viernes, 23 de septiembre de 2016

Los sueños de este loco siglo, niño y decrépito Oreste del Buono


El 24 de julio de 1895 en Bellevue, donde estaba de vacaciones, el doctor Sigmund Freud logró por fin interpretar completamente un sueño. Hacía mucho que le daba vueltas, pero por varios motivos las cosas le salían sólo a medias. En esa ocasión fue más afortunado o más hábil, o mejor dicho las dos cosas, ya que sabemos que suerte y habilidad van unidas. El sueño pasó a la historia del psicoanálisis como La inyección de Irma.

La tal Irma era una amiga de familia, para ser más precisos pertenecía a una familia amiga de la familia de Freud. Él la había tratado por una enfermedad de tipo histérico. La amistad con la familia había complicado la cura, en esos casos, de hecho, el interés del terapeuta es grande, pero su autoridad irremisiblemente menor. De este modo Freud había propuesto cierta solución pero Irma no la había aceptado por no habérselo tomado demasiado en serio. Las vacaciones interrumpieron las discusiones, al irse cada uno por su cuenta lejos de Viena. Pero Freud recibió la visita de un conocido común, Otto, también médico, que había estado en la misma localidad de veraneo que la paciente. Y a Freud se le ocurrió espontáneamente preguntar: «¿Cómo está Irma?». Otto le respondió: «¡Mejor, pero no está bien del todo...». Freud se sintió molesto, tanto por el significado de las palabras como por el tono con que se las había dicho. Le pareció notar un reproche, y, receloso, desconfiado, maniático como era, entrevio una verdadera conjura en su contra. Seguro de que la familia de la paciente, decepcionada porque, después de tantas promesas de cura, la curación no hubiese llegado, había influido en Otto. Algo de mala conciencia debía tener, porque por la tarde, cuando el conocido común ya se había marchado, escribió el historial clínico de Irma para pasárselo al doctor M., considerado por aquel entonces como el máximo exponente de su grupo de estudios, y poder así justificar y parar eventuales acusaciones. Sólo se acostó cuando hubo terminado de escribir. Ya de madrugada tuvo el sueño histórico, o al menos el sueño que convirtió en histórico, anotándolo en seguida e interpretándolo más tarde.


II
Notas de Freud:
"Un salón grande —estábamos recibiendo a numerosos invitados—. Entre ellos estaba Irma. Yo la cogí en seguida a solas, como para contestar a su carta y reprenderla por no haber aceptado aún mi solución. Le dije: «Si sigues teniendo dolores es única y exclusivamente culpa tuya». Me respondió: «Si al menos supieses los dolores que tengo ahora en la garganta, en el estómago, en el vientre, me ahogan». Me respondió: «Si al menos supieses los dolores que tengo ahora en la garganta, en el estómago, en el vientre, me ahogan». Yo me asusté y la miré. Estaba pálida e hinchada. Pensé que en fin de cuentas debía haber descuidado algún trastorno orgánico. La llevé junto a la ventana, y le observé la garganta, y ella mostró alguna reticencia como aquellas mujeres que llevan la dentadura postiza. Yo pensé que realmente no había para tanto. Luego abrió la boca y le encontré a la derecha una gran mancha blanca, en otro punto vi costras grisáceas extendidas en formas muy curvadas que imitaban abiertamente los turbinales de la nariz. Llamé inmediatamente al doctor M., él repitió el examen y lo confirmó... El doctor M. parecía muy distinto a lo normal, estaba pálido, cojeaba, y no llevaba barba... También mi amigo Otto estaba ahora junto a ella, y mi amigo Leopoldo estaba percutiendo su pecho, y decía: «Tiene un área obstruida hacia abajo a la izquierda». Indicó también que una parte de la piel del hombro izquierdo estaba infiltrada (lo noté yo también a pesar del vestido)... M. dijo: «No hay duda, se trata de una infección, pero no tiene importancia, cuando actúe la disentería las toxinas serán eliminadas»... Nosotros supimos en seguida incluso el origen de la infección. Hacía poco, cuando ella no se encontraba muy bien, mi amigo Otto le había dado una inyección de propilo... propiles... ácido propiónico... trimetilamina (y vi ante mí la fórmula impresa en negritas)... Inyecciones de ese tipo no debieran suministrarse tan a la ligera... Y además la jeringuilla no debía estar limpia". Freud anotó el sueño en seguida, porque estaba convencido de que la observación de los sueños presenta dificultades concretas. El único medio de evitar expresamente errores, pensaba Freud, es transcribir sin el más mínimo retraso lo que se acaba de soñar antes de que intervenga el olvido total o parcial. El olvido total no es grave, pero el olvido parcial es traidor. De hecho, si nos ponemos a explicar lo que no hemos olvidado, tendemos a completar con la fantasía los fragmentos incoherentes y - desligados que nos proporciona la memoria. Nos convertimos en artistas sin darnos cuenta y el relato repetido periódicamente se impone a la credulidad de su autor, que de buena fe lo presenta como un hecho auténtico, debidamente establecido según los métodos apropiados.

III
En resumidas cuentas, Freud, se previno ante todo del riesgo de convertirse en artista sin darse cuenta. Tras haber transcrito el sueño volvió a considerarlo. Intuía que se trataba de una gran ocasión. Tenía una ventaja sobre otros muchos sueños. El punto de partida no daba lugar a dudas, los acontecimientos de la víspera: las informaciones que le trajo Otto sobre las condiciones de Irma, el historial clínico cuya redacción duró hasta bien entrada la noche. ¿Pero y el punto de llegada? Freud no entendía nada, empezó entonces un análisis detallado del sueño transcrito sobre el folio que tenía ante los ojos, lo desmontó pieza a pieza, e hizo las acotaciones pertinentes. «El salón —estábamos recibiendo a muchos invitados...»,Aquel verano lo pasaba con la familia en Bellevue, una casa aislada sobre una colina, proyectada cuando la construyeron como lugar de esparcimiento, y por lo tanto con amplias habitaciones y techos altos. Faltaban pocos días para el cumpleaños de su mujer, y su mujer acababa justo de decirle que había invitado para el cumpleaños a algunos amigos, entre los cuales se hallaba Irma. El sueño había anticipado, por tanto, una circunstancia probable.

Y de este modo, pieza a pieza, procedió Freud. Él mismo hacía las conjeturas, y era él quien las aceptaba o las rechazaba. Al acabar la interpretación del sueño, empezó a estar convencido de haber captado el significado. El sueño satisfacía algunos deseos que surgieron en él tras los acontecimientos del día anterior. El sueño,.en definitiva, decretaba que él no era el responsable de que persistiesen los dolores de Irma, sino en todo caso Otto que resultaba culpable de ligereza en las curas médicas, en el poner inyecciones por ejemplo. Él, en definitiva, no tenía nada que ver con la persistencia de los dolores de Irma, ya que no sólo había dado consejos que no se habían seguido, sino que la enfermedad no le concernía, al ser de naturaleza orgánica. El sueño, concluyó Freud tras su encarnizado solitario, representaba un estado de cosas determinado que hubiese deseado que se produjese en la realidad. Por lo tanto, el contenido del sueño constituía la realización de un deseo y el motivo del sueño era un deseo.

Y aquí fue donde empezó la Interpretación de los Sueños. El libro, fundamental para este alocado siglo, fue publicado por el editor Franz Deuticke, Leipzig, Wien el 4 de noviembre de 1900. El capítulo que más trabajo le costó escribir a Freud fue el primero, o sea la reseña de toda la literatura precedente sobre sueños. La dificultad es comprensible: al compilar la reseña no se podían hacer conjeturas que pudieran aceptarse o rechazarse, hacía falta demostrar que se había leído un buen número de libros y que además se habían entendido. Freud no se las apañó demasiado bien, saltando de un concepto a una época y de una época a un concepto. De todas formas, nueve años después para la segunda edición de la Interpretación de los Sueños no quiso poner al día la reseña, aduciendo sobre todo con enfado: «Los nueve años que han transcurrido no han añadido nada nuevo o valioso sobre datos u opiniones que hubiesen podido aclarar el tema. En la mayor parte de las publicaciones que han aparecido durante este intervalo no se ha citado mi trabajo ni ha sido tomado en consideración...».


 IV
El 15 de octubre de 1905, en New York, en el suplemento dominical del Herald apareció una página singular firmada por Winsor Me Cay. En suma quince dibujos, de los cuales los tres primeros componían un tríptico que llevaba el título de la serie: Little Nemo, a la izquierda, In Slumberland, a la derecha, y en el centro el rostro de un gran viejo barbudo que le anunciaba solemnemente a un pequeño, ágil y deferente payaso que se inclinaba: «Su Majestad pide la presencia de Little Nemo». El cuarto dibujo mostraba a Little Nemo en la cama: un niño en camisa de dormir y con el pelo erizado, estaba sentado en medio de la cama para escuchar al payaso que, inclinándose ante él tal vez por la fuerza de la costumbre, le comunicaba la volutad de rey Morfeo de tenerlo en Slumberland. Una acotación advertía, sin embargo, que Little Nemo acababa justo de penetrar en el sueño cuando se le apareció el payaso. Resultaba, pues, más evidente todavía que en el cuarto dibujo

  Little Nemo se moviese ya en las dimensiones de un sueño que se había insinuado en el propio sueño. De hecho estaba saliendo de la cama, sorprendido y encantado, según reza una acotación posterior, por voluntad de rey Morfeo y por el hermoso caballito que el payaso le ofrecía, la montura ideal para alcanzar Slumberland.



La aventura continuaba de este modo. El payaso advertía a Little Nemo de que debía llevar cuidado en no tener demasiada prisa. Pero la carrera por el cielo, en camisa de dormir y sobre el hermoso caballito, excitaba a Little Nemo, hacía que olvidase consejos, advertencias, recomendaciones. El inconsciente aceptaba sin más, competir con un canguro cabalgado por una macaca. La carrera se complicaba, otros concurrentes venían a entrometerse, un perro de lanas cabalgado por un sapo, un cerdo cabalgado por un conejo, un camello cabalgado por una comadreja, un macho cabrío cabalgado por una mosca. Little Nemo se sintió de repente botado en pleno vuelo, el caballito había tropezado con una estrella. Qué desgraciada caída. Little Nemo patas arriba, invocaba: «Oh, papá, oh, mamá». Y luego se despertaba con la cabeza por el suelo y las piernas todavía en la cama. La tentativa de alcanzar Slumberland había fracasado. 1905, fecha de inicio de Little Nemo en Slumberland, se sitúa a medio camino entre 1900 y 1909, o sea entre la primera y la segunda edición de la Interpretación de los sueños. Pero no resulta fácil ver en Winsor Mc Cay a un lector del doctor Sigmund Freud. Por otra parte, no tenemos noticias de que tanto Jeronimus Bosch como William Blake hayan leído mucho a Freud, y, pensándolo bien, no es que esa falta de lectura haya perjudicado su arte.


 V
Aunque hubiese leído la Interpretación de los sueños con extrema atención, probablemente Winsor Mc Cay no se hubiese mostrado demasiado de acuerdo. Aquel asunto de que no se debían completar con la fantasía los fragmentos incoherentes y desunidos que nos proporcionaba la memoria del sueño, de que debía evitarse el riesgo de convertirse en artista sin darse uno cuenta, eso no, eso no iba con él. Él no podía evitar el riesgo de convertirse en artista sin darse cuenta, precisamente porque él sí quería convertirse en artista y en el fondo sabía que lo lograría. Me Cay no hubiese reconocido a un maestro en el doctor Freud. Él ya había reconocido a un maestro en el profesor John Goodeson. Profesor de dibujo, se entiende. Además, Mc Cay no ha ocultado nunca su devoción. «El profesor Goodeson era
 un gran maestro», podemos leer en una vieja declaración a Cartoons, «sólo enseñaba perspectiva, había reunido alrededor de sí a seis alumnos. Su idea era intentarlo con los zotes, y yo era justamente uno de ellos. Por aquel entonces tenía dieciséis años, y antes de cumplir los quince no había visto ni un automóvil ni la luz eléctrica por las calles de Spring Lake, Michigan, donde había nacido. Pero a mí sólo me importaba dibujar. El profesor Goodeson murió sin entregar a la imprenta su idea. Pero recuerdo bien algo que dijo una vez de mí: "Si este jovencito no fumase tantos cigarrillos, se oiría hablar de él". Así fue. Cualquier éxito que haya podido tener lo atribuyo a la insistencia del profesor Goodeson en enseñarme perspectiva...».

Mc Cay había empezado a trabajar como pintor de carteles para un circo. Mujeres barbudas, devoradores de espadas, sirenas, atracciones del género, un mundo que sabía que se alimentaba de residuos de un sueño mal conservado al despertar. Había demostrado ser lo bastante diestro y entonces el Cincinnati Times Star le hizo una oferta. Se había convertido en ilustrador de crónicas. Bodas, ceremonias, procesos, sucesos, un mundo que conocía la desolación del despertar de un sueño fracasado. Los dos mundos entre los que Mc Cay iba a moverse siempre: aquel del sueño en que todo hubiese podido armonizar, incluso el miedo, y aquel del despertar en que todo debería someterse, incluso la fantasía. Y él, para unir de alguna forma esos dos mundos, utilizó la perspectiva, con furia, amor y fe. «Si tuviese discípulos, los pondría ante un cono, una esfera, un cilindro y un cubo y les diría que dibujasen solamente estas cosas durante un mes y luego durante otro y otro más. Cuando mis alumnos hubiesen aprendido a dibujarlas bien, estarían también en condiciones de dibujar cómics...», lo que extraemos nuevamente de las viejas declaraciones aparecidas en Cartoons.


VI
Justamente en el joven arte de los cómics, recién nacido al menos a nivel de su explotación industrial con la lucha entre Pulitzer y Hearst en New York por la posesión del Yellow Kid de Richard Felton Outcault, era donde Mc Cay estaba destinado a afirmarse. Seguía ilustrando la crónica del Cincinnati Times Star, cuando otro diario de Cincinnati, el Enquirer se interesó por él. ¿Se veía con ánimos de intentar una página de cómics para el suplemento dominical? Claro que Mc Cay se veía con ánimos: él y había aprendido muy bien a dibujar un cono, una esfera, un cilindro y un cubo, y por lo tanto estaba en condiciones de dibujar cualquier cosa. Su primera página se titulaba «Tales of the Jungle Imps». Gustó en seguida, y casi inmediatamente los del New York Herald dieron señales de vida. Y Mc Cay se puso a dibujar para ellos. La serie Hungry Henriette. La serie Little Sammy Sneeze. La serie PoorJake. La serie Dull Care. La serie Dreams of a Rarebit Fiend. Aquí ya trabajaba sobre los sueños, una especie de ensayo general.

Y luego la serie Little Nemo, el triunfo de la perspectiva como modo de unir sueño y despertar, deseo y realidad aunque sólo fuese en la efímera coexistencia de una página a todo color para el suplemento dominical.


Cuando empezó a publicarse, Little Nemo tenía cinco años. Exactamente la edad de este loco siglo. Era un niño delgaducho, con parte del pelo a menudo erizada y rasgos menudos y graciosos. A juzgar por su casa, por sus ropas y por las costumbres de sus padres pertenecía a una familia aposentada de New York. Aposentada y bastante numerosa: de hecho vivían en la misma casa el padre, la madre, el abuelo, la abuela y un tío dedicado a cotidianos ejercicios gimnásticos. Todos ellos gente muy sensata y respetable, hasta un poco demasiado vieja si la comparamos con la edad de Little Nemo. Little Nemo se acostaba por la noche a las nueve en punto, con la camisa de dormir reglamentaria, se deslizaba en el sueño con docilidad. Pero su sueño resultaba infaliblemente agitado por extraordinarios ensueños. Mientras soñaba, Little Nemo hablaba en voz alta, saludaba, parlamentaba, discutía, reía, lloraba, gritaba, invocaba, haciendo frecuentemente que de la habitación vecina prorrumpiese la voz de los padres que lo despertaban para regañarlo. De todos modos, en la mayoría de casos, despertarse o ser despertado era un alivio para Little Nemo. Entre 246 sueños extraordinarios examinados, en 74 ocasiones se acoge el regreso a la realidad con alivio, en 46 ocasiones interrumpe una trama que no resultaba desagradable y deja una cierta nostalgia, en 62 ocasiones se desarrolla entre la pereza indiferente y un relativo estupor, en 64 ocasiones está directamente provocado por la caída de la cama. Un acontecimiento tal, llega a repetirse tanto que acaba por no preocupar ya a nadie, desde el protagonista y víctima a los padres desconcertantemente negligentes. A la trigésima caída Little Nemo informa con la serenidad de un veterano: «No es nada, mamá, me he caído de la cama». A la caída que hace cincuenta el padre comenta: «Un día u otro este chico se partirá el cuello». Pero no tiene en absoluto aspecto de inmutarse.



A veces, debemos reconocerlo, hasta los negligentes padres de Little Nemo intentan preguntarse qué es lo que puede hacer que el sueño de su hijo sea tan agitado. Pero la respuesta no se hace esperar, como para olvidar el tema. Según ellos, en general, la causa de la inquietud nocturna debe buscarse, o mejor dicho encontrarse, en cuanto de indigesto Little Nemo haya comido en la cena. Y proporcionan aturdidoras listas de cosas engullidas por el hijo. Tarta de uva y frambuesa y pavo con salsa, avellanas y cebollas, sardinas y krapfen. Si sus padres le permiten que engulla cosas semejantes es natural que Little Nemo no logre luego dormir bien. ¿Quién de nosotros lo lograría? La explicación del inicio de algunos de sus sueños extraordinarios es, de hecho, bastante plausible. Como también es bastante plausible la explicación del inicio de otros sueños extraordinarios. Condiciones ambientales particulares. Little Nemo sueña que la muchedumbre lo abraza, se despierta y tiene la almohada sobre la cara que lo está ahogando. Sueña con una estrepitosa orquesta de violoncelo, trombón y tambor, se despierta y su padre está roncando en la habitación de al lado. Sueña que está en una gruta de hielo, se despierta y está destemplado porque la manta ha resbalado fuera de la cama. Sueña que rey Morfeo tose sonoramente, se despierta y descubre a los pies de la cama a la perrita Minnie que está ladrando. Bastante plausible, al menos hasta cierto punto, podría parecer también la explicación del inicio de otros de sus sueños extraordinarios. Acontecimientos y coincidencias capaces de dar que pensar. Little Nemo se duerme, sabiendo que al día siguiente irá a un espectáculo con su madre y sueña el espléndido espectáculo Little Nemo, el mayor acontecimiento mundial desde que el mundo es mundo. Y Little Nemo no olvida las fechas establecidas por el calendario y por las usanzas. Hacia el 25 de diciembre siempre sueña algo que concierne a Papá Noel. Alrededor del 31 de diciembre sueña regularmente con el

 año viejo que se marcha y con el año nuevo que llega. Llega hasta a exagerar, al no dejar escapar en el sueño ni una Pascua, ni un 1.° de abril, ni un 4 de julio, aniversario de la independencia americana, ni un Thanksgiving Day o Memorial Day, ni una fiesta sea cual sea.

Estamos por tanto en condiciones de reunir un discreto número de explicaciones más o menos plausibles, de la inquietud nocturna de Little Nemo. Pero el misterio subsiste, las explicaciones más o menos plausibles del inicio de los sueños extraordinarios no lo quebrantan.

¿Quién es Little Nemo? ¿Cuál es su aventura? ¿Es verdadera gloria la suya? Una pregunta a la vez. Empezaremos por la primera. ¿Quién es Little Nemo?


VIII
¿Quién es Little Nemo? A través de sus sueños extraordinarios tanto como en sus extraordinarias exhibiciones reales, nuestro héroe se revela como un niño como muchos otros americanos de principios de este siglo alocado. Viene tras los Katzenjammer Kids de Rudolph Dirks y tras el Buster Brown de Richard Felton Outcault, el terrible trío de granujas infantiles del cómic, y, por comparación, parece ser el primero de la clase, un señorito con corazón de oro, una especie de modelo para libro de literatura de la clase media, aparte, obviamente, de los atracones nocturnos de la tarta de uva y frambuesa, de pavo con salsa, de avellanas, cebollas, sardinas y krapfen que, al fin de cuentas, pertenecen a los usos y costumbres de la clase media americana que va escalando puestos y puede permitírselo todo. Incluso soñando, o sea cuando debería consentírsele cualquier desahogo, cualquier juego de mano, cualquier exceso, Little Nemo se mantiene fiel a los buenos modos y a las modas normales. Menudo burguesito americano ideal. Es bueno y generoso. Está dispuesto a ayudar incluso al peor enemigo. Es ardientemente sentimental. Se ve llevado candidamente hacia lo uniforme. Al soñar, se ve revestido con todo tipo de trajes o ropas de ceremonia. De hecho, helo aquí con traje de almirante, de bombero, de centurión romano, de policía, de húsar, de explorador, de caballero medieval, de paje o de payaso. Le gustan con fervor los desfiles, el circo, los espectáculos en general. A menudo asiste, soñando, a grandes desfiles, verdaderos triunfos propios del tipo de las Elecciones Presidenciales, Aida y Barnum: reinas de las hadas que evolucionan como majorettes arrastran a acróbatas, banderas, forzudos, animales exóticos y también enormes, horribles seres todo cabeza con apenas las piernecitas necesarias para mantenerse en la cola del cortejo. Tiene fe inquebrantable en el progreso mecánico. Aunque a veces los medios de transporte que utiliza, soñando, son fantásticos, por ejemplo cóndores gigantescos, elefantes inconmensurables, carrozas tiradas por cuatro machos cabríos y con sapos como claxon, es más frecuente que reflejen la pasión de la época. Automóviles, aeróstatos, dirigibles, cápsulas que pueden proyectarse al espacio mediante cañonazos. Goza de una irresistible curiosidad hacia los descubrimientos geográficos, la adquisición de nuevos países, nuevas tierras, nuevas metas. Muchas de esas peripecias que vive, soñando, las vive en las selvas africanas o en el Polo o incluso en la Luna o en Marte. No es que sea particularmente valiente, no venera el valor por el valor, en compensación no se detiene ante ningún riesgo. Lo que lo impulsa infaliblemente.es la curiosidad. Una vivísima curiosidad, eternamente más fuerte que cualquier sentimiento o sensación. Si un montoncito de tierra empieza a hincharse bajo sus pies, conviertiéndose en un volcán, incluso entonces, viéndose obligado a largarse, blanco de lava y casquijos, Little Nemo exclama: «Me gustaría quedarme a ver el espectáculo...».

Y llegados a este punto del presuroso retrato, la pregunta de que partíamos se transforma en otra pregunta, y, a decir verdad, bastante distinta. Ya no se trata de ¿quién es Little Nemo? Sino de: ¿Little Nemo es verdaderamente un niño? Tal vez sea demasiado un niño como tantos otros americanos de principios de este siglo alocado para no levantar alguna sospecha. Ése como tantos otros americanos significa como habrían debido ser tantos otros americanos. El primero de la clase, un señorito con el corazón de oro, una especie de modelo para libro de literatura de la clase media. Y, en cambio, esos tantos otros americanos no lo eran, al menos mientras intentaban de niños rebelarse contra los buenos modos y las modas normales, granujas infantiles, anarquistas en floración, aprendices de contestatarios. Desde este punto de vista los Katzenjammer Kids y Buster Brown son mucho más niños que Little Nemo. Y por favor, no olvidemos que, a pesar de haber corrido los peores riesgos, una sola vez, al despertarse, Little Nemo declara con horror: «He tenido una pesadilla». Y eso ocurre justamente cuando acaba de soñar que vagaba por un paisaje dibujado al ingenuo modo infantil entre hombrecillos pelota y mujercitas triángulo, con puntitos y guiones en lugar de trazos.




 IX
Sin haber respondido en absoluto a la primera pregunta sobre la identidad de Little Nemo, pasemos a la segunda pregunta, deseándonos mayor perspicacia. ¿Cuál es, pues, su aventura? Responder a la segunda pregunta podría parecer fácil. De todos modos también parecía fácil responder a la primera pregunta. Los extraordinarios sueños de Little Nemo, diseñados por Winsor Mc Cay, en las páginas dominicales del New York Herald, luego en el Herald Tribune de 1905 a 1910 y de 1924 a 1927 siguen un hilo narrativo. En el reino de los sueños, Slumberland, «el lugar más maravilloso del cielo», reina Su Majestad Morfeo, una especie de tirano espacial bonachón. Su hija la princesa, una morenita muy mona, lo atormenta: quiere un novio y entre todos ha escogido a Little Nemo. Por tanto, rey Morfeo da la orden de que el elegido sea transportado al palacio de Slumberland. La empresa resulta más bien complicada, y el encargo de llevarla a cabo se confía sucesivamente a diversos personajes: payasos, libélulas bailarinas, un dragón prehistórico, duendecillos, un hombre de arena, un pavo gigantesco, el Padre Tiempo, una tribu de pieles rojas, el león rey de la selva, Cupido, un niño de azúcar e incluso Georges Washington que ha regresado a la infancia (todos se alternan con la mayor diligencia, también porque rey Morfeo no es avaro en las recompensas que promete: a la libélula bailarina que lograse satisfacer el encargo, por ejemplo, le ofrece el título de reina del ballet de las hadas. En vano, sin embargo, cada uno de los encargados se aplica hasta el límite de sus fuerzas. Pero siempre ocurre algo, semanalmente, que impide que Little Nemo alcance Slumberland).
Como ejemplo, podemos citar a Little Nemo en su cama ondulante entre los flujos del océano que se va a pique entre enormes peces con dientes voraces. Se enamora de Cristalette, fragilísima reina del pueblo de cristal, y, a pesar de todas las recomendaciones de no tocarla, la abraza y besa con pasión, provocando que desaparezca en mil pedazos. Corre el riesgo de ser tragado por la risueña boca abierta de par en par de la Luna. Conduciendo el trineo de Papá Noel, pierde el control de los renos que se lanzan a velocidad vertiginosa. Dentro de una colosal felicitación de San Valentín se zambulle en una población de monstruos, aquellos que hubiesen deseado recibir una, y que no la recibieron jamás, solteronas viejas, alcohólicos, muchachas malolientes, avaros con candados en los bolsillos, hombres con cabezas de alfiler. Se diluye tras decenas de otros Little Nemo bastante insulsamente idénticos a él. El lugar más maravilloso del cielo, Slumberland, sigue estando lejos.


X
En la tentativa de que Little Nemo llegue a Slumberland, fracasa hasta el Padre Tiempo. Y un fracaso tal, por cómo y por qué ocurre, nos parece que merezca alguna atención. El Padre Tiempo se interesa por el asunto, tras ser requerido por una cortés y casi burocrática carta de Rey Morfeo. Inmediatamente se presenta a la cabecera del durmiente Little Nemo y lo invita a la excursión. Se paran momentáneamente en la Casa del Futuro, y la parada resulta fatal. Probablemente para alardear de su poder, el Padre Tiempo juguetea con las casillas que corresponden cada una a un año, y convierte a Little Nemo en lo que será a los nueve años, a los quince, a los veinticinco y a los cuarenta y ocho. A cuarenta y ocho años, con poco cabello y una gran barriga, Little Nemo no se gusta, y el Padre Nemo lo vuelve a convertir entonces en niño. Muy pronto lo llevará a Slumberland, pero tiene algo que hacer allí, que Little Nemo lo espere, y sobre todo que no toque nada. Una vez más, Little Nemo no sabe vencer la curiosidad, abre la casilla marcada con la fecha 1999. De este modo se encuentra semicentenario, tembloroso y definitivamente desesperado. Y así hasta despertar entre los brazos de su madre, a quien pregunta, sin sacar partido de las respuestas tranquilizadoras: «¿Soy un viejo? Oh, mamá. Oh, mamá».



Es con esta página magistralmente diseñada como las demás donde advertimos de nuevo la inquietud de estar a punto de descubrir algo y de no lograr descubrirlo. Algo que está cerca, que tal vez sepamos ya sin saberlo. Sin embargo, todo parece agotarse en una segunda duda. La primera fue, si la recordáis: ¿Little Nemo es verdaderamente un niño? La segunda será: ¿qué será de nosotros en 1999? Porque el 1999 está todavía lejos y seguro que muchos de nosotros faltaremos a la cita. Seguro que Winsor Mc Cay será de los que falte a la cita porque ya hace mucho tiempo que se paró por el camino. Pero procedamos con un mínimo de orden. Little Nemo necesita 20 semanas para alcanzar finalmente Slumberland. También necesita otras 20 para ser admitido en presencia de la princesa a pesar de que lo desee tanto. De hecho, en el lugar más maravilloso del cielo, le aguarda un enemigo peligroso: Flip Flap llamado familiarmente Flip. Este tal Flip Flap es un pequeño payaso de la talla de un niño y con los modos rudos y expertos de un cincuentón que ya ha visto todo lo que hay que ver, lleva un puro en la boca y en la cabeza un sombrero cilindrico del que sobresale el fatídico lema: «Despiértate». Es exactamente lo opuesto del no despertarse, dulce lema de Slumberland. Flip Flap pertenece a la familia Alba, precisamente la gran enemiga de Slumberland, y detenta el tremendo poder doméstico, la capacidad de transformar con la ayuda del sol la noche en día y de borrar, por tanto, el reino de los sueños.

Flip Flap hace alarde de todas las más odiosas características del subproletariado urbano, es el enemigo natural de la clase media a la que corresponde atribuir a Little Nemo. Habla deformando las palabras en jerga, es sucio, grosero, vulgar, impúdico, torpe, pendenciero, presuntuoso, envidioso, entrometido, petulante, celoso, agresivo, ávido, temerario, mal educado, obstinado. Odia a Little Nemo porque querría ser él el novio de la princesa. A Little Nemo le bastaba con ver a Flip Flap para despertarse inmediatamente a interrumpir, por tanto, el sueño extraordinario viendo así nuevamente postergado el encuentro con la princesa. Mc Cay y Rey Morfeo se alian, pues, para despistar a Flip Flap  o para vendarle los ojos a Little Nemo o también, y mejor todavía, para recurrir al doctor Pildora que puede proporcionarle a nuestro héroe el remedio soberano, las pildoras de somnífero que, embotándolo, le permitan continuar soñando. Soñar y volyér a soñar, seguir soñando hasta encontrar el destino, hasta sentirse besar con pasión y escuchar a la princesa decir con picardía: «Oh, querido, dulce muchacho. Estarás muy contento de vivir aquí, Nemo». A este punto el hilo narrativo se desmaya en cuanto al rigor, a los extraordinarios sueños de Little Nemo le siguen esquemas más irregulares y menos premeditados. Exorcizado por las pildoras prodigiosas del doctor Pildora, Flip Flap pasa de ser un enemigo a convertirse en compañero de empresas precozmente psicodélicas. Con él, alguna vez con la princesa o con amigos ocasionales, Little Nemo insiste en soñar extraordinariamente. Provisto de una varita mágica realiza milagros en un barrio de chabolas muy poblado de desamparados: viste a los desnudos, devuelve la vista a los ciegos, endereza las piernas de los lisiados, transforma la ciudad y se cree un mesías. «Soy Little Nemo. Seguidme y os haré felices, este lugar será un paraíso», se exalta, y le toca a la madre, al despertarlo, recordarle que estamos a 1.° de abril. El nuevo Evangelio, ¡ay, señor!, resulta ser una inocentada. La megalomanía de Little Nemo no tiene frenos. Tras haber estado en la Luna, aterrizará con un dirigible en Marte, para descubrir allí una selva de carteles que advierten que hay que mantenerse alejados de la atmósfera marciana y del planeta entero, propiedad privada de un poderoso capitalista. Hasta las palabras son propiedad privada en Marte. Se venden a 1 o 2 cents las corrientes como «casa, bonito, sí, no, cosa», mientras que las «palabras nuevas recién salidas» cuestan más y las «palabras difíciles de la cultura» cuestan demasiado. De este modo en Marte «los ricos pueden hablar, mientras los pobres deben permanecer callados» o expresar como mucho conceptos elementales.

Y he aquí que una tercera duda nos asalta. Recapitulemos, perdón. Primera duda: ¿Little Nemo es verdaderamente un niño? Segunda duda: ¿qué será de nosotros en 1999? Tercera duda: ¿estamos seguros de que, a fin de cuentas, no haya dicho más sobre este siglo alocado Mc Cay con Little Nemo in Slumberland que Freud con la Interpretación de los sueños. Tal vez Little Nemo no sea un niño sino este siglo alocado que nos ha tocado vivir, llegando algunos hasta el fondo, hasta el 1999 que surge de lo desconocido, y relevando a otros en una etapa cualquiera del camino.

Al diseñar los sueños de este loco siglo niño y decrépito, enriqueciéndolos con la perspectiva de una coronación, pero empujándolos también con la perspectiva hacia un desenlace inevitable, Mc Cay nos ha dado a todos una magnífica ocasión. No para evadirnos. Al contrario, para quedarnos en la tierra a estudiar un cono, una esfera, un cilindro y un cubo, algo concreto que nos permita partir hacia las más fascinantes y decepcionantes conquistas.

O. del B.
Este artículo ha podido realizarse sólo gracias a la cortesía y a la pasión de Woody Gelman que nos ha proporcionado todos los datos fundamentales sobre Mc Cay, todo el material original de «Little Nemo» y documentos que él ha recogido durante más de 20 años de trabajo apasionado.


LITTLE NEMO IN SLUMBERLAND (15 Octubre 1905) / Guión y realización: Windsor Mc Cay











Publicado en la revista mensual de comics para adultos, La Oca Nº1, Barcelona, marzo 1985

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