sábado, 12 de marzo de 2016

GUSTAV DORÉ : El hombre que fracasó como pintor


Gustavo Doré nació en Estrasburgo, en plena Alsacia, en la frontera que separa a Alemania de Francia y en una región de asombrosa belleza natural, junto a los Vosgos y al pie del Rhin. La familia Doré, en anteriores generaciones, había escrito su nombre como "Dorer", pero se habían convertido en franceses en el siglo XIX y siempre recordaron con veneración al abuelo que había combatido al lado de Napoleón. El padre era un ingeniero y trabajaba empleado por el gobierno en el departamento de caminos y puentes. Su segundo hijo, Gustavo, vino al mundo en enero de 1832. Desde su infancia, el niño mostró una sorprendente inclinación por todo lo antiguo: arquitectura, escultura o pintura le decían bien poco a no ser que fueran góticas o románicas y estuvieran empañadas con la pátina del tiempo y de los siglos. Comenzó a dibujar siendo aún un niño, llenando de garabatos los bordes de sus libros escolares, sus cuadernos y todo papel que cayera en sus manos. Su padre, más escéptico y positivo, trataba de convencer al joven Doré; de que buscara otro trabajo más seguro que la precaria carrera de artista, pero su madre, típica matrona hogareña, dulce pero autoritaria, creyó antes que nadie en el talento y las posibilidades de Gustavo.


 A los 15 años le llevaron a visitar París. Los escaparates de las librerías y papelerías, repletos de cuadros, ilustraciones, revistas y dibujos, le hicieron ver claramente que aquél era el género de trabajo que deseaba realizar. En el tiempo que su padre tardaba en realizar unas gestiones profesionales, el joven Gustavo realizó rápidamente unos dibujos y los llevó a un editor muy conocido por aquellos años, que editaba revistas con caricaturas y los primeros cómics del siglo XIX, Philipon. Este quedó impresionado ante el talento del muchacho y convenció a su padre para que le dejara permanecer en París, firmándole un contrato por tres años. A los quince años, con una precocidad sólo comparable a la del genio musical de Salzburgo, Gustavo Doré comenzó su carrera profesional. Alternaba su trabajo con el estudio y las visitas a los museos parisinos, donde estudiaba la obra de los artistas de todas las épocas. No le quedaba tiempo para asistir a una academia de dibujo y recibir clases formales, pero pronto tuvo una inmejorable oportunidad para estudiar en vivo el movimiento de la figura humana y las congregaciones de multitudes que luego serían tantas veces protagonistas de su obra. Esa gran oportunidad fue la Revolución de 1848.


Desde sus primeros días en París, y una vez pasada la turbulenta época revolucionaria, fue siempre bien recibido en todos los salones, en los que su amabilidad e ingenio le hacían ser siempre agradable y bien venido. Pronto se convirtió en uno de los favoritos del Segundo Imperio, y entre sus amigos más fervientes se contaron figuras como el compositor Rossini, Dumas padre y Dumas hijo, Teófilo Gautier, con quien visitó España, y otras importantes personalidades artísticas. En la segunda mitad del siglo XIX, Gustavo se había convertido ya en el dueño indiscutido e indiscutible de la ilustración parisina. Al principio de su carrera había trabajado muchísimo en litografía, grabando directamente en la propia piedra, pero en los años de su mayor fama prácticamente todos sus trabajos fueron realizados en madera.

Acostumbraba a dibujar directamente sobre los bloques, trabajando en varios al mismo tiempo y yendo de uno a otro incesantemente, dando rápidos y pequeños toques a cada trabajo hasta terminarlos por completo. La madera, entonces, era cortada por otras manos. Durante su juventud le había disgustado siempre la manera en que los grabadores de Philipon terminaban sus trabajos, y cuando trabajó independientemente se rodeó de un grupo de jóvenes artistas y aprendices a los que enseñó a interpretarle más fidedignamente. Muchos de ellos se convirtieron en amigos personales y colaboraron con él durante su carrera. Sus firmas —Pisan, Pannemaker, Jomtard y otros— pueden verse en sus Milton y Dante y también en Las rimas del viejo marinero.


Dentro de lo posible, Doré trataba siempre de trabajar en los bloques de madera solamente por las mañanas, para poder dedicar las tardes a su estudio de pintura, en el que trabajaba en óleos y aguadas. La ambición de toda su vida fue la de convertirse en uno de los grandes nombres de la pintura; una ambición en la que fracasó porque los críticos no prestaron la menor atención a su obra pictórica, contrariamente a lo que ocurría con sus grabados, constantemente alabados y celebrados. La pintura de aquellos años contaba con nombres mucho más brillantes y que ocupaban la atención de los ambientes artísticos: Manet, Degas, Pissarro...



Su otra gran ambición fue ilustrar los grandes temas de la literatura universal. Las obras de Rabelais (en 1854) y de Balzac (1855, con no menos de 425 exquisitos dibujos) fueron seguidas por las de otros autores, entre ellos Cervantes, Perrault, La Fontaine y Münchhausen. Se encontraba especialmente a gusto cuando ilustraba cuentos de hadas. Su interpretación de Milton, de Dante y de la Biblia, y el enorme éxito que con ellas obtuvo, la consolaron de su falta de reconocimiento como pintor. En los últimos años de su vida estuvo trabajando en varios dibujos para una edición de Shakespeare que nunca llegó a completar.

El trabajo más intenso de Gustavo Doré se produjo en los últimos años de su vida, con los escritores ingleses. A partir de 1866 visitó continuamente Inglaterra y en 1867 fue invitado a crear en la capital británica, en la calle New Bond, su propia galería de arte, la Doré Gallery. Sus últimos años fueron especialmente melancólicos. La guerra franco-prusiana fue un acontecimiento muy triste para él, cuando los paisajes en los que había nacido y pasado su infancia fueron arrebatados a Francia. La Comuna y la Tercera República le disgustaron profundamente: el París  de  Napoleón III se había perdido indefectiblemente.






También a paso precipitado fueron desapareciendo sus amigos. Rossini murió en 1868, Dumas padre en 1870, Gautier en 1873.

Y Gustavo Doré dejó de existir en 1883, a los cincuenta años, dejando tras de sí una obra genial como ilustrador que ha borrado para siempre sus tímidos intentos para labrarse un nombre en el terreno de la pintura y la escultura. Doré fue, es y será para siempre uno de los nombres más prestigiosos en la historia de ese arte que es la ilustración. Un arte al que quizá alguien pueda calificar de menor, pero que en el caso de Gustavo Doré se magnifica y adquiere proporciones universales.

MANEL DOMÍNGUEZ NAVARRO


Ilustración + COMIX internacional nº4 , Toutain Editor, año 1984



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