miércoles, 5 de febrero de 2014

Ramón Casas

Plein air, hacia 1890-1891, óleo sobre lienzo, 51x66 cm, Barcelona, MNAC.


Interior al aire libre, 1892, óleo sobre tela, 160,5 x121 cm, Madrid, Colección Thyssen-Bornemisza.




CRISTINA MENDOZA
Directora del Museu d'Art Modern del MNAC, Barcelona y Comisaria de la Exposición
Ramón Casas tuvo una larga carrera profesional, iniciada poco después de cumplir 15 años, durante la cual cultivó con igual fortuna la pintura, el dibujo y el cartel. Dadas estas circunstancias, y teniendo en cuenta las inevitables limitaciones de espacio de una exposición, se ha planteado esta muestra primando los años en los que el artista realizó su obra más innovadora e insinuando tan sólo su producción tardía. Asimismo predominan las pinturas sobre los dibujos y, en cuanto a los carteles, se incluyen los dibujos originales de algunos de los mejores ejemplares de su producción, faceta en la que también ocupó uno de los lugares más destacados del cartelismo de nuestro país. Concretamente, la exposición reúne casi un centenar de obras (96 para ser exactos), procedentes en su mayoría de colecciones privadas, un cierto número de las cuales no se habían expuesto al público con anterioridad o, en todo caso, se habían visto en una fecha ya muy lejana.

El recorrido por la exposición se inicia con tres obras pintadas en 1883 en París, ciudad en la que Casas, con sólo 15 años, tuvo el privilegio de poder completar su entonces incipiente formación artística. Sus facultades innatas para la pintura y para el dibujo le abrieron las puertas del codiciado taller de Carolus Duran, en el que primaba la devoción por la escuela española del Siglo de Oro y, especialmente, por Velázquez, y del Salón des Champs Élysées de aquel año de 1883, en el que presentó su Autorretrato vestido de flamenco, pintura que evidencia su insólita precocidad artística.

La influencia francesa. En el mismo ámbito, se incluye una extraordinaria serie de obras de tema taurino, realizadas-también en la década de 1880, una vez concluida su primera estancia en París, en las que el artista abandona la paleta oscura de aquéllas y pone de manifiesto sus excelentes dotes de colorista. Con todo su producción más numerosa durante estos años, y de hecho a lo largo de toda su carrera, es la dedicada al retrato, género en el que desde fecha temprana se anuncia que sería el mejor retratista de la pintura catalana y, probablemente, española, del cambio de siglo. Los retratos que, en 1889, hizo de sus hermanas —modelos habituales de la producción del artista—, de su padre o de Santiago Rusiñol, todos ellos presentes en la actual exposición, evidencian la influencia que había recibido de la pintura naturalista francesa, hecho que provocó el rechazo del público y de la crítica conservadora cuando Casas, junto con Rusiñol y el escultor Clarassó, mostró en la Sala Pares de Barcelona las pinturas de estas características. En definitiva, aunque unánimemente se reconocía el talento de su autor, le reprochaban las tonalidades frías de su paleta y los aspectos vulgares que, a juicio de los más conservadores, no eran propios de la pintura verdaderamente seria. Con la mencionada exposición, celebrada en 1890, se rompía una lanza en favor de la modernización de la pintura catalana, entonces anclada en un anecdotismo nada innovador. Casas, como Rusiñol, se mostró ajeno al rechazo y, antes de acabar la mencionada muestra, se marchó de nuevo a París, donde inició su segunda y decisiva estancia.
Durante este período, la carrera artística de Casas, entonces ya nada despreciable, iba a alcanzar el cénit. Al esplendor de aquel momento debió de contribuir sin duda el hecho de que el pintor conviviera con Santiago Rusiñol, con quien compartió un apartamento en el Moulin de la Galette, ya que, aunque Casas estaba mucho más dotado que su compañero, éste tenía una acusada personalidad y una exigencia intelectual de la que Casas carecía. Asimismo, la obra de Rusiñol de aquel momento, también la más interesante del conjunto de su producción, debió de acusar beneficiosamente la compañía de un artista del ta-lento de Casas. En cualquier caso, el hecho cierto es que este último, que es el que ahora nos interesa, en poco menos de dos años realizó un notabilísimo conjunto de pinturas, que, en su mayoría, representan escenas captadas en Mont-martre y especialmente en el Moulin de la Galette, parque de atracciones que incluía el célebre baile del mismo nombre. Obras como Bal du Moulin de la Galette, Au Moulin de la Galette o Interior del Moulin de la Galette, las tres presentes en la exposición que nos ocupa, muestran el cambio indudable que acusa la pintura de Casas de aquel momento, la cual, aunque seguía en la línea del naturalismo que ya cultivaba anteriormente, incorporaba, en los temas y en las soluciones, algunos aspectos de determinadas obras de Manet, de Degas y de
Toulouse-Lautrec. Ni que decir tiene que la crítica conservadora y el público de Barcelona rechazaron las pinturas parisinas de Casas y de Rusiñol, cuando estos dos artistas expusieron sendos conjuntos de ellas en la Sala Pares de Barcelona en 1891 y 1893. Los reproches se dirigieron a ambos pintores sin hacer especiales distinciones entre ellos y, como en ocasiones anteriores, lamentaban que desperdiciaran un talento indudable al optar por unos temas vulgares, por unas obras que consideraban inacabadas y por una paleta monocroma, de tintas apagadas y sin efectos de claroscuro. Con todo, Casas salió mejor parado que Rusiñol, especialmente a partir de su regreso a Barcelona, momento en el que pinta, por ejemplo, una obra tan notable como Interior al aire libre o la serie de espléndidos retratos al óleo, que generalmente representan a familiares del propio pintor.
Crónica barcelonesa. Al mismo tiempo, Casas, que en 1894 se había instalado con su familia en la nueva y flamante residencia que se habían hecho construir en la parte alta del Paseo de Gracia, realizó entonces la mayoría de pinturas dedicadas a plasmar un acontecimiento ciudadano, como Garrote vil, Baile de tarde, Embarque de tropas o Salida de la procesión de Corpus de la ¡Iglesia de Santa María. Estas obras, que integran un ámbito de

Primero pasarás sobre mi cadáver,1893, óleo sobre lienzo, 61,5 x 50,5 cm, Barcelona, MNAC.



La mandra (La pereza), hacia 1900, óleo sobre tela, 64,5 x 54 cm, Barcelona, MNAC.


La sargentain, hacia 1907, óleo sobre lienzo, 91 x 63 cm., Barcelona, Colección del Círculo del Liceo.
  


Una vida fácil
Nacido en Barcelona en 1866, Ramón Casas siempre conoció la holgura económica, pues su padre había hecho fortuna en América. Precoz, en 1881, con sólo 15 años, publicó su primer dibujo y dos años después participó en una exposición en el Salón des Champs Élysées de París, donde llevó una vida bohemia, pero acomodada y sibarita. En Barcelona, el reconocimiento fue acompañado siempre del éxito económico. Instaló su taller en su casa del Paseo de Gracia. Viajó mucho por Europa y Estados Unidos. Murió en 1932, a los 66 años.

Ramón Casas, desconocido
¿Desconocido Ramón Casas? Así,, en primera instancia, el adjetivo no parece cuadrar en absoluto con la trayectoria artística de uno de los pintores de mayor éxito entre la sociedad catalana del cambio de siglo. Sin embargo, precisamente en su capacidad de sintonía con los gustos e ideales de aquella pujante burguesía que, superado el inicial rechazo de sus innovaciones parisinas, le acogió entusiásticamente como uno de los suyos, puede encontrarse la justificación para emplearlo. Porque Casas, prolífieo donde tos haya, pintó mucho por encargo, especialmente retratos, aunque no sólo, y muchas de aquellas obras se han mantenido hasta ahora celosamente guardadas en colecciones particulares, lo que ha impedido su conocimiento y justa admiración por el gran público. Algo que ahora hace posible la importante selección de obras procedentes de fondos privados que se exhibe en esta muestra. A. D.

Retrato de Santiago Rusiñol, 1889, óleo sobre lienzo, colección particular, izquierda.


 Catalineta, 1898, óleo sobre lienzo, 127x166cm, colección particular, arriba.

Retrato de las señoritas N. N., 1890, óleo sobre lienzo, 220x160 cm, colección particular, centro.


Maestranza de Sevilla,1887, óleo sobre tabla, 52 x 32 cm, colección particular, derecha.



 Ramón Casas, cartelista
El año 1896 fue decisivo para la historia del cartel en Cataluña, gracias a una exposición celebrada en la Sala Pares que reunió a todos los maestros internacionales del cartelismo. La exposición tuvo que influir en Casas, que debía conocer los carteles de Toutouse-Lautrec por sus estancias en París. Enamorado de la modernidad en su juventud, esta modalidad de expresión artística, con su técnica plana de colores vivos y pensada para llevar el arte a la calle, entusiasmó al pintor. El primer cartel de Casas, efectuado junto con Miquel Utrillo, en 1897, fue para las "sombras chinescas" de la taberna de Els Quatre Gats. Era el momento en que la industria catalana comenzaba a desarrollar su propia necesidad publicitaria que influyó en el advenimiento del cartel moderno, destinado a dar a conocer productos industriales y no, como hasta entonces, exposiciones o espectáculos. Vicenc Bosch organizó un concurso de carteles para su Anís del Mono y Manuel Raventós hizo otro tanto para su marca de cava Codorniu. 




Casas ganó el primer premio de Anís del Mono, demostrando que había entendido lo que debía ser un cartel publicitario moderno: colores vivos y simplicidad de la composición. Además, supo dar al cartel un decidido carácter español que influyó en su éxito, no sólo en España sino también en el extranjero, donde atraía el exotismo de una manóla morena, vestida con un mantón de Manila. Poco a poco, su fama se extendió y en pocos años sus carteles de Anís del Mono se cotizaban en Londres y París. Influyó mucho en los jóvenes dibujantes de carteles de comienzos del siglo XX: F. de Cidon, J. Llaverias, J. Torres García o Pere Ynglada. A. A.


CASAS, el pintor que trajo la pintura de París

  Rafael Benet decía, en 1952, que sus grises eran plateados y característicos y, en un bellísimo texto de 1981, casi olvidado, Gabriel Ferrater escribía que los pintores barceloneses de fin de siglo creían que el gris de las pinturas de Ramón Casas era el color de la pintura que se hacía en París. Es decir, que, en realidad, lo que en Cataluña y Barcelona, modernistas o menos, nacionalistas o menos, se creía contemplaren la pintura de Casas era la pintura moderna, lo que se hacía en París. En otras palabras, sí el gris era el color de la pintura moderna, de la pintura de París, según los contemporáneos de Casas, como ocurre, por ejemplo, en su célebre Plen air, no puede seguir manteniéndose que el pintor, a pesar de su larga estancia parisina (1884-1894), desconociera o fuera incapaz de incorporar las consecuencias del Impresionismo y del Postimpresionismo. Sucede que, como Rusiñol, atendió en aquellos años a lo que consideraba nuevo: unas obras en lo que lo cotidiano, la vida moderna, las escenas anecdóticas ya no eran el tema de la pintura, ya no eran la única excusa para idear nuevos procedimientos plásticos, sino que habían sido sometidos por ésta. Era el pintor lo que hacía aparecer los temas, siguiendo así una tradición en la que Manet o Degas eran ilustres predecesores. Tal vez por eso, Benet pudiera afirmar que Casas era una "pintor de raza", más que su amigo Rusiñol. La expresión, un poco tosca y tópica, encierra, sin embargo, lo que he querido señalar: Casas nos enseña a mirar la pintura de los pintores de París, rastreando lo que el color gris dejó en sus cuadros.
DELFÍN RODRÍGUEZ Catedrático de Historia del Arte


Reposo, lápiz coloreado sobre papel, 60 x 25 cm, Barcelona, Colección Oriol Galeeria d´Art.

la exposición, le dieron una gran popularidad, porque aludían a hechos recientes acaecidos en Barcelona, que habían dejado huella en la memoria colectiva de los ciudadanos. Asimismo, en torno a 1894, pintó una serie de desnudos, cinco de los cuales forman parte de la actual exposición, temática absolutamente novedosa en la producción del artista, en la que la modelo suele aparecer echada en el suelo y en complejos escorzos.

La época de Els Quatre Gats. Por otra parte, la apertura en Barcelona, en junio de 1897, de Els Quatre Gats fue decisiva en el desarrollo profesional de Casas, porque este establecimiento, promovido por Rusiñol, Utrillo, Romeu y el propio Casas, congregó al mundo artístico e intelectual de la Barcelona progresista y se convirtió en lugar de cita de las personalidades extranjeras de las artes y de las letras que visitaban la ciudad. Esta circunstancia propició que nuestro artista iniciara su extraordinaria galería iconográfica de retratos al carbón de las figuras más conspicuas del momento, iniciativa a la que no debió de ser ajeno Utrillo, que a partir de este momento ocuparía un lugar destacado en la vida profesional de Casas y de alguna manera vendría a llenar el vacío de Rusiñol, cuya vida tomaría un camino divergente del de su compañero. Con motivo de la presente exposición, y dado que en Barcelona se expuso recientemente dicha galería iconográfica, perteneciente al Museu Nacional d'Art de Catalunya, la presencia de estos retratos será solamente testimonial en la muestra de Barcelona, mientras que en la de Madrid se exhibirá un conjunto representativo de ellos.

La realización de la galería iconográfica, así como la aparición en 1899 de la excelente revista Pél & Ploma, que tuvo como únicos responsables a Utrillo y a Casas, intensificó la dedicación de éste a su faceta de dibujante, ya que tuvo a su cargo la totalidad de las ilustraciones que aparecieron en este semanario en los dos primeros años de su existencia. En estos dibujos, que tienen a la mujer, de aspecto elegante y sofisticado, como única protagonista, el artista no ejercitó su genial capacidad de retratista sino que prestó más atención a la indumentaria, al tocado o a la actitud de las figuras. Con ellos, junto con los que realizaría en París en 1900, de formato menor, Casas se convertiría también en la figura capital del dibujo modernista.

En aquellos mismos años, coincidiendo con la apertura de Els Quatre Gats, Casas realizó sus primeros carteles, faceta en la que también ocuparía un lugar de privilegio. El ámbito del cartel iba a proporcionarle una gran popularidad, especialmente a raíz de ganar, en 1898, el concurso organizado por el propietario del popular Anís del Mono. El éxito de su célebre cartel protagonizado por una manola con un amplio mantón de Manila, propiciaría que el artista iniciara su famosa serie de pinturas dedicadas a este asunto, representada en esta muestra por la pintura titulada A los toros, de 1896, claro precedente de la mencionada protagonista del cartel de Anís del Mono y por los tres magníficos originales con los que concurrió al mencionado concurso.
A punto de producirse el cambio de siglo, Casas había realizado ya una numerosa y excelente producción, pero no había celebrado aún ninguna exposición de carácter individual, a excepción de las ya aludidas de la Sala Pares, en las que compartía el local con Rusiñol y con el escultor Clarassó. Así las cosas, en 1899 y en 1900, por iniciativa de Utrillo, se organizaron sendas muestran de carácter individual en la mencionada galería, que presentaron respectivamente las fa-cetas de dibujante y la de pintor. Las dos exposiciones fueron aclamadas unánimemente por la crítica y por el público. El prestigio de Casas, que entonces tenía 34 años, estaba entonces absolutamente consolidado y la burguesía barcelonesa, que no hacía tanto tiempo se había mostrado hostil ante la producción parisina del pintor, lo consideraba ahora el artista más representativo del Modernismo, movimiento que en sus inicios se había auspiciado desde los ámbitos más progresistas de la intelectualidad catalana y que ahora había sido asumido por esta misma burguesía, joven y pujante.

Era este un momento decisivo para Casas, porque si permanecía en su ciudad, como efectivamente hizo, se iba a sumergir inevitablemente en la monotonía de una vida confortable, que evitaría cualquier innovación en su trayectoria artística. Retomó entonces algunos temas que había cultivado en épocas anteriores, pero se dedicó fundamentalmente al género del retrato hasta el final de sus días y también pintó algunos paisajes. En unas y otras obras se continuó manifestando, en mayor o menor medida, su talento, pero el conformismo en el que se había instalado se tradujo inevitablemente en una producción convencional.
De ahí que la presente exposición se haya centrado principalmente en aquellos años que, merecidamente, convirtieron a Casas en el mejor pintor del Modernismo.







Bal du Moulin de la Galette, hacia 1870, óleo sobre lienzo, 100x81, 5cm, Sitges, Museo Cau Ferrat.



Artículo de la revista Descubrir el Arte Año II nº24 Febrero 2001 

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