domingo, 24 de abril de 2016

BUDAPEST REVISITADA

Budapest, urbe histórica, es el centro turístico de la Europa del Este.   El Puente Fernando, escenario de un episodio de «RAPSODIA HÚNGARA».


• IGNACIO VIDAL
Hasta la reciente lectura de Rapsodia Húngara, tenía yo en el olvido mi lejano viaje a Budapest. Este tuvo lugar en 1957, poco después de la invasión soviética de Hungría, con motivo de un congreso del Partido en el que habían de prepararse dos grandes acciones contra la dictadura —a la que creíamos, ay, en irrefrenable decadencia—: la huelga general y la creación del movimiento estudiantil antifranquista. De los dos proyectos, sólo el segundo llegaría a buen fin, y ello a costa de cuántas caídas y cuántos sacrificios.

Si desde el tren me impresionó la belleza de la inmensa llanura panónica, rica en caballos, en cultivos y en bosques (la distribución de las tierras en granjas agrícolas explotadas en régimen de propiedad privada ha creado riqueza en Hungría, que para las naciones del pacto de Varsovia es el lugar ideal para pasar las vacaciones), la capital me sorprendió aún más agradablemente.

Budapest es dos ciudades: en la margen derecha del Danubio se yergue la antigua Buda, cuyo carácter aristocrático queda realzado por la especificidad de sus monumentos: la antigua ciudadela, la catedral, la bastilla de los pescadores. En la otra orilla,- el Parlamento y los comercios le dan a Pest sus señales de identidad como ciudad burguesa.

Ha pasado tanto tiempo desde mis paseos por Buda, que la capital magiar se me aparece envuelta en una espesa bruma de la que apenas sobresale, gracias a los dibujos de Giardino, una memorable esquina en Ferenc Hegy, o la visión maravillosa, desde las torres de la catedral, de los airosos puentes sobre el Danubio.

En 1957, la apretada agenda de trabajo me impidió vivir plenamente Hungría. ¿Qué sabemos de ese país desconocido? Sabemos de su larga convivencia y sometimiento al turco, al que expulsó hace apenas trescientos años y que dejó su carácter alegre y extrovertido en herencia al pueblo magiar. Sabemos del sueño imposible del imperio Austro-Húngaro; del expansionismo germánico; del despojo del territorio húngaro hasta reducir a la tercera parte el territorio nacional. Y sabemos —hoy las cosas se ven de otra manera— que la última invasión, la soviética ha arrancado de cuajo los últimos vestigios de identidad nacional al pueblo húngaro. Sabemos, en fin, que aquel es el país de las bombillas Osram, el inventor del salami, la patria de los zíngaros, de Dvorak y de Lucácks... en la distancia, Hungría es vagamente la tierra de todos y de nadie.

El bastión de los pescadores, donde Fridman mantiene una acida discusión con su enlace.

Rapsodia está llena de errores, pero en muchas cosas me parece genial. No logro comprender cómo pude meter en ella tantas ideas. En ese sentido, es magnífica.
Vittorio Giardino

Guionista reflexivo, Giardino ha escogido esa ciudad centroeuropea, vacía de sí misma y evocadora de no-se-sabe-bien-qué, como lugar de la acción; un protagonista hebreo, espía y viajero—tres formas extremas de desarraigo—; y una época en que el mundo andaba en crisis: la segunda preguerra mundial.

Personaje, tiempo y lugar, tres elementos particularmente dramáticos para crear la atmósfera de una historia a la que sirven de telón de fondo, y sobre el que se puede construir —Giardino construye— cualquier historia.

El autor y sus personajes

Entre otras cosas, construye, con notable agudeza psicológica, una decena de personajes secundarios, paradigmas de otras tantas pasiones y actitudes vitales. En ese amplio coro que envuelve a Max Fridman, la ingenuidad, la estupidez, el pragmatismo, la crueldad, la sensualidad, el encanallamiento, el idealismo, la incompetencia, la puerilidad, la lucidez, etc. se encarnan en personajes emblemáticos, la reunión de los cuales en la obra dibuja una visión del mundo y del destino del hombre asaz crítica y exhaustiva; y, gracias al especial talante obviamente humanista del autor, no exenta de respeto ni de cariño. Que además de esa función conceptual cada personaje tenga gestos que le son propios, ropas y oficios concretos y reconocibles en la realidad; que estén arropados por una amplia comparsería; que se muevan, en fin, en un escenario política, histórica y socialmente identificable, les rescata de la abstracción y hace la obra, más acá del mensaje y la trascendencia, verosímil; que es, en definitiva, lo que requiere la primera lectura de un relato.


Naturalmente, un autor y una obra así no surgen por generación espontánea. En sus entrevistas al fanzine Fumo di China y a la revista Orient Express, Giardino recela del talento natural y afirma que formarse en la historieta es cuestión de aprendizaje y de experiencia, y reconoce la influencia de Muñoz en sus primeras obras y la de Le Carré, Koestler o Greene en el guión de «Rapsodia».
Sea como fuere, es el caso que al cerrar El Mago, donde, recién llegado a la profesionalidad, publicaba cuando aún no era el célebre ganador del Yellow Kid, Giardino no se puso a la caza de otro editor que le garantizara las lentejas de su familia: contra toda lógica editorial, se encerró en su casa, para realizar una historieta de cien páginas y a color. Aquí ya no se trata de influencias o de aprendizajes: esa convicción y esa tenacidad deben ser una forma del talento.

Publicado en la revista CAIRO nº26, Norma Editorial, Barcelona, julio de 1.984

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