo.

Capa está tan implicado en la Guerra Civil española que no puede perder un minuto. Deja Barcelona y la despedida de las Brigadas Internacionales (las fotos de Capa muestran a cientos de hombres llorando con el puño en alto) y acude a la batalla del Ebro. Capa lo capta todo con su cámara. Sus últimas fotografías son las de la derrota, una larga hilera de republicanos cruzando la frontera de Francia.

El 1 de septiembre de 1939, el ejército de Hitler invade Polonia. Dos días después, Francia e Inglaterra declaran la guerra a Alemania. En octubre, Capa se embarca rumbo a Estados Unidos y se reencuentra con familiares que han logrado huir del peligro de los campos nazis. La vida en el piso familiar del Upper West Side de Nueva York es placentera, Juega al póquer con su hermano Cornell, y Julia, su madre, lo cuida. Pero la tranquilidad le dura poco. Capa está obsesionado con regresar a Europa. La entrada en la Guerra Mundial de Estados Unidos significa para Capa la posibilidad de volver a cubrir una contienda. La revista Collier's le envía a Inglaterra para fotografiar el desembarco aliado.

Una noche de primavera de 1943, Capa se bebió la última botella de champaña y se subió a un tren que le llevaría a un barco de transporte de tropas con rumbo al norte de África y se une a la primera oleada de tropas que aterrizaron en Sicilia. El escritor John Steinbeck, autor de Las uvas de la ira, se encuentra también allí como corresponsal entre "esa banda de rufianes, intrépidos y alegres". Capa fotografió los grandes horrores de Napoles y Montecasino. Se siente casi como un enterrador: "La guerra es como una actriz que envejece. Cada vez es menos fotogénica y más peligrosa".

El día más largo se acerca. De los 175.000 hombres que lucharon en el día D, Capa fue uno de los pocos que habían escogido voluntariamente su destino: jugarse la vida en las primeras oleadas de las tropas de asalto. Capa decidió poco antes de la decisiva batalla de Omaha irse de compras en Londres. Si hay que morir, por lo menos hacerlo bien vestido. Se compra una gabardina Burberrys y una petaca de plata para guardar el whisky En una foto se le ve con las manos en los bolsillos de su nueva gabardina y un cigarrillo medio consumido en los labios. "Yo iba en ese bonito barco con el 116 de Infantería. La comida es buena y jugamos al póquer casi toda la noche".

A las tres de la madrugada de la hora H del día D, Capa desayunó crepés, salchichas, huevos y café. Después se subió con otros 30 hombres a un bote y empezó el baile. El cielo se llenó de aviones y las bombas empezaron a caer por todos los lados. "Algunos de los chicos vomitaban educadamente en bolsas de papel y me di cuenta de que era una invasión civilizada". Sacó una de sus dos cámara Contax y empezó a disparar. "Vi cómo caían cientos de hombres, y tuve que abrirme paso a empujones a través de sus cuerpos, lo que hice con educación". Pasó 90 minutos sacando fotos hasta que se le acabaron los carretes. Se subió a otra lancha que le llevaría al barco, cuando se encontraba a pocos metros de la playa miró hacia atrás y disparó una última foto de la sangrienta Omaha envuelta en humo. La playa cubierta de lanchas de desembarco destrozadas, tanques calcinados, biblias flotando en charcos de sangre... e innumerables cadáveres de jóvenes norteamericanos. Capa ya a salvo, a bordo del barco Samuel Chase, sufrió un colapso. Estaba agotado. Cuando se despertó tenía alrededor de su cuello una nota escrita por los enfermeros que decía "Caso de extenuación. Sin placa de identidad". Las fotos de Capa de la batalla de Omaha aparecieron el 19 de junio en la revista Life.
Entró en París con los ojos llorosos. "Fue el día más inolvidable de mi vida". Era la liberación y Capa brindó con Cartier-Bresson y Chim, sus amigos de años. En los días siguientes bebió muchas más botellas de champaña para celebrarlo.

DESPEDIDA. Julia Friedmann, la madre de Capa, ante la tumba de su hijo, en el cementerio de Amawalk, en Nueva York.


Desde la muerte de Gerda, Capa se había sostenido viviendo únicamente el presente, sobreviviendo para conseguir cama, comida, una botella de whisky y una mujer. Qué iba a ser de él si la guerra se había acabado.

Una tarde de junio en París, Capa está sentado en el vestíbulo del hotel Ritz con su compañero de timba, el escritor Irwin Shaw, y la actriz Ingrid Bergman pasa por delante de él. "La misma tarde que llegué", recordaría la actriz, "me pasó una nota por debajo de la puerta de mi habitación... Capa es genial y tiene una mente maravillosa". El romance del corresponsal de guerra, bohemio y atormentado, y la protagonista de Casablanca será importante en la vida de Capa. Tras una noche loca de copas en París, la sueca se enamoró perdidamente.

Bergman y Capa se convirtieron en inseparables. Ella quiso divorciarse, pero Capa paró el golpe. La actriz, aunque molesta por esta reacción, le invitó a acompañarla a Hollywood, adonde iba a rodar una película de Hitchcock, Encadenados. Capa fue a Hollywood y aceptó un trabajo en la productora International Pictures. Bergman estaba encantada. Pero Capa lo que hacía era tontear en las barras de los bares y apostar en el hipódromo. Jugador empedernido, nunca tenía un duro y además se aburría. Necesitaba acción. "Para ser una mujer hecha y derecha, es tan ingenua que duele. Le da miedo soltarse la melena...".

En mayo de 1946, Capa estaba hasta las narices de Hollywood. La actriz sueca se toma un descanso y se marchan a Nueva York. Capa la llevó a conocer a su madre, pero continuaba sin querer casarse con ella. "Si mañana me envían a Corea y estamos casados y con un hijo, no podré ir. Y eso es imposible".

Volvieron a Hollywood, en esta ocasión para que ella rodara Arco de triunfo, basada en la novela de Erich María Remarque. Capa hacía las fotos del rodaje y se dedicaba a beber cócteles con Charles Boyer. Cada vez se emborrachaba más a menudo: "La bebida se había convertido para él en una especie de desafío machista, era algo así como un calmante". La relación entre ambos poco a poco se iba enfriando: "Estamos bebiendo las últimas botellas de champaña".

Capa, "uno de los hombres más encantadores del mundo" y Bergman rompieron finalmente. Él se dedicó a beber y a jugar al póquer. En Nueva York coincidió con Steinbeck. Para el escritor también eran malos tiempos, su matrimonio no funcionaba y su carrera estaba atravesando una mala racha, así que bebía sin parar. Ambos decidieron unir sus destinos y largarse a hacer un reportaje sobre la vida cotidiana en la Unión Soviética. El viaje fue un fracaso para Capa porque los soviéticos casi no le permitieron hacer fotos y se incautaron de muchas de las que logró hacer. La colaboración Capa-Steinbeck fue más bien decepcionante, aunque quedaron amigos y con otro proyecto, la productora World Video. Gracias a ella, en 1948 pudo viajar de nuevo a París, capital de la moda, para fotografiar los vestidos de la casa Dior. Capa coqueteó con todas las supermodelos, era como un zorro encerrado en un gallinero.

La muerte perseguía a Capa en sueños, la guerra no se borraba de su cabeza. Iba de acá para allá: "Siempre tuvo dinero para viajar, nunca para establecerse". Para huir del marasmo decide entonces montar su propia agencia de fotografías. A mediados de abril de 1947 organiza una comida en el restaurante del Museo de Arte Moderno de Nueva York e invita a sus amigos George Rodger, Henri Cartier-Bresson, Maria Eisner, David Seymour, Chim y Vandivert. A los postres, la sociedad es un hecho, una cooperativa a la que bautizaron Magnum por su afición a las grandes botellas de champaña. Chim sería la cabeza de la agencia, y Capa, el carismático, "un fotógrafo instintivo, uno de los grandes aventureros de la fotografía", el alma.

Capa reclutó durante años a todos los fotógrafos que conocía para Magnum. Inge Morath, Eve Arnold, Elliott Erwitt y Marc Riboud, entre otros, ficharon por la agencia que presumía de contar entre sus filas con los mejores fotorreporteros.

Los años pasan, Capa está cansado de su leyenda de donjuán y quiere quitarse la máscara de hombre jovial. Ha cumplido 41 años. Se siente activo, pero duerme mal. Se levanta exhausto de las pesadillas. El rostro del joven de 18 años en el desembarco de Normandía se le aparece en sueños una y otra vez. Tiene que pasarse la mañana en la bañera leyendo novelas de Simenon para que el cuerpo se ajuste a su cabeza. El 30 de abril de 1954, Capa acepta la oferta de Life para cubrir la guerra de Indochina. El 9 de mayo aterriza en Hanoi. "Puede que ésta sea la última gran guerra", había dicho Capa al despedirse.

El 25 de mayo de 1954, Capa se dispone a partir para la conflictiva zona del sur del delta del río Rojo. "Va a ser un gran reportaje y hoy me voy a portar bien, no voy a insultar a mis colegas y no voy a hablar ni una sola vez de la excelencia de mi obra". Se había preparado una petaca con coñá y un termo con té helado. Cruza el río Rojo con el batallón. Capa se dedica a fotografiar a los campesinos recogiendo arroz en los campos. Salta del camión y se adentra en los arrozales. De pronto se oye una explosión. Un joven vietnamita corre chillando. "El fotógrafo ha muerto". Capa yacía en medio de un charco de sangre, su pierna izquierda voló en pedazos. Había muerto con las botas puestas, disparando su inseparable Leica.

Robert Capa, el mejor fotógrafo de guerra, y su madre, Julia, reposan juntos en una tumba en el cementerio de Amawalk, Nueva York. Las mujeres le lloraron. Sus amigos se tomaron una última copa en su honor. •

'Sangre y champán, la vida y época de Robert Capa', de la editorial Debate, sale a la venta esta semana. Precio, 23 euros.

El Pais Semanal Número 1.384. Domingo 6 de abril de 2.003