lunes, 8 de julio de 2013

PECHOS, MENTIRAS Y ROMERO DE TORRES


Difícilmente puede una joven de hoy, cuando lo que está de moda
son los vaqueros y los jerseys de colores, encajar con aquel modelo
de mujer morena, amante de sí misma y con sensualidad oriental.
ELENA MEDEL





Para aquellos cordobeses que creíamos en pleno furor de las actividades extraescolares, Julio Romero de Torres es un estigma. La primera marca data de una semana antes del 28 de Febrero, cuando los maestros de Primaria enfrentan a sus pupilos ante todo el colegio -alumnos y familiares con cámaras de fotos- cantando el pasodoble Soy cordobés, haciendo que sus pupilos enrojezcan por la falta de aire, que justamente coincide con el nombre del pintor cordobés. La segunda suele ser una visita al museo de la Plaza del Potro en una excursión en la que paseamos por primera vez más allá de la Avenida de América, Barcelona o Conde Vallellano, fronteras de humo y de bocinas para la primera caminata con latas de refresco en la mochila. Yo arrastro dos infaustos recuerdos de mi contacto infantil con Romero de Torres: el descubrimiento de mi falta de olfato y sensibilidad como crítica de arte -la paleta del brasero de picón despertó en mí el deseo de proclamar su parecido con una guitarra- y la reacción de una escéptica compañera de clase, quien tras observar Cante Hondo supo que, a diferencia de las revistas de su hermano, a las morenas también les crecía el pecho.
Igual que cada Jueves Santo -por mucho bocadillo que traigas de casa en la mochila- es obligado guardar cola ante Bocadi, Julio Romero de Torres aparece en nuestra visita anual al cementerio de San Rafael, en los calendarios que el Ayuntamiento nos regala, en las historias de timos que cuentan los abuelos al sol de las Tendillas. Conocemos al autor, pero desconocemos -ya sea por falta de oportunidad, curiosidad o simple apatía- su obra. Pese al esfuerzo de las autoridades en fomentar el interés por la obra de Romero de Torres -un buen museo, interesante bibliografía-, los resultados eran, hasta hace bien poco, desalentadores. Quien se atrevía a preguntar a cualquier viandante el título de un cuadro que no fuese La chiquita piconera solía ser respondido con silencio. Si alguien contestaba Naranjas y limones, o el retablo Poema de Córdoba, era preciso conocer sus datos, inmortalizar el histórico momento.
Quizá es que apenas reconocemos en nuestra ciudad a aquélla que alimentó la imaginación de Romero de Torres. El que quizá es su paisaje más característico, la zona del Guadalquivir -Puente Romano, Ribera, plazas cercanas-, es hoy pasto de arquitectos y excavadoras, acumulando puntos para convertirse en el barrio más chic de Córdoba. Tal marco se convierte en incomparable con la construcción del Puente de Miraflores -y sus armazones, colocados ya sobre el cauce del río- y el ambicioso Palacio del Sur, acompañados por una cercana Judería en la que es posible toparte con una hamburguesería nada más salir de la Mezquita. Poco podemos decir de la plaza de Capuchinos, una plaza oscura y desapercibida en pleno centro, o la de la Corredera, con nuevo look pese a su reforma por fascículos.
Quizá es que nosotras casi no compartimos nada con aquellas mujeres morenísimas de Retablo del amor. El espejo del probador de Mango me devuelve la imagen de una rubia pálida de ojos claros. Y caigo en la cuenta de que sólo me queda tararear a Bustamante para formar parte de un ejército cuyo uniforme -pantalones vaqueros, jersey de colores y zapatillas de deporte que acaban con un terrible número de hormigas por minuto- no puede estar más lejos del estereotipo romeriano.
La exposidón "Símbolo, materia y obsesión" viene a marcar un antes y un después en Córdoba y su actitud hacia Romero de Torres. Un pintor que supo conjugar lo tradidonal y lo moderno, adaptándolo a su personalidad, sin servilismos. Un pintor que reflejó a la mujer como amante de sí misma (Más allá del pecado), dueña de su destino (Mujer con pistola) o en igualdad con el hombre ante la muerte (La niña torera). Los símbolos que marcan su obra (la naranja, el limón, los tacones, la navaja, el galgo Pacheco y las medias) se mezclan -más allá de los tópicos y la desidia- con los cordobeses, anunciándoles la cercanía de las seis sedes de la muestra. Madres con el carrito del bebé, estudiantes entre examen y examen, jubilados en su paseo matinal, trabajadores en su día libre, reconociendo por fin de Julio Romero como el pintor universal que es, ajeno a las fronteras en tiempo y en espacio. ■
El último poemario de Elena Medel es Mi primer bikini (DVD Ediciones)


Revista Mercurio nº47 Marzo 2003

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